Fue una de las más llamativas propuestas que ofreció el III Festival
de Cine Lima Independiente que este año trascendió bastante no solo por su
oferta cinematográfica muy por encima del nivel del año pasado sino trayendo en
persona al director tailandés Apichatpong Weerasethakul. The act of killing estuvo
en la competencia internacional donde no se alzó con ningún premio, no obstante
viene de pasearse por pequeños festivales de alrededor del orbe donde ha recogido varios galardones,
e incluso estuvo en la Berlinale 2013 ganando el premio del jurado ecuménico.
La película es la ópera prima del director norteamericano Joshua
Oppenheimer quien tuvo la ayuda de gente que ha preferido mantenerse en el
anonimato. El trabajo duró cerca de 8 años y nos enseña a varios gánsteres, asesinos
y paramilitares involucrados en los asesinatos de 1965-1966 contra todo aquel denominado
comunista en el país, en Indonesia, de lo que esa fracción política e ideológica fue
exterminada en una purga de más de un millón de habitantes. Presentado por Oppenheimer como una denuncia velada tras
la fachada de realizar una película desde la propia voz e imaginación de los
perpetradores criminales que recrean sus asesinatos mediante la emulación del
cine noir, el terror, el western o el musical, no habiendo oficialmente ningún
tipo de proceso judicial para con ellos que hablan libremente sin temor a ninguna
investigación legal al punto de que la historia permanece en la “oscuridad”, aunque
en realidad es vox populi y hasta sentido de orgullo y medida de fuerza y poder
sobre la población dentro de una democracia dudosa, como se ve en la hegemonía del
movimiento paramilitar llamado Pancasila Youth que está coludido con el
gobierno y presenta respaldo a vista y paciencia de todos, donde tienen cerca
de 3 millones de asociados militantes; desfilan, tienen parlamentarios y ministros
salidos de sus filas, poseen influencias en la prensa y hacen mítines.
Oficialmente los asesinos son los triunfadores, están en el
poder o sus ramificaciones están muy sólidas ahí, y como dice uno de propia
boca, la historia la escriben los vencedores y el juicio general o alguna
imputación por crimen de guerra pasa por sus manos y su disposición, lo que
viendo el panorama está muy lejos de suceder, y más temen y sufren las víctimas
del comunismo o de cualquiera que se coloque de lado de estos, que han sido desde
intelectuales hasta ciudadanos chinos que siguen siendo extorsionados por estos
matones y homicidas que yacen en total impunidad y hasta gloria o fortuna,
habiendo quienes han aprovechado comprando terrenos a través del miedo.
Se toma muy a la ligera el asesinato en una practicidad e
insolencia que si no fuera por el tono nos llenaría de pavor, pero eso nos
choca de otra forma, debajo nos genera un estado racional tras el proceso de
superficialidad, porque el acto se vuelve tal cual se fractura el cuello a una
gallina en un mercado y nuestra concepción del valor del ser humano aun en un
fuera de cámara importante -las recreaciones hablan de los criminales y sus actos
pero no de los cadáveres en sí, de nombres, de los exterminados- nos atraviesa la
consciencia en todo el documental (no se puede obviar esa personalización
mental, ese entendimiento de este abrumador genocidio), y salta inmediatamente
el pensamiento de ¿qué se puede esperar del mundo ante esto?, de ello que el
título del documental sea apropiado y sea como una revelación de la siempre
complicada naturaleza humana que desde el relato bíblico de Caín y Abel muestra
nuestra inclinación a matar, aquí a un grado inaudito para muchos de nosotros
aun inocentes en ciertas auscultaciones existenciales, si es que los
paramilitares presentan algún tipo de alma o cavilación aunque por lo que vemos
no están del todo deshumanizados sino son bestias a la hora de las ejecuciones
pero que tienen personalidades con matices de otros tipos de concepción general
similar al resto del mundo, y viéndolos a ellos se rompen los límites tan
abruptamente que duele verlo, de admitirlo. La condición humana desaparece a
través de su crueldad (celebrada y justificada a su imaginación) y la cotidianidad
va de varios planos juntos, la oscuridad con la luz en el mismo espacio indistinto
o a un lado de otro, incluso los tipos se entretienen mientras matan. Una definición
que hace más ardua la convivencia, la fe, los ideales, la idiosincrasia humana,
que empaña el mundo aunque lo desenmascara, lo llena de ignominia y a nosotros
como esencia.
