Mostrando entradas con la etiqueta familia. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta familia. Mostrar todas las entradas
sábado, 23 de septiembre de 2023
Humanist Vampire Seeking Consenting Suicidal Person
Éste título tan extenso se desarrolla plenamente en la propuesta y ópera prima de la canadiense del lado francés Ariane Louis Seize. Es una película familiar de vampiros que recuerda al buen Tim Burton. La protagonista, Sasha (Sara Montpetit), una mezcla entre Morticia y Miércoles Adams es una chica que no quiere ser vampira, es decir, no quiere matar para comer. He ahí su dilema existencial. Louis Seize también ha mostrado mucha inteligencia puesto que el vampirismo está emparentando con ser mujer, madurar, habiendo muchas asociaciones audaces y al mismo tiempo bastante claras en ese sentido. Montpetit es muy carismática en su papel e imprime personalidad. Así mismo el filme retrata la etapa final escolar y la habitual lucha americana entre ser cool o freak; lo hace con un estilo suave, sin sobreexplotar el tema, como parte de que Sasha se incorpore a su esencia vampírica, como anhelan sus padres, especialmente la madre, viendo que el padre es como todos más engreidor. El filme tiene un aire cool y también cálido. Por otra parte tenemos a Paul (Félix Antoine Bénard), un muchacho que es visto como tonto e involucra la parte depresiva del asunto general, al punto de que no quiere vivir. Esto yace expuesto de manera light, como un clásico pensamiento inmaduro de la temprana edad, aun cuando Paul aunque yace mucho con una expresión de eterno sorprendido es alguien serio. Sasha es esa chica especial que viene a impresionar y revolucionar la vida del amable Paul. Hay una excelente escena donde Sasha acecha como vampira hambrienta a un solitario Paul que camina de noche y se siente perseguido. La escena termina siendo inocente, pero hace buen uso de los elementos del terror. Es una película que recurre a muy poca violencia. En la central, Sasha como en la sueca Déjame entrar (2008) tiene que intervenir para salvar (o empeorar) la situación. La escena no es tan fuerte, pero es importante. En la película los vampiros tienen su propia sociedad en el planeta. El filme la explica toda detalladamente con su cierto toque de humor. Aunque pretendiendo un poquito más de ritmo ésta luce como la película que quiso hacer Gus van Sant con Restless (2011).
lunes, 25 de diciembre de 2017
A Christmas Story
Se acerca la navidad y Ralphie (Peter Billingsley), un niño
de 9 años, quiere un regalo especial, un rifle de aire comprimido del que se
sabe hasta el modelo, pero sus padres dicen que puede herirse con el arma y
todo parece que no se la darán. Ralphie de adulto va contando la historia y lo
que pensaba por entonces en voz en off. En el filme de Bob Clark vemos como
Ralphie trata por varios medios de convencer a sus padres. No es lo único del
filme, la trama alberga toda la vida diaria de Ralphie, su hermano menor Randy,
su viejo –que es como lo llama en su mente- interpretado por Darren McGavin y
su madre (Melinda Dillon).
Ralphie es un niño común, muy astuto y despierto pero
bondadoso y buen niño. En el trayecto a su escuela sufre de bullying por dos
pequeños matones. El filme está contado con bromas inocentes en general pero
potentes, sin medias tintas. Ésta propuesta es familiar, y carga mucha ternura.
Es un filme que se mueve en base a la visión infantil del pequeño Ralphie,
donde vemos inclusive sus fantasías y sueños. Es un filme carismático y que
exuda nobleza.
El padre recibe de premio una lámpara en la forma de una pierna de mujer
de cabaret y su esposa la detesta. Él quiere que todos sus vecinos la vean, ella
desaparecerla. Es el último bastión de su libertad sexual, versus la vida
casera. Pero lo feo que es como decoración es en realidad la lucha de una
libertad entregada hasta el mínimo y la inocencia de la nostalgia de la
galantería. Esto representa una de las mejores expresiones narrativas del
filme.
El mundo infantil de Ralphie también está bien dibujado, pero
es algo ñoño. No obstante el niño y su vida resultan dulces por su parte. Es
como volver a esa etapa de felicidad, donde algo que anhelamos y parece intrascendente
para muchos es el gran conflicto de nuestras vidas. El bullying está tratado
con humor aunque se resuelve de forma más seria. El filme da mucho lugar a la
vida cotidiana del niño y como filme familiar es lo más suave y clásico.
Los padres de Ralphie son muy amorosos y próximos a sus
hijos, pero para nada se dan empalagosos ni sobreprotectores, también tienen su
carácter, pero escuchan, comprenden y tienen de permisivos. Son padres que
muestran equilibrio sin ser fantasiosos ni demasiado ideales. Ralphie es un
niño sano con ellos, pero no deja de ser muy racional, sabe discernir. La interrelación
con los padres es importante en la película, es un trabajo prominente, especial
en el séptimo arte. El trato es constante y está lleno de sorpresas.
El carisma e idoneidad y el cariño que se gana el reparto es
indiscutible, todos están perfectos y bien adaptados a la historia. A Christmas
Story (1983) se contextualiza tiempo atrás, se circunscribe a una época mucho más
clásica que los 80s no especificada, y a esto se le suma estar en algún
pueblito típico de EE.UU. El filme es muy norteamericano, las figuras se
comportan en el término medio y preciso. No hay personajes estrambóticos ni
escandalosos ni efectistas, hay más bien gente promedio, es un filme suelto,
que no fuerza nada.
La mejor broma que he visto en el filme es cuando vemos
desde los ojos –literalmente- de Ralphie como es ir al centro comercial a pedirle
el regalo navideño a Papa Noel, y terminar recibiendo una patada de la bota de
un hombre harto de su trabajo. La navidad recorre todo el filme, y es poderosa
como tema, exhibición y emociones. El filme es un cúmulo de experiencias memorables
de orden común, clásicas para muchos, pero no menos cautivantes. Su identificación
general, aunque sea de la sociedad americana, es muy notable.
Labels:
Bob Clark,
cine americano,
comedia,
crítica,
familia,
navidad,
Peter Billingsley,
séptimo arte
domingo, 10 de septiembre de 2017
Verano 1993 (Estiu 1993)
Frida (Laia Artigas), una niña de 6 años, pierde a
sus padres, no sabemos cómo específicamente, aunque sólo le tensiona y tiene
presente la muerte de su madre, su padre parece que la arrastró a una
enfermedad y todo sugiere que fue el Sida. Ni Frida ni la película de la española
debutante en el largometraje de ficción Carla Simón lo dicen abiertamente, que
Frida sufre mucho la muerte de su madre. Todo el metraje del filme es la
conmoción y shock silencioso de la pérdida, Frida pasa por el trance de aceptar
la muerte más importante de su existencia a muy corta edad. La niña ha ido a
parar a vivir con un tío (el hermano de su mamá), su mujer y su pequeña hija (más pequeña que Frida); ha pasado a vivir a una buena casa de campo. Su nueva familia es muy cálida, bondadosa y
responsable, aman a Frida, pero la niña -rebelde en este momento, por el vacío e
impacto que lleva dentro- lucha por adaptarse a su nuevo hogar.
Lo que más puede agradar, teniendo en cuenta que el presente filme ha conseguido complacer prácticamente de forma apabullante, su parte distintiva y artística, es
que tiene un tratamiento muy moderado y calmado de lo que siente Frida, de un
golpe brutal en su vida, un dolor expuesto transversalmente mediante sus continuas
travesuras, ocurrencias, escapes y exabruptos (por pequeñeces), es decir, Frida sufre,
pero no lo vemos con lágrimas ni melodrama, está aparentemente postergado, pero
lo que presenciamos en realidad en la trama de la catalana Carla Simón es la
catarsis de la pequeña (para expulsar la enfermedad del organismo), y esto es a
través de aprender a vivir con su nueva familia. La adaptación a la villa es
un trance mortuorio íntimo, “secreto” y personal; entrar en la corrección es superar
el sufrimiento interno.
