martes, 31 de diciembre de 2013

El espacio entre las cosas

La primera vez que vi esta película cuando recién apareció y estaba en boca de todos, y es sólo un decir porque por ser experimental pocos quisieron verla, hubo poca asistencia, no congenie con ella, además no era a priori una propuesta de mi expectación. La sentí muy pesada, conté cada minuto en la sala de exhibición, incluso casi me retiro, pero logré terminarla con mucha desconexión. El problema era esa introducción psicodélica que llevaba en el cine, decía: “no pienses, siente”, y pues lo mío no es mucho lo sensorial, lo espiritual, si es que no tengo mi mente y mi introspección abierta. Esa advertencia me puso fuera de todo juego, de lo que proponía El espacio entre las cosas (2013), pero ha sido verla nuevamente, a mi modo, que mi percepción de ella ha cambiado y la he disfrutado.

La tercera película de Raúl del Busto tras La espera de Ryowa (2004) y Detrás del mar (2005) tiene dos partes que se vinculan en buena medida, más por el lado del relator aunque es secundario ante el plano visual hegemónico y esencial. Una, la voz en off, no contiene a la otra en su totalidad pero la anuncia, la sigue, se fusionan y crean poesía, haciendo de las imágenes un especie de viaje novelado, se subliman en su trayecto gracias a una cooperación que se convierte en profundización, y es que el narrador se vuelve también expresión, valga la redundancia, elemento que aporta al conjunto, no está por gusto, aunque tiene su obvia participación como hilo conductor, como cable a tierra, como puente a la comprensión de ese no pensar que mayormente pretende el autor (aunque muchas escenas a su vez hablan por sí mismas). No obstante puede divagar, perderse en su ensoñación, en su historia particular que yace un poco libre, arbitraria e independiente de lo que vemos, pero más viceversa, si bien lo que vive en el ecran es su epifanía, la de Glauber Maldonado, teniente de una división de narcóticos, detective que sufre de migraña y de epilepsia, quien está haciendo una película, trasunto ficticio del propio Raúl del Busto, quien ante un proyecto que no pudo terminar se decidió por hacer la presente película con el material almacenado en su viajes.

La propuesta tiene dos parámetros principales. Uno es su aura mística que recorre todo el filme, como se percibe o se intuye o así lo anticipa el narrador en el relato de Horoshi Nohara, japonés de 42 años de la clase trabajadora que un día decide quedarse a vivir en un aeropuerto de México, en los espacios del terminal, sin declarar más motivo de que eso le hace feliz, siendo la gloria que alcanza un hombre simple rompiendo la cotidianidad, lo predecible y desde luego lo frustrante de la existencia, en una rebelión pacífica de la realidad que al mundo aqueja. El otro es su ruptura con lo convencional (que como se puede ver está bien unida al anterior postulado, sobre todo en nuestra contemporaneidad descreída de fe), como con la metáfora del niño trepado en los árboles, de los que no quiere bajar. Un tercer parámetro que he dejado un poco de lado porque no me parece exacto y se agradece, aunque sea parte trascendental del conjunto, es que sea sensorial, abstracto, experimental, cine alternativo.

El filme nos conduce a disolvernos, a atravesar una experiencia por medio del séptimo arte que nos permita ver tras sentir, tener una liberación, una vida nueva, realizada en nuestro interior de cara al exterior en ser feliz en el mundo, a apreciar lo que nos rodea, pero lo que subyace en el espacio que hay entre las cosas, los verdaderos significados, el goce secreto, lo pequeño que se hace grande, una mirada trascendental de lo común, del que abre los ojos y el alma, aunque suene cansino el intento. Entonces no puede ser más idónea la frase de Nietzsche que utiliza el filme como epígrafe: “Las cosas vienen a nosotros deseosas de transformarse en símbolos”. Para cumplir todos estos parámetros hay que sortear las formas humildes del filme.

El subtítulo “Marte, la selva roja” nos hace pensar en un planeta equiparado a la naturaleza, a Dios, es decir, a lo desconocido. Tenemos una escena memorable a ese respecto cuando una persona sin rostro en pijama metida en la piscina da la sensación como que representa la ingravidez de lo espiritual, salirse del cuerpo sin haber muerto, silencio, paz, libertad, la trascendencia de cualquiera, y en ese mismo cometido una veleta hecha con plástico de botella nos predispone hacia un viaje onírico, la forma de la aventura mística.  

En el filme destacan composiciones visuales, estéticas, como la del bonsái contenido en el círculo rojo de un foco que invoca a Japón. Otra composición es la de una playa con pescadores junto con un anciano de rasgos orientales que lee un librito en letras japonesas traduciendo una frase que dice: "El tiempo no espera a nadie". La propuesta se hace mucho de lo experimental y la creatividad para expresarse, como imágenes que se distorsionan en colores, brillos, otras que ciegan, por medio de luces; también de algunos desenfoques en medio del temblor e inestabilidad de la cámara. Una escena ondea como con el agua enfocada en un pasadizo a oscuras, se aceleran tomas, se usa la iluminación y el deslumbramiento del sol. La propuesta se pierde igual que Terrence Malick en la mirada de la copa de los árboles en un contrapicado, como la ciudad se observa en un picado, lo que es Dios posando la mirada sobre los hombres. Graba por aire, mar y tierra, dentro de una avión, una canoa, una moto-taxi, un vehículo. Lo del vacuno en plena selva y lluvia recuerda al cine de Apichatpong Werasethakul, que no sorprende que la presente película le terminara agradando al director tailandés que vino al III festival Lima Independiente y como jurado de éste evento le otorgó una mención especial en la competencia internacional.  

En el filme se ve mucho concreto, que inmediatamente se entiende como una estructuración que encierra al hombre en una dificultad de existir, qué, bueno, es la naturaleza del ser humano, pero que Del Busto logra hacerse cargo proponiendo algo positivo. Un salto en parapente es la flagrante resonancia de la libertad, de nuestra búsqueda de dicha. Algunas formas y expresiones son muy ligeras (como lo del charco con los perros, que invoca miedo, aunque a muchos les parezca la bomba por grabar el momento y puede ser en cierta medida por su naturalidad), mientras tantas otras son mucho más de lo que aparentan. 

Busca la espontaneidad del momento como sólo posar la cámara, en un encuentro con lo natural, véase el parque de diversiones, específicamente el pedazo de algodón dulce que flota y cae en las manos de una niña subida sobre los hombros de su padre, así se coge una chispa de felicidad y podemos ver que no es un filme tan complicado como creemos. Pero también construye conceptos y genera emociones, con música incidental, un museo que refleja una tortura, performances callejeras con títeres, un baile de tango, alguien que yace disfrazado(a) de ángel, o una estatua humana, lo que hace de la propuesta de Raúl del Busto una hazaña, al ser un cine que no solemos ver en cartelera, y un cine nuevo en el séptimo arte peruano. 

jueves, 26 de diciembre de 2013

Spring breakers

El cine independiente americano tiene como uno de sus más rebeldes representantes en Harmony Korine, y no es decir poco siendo una característica de este séptimo arte, aunque no en todos los creadores que le conforman. Korine ha logrado hacerse ver, hacerse conocer, dentro de la invisibilidad que suelen tener las propuestas fuera del mainstream angloamericano, en su territorio y en el mundo. No solo de cara a la popularidad, ser reconocidos por el gran público, sino hasta por los cinéfilos. Korine es autor de una filmografía no demasiado atractiva, aunque con toques audaces de personalidad -que incluyen lo desagradable- y un par de despuntes no solo gracias a su irreverencia y a la honestidad de presentar a outsiders que nos son repelentes o no los queremos ver, sino ante todo a un halo de ternura o comprensión sobre estos, como en Mister Lonely (2007) con un fantástico Diego Luna imitando a Michael Jackson bajo la extraña e idónea envoltura de la ambigüedad visual de su sexo (que no de su inclinación sexual práctica), que le cae preciso al personaje; una voz dulce, suave, y una aura de docilidad y buenos sentimientos que como expresa el título nos hablan de la soledad y la lucha de los freaks, que para el caso son los que copian a artistas de la música, como Sammy Davis Junior y Madonna, el cine con Chaplin (Denis Lavant), los tres chiflados, James Dean y Marilyn Monroe (Samantha Morton), la realidad en cargos de autoridad como el Papa y la reina de Inglaterra, la literatura en caperucita roja o la historia con Abraham Lincoln.

No voy a negar que -como en toda su filmografía- Mister Lonely le sirve a Korine para hacer de las suyas, como siempre, colocar sus infaltables locuras, su feísmo y sus exabruptos.  No obstante aquí el filme trasciende. Es en sí la recreación de un teatro de varieté, un espectáculo de fenómenos, viviendo y haciendo performances en el campo, en las tierras altas de Escocia. Los exabruptos no son muchos, pero no falta la ironía, como con el cura y las monjas. El cura es nada más y nada menos que Werner Herzog, y no es la única cara reconocible, sino está Leos Carax en un rol de esos ideales para él. Las monjas que vuelan proveen  a la realización de un final macabro y poético a partes iguales. Sin embargo logra ser un retrato bello, un homenaje a los que emulan a los famosos, partiendo de la calle, que tiene un tono existencial, de respeto que les llega a ellos y eso sale de ir más allá que simplemente juzgarles negativamente en cuanto a la ausencia del yo y a la extravagancia que oscila junto al rechazo y el ridículo, que yacen en la obra, pero sin ser dominantes, como sí están en otras películas del director americano en que yace la violencia. Korine eleva su condición humana, les otorga sentido, les imprime melancolía, los profundiza y eso es toda una sorpresa en su gestión artística.

Una segunda película en su hacer filmográfico a tener en cuenta es Julien Donkey-Boy (1999) que retrata la esquizofrenia, en la que también se ve ternura y se reviste de comprensión su ilustración, si bien a ratos molesta a un grado, como no puede faltar, ya que es una realidad complicada de sobrellevar, la locura. No obstante, nunca llega a quebrar la figura de una empatía que llega a manejar, aunque requiere de paciencia de parte del espectador.

En Julien Donkey-Boy lo que hace el actor Evan Neumann como un obsesionado de lo atlético es bastante destacable, desde la limitación que implica su personaje. Pero lo que construye Ewen Bremner como Julien es impresionante. Estoy seguro que si uno no conociera al actor, se hubiera creído su interpretación como real, al punto de que a mí me dejó en shock tanta naturalidad y realismo. Verdaderamente fenomenal, muy digno de una estatuilla dorada y sin llegar a dramatismos especialmente preparados para el aplauso y la lágrima; lo suyo es desde la incomodidad, como ese desenlace del robo de un pequeño y reciente cadáver. En la trama se ve a una familia muy particular, y cada uno aporta lo suyo en distinta medida. Bien también la irreconocible Chloë Sevigny, y la desfachatez de Werner Herzog. Después, los demás locos que se pasean por la pantalla están inconmensurables, aunque sea dentro del uso imperfecto y atrevido que busca el filme, pegándose a la economía visual, a la lealtad de sus ideales y esencia artística. Te apabulla y te fastidia, te saca de tu lugar seguro, pero también te conmueve su dureza, en el retardo, y la rareza, como la inquietud que produce la actuación de ese mago que se come los cigarrillos. Es un filme, como quiere a menudo, potente, pero ésta vez no solo efectivo para bien o para mal, sino recomendable.