No hay ningún acto de constricción, sino en todo el filme
hay una fiesta y una jactancia, se dan detalles de lo más abiertos,
entusiasmados los criminales en ser inmortalizados en una película donde creen
deber mostrar sadismo (las ideas se tergiversan en sus percepciones donde la
subjetividad aflora macabramente, el mal se confunde con el bien sin escollo
intermedio; dicen gánster viene de hombre libre y de ahí parte toda la cultura
del terror que defienden y han concebido con otra argumentación alterna que los
enaltece), se tiende a exagerar para destacar sin saber del alcance de lo que se
habla o de profundizarlo, son muchos unos ignorantes, aunque otros parecen estar muy cuerdos y se
ven letrados y creen en lo que hacen con razones nefastas; se cuela en el
diálogo ser más que los nazis en cierto momento, compararse con lados oscuros
de ciertas naciones, y es como exhibir que la excepción no lo es tanto.
Debajo de tanta tontería, se esconde un mensaje casi intratable o que en nuestra simplicidad y optimismo nos es lejano de ver a menudo pero que es una realidad aunque poco asumida, y visto bien aunque el método se entiende porque genera la voluntad de decirlo todo, engaña un poco, parece una feria, un entretenimiento, y eso resta cierto grado de credibilidad, confunde, ¿qué es verdad y qué es el entusiasmo de la participación en pantalla?, ¿son tan ruines e idiotas estos asesinos?, pero como son los ejecutores reales, hay datos históricos fehacientes, y por ende, el espejo de la impunidad en el norte de Sumatra, ese valor queda y sobresale, y lo dicho al procesarlo, es demasiado terrible.
Debajo de tanta tontería, se esconde un mensaje casi intratable o que en nuestra simplicidad y optimismo nos es lejano de ver a menudo pero que es una realidad aunque poco asumida, y visto bien aunque el método se entiende porque genera la voluntad de decirlo todo, engaña un poco, parece una feria, un entretenimiento, y eso resta cierto grado de credibilidad, confunde, ¿qué es verdad y qué es el entusiasmo de la participación en pantalla?, ¿son tan ruines e idiotas estos asesinos?, pero como son los ejecutores reales, hay datos históricos fehacientes, y por ende, el espejo de la impunidad en el norte de Sumatra, ese valor queda y sobresale, y lo dicho al procesarlo, es demasiado terrible.
Hay mucha broma en sus representaciones, un gánster gordo y
vulgar, Herman Koto, se traviste de mujer a cada rato a pesar de tener familia
y supuestamente argüir cierta honra (la visión de sí mismos versa sobre lo
plenamente arbitrario, y es como un mundo paralelo para ellos, los egos son
aterradores aun siendo comunes), canta a voz en cuello celebrando sus anécdotas
homicidas o se lanza de parlamentario sin ninguna preparación ni plan de
trabajo (pero teniendo el antecedente de que el dinero y los regalos compran el
voto del pueblo, prometiéndoselos a futuro. La corrupción y la torpeza son mayúsculas, y
sin embargo, como todos los expositores, sigue libre y feliz suelto en plaza,
tanto que uno de los sicarios llega a intelectualizar de que la moral es
relativa); mientras Anwar Congo, uno de los protagonistas y asesinos, que se le
achacan unos mil muertos encima (y se dice que era uno más del montón, todos
juegan a quitarse mérito como quien desmerece lo ajeno para tener notoriedad, véase
claramente que aquí ser asesino y matar comunistas es algo para pavonearse,
para robar cámara), que ama el cine de hollywood tanto que bromea creyéndose parecido
a Sidney Poitier, se preocupa por cómo está vestido para sus recreaciones criminales
y echa a bailar un chachachá sin el menor rubor en pleno comentario de sus
memorias de gánster, aunque tenga alguna pesadilla de vez en cuando y vaya con
rumbo a ella a último momento, y a lo que otro compañero y verdugo lo llama
débil al presentar algún tipo de remordimiento, y le ofrece alternativas de
solución.
