domingo, 30 de abril de 2017

Merry Christmas Mr. Mo

Una película que empieza como todo filme que se pretende fácilmente de cine arte, con un hombre al que todo le molesta, es antisocial y es raro, pero no insoportable, se le pretende irónico en tono leve, un barbero que no gusta de hablar, de no comunicarse demasiado y teme hasta recibirle el almuerzo a su cuñada para no deberle ningún favor. Pero pronto el filme gira y se vuelve una película de la relación del protagonista Mr. Mo (Gi Ju-bong) y la gente que lo quiere de alguna forma, incluyendo a los asiduos de un club de natación, especialmente con su hijo cineasta ayudado por una esposa más inteligente y buena onda que él. Mr. Mo se muere de cáncer y quiere hacer una película, siempre quiso ser actor y nunca pudo, y se inspira en Charles Chaplin y en su propia enfermedad.

El filme del surcoreano Lim Dae-hyung viaja con Mr. Mo a preparar la película, un acierto es que el corto que veremos al final lo vamos apreciando –sin saber mucho- en escenas previas del filme que cobran sentido al verlas en el corto finalmente. El viaje de Mr. Mo tiene revelaciones, pero a estas les falta peso, y no generan ningún cambio o empatía especial, aunque más tarde en esa sala de cine reconozcamos a los pocos asistentes, gente secundaria, Mr. Mo ante todo ha sido un solitario y un hombre hermético. El filme tiene comedia y trasmite su pequeña cuota de sensibilidad, aunque pretende más de la que llega y cuando se relaja funciona mejor. En su desarrollo se vuelve más común y amable como película y gana más bien. Es un filme que no es perfecto, pero tiene su interés y entretenimiento.

Arábia

Un joven sale de la cárcel, quiere enmendar su vida. Lo vemos ir de trabajo en trabajo, mostrando lo duro que es sobrevivir, mantenerse a flote, para la gente honesta y de pocos recursos. Su intimidad la conocemos por el diario que ha dejado -y por su voz en off que acompaña y explica todo de principio a fin- y ha sido encontrado por un equis, el comienzo es muy endeble y poco importa como relato pero sí como significado de recepción general, sólo escuchamos que alguien lee y le parece interesante la vida de Cristiano (Aristides de Sousa), que contrasta con la suya, y puede hasta inspirarla. El filme, una road movie, va comunicando de los trabajos pesados que realiza Cristiano, los que son muchos, y a veces simplemente se dedica a mencionarlos. La propuesta nos enseña el de construcción civil, cargador de sacos, trabajador industrial, recolector de fruta, pero también presenciamos algún agradable momento de camaradería, como aquella escena donde todos los compañeros cantan felices y contagiosos mientras beben y fuman. La música es importante, tanto como la pena que va dejando las muertes de los buenos compañeros. Cristiano muestra su agotamiento, su estar enterrado en trabajos pesados, donde llega a percibir la soledad y no tener más que mostrar. Su mayor logro, y mayor estado de felicidad, es cuando se enamora de Ana que considera muy inteligente, aparte de ser bella, y al comienzo cree le queda muy grande y lejana, cosa que no es así, parece más poética suya, la mujer en cuestión es muy simple, pero igualmente la mala fortuna le cae encima y llega la depresión, pero el filme como en aquel obvio sueño del oscuro bosque expresa que lo importante es estar vivo, seguir en pie, vencer esa lucha que es ser correcto y seguir optimista tras la felicidad. La obra de los brasileños Joao Dumans y Affonso Uchoa trasmite humanidad y honestidad, pone en la palestra la voz de los humildes. Cristiano tiene una vida difícil, aunque común a muchos, siempre a puertas de caer en lo criminal, de tentarse por lo fácil y abandonar el trabajo duro. El filme rinde tributo a aquellas personas que afrontan toda esta realidad, hallan fuerzas para levantarse temprano todos los días, ser probos y máquinas de trabajo. 