Sus otras dos películas son terribles, aunque algo de alma artística tienen, aunque no sea hermosa o elogiable. También tienen una verdad límite y pobre que no queremos ver. A pesar de su extremo deplorable tienen sus (pocos) elementos salvables. Gummo (1997) es su punto de fama, trata sobre gente white trash, y diríamos que no se guarda nada y por eso llega a ser insufrible, como el abuso de la prostitución de una chiquilla retardada, en medio del salvajismo de unos personajes que son como un espejo que versa sobre la utopía de la convivencia civilizada, quienes se mueven como una amenaza, como con unos jóvenes protagonistas medio zarrapastrosos que cazan gatos callejeros para venderlos y terminen siendo comida camuflada. Esto va dentro de una extravagancia casual y cotidiana, rústica. Algo que resaltar es su fallida sensibilidad si es que la ha querido concebir, que muy poco lo logra, culpa de un tono drástico compartido que uno no puede quitarse de la mente, como un niño bastante maleducado con tendencia a lo criminal que aun así tiene sus afectos haciendo pesas al son de Madonna, o yacer en la bañera enjuagado de la cabeza con shampoo por su madre disfuncional mientras le da de comer tallarines en el agua mohosa. Poco se salva, porque las audacias son demasiado para soportarlas y querer recordarlas (y por ende aplaudirlas). No obstante entre comillas, ya que el cinéfilo es también un forense, se enfrenta a autopsias, a la sangre, a las vísceras, a lo desagradable e íntimo, a lo seco y material. Algo que recordar para bien puede ser el muchachito tonto con orejas de conejo rosa metido en una piscina con chiquillas promiscuas que le dan besos en la boca, un freak en su gloria, como lo que representa éste filme, o eso ha sentido seguro Korine, haciéndola, tanto por medio del reconocimiento que le ofreció.   

Trash Humpers (2009) es la peor de sus obras, uno no debe tomarla en serio en absoluto, porque si es así hasta produce inquietud, requiriéndose ya no tolerancia sino de un buen estómago. Se recrea a una pandilla de amigos enmascarados de viejos que suelen “violar” basureros. Se dedican a hacer locuras y vandalismo, a hacer el tonto pero de forma radical, a divertirse grotescamente siendo violentos. Son unos sociópatas, con lo que eso conlleva, no aguantarlos. Y es que el sentido del humor de Korine, en esta oportunidad, no es fácil de alentar ni de ser considerado para ningún elogio mayor, si bien a quienes son amantes de lo estrambótico, del sarcasmo más grosero, de la irreverencia de lo trash, como antecede el título, pues tienen un goce asegurado. Estamos ante el Korine más descabellado, el que patea todo tablero y aspiración, salvo uno muy minoritario, en un entretenimiento para desadaptados, o mejor dicho, quienes pueden resistirlos en toda su libertad, aunque en una película.  El momento en que se tranquilizan con el bebé parece impostado. No lo compras. No lo justifica el filme, si bien es el propio Korine, su esposa Rachel y sus amigos los que actúan. No pasa de ser una curiosidad, si eres un cinéfilo masoquista y todo terreno. 

Spring Breakers es su mejor película, donde usa a las llamadas chicas Disney en una cinta alocada, típica de Korine. En ésta se recrea a la juventud universitaria en busca de vacaciones extremas, llamadas simplemente por la época vacaciones de primavera, donde brilla la promiscuidad, las drogas, la juerga y el alcohol, es decir, pura diversión sin remordimientos, donde todo está permitido. Pero eso no es todo, la propuesta da un gran espacio a lo criminal, que es lo que le brinda un toque propio a la trama, con la que se construye la historia fuera de su afán de simplemente regodearse en la libertad de temporada con todos los atributos que la dibujan tradicionalmente en Estados Unidos, y que permiten recurrentes y superfluas imágenes de fiestas y exhibición en playas, placer puro y duro.

En Spring breakers se meten las cuatro protagonistas con gánsteres, dealers, pandilleros y narcotraficantes. Su proximidad con lo delincuencial se da primero por el anhelo de tener dinero para su viaje, roban un restaurante, con pistolas de agua. A pesar de que éstas anuncian un aire en parte naif no falta algo de quehacer bruto, propio de la intensidad, con violencia verbal y algo física. Sin embargo no se abandona la inocencia totalmente en el conjunto, aunque disminuye. Luego pasan a estar bajo la influencia de Alien (James Franco). Franco es bastante creíble como un hampón de barrio, al que no le falta la entrega, hasta con acciones de cariz homosexual cuando imita una felación con pelos y señales, algo que le atrae actualmente.  

El filme tiene de rompecabezas, una construcción flagrantemente artística en lo visual, a la que apreciar como elemento que busca un engrandecimiento y una identidad con lo que articula, las formas que aportan, y que recurre a ratos al collage y al ralentí, a que se nos quede en la memoria la fijación de su sentido principal. Además hay una estética de colores luminosos de neón, rosas, turquesas y fucsias, en medio de la intromisión y la estructuración de la fusión de distintos tiempos, va a atrás y luego hacia adelante o predispone o vislumbra lo que viene, complementa figuras, redunda o las explica tras solo enseñarlas en fragmentos. Hay una edición, una composición, elogiable explotando el tema, convirtiéndolo en algo que ostenta la misma belleza que exudan sus mujeres alocadas en biquinis.

Las actrices centrales no hacen una performance impactante, son superficiales en la historia, una que en sí es pequeña pero bien proyectada, siguiendo la ruta en éste orden: anhelos, corrupción, ambición/competencia, amenaza y venganza, mientras en el trayecto las chicas van escapando del tablero. Éstas actrices no lucen tan impactantes como profesionales, fuera del atractivo de tenerlas en situaciones atípicas a lo suyo, mostrar mucha sensualidad para los adultos, ser lo pervertidas y desinhibidas que implican sus roles. Pero hay que declarar que logran atribuirse la libertad que se requiere, gracias sobre todo a la buena cabeza del director y el recurso creativo, la fabricación de escenas más que del realismo o salir desnudas sin más, dependen del artificio. Se dejan ver, logran su cometido, sin aspavientos. Ayuda la falta de pretensiones, las máscaras en los asaltos o no enfocarse tanto en sus rostros, sino dejarlas que fluyan en la sencillez del argumento. En lo sexual hacen lo mínimo, que es lo muy justo, lo que les resulta un esfuerzo en sus carreras, pero que se hiperboliza, dándose tomas cuidadas en un trío en la piscina. 

Rachel Korine sí tiene escenas más subidas de tono, algo más explicitas, sin que tampoco sean pornográficas, ella sí tiene facilidad para desnudarse. Pero se trata sobre todo de la amplificación de lo sensual y sexual, con gestos, diálogos, preámbulos, con sugerencia, y eso es un logro para Korine, al que le funciona. Sin duda éste es su filme más llevadero, aunque hay que perdonarle cierto ridículo, marca de la casa, como la canción en piano de Britney Spears y los disparos que anteceden la revancha. Suponemos que ahí subyace la ironía, no cabe otra interpretación, y pues da risa, como también cierta vergüenza ajena, semejante desfachatez, que será apreciada solo por fans de Justin Bieber o Britney, y similares. Britney es una cantante pop que hay que mencionar que representa el sentir del filme,  que dibuja la participación de Selena Gomez y una más atrevida Vanessa Hudgens. A Selene no se le exige realmente nada, hace el papel que le cae o le viene perfecto, y está en la historia como se le suele ver, fuera de contexto.

Estamos ante un halo de inocencia que quiere cruzar la línea, que pretende transformarse y ser lo opuesto, y pues es -a un punto- un triunfo. La escena final de unas chiquillas armadas contra un capo y sus guardapespaldas es solo la locura y la libertad que parece en parte broma o provocación, y no se le toma en serio, recordando la grosera pero buena escena con las dos enormes prostitutas, o cómo enseña su cuarto un matón inmaduro como Alien, fáciles pero contundentes reflejos de distintas caras de lo lumpen. Juzgar el filme por la escena final es romper el palito, desechar la propuesta, no lo hago, sino me dejo llevar por el entretenimiento. Korine no es muy arduo con la credibilidad de su filme, le deja reticencias que surcar al espectador, y eso está genial, porque el séptimo arte vende sueños, fantasías e ilusión, y eso hace a su modo éste irreverente director, a la par que proporciona un toque oscuro propio y la destrucción de míticas. La famosa revista francesa Cahier du cinéma dice que Spring breakers es una de las mejores películas del 2013, y en mi parecer no está mal, aunque no llega a tanto tampoco.   

miércoles, 25 de diciembre de 2013

Fango

Fango (2012), del argentino José Campusano, es radical, alternativa, independiente, subterránea, un cine de muy bajo presupuesto, pequeño e imperfecto, irreverente a un punto en mostrar la parte complicada de Buenos Aires en una ficción que tiene mucho de verdad como su lado de fantasía –en su acción dramática trepidante y extrema-, libertad imaginativa y violencia para entretener (aunque ya se ha recorrido mucho en el séptimo arte), todos alicientes para el entusiasmo de los cinéfilos, a su vez de mucha identidad y personalidad a pesar de sus limitaciones, que hacen de Fango digna de verse, aunque implique salir de nuestro lugar conocido, tener tolerancia con sus carencias y defectos (como cierta fealdad), pero que fácilmente logra entretenernos, mediante una capa contundente de realismo, convirtiéndose en una propuesta curiosa e interesante.

Fango tiene dos historias principales, que aunque forman un conjunto, más parecen paralelas, siendo en parte polos opuestos, teniendo su propia independencia, o se pueden leer bajo distintos anhelos de expresión, si se ve con sutileza, dentro de una obra que quiere contar mucho en poco espacio, sea dicho estando bien dosificada y finalmente fusionada, en que comparten su idiosincrasia urbana, su gente y sus particulares frustraciones existenciales, en una por medio de peligros, asesinatos, en otra no poder desarrollar nuestra vocación, no cumplir con nuestros sueños (que no es poca cosa), en un aire más común, a diferencia del otro mucho más libre y en calidad mayor de cuento.

Una de ellas es de superación, hallar el éxito en nuestra pasión (en la música), mediante la formación del camino de un grupo innovador que quiere mezclar el heavy metal con el tango, y construir algo que llaman tango trash, lugar donde converge la melancolía con la rabia, creando un sonido intenso, desenfrenado. Para ello el brujo y el indio, dos mejores amigos y músicos con trayectoria subte salen en busca de integrantes, encontrándose con genios de barrio, que aún no yacen reconocidos fuera de sus calles, no son populares a escala nacional o por requerimientos personales han tenido que abandonar la música, pero son la esencia del arte que los motiva. Su grupo se llamará como indica el título, Fango.  

La otra versa sobre una infidelidad que trae mucha cola, fatalidad, muerte, entre gente como dice el filme, difícil, de temer, entre pandilleros con poder y abuso en la cuadra que tienen un líder lleno de cicatrices, culturistas intimidadores de estilo punk paramilitar o ex delincuentes y compinches homosexuales y ahombradas. Todo parte desde que una robusta joven y lesbiana que estuvo en prisión, prima de una esposa y también muchacha a la que le engañan descaradamente, quiere alejar, luego darle una lección, y hasta secuestrar, siendo proclive a matar, a la tercera parte en discordia que aunque está también casada se da sus escapadas. Nada saldría de lo común si no fuera que ésta relación extramatrimonial se desproporciona por el tiempo y la frecuencia, el desinterés y la frescura conyugal por la contraparte desleal, y por la suya la convivencia liberal. Entonces, cuando se le pide ayuda a Nadia, ella se lo toma muy personal, no solo por el parentesco sanguíneo, sino por la pérdida del nacimiento del hijo de su familiar que la llama para que intervenga, y que es algo que la trastorna, le nubla y le hace hacer cualquier cosa en consecuencia. En adelante es como una bola de nieve, revanchas y contraataques, y es algo rocambolesco.

