sábado, 26 de noviembre de 2011

Dies irae

Dirigida por uno de los cineastas más respetados del mundo Carl Theodor Dreyer, para muchos uno de los máximos exponentes del intelecto a disposición del cine. En ésta su obra nos remite a la cacería de brujas impartida con fiereza a comienzos de la edad moderna, para ser exactos el relato nos coloca en 1623 con la acusación de pacto con el demonio de la anciana Herlofs Marte. El reverendo Absalon Pedersson se convierte en su confesor como su juez y a sabiendas de haber ayudado a la madre de su actual joven y segunda esposa Anne de salvarse de la hoguera para contraer matrimonio con su hija la encuentra culpable obviando sus suplicas y recriminaciones ya que ésta cree fervientemente que a quien salvo era una hechicera a diferencia de ella.

La trama de la cinta nos recrea la persecución por herejía en un pequeño pueblo evangelista regido por su alta devoción religiosa dirigido por un poder eclesiástico que rige los destinos de la gente en donde Absalon es el más alto representante movilizando la obsesión por desterrar del mundo las prácticas oscuras en contra del nombre de Dios como suelen fundamentar en defensa de sus salvajes actos. Utilizan la inquisición y se valen de la tortura como del rumor para lograr confesiones que terminan impartiendo la pena capital en el más terrible sufrimiento, ser quemados vivos.

A ese fanatismo que mantiene a Absalom en constante meditación de sus propias acciones propiciadas por el juicio a Herlofs Marte, se siente culpable de haber obligado a su presente esposa a unirse en matrimonio a muy corta edad sin jamás consultarle y bajo larga diferencia generacional, se suma su fidelidad para con su iglesia de cara a elegir entre su deber para con ella y el favor que le ha entregado a su cónyuge. A su madre, la severa Merete no le queda duda de que su responsabilidad no es para con Anne a quien detesta haciéndolo notar sin concesión ya que siente que es la única gran falta de su idolatrado vástago y hará cuanto pueda para sacarla del camino.

El tema se embrolla con la llegada del hijo de Absalom de nombre Martin, un joven educado, recto y fiel a las creencias familiares que terminará quebrando su moral, el cual deberá hacerse cargo de una decisión, la fuerte disyuntiva entre él o el respeto por su padre, la fe o el amor siendo quizás ya demasiado tarde. En ese trayecto Anne descubre que puede ser vista en la misma señal de su progenitora, unos extraños ojos encendidos que la sindican de bruja con la gracia de manipular a cualquier ser vivo e invocar a los muertos, sin embargo confía en que su afecto sea retribuido. Absalom ve candidez e inocencia y confía en su mujer a pesar de la insidia que genera su energúmena ascendiente a la vez de absorberse en los dilemas que le exige su vestimenta cristiana. Anne saltará de la adustez a la vivacidad y no faltará a la exhibición de sus sentimientos colocando prioridades que le serán proclives a la desgracia.

El título de la película nos habla de un himno latino que quiere decir día de la ira que canta la petición de compasión y perdón, de la aceptación para ingresar al cielo frente al juicio final en medio del apocalipsis. Dreyer hace bien en utilizar dicha simbología que se hace clara aunque bajo la batuta de los hombres que se encargan de emitir veredictos en razón de salvar el alma humana. Retrato que se pliega a la época rodeando el filme de verismo ya que en realidad cabe la posibilidad de que exista en sus mentes la brujería, la fe no se discute si no se presenta como el sendero que todo lo subyuga, infringirla solo permite el pecado y es que el cineasta nos deja la tarea de analizar por nosotros mismos lo que vemos, no nos fuerza a pensar como él sino se maneja sutil, siendo el filme dinámico para haber sido filmado en 1943 y según la temática, tampoco busca ser muy europeo pero no se presenta predecible en su desarrollo o desenlace aunque los hechos yacen en el imaginario común, es decir que saca provecho de una situación manida para hacer una historia propia.