sábado, 29 de abril de 2017

Adiós entusiasmo

Esta coproducción entre Argentina y Colombia dirigida por el colombiano Vladimir Durán se hizo merecedora del premio de mejor director y mejor película colombiana en el Festival de Cine de Cartagena de Indias 2017 (FICCI). Durán emula el cine de Yorgos Lanthimos pero de manera muy leve, muy mínima, con una situación central, con una madre que vive encerrada en su cuarto, nunca la cámara la deja ver, solo se comunica por una ventanita del baño y habla tras la puerta, da indicaciones, consejos y mimos a su hijos, y recibe su comida, libros, vídeos de películas o su cumpleaños que celebran en la casa pegados a su puerta. Aparte de este encierro voluntario, de lo que una pelea clama que es porque la madre está loca, se sabe que toma algún tipo de pastillas, su cumpleaños lo decide celebrar 3 días antes de la fecha porque así lo quiere, se le antoja. La mujer tiene 4 hijos, 3 mujeres jóvenes y un chiquillo, ellos cuidan de ella, pero a veces sienten fastidio hacia su situación, sin embargo nunca se oponen, lo aceptan sin justificaciones que conozcamos. El filme tiene esa rareza, después es lo más ordinario, aunque todo gira alrededor de ese cuarto de la madre que nunca vemos por dentro. Tampoco esconden la situación, los hijos llevan gente a su casa, pretendientes y amigos. El filme puede interpretarse como el extremo de una enfermedad mental, tipo Howard Hughes, aunque a la madre se le oye muy despreocupada, pero también a ratos inocente. El acomodo de la situación igualmente recuerda a The Wolfpack (2015), como con el pequeño festival de variedades que se montan, preparándose con anticipación, pero por sentirse atraídos hacia su madre, se percibe voluntad propia, a la que se supone quieren proteger y compartir con ella, producto del amor, ya que la madre suena muy afectuosa también aun tras su encierro, y se acomodan a ese atípico eje, aunque se presiente que produce ciertos enraizamientos psicológicos en los hijos que a la larga les puede terminar cobrando una factura. 

El Amparo

La ópera prima del venezolano Rober Calzadilla es un filme de denuncia y derechos humanos, retratando la masacre de El Amparo, localidad venezolana ubicada en el estado de Apure a orillas del río Arauca y fronterizo con Colombia, donde fueron asesinados 14 pescadores por las fuerzas militares venezolanas que los creyeron guerrilleros colombianos. Ocurrió el 29 de octubre de 1988 durante el gobierno de Jaime Lusinchi en manos del Comando Específico “José Antonio Páez” (Cejap). El filme nos habla del hecho real de la sobrevivencia de 2 pescadores que se tiraron al agua y se escondieron, los que más tarde fueron inculpados de terroristas. Según el filme el gobierno y el ejército trataron de deshacerse de ellos, luego intentaron que firmaran una confesión de culpabilidad. El gobierno no quería aceptar responsabilidad, y quiso comprar a los familiares. Lo mismo pasa con el contratante de los pescadores que va queriendo convencer a las esposas.

El filme delinea mucho la figura y se pone en clara y potente defensa de los pescadores, y exhibe al gobierno de Lusinchi y al ejército como corruptos. Las circunstancias de las muertes no se revelan más allá de lo muy esencial y básico, que solo queda imaginar los motivos concretos. La propuesta pierde cierta sensación de cine arte ante su cariz subrayado de denuncia, pero en general está acompañada de una buena estética y las actuaciones son dignas. En el filme uno ve como el pueblo respalda a los sobrevivientes y lo mismo el policía local que se comporta heroico, también los dos pescadores inculpados, Chomba y Pinilla, se niegan a firmar confesiones con abogados tramposos, todo surge muy obvio, y algo fabuloso, pero hacen pensar en una lucha valiente y desde abajo por los propios derechos, por los derechos de los humildes y desprotegidos, que es lo que quiere dejar fehaciente la película.

No es un filme con matices, aristas o ambigüedades, aunque a la película se le siente palpitar, querer tocar emocionalmente, por lo que abunda lo dramático sin llegar a lo patético, si bien la emboscada del comando específico no se llega a ver, sólo la salida cargada de fiesta y optimismo, entre música, alcohol barato y distintas generaciones, lo que acerca al público hacia la cotidianidad y el trabajo duro de pobladores pobres. La despedida por miedo y cansancio de la esposa de un sobreviviente –las esposas y familiares juegan un papel importante, más que el periodismo que se ve útil pero secundario- o la procesión de los entierros en que vemos llorar a Pinilla, o a Chomba clamar ser todo lo peor menos guerrillero, logra alguna conexión más íntima. Otros momentos dramáticos son la confusa bulla que hacen afuera de la dependencia policial por querer saber que ha pasado con los pescadores, algunos diálogos entre esposas que confrontan no venderse y defender y guardar memoria, o una mujer corta verduras y hace ver el cuchillo entre sus manos como posible reacción. 