El filme gusta inmediatamente porque se trata de una niña
dulce y carismática, que identifica y sensibiliza al público y no sólo porque
es linda en varios sentidos, tiene momentos donde denota una personalidad muy femenina;
desde luego, inocente, pero también tiene su carácter y debe desarrollarlo aún
más, sobre todo cuando este filme coming of age nos presenta una prueba –injusta-
de la vida. El filme cautiva al que entiende –y no pierde de vista- el gran
golpe que padece, ésta es una presencia mental y constante en cada acción. Es
mirar su comportamiento –la reacción ante el leitmotiv del filme- en cada
rincón. No obstante, la propuesta tiene cantidad de ratos de alegría, aventura
y ternura, sumado a que no hay excesos de dramatismo con lo que se hace muy simpático
y llevadero de observar; el filme requiere sensibilidad, la que aplaca cierta
falta de originalidad y su sencillez formal.
Labels:
Carla Simón,
cine español,
cine europeo,
crítica,
familia,
Laia Artigas,
séptimo arte
lunes, 17 de julio de 2017
Sieranevada
The Death of Mr. Lazarescu (Moartea domnului Lazarescu, 2005),
el segundo largometraje de Cristi Puiu, es un referente importante del cine
rumano, película con la cual muchos se enamoraron del nuevo cine rumano, por lo
que seguir la carrera de Puiu es prácticamente un imperativo. Su quinto
largometraje, Sieranevada, estuvo en el festival de Cannes 2016. Nos involucra
con la misa por conmemoración de la muerte del patriarca de una familia, para
dicha misa se reúne toda la extensa familia para una cena. Con muchos parientes
medio irreconocibles se dan las típicas reuniones familiares, con los clásicos
fastidios y sorpresas. Una mujer mayor lamenta la infidelidad de su marido
hasta caer rendida por un aneurisma. Una jovencita lleva a una amiga
inconsciente por alcohol o drogas. Son 3 horas de película, 3 horas también de
mucha intrascendencia, desde un mismo lugar, la casa familiar. A ratos la
cámara se posa en un lugar estratégico y muestra 2 habitaciones a la vez, la
entrada y salida de los parientes, mucho movimiento y cierta tensión de la
reunión, es la sensación de estar viendo algo pequeño, pero trascendental en
nuestra humanidad, como el viejo marido abusivo que ve su mundo caer producto
de la culpa. También hay lugar para preocuparse por hacer una comida suculenta,
juguetear amorosamente entre hermanos o discutir el precio de un regalo.
La llegada del sacerdote ortodoxo rompe la monotonía, el
padre terminado de practicar su rito, de lo más veraz, no puede contenerse de
contar una anécdota, habla de la lucha personal por los valores eternos y
mantener ciertas tradiciones. El momento emotivo de reflexión termina, y Puiu
le quita solemnidad con un diálogo al paso que apunta a decir que no entendió
de dónde vino aquello, creando un contraste de libertad e individualidad. La
familia discute de varios temas, aunque mucho sobre ridiculeces que pretenden
pasar por cotidianas. El atentado terrorista a EE.UU. del 11 de setiembre se
repite a cada rato, pero sobre conspiraciones y justificaciones absurdas, esto
remite a banalizar internet también. Otra característica del filme es mostrar lo
moderno vs lo tradicional, en cómo uno trata de subsistir frente al otro. El
cosmopolitismo siempre es interesante en todo país, pero aquí se presenta
endeble, como ese arranque del filme en que se discute seriamente sobre las
princesas Disney. Esto, desde luego, desde una contextualización a Rumania.
Europa es atacada también por terroristas y los niños sean de donde sean aman y se identifican con
Disney. Pero en un filme rumano uno quiere oír de Rumania, ver en una
nacionalidad reconocer y fomentar lo propio. Por ello cuando una anciana tía
pegada a la antigua defiende al régimen comunista, que remite al infaltable Nicolae
Ceausescu, se hace muy jugoso de ver, aun cuando esta defensa a todas luces cae
antipática a todo mundo, pero es una perspectiva fundamental de la realidad
nacional.
El filme abre con Lary (Mimi Branescu), su bella y
sofisticada esposa y su pequeña y tranquila hija haciendo compras o diligencias
en la calle antes de ir a la reunión familiar. Impecable naturalidad de este
pequeño prólogo de cotidianidad. La propuesta que en la trama dura 1 día de
congregación implica más de 2 horas de metraje en un solo espacio, el hogar del
patriarca difunto, y solo unos 30 minutos afuera -una vez más, tras los 10
minutos de la apertura- cuando Lary va a recoger a su intensa esposa que ha
salido un rato de la reunión. El momento que se da afuera es penoso y
humillante, más que sensible, Lary se desmorona ante un mal momento de
vergüenza y autoconsciencia. Esta escena seguramente agradará a muchos, es como
la vida misma, no hay duda, pero resulta trágica, la vida mostrándose cruel,
que ver a un tipo simple aplastado por las circunstancias, culpas aparte, llega
a fastidiar. El momento contiene una anécdota de infancia –y amor paterno y de
pareja- que trasmite una gloriosa naturalidad, clásica del mejor cine rumano,
pero su emotividad duele y es incomoda que (me) cuesta celebrarla, pero es la
gran escena del filme.
Labels:
cine europeo,
comedia,
Cristi Puiu,
crítica,
drama,
familia,
Festival de Cine de Cannes,
séptimo arte
domingo, 30 de abril de 2017
Merry Christmas Mr. Mo
Una película que empieza como todo filme que se pretende
fácilmente de cine arte, con un hombre al que todo le molesta, es antisocial y
es raro, pero no insoportable, se le pretende irónico en tono leve, un barbero
que no gusta de hablar, de no comunicarse demasiado y teme hasta recibirle el almuerzo
a su cuñada para no deberle ningún favor. Pero pronto el filme gira y se vuelve
una película de la relación del protagonista Mr. Mo (Gi Ju-bong) y la gente que
lo quiere de alguna forma, incluyendo a los asiduos de un club de natación,
especialmente con su hijo cineasta ayudado por una esposa más inteligente y
buena onda que él. Mr. Mo se muere de cáncer y quiere hacer una película,
siempre quiso ser actor y nunca pudo, y se inspira en Charles Chaplin y en su propia
enfermedad.
El filme del surcoreano Lim Dae-hyung viaja con Mr. Mo a
preparar la película, un acierto es que el corto que veremos al final lo vamos
apreciando –sin saber mucho- en escenas previas del filme que cobran sentido al
verlas en el corto finalmente. El viaje de Mr. Mo tiene revelaciones, pero a
estas les falta peso, y no generan ningún cambio o empatía especial, aunque más
tarde en esa sala de cine reconozcamos a los pocos asistentes, gente secundaria,
Mr. Mo ante todo ha sido un solitario y un hombre hermético. El filme tiene
comedia y trasmite su pequeña cuota de sensibilidad, aunque pretende más de la
que llega y cuando se relaja funciona mejor. En su desarrollo se vuelve más común
y amable como película y gana más bien. Es un filme que no es perfecto, pero
tiene su interés y entretenimiento.
martes, 13 de octubre de 2015
El cine de Majid Majidi
El cine de Majid Majidi es un cine hermoso y profundo
emocionalmente, que sorprende que no sea más famoso de lo que es, ya que exuda
la misma nobleza de los grandes nombres del mejor cine sensible y humano, como el de Yasujirô
Ozu o el de Satyajit Ray. El iraní Majid Majidi no solo
es potente, cuajado y seguro de sí, sino que revela aparte de arte, tramas con
continuas novedades en una estructura harto activa donde su nobleza brilla y
cala, dentro de un grato entretenimiento particular, que no cae en la ñoñez ni
en la idiotez naif, teniendo gran carga de sensibilidad bajo momentos
melancólicos, pobreza, necesidad material, dolor, sueños primarios, fuertes
dramatismos, logrando conmover de forma transparente.
Niños del paraíso (Bacheha-Ye aseman, 1997)
Descubrir su filmografía es ver cintas notables como la
presente que es la más famosa de sus obras, que fue nominada a los premios
Oscar en 1999, en que un niño pierde los zapatos de su hermana y temiendo que
el papá le pegue y al no tener dinero éste para comprar otros decide
intercambiar en secreto sus únicos pares con su hermana, unas viejas zapatillas
de deporte, turnándose para ir al colegio uno detrás del otro, con lo que se
mete en nuevos problemas. El niño buscará ingeniárselas dentro de sus
carencias, mostrando energía y optimismo, al mismo tiempo que exuda carisma y
ternura infantil, como igual su pequeña hermana, en medio de gestos que dicen
mucho. Es una historia que implica compenetración desde un cariz aventurero más
que de lágrima fácil (que hay, pero cuando uno se siente perdido momentáneamente,
como niño), entendiendo la precariedad, pero asumiéndolo principalmente de
forma valiente, mezclando sencilla creatividad narrativa, tradición/folclore y
empatía vivencial.