Las interpretaciones son solidas y son grata característica que agrega rasgos definibles en los personajes sin caer en la caricatura, los identificamos con facilidad en sus odios (la abuela), miedos (la condenada), pasiones (Anne), cavilaciones autocríticas (Absalom) y ambigüedades (Martin). El director danés maneja un bello blanco y negro con lucidas sombras al mismo estilo de los influyentes claroscuros de Michelangelo Caravaggio. Sugiere y se manifiesta tenue pero otorgando consistencia a los caracteres a la hora de mostrarse tal cual son, es un estilista que no se recarga y que da luz a las expresiones generando un ambiente incierto que recurre a lo imprevisto y da el giro donde menos se piensa con la impresión de hacerlo cuando quiere, aún ya habiendo tantas formas conocidas no deja de tener autoría sin que yazca mucha pompa a pesar del intelecto del narrador en confabulación con el espectador despierto.

martes, 22 de noviembre de 2011

Una noche con Sabrina Love

Basada en la novela del escritor argentino Pedro Mairal nos cuenta la historia de Daniel Montero (Tomás Fonzi), un joven de 17 años que vive en Curuguazu, un pueblo en el interior de Argentina, y que tras enviar una carta cargada de ternura logra ganar el premio mayor en un concurso televisivo auspiciado por un programa erótico, el cual es acostarse con la actriz porno Sabrina Love, la bella Cecilia Roth, que contaba con 44 años de edad muy bien llevados.

En una naturalidad característica nos despliega un personaje que debiera ostentar vulgaridad y en cierta medida no le falta, sin embargo en su lugar predominantemente se pega a la franqueza y transparencia de su personalidad como a la de su quehacer laboral cotidiano, trasmitiendo sensualidad y superficialidad sin caer en la mala broma imitativa teniendo algo de matiz que cae en un romanticismo, inocencia y un deseo de no juzgar con demasía a su modus vivendi, a fin de cuentas es lo que es sin tapujos y sin vergüenza, un ser humano más rodando en el mundo aunque es clara la intensión de otorgarle dignidad, sobrellevar la realidad y hacerla simpática pero otorgándole una que otra seña de identidad que remitan a su verdadera esencia, en ese sentido es un personaje entre verosímil y maquillado para que funcione con el juego admirativo y la ilusión afectiva que presenta Daniel. En eso quiere basarse el filme y suponemos que también la novela, brindarle sentimentalismo a la propuesta, es la iniciación sexual y el descubrimiento de la madurez de un muchacho despierto como bastante sensible.

A la par, con la esperada noche de sexo con su ídolo resolviendo la aventura del viaje a la capital y la hazaña de amoldarse a su modernidad y liberalidad, está el hecho de comulgar con un vinculo con su hermano mayor, quien ha defraudado el futuro que prometía, pasando de recriminar a su padre su poca aspiración en el trabajo de vidriero para venirse a Buenos Aires en busca de su desarrollo personal a terminar siendo un mantenido por una pareja amorosa de mucho mayor edad, Julia (Norma Aleandro), fotógrafa profesional que no es eje importante en la historia y que no genera mayores controversias y es que el filme no pretende ninguna.

Todo el contexto está expuesto como que yace en la perfecta normalidad, como que no hay nada que discutir ni reflexionar, es tal como se ve en un ambiente pacífico, realizado y muy aceptado en la sociedad sin problemáticas, limitaciones o enemistades alrededor salvando al celoso productor que en exhibición de doble moral estando casado y explotando a Sabrina tiene algunos ataques de celos frente a la promiscuidad de su pareja.

En resumidas cuentas es asistir a la noche de iniciación sexual bajo especiales exigencias de un chiquillo pueblerino aunque poco lento a razón de no minimizarlo sino hacerlo artífice activo de un periplo nada sencillo realmente, que no ha perdido su calidez humana que es la base de la historia sino sería más fría, poco identificable y simple de lo que pretende, que además ostenta mucha suerte y tino para resolverse, ya que las circunstancias lo favorecen constantemente siendo licencias que ayudan a mover los hilos que se desean manifestar y es que tampoco se trata de hacer el asunto difícil más que familiarizar al espectador con el protagónico y entretenerlo con una anécdota magnificada.