viernes, 28 de abril de 2017

Los territorios

Se presenta como un documental, pero termina diciendo el director y protagonista del filme, sea con su voz en off o con su presencia, ya que la propuesta trata de él, el argentino Iván Granovsky, que se considera actor, no productor ni director de cine, mucho menos periodista (específicamente corresponsal de guerra) que es a lo que juega en la presente película, con lo que da a entender que el documental más bien trata de un cuento. Pero, ¿qué vemos?, a un chico bien, de familia con dinero, por la madre, y de padre periodista político, que busca encontrarse en alguna labor, tener algún tipo de éxito, aunque exponga más bien sus fracasos, pero muy ligeramente, como quien quiere caer simpático.

La película pasea por diferentes partes del mundo, juega con las banderitas (la de argentina hace gracia con el sol de cabeza), esto se ve muy fácil, muy relajado, los viajes son el plus del filme, lo que lo hace más que una ocurrencia de a ver en que puedo brillar. Granovsky intenta hacer de periodista, pero no le nace muy bien, aunque tiene un fuerte vínculo con su padre –que admira- a quien entrevista y comparte un trato próximo en la película. El protagonista enseña en pantalla sus cartas/conversaciones intimas con sus padres, amigos y algún posible contratante. El filme intenta y logra ser cálido en su tono ligero. También se pretende espontáneo, como que se va haciendo el filme al andar, con los pedazos de cada fracaso, que acerca empatía con el público o eso supone, incluyendo los amorosos, ya que Granovsky no es ningún conquistador, es un hombre sencillo, de eso va, hasta demasiado simple y con muchas limitaciones si pensamos en los fracasos, cosa que uno creería lo contrario con su personalidad, esa que exuda como guía del filme, con una voz que se oye inteligente.

El filme fluye, no es muy revelador, pero también pretende transparencia, leve intimidad, aunque quiera al final catalogarse como actor, que está fabulando una ficción de cómo se muestra, un perdedor en busca de gloria (dinero parece que ya tiene). Granovsky nos dice, no soy ninguna luminaria, nos muestra sólo a un buen tipo, uno como cualquiera diría. El filme tiene gracia aunque no va de nada especifico, lo cual es un tipo de cine arte y de documental, y a veces importa demasiado poco, pero entretiene, genera atención y puede que hasta complicidad, aunque surja intrascendente, filmando a papá, casual con mamá y paseando (por ahí hablando sin anhelo de profundizar de judíos y palestinos, de terroristas, de protestas o del contraste de derecha e izquierda). El filme termina y uno pareciera oír a Granovsky en elipsis diciendo: el éxito tampoco me quita el sueño, sino que es divertido viajar a donde sea, y hacer documentales al respecto. 

The Love Witch

Estamos ante una película con grandes virtudes de composición, y también como ensayo, con un discurso sólido y bien relacionado al mundo, a lo próximo, y a su propia historia especifica. Entre lo destacado del filme tenemos su estética, su puesta en escena, incluso un tono narrativo telenovelero (en el buen sentido, en lo adrede), en una propuesta que también recurre a homenajear al sexplotation y al cine cutre de terror de los 70s y 80s y hasta al cine de Herschell Gordon Lewis, sin gore, pero lo hace de manera estilizada, luce todo como una construcción calculada más no por limitaciones de perfeccionamiento, donde el erotismo y la sensualidad trasciende, no se presenta vulgar ni torpe, aunque tiene de explícito y de recurrente, porque este es parte importante de la argumentación.  Los hombres se guían por el sexo, por el cuerpo seductor, por el deseo del sexo casual, por las fantasías, por lo netamente físico y no pretenden nada más que divertirse, mientras las mujeres buscan al hombre perfecto, al hombre fuerte, bello, inteligente y amable, con el que pasar del sexo, un recurso de acercamiento, al amor, donde exista la entrega y compromiso de la personalidad y la vida íntima. En la argumentación, que es típica americana, los hombres son reacios a comprometerse, a entregarse emocionalmente, las mujeres en cambio como la protagonista, la muy guapa Elaine (Samantha Robinson), anhelan tener una relación sólida y eterna. Pero piensan que ser mujeres recatadas y correctas no les dará aquel príncipe soñado, por lo que Elaine se vale de su cuerpo, de ser un juguete sexual para las fantasías de los hombres, para luego caerles con lo personal, pero la gracia del filme es que Elaine es una bruja que utiliza pócimas para que los hombres pasen de lo físico a enamorarse y se suelten hasta la locura, que se vuelvan emocionales y abiertos. Solo que nada es perfecto, y entra a tallar el “terror”, los hombres enferman y mueren (lo que suena irónico también).

