El cine independiente americano tiene como uno de sus más
rebeldes representantes en Harmony Korine, y no es decir poco siendo una característica de este
séptimo arte, aunque no en todos los creadores que le conforman. Korine ha logrado hacerse ver, hacerse conocer, dentro de la invisibilidad que suelen tener las
propuestas fuera del mainstream angloamericano, en su territorio y en el mundo. No solo de cara a la popularidad, ser reconocidos por el gran público, sino
hasta por los cinéfilos. Korine es autor de una filmografía no
demasiado atractiva, aunque con toques audaces de personalidad -que incluyen lo
desagradable- y un par de despuntes no solo gracias a su irreverencia y a la
honestidad de presentar a outsiders que nos son repelentes o no los queremos
ver, sino ante todo a un halo de ternura o comprensión sobre estos, como en
Mister Lonely (2007) con un fantástico Diego Luna imitando a Michael Jackson
bajo la extraña e idónea envoltura de la ambigüedad visual de su sexo (que no
de su inclinación sexual práctica), que le cae preciso al personaje; una voz
dulce, suave, y una aura de docilidad y buenos sentimientos que como expresa el
título nos hablan de la soledad y la lucha de los freaks, que para el caso son
los que copian a artistas de la música, como Sammy Davis Junior y Madonna, el
cine con Chaplin (Denis Lavant), los tres chiflados, James Dean y Marilyn
Monroe (Samantha Morton), la realidad en cargos de autoridad como el Papa y la
reina de Inglaterra, la literatura en caperucita roja o la historia con Abraham
Lincoln.
No voy a negar que -como en toda su filmografía- Mister
Lonely le sirve a Korine para hacer de las suyas, como siempre, colocar sus infaltables
locuras, su feísmo y sus exabruptos. No obstante aquí el filme trasciende. Es en sí la recreación de un teatro de
varieté, un espectáculo de fenómenos, viviendo y haciendo performances en
el campo, en las tierras altas de Escocia. Los exabruptos no son muchos, pero no falta la ironía, como con el cura y las monjas. El cura es nada
más y nada menos que Werner Herzog, y no es la única cara reconocible, sino
está Leos Carax en un rol de esos ideales para él. Las monjas que vuelan proveen a la realización de un final
macabro y poético a partes iguales. Sin embargo logra ser un retrato bello, un
homenaje a los que emulan a los famosos, partiendo de la calle, que tiene un
tono existencial, de respeto que les llega a ellos y eso sale de ir más allá que simplemente
juzgarles negativamente en cuanto a la ausencia del yo y a la extravagancia que
oscila junto al rechazo y el ridículo, que yacen en la obra, pero sin ser
dominantes, como sí están en otras películas del director americano en que yace
la violencia. Korine eleva su condición humana, les
otorga sentido, les imprime melancolía, los profundiza y eso es toda una
sorpresa en su gestión artística.
Una segunda película en su hacer filmográfico a tener en
cuenta es Julien Donkey-Boy (1999) que retrata la esquizofrenia, en la que
también se ve ternura y se reviste de comprensión su ilustración, si bien a
ratos molesta a un grado, como no puede faltar, ya que es una realidad
complicada de sobrellevar, la locura. No obstante, nunca llega a quebrar la
figura de una empatía que llega a manejar, aunque requiere de paciencia de
parte del espectador.
En Julien Donkey-Boy lo que hace el actor Evan Neumann como un obsesionado de lo
atlético es bastante destacable, desde la limitación que implica su personaje.
Pero lo que construye Ewen Bremner como Julien es impresionante. Estoy seguro
que si uno no conociera al actor, se hubiera creído su interpretación como
real, al punto de que a mí me dejó en shock tanta naturalidad y realismo.
Verdaderamente fenomenal, muy digno de una estatuilla dorada y sin llegar a dramatismos
especialmente preparados para el aplauso y la lágrima; lo suyo es desde la
incomodidad, como ese desenlace del robo de un pequeño y reciente cadáver. En la
trama se ve a una familia muy particular, y cada uno aporta lo suyo en distinta
medida. Bien también la irreconocible Chloë Sevigny, y la desfachatez de Werner
Herzog. Después, los demás locos que se pasean por la pantalla están inconmensurables,
aunque sea dentro del uso imperfecto y atrevido que busca el filme, pegándose a la economía visual, a la lealtad de sus ideales y esencia
artística. Te apabulla y te fastidia, te saca de tu lugar seguro, pero también
te conmueve su dureza, en el retardo, y la rareza, como la inquietud que
produce la actuación de ese mago que se come los cigarrillos. Es un filme, como
quiere a menudo, potente, pero ésta vez no solo efectivo para bien o para mal,
sino recomendable.