Vivirá tres relaciones contradiciendo en parte la idea de su naturaleza de buen hombre que se le adjudica muchas veces -o en todo caso tiene carácter muy indulgente emotivamente- ya que se comporta como un lobo con piel de oveja aunque sin notarlo ni queriendo que sea tal pero que sus acciones lo sindican de esa manera o es que simplemente actúa sin pensar llevado por sus inclinaciones más básicas, la gracia de un bobo santamente afortunado, fuera de que se fuerce a volver al cauce ideal poniéndolo alterado cuando ve a Sabrina filmando una escena para adultos, para más tarde en última consecuencia mantenga su admiración en la despedida, dando a entender la verdadera cara de la película, la banalidad.

Daniel está entusiasmado con una actriz pornográfica más dulce, centrada y comprensiva de lo que debería y no solo se trata de evitar el estereotipo, a la vez de una relación veloz y efímera que solo se puede entender si la atracción y la desinhibición han perdido su elaboración tradicional para convertirse en cuestión de tomar lo que uno quiere sin ningún protocolo o seducción de por medio, lo que parece ser ya que un personaje, el extraño escritor vagabundo de poemas al estilo de Bukowski, dice que en Buenos Aires las mujeres son demasiado liberales, en la reportera idílica que vive como rica, y por último la chiquilla cándida y dulce que alimenta el lado humano del que se le quiere revestir.

De la cinta dirigida por el cineasta argentino Alejandro Agresti solo se puede sacar que parece el sueño del autor, no se trata más que buscar el placer pero como reza el filme sin perder los valores y creciendo, es la incongruencia más grande ya que no se evoluciona sin ver, sin entender, si no se observan responsabilidades, si no nos desengañamos, si la vida no nos presenta su rudeza. En el plano intelectual es ampliamente vacía pero vista como un periplo sensual tiene gracia, observar a Cecilia Roth en semejante personaje tiene gancho aunque incluso la noche prometida sea no solo rauda en el acto sino propia de un cuento de hadas y es que no queda más que dejarla con éste rótulo, atributo que la libera de cualquier carga que deje con absolutamente nada a la película teniendo a favor el ritmo, el retrato del padre de Daniel, la ambientación urbana (en la sala de baile con el tango, en el espectáculo con la música tropical), el cameo con Charlie García o la idea del encuentro sexual con la actriz porno.

domingo, 13 de noviembre de 2011

Confessions (Kokuhaku)

A veces la venganza se convierte en la única salida al dolor, esa es la premisa que articula la película del cineasta japonés Tetsuya Nakashima. Yuko Moriguchi, una profesora de colegio secundario confiesa que dos niños de su clase, menores respaldados por la ley de no ser castigados con prisión por asesinato, han matado a su hija Manami y ni siquiera yacen condenados oficialmente ya que ha sido interpretado el incidente por un accidente, entendiéndose que la niña se ahogó en la piscina al caer, sin embargo la verdad sale a la luz por deducción y una concatenación perfecta, para que luego al poco tiempo llegue la admisión de boca directa. Ésta les dice a todo su alumnado que ha colocado la sangre de su pareja infectado de Sida en los envases de leche de a quienes solo señala como A y B, siendo el motor de muchas consecuencias que se remiten a un pasado bien solventado.

Su resolución desata la locura de uno que queda recluido en su casa abandonado higiénicamente ante la desesperación de su madre que lo cree un chico bueno a pesar de saber que es causante de la supresión de una vida culpando a todo menos a su vástago, y el otro sufre de hostigamiento escolar ante su indiferencia de lo que ha relatado su maestra públicamente la cual ha dejado su labor pedagógica tras su maquinación que no termina ahí sino mantiene en continuo reglaje y estira sus tentáculos hacia su reemplazo quien sin querer tortura con su presencia y su buena disposición a uno de los jóvenes criminales.