The love witch, de Anna Biller, tiene humor fino, hasta los striptease de salón son del tipo burlesque, no se presenta como un entretenimiento superficial, es un filme raro, tanto como original y valioso. Lo de las brujas está adaptado a la actualidad, juega con una palabra gringa muy popular (bitch) que tiene tantos significados, que por algo está muy cerca de esta otra witch (bruja). Elaine es todo eso, una zorra, una mujer sagaz, también algo desalmada y centrada sólo en sí misma, aunque es producto de la sociedad, el machismo, los cuentos de hadas y la calidad unidimensional del deseo y composición de un gran sector masculino. El filme juega con una realidad mayoritaria, pero no lo hace de forma barata. El filme es rico en perspectivas. Las brujas (witch, bitch) son perseguidas y castigadas hoy en día aunque de otra manera. Elaine tiene de hipócrita en algunos casos, y de doble moral, porque quiere también un hombre perfecto, un hombre guapo y fuerte, y cuando estos se comportan como cliché femenino, muy emotivos y dependientes, son desechados. El filme también la presenta como una mujer sensible, de buenas maneras, delicada, calmada, aunque juega al papel de objeto sexual, lo que a primera vista y en la estética se percibe muy natural e inofensivo (lo pagano incluso se siente así, parece todo digno del teatro), no obstante representa el subterfugio para obtener y hacer lo que sea. El filme dentro de su complejidad finalmente argumenta en favor de la protagonista, que más que una puta cruel y avispada de apariencia amable y atractiva busca un apoyo psicológico en la brujería, porque esconde mucha ternura, puede que hasta un audaz aire melancólico y solo quiere un príncipe azul, pero tiene un trauma detrás (redoble de audacias), que llega hasta la psicopatía, y solo atrae “malos” elementos, el cliché masculino, los hombres mujeriegos, en busca solo de sexo, a los que pretende cambiar. 

jueves, 27 de abril de 2017

Semilla de maldad (Blackboard jungle)

Un profesor de nombre Richard Dadier (Glenn Ford) llega a una escuela que es una verdadera jungla donde los estudiantes son híper rebeldes y hasta violentos y criminales. Dadier es recibido con una pelota de béisbol que impacta contra la pizarra al cometer el “error” de dar la espalda, cuando advierten entre ironía y verdad que no lo haga. Habrán actos extremos en el colegio que sorprenden un poco para el año del filme, 1955.

Incluso un alumno intenta violar a una maestra (Margaret Hayes). La mujer es guapa y sexy, que se oye decir que pudo ser su culpa por andar provocativa. Un comentario machista que proviene de otra mujer, y no va a mayores, cuando la verdad es que los alumnos de este colegio estatal se comportan como animales salvajes, otros simplemente de manera infantil.

La película es bastante emocionante, además de que uno se pregunta ¿cómo se resolverá la situación?, que yace desbordada y parece imposible de vencer. Dadier intenta por varios métodos atraer respeto y atención, como de uno de los líderes de la clase, Miller (Sidney Poitier), que se presenta también rebelde y conflictivo. El filme se traslada en la mayor parte del metraje al peor escenario y lo mejor es la expectativa de ver cómo se resuelve, y lo hace inteligente y coherentemente. El filme es como atender un regodeo insoportable en el infierno, produciéndose montón de intentos de salida.

El problema central es otro muchacho de la clase (Vic Morrow) y la poderosa influencia que ejerce. Este personaje está creado como muy funcional, no tiene background, y es un verdadero demonio. En cambio el personaje de Poitier es complejo a un grado decente, se manifiesta con mucho mayor realismo. Este filme es elemental, pero está bien realizado, existe mucha tensión e intensidad y atrapa. Glenn Ford está también a la altura de su papel, ya que tiene que pasar por mucho martirio.