Ésta propuesta es un cuento brutal donde brilla el uso de las armas caseras hechas en la zona, como se podía ver en algunas escenas de Vil Romance (2008); también los enfrentamientos con cuchillo de carnicero, las palizas o combates a puño limpio, y los ajusticiamientos. Tiene un tono que da a entender el uso de mucha ficción, donde se crean matones particulares, como Nadia, que es la protagonista y gestora de tanta violencia, el as de la película, que como se dice, no puede controlarse, aunque el brujo sería el héroe, solo que yace más implicado en la historia de la banda Fango. Pero terminará asumiendo muchas pérdidas/derrotas en general. A la vera de Nadia se provee el filme de emoción, audacia, entretenimiento superfluo que atrapa, el que te saca una sonrisa cómplice, porque la historia no te la tomas en serio, si bien es un buen contexto -con su propia imagen- dentro del extrarradio de Buenos Aires.

El llamado conurbano bonaerense es importante en la presente película, es el reflejo de lo underground en Argentina (la limitación junto con la dificultad de sobrevivir, diría; y de ahí que se justifique la cierta precariedad formal del filme, no total porque está bien grabada a fin de cuentas). El legado artístico y cultural de Campusano incluye el no hacer uso de actores profesionales, aunque repite con Oscar Génova, el que hace del brujo, quien nos remite a la edad y la cercanía de la vejez, en la que está el director también. Campusano a sus 49 años lo sabe y lo hace bien, a su modo, mientras la historia es por su lado una decadencia/derrota abrumadora, pero un goce que da la gran pantalla ante todo. Campusano suele decir que sus "actores" se copian a sí mismos, y eso es algo que suena -si le tomamos la palabra- bastante curioso viendo la violencia y criminalidad que entendemos no literal pero representa lo que son sus no-actores. Sin embargo, como además suele decir el director argentino, no está para juzgar, sino para mostrar todas las caras humanas, hasta lo deplorable, siendo si se viera así una autocrítica de la ciudad y la esencia de la realidad misma, y hay una necesidad satisfecha. Las actuaciones tienen sus ratos deficientes, siendo por momentos vistosamente unidimensionales en su expresividad o que dejan ver asomo de risas involuntarias o hasta parecen estar haciendo memoria robóticamente. No obstante terminan funcionando en conjunto. Campusano tiene un estilo visual y una narrativa sencilla agradable, que seduce con su trama bien hilvanada, que hacen de sus formas poco agraciadas un arma de identidad.  

lunes, 23 de diciembre de 2013

P3nd3jo5

Ya tiene más de veinte películas dentro de su filmografía como director, el argentino Raúl Perrone, quien es un autor de minorías, uno de culto en su país, y aunque no es popular, o muy conocido en el mundo, tiene sus férreos fanáticos y el mayor reconocimiento de los que aman lo subterráneo o el llamado cine de guerrilla, el séptimo arte de bajo presupuesto, viendo en la presente que hay razones, su creatividad, personalidad, que está bien hecho, con una estética y bajo un sólido recorrido. Uno que sigue demostrando que es fiel a sus propias reglas, a su cine, que en el presente es experimental, casi sin una historia detrás, en ello solo algo muy pequeño o sugerente, mayormente fragmentado, dentro del predominio de una composición artística visual o sensorial más que ser propiamente un relato, pero que articula las características principales de los chiquillos o adolescentes, de los pendejos, como los llama la jerga argentina y anuncia el título, que específicamente se les retrata, es capturado su espíritu con la cámara (como más tarde se representa en el epilogo de su obra, como fantasmas que deambulan por la ciudad, los que son parte de la historia urbana), en el skate.

Perrone divide su película en 3 partes más un colofón. La primera versa sobre la proclividad al crimen, a esa tentación y seducción (al no estar consolidados), ese dejarse llevar más allá, no medir consecuencias, seguir los impulsos primarios, ser emocional, como unas tomas en collage nos lo muestran; esto, es a la vera de la duda y la inquietud de un chiquillo. Es el peligro y la preocupación/temor que puede regir sobre la demasiada libertad, la anarquía juvenil, que se deduce de cuando un padre innominado y representativo increpa a su hijo skater en un trayecto en auto. El chiquillo sólo quiere hacer ocio, callejear, siendo un tiempo de inmadurez y de rebeldía, pero también donde brilla la ilusión, el goce intenso y la ruptura de la inocencia, el crecer. Se coloca de punto de inflexión al yo descubridor en el enamoramiento –bajo la técnica del expresionismo y los primeros planos, que será algo recurrente, como el amor como influencia, y que Perrone lo usa como fatalidad- y la violencia –en un relato incompleto e indeterminado en una especie de neo-noir -. 

Apreciamos la línea, en buena parte tenue, de una decisión; simplemente yacer en el entretenimiento extremo propio de una temprana edad atrevida, libre, o traspasar a lo delincuencial, el salto a lo réprobo, el agravamiento; punto donde ocurre el desarrollo del temple y la personalidad. Tenemos mucho campo para la imaginación y la interpretación, si bien se puede percibir una narrativa, aunque excesivamente corta y momentánea. El resto en ese capítulo, que tiene semejante dominación de tiempo, igual formato en los otros, aunque más en los dos primeros como si no existiera nada más, es ver sencillamente imágenes de prácticas de skateboard en la natal Ituzaingó de Perrone, su recurrente perímetro, entendiendo que la propuesta es ante todo la exhibición de una cotidianidad, la construcción visual del quehacer de personajes anclados a solo patinar y fraternizar a ese son, siendo la filmación de una subcultura, acrobacias, saltos y relajo, mientras suenan principalmente en la banda sonora unas cumbias en versión electrónica.   

La segunda parte es muy similar a la primera, en un filme que en conjunto está hecho en imitación del cine mudo, sin diálogos, sino como exige el tipo de séptimo arte emulado, con inter-títulos y grabado en blanco y negro, pero dejando a ratos ciertos sonidos naturales o algunos en particular como la canción romántica angloparlante de una guitarra, un acordeón en medio de un concierto de garaje o la televisión con un videoclip de una banda argentina. Éste segundo capítulo nos describe el nihilismo y el vacío de la adolescencia, en que una chica joven también, sale con alguien menor, otro pendejo de protagonista siendo tres marcados en cada parte, a quien le pide que le acompañe en su suicidio. No hay más, se articula nuevamente la ambigüedad y se apela a los sentimientos en forma general y superficial tras una recreación sugestiva en donde se movilizan nuestros sentidos. Se ve en esencia y leitmotiv mucho skateboard como fuente de conocimiento de una edad.  

La tercera parte es algo más narrativa, es más un cuento aunque tiene su pequeño toque introspectivo sobre la etapa de la vida que se ha querido manejar. Me recuerda a Gus Van Sant, a Paranoid Park (2007). Hay un crimen misterioso, de donde pagan caro los sospechosos, siendo una poética de lo maldito como un estamento de la obra de un outsider, como Raúl Perrone (1952, Buenos Aires). Todo partiendo de la inestabilidad de un embarazo no deseado, la responsabilidad luchando contra la inmadurez, el vagar sin rumbo, el enfrentarse a algo en que no parecemos encajar, la tensión y un aura de melancolía ante verse como un especie de fracaso, de excluido, con un contexto con drogas y hasta donde asoma la homosexualidad.

Otro referente, no solo la técnica del cine mudo de Carl Theodor Dreyer, es la recreación bastante breve de la escena homenaje de Jean-Luc Godard en Vivir su vida (1962) sobre La pasión de Juana de Arco (1928), una escena hermosa del danés en un meta-cine glorioso del francés, metida en el filme de Perrone en cajas chinas, aunque no lo profundiza, solo lo deja ver y pasar como una chispa de cinefilia, como pasa de la misma forma con la ensoñación que producen las nubes en lo existencial. Esa mirada de la cámara que se posa en el cielo inmediatamente nos retrotrae a La ley de la calle (1983), cuando Rusty James desde su sencillez como ser humano quiere otra vida distinta a la pobre y encasillada que lleva.

P3nd3jo5 (2013) ganó el Premio a la Mejor Película en la competencia internacional del festival de cine Lima independiente 2013, y mejor director en la sección oficial argentina en el Bafici del mismo año, el festival de cine independiente de Buenos Aires. Es una realización de la que no vamos a mentir, sino más bien advertir y preparar al espectador que desconoce de ella, como alentar a visionarla, es un filme arduo de ver, exigente, que implica paciencia y apertura con un cine atípico al uso general, ya que sus imágenes en gran parte simplemente yacen libres sin sentido mayor, tiene mucho de video-arte, en dos largas horas y media de duración, en que sin embargo una vez sumergidos en su estilo y forma tan osada, particular y despreocupada de cavilar y mostrarse sientes que te retribuye aunque no sea su prioridad agradar porque pretende hacer arte a su modo, y hay que respetar su honestidad y entrega.

domingo, 22 de diciembre de 2013

Chicama

Película nacional que ganó cinco premios en el festival de cine de Lima del 2012, mejor película peruana, mención especial del jurado, mención especial en el premio de la crítica internacional, el segundo premio del público y el premio FX Design, y que para muchos fue la mejor película peruana del 2012. Un filme que se estrenó primero en Trujillo, ciudad de origen del director, y se hizo esperar en Lima a la que llegó a exhibirse a partir del 5 de diciembre del presente año en solo dos salas, en el CCPUCP y en el Cineplanet de San Miguel. 

Chicama le pertenece a Omar Forero, es su tercer largometraje tras Los actores (2007) y El ordenador (2012), es una cinta muy austera y discreta, de poco recurso donde su limitación en lugar de desestimarla la hace una obra personal, ya que ha explotado sus formas y pequeñez formal, como identidad y con bastante orden, generando un estándar que mantiene su igualdad en su aspecto técnico y visual. Es como tener la noción de nuestra capacidad, lo que vamos a contar, cómo lo vamos a hacer y de la inversión de nuestro proyecto y a través de ello trabajar conscientemente creando una obra a nuestra medida, pero yendo hacia cierta excelencia con nuestras coordenadas, otorgándose personalidad y enalteciendo todas nuestras características.

Sí que es una propuesta a la que uno tilda por naturaleza de alternativa a la exhibición comercial, no siendo en toda magnitud un cine intenso, no es superficial tampoco, no busca entretener por antonomasia, además de que está lejos del acabado, técnica y pulimento angloamericano. Pero que tiene de ello, a su modo, sólo que lo hace en forma cultural aunque sin ese tinte de obvio y pesado aprendizaje. Nos muestra la realidad nacional, se apropia y genera cariño, por medio de nuestra humanidad, pureza, altruismo y lo patrio. Y no lo es porque sea algo complejo como estila el cine de autor (aunque tiene parte de esa esencia en su aclamada sugerencia y en sus formas provechosamente apaciguadas, que no apagadas), sino porque carece de la aventura y el conflicto como lo conocemos habitualmente en los cines.