El color del paraíso (Rang-e khoda, 1999)
Un niño ciego proveniente de un hogar pobre representa un
problema para su egoísta padre que no quiere gastar toda su vida cuidándolo y
menos cuando anhela casarse nuevamente y está en nupcias, con lo que
presenciamos una historia bastante emotiva, triste, en medio del encuentro con
Dios, con un marcado mensaje religioso, digno de un ejemplo de vida a aprender,
que muchos espectadores de cine arte pueden rehuir como el demonio al agua
bendita, por no hallarlo contemporáneo a nuestra ambigüedad y proclividad a ser
más tolerantes y complejos con las carencias, maldades y faltas humanas en
pantalla, pero en la presente recurre a lo convencional, a la parábola, y sale a flote una bella historia,
conmovedora, porque tampoco es que haya que negarse a la mayor sensibilidad, a
lo melodramático, a plasmar un especie de sentir de lo correcto y a los
altruismos negados para cosechar el aprendizaje del amor incondicional, que de
eso trata y está bien hecho, rompiendo nuestros lugares comunes mentales.
Baran (2001)
Trata sobre la humanidad que se profesa hacia los refugiados
afganos en Irán, que trabajan en construcciones, sin documentos, y son
perseguidos por ello, como los propietarios son amonestados, habiendo un clima
laboral muchas veces rudo, tal cual pasa con el joven Lateef (espléndido Hossein
Abedini, vital, expresivo y muy natural) y el nuevo trabajador afgano que por
su debilidad le es intercambiado y entregado el trabajo de mozo, llevando té a
los albañiles, que Lateef tenía, y ante aquello le guarda rencor, sin embargo una
vez que descubre que en realidad es una mujer, no solo cambia de actitud, sino
siente atracción hacia ella, por la silenciosa Baran, y más tarde sabiendo de
su realidad sufre y trata de ayudarle en todo, sin que se dé cuenta, invocando
un enamoramiento bastante romántico que es un canto de poesía bellísimo, en que
Lateef entrega todo de sí, no solo sus esforzados ahorros de un año, sino su
tiempo, su seguridad personal y, desde luego, su corazón, hasta mostrar
momentos poderosos desde lo sencillo, como verla caer al agua tras un pesado
trabajo y derramar lágrimas observando que la necesidad la empuja a una vida de mucho sacrificio familiar, que
refleja la existencia afgana de cara a un extranjero que en primera instancia
no ve su padecer, y termina generando instantes memorables de solidaridad general
y amor individual, como ver que se le sale un zapato al pisar un charco de
barro, y entonces echa a correr fuera de su escondite a recogérselo, ponérselo
delicadamente, y verla partir en silencio, en su burka, entre miradas que lo
dicen todo.
El sauce llorón (Beed-e majnoon, 2005)
Es la trama de un hombre de 45 años, profesor de literatura,
que está ciego desde niño, y en medio de un viaje a Europa por nuevos
tratamientos, y un ruego sentido a Dios, recupera la vista, pero en lugar de
agradecer a su entregada y leal esposa, y a su amorosa madre, reniega de una
lástima imaginaria, y de haber desperdiciado su vida estando ciego, incluso
critica su profesión, aun teniendo un hogar acomodado y confortable, con lo que
se transforma en otra persona, en la que es una historia de oportunidades
desperdiciadas, como en la obra de teatro La vida es sueño. El filme tiene
grandes momentos, aparte de sutilezas como en el asomo de la infidelidad como
en una postal romántica de múltiples percepciones. Véase cuando Youssef (Parviz
Parastui) descubre que puede ver en el hospital, en una exhibición que tiene un
aire de cero glamour y poco acomodo que suma notablemente y equilibra solvencia
en el conjunto; o cuando nuestro protagonista descubre en las peores
condiciones que ha actuado equivocadamente y entra en un estado de lucha a la
vera de intensa lírica, en la que es una propuesta de claro orden religioso o
de exaltación de valores, que critican la mala existencialidad.
El canto de los gorriones (Avaze gonjeshk-ha, 2008)
Nos cuenta sobre un padre bastante humilde, híper
carismático –de aspecto del que cuántos ya quisieran ser tan naturales- y
todoterreno (Mohammad Amir Naji, que ganó el oso de plata por su performance,
en el festival de cine de Berlín del 2008) que expulsado del trabajo, de
vigilar el cuidado de avestruces, tras la pérdida de uno (en que hay un momento
audaz en el disfraz de una de éstas aves en plena imponente cima), no sabe qué
hacer para mantener a su amada familia, en especial tras malograrse el costoso
audífono de su hija mayor que es sorda, habiendo además una pequeña trama de
uno de sus hijos pequeños que quiere llenar de peces un estanque abandonado, de
agua sucia empozada, como un sueño infantil personal, que además es colectivo
con sus amigos, y que repite gags e intenta otros instantes de emotividad (en
un filme que bascula entre aciertos y cierta fallas, pero gana en virtudes,
como le pasa a El sauce llorón). Karim, el padre, solo tiene una moto básica como
mayor pertenencia material, y pronto de la casualidad esta le servirá para
sobrevivir, para llevar dinero a su hogar, con lo que pasara por mil y un
peripecias en un Irán urbano, poco visto como muy contemporáneo, en un
protagonista que implica comedia, tanto como meditación melancólica, en esos
silencios expresivos que tan bien maneja Majidi en su obra, en un periplo por
el trabajo casual e independiente que desnuda la imperiosa necesidad y la
firmeza de lograr subsanarla.
jueves, 29 de enero de 2015
Todos están muertos
En el cine español, y en los espectadores por antonomasia de
éste suponemos, se podría decir que les gusta perpetrar/observar la
extravagancia sexual, diciéndolo de cara a la versatilidad del término, quizá
como reflejo de su sociedad o de lo que se espera de ella (un grito, intenso o
abrupto por lo general, de igualdad y derecho, si lo vemos dentro de todo en el
buen sentido), por algo el máximo representante del cine ibérico es Pedro
Almodóvar. Sin embargo hay que decir que dicha omnipresente particularidad
muchas veces lastra la apreciación de su arte en general, y no porque no
vayamos a tolerar -por dar un caso central- a homosexuales o travestis, adolescentes
descubriendo que son gays o el asomo del incesto entre hermanos, aunque en una exhibición platónica, de un sentir de imposibilidad, éstos dos últimos presentes
en el filme que nos aboca ahora, sino
porque muchas veces yace fuera de lugar en la exploración de un tema, a menudo vulgariza
o pauperiza contextos específicos, o los relega a cierto show, te saca de la
auscultación o introducción de otras realidades, de cierta profundización, para
hacer ver quizá sí un rasgo distintivo o anhelado de perenne factura,
simbolización e identificación social, pero también refleja (otro
tipo de) incongruencia, el sobresalto, la distracción y hasta empequeñece un sentido
conjunto, su importancia, lo vuelve a un punto costumbrista e irreverente de
por sí, y puede que esto no sea para nada extraño en España vista su potente
liberalidad, pero si se siente mucho afuera, quizá por una parte por defecto de
uno en cierta convencionalidad en cuanto a las formas de la narrativa que esperamos
encontrar, no de la falta de apertura recalco. No obstante hay argumentos a
sopesar, en que uno quiere ver mayor ecuanimidad con la seriedad de los temas, (sobre
todo) coordinación, elegancia y estética. Y puede que esté tirando simplemente
una piedra al mar, viendo en el horizonte un ruido zambulléndose, a
continuación unas bellas ondas y más nada, la calma, el silencio, o siendo
optimista una botella con un mensaje a cualquiera que lo recoja, al mundo; y seguramente
es pedir mucho a éstas alturas de un reflejo/labor en el cine español, pedir romper
con una esencia (sea ésta o no desfavorable), aunque siempre (cualquiera) habrá
que adaptarse, total tiene hasta cierta gracia (por ser condescendiente), como
señal de un tipo de cine que a pesar de toda su común imperfección es
entretenido, e igual pensemos que podría ser mejor, atenderlo con más
delicadeza, o más correlación con sus temas.