El desenlace continúa y se nos muestran las existencias de los dos malos elementos que aunque pequeños son dignos de temer tan igual a los peores peligros de una ruptura del orden establecido para la convivencia civilizada dentro de la sociedad. Uno corrompido por la ausencia de su madre teniendo grandes facultades intelectuales planea sucesos violentos que atraigan su atención mientras el otro simplemente ha sido manipulado debido a su carencia de escrúpulos, su simpleza y su soledad. Ambos están aparentemente acabados o no les importa su porvenir salvo en uno resolver la falta de cariño de su progenitora. Tanto víctima como verdugos viven en el infierno dedicados a hacer daño ante sus propias justificaciones o a desparecer del mapa en el caso del monigote demente que solo sabe gritar y encerrarse en su habitación.

Moriguchi inicia las confesiones y con ella se suceden sus dos terribles creadores, luego también otros alumnos relacionados con ellos. En medio de una infelicidad emocional se hace hincapié en el deseo de acaparar miradas mediante la red social. También se busca satisfacer solo a uno mismo menospreciando al prójimo que se convierte en poco menos que un ente vacuo e insignificante. Por su parte la maestra tiene obstruidos sus valores como su bondad para dar rienda suelta a su ira, no quiere escuchar a ninguna consciencia, atribuyéndose la justicia por sus manos, frente a la imposibilidad de que tenga resarcida su pérdida de ninguna forma por una reglamentación judicial que permite engendrar salvajes homicidas amparados en el absurdo de no ser sometidos al orden general sino que se rigen a la impunidad.

Definitivamente la polémica está servida, no obstante la profesora no se gana nuestro respaldo aunque no faltará inclinación subjetiva minoritaria, como cuando se juzga por dar un caso la pena de muerte y no podemos más que encontrarnos en un callejón sin salida frente a unas leyes que no controlan ni cuidan a los ciudadanos nipones. Es la recriminación del sistema a través de una ficción práctica de rechazo a los culpables en alusión a la exención del menor, en el que no es un cuento de hadas ni una enseñanza moral solo pura pasión desbocada en un ir y venir intenso con un canto a la estética de la violencia y el fanatismo más exacerbado en irresponsable mensaje que no deja de ser audaz por su atrevimiento en tocar un tema tabú en la gracia de la redención sacrílega.

No es de extrañar que el cine asiático aborde dicha trama en una vertiente que se adjudica el arte sin restricciones desde hace buen tiempo y que hace de su propuesta cinematográfica una perfecta demostración de subversión artística y originalidad. No es para ganar premios sino para tallar en el culto del espectador que se mete en ese limbo fantástico donde se entiende la imaginación como puerta al disfrute lejos de lo convencional, el que peca de entretenimiento de poca racionalidad abocándose a lo emocional, a lo primitivo.

La música que acompaña la película está en inglés, habría que ser más nativo ya que provee de una identidad que se respeta más a la hora de apreciar el arte, porque uno quiere ver algo distinto y no repetir una fórmula, una pequeña contradicción, pero que se gana tanto seguidor de su cine por la muestra de su perspectiva, afín a su idiosincrasia, con formas y recursos que otorgan renombre, distinción y un toque de sobredimensión. 

lunes, 7 de noviembre de 2011

Luz de gas

Una joven atractiva abandona la casa de su tía que la ha criado, tras hallarla estrangulada sin tener a ningún culpable. Es el comienzo que articula George Cukor de su cinta de 1944 llamada Gaslight. Una carroza que se aleja despacio, una noticia en el periódico y unas pocas palabras alentadoras que le piden que supere lo acontecido, que siga adelante, unos ojos súbitamente profundos e insondables.

La dama en otro país se enamora y regresa a la vivienda del crimen con su nuevo marido, a la 9 de Thornton Square, sin embargo en su hogar empiezan a pasar sucesos extraños que solo ella identifica como escuchar constantes ruidos en el techo o el descenso del gas en las lámparas a cierta hora, agregando olvidos, pérdidas y cambios de lugar de objetos que relativizan la cordura de nuestra protagonista. Sobre ésta se cierne la sombra de la difunta que fue una cantante famosa de buena condición social, muy admirada por su belleza y generosidad. El pasado de Paula Alquist (Ingrid Bergman), la sobrina, alberga familiares directos de locura y poco a poco empieza a cuestionarse si está perdiendo la razón.