Tiene para empezar una tranquilidad, parsimonia y sequedad que se mueve en lo naturalista, en ser realista, fidedigna al mundo que nos rodea como peruanos, querer ser autentico, y sus problemas no se pretenden como una ficción que se desarrolla en un relato convencional de superación donde hay una presentación, contexto, un golpe y una solución (sobre todo estos dos últimos). En su lugar se da como un espejo, como parte de lo que simplemente acontece en el Perú, la pobreza, para el caso la de un pueblito en un lugar alejado en los Andes, en Toledo, o sea que es parte de un escenario que no se analiza, no directamente, sólo se muestra. La película no se enfrenta a esto más que asumiéndose y moviéndose en los hechos, aclimatándose al medio; no hay soluciones facilistas y rápidas, no busca la fantasía. La reflexión llega como plano personal del espectador, viendo el contexto, y la precariedad, agarrándose de pequeños detalles como cuando un niño expresa algo íntimo pero que es vox populi, dice que todos los profesores los abandonan, y es que más que una historia parece un documento.

Estamos ante la cotidianidad de las limitaciones de nuestro subdesarrollo nacional, en la recreación de un lugar rural que parece olvidado por la modernidad aunque la busca en su anhelo de educación, y que representa lo autóctono, lo que somos y tenemos que lidiar, y lo hace sin dramatismo, con silencios y dándolo como tarea, como queriendo que observemos y sintamos, que nos demos cuenta sólos, aunque todo está ahí también para verse. Tiene un tono, y no es el de la tristeza, sino el de la alegría de vivir, de la normalidad aun en la carencia y necesidad, en enseñar gente a la que apreciar y respetar porque no están quejándose, más bien intentan surgir y existir lo mejor que pueden, apreciando cada momento, como lo dice el recurrente discurso del director cuando presenta a los nuevos maestros, desde su simplicidad verbal. Estamos frente a un fresco con su lado de belleza, con su ternura, con su ejemplo y esfuerzo, con su felicidad, donde nunca mejor ha brillado lo de decir que algo es muy natural, porque el entorno y su representación mayormente lo es, y su ausencia de elaboración se supera creándose una distinta vía de seducción a la que uno se adapta sin problemas aunque notando su sencillez estructural, narrativa y argumental pero que ilumina.

La reproducción de sus personajes es en parte plana aunque creíble, restringidos en su capacidad interpretativa, extrañándose mayor y mejor visualidad e histrionismo, que se comprende que no sea su opción y está bien porque es el sentido general del filme aunque tampoco sea fácil conseguirlo, sino que parecen recitar, estar haciendo memoria en el trayecto de su comunicación, siendo muy comunes, no lucen profesionales, complejos, no lo son, especialmente José Sopan, el protagonista, Cesar, de quien nos cuentan que tras terminar su carrera de maestro quiere ser enviado a Trujillo y ante la alta demanda y competencia solo le queda ir a Toledo desde su natural Cascas. Ahí conoce a una maestra, en la piel de Ana Paula Ganoza, y parece crearse un vínculo sentimental, seguro porque es guapa, afable y tiene una bonita sonrisa, y es muy fácil de congeniar, pero como quiere ser la realización, no crea ningún conflicto, no pretende ningún desarrollo más que lo intrínseco, en cierta elipsis, miradas, conversaciones, proximidades, bailes y acompañamientos por el campo, hasta darle confianza cuando le pide que la proteja mientras orina a la intemperie.

También influye el compartir su mundo y la soledad. Una que se rompe cuando Cesar ve a sus familiares y a sus amigos, y con estos últimos es como más libre y por costumbre se termina siendo más ordinario, hace bromas tontas, pasea y toma cerveza en la calle, va a la playa, y es soez en su lenguaje como se comporta su patota. Es un retrato bastante verosímil, pero en ese momento pierde la película su encanto, se pauperiza como en la escuelita sucede todo lo contrario, se eleva la condición de seres humanos, de los niños, del pueblo y de sus maestros, y entiendo que se quiera credibilidad, y se recurra a la naturalidad, pero con sus amistades decae el filme; la creatividad siempre debe buscarse, aun no queriendo ser irreal o sentirse como una construcción ficticia, porque el arte a mi ver te exige ese talento cinematográfico y universal. De todas formas no guarda sustancia en esa parte, salvo que a Cesar se le dibuja como a cualquiera. No obstante su trabajo y su entrega sacan lo mejor de él, habiendo mucho sentimiento en Toledo donde los niños bailan danzas típicas o tocan instrumentos, hacen sus inocentes y curiosas preguntas, cuentan brevemente sobre sus vidas, aprenden historia, y eso atrapa, fascina y en ese momento brilla el mejor estilo, se resalta la película, remonta todo escollo, se agiganta y hace cine, fuera de sus encuadres y tomas sin dinamismo tradicional, teniendo menos ritmo pero sin llegar a agotar. Y no necesita de ninguna espectacularidad, porque tiene otro sentido y formato, y como tal gusta y vale la pena, sin que sea una obra maestra, que no es pedirle -ni que dé- poco.

viernes, 20 de diciembre de 2013

Camille Claudel 1915

La biografía de la escultora francesa Camille Claudel es definitivamente atrapante, ella es tremendo e impactante personaje. Por lo que al no saber casi nada de ella ver La pasión de Camille Claudel (1988), de Bruno Nuytten, fue verdaderamente lo que necesitaba visionar y conocer. Un biopic a la orden de contarlo tradicionalmente, explotando la fuerza de su historia, con una Isabelle Adjani prodigiosa en la piel de esa talentosa, vehemente y trágica artista. La que tuvo una relación -y razón del quiebre de su cordura- con uno de los nombres más grandes de la escultura mundial, Auguste Rodin (Gérard Depardieu), con quien compartió 15 años de arte y amor desmedido. Ella era “arcilla” en sus manos, trabajando a las órdenes de la bien ganada fama de él, pero teniendo tanta intensidad, don y creatividad que empapaba y rejuvenecía, le daba una segunda vida, a Rodin. Una grandeza en que el tiempo y el desgaste cobra factura. Y mientras ella lo daba todo, el viejo maestro francés aprovechaba su entrega sentimental y su cuerpo, como su espectacular capacidad artística; era un regalo de los cielos, no solo cumplía con responder a su desmedido apetito sexual convirtiéndose en su amante a pesar de las habladurías y desprestigio moral de cara a la sociedad de la época, sino engrandecía su genio. Sin embargo, Rodin no deja a su pareja de toda la vida, a Rose Beuret, que era lo que Camille quería, casarse con Auguste. Y ante la negativa de oficializar la relación, darle su lugar, aborta y se queda sola, pero la tragedia no queda ahí, sufre aun más, su tiempo le da la espalda como artista, la reconoce pero no la enaltece como se debe y cae en una crisis. Termina en el desequilibrio, abandonándose en un aislamiento voluntario en su solitario hogar y taller. Luego muere su padre que tanto le quería y protegía, el que admiraba su iniciativa, potencial y autosuficiencia, y ella es enviada por su madre y hermano menor, el poeta y diplomático católico Paul Claudel, a un manicomio, donde no vuelve a esculpir jamás y termina encerrada durante 30 años hasta su muerte. De lo que para más inri, su cuerpo se perdió en una tumba sin nombre. 

No voy a atacar un filme para enaltecer otro, son distintos, como mis apetencias cinéfilas, el valorar diferentes propuestas y estilos de séptimo arte. Y hay que decir que lo que hace Nuytten es magnífico. Efectivamente, no solo explota su historia, sabiendo antes contarla, sino otorga emociones al espectador, se vive en todo auge la pasión del título, la esencia de la existencia de Camille Claudel, que proporciona el entendimiento de la brutalidad de su caída. Se siente en la perfomance de Isabelle Adjani, musa total del autor. Aparte de que es una muestra hermosa del arte de la escultura, teniendo un lugar de privilegio en el relato donde se trabaja mucho; participa de forma maestra. Y una vez aquí, con todo lo explicado termina en 1913, con letras contándonos lo que vino después.  

Ahora empieza la obra de Bruno Dumont, y hay que decir que es complementaria, porque sin antecedentes nos perderemos de mucho subtexto en las nuevas imágenes, en una biografía que aporta y enaltece lo que hemos de sentir. Ya que Dumont busca lo mismo -aunque de distinta forma- que Nuytten, entregarnos un drama y emociones, en la otra parte de la historia de Camille, la consecuencia de su pasión, y justo empieza donde la otra termina, dos años después (el tiempo que lleva de reclusión en el manicomio). Estamos en 1915, y solo versará sobre unos días en su vida, tratando de proyectar lo que sería su porvenir. Pero, desde el cine de autor, con lo mínimo, lo redundante, lo lento, lo sugerente, lo elíptico, el espacio reducido, y usando locos reales para fabricar la desesperación que quiere dar a entender. Un claustro espeluznante para cualquier mortal, aunque Camille tenga un lado de desequilibrio, y se sienta siempre perseguida por una supuesta mano negra de Rodin, aunque no lo una nada a éste hace 20 años, ni tenga ni se asome ninguna prueba razonable. Cree que la quiere envenenar, que el maestro le teme porque envidia su talento, y su posible retorno artístico, que quiere destruirle porque ella va a robarle la inmortalidad, a oscurecer su legado, y lo culpa de su encierro y de que sus obras desaparezcan, dejen de exponerse, de su ruina, y algo hay de verdad en toda su locura como un pasado metafórico, si bien yace muy desbocada en su imaginación.

Lo que veremos en Camille Claudel 1915 es puro Dumont, no nos engañemos, es su estilo, su impronta, su personalidad, aunque no hayan constantes escenas de sexo explícito, o intempestiva violencia que nos golpee sin piedad y nos deje inquietos o nos haga sentir bastante mal, su quehacer en ello es otro, con el sufrimiento del abandono y la soledad, el estar proclive a perder la esperanza. Si han visto sus películas anteriores saben de lo que hablo.

La vie de Jésus (1997) sobre el diario vivir de unos adolescentes motoristas, cinco vagos que acaban de perder a un amigo, hermano e integrante, con el reflector en una trama que apunta a enseñarnos a Freddy y su relación con Marie, ante la amenaza de un joven pretendiente árabe de quien el protagonista se enemista tras burlarse de él y su padre, y este venir a provocarle en adelante. Una historia simple, siendo la trama más convencional de este director. Muy típica en su deambular por lo ocioso, familiar, sentimental, social y recreativo que aunque bien contada lo hace de forma ardua.

L'humanité (1999), ganadora de mejor actriz a Séverine Caneele y mejor actor para Emmanuel Schotté, dos actores noveles, como suele buscar audazmente éste director galo, con buen ojo en su elección descubridora, y para los roles principales, que no es poca cosa, una gran oportunidad y responsabilidad supervisada naturalmente por el genio de una dirección predominante. L´humanité también ganó el gran premio del jurado, en el festival de Cannes de 1999. Una película donde vuelve  a brillar el amor, un leitmotiv muy fuerte en el arte de Dumont que parece querer a menudo tener la intención sólo de contar algo pedestre sobre alguna relación afectiva, entre el placer y el conflicto cotidiano, debajo de unas formas que acostumbran ser extravagantes, difíciles e inesperadas y se amplían por otros derroteros como bajo una capa de oscuridad. El amor se halla tras la debacle de la vida, esa pérdida de la mujer e hijo de Pharaon De Winter (Emmanuel Schotté), quien pasa sus días no sólo como detective de policía preocupado con un caso que lo ha sacudido, sobre la violación y muerte de una niña de 11 años, sino pasa el rato muy campechano con dos amigos muy cercanos, una pareja, Joseph y Domino (Séverine Caneele), ésta última una rubia belga enorme que como toda fémina en la obra del autor francés es muy ardiente y promiscua, indecisa en definir sus afectos por una sola persona. El sexo lo estila este creador bajo poca seriedad, muy a menudo es superficial, un acto hasta antojadizo, rápido, aunque suela esconder o descubrir emociones y conflictos. En sí la trama es solo eso, Dumont siempre hace largo, contemplativo y saca jugo a lo que debería ser discreto –como lo ha hecho en toda su filmografía e incluso en Camille Claudel 1915-. Simboliza lo suyo también, solamente toques, como ese beso sorpresivo que le dan a un criminal que puede creerse de atracción homosexual pero es más iluminar una compasión e identificación como arguye el título, de humanidad; como es de cierta tradición en su filmografía, en que no falta lo espectacular, como la santidad, o en otro caso la magia, como se puede describir en la bondad y pasividad de Pharaon De Winter. En un lapso del filme parece levitar, como más tarde intenta de pronto Barbe en Flandres (2006), y es que no todo indica algo literal, como sí tiene de ello Hors Satan (2011).