Sus otras dos películas son terribles, aunque algo de alma artística tienen, aunque no sea hermosa o elogiable. También tienen una verdad límite y pobre que no queremos ver. A pesar de su extremo
deplorable tienen sus (pocos) elementos salvables. Gummo (1997) es su punto de
fama, trata sobre gente white trash, y diríamos que no se guarda nada y por eso
llega a ser insufrible, como el abuso de la prostitución de una chiquilla
retardada, en medio del salvajismo de unos personajes que son como un espejo que versa
sobre la utopía de la convivencia civilizada, quienes se mueven como una
amenaza, como con unos jóvenes protagonistas medio zarrapastrosos que cazan gatos
callejeros para venderlos y terminen siendo comida camuflada. Esto va dentro de una
extravagancia casual y cotidiana, rústica. Algo que resaltar es su fallida
sensibilidad si es que la ha querido concebir, que muy poco lo logra, culpa de
un tono drástico compartido que uno no puede quitarse de la mente, como un niño
bastante maleducado con tendencia a lo criminal que aun así tiene sus afectos
haciendo pesas al son de Madonna, o yacer en la bañera enjuagado de la cabeza con shampoo por su madre disfuncional mientras le da de comer tallarines en el agua mohosa.
Poco se salva, porque las audacias son demasiado para soportarlas y querer
recordarlas (y por ende aplaudirlas). No obstante entre comillas, ya que el cinéfilo es también un forense, se enfrenta a autopsias, a la sangre, a las vísceras, a lo
desagradable e íntimo, a lo seco y material. Algo que recordar para bien puede
ser el muchachito tonto con orejas de conejo rosa metido en una piscina con
chiquillas promiscuas que le dan besos en la boca, un freak en su gloria, como lo
que representa éste filme, o eso ha sentido seguro Korine, haciéndola, tanto por
medio del reconocimiento que le ofreció.
Trash Humpers (2009) es la peor de sus obras, uno no debe
tomarla en serio en absoluto, porque si es así hasta produce inquietud,
requiriéndose ya no tolerancia sino de un buen estómago. Se recrea a una
pandilla de amigos enmascarados de viejos que suelen “violar” basureros. Se
dedican a hacer locuras y vandalismo, a hacer el tonto pero de forma radical, a
divertirse grotescamente siendo violentos. Son unos sociópatas, con lo que eso
conlleva, no aguantarlos. Y es que el sentido del humor de Korine, en esta
oportunidad, no es fácil de alentar ni de ser considerado para ningún elogio
mayor, si bien a quienes son amantes de lo estrambótico, del sarcasmo más
grosero, de la irreverencia de lo trash, como antecede el título, pues tienen
un goce asegurado. Estamos ante el Korine más descabellado, el que patea todo
tablero y aspiración, salvo uno muy minoritario, en un entretenimiento para
desadaptados, o mejor dicho, quienes pueden resistirlos en toda su libertad,
aunque en una película. El momento en
que se tranquilizan con el bebé parece impostado. No lo compras. No lo
justifica el filme, si bien es el propio Korine, su esposa Rachel y sus amigos
los que actúan. No pasa de ser una curiosidad,
si eres un cinéfilo masoquista y todo terreno.
Spring Breakers es su mejor película, donde usa a las llamadas chicas Disney en una cinta
alocada, típica de Korine. En ésta se recrea a la juventud universitaria en busca de
vacaciones extremas, llamadas simplemente por la época vacaciones de primavera,
donde brilla la promiscuidad, las drogas, la juerga y el alcohol, es decir,
pura diversión sin remordimientos, donde todo está permitido. Pero eso no es todo, la propuesta da un gran espacio a lo
criminal, que es lo que le brinda un toque propio a la trama, con la que se
construye la historia fuera de su afán de simplemente regodearse en la libertad
de temporada con todos los atributos que la dibujan tradicionalmente en Estados
Unidos, y que permiten recurrentes y superfluas imágenes de fiestas y
exhibición en playas, placer puro y duro.
En Spring breakers se meten las cuatro protagonistas con gánsteres, dealers, pandilleros y narcotraficantes. Su proximidad con lo delincuencial se da primero por el anhelo de tener dinero para su viaje, roban un restaurante, con pistolas de agua. A pesar de que éstas anuncian un aire en parte naif no falta algo de quehacer bruto, propio de la intensidad, con violencia verbal y algo física. Sin embargo no se abandona la inocencia totalmente en el conjunto, aunque disminuye. Luego pasan a estar bajo la influencia de Alien (James Franco). Franco es bastante creíble como un hampón de barrio, al que no le falta la entrega, hasta con acciones de cariz homosexual cuando imita una felación con pelos y señales, algo que le atrae actualmente.