Otro maestro, Jim Murdock (Louis Calhern), es el caustico del grupo y crea curiosidad saber de él que uno hubiera querido ver su desenvolvimiento en pleno, que queda como elipsis y comentarios al vuelo. El filme abre y cierra con Rock Around the Clock, de Bill Haley y sus Cometas, la que fue la primera canción de rock puesta en el cine e hizo de ella un hit.

El director de la película, Richard Brooks, es uno de los grandes nombres del cine americano que cruza el cine clásico y llega a hacer cine hasta los 80s, su película más famosa es Cat on a Hot Tin Roof (1958), pero tiene varios títulos geniales como Sweet Bird of Youth (1962), A sangre fría (1967) o la ambiciosa y épica Elmer Gantry (1960). 

miércoles, 26 de abril de 2017

They Live by Night, Nicholas Ray y una doble función

Introducción: La filmografía                                                                                                                                                  
El cineasta americano Nicholas Ray es popular y mundialmente conocido por Rebelde sin causa (1955), una película de la que oímos siempre, incluso antes de verla e intentar ser cinéfilos hardcore. Es muy popular por el icónico James Dean que la protagonizó y ser su película por antonomasia, aunque no participó en muchas propuestas del cine, fueron solo tres. James es un grande, por iluminado, prometedor y por su muerte prematura. También porque Rebelde sin causa es el filme símbolo de una época y guía para otros cineastas. 

Ray además fue idolatrado por La Nouvelle Vague y los famosos Cahiers du Cinéma a los que también inspiró como cineastas. Nicholas Ray tiene una filmografía bastante buena. Desde luego, no sólo se trata de la maravillosa Rebelde sin causa. Dentro de su filmografía sobresalen dos títulos más en especial, el western Johnny Guitar (1954) con los duros Joan Crawford y Sterling Hayden; y In a Lonely Place (1950), un noir con dos iconos del género, Humphrey Bogart y Gloria Grahame (casada con Ray de 1948 a 1952). 

In a Lonely Place me recuerda a otra película maravillosa, Sospecha (1941). Pero en la de Ray la duda no es por poder ser un asesino serial de mujeres ricas, por interés económico; es por la sinrazón de la locura y la violencia incontrolable de la personalidad, el descontrol de las reacciones. Bogart levita con su naturalidad en el papel, y Grahame está igual de sublime. 

Otra película a tener muy presente, que en particular me parece gloriosa es The Lusty Men (1952), que retrata la vida del rodeo, y cuenta con otro tipo duro del cine, Robert Mitchum, que aparentemente no es el protagonista del filme, o no lo es a la usanza, no tiene a la chica brava y bonita (Susan Hayward) ni es la luminaria del momento en el rodeo (Arthur Kennedy); es un solitario y viene de capa caída, pero es un enriquecido personaje guía. El arranque del filme, el retorno al hogar, es una de las grandes escenas históricas del séptimo arte.

They Live by Night: Debut y gran película

La ópera prima de Nicholas Ray, Los amantes de la noche (1948), es otra excelente película, con todo lo que hace sublime al cine clásico; se brinda entretenida, con buen ritmo, precisión, claridad y profundidad emotiva. El filme es más romance que noir, aunque yacen fusionados. 

La trama nos habla de un joven ladrón de 23 años, Bowie (Farley Granger), junto a Chickamaw y T-Dub, dos experimentados, mayores, curtidos compinches quienes no dudan en matar a los que se les interpongan; se esconden donde un viejo grifero rural aficionado a la bebida y al despilfarro. En el lugar el viejo vive con su hija adolescente, Keechie (Cathy O'Donnell), ella y Bowie se enamoraran con inocencia y mucho romance. 

Bowie intentará escapar de la policía y formar una familia, anhelante de tener una vida común, apacible, lejos del pasado de cárcel que empezó a los 16 años por matar a un hombre y que lo persigue, está prófugo. Bowie roba pensando gastar el dinero en un abogado que lo limpie de sus delitos, pero sus relaciones criminales con Chickamaw y T-Dub lo arrastran.