Twentynine Palms (2003) su película más hiriente, más chocante, que da el golpe cuando menos lo esperas, partiendo de una aventura y un viaje romántico por el desierto salvaje californiano, siendo todo casual y predecible hasta engañarnos, en un contexto muy normal en mayor parte del metraje, peleas nimias y hartos encuentros sexuales marca de la casa, que tienen de dominantes y algo perversos, y pueden esconder una idiosincrasia intrínsecamente culposa y oscura que más tarde refracta como un castigo injusto y escalofriante. Si uno es muy sensible, mejor no la vea. Tiene escenas verdaderamente terroríficas y perturbadoras.  

Flandres (2006) es una cinta que ganó nuevamente el gran premio del jurado, en el festival de Cannes del 2006, y que mezcla una guerra indefinida en alguna zona desértica del planeta y sus horrores, violaciones de soldados a una mujer indefensa, asesinatos de niños combatientes, venganzas con mutilaciones genitales, tortura y masacre, con su habitual contexto en la campiña francesa, donde retrata a unos jóvenes antes de ser parte de la milicia y de las atrocidades antes descritas. Se apela a las características generales de Dumont, como la toma amplia, panorámica, de paisajes, la parsimonia, recrear rutinas o cierto falso cariz de desconexión en la extrañeza de su protagonista, dentro de aclimatarse a una convivencia particular que parece a punto de quebrarse, producto de un peso interno oculto, manejando ambigüedad, y la sorpresa de decisiones que importan pero no se toman así. Se nada entre la promiscuidad y el amor secreto que sueña con algo puro aunque no se atreva a exigirlo o revelarlo.

Hadewijch (2009), una lucha conceptual del hombre sobre la facultad de las decisiones y sus conexiones y retroalimentación, dentro de la subyugación al destino espiritual superior, desde paradójicamente el libre albedrio (el que muchas veces desaprovechamos o nos deja expuestos pero que es nuestro y es siempre una oportunidad de ser), dependiendo el camino, como es la vida, la gloria, la fatalidad, aquí bajo algo radical. Nos sumerge en la historia de una chica religiosa, Céline vel Hadewijch, que por una personalidad devota a la entrega total de unas creencias trascendentales es material moldeable a dejar de tener propia voz, algo que puede ser una tragedia según el fanatismo. Una crítica contra la obsesión (el convertirnos en objetos), léase un preámbulo de lo que será Camille Claudel 1915.

Hors satan (2011), una película con un periplo entre lo místico y lo pagano en donde no faltan los afectos, el desamparo, la vulgaridad, lo inexplicable y la naturaleza humana.

La última cinta de Dumont es hora y media de ver deambular a Camille por el manicomio de Montdevergues, esperando la visita de su hermano Paul Claudel (un estupendo Jean-Luc Vincent con la naturalidad necesaria, como cuando yace desnudo del torso escribiendo, aunque con una presencia y una actitud concebida al uso de un retrato). Vemos el horror de su confinamiento, el estar entre gritos, chillidos, exabruptos, abundante retardo, la constante de repetir una palabra hasta el agotamiento y el descontrol ajeno que eso ocasiona, risas esperpénticas e incontenibles, babas, toda clase de ruidos desagradables, ausencia, aturdimiento, incoherencia, dependencia feroz, un mundo donde la realidad se vuelve atemporal, lenta como la cámara del autor francés, contemplativa, y como pegada a un pasadizo, a una cuantas paredes, el aburrimiento, la nada, el temor al olvido y al abandono que ya asoma. Un contexto contrario a la personalidad legendaria/artística de Camille (aunque queda en la mente de uno y en conjunto la imagen de fragilidad de su aspecto lastimado por la enajenación), como lee uno de tantos monólogos, en el diario de Paul que lo desnuda a él -su cierto temblor emocional, pero sin ser juzgado por nadie más que por sí mismo- y a su relación con quien antes lo opacaba, aunque ella a fin de cuentas lo llenaba de cariño y lo ayudaba. Actualmente es una traición, requerimientos ideológicos y un tipo de vida que tiene de elitista, pero a la vera de un cariz particular, impoluto y ordenado ante una filosofía y una religión que lo regenta, como implica la decisión del encierro y tirar la llave para nunca darle una segunda oportunidad, algo de resentimiento, un castigo por una vida de pecado que deja ver que la tiene por anteriormente soberbia como si no la hubiera comprendido nunca; un catolicismo y una familia dentro de una sociedad que oprime un alma que ha pasado de la libertad más audaz  que rompía con sus reglas más hipócritas a la dolida vaciedad, una persona no del todo sana pero si manejable.

Camille Claudel 1915, de Bruno Dumont, es ver a Juliette Binoche mostrar que por algo es una de las más grandes actrices que tiene el séptimo arte, no solo Francia, donde su cara y sus tomas frontales, su gesto en su constante dramatismo, sus lágrimas y desencajamiento, dentro de recurrentes espasmos, son los de alguien a la que parece no se le permite ningún tipo de felicidad, que no sea más que muy breve, como en el teatro, que luego le recuerda su idiosincrasia y su punto de inflexión hacia el abismo. Ayuda a Binoche verla pálida, sin arreglos ni maquillaje, con arrugas y líneas de vejez, cuando es una mujer mayor hermosa. Binoche hace una trasformación física eficiente pero sencilla, como lo es ésta obra cinematográfica como relato en sí, fuera del estilo personal de narrar de Dumont, menor ante el interior que es poderoso. Su rostro apabullado por un entorno y una existencia sumamente sufrida, aplastada, ya no solo por sí misma sino por el dominio ajeno de quienes ella está obligada a confiar, y habrá supuesto una decepción mayúscula e insoportable, trasmite un cúmulo de emociones que son el colofón premonitorio de una vida de treinta terribles años de encierro (y el sentido esencial de esta propuesta), y es una condensación ambiciosa que se mueve en el genio del estilo de este francés capaz de traer una historia biográfica importante de su nación a su territorio artístico, uno que no resulta tan fácil de congeniar pero que sale bastante airoso, no solo por saber manejarse al remitirse ante todo a las cartas o redacciones que sus personajes recibieron o dejaron y a un registro médico del asilo que la cobijó, sino porque es un cine que quiere coger algo más profundo quizá que las descripciones, arte en toda palabra, y que mejor que hacerlo con una vida sacrificada en su genio por una pasión, en algo que se vuelve tan triste, tan increíble, porque ponerse en el lugar de Camille, lo que intenta Dumont, es algo que aprieta el corazón, si esquivamos ciertas formas que requieren esfuerzo y paciencia, si las comprendemos, que tampoco es tan complicado. Es un intento magnánimo del cine y del arte, de trasmitir desde ciertas coordenadas, de un estilo plenamente justificado.

Cuando se ponen uno frente al otro, Paul y Camille, sacamos conclusiones sumamente valiosas del filme, sobre la realidad y las razones de su decisión de dejarla sola, que cobra interés siendo algo tan cruel y decisivo en una vida; un atisbo porque nunca lo sabremos con exactitud, no obstante la realización hace lo suyo, nos entrega contextos interesantes y elaborados, las cuatro exposiciones/diálogos de Paul, la escritura en su diario, el sacerdote con quien pasea y al que le revela el origen de su misticismo y el agradecimiento a Rimbaud, el encuentro anhelado, y por último el paseo con el director del instituto cuando se retira. Cójase cierta contradicción, un mal pago, al no entender nuestra imperfección de seres humanos -la que incluye el perdón y la apertura de la libertad de los hombres, que le falta- que yace en Camille como en el escritor de Iluminaciones y no la ve o no quiere verla, quizá no la entiende como es debido, y seguramente los dogmas le habrán cegado finalmente y una personalidad que difería en verdad de lo que cree ser y lo que hacía.

Camille tiene tres importantes declaraciones, una carta a su hermana, también una conversación con el regente institucional y el intercambio último de posturas con su hermano Paul (donde yace una composición autoral más imaginativa si se quiere). El culmen del filme paga con creces la espera de la propuesta ante su énfasis conceptual. Un filme profundo en cuanto a su retrato íntimo, como radiografía del dolor, y la eterna fuerza de resistencia en un terrible contexto, algo que no debería ser, pero que existe, y de repente mucho, aunque no solemos verlo con la atención que corresponde, si es que claro, no lo estamos padeciendo. 

miércoles, 18 de diciembre de 2013

The Counselor

Ésta película debería ser una obra maestra, contiene varios actores bastante famosos y hasta talentosos, un guion firmado por un escritor de alto nivel literario como Cormac McCarthy, y un director preparado y experimentado en Ridley Scott que tiene obras importantes en su haber. Los duelistas (1977), Alien el octavo pasajero (1979), Blade Runner (1982), Thelma y Louise (1991) o Gladiador (2000) avalan su genio. Sin embargo no lo es, y lo que es peor, la crítica se ha cebado con ella, le han dado duro sin contemplación.

El principal problema de ella es que no tiene una trama que se explique bien, que sea fácil unir cabos y entenderla completamente, y es porque usa pocos recursos en su elaboración, y a uno solo le queda conjeturar soluciones y ser analítico e imaginativo, coger cada línea y momento clave para salir airoso, que como sea, siempre habrá que poner mucho de nuestra parte, a menos que nos quedemos con nuestras dudas y pues nos dejemos llevar por el trazo grueso, la sacada de vuelta de un transporte de drogas en que la maldad y el ingenio milimétrico de una femme fatal llamada Malkina (Cameron Diaz) le roba a su propia pareja y a sus amigos y compinches, el resto son pormenores, y tampoco estaría mal, porque nos queda aparte de la adrenalina de su relato, la ambientación y los personajes, unos con ligeros toques creativos, en que se opta por algo que los haga rápidos, para marcar un entusiasmo primario. Así mismo tenemos una temática contundente en el conflicto del narcotráfico con la legendaria contemporaneidad del desierto de Texas y su límite con México, sus historias de mujeres desaparecidas y las decapitaciones.

Su historia versa sobre alguien conocido únicamente como el consejero al que no se le identifica por nombre (Michael Fassbender), quien cae en el pecado álgido/decisivo de su existencia, por soñar realidad una cuantiosa suma de dinero sucio, y pasar de servir de abogado de criminales a ser uno, al ser amigo de un narco “pintoresco”, en su apariencia y su irreverente extroversión visual y frontalidad verbal, llamado Reiner (Javier Bardem). Con éste se prepara para un negocio ilegal de drogas, queriendo ampliar su opulenta felicidad y su aclamada seguridad. El consejero le propondrá matrimonio a Laura (Penélope Cruz), su novia latina, le regala un diamante como aro de nupcias. Ella ofrece dar más de sí ante el futuro en ciernes (tomándose como principal la noción de mayor atrevimiento y perversidad sexual, algo muy americano), ante la cierta mojigatería de su catolicismo. Entonces para hacer el trabajo se ve con un mensajero o intermediario, el vaquero moderno Westray (Brad Pitt). 