Su cónyuge, Gregory Anton (Charles Boyer) desconfía de sus palabras por los hechos que pasan, raros sucesos que acaecen a su alrededor que la tildan de cleptómana y de tener alucinaciones aunque trata de ayudarla consolándola en aquella “prisión” señorial que la aísla del mundo, mientras pasa vergüenzas con una de las criadas, una irrespetuosa y liberal muchacha de nombre Nancy (Ángela Lansbury). En medio de esa soledad, miedo e inseguridad Paula trata de no volverse loca mientras el espectador saca sus conclusiones a temprano tiempo no sin perder su expectación requiriendo unir los cabos que esconde la trama y que a medida que se incrementa el clímax de la película con mayor ímpetu uno quiere responder.

George Cukor, director de ésta notable obra maestra del género de terror, nos pone el misterio a la orden y nos coloca dos circunstancias principales a indagar, el homicidio de Alice Alquist en una Londres de bello blanco y negro, neblina y lúgubres calles vacías, como la posible insania de Paula, interpretación que le valió el Oscar a Ingrid Bergman.

Junto con ella está Charles Boyer, en una impecable actuación como un distinguido pianista de grave acento y ojos penetrantes que hace un festín de encanto y arrebato en rápido cambio. Su papel parece de aquellos que ponen figura a un actor para siempre, un elogio de asertividad y total mimetización. También Bergman seduce con su delicada hermosura indefensa ante el contexto que la embarga y la jalonea con libertad hacia el abismo. Y como no puede haber una chica en peligro sin que algún caballero andante -el segundo en disputa- trate de rescatarla de esa oscuridad, aparece la presencia de un policía de Scotland Yard, Brian Cameron (Joseph Cotten) que atraído por recuerdos de infancia, un caso que le interesa y deslumbrado por el parecido de Paula con su tía quiere aproximarse a ella.

La dirección de Cukor es clara y sin trampas, desde el principio nos pone en el tramo y no nos hace tan participes de nada sobrenatural aunque se puede pretender algo de ello, en todo caso los elementos no son espectaculares siendo afín a la mesura y sutileza que nos pone a dudar de Paula. Es una película convencional, sin violentas sorpresas ni torceduras, que basa su trama en el trato y en la interacción de sus talentosos artistas, entre Boyer y Bergman que dan la emoción al pie del cañón, juzgando en contra a Paula o a favor de su sensibilidad y de su recato, que en último momento solo queda armar el cuadro que relacione y que justifique el motivo del homicidio, de a conocer al asesino o las demás incógnitas en una creación entretenida y bien hecha sin estridencias pero con amague. En eso no tiene nada que envidiar a ninguna otra propuesta en el género. El final llega y cierra el círculo en franca calma.

El aspecto del romance se oscurece veloz con la precipitación al enigma pero tiene parte en el filme cuando Paula le dice a su maestro de canto que está completamente apasionada por alguien como para dejar su vocación musical. Ávida de felicidad expresa lo que siente en el corazón hasta más tarde queriendo cumplir el sueño de su futuro marido de vivir en Londres coincide con la tristeza ocurrida hace 10 años atrás cuando dejó la ciudad para rehacer su vida en Italia.

El relato mezcla muy bien lo serio -que no remito a la dificultad del filme, ya que éste es uno bastante amable, teniendo facilidad para cautivar al espectador- con lo ligero, en la elegancia natural y el convencimiento argumental, la auto-consciencia y su trasmisión perfecta bajo la fluidez narrativa. Mientras se atiene a pequeños gestos, tomando total consciencia de las performances que lo avasallan todo a su paso, ligadas mayormente al interior de la intimidad de esa casa que es participe de conjeturas y de las huellas de un caso sin clausurar, de más de una obsesión, del pánico que acude a Paula desequilibrándola, y en ese punto nos preguntamos por esa carta escrita dos días antes de la muerte de Alice o por un regalo a un admirador desconocido.