Hoy ha pasado justamente esto, el filme que nos compete
tiene de costumbrista, pero ha sabido darle a ésta perenne extravagancia sexual
del cine ibérico un lugar cuidado, a proporcionarle tino, y exponer dicho lugar
común como parte de la historia en sí, sin por ello renunciar a abordarlo con
fuerza. Invoca a un grupo musical denominado “Groenlandia”, en donde dos hermanos se quieren
tanto que llegan hacia la barrera no solo de la dependencia emocional, la
hermana con vida sufre de agorafobia producto de su ausencia (aunque no está
determinado por completo), sino que asoma también el amor de pareja, que nos
remite al rechazo o a la impotencia por cordura, que se pone en paralelo con el
primer descubrimiento afectivo de quien uno es, del hijo de dicha protagonista,
de Lupe (Elena Anaya).
Hay además un juego muy interesante en el filme, la superstición
o la fantasía reinante amplificada por el sugerente día de los muertos, famosa celebración
mexicana, habiendo una fuerte contextualización de éste país latinoamericano
con el personaje de la madre y abuela en la actriz de carácter y simpatía Angélica
Aragón, de esa ascendencia. Fecha que hace que Diego (Nahuel Pérez Biscayart,
que es un contundente fluido complemento, imponiendo muy buena mítica en su
soltura, y no es poca cosa que lo consiga siendo mayormente un desconocido/anónimo
para el gran público), el cantante y hermano mayor muerto en un accidente de
auto que le cerceno los pies (sus botas de punta plateada son como su esencia, símbolo
sencillo de la vida y la muerte, como del logro, el optimismo, y lo fallido), regrese
como fantasma tal cual le recuerdan sus días mozos musicales con esos distintivos
grandes ojos saltones/despiertos, su marcada personalidad y su pasajera pero cautivante
pequeña fama de pueblo chico, muy propia de la tocada de garaje, que recoge
parte del alma de los 90s en la onda grunge que se puede vislumbrar en otra
medida detrás de ese sótano ochentero con discos de vinilo viejos, el estilo discoteque
con deslumbrantes luces y humo como en el recurrente videoclip de la banda, y
melenas abundantes; o como en la bella y dulce Elena Anaya cubriendo medio
rostro en medio de la introversión, el silencioso egocentrismo y el engreimiento. Diego nos revela no solo su rebeldía, su común indiferencia y relajo, típico
del rock star, sino su oculto apasionamiento hacia la figura de su hermana,
también desde lo sugerido y cuidado (la narrativa formal), teniendo muy en cuenta
que tratamos con la idea de la excepción, del tipo especial, que incluye lo
raro (hay diversificación al respecto, desde el ente popular e idolatrado,
hasta el outsider, el que pelea su lugar; o el antisocial como enfermedad), que
viene a la mente con la estructura del cantante de rock, pero desde el uso
cotidiano, humano, familiar (disfuncional), social; quehacer que suele buscar el
cine español, solo que por costumbre con un trabajo cinematográfico no muy
trabajado, demasiado directo, y como vemos no se trata más que de un buen guion,
sin exagerar con lo estrambótico, más bien hacer uso de discreto ingenio.
Otro destaque de la obra es el aspecto melómano conjunto de la
propuesta que va más allá de alguna referencia concebible en la mente, que no
faltaran si uno sabe de grupos y su tendencia a la poética (maldita) de leyenda,
habiendo no solo un sentir muy cool en el ambiente, sino en el hacerlo desde lo
sumamente íntimo, a todas luce personal, bajo el placer más cercano del que ama
simplemente la música. Muy bien tratado con el amigo fanático y guitarrista en
la performance de Patrick Criado, quien está creíble y agradable en quien no
teme la espontaneidad más inocentemente despreocupada, a lo Kurt Cobain en
varios sentidos, y que recuerda a un sucedáneo de esa indisoluble dupla de Diego
y Lupe que es el leitmotiv del filme; que de ser los Goya
lo hubiera nominado como actor, en el abrigo del verdadero arte, del que no
espera nada, viendo que es una revelación aun en su brevedad y sencillez que
implica cautivante naturalidad actoral, aunque teniendo en cuenta que todo el
reparto interactúa y produce un sobresaliente feedback, brillan virtudes
en cada papel, mientras se observa una merecida nominación de su rol en
conjunto a Elena Anaya –perdonando algunos balbuceos y escapes en su primera parte, que
tienen lógica pero remiten a algo primerizo, aunque evoluciona rápido; aquello está bien y mal, pudo ser más fino-. No se ve a la música como algo harto procesado o portentoso, no implica una maquinaria
internacional pero si una devoción y entrega anímica/espiritual más valiosa, tocándose canciones a esa vera como con “Corazón automático”, en toda onda ochentera que da verosimilitud y mucha forma a
Groenlandia (todos los nombres se pasan de simples, en su notoria proximidad con el relato y el espectador), siendo un grupo
ficticio, que trasciende y se pega a un sentir, como a la historia (que puede que sea fácil de describir en unas pocas líneas pero no deja de
ser una pequeña gran obra, sin sobredimensionarla), remitir al cariño, a lo que perdura y nos une, en un entendimiento aunque “incestuoso”,
muy complejo por cómo se le maneja, y desde la claridad, que no de lo vulgar,
simplista o efectista, y esto habla de una sutilidad, pero a su vez de una franqueza
muy encomiable para su directora, Beatriz Sanchís, nominada a los premios Goya a
dirección novel.
Labels:
Beatriz Sanchís,
cine español,
cine europeo,
crítica,
Elena Anaya,
familia,
Premios Goya,
séptimo arte
domingo, 12 de octubre de 2014
El niño y el mundo (O Menino e o Mundo)
La VII semana del cine brasileño que va del 9 al 18 de octubre
en el CCPUCP me permitió ver la ganadora del festival internacional de cine de animación
de Annecy 2014. Y hay que decir que la película de Alê Abreu es una obra de
corte “infantil” muy hermosa, basada en la fuerza de las imágenes y la música (destacando
el compositor y percusionista Naná Vasconcelos, hasta la inclusión de un rapero
conocido con el nombre artístico de Emicida), donde los diálogos son
irrelevantes, ni siquiera inteligibles verbalmente más si por contexto, en el
retrato de la mirada de un niño en busca de su padre, un campesino que decide
irse del hogar tras la necesidad de un mejor remunerado trabajo, como le pasa a
todos en su comunidad, camino que seguirá un apenado muchachito acongojado por
el recuerdo del querido progenitor, pero en ello se abrirá paso la memoria y el
crecimiento del pequeño una vez entendido el metraje, como reza el título,
dentro del mundo, lo que significa atravesarlo, conociendo la explotación laboral
en la lejana ciudad, con su continua apabullante publicidad, la vida ajetreada
y las necesidades materiales, visitando las favelas, las calles y sus luces, las
playas, el estadio (el deporte), las imponentes fábricas que
terminan votando al hombre producto de la deshumanización y el avance mecánico,
o los embarcaderos con gigantescos contenedores de metal que van llevando la
carga hacia un futurismo de maquinismo y apuro dejando de lado lo más importante,
la vida y esa felicidad que implica el carnaval –como con esa música extradiegética
que intenta predominar como mensaje- de gozar simplemente de la existencia,
como con esas águilas, una negra y otra como el arco iris peleando mitológicamente en
el cielo por un porvenir y optimismo muchas veces negado por la impiedad de cierta
naturaleza humana, mientras el hombre común trata de lograr la realización y la
satisfacción de la (supuesta) libertad, de cara a la constante invasiva
melancolía de la dureza de la economía y el sobrevivir con duros terratenientes,
árboles talados inmisericordes, patrones que hacen la vida proclive a lo miserable
y un habitad que empuja a la diáspora, a coger ese mismo tren de generación en
generación, ya lejos de esos sueños de infancia, ya no en un cálido y festivo viaje
mental, sino como en esas enormes y cansadas simbólicas escaleras surrealistas,
propias de la pesadilla.