Westray le advierte que una vez dentro ya no hay vuelta atrás. Más tarde llegará la explicación de la consecuencia de los actos irreflexivos. Le dice que debería pensárselo mejor antes de participar porque es un juego temerario en que asoma mucho la derrota y donde pocos como él saben escapar. Éste consejo no es oído desde luego por el supuesto tipo listo, culpa de ser un constante ganador. El llamado (paradójicamente) consejero es más un inexperto y el sobrenombre le viene gigante o, más claro, por ironía del guion, aunque se entiende que es porque suele ser el que administra la sabiduría legal para que sorteen la cárcel sus delincuenciales clientes, sólo que en ésta nueva lid ponerse del otro lado le hace ser carne en el asador para gente más ducha y oscura. Justo ahí es donde brilla Malkina, con una Cameron Diaz en un papel jugoso dentro de su carrera y esencial en la propuesta, pero adscrita a un registro conocido, sencillo a fin de cuentas. Malkina yace bajo tres parámetros, uno es su desbordante belleza y sensualidad provocadora, como su lascivia sugerida a la par de su impune misteriosa crueldad en su anhelo caprichoso de confesión; ésta lascivia es asumida desde una copula con un vehículo último modelo, gracias a su flexibilidad y al voyerismo de su entrepierna; otro parámetro es su inteligencia para ejercer un plan maestro, que de la mano de la tentación, la ambición y el haber pensado mejor el cruzar la línea de la criminalidad son la película; y tercero es su calidad de cazadora, gracias a su frialdad, que arguye una dimensión unilateral: la de un demonio.

Otra característica que agiganta la realización, a mi ver, pero que muchos críticos han hallado de insufrible regodeo y hasta ha habido sorna con esto tildándolos de momentos ridículos o confusos es el continuo estado de trascendencia, típico de la literatura de Cormac McCarthy y que quizá pueda enloquecer a algunos espectadores que por norma general son indiferentes a cierto esfuerzo, como a otros serles objeto de decepción al estar en el limbo, en la experiencia a través del arte. La violencia también tiene momentos gloriosos en el filme, con la planificación del homicidio del motociclista y negociador, o tras la liquidación que prepara una conversación casual acerca de un dispositivo de decapitación que más adelante lo veamos en acción con pelos y señales. Los diálogos que propone el guion son metafísicos, se denota que Ridley Scott ha seguido fielmente a McCarthy, como el que se da con el joyero que articula el actor alemán Bruno Ganz; vienen a ser explicaciones profundas sobre el mundo del crimen, de la droga y la fatalidad que envuelve a todo ello. El momento que frontalmente muestra lo que las palabras argumentan, cuando un camión de basura echa un cadáver sobre una montaña de desperdicio, es vastamente impactante, aparece como una bofetada existencial, tal cual lo sopesaba Westray, conocedor de su ámbito. Finalmente se trata de proporcionar sentido a una forma de vida que muchos no “entenderán” ni deben tomar a la ligera si bien como se dice, la muerte puede ser algo banal e influir la seducción de la suntuosidad y la vida fácil, que parece algo siempre tan intrascendente e inconsciente.

Queda el mensaje de las decisiones que tomamos, y creo que se hace sublime, aunque algún monologo como el que proporciona Malkina, a puertas de un nuevo negocio, sea tan propio del estereotipo que representa, mediante su expresión de autosuficiencia y estar por encima del resto, algo logrado pero unidimensional. La vemos con unos ágiles y bellos largos felinos iluminados por el inclemente sol, como metáfora a un punto manida, la que aun con crítica cae en gracia como una potente presentación, en sus fieras corriendo tras un conejo en medio de un paseo exótico/erótico a la vera de unos cocteles que permiten entablar una de tantas revelaciones verbales sobre la ausencia de dependencia emocional con gente allegada que desaparece de nuestras vidas (la declaración de una filosofía). De la misma manera está en el peinado exaltado de Bardem y su naturalidad física y su personalidad al estilo de la serie Miami Vice. También resalta la escena de cama y sabanas etéreas que yace en la apertura de la película, que sería el mayor aporte de Cruz, teniendo uno de los cuerpos más esculturales de Hollywood y del que hubiéramos querido ver más. 

Fassbender está memorable, como cuando se quiebra con el CD enviado por el cartel en la ley de su justicia, y es que cada personaje es importante aunque a los actores les hayan sacado poco jugo en realidad, fuera de sus imponentes presencias y como saben utilizarlas, siendo el uso de ellos en parte más aspaviento que otra cosa o, para ser condescendientes, un engrandecimiento y la ardua proyección de lo mínimo, al igual que con el conjunto del relato. Celebro la película en buena medida, no es como para despreciarla, aun no siendo todo lo grande que alumbraba seguramente en el inicio. Es un filme que esconde más de una vuelta de tuerca y presenta varios ángulos. Ridley y McCarthy han actuado con entera libertad, y ese entusiasmo debe primar por honesto y esencial, desde el día en que el escritor americano decidió hacer un guion de cine y plasmar sus constantes. Ésta es una obra que debería de tener una segunda oportunidad. The Counselor posee alma en su calidad de entretenimiento sofisticado. 

viernes, 13 de diciembre de 2013

La gran belleza



Sexta película de Paolo Sorrentino que tiene una filmografía bastante interesante con películas como Las consecuencias del amor (2004) sobre un misterioso personaje atascado hace una década en un hotel que tiene que hacer mandados para la mafia transportando dinero para pagar un error financiero, que una vez enamorado de una guapa barman en la piel de la morena Olivia Magnani, nieta de Anna Magnani, querrá cambiar su abúlica, solitaria y monótona existencia. Película de mínimo recurso y algo excéntrica que basa su fuerza en los sugerentes detalles de una biografía de ficción, y la estética del papel que crea un camaleónico y estupendo Toni Servillo, fetiche del director, que vuelve a trabajar con él en otra pieza atractiva en su arte, Il Divo (2008), que retrata a un famoso, oscuro y exitoso político italiano de nombre Giulio Andreotti, en una de las mayores caracterizaciones de Servillo tanto física como intelectual y culturalmente representa el personaje para Italia. Se percibe en todo auge el estilo del cineasta en dotar a su obra de una personalidad que impresione, que nos descoloque de nuestro lugar común aun tratándose de algo de la identidad de su nación, como con los sospechosos crímenes relacionados al político dotados de variedad y curiosidad, y un humor corrosivo y sorpresivo que habla de no tomarse tan en serio, el que genera un arte propio, una forma de contar una historia alejada de su natural seriedad como tema, plasmándose la modernidad que más tarde presenciaremos en La gran belleza.

Su anterior propuesta cinematográfica es otra película a tomar muy en cuenta, Un lugar donde quedarse (2011) aunque más que por la extravagante trama por la forma de narrarlo, con solvencia, novedad y seguridad, en lo que puede ser un homenaje en buena parte al grupo musical The Talking heads y en especial al cantante David Byrne que aparece en el filme, siendo su canción que titula la obra, esencial como leitmotiv, en hallarnos a nosotros mismos, en reconciliarnos con nuestra existencia. El papel protagónico lo tiene Sean Penn que parece tomar para sí la imagen de Robert Smith de The Cure. La historia discurre por lo rocambolesco aunque en conclusión resulta sencilla, si estamos atentos. Ésta es tratar de redimir al padre judío de este antiguo cantante pop que fue Cheyenne (Penn), el que fue humillado por un nazi, y ahora el hijo sabiendo de que todavía vive lo busca para cobrarse la falta que marco al progenitor de por vida, siendo una forma de recuperar un afecto perdido tras convertirse en un aparente ser inmaduro y un freak, el que carga además para empeorar la situación con una conciencia lastimada por el suicidio de un fanático tras el mensaje pesimista de sus canciones. Este filme ganó el premio del jurado ecuménico en Cannes 2011, es una road movie y una investigación personal bastante curiosa y bien ejecutada, y a su vez muy melómana, que habría que revisar.  

Finalmente abordamos el filme en cuestión, uno que sigue varios parámetros importantes del arte, lo que en sí como tal es parte del argumento, trama y esencia de la realización, en hallar como manifiesta el título, la belleza más grande de nuestra humanidad, y pues eso hace inmediatamente participe al arte al ser esa su búsqueda y representación, no obstante al final se alega que todo es truco, artificio, y se podría decir que se opta más por un sentir “único” como en el sueño perenne de la tranquilidad del mar, el enamoramiento que nos marcó y que nunca se concibió más que en una aventura pasajera de eterna memoria; o en la amistad que perdona todas las fallas e imperfecciones, hasta la vanidad, el libertinaje, la juerga, el egocentrismo o el vacío que se comparte y es reflejo de una clase privilegiada que es a fin de cuentas tan pedestre y despreocupada como regla de antonomasia. También se percibe como una opción lo espiritual que aunque es visto con cierta crítica e ironía, finalmente se opta por darle cabida con el surrealismo y la fantasía de su lado, en la penitencia de la santa de 105 años de edad, sin perder ese lado humano, particular (como en el cardenal y gastrónomo), propio del libre albedrio que queda muy marcado en toda esa fauna de personajes que recrea Sorrentino, unos más locos que otros, siempre extravagantes y espectaculares como haciendo uso de un realismo mágico último donde la curiosidad vive en la personalidad estrambótica.  

Recuerda mucho a La dolce vita (1960), y por ende a La noche (1961), ya que tienen nexos y afinidades intelectuales y en la narrativa; usa como base o anhelo a Gustave Flaubert como sentido de la estética de la nada, aunque pervive por debajo Proust, de quienes dice no debemos darles demasiada importancia, como en su burla del arte contemporáneo y los falsos gurús de la originalidad que no quieren justificar sus trabajos, o no saben hacerlo, y son gestores de lo absurdo como el violento golpe voluntario de una mujer desnuda contra una pared, que lleva en el vello púbico una figura del comunismo (una alusión de lo que podría entenderse como una ideología mal encaminada en los hechos, o como en una conversación que ridiculiza a una supuesta persona profunda, que nunca ha existido en toda consistencia). Se hace hincapié en una naturaleza esquiva más bien, demasiado libre, como con la niña enfadada que solo quiere vivir su edad y la normalidad de unos juegos infantiles, y sin embargo lo que parece un arrebato sobre la falsa virtud innata, una creación bajo lo espontaneo, resulta ser arte en toda magnitud, un capricho anárquico de algo que parece decir que no existe mayor sentido quizá, una casualidad, algo arbitrario. 

Si bien yace el arte en toda Roma, una ciudad nocturna, bohemia y superficial se nos dice que está formada por gente simple que solo saben resaltar la moda y la pizza (que invoca al mundo desde su ejemplo), hasta provocar el desmayo o la muerte ante cierta grandeza, como en el turista japonés, que parece una lectura sarcástica, y que hace gala de los desplazamientos innovadores, salidos de donde uno menos cree, de Terrence Malick, emuladores del abordaje del paisaje en To the Wonder (2012). Es una maravilla todas las oportunidades que uno puede fabular o construir, como con los autorretratos diarios, mientras el arte es silencio, aunque muy humano, de ahí que la fantasía de una noche romántica brille gracias a un afortunado poseedor de las llaves más exquisitas de la aristocracia, a la que se le ataca contundentemente y también algo se le puede elogiar, aunque nos suene atípico. Ahí nos llevan a portentosas esculturas, arquitecturas, cuadros cargados de pasión y estética, observando la convivencia del impactante coliseo romano con la vista de una terraza de un apartamento urbano, y la proximidad de un delincuente. Contemporaneidad burda, cotidianidad sin sustancia, con la locura de ver una jirafa en plena ciudad, junto con arte en toda palabra que yace como en la oscuridad, como en segundo plano. Sorrentino, como característica hemos de mencionar, perpetra un desconcierto momentáneo en sus ataques de audacia para luego contener la explicación concerniente, aunque puede hacer uso de matices, y bascular en la ambigüedad de varias posturas.