El filme tiene de rompecabezas, una construcción
flagrantemente artística en lo visual, a la que apreciar como elemento que
busca un engrandecimiento y una identidad con lo que articula, las formas que
aportan, y que recurre a ratos al collage y al ralentí, a que se nos quede en
la memoria la fijación de su sentido principal. Además hay una estética de colores
luminosos de neón, rosas, turquesas y fucsias, en medio de la intromisión y la estructuración
de la fusión de distintos tiempos, va a atrás y luego hacia adelante o
predispone o vislumbra lo que viene, complementa figuras, redunda o las explica
tras solo enseñarlas en fragmentos. Hay una edición, una composición, elogiable explotando el tema, convirtiéndolo en algo que
ostenta la misma belleza que exudan sus mujeres alocadas en biquinis.
Las actrices centrales no hacen una performance impactante, son
superficiales en la historia, una que en sí es pequeña pero bien proyectada, siguiendo la ruta en éste orden: anhelos,
corrupción, ambición/competencia, amenaza y venganza, mientras en el trayecto las
chicas van escapando del tablero. Éstas actrices no lucen tan impactantes como profesionales, fuera del atractivo de tenerlas en situaciones atípicas a
lo suyo, mostrar mucha sensualidad para los adultos, ser lo pervertidas y desinhibidas
que implican sus roles. Pero hay que declarar que logran atribuirse la
libertad que se requiere, gracias sobre todo a la buena cabeza del director y
el recurso creativo, la fabricación de escenas más que del realismo o salir
desnudas sin más, dependen del artificio. Se dejan ver, logran su cometido,
sin aspavientos. Ayuda la falta de pretensiones, las máscaras en los asaltos o
no enfocarse tanto en sus rostros, sino dejarlas que fluyan en la sencillez del
argumento. En lo sexual hacen lo mínimo, que es lo muy justo, lo que les
resulta un esfuerzo en sus carreras, pero que se hiperboliza, dándose tomas
cuidadas en un trío en la piscina.
Rachel
Korine sí tiene escenas más subidas de tono, algo más explicitas, sin que
tampoco sean pornográficas, ella sí tiene facilidad para desnudarse. Pero se trata sobre todo de
la amplificación de lo sensual y sexual, con gestos, diálogos, preámbulos, con
sugerencia, y eso es un logro para Korine, al que le funciona. Sin duda éste es su filme más llevadero, aunque hay que perdonarle cierto ridículo, marca de la
casa, como la canción en piano de Britney Spears y los disparos que anteceden la
revancha. Suponemos que ahí subyace la ironía, no cabe otra interpretación, y
pues da risa, como también cierta vergüenza ajena, semejante desfachatez, que será
apreciada solo por fans de Justin Bieber o Britney, y similares. Britney es una cantante pop que hay que
mencionar que representa el sentir del filme,
que dibuja la participación de Selena Gomez y una más atrevida Vanessa Hudgens. A Selene no se le exige
realmente nada, hace el papel que le cae o le viene perfecto, y está en la historia como se le suele ver, fuera de contexto.
Estamos ante un halo de inocencia que quiere cruzar la
línea, que pretende transformarse y ser
lo opuesto, y pues es -a un punto- un triunfo. La escena final de unas chiquillas armadas contra un capo y sus guardapespaldas es solo la locura y la libertad que parece en parte broma o provocación, y no se le toma en serio, recordando la
grosera pero buena escena con las dos enormes prostitutas, o cómo enseña su
cuarto un matón inmaduro como Alien, fáciles pero contundentes reflejos de
distintas caras de lo lumpen. Juzgar el filme por la escena final es romper el palito, desechar la propuesta,
no lo hago, sino me dejo llevar por el entretenimiento. Korine no es muy arduo con la credibilidad de su filme, le deja reticencias que surcar al espectador, y eso está genial, porque el séptimo arte vende sueños, fantasías e
ilusión, y eso hace a su modo éste irreverente director, a la par que proporciona un toque oscuro propio y la destrucción de míticas. La famosa revista francesa Cahier du cinéma dice que Spring breakers es una de las mejores películas del 2013, y en mi parecer no está mal, aunque no llega a tanto tampoco.