Son tipos que pueden ser hasta simpáticos a uno, aunque
ordinarios, gente que no se nos refleja cómo se les suele imaginar a los malos,
aunque su prepotencia y confianza apabulle y puedan hacer gala de violencia
actualmente, son tipos que parecen ser como cualquiera, aunque no lo son porque
son asesinos, lucen simples, con caracteres extrovertidos, alegres y hasta
extravagantes, pero lo que hace todo muy surreal, hasta difícil de creer, es el
descaro y toda ausencia de vergüenza o culpa, el tomarlo todo entre risa y
vacilón como si de un show de cómicos o adolescentes pasándola de lo más bien
se tratara (¿el momento en el programa de tv es real?, me queda la duda, parece
increíble tanta libertad e impunidad, y es que se atribuyen matar comunistas,
seres humanos, como si mencionaran objetos inanimados, sin ningún respeto y valor
por la vida; la tortura, el llanto, el miedo, la sangre que parece tomar la
irrelevancia visual de las propias historias, las casas quemadas, las niñas de
14 años violadas recordadas con lascivia, todo bajo el lente de la juerga que
ellos han creído vivir yace en una atroz naturalización de la brutalidad ejercida en toda magnitud. Si han querido compensar en su psiquis el peso de lo hecho
lo han conseguido en gran parte), superando la realidad a la ficción y la
ficción nutriéndose de ella, o viceversa.
Sienten pasión por el cine, el cual vivían en muchos de sus "trabajos", en medio de la necesidad inicial y materialista de ropa suntuosa, dinero para cortejar
chicas e ir de farra, ya que sus crímenes en ellos venían revestidos de superficialidad
escondida en la destrucción de una ideología, la que siguen explotando aun en el
presente donde sus familias tampoco coartan sus actos, no limitan sus relatos salvajes, ni su
argumentación soberbia por encima del derecho a la vida, ni su continua vanagloria. Copiaban procederes de películas (Anwar
utilizaba la estrangulación con alambre que era la forma más limpia que se requería,
y además original, a la diestra de lo cinematográfico, además de que trabajó en
un cine), como que en lo que vemos los moviliza la emoción de hacer su propio filme, contando
la historia de su país que sienten han labrado aunque extrañan la dictadura
militar; en tono de narrar su relajo e iniquidad, que los tiene en todo el
metraje bailando tan igual como en esa imagen del gigantesco pez dorado a orillas del
lago Toba, de ese restaurante de mariscos que cayó en la quiebra, en una jarana
al lado del abismo, de la que sale una clara metáfora, y la historia de la descendencia de la humanidad en la teoría de la catástrofe de Toba.
Es una fiesta y al final viene el asco, que es lo que queda de
todo lo relatado. Un filme rotundo que nos lo da a través de una lectura
atípica, visto como un cine de autor que nos hace cavilar en conclusión; las
atrocidades y la forma de contarlo y visionarlo se imponen como un lenguaje original,
atrevido, que tiene su eje en la oralidad y en la parodia, en que lo importante
es la revelación. La estética gore o trash, de cine B, de vídeo amateur, es
como el pretexto que cautiva en su razón de ser (anulando parte de la empatía de estos tipos que se muestran grotescos, ridículos, perversos y descarados), y
que hace más degenerado el ambiente, la influencia de la banalidad, un reflejo
de la vida en sí de muchas personas, en donde asesinar llega a ser tan superficial y en
que la gravedad del filme subyace en aquella impunidad, en el desparpajo de
contarlo y en nuestra incredulidad.