La trama nos remite a un nuevo Marcello Matroianni en el actor Toni Servillo como Jep Gambardella , un escritor de un solo celebrado libro hace 40 años atrás y que se dedica a ejercer el periodismo en su especialidad de la entrevista, mientras se va siempre de fiesta con un cogollo de conocidos y amigos que pertenecen a la gente más pudiente, donde abundan los trapos sucios y abismos, locura, insatisfacción, promiscuidad, fetichismos, exhibicionismo, inmadurez, vacío, infidelidad, conveniencia, soledad, agotamiento, desilusión, etc., que los hacen semejantes a cualquier mortal. Se mete en una juerga y aglomero de desenfadada -rara a un grado- visualidad con música de Rafaela Carrá en versión electrónica, o en la ineludible de mencionar, “Mueve la colita”; es decir, en lo más ordinario del mundo, donde hay muchos viejos, enanos, vedettes caídas a menos, strippers de 43 años que no tienen rumbo, mucha lujuria, banalidad, excesos, una infinidad de imperfección en que uno solo quiere divertirse, seguir eternamente joven, adormecerse, no pensar, jalar coca, alcoholizarse hasta caerse. 

No obstante Jep solo bebe hasta el punto de no caer mal, lo cual no es especial en él ni a lo que le es tan fiel sino se ciñe a una postura cómoda, de apariencia de felicidad, y es que éste personaje cínico, también es contradictoriamente iluso o deseoso de soñar, pero carga con un protocolo propio de su frustración. Jep es un tipo atrapado en querer ser trascendente, que hallándola sería el paso seguro seguirla aunque parece descreer de que exista, sin ínfulas más que las naturales o ejemplares. Pero él es todo lo contrario, se deja  llevar por el entorno y su realidad, arraigando en su persona el oculto desánimo tras la figura fuerte e insensible, del lado del conformismo de lo efímero, aun queriendo otra cosa, proyectarse a algo superior. Es complicado aceptar la nada, dice el protagonista, darse cuenta que no hay respuestas. 

Todos buscan enamorar a una hembra preciosa. Deslumbrante y muy sensual la escultural figura de Sabrina Ferilli cuando hace un striptease; son 49 años que te dejan boca abierta, además de que es simpático verla sobre un flotador infantil; y recuerda una frase del filme que vale recordarse, hay que buscar gente que nos haga sentir como niños. Todos buscan bailar hasta el agotamiento, ver espectáculos circenses cada vez más llamativos, vivir el presente, hacer lo que a uno le da la gana y la plata pueda aguantar. No obstante, Jep tiene 65 años y se le acaba la vida, para lo que parece plantearse el que vendrá ahora, el siempre ubicuo vacío y sentido existencial. Prima una inquietud tras tratar de cegarse, el querer hallar la belleza de la vida. Ésta es una búsqueda que se ha intensificado en Gambardella y quiere al menos tener la noción de lo que es aunque no le pertenezca. Cabe la idea también de que puede habérsele escapado de las manos. Cabe la posibilidad además de que sea la familia, la nostalgia, irse de la ciudad y lo que significa: el desorden, o terminar o seguir con lo que un día dejó, como la escritura, el arte. Es una incógnita, una que cada uno debe asumir.

lunes, 2 de diciembre de 2013

Gravedad

Había que esperarla en pantalla grande y en 3D, y así lo hice, como no podía ser de otra forma, y es que los efectos especiales y la sensación de las nuevas tecnologías puestas en práctica para la sala de exhibición apuntaban demasiado alto para perdérnoslo de la manera que había sido concebida, frente  a un enorme y absorbente ecran luminoso. Y me produjo mucho vértigo con tanto giro, ingravidez y vacío, y me gustó estar dentro del casco de Ryan Stone (Sandra Bullock), sentir su miedo, su tensión por sobrevivir en medio del espacio donde el director mexicano Alfonso Cuarón fabrica una pequeña nueva revolución cinematográfica, en un filme que muchos llaman obra maestra y les ha recordado a la más grande space opera del séptimo arte, 2001 Odisea del espacio (1968), siendo incluida en el siempre desconcertante top ten anual de la famosa revista francesa Cahiers du cinéma.

Estar fuera de la tierra en el espacio es definitivamente algo aterrador, de mucho respeto, tanto como apasionante; la pequeñez del hombre brilla en el silencio y la soledad dentro de la inmensidad de las galaxias, en una trama muy básica (principal crítica de los detractores de la propuesta), regresar con vida a la tierra tras el descontrol y la proclividad a la muerte bajo una delgada línea de probabilidades al verse abandonado en la vastedad de nuestro sistema solar producto del choque de los restos de un satélite destruido, que intempestivamente van a dar contra la plataforma donde se halla nuestra heroína Ryan Stone y su compañero Matt Kowalski (el encantador George Clooney haciendo de sí mismo, pero estupendamente, con el toque de la experiencia profesional y la de su personaje) mientras se fomenta la metáfora del renacimiento tras la debacle existencial, el hundimiento, la decepción, la apertura de la derrota, luego … la luz, como la de ese bello amanecer visto desde afuera del globo terráqueo.

Lo vemos de la mano de una simbología, la de la posición fetal en el interior de la barriga materna, la de los cordones umbilicales, la de la fecundación del planeta y la final explosión del nacimiento saliendo del agua en representación del líquido amniótico, para mediar una toma que muestra a una especie de gigante en la figura de Stone poniéndose laboriosamente en pie, nuevamente; como una guerrera que ha conquistado su dolor, ya que lo traía como una herida abierta tras la pérdida de su única hija, sumiéndola en un desamparo existencial, pero que irá a entremezclarse con el de las etapas de su lucha literal por sobrevivir, tras la resignación, la esperanza (el sueño analítico de su guía, uno común a cualquiera, un amigo), un replanteamiento personal/contextual y la esencia del filme, la resurrección producto de enfrentarse al temido universo, que es también un enfrentamiento consigo misma.

En sí el filme es poderoso en su esencia emocional, pero no parte de un dramatismo exacerbado, lacrimógeno, tanto que se nos cuenta su pasado de forma escueta y sencilla, con comentarios reveladores salidos de su propia boca, aunque duros de manejar (y cómo sensibiliza, porque te identificas con algo abstracto y general), producto de la fatalidad de los acontecimientos actuales, el estar a punto de perder el oxígeno o vagar por el limbo de los astros sin poder retornar, yendo hacia la inminente muerte. Esto yace impregnado en cada acto de Stone, en que ella se mueve bajo lo interno (sin volverlo redundante, sino ya en algo implícito), y es ahí que el filme revela sus cartas, su leitmotiv, y no requiere de más argumento, disfrutándose como una aventura de batallar contra distintas y constantes adversidades, en varios planos, comprendiendo que se trata mucho de entretenimiento, no exento de fantasía y esa típica buena suerte que acompaña al héroe aun siendo ella una inexperta como astronauta.

Es la historia de salvación de un hombre en un millón, siendo capaz de fallar hasta el más profesional. Y en ello con todo es transparente ya que denota que no pretende complejizarse en ningún momento salvo contener cierta aura leve de profundización y entendimiento que compagine la estructura humana, en ser desde adentro hacia afuera. Pero en una propuesta que busca ser directa, clara, generándose muchos momentos de inquietud y peligro haciendo que el espectador viva cada minuto como si estuviera ahí afuera, siendo una película de sentidos, poniéndonos en el lugar casi físico gracias a los efectos, tras la empatía con el personaje (uno que puede ser nosotros).

Sandra Bullock derrocha carisma y eso se explota, más su sólida interpretación, y es que si no nos gustaba mucho antes (aparte de lo guapa que es), ahora no podemos más que aplaudirla, tanto que el filme es –hay que decirlo- ella (sino te gusta Bullock ni lo veas, o quizá igual sí, porque si dejas los prejuicios con su persona vas a salir complacido con su interpretación), en que vive en la perfomance de no dejar de rodar aunque tenga ratos donde tome aire o muestre debilidad, siendo sobre todo alguien de temple, no una damisela en apuros, pero habiendo en ello equilibrio, siendo despierta, no le queda otra tampoco, y es un buen mensaje, muy fiel a la cotidianidad que nos ataca la existencia. Ella tiene que sopesar miles de contratiempos en un lugar espectacular, que es el entusiasmo y la vitalidad de ver el filme, imposible negarlo. Qué bien que lo hace Cuarón con la técnica, la tecnología y la cámara que nos hace realmente creer en un escenario avasallador e impactante con todo ello.

Tiene una estupenda recreación y nos proporciona un viaje placentero, como en la literatura cuando te metes en la precisión de una imagen descrita bajo una prosa fina. Cuarón ha expandido algo pequeño, provocando la minuciosidad y la grandeza en el reto continuo, mediante la magia del cine. Y puedes complementarla con el corto de 7 minutos de Jonás Cuarón, llamado “Aningaaq”, que se trata del relato del pescador de Groenlandia que estaba en la otra línea de radio cuando Stone no puede entenderlo, y le aúlla a la luna, en lo salvaje, solitario y poético.

martes, 26 de noviembre de 2013

La postura del hijo

La ganadora del Oso de Oro de la Berlinale 2013 ha recaído en una propuesta rumana, perteneciente a  Calin Peter Netzer, la que inmediatamente me recuerda a otra vencedora de la misma presea, Nader y Simin, una separación (2011), con la que comparte similitudes. Ambas se contextualizan de cara a un juicio tras un accidente que puede recaer en la posible pérdida de la libertad de alguien perteneciente a la clase alta o acomodada de su país frente a demandantes o victimas acusadoras de la clase opuesta de la cadena económica, gente humilde. En la presente ante la muerte del hijo atropellado y la confrontación que versa sobre el perdón.

El filme se centra en el proceso que atraviesa Barbu que se halla ante la posibilidad de ir a prisión por rebasar el límite de velocidad permitido –su error y culpabilidad- por querer superar a un auto que lo demoraba y no ver a alguien delante suyo, quitándole la vida a un niño de 14 años que cruzó imprudentemente la carretera. Pero también trata del vínculo entre Barbu y su madre, Cornelia (Luminita Gheorghiu), la que es sobreprotectora, naturalmente resuelta, absorbente y dominante, que debo decir honestamente no la encuentro demasiado molesta como si la cree su hijo quien quiere pedirle una especie de tregua donde sea él quien la busque y no al contrario, lo que implica a pesar de la generosidad, los nexos e intervenciones y su preocupación -aunque excesiva- de ella que le dé un tiempo de distancia donde cada uno este por su lado. El pedido puede ser muy maduro, pero al mismo tiempo suena cruel, ya que éste es su único hijo, el niño mimado, la luz de sus ojos, y Cornelia siente como bien dice que a sus más de 60 años es momento de sentirse realizada compartiendo espacio a su lado, solo que Barbu siente su yugo y quiere la total independencia, lejos de su entrometido cariño; ella le dice que solo espera su respeto pero es el recurso de su orgullo y astucia, siendo notorio que se desvive por su hijo y quiere su aprecio sentimental. Dado ese escenario, lo del vehículo y la cárcel es el tema de la superficie y el de lo filio-parental va por debajo, creando un entramado con bastantes relaciones humanas, distintos frentes de auscultación que presentan su solidez general, ya que la película es una sencilla exposición que se fundamenta en ellas, es su máximo valor.