Las ilustraciones a ratos parecen engañosamente como que
fueran hechas por la mano de algún niño, dando la sensación de acercamiento a
la mirada de nuestro protagonista, a su visión del mundo en lo que fuera en un papel
y a esa vera en el dibujo que nos presenta la gran pantalla, siendo en realidad
muy elaboradas desde lo aparentemente sencillo; diríamos que bajo lo libremente
artístico en medio del trazo austero, aunque con respectivos detalles puntuales,
trazos y color -como no puede faltar- con suma personalidad y laboriosidad, muchas
veces minimalista, o de composición/yuxtaposición sugerente, con personajes esbozados,
sin demasiado definir, delgados, patilargos, ojos brillosos o algún espolvoreo
de color, mucho blanco y negro, o rayas tristes por facciones. Junto a paisajes
que mayormente se hacen de solo el cromatismo multicolor, dándose forma con únicamente
ello, en una especie de collage pictórico, como con acuarelas o con crayón, por
una parte tipo los rectángulos de las obras de Mark Rothko o esas ilustraciones
a medio -o apenas- dibujar, de trazo invocador de uno completo en unas pocas
líneas y círculos, solo lo indispensable para visualizar la imagen representada.
En si lleva el sentimiento de hacer pensar en ese tipo de arte, la pintura, en
armar un espacio de efervescencia visual, sin seguir la ilustración
convencional, o de realismo, sino más de soltura, de ilusión, de fantasía, de
miedo, de misterio, de goce, de sorpresa, de curiosidad, de inseguridad, de
confianza, de sombra de tristeza, es decir, un sinfín de emociones, que es
parte indisoluble de ésta propuesta, que es como el retrato íntimo de un ser humano
en como descubre la verdad del entorno que nos absorbe, que pretende dominarle,
tirarle abajo, por una parte, pero habiendo una posibilidad en el amor, en la
música, en el baile, en la reunión, en la esperanza y en el compañerismo, que
se ve amenazado por el militarismo o la
globalización por mencionar dos de los grandes dilemas y escollos vivenciales
de tantos que abundan, comunitarios, universales, que nos hacen pensar en la
dictadura y en la ley del más fuerte (en el mal sentido). Desde la individualidad
de un inocente y aprehensivo observador infante (por algo tiene unos grandes e iluminados
ojos con chapas de color), que mira en pos de lo colectivo.
Una propuesta que debajo de su sencillez infantil visual y
narrativa, mira con solvencia los grandes problemas del mundo moderno, de la
gente de a pie, tanto del campo como de lo urbano, industrialismo explotador,
desempleo, pobreza o consumismo despiadado, a la par que a la distancia y a la
pérdida bajo la necesidad de sobrevivir, y el dolor que acarrea esa trascendental
ida en nuestras existencias (no solo de una presencia definitoria humana en
cada desarrollo, la de un padre o una madre, sino la del entusiasmo, algo que pasa
por la indiferencia, pero que es sumamente esencial), ese ir hacia la dureza
del mundo. Que recoge la memoria y el crecimiento, que no quiere perder la
festividad interior –como manifiesta aquella omnipotente música de carnaval e instrumental,
los ponchos coloridos que quedan del trabajo o la misma aventura a pesar de los
tiempos, ciertas experiencias y álgidas búsquedas- y la alegría que significa
compartir de la ilusión, como con esa vivaz semilla que pide y repite su
cultivo (un empuje hacia seguir creyendo en irradiar pasión), o esos copos de
luz que atrapa el pequeño, o afianza en una vieja fotografía familiar. En el recuerdo
vivo de lo bueno que debiera quedar intacto a pesar de todo. En una lección de
perpetuidad en la fe, en el optimismo. Para derrotar una putrefacción “elíptica”,
un desgano, una desesperanza. Un envejecimiento prematuro, que con una obra
como ésta se reanima el espíritu. Porque la vida,
al fin y al cabo, tiene que ser una fiesta. Y que mejor desde los ojos de los niños.
domingo, 10 de marzo de 2013
Yaaba y Tilai
El cine netamente africano –con perdón de las producciones
europeas en el continente negro, ayuda que nunca esta demás y no falta, o
cierta predominancia de Sudáfrica- no
suele conocerse, es casi invisible, salvo para la gente que se esfuerza en
buscarlo o por medio de lo poco que llega a descubrirse gracias a la luz de
algunos festivales internacionales (el último que se pudo ver fue del egipcio Yousry
Nasrallah, After the battle, en Cannes 2012), siendo un séptimo arte poco difundido pero que como todos tiene mucho para aportar. Viendo el que tenemos presente, el cine de Idrissa Ouedraogo, uno de los más
famosos directores de África, nacido en Burkina Faso, uno puede decir que su obra tiene carisma,
identidad, historias propias, interesantes dramas, y, por supuesto, profundidad.
No voy a mentir tampoco y decir que el cine que tenemos
entre manos es de suma complejidad o posee las actuaciones más verídicas,
justamente no es así, son relatos bastante sencillos y los actores ostentan
muchos defectos. Sin embargo estamos
ante una idiosincrasia muy definida y propia, antropológica y culturalmente
atractiva, especial y bastante digna de llevarse a la gran pantalla y poder conocerla y
alimentar al espectador con un arte particular que a la vez remite a nuestra innegable
e ineludible universalidad, y es que toda arte la busca, la procesa, la exhibe
y la analiza. En ambos filmes tratados vemos la esencia primigenia de nuestra
humanidad, nuestro acercamiento con la naturaleza y el lado primario de poder
vernos reflejados. Destila inocencia, transparencia en una forma clara y
directa, y como en toda nuestra estructura humana no le faltan estados de
conflicto, despertando la instintiva crueldad,
como también no se exime naturalmente del amor. En esas coordenadas se mueven
los pobladores africanos bajo su territorio, sus costumbres y su diario vivir.
Estamos ante una aclimatación total, fiel a lo que se puede denotar la
existencia rural africana, las casas de esteras o adobe, los burros como
transporte, la artesanía de uso personal, el tejer con métodos oriundos al
país, los curanderos y las creencias supersticiosas, los torsos femeninos
descubiertos, la precariedad, los pies descalzos, usualmente en túnicas o a veces
en simples calzoncillos, el baile autóctono bajo el toque de la flauta, o los enormes
cantaros de barro llevados sobre las cabezas. Se mueven en un terreno árido y
con escasa vegetación, bañándose en ríos. Todo encantadoramente típico sin
explotar ninguna artificialidad o efectismo de cara a la cámara. No se trata
más que de reflejar la realidad, lo muy propio de un pueblito tradicional perdido
en el tiempo (Yaaba es de 1989 y Tilai de 1990), lejos de las necesidades de la
modernidad tecnológica y urbana de las grandes capitales, un canto de
simplicidad en la felicidad de su idiosincrasia y su cosmovisión aborigen; claro, con su personal problemática (la anciana marginada y tildada de bruja en
Yaaba o el padre casado con la prometida de su hijo en Tilai), por lo que
ostentan sus pasiones, predominando el sexo (aunque no hay nada explicito ni
por asomo, todo muy limpio y extremadamente sano en pantalla), el amor, los
celos, la infidelidad, el alcoholismo, la violencia, las venganzas, el honor
mancillado, un sinfín de motivos compartidos por todo ser humano en el planeta.
Yaaba y Tilai no es que quieran mostrar el espacio envuelto en ignorancia, sino son propuestas desde dentro hay que recalcar y eso las provee de una
autenticidad envidiable aun dentro de alcances discretos; es más bien adaptarse
al contexto de su sencillez interpretativa y de pretensión acerca del mundo y
sus extraños designios, como la enfermedad. También influye viendo Tilai
(La ley), y al notar lo que el título define, las reglas tradicionales que derivan
en acontecimientos negativos tales como el fratricidio o el suicidio a razón
del honor perdido, en un contexto que permite la poligamia o el forzar el
casamiento por medio de los padres. De ello que Saga (Rasmane Ouedraogo) decida
robar y huir con Nogma, enfureciendo al padre de él y esposo de ella, con la consabida
venganza y confabulación del pueblo, ya que las represalias ante la falta hacia
un integrante de la comunidad se dan en colectividad. Hay un sentido de
reunirse y ejercer el castigo en forma grupal, hasta el punto de permitir el
ajusticiamiento o en el caso de Yaba el exilio.