El filme presenta a Bowie como una buena persona más allá de su situación, aunque la naturalidad con la que yace adaptado al crimen hace pensar más bien en una dualidad. Tiene maneras amables, y es sensible con Keechie, la que tiene carácter pero le falta mundo. Son una pareja humilde. La propuesta tiene escenas breves, diáfanas y muy potentes, como un matrimonio improvisado; o suspenso, especialmente cuando asecha el paredón, la sombra del final a lo Bonnie and Clyde (1967). 

La pareja predomina, y se van dando destellos de noir, se va cerrando el círculo, va quedando lo esencial, pensando que se trata de escapar del crimen y lograr vivir libres una vida sencilla. La pareja tiene química y son dulces, hay una agradable sensibilidad, ilusión y como se valoran los pequeños detalles juntos. Nicholas Ray maneja bien la acción; y jamás agobia con lo romántico (aunque tiene buena cantidad, tiene encanto). 

Doble función: otra versión de la obra de culto de Edward Anderson 

Lo ideal sería una función doble, junto a la otra adaptación de la novela Thieves Like Us, del americano Edward Anderson, de título homónimo en la dirección de otro director de culto, Robert Altman, hecha en 1974. No se parecen; Altman hace una película distinta a la de Ray. 

El romance entre Keechie (Shelley Duvall) y Bowie (Keith Carradine) tiene modernidad, es decir, merma la belleza de las formas, empieza a verse el mundo más notoriamente vulgar, aunque en la de Ray Chichamaw era tuerto y medio bruto.

Altman maneja otra manera de ser dulce e inocente, la nueva pareja son algo bobalicones, juguetones y bromistas, son una novedosa composición de pareja. En esta Chickamaw y T-Dub tienen más presencia, existen más aventuras en general y hay menos de los jóvenes enamorados. Una curiosidad es que Keechie es aficionada a la Coca Cola, y vemos mucha publicidad de la gaseosa, expuesta casualmente por los alrededores. 

Altman otorga a su película media hora más que la de Ray. Se pueden ver los mismos lugares pero expuestos de otra manera. Esto es estupendo, porque es ver el mismo magma pero dos películas muy distintas. Ray hace una obra ágil, redonda, no se hace problemas en nada, construye una obra completa sin demasiado; mientras tanto, Altman es extravagante y original, aunque un poco lento y a veces tonto. Ambos directores son propios de su tiempo, ambos ostentan personal genialidad. 

sábado, 8 de abril de 2017

Trilogía Oyama

Basada en la figura del nacido coreano nacionalizado japonés Masutatsu Oyama, legendario maestro de karate creador del estilo Kyokushinkai, no es ningún biopic, es jugar con algunas referencias biográficas suyas, y hacerlas participes de una trama más libre de una película de artes marciales donde el karate es la estrella. También se basa en el manga de Ikki Kajiwara por lo que se trasgrede mucho y se muestra una libertad que cae recurrentemente en lo políticamente incorrecto. En un momento Oyama (Shin'ichi Chiba, o Sonny Chiba) fuerza a una mujer sexualmente al creerla una prostituta vendiéndose a los americanos. Lo paradójico que ella luego enseguida le cuenta su historia, que es traductora de idiomas y su familia se ha sacrificado en la guerra, Oyama le pide disculpas rogándole perdón y termina enamorándose perdidamente de él. La primera película de la trilogía, Karate Bullfighter (1977), y toda la saga es propia de su tiempo, como de sus pocos anhelos artísticos, de una libertad amoral que será chocante y repudiada vista hoy en día. Y los filmes de la trilogía son así, sobre todo el primero y dígase que es el mejor del grupo, ya que como películas la cosa va decayendo.

Oyama es un tipo bruto, mal educado, vanidoso, conflictivo, aunque también se da humilde por momentos y se enternece con la realidad del que sufre, en esto hay mucha ligereza, no esperen mucho de la película a ese respecto. El filme es muy directo, mírese que el personaje de Oyama irrumpe en los dojos retando a los maestros y dándoles tremenda paliza, incluyendo a todos los alumnos, proclamando que el karate se ha convertido en un baile y ha perdido su veracidad, lo que él defiende, demuestra y promueve de la forma más llana, humillando a los llamados bailarines karatecas, ganando todas las peleas que propicia. No es una forma muy decente ni humana ni respetuosa de fomentar su heroísmo ni su arte pero así lo presenta el director Kazuhiko Yamaguchi, sino miren el arranque de Karate Bullfighter, en que Oyama se mete en el máximo torneo nacional de karate asistiendo con un traje roto y sucio, y cuando gana el trofeo lo arroja por una escalera y reniega del karate moderno o deportivo por creerlo una danza y no un arte marcial contundente y realista. En sentido ético el primer filme es harto criticable, pero como entretenimiento rocambolesco y libre tiene mucha más gracia.