La propuesta es convencional, y se agradece que no haya un halo de extravagancia obligatorio en su historia, como suele abundar hoy en día en el séptimo arte más personal (en que se suele creer que si no te descoloco de forma abrupta no funciona, y no es así), pero no puedo evitar decir que aunque es fiel a lo que es el cine rumano, el que retrata con realismo su idiosincrasia, y tiene además un toque preciso de originalidad, se hace un poco menos cautivante que de costumbre (la sutilidad y la mesura tampoco es un comodín que aplaudir ciegamente, si bien tiene honradez y son elogiables estas virtudes en la película por una parte).

Sí, gana nuestra atención porque pormenoriza el proceso del accidente, el estado de tensión a la vera de las consecuencias y la culpa, el drama que ocasiona una pérdida fatal e irrecuperable de suma importancia, una vida humana y más de un menor inocente en pleno desarrollo, que se asume desde distintas aristas, pero hubiera querido algo más en el abordaje de todo ello, sin que por ello forcemos momentos o requiera de incongruencias, efectismos o rarezas. Lo dicho es que se hace demasiado típico e incluso predecible, en una medida que no engaña y es una buena auscultación del tema, pero sigo creyendo que se pasa de muy normal, tanto que los lloros no aportan creatividad, sino una cierta inocencia formal. Sin embargo, no cabe duda que perdonándole momentos bastante obvios y el alargarse con las caras compungidas y los sollozos subyace una emotividad creíble que es importante, como decía Tarkovsky de que el cine es ante todo ello, aunque seguro aquí hubiera renegado de la forma de sobrellevarlo.  

Es una buena propuesta, no lo voy a negar, es un premio que es tal cual lo que representa al festival de cine de Berlín y al cine rumano, qué cómo no me va a agradar, aun poniéndole ciertos peros;  no obstante creo que es un poco menor –para qué mentir- de lo que nos puede ofrecer éste séptimo arte tan atractivo en la actualidad. Resalto que a pesar de carencias y defectos logra entretener inteligentemente, y es sumamente ágil e interesante, pero espero poniéndome exigente (un algo) más. Le falta en varios lugares, como con la sobredimensión del tema de Barbu y su madre aunque suene todo el asunto como verídico y cotidiano (que tiene hasta de involuntaria ironía, o quizá adrede, en un momento no falta el calificativo de junior, un clásico). 

Hay que hacer un merecido reconocimiento a la actuación entregada de Luminita Gheorghiu que del conjunto sostiene el filme, el resto está por debajo de ella (Carmen, la esposa, parece un mueble como actriz y su cara no da muchos registros, es un puño, yace arrugada en único gesto, le falta mucha más vida y naturalidad), exceptuando la breve performance del personaje de Dinu Laurentiu (Vlad Ivanov), que es un tipo muy del siglo XXI, alguien despierto hasta lo tranquilamente perverso en lo ladino, alguien desagradable ante nuestra ética, quien se pinta perfecto en solo dos trazos. Es de notarse que sabe explotarse como personaje secundario. Otro punto resaltante es la suntuosidad y la modernidad rumana, y el cariz contemporáneo, una Coca-Cola en la mesa o la mención de Herta Muller u Orhan Pamuk, pequeñeces que dan mucha normalidad, época y cosmopolitismo, sumando a lo propio y la personalidad, como con el canto de cumpleaños, los atuendos rurales o un baile de viejos con movimientos bien pop.

martes, 19 de noviembre de 2013

The Thieves


Venía tiempo que no hacia una crítica sobre una cinta surcoreana, con lo mucho que me gustan y suelo estar atento a sus realizaciones (sea dicho, es un cine muy prolífico), con la que estamos un poco retrasados, ya que muchos ya la han comentado afuera, si bien es natural porque no vemos estrenos de este país en la cartelera peruana, salvo alguna telenovela en la caja boba, pequeña pantalla de la que suelo huir siempre, aun a costa de los salvadores canales internacionales y las proclamadas magníficas actuales series de las que estoy desligado. La presente es nada más y nada menos que la segunda película con mayor recaudación en la historia de la taquilla coreana.

The Thieves (2012) es una película para un público amplio, una cinta que se estila de entretenimiento puro y duro que muchos ven que emula a Ocean's Eleven (2001) de  Steven Soderbergh, pero claro como la mayoría ve todo salido de Norteamérica, sobre todo en el cine, no le faltan las comparaciones, además de que se da un caché pop cinematográfico donde muchos entregan y obtienen un referente fácil de identificar, que es el séptimo arte hollywoodense, más si tiene pretensiones comerciales. Sin embargo, si nos quitamos nuestra alienación/aprendizaje normal, exceptuando cierta lógica en ese aspecto, los thrillers y la acción que presenta Corea tienen bastante personalidad propia, y lo suyo es algo espectacular que más bien habría que copiar. Hace tiempo que lo suyo se ha ganado sus propios adeptos incondicionales, y como es de esperar, The Thieves, con un quehacer sumamente limpio que deja ver una arquitectura formal de primera categoría, presenta unas escenas intensas y emocionantes, sublimes, cargadas de grandilocuencia, de vasto artificio, al que no le importa el exceso, el que rompe reglas de realismo pero ateniéndose a un hilo de personal verosimilitud, convirtiéndose en  algo fantástico pero bien tratado que lo asumimos en toda su libertad y nuestro apasionamiento. Y no se da en el lugar esperado o cotidiano, sino cuando el gancho está servido hace algo nuevo y creemos un poco mayor, en pocas palabras, la locura visual y la adrenalina llega cuando se articulan muchos bandos anhelantes de una joya especial de valor astronómico, cuando hay división y traición, en medio del caos, en el lapso en que ésta yace rodando entre manos, es decir, finiquitado el robo –uno demasiado mecánico en su perfección y supuesta complejidad, de cariz complaciente, pero que entendemos en ese aspecto deliberado ya que pretende generar sorpresa e impremeditación inmediatamente tras cumplir con lo estipulado, generando un orden atrevido a continuación, que es uno de los valores mayores del filme-.

Cambiar –o mejor dicho, repartir, más al lado del salto por la ventana, el abrupto descenso y colgar por fuera del edificio- el espacio de la más ardua violencia representada, le brinda un rato de originalidad y audacia directa a su trama aparte de su gran manejo in situ con distintas líneas de argumento, uno fácil pero milimétrico (su otra virtud), entre ambición, deber y emotividad, teniendo de fondo una relación con un drama afectivo, sencillo al fin y al cabo, de un pasado que iremos desentrañando y que incumbe a tres de los ladrones. Logrando alta calidad de ejecución como nos tiene acostumbrado este séptimo arte, en donde nos invade la acrobacia y la espontaneidad que nos hace vibrar en su fuerza escénica donde la criminalidad presenta sus atributos de profesionalización y excepcionalidad, al punto de superar o simular la de algún comando especial, tanto que se llega a minimizar al escuadrón policial nacional de ese tipo.

Sumado a que el gran robo es codirigido con asaltantes chinos, en donde sobresale el rostro popular de un actor del cine de acción hongkonés, el de Simon Yam como Chen, que no falla con las expectativas que representa para el espectador y fanático en el rubro, porque tiene su momento donde luce sus habilidades de sobrevivencia y criminalidad, con una potente escena de persecución de autos que posee unos efectos especiales fantásticos que dan una credibilidad inaudita en su realismo.  Y no solo por ese lado hay un plus en una imagen reconocida en el género, sino que Corea tiene lo suyo, con Kim Yun-seok como Macao Park, uno de los grandes intérpretes de este cine, de los más importantes, y con él toda la magia del thriller surcoreano, poniendo sus fichas en un personaje que quieren que sea de los más memorables, como se suele buscar en todo séptimo arte, apostar por sus estrellas.  Con ellos hay muchas bellas damas asiáticas, pero la que nos parece la top del grupo es la actriz Gianna Jun que es una delicia de beldad, en su delineada y estética delgada figura y su rostro de muñeca en sus propias características orientales, sumamente hermosa y cuando quiere sensual como no va a faltar y a explotarse como arma, pero que no solo se queda en ello sino que se presta para el humor, y las duras recreaciones.

Ese es un punto más, común en el cine coreano, proveerse de un aura de humor, de relajo,  y cierto absurdo, aquí más recatado en su locura cotidiana, pero dispuestos a no tomarse demasiado en serio, ya siendo suficiente con tanta precisión, talento y fisicidad hiperbólica de la historia y sus personajes, pero que no se hace abrumadoramente perceptible en conjunto como para dañar la seriedad y la atención de lo que se trama y ejecuta.  

Es un filme que no será una de las obras maestras del cine coreano, porque le falta un toque de perversidad y muchísima más originalidad; de esta última tiene pero muy poco, no la ostenta en la medida de lo memorable. En una propuesta que opta técnicamente por el refinamiento –en lo estructural intachable- y por aferrarse a un orden que hace añorar intrepidez argumental, pero sí que saciará emoción, vitalidad y ritmo, siendo bastante rápida de deglutir, aparte de ser algo vistoso aclamando belleza como con los paisajes; tiene un aura afrodisiaca en el ambiente y hasta exótica en su haber de lujo, que combina con una simpatía natural propia de la amabilidad del cine comercial y de su naturaleza de yacer pedestre debajo de todo. Hay una ilusión de complejidad en su interior pero que afinando la vista no lo es, pero se debe  a una buena artimaña; tampoco el robo termina siéndolo, da la sensación de más falsa parafernalia que otra cosa –y todos lo son pero a este se le notan parte de las costuras del engaño-, el que se percibe así cuando se ve el movimiento del plan que a ratos luce demasiado simple como en la parte del casino y la labor del chino –coreano Andrew que es bufonesco, culpa parcial de querer darse mucho en sí un tono despreocupado (desde el inicio en un primer robo), en que incluso se echa en falta cierta tensión en el proceso. Pero como decimos el clímax real no es este, sino que se deja ver tras lo imprevisto para luego volver en el apartamento de Macao Park en toda gloria, y cuando realmente ocurre el asunto queda en su punto idóneo, nada está afuera, y se provee de muchos giros, combates y escapes sabrosos.

El director Choi Dong-hoon se nota a leguas que es un tipo al que hay que darle trabajos complicados, aunque sean solo en las formas principalmente, como se viera en su anterior película Woochi, el cazador de demonios (2009), que subyace –ésta sí, sin duda- claramente en toda onda de Underworld (2003) y Van Helsing (2004) aunque como es obvio bajo un contexto oriental, uno pseudo histórico, de aire legendario, luego adaptado a la modernidad (en que un personaje trascendental lo interpreta Kim Yun-seok). Pero que si no eres asiduo a las mencionadas aconsejamos ni ojearla ya que tiene un tempo que se llega a sentir, harto, si no eres afín a estos relatos con monstruos y abundante fantasía. Por lo que mejor optar dentro de su filmografía, de lejos, por Tazza (2006), quizá su mejor película, una que vale recomendar; y lo mismo hacemos con The Thieves, un estupendo pasatiempo, mírese por donde se mire.