El dúo de directores paraguayos Juan Carlos Maneglia y Tana Schembori ponen en
la palestra al séptimo arte de su país cuando no es usual ver algo de él, y de qué
manera, lo hacen con mucha calidad aunque con algunos (pocos) errores, perdonables.
El filme en cuestión, su segundo largometraje en conjunto, es una historia
trepidante que no baja la guardia ni la intensidad en ningún momento, recurriendo
a escenas de mucha y constante tensión, al poner al borde de la revelación, la
detención o el hurto una carga especial que un joven que transporta mercadería en
un mercado populoso y popular conocido solo como el mercado número 4 debe sacar
a “pasear” para que la policía no la descubra, no obstante en ese trayecto
otros compañeros desleales y delincuenciales querrán hacerse con ella.
Víctor (debut de un sencillo y calmo aunque inspirado Celso
Franco) es un muchacho humilde que sueña con ser estrella de cine y cree ver su
sueño realizado simplemente con poder grabarse a través de la filmadora de un costoso
celular de segunda mano, el que quiere comprarle a la mejor amiga de su hermana,
la que provee a la realización de una sub-trama en su embarazo y la ausencia de
dinero y de su pareja para cuidarla y llevarla al hospital. Para ello recibe el
encargo de llevarse y vigilar 7 cajas de madera de las que no sabe que
contienen, a cambio de recibir al final del mandado la otra mitad de un billete
de cien dólares prometido, lo que le alcanzaría para adquirir el celular y su
aspiración de verse en alguna pantalla.
Una virtud del filme es proponer motivos a cada pequeña historia
y personaje que contiene y luego interrelacionarla con el transporte de las
cajas. Los giros y los imprevistos abundan, proponiendo una misión que a cada
rato se ve proclive de truncarse. Mezcla la acción, habiendo crimen de
fondo, todo desde un cuadrante amplio pero fijo en un espacio determinado, el
mercado, mientras lo recorren los cargadores que no se despegan de sus carretillas
de metal que son como parte indisoluble de ellos (y sin caer en el ridículo o
en lo incongruente con lo real, no lo ponemos en duda), como si fueran armas o
extensiones de su cuerpo; son hombres metalizados en varios sentidos, la
necesidad los mueve al crimen.
Hay romance y comedia medida, en dosis cortas pero visibles
que proporcionan un respiro a lo álgido, teniendo sobre todo un tono serio. En
general es un thriller que sabe jugar muy bien sus fichas, estar al tanto del
riesgo y de la derrota, que sería su esencia vital, hasta poner en peligro la
propia vida de sus personajes o de enviarlos a la cárcel. Celso Franco tiene el rostro preciso, bonachón e ilusionado
en especial, y la fisonomía para acarrear la intrepidez y agilidad que se
necesita. En la trama vemos sus atributos compartidos con una amiga suya, Liz (Lali Gonzalez),
una chiquilla simple, sin modales y algo ahombrada, aunque simpática y buena gente.
Otro punto a resaltar es la pobreza del entorno que brilla
como contexto y figura única que se adapta como rasgo en una historia que vale por su calidad de entretenimiento. No se percibe prioridad de lecturas sociales, pero, lógicamente, están ahí, si bien son más externas y más personales ya para cada espectador. Es decir, el filme quiere hacerte
pasar un buen rato, con un thriller bien hecho que anhela ponerte al borde de
la butaca y sí que lo consigue. Además, yace la particularidad de que está grabado en los dos idiomas oficiales del país, en el guaraní que acompaña al español, y para su esclarecimiento utiliza subtítulos.
Entre lo criticable está la música que se amolda a los
sucesos pero cae en ser muy obvia y no tan creativa, en resumen resulta idónea
pero fácil, mientras los malos, los de la carnicería árabe son algo risibles y
poco fieros, en realidad; se pasan ya de ordinarios que dan la sensación
contradictoria de lucir inocuos, aunque la película no va por el camino de la
intimidación típica de las historias de mafia y asesinos, sino son personajes más de carácter "funcional", ya que la verdadera atracción lo articulan las 7 cajas y las peripecias
de Víctor tras su fijación cinematográfica. Y es como si todo fuera un cúmulo
de pretextos que alientan el estado de alerta, gracias a un inteligente guion, de Juan Carlos
Maneglia asistido por Tana Schembori y por Tito Chamorro, que quieren
ponernos los pelos de punta y al borde del colapso, con excelentes ideas que
proporcionan giros, idas y venidas e imprevisibilidad, teniendo algunas imágenes
rocambolescas como las persecuciones que se dan en la discoteca del mercado o
en el estacionamiento de autos. Así mismo, sobresalen los artificios de cámara,
ángulos extremos que invocan ritmo y una lograda vertiginosidad que hace lo que en los hermanos
Dardenne proporcionaba incomodidad en el movimiento de Rosseta (1999).
Si algo tiene de bastante sobresaliente el conjunto es que
el filme se pasa en un santiamén, de lo que genera atención y adrenalina, poniendo fuerza y velocidad en el metraje sin dejar de lado el drama con la busca del marido de la
cocinera embarazada; o la risa, como con el transexual, el guardia aprendiendo a
usar el celular y el arresto, en un thriller que sabe explotar muy bien el
género y compartir momentos con lapsos de otros. Es un filme completo y que
muestra el buen nivel del cine latinoamericano que pinta de comercial pero con arte. Si todas las
películas de la competencia oficial de ficción del 17 Festival de Cine de Lima
van a ser como ésta y como Gloria de Sebastián Lelio tenemos goce asegurado y
una disputa muy bien peleada.