En karate bullfighter el director se da cuenta qué comportamiento plasma el personaje Oyama y el maestro antagonista líder promotor de eventos y escuelas no lo soporta, dice que no tiene dignidad su karate ni su persona, sin embargo termina comportándose como un gángster y hace todo por matar a Oyama, unos dirán que tiene justificación, Oyama es una joyita. Karate Bullfighter asienta la leyenda de Mas Oyama cuando con sus propias manos éste mata a un toro bravo suelto contra la gente, pone rígida la palma de la mano y esta es como un cuchillo, la película y su leyenda histórica tiene de fantástica, Oyama corta botellas con aquella palma, y hasta desmiembra cuernos de toros. La lucha con el animal es una gozada.

El filme de Yamaguchi le da golpes morales a su héroe y hace que se dé cuenta, entre comillas, que el karate está siendo usado como un arma creadora de mucha violencia y de excesos, pero lo exhibe indirectamente como culpa, salvando a Oyama de la quema, con un discípulo suyo descarriado que en medio de todo adora a su maestro y este se enternece con él, lo mismo que sucede con un niño y su madre de los que trata de conseguir perdón rechazando el karate (que graciosamente terminan echándole porras a su arte y creando escenas sentimentales). En ese lugar se esconde la lectura de la humanización del criminal y de paso de Oyama, expresa que a pesar de todo debajo siempre hay un ser humano, asunto que irónicamente no cuenta en los maestros rivales, y lo peor que él los ha incitado brutamente. El filme no es una maravilla, tiene defectos y puntos reprobables, pero Oyama es una leyenda. Se coge de la omnipotente libertad del manga, y es una película sinvergüenza de artes marciales. A ratos es toda una curiosidad, no es el típico héroe ni siquiera antihéroe de los últimos años, y es una apología “clásica”  al karate con contacto total y no al popular kung fu.

Las 2 películas siguientes muestran un comportamiento algo más sensato y sosegado –que antes- de Mas Oyama, no obstante sigue igual retando a los grandes maestros y golpeando a todo el mundo en los dojos haciendo ver que su karate es el verdadero y no el de otros; se hace guardaespaldas de un gángster en la segunda, en Karate Bearfighter (1977), y no se discute que trabaje con un criminal, solo que sea un subalterno de otra persona. Como no deja de ser imprudente nunca –es casi un dios- le da una golpiza hasta al mafioso, y se encariña con un imitador de él y su novia, y de un niño e hijo de un alcohólico. Tampoco le teme a las armas de fuego,  así con ellas también reparte golpe y sale indemne. Su situación de héroe no presenta límite alguno, y lo vemos llegando a enfrentar a un oso con sus puños y patadas. El oso se percibe como un disfraz pero aun así se logra una escena a un punto decente. Los karatecas rivales le dicen el karateca publicitario, por pelear con osos y toros. Pero Oyama va de bruto y simple. Sonny Chiba lo encarna muy bien, tiene gestos un poco cómicos sin querer, y se mueve con histrionismo, da sus gritos propios, a lo Bruce Lee, y tiene facilidad para poner caras tristes y echarse de vez en cuando unas lágrimas sin perder la figura de rudeza.

Karate for life (1977), las tres son de Kazuhiko Yamaguchi, tiene una apertura de esas gloriosas, Mas Oyama, Sonny Chiba que pelea muy bien, su karate es versátil, se enfrenta a 100 estudiantes de karate, y no sólo eso, llenan el piso de aceite para que Oyama no pueda ponerse en pie, mientras los estudiantes se ponen secos lo pies con algo como tierra. Tiene que vencer a los 100 sin parar para ganarse el mérito de retar al maestro. Tampoco falta que Oyama muestre nuevamente su sensibilidad y su lado de sentido de la justicia con otros encariñamientos. Lo curioso de este filme es que el héroe participará de combates de lucha libre profesional, con apuestas ilegales detrás y mafiosos vengativos.