Yaaba (Abuela) es como llama el pequeño Bila (Noufou
Ouédraogo) de diez años de edad a una anciana de nombre Sana, una mujer que es repudiada por
el pueblo al ser tildada de bruja, por justificaciones de su nacimiento y su temprana
orfandad. En ésta película, una niña, Nopoko (Roukietou Barry), cae presa del tétano, por un corte
en una pelea, pendiendo su vida de un hilo. Éste suceso se ve desde la superstición de su gente que
cree es un maleficio. Sin embargo tras la comprensión del travieso y alegre
chiquillo que termina en la consiguiente
unión con Yaaba, pronto la cura llegara de quien menos se cree. Pero no antes de haber actos enajenados contra la indefensa y pacifica mujer. Como se ve en la película, resumir la trama es muy fácil, todo fluye con
solidez y en la llaneza más flagrante, pero yacen ambas propuestas bajo la
sensación de estar muy despiertas, con una amplia carga de simpatía de la que se
revisten de pies a cabeza. Se capta en esas actuaciones, aunque con diálogos apresurados, escupidos
o declamados como quien cree que solo basta decirlo, mucha alegría detrás de sus
roles. Las sonrisas y bromas naif llegan a punto. Hay una buena distribución
del drama y del optimismo, está a partes iguales, aun sin apostar necesariamente por el final feliz.
Tilai y Yaaba difunden su geografía en estado puro,
su forma de existir a flor de piel con miles de detalles y presencias que nos
dan rasgos de su africanidad (de una parte, como la tienen todos los países en
zonas primigenias o de campo, desde su cultura), su cotidianidad más desnuda y sin ningún complejo, orgullosas de su
entorno, de su quehacer y discurrir normal, con una honestidad y tranquilidad que
el neorrealismo italiano tendría que admirar. Ambas poseen pequeñas sub-tramas
independientes. Saga, celoso de un errante hombre subido en un burro cree ver
algún enamoramiento de su pareja. Esto pasaría desapercibido y hasta se vería
mal resuelto – de manera rauda y tal como llega superficial- sino fuera que en
Yaaba, un año atrás, se exhibe una infidelidad con notorias semejanzas, y valga
la acotación el personaje engañado lo interpreta el mismo actor, Rasmane
Ouedraogo, que en su papel de Noaga sufre de impotencia por alcohólico teniendo
a su esposa descontenta, la que siente tiene una razón para dejarlo y lo grita
a los cuatro vientos bajo el apoyo de las féminas de su entorno. El filme lo deja claro en su
mensaje, incluso por boca de algunos personajes que lo dicen con toda convicción. Eso remite a la importancia del sexo en éste ambiente, no muy distinto a
otros más próximos. Hay comedia al respecto, en sí ésta subyace muy ligera en las dos,
sutilmente, siempre rozando la ñoñez o, siendo indulgentes, lo buena onda.
No podemos subestimar el cine de Idrissa Ouedraogo, no sólo
porque Yaaba obtuvo el fipresci y la especial mención del premio ecuménico del
jurado en el Festival de Cine de Cannes de 1989, mientras Tilai ganó el Grand
Prize of the Jury en el mismo festival en 1990, o porque son dos de los mayores
referentes de Burkina Faso y del séptimo arte africano, sino porque su
frescura, sencillez argumental y robusta gracia suman –se pliegan- a un
escenario único, distinto, que nos permite observarnos. Esencialmente estamos
inmersos, en una geografía y costumbre no tanto exótica –aunque algo leve en
realidad tiene de eso- sino con una personalidad detrás que apreciar, que no
nos será indiferente, ni vacía o repetitiva si bien es lo más sencilla a fin de
cuentas, tal que nos llega en la forma de Ouedraogo, que nos acostumbra a la identidad de su gente, de sus actores y representantes
naturalistas, creíbles aun en sus carencias. Es un metraje donde al rato de que
nos comprometa como espectadores (pasará, ténganlo por seguro)
uno ya ni nota la rapidez de las voces, alguna involuntaria sonrisa en medio de
un parlamento serio, una mirada perdida al despedirse o uno que otro grito con
atisbo de falsedad, sino la luz de la cara de la talentosa niña Roukietou Barry
jugando a las apuestas con el protagonismo de Bila, los reproches de ésta hacia
Nogma (ensoñada en un aluvión de absoluto romanticismo), la lograda escena del
sudor de la muerte en Yaaba, el cariño que articula en su rol Noufou Ouédraogo
hacia su abuela ficticia y su mejor amiga (actores de pocas películas), y toda la maravillosa espontaneidad de la que exuda
la comunidad entera en ambos filmes, aun recriminándoles algo de su performance.
domingo, 13 de enero de 2013
Kauwboy
Hay pequeños filmes que con su llaneza pero solidez atrapan
la emotividad del espectador, un poco de
calidez y reflexión bien encaminada pueden ganarse el aplauso general, incluso
de la exigente y atrevida crítica. Kauwboy es esa clase de filme. La trama la
podemos resumir en un tronar de dedos, un niño que vive solo con su padre, un
guardia de seguridad algo duro, encuentra un grajo (un ave negra de especie
europea) y al adoptarla arma un vínculo con ella ante la dificultad de tenerla
en su hogar por la negativa del
progenitor, la vida de los animales está afuera le dice, en clara metáfora de
los seres humanos que yacen en su interior. Además comparte atracción con una vecina y
compañerita espigada, rubia y sencilla del equipo de waterpolo que tiene la
característica de hacer globos gigantes de chicle de color azul. Todo debajo
del meollo del asunto en la ausencia de la madre.
No es un filme complicado pero maneja sutil sustancia, hay
una unidad que relaciona el cuidado del ave con la falta que le hace al niño la
madre, supuestamente de gira musical en Estados Unidos, y a la que el pequeño
Jojo (Rick Lens) de 10 años de edad llama repetidas veces para contarle sus
fantasías y diario vivir, en el teléfono solo deja mensajes, nadie le responde.
Es entonces que el cariño volcado hacia el ave hace aparición, su trato
ordinario propio de un niño curioso con una mascota atípica a la cual aun a
toda prueba sabe cuidar oculta sentimientos interiores no procesados, hirientes
o complicados en la mente de un chiquillo. Esa introspección se presenta de
manera muy idónea con el razonamiento infantil, vista desde un aire
psicoanalítico.
La propuesta del holandés Boudewijn Koole que apenas dura
hora y veinte minutos es un filme pausado pero no lento, con aire simpático
pero con pequeños conflictos, algunos roces en el colegio o el trato a veces
rudo con su padre, uno que no es un ogro ni una mala persona pero que tiene
arrebatos desagradables. El niño es muy activo, muy seguro e independiente que
exuda alegría e intensidad. También destila en su discreta historia la ternura
de su entusiasmo por aquella niña con la que comparte su pasión por su ave, que
se le da cabida como si fuera un personaje más, a la que estudia en sus
características, es un niño despierto.
En la pantalla vemos la cotidianidad del jovencito, su
mundo, su nuevo compañero y mascota, su cierta soledad, ya que hay una
distancia con su padre y en la casa él debe hacer los quehaceres, ser diligente,
aunque todavía se le escapan naturalmente algunas tonterías. No es un filme de
grandes acontecimientos ni siquiera de contundentes verdades sino de un ser
humano en crecimiento que enfrenta su existencia ya con varios retos y actos de
superación, de cierta forma se debe hacer un hombre a temprana edad, asumiendo
algunas responsabilidades y actitudes (positivas) dentro de su espacio, como en
ese acto simbólico transportado del ser padre hacia él en su grajo, es un
reflejo de lo que necesita y a falta de tenerlo lo da, lo busca. Sin embargo
necesita comprensión ya que esta en edad de descarriarse, de perderse (la ira
con la piedra sobre el puente), de resentirse con la vida. El filme gira
entorno a él, es la historia de Jojo y no hay más. Lo que hace la propuesta
algo que visto sin ojos sensibles puede pasar desapercibida, minimizada, ser
poca cosa ya que el filme se afianza a una estructura que lo hace una
realización ante todo intima.
Debemos ponernos en su lugar, para eso Koole nos hace
reaccionar con algunos efectos pero en sí no se luce intensión de efectismos
gratuitos. El padre no es una caricatura aunque es un personaje con no
demasiadas aristas desarrolladas, no obstante hubiera sido fácil provocarla, ni
el niño representa la indefensión absoluta (aunque claro es un menor), sino es
a un punto autosuficiente y hasta atrevido. Reacciona como con los golpes de
enojo que les da a los casilleros insistentemente, la huida de casa, su
reiteración de tener el ave (más fuerte que todo porque representa su solidez
emocional) o la mordedura a su tramposo compañero en la piscina.
Es grato hallarse con un filme tan diáfano, tan humilde pero
bien hecho, con un mensaje claro, una mirada a la infancia, tan importante por
la pureza y el arco iris que se merecen en un mundo que lastimosamente les toca
a muchos ser duro desde antes de lo previsto. Se trata de calidez de principio
a fin. Y eso irradia al observador.
Labels:
Boudewijn Koole,
cine europeo,
crítica,
familia,
séptimo arte
viernes, 3 de febrero de 2012
La invención de Hugo Cabret
Scorsese viene de una larga racha de películas irregulares como La isla siniestra (que también tiene su encanto), Los infiltrados (único Oscar de su carrera que más es producto de su trayectoria que de ésta película), El aviador (a pesar de todo una muy buena película a reivindicar) o Pandillas de New York (inconmensurable Daniel Day Lewis con una actuación antológica e independiente del alcance general del filme), por lo que en realidad sus obras maestras vienen a provenir de hace 16 años. Mientras tanto luce virtudes como promotor en ese nuevo boom en las series del cable, con la producción de la cadena HBO, Boardwalk Empire, sobre la prohibición de alcohol y su manejo en manos de un gánster de Atlantic City llamado Nucky Thompson (un camaleónico e inclasificable Steve Buscemi), y quizás en sus documentales, uno dedicado a la banda de rock británica The Rolling Stones y otro a George Harrison, integrante de esa leyenda denominada The Beatles.
Remitiéndonos con esos antecedentes a ésta oportunidad, Martin Scorsese ha hecho una jugada muy inteligente con éste nuevo largometraje; se aboca a un guion sencillo adaptado de un cuento para niños de la autoría de su compatriota Brian Selznick. El producto no tiene fisuras que se resalten mucho pero no llega a ser una obra maestra por falta de atrevimiento, mayor originalidad y dificultad; quizás se explaya demasiado en su respetable libertad por el pasado de Melies, aunque no tiende a exagerar. Gran parte de los hechos históricos son comprobables, tiene asidero en la realidad, agregando la fantasía del niño que plasma una bella metáfora: "Todos somos como una pieza perfecta e indispensable para el funcionamiento de una máquina, como la de un reloj, todos tenemos un propósito y nuestro deber es buscarlo".
Remitiéndonos con esos antecedentes a ésta oportunidad, Martin Scorsese ha hecho una jugada muy inteligente con éste nuevo largometraje; se aboca a un guion sencillo adaptado de un cuento para niños de la autoría de su compatriota Brian Selznick. El producto no tiene fisuras que se resalten mucho pero no llega a ser una obra maestra por falta de atrevimiento, mayor originalidad y dificultad; quizás se explaya demasiado en su respetable libertad por el pasado de Melies, aunque no tiende a exagerar. Gran parte de los hechos históricos son comprobables, tiene asidero en la realidad, agregando la fantasía del niño que plasma una bella metáfora: "Todos somos como una pieza perfecta e indispensable para el funcionamiento de una máquina, como la de un reloj, todos tenemos un propósito y nuestro deber es buscarlo".
Hugo, un pequeño huérfano que está al cuidado de un indiferente tío alcohólico, es experto en componer objetos mecánicos y vive escabullido en una estación de tren de Gare Montparnasse, en París, detrás de los majestuosos relojes de la terminal francesa, similar en oficio a Melies arreglando juguetes en su tienda, en donde se esconde tras el ingrato olvido de su invalorable aporte al cine, tras la primera guerra mundial que acabó con cierta fe por la inocencia del mundo. Hugo tratando de subsanar sus carencias emocionales para con su difunto progenitor y en razón de su pertenencia al mundo decide investigar qué mensaje oculta el funcionamiento de una máquina que retrata el dibujo de la máxima obra de Melies, Viaje a la luna (1902), en esa legendaria imagen de nuestro mayor satélite que lleva un cohete que ha chocado en su ojo.
Los personajes tejen pequeñas historias, apenas un esbozo sentimental en ellas. Tenemos al vigilante minusválido de una pierna y duro de carácter que junto a su perro doberman entrega a los huérfanos a los orfanatos tras hallarlos deambulando en la estación. Lo interpreta un muy sobresaliente Sacha Baron Cohen, el irreverente y radical comediante inglés, que demuestra que puede hacer más que una película escatológica e infumable como Borat (2006), manifestando que puede ser tierno – gracioso con sus muecas al tratar de hacer una sonrisa- o implacable –persigue con ahincó a los niños vagabundos y solitarios creyendo que necesitan la misma educación que tuvo en una institución pública para pequeños desamparados- y que en su rol yace enamorado de una florista. Tienes también la subtrama de una anciana que tiene una mascota díscola que no permite que ningún pretendiente se le acerque; o a un viejo que siente lastima de Hugo y le abre las puertas a la lectura, con el uso de un desaprovechado Christhoper Lee. Después el director e historiador de cine Rene Tabard funciona como enlace entre Hugo (lo fantástico) y Melies (hechos verídicos).
Los personajes tejen pequeñas historias, apenas un esbozo sentimental en ellas. Tenemos al vigilante minusválido de una pierna y duro de carácter que junto a su perro doberman entrega a los huérfanos a los orfanatos tras hallarlos deambulando en la estación. Lo interpreta un muy sobresaliente Sacha Baron Cohen, el irreverente y radical comediante inglés, que demuestra que puede hacer más que una película escatológica e infumable como Borat (2006), manifestando que puede ser tierno – gracioso con sus muecas al tratar de hacer una sonrisa- o implacable –persigue con ahincó a los niños vagabundos y solitarios creyendo que necesitan la misma educación que tuvo en una institución pública para pequeños desamparados- y que en su rol yace enamorado de una florista. Tienes también la subtrama de una anciana que tiene una mascota díscola que no permite que ningún pretendiente se le acerque; o a un viejo que siente lastima de Hugo y le abre las puertas a la lectura, con el uso de un desaprovechado Christhoper Lee. Después el director e historiador de cine Rene Tabard funciona como enlace entre Hugo (lo fantástico) y Melies (hechos verídicos).
Es curioso notar que The artist (2011) y La invención de Hugo Cabret (2011) tienen varias semejanzas, ambas rinden homenaje al séptimo arte desde sus protagonistas. En Scorsese es alrededor de Melies que fue tal cual un director de orquesta, actuaba, era técnico, escribía y lideraba la película, habiendo creado cerca de 500 películas en una trayectoria impresionante. Hablamos de un artista en toda la palabra. Para Michael Hazanaviucs es a través de la representación del ocaso del cine mudo. Los dos remiten a comienzos del cine, el director americano mucho más explícito que el galo en asumir las referencias fílmicas pasando secuencias de memorables filmes de antes del 30 que es la fecha a la que se adscribe Hugo, pero bajo la misma fantasía, buen gusto, inocencia, cercanía, afecto y optimismo. A su vez, uno rinde tributo al aporte francés y el otro al angloamericano. Esto recuerda la misma coincidencia temática entre El árbol de la vida (2011), de Terrence Malick, y Melancholia (2011), de Lars von Trier, que tenían a la tierra como centro principal, con el génesis y el apocalipsis.
Algo que hay que resaltar es que Scorsese ambienta unos escenarios magníficos, la maquinaria de los relojes, la ciudad de la luz y la estación son de una estética ingeniosa y muy hermosa. También impresiona el descarrilamiento de un tren o la transformación en robot del niño. Otro acierto es poder conjugar literatura (diversidad de libros) y cine; son como amigos que se relacionan y no compiten entre sí. Los pequeños buscan sabiduría cinematográfica en los textos, Melies adapta a Julio Verne, la biblioteca sirve para conocer la evolución del séptimo arte.
Chloe Grace Moretz, ganadora de los People´s Choice Awards 2012, por encima de cuatro integrantes del elenco de Harry Potter. Moretz, quien fue una revelación tras esa sátira audaz de superhéroes llamada Kick Ass (2010), a un año de hacerse notar con 500 Days of Summer (2009), hace de Isabelle, la ahijada del maestro europeo, la que lee mucho, pero nunca ha presenciado una película, y pronto Hugo reparará esa falta mientras ella le inculcará su pasión por los libros.
La corta escena -que no siento sobrevalorada- de los chiquillos de 12 años en la sala de cine imprime amor por el séptimo arte, su fascinación se impregna sobre todo en la última hora del largometraje, esa aura de fiesta hacia el arte se gana mi respaldo, aunque ésta película para quien escribe no sea su favorita a triunfar en mejor película en los Oscars. La pongo detrás de The Artist, Los Descendientes, Medianoche en Paris y Moneyball, pero Scorsese tiene muchas posibilidades como mejor director, aun bajo una primera hora menos potente, dentro de un conjunto con mucho sentido, gracias a su sencillez argumental, proponiendo alto alcance sentimental y hasta reflexivo en no perder la ilusión.
Los actores principales están perfectos, muy bien escogidos, Asa Butterfield es un niño que se gana nuestro cariño sin caer pegajoso o a través del estigma del pobrecito, sino presenta ingenio para subsistir por sus propios medios. La escena cuando llora y suplica que lo deje ir el inspector es muy emotiva, sus expresiones son muy prodigas; sus ojos maravillados con una cinta muda es creíble pensando que un niño contemporáneo no sentiría lo mismo, tan igual a su preocupación por conectar con su entorno. Éste actor inglés ya a su corta edad hace méritos para ser una estrella. Con él vemos a Ben Kingsley que con una carrera destacada merecería que lo despeguen de la figura fija en Gandhi, por la que ganó un merecido Oscar. Su interpretación luce como un triunfo, aunque sin desproporcionarlo. La invención de Hugo Cabret es una cinta valiosa. Todo el que recién descubra el cine lo va a agradecer y quienes ya lo conocen bien sentirán el recordar de la primera sensación.
sábado, 24 de diciembre de 2011
¡Qué bello es vivir!
Realizada por Frank Capra en 1946, con un James Stewart excepcional. Su rostro puede variar con rotunda facilidad siendo su alegría y simpatía contagiosa; luce fresco con un aire relajado pero sin perder su estilo elegante y clásico. En ésta oportunidad nos retrata a George Bailey, un hombre bondadoso pero con carácter que siempre antepone la felicidad de los demás a sacrificio de la suya propia; dispuesto a dejar pasar sus sueños si alguien le necesita, no solo dentro de su familia como con la pérdida de la escucha de un oído a raíz de salvar a su hermano menor de la hipotermia sino de todo el pueblo de Bedford Falls donde es muy querido y admirado, a contraposición de Henry F. Potter (Lionel Barrymore), el tipo rico que solo quiere sacar ventaja de los demás, de los pobres a los que no les guarda ninguna confianza ni respeto.
Capra hace una bonita historia navideña con personajes muy al estilo de las obras de Charles Dickens realzando virtudes y defectos, colocando figuras bastante identificables bajo rasgos gruesos y no por eso no estimables en sus personales formas; el retrato no es básico porque alberga muchas ramas derivadas y mantiene complejidad en su deambular que por simpático –aquello de ver qué hubiera pasado de no existir el héroe de nuestra narración que para el caso no se valora en toda su grandeza- no cae en absoluto en lo monótono y anodino. Sin embargo sus personajes muchas veces son poco más que básicos ya que buscan más acompañar –sea el dueño del bar, el farmacéutico, el policía, el taxista, el tío Billy, el amigo adinerado o la chica fácil entre otros secundarios que marcan una personalidad global optimista muy influenciada por el protagónico- creando a pesar de su funcionalidad un trabajo de conjunto que llena el pueblo de identidad y solidifican el panorama del contexto ya que permiten ver en toda esencia el alma y la repercusión que genera George Bailey, un tipo aparentemente común y frustrado -por no ver lo que es, lo que ha hecho o lo que hará-.
La mirada de la película es inocente, hay que admitirlo y no quita respaldo asumirlo, pero es porque cree en el ser humano, un ideal que bien vale llevarlo en alto a toda causa fuera de que en la realidad no sea tan razonable muchas veces. El espíritu que reina en la realización tampoco se queda en lo hueco ni en lo simplemente sentimental, salvo en la predominancia del canto a la convivencia digna del amor en todo terreno, sino que además tiene perspectiva porque George Bailey no solo es un hombre de palabras y buenas intenciones –porque sería poco francamente- sino de soluciones (de llevarlo a la práctica) y es que su inteligencia permite burlar la iniquidad del capitalismo más violento que solo ve dinero y astucia más que respaldo o bien común en el prójimo, pero sustentándose en el trabajo duro y evolutivo -las casas compradas son la prueba- aunque arriesgándolo todo en el compromiso que pretende ampararse en el cumplimiento del deber de uno en relación con el ajeno.
Es la resolución de un mensaje probo de pies a cabeza, el que busca creer y dejarse llevar por la fe en la humanidad (¿por qué será tan difícil?), como con las hipotecas o los prestamos en la oficina que mata de sopor la ilusión de Bailey que al igual que su padre no le queda otra salida -ante su naturaleza idealista y colectiva- que responsabilizarse por los otros a expensas de sí mismo (un milagro a todas luces en nuestra modernidad desprovista de autocrítica); ya que servir es un don de pocos y por eso simbólicamente –además de literal- llega el rescate del cielo o la -tomada por fantasiosa- justicia divina que envía a un ángel a demostrarle a nuestro ciudadano ordinario pero también auténtico y especial que su labor puede ser tan gigante como la del hermano en la guerra salvando de la muerte a sus compatriotas o la anhelada superficialidad viajando por Europa; éste es un recordatorio de que la pequeñez se lleva en el alma y que la desfiguración de lo que realmente es exitoso parte del concepto materialista, visual, suntuoso o de exacerbo público que nos domina, pero que solo basta perderlo todo –lo que aquí es invisible en grandeza a nuestros ojos- y darnos cuenta que la vida es maravillosa, como reza el título, incluso bajo el temor de ir a la cárcel o ante una alta deuda impagable de 8, 000 dólares.
Una esposa amorosa e hijos felices, un hogar cálido desde su gente, el afecto general, la amistad, la convivencia pacífica, la paz interior, la consciencia tranquila, la honra, son más importantes de lo que cree Bailey; para eso Clarence, un enviado celestial memorable aún en su estereotipo, como lo es Potter, dos caras: el bien y el mal, viene a ayudarlo en el momento en que cree que vale más muerto que vivo y está engañado por las apariencias, cuando sólo vislumbra la derrota.
Una mención aparte se merece Donna Reed como Mary Hatch, la otrora niña educada, sana y linda que le dice en el oído sordo de George que siempre lo va a amar y que más tarde no puede despegarse de la canción que los acercó de jóvenes, y sí ¡la mujer es el dulce y preciado tesoro de cualquier varón!, ¿qué sería el mundo sin éste sentimiento tan inigualable?, trasmitido por ella con toda vivacidad, con esa clase y naturalidad que llevan tan fehacientemente las damas clásicas, que no necesita ser de impactante belleza ni siquiera provista de sensualidad sino que irradia desde la enamorada sonrisa, de la sencillez, de la alegría, de la madurez, de esos olores que definen su expectativa con el hombre de su vida.
En Capra brilla la minuciosidad, la resonancia de los detalles en toda escena, como con el cuervo que implica el avistamiento de los problemas. También yace curioso el que Potter sea un invalido y es que sin perder la sensibilidad, el ser humano está en su interior y no en su físico. Todas éstas son lecciones "bobas" que conocemos aunque están a menudo guardadas con polvo en el olvido y es que lo que muchos tildan de obvio termina pasando desapercibido cuando son premisas indispensables que hay que tener presente; por eso un filme híper sensible y flagrante se nos hace tan grato casi sin darnos cuenta de qué se nos dice lo que ya sabemos pero porque tiene en la estructura la complejidad necesaria para reforzar y disponer de una filosofía existencial que en el fondo todos ansiamos tener en nuestro derredor y que nuestro escepticismo o predisposición a no vernos vulnerables impiden que brille en nuestra vidas.
Fiat lux se oye implacable silencioso en el rostro jubiloso de esa imagen inmortal de Bailey acaparado por los abrazos de sus cuatro hijos como de su amada esposa, mientras aquella frase dejada de dedicatoria por Clarence cierra el conjunto perfectamente: “ningún hombre es un fracasado si tiene amigos”.
Fiat lux se oye implacable silencioso en el rostro jubiloso de esa imagen inmortal de Bailey acaparado por los abrazos de sus cuatro hijos como de su amada esposa, mientras aquella frase dejada de dedicatoria por Clarence cierra el conjunto perfectamente: “ningún hombre es un fracasado si tiene amigos”.
Labels:
cine americano,
cine clásico,
crítica,
Donna Reed,
drama,
familia,
fantasía,
Frank Capra,
James Stewart,
navidad,
séptimo arte
Suscribirse a:
Entradas (Atom)