jueves, 30 de octubre de 2014

Favula

Lo primero que hay que resaltar viendo éste filme es que pretende ser original, y hay que decir que tiene éxito en su anhelo –y lo aplaudo por ello- con la construcción de sus imágenes y su estructura repetitiva y enfática de narrar regodeándose en su efectiva contextualización visual, superponiendo a sus personajes en bustos o medios cuerpos sobre todo, en una especie de jungla de aire evanescente, mientras apela a las sensaciones. Estamos ante un “particular” concepto de empatía, uno que remite al pasado, donde las palabras sobran, no son capitales. El gesto es adusto, a ratos sugerente, pero no del todo melodramático siendo intrínseco al respecto, aquello es de presencia más sutil de lo normal, es decir, se oculta a un punto la tristeza que es parte esencial del retrato, dentro de un pozo de vitalidad más que de derrota, como de esperar el momento de reacción, creer en la libertad.

El director argentino Raúl Perrone que cuenta con alrededor de 30 películas en su filmografía y una fama de director de culto en su país y allegados seguidores latinoamericanos no logra la obra maestra por su simplicidad argumental, pero sí una propuesta bastante atípica que plantea su propia estética y el mayor logro de la obra presente a esa vera narrativa, estando ante una creación de consumada neta arte cinematográfica –a pesar de que recoge la idea literaria en lo que refiere a su tipo de ficción- que se rige a la potencia y redundancia de la construcción de sus imágenes. Parece el escenario central un profuso jardín que yace difuso de precisar, lo que habla de creatividad en la edición/post-producción; a la par se usa una amplia casa de aspecto abandonado, que da la nota sociológica en la historia.

Favula (2014) despierta con gran virtud la sensibilidad de nuestros sentidos audiovisuales junto a su contundente musicalización de cumbia electrónica o imponentes sonidos naturales en un conjunto que cuenta con suma imaginación en cuanto a sus formas, dictadas en el blanco y negro, lo obscuro, el gris y el collage, donde brilla en su trama el apasionamiento por las armas de fuego, que remiten a lo salvaje del medio, la selva, la caza, la lucha del más fuerte, y su cualidad de fábula que bien simboliza la intromisión de un tigre o algunos insectos fecundadores al estilo de Uncle Boonmee recuerda sus vidas pasadas (2010) en que hay una unión sensual/erótica entre hombres y animales. Va de la mano de un cariz básico romántico novelesco, en la liberación de una muchachita virgen de apariencia punk que yace propensa a ser vendida o prostituida por padres o custodios abusivos y mercantilistas de aspecto gitano. En ello articula a su vez la simbolización de una realidad contemporánea en los jóvenes huérfanos y desprotegidos de las calles que subsisten en base a la ayuda mutua, como bien refleja la salvación de la chiquilla.

La historia que en su espacio implica la noción de un pequeño cuento hiperbolizado experimenta y sale airosa. Conmueve, y agita pasiones. Los chiquillos callejeros protagonistas ven en el cine su realidad vuelta ficción, literalmente; convertida en una fábula, como en la distorsión –la declaración de intenciones- de la palabra que el título llama favula. Éste es un filme que sorprende y no agota, a pesar del estilo escogido que divaga, repite y exalta, predispone, juega y consuma al fin sus escuetas líneas narrativas. Favula estuvo en el festival de Locarno 2014. Perrone no suele salir de su país, ni siquiera sale tan fácilmente de su natal Ituzaingó, donde contextualiza sus filmes; pero que mejor que mandar su película a Locarno, festival que se rige por un cine arte minoritario y rebelde.

Favula es un buen viaje del séptimo arte, de esos que son toda una experiencia, en el buen uso de la conjunción de sus distintos elementos, dispuestos creativamente, manteniendo el buen  nivel de su película anterior, P3nd3jo5 (2013), que también hace historia, mínimo en la propia. La presente obra lo justifica como un autor apreciado por un sector de la crítica de su país, pero yace tantas veces dejado de lado por un público poco atrevido o nada curioso, no obstante es quien en uno ve un trabajo de tantos años que realmente reditúa, tanto como una búsqueda que no se acaba, que tiene bases bien cimentadas, y que -como observamos- tiene para innovar, para dar mucho más.

martes, 28 de octubre de 2014

Jauja

Estamos ante la última película del cineasta argentino Lisandro Alonso, dotado de un séptimo arte bastante personal y que tiene encandilado a un sector de la crítica de su país que lo mantiene en un pedestal. Su filmografía contiene las siguientes películas. La libertad (2001), lugar de ficción pero de aire documental sobre un hombre sencillo del campo y su naturaleza, cómo se mueve en su rutina diaria, cortando árboles para vender los troncos pelados, cazando y cocinando animales salvajes a la intemperie (Alonso tiene un registro minucioso al respecto) o simplemente moviéndose por el terreno que lo describe. Los muertos (2004), que cuenta la historia de un tipo llamado solamente como Vargas que sale de la cárcel al cumplir su pena por matar a sus hermanos y se decide a hacer un periplo por la zona rural y autóctona en que vive hacia el encuentro de su hija, nuevamente en un estado naturalista. Fantasma (2006), que por un lado es como la película dentro de la película en que el propio Vargas del filme anterior ya como persona real ve la obra que realizó con Alonso, en un centro cultural donde hay cine arte que se halla desolado a la fuerza de la realidad de su exigente propuesta en que sus pocos trabajadores deambulan como fantasmas por el recinto, recordándonos a Goodbye Dragon inn (2003), de Tsai Ming Liang, en el que parece un homenaje a su cine. Liverpool (2008), sobre un hombre del mar propenso a la bebida que deja el eternamente errante barco que tripula, que es la representación de sí mismo, para hacer uno de los viajes esenciales, necesarios y característicos del cine de éste autor argentino, a Tierra de fuego, en que prima el duro frío y cierta soledad, para ver cómo se halla su anciana madre en un hogar donde poco se le recuerda o se le quiere, y que le dará una sorpresa sentimental que aun así lo hace un pasajero de tránsito solamente, que nos habla de una oculta melancolía y una derrota existencial por vocación de imperfección ante algunas sacrificadas responsabilidades, para seguir su ruta en la cotidianidad del medio, bajo el recuerdo de un llaverito que simboliza a lo Ciudadano Kane (1941) el mundo perdido que debe subsistir en la memoria con nosotros, una sensación de incompleto que ronda la precariedad y la dificultad del vivir.

La nueva película de Alonso tiene una profundidad de campo que es todo un elogio de virtud, en la fotografía de Timo Salminen (quien suele trabajar con Aki Kaurismäki), con unos paisajes hermosos y seductores. En éste filme tenemos de protagonista a un padre, un capitán danés, llamado Gunnar Dinesen, interpretado por el talentoso y famoso Viggo Mortensen, presencia que se presenta como una concesión en el cine de éste realizador, pero que resulta plenamente justificada, ya que devuelve la confianza puesta en sí, se acopla al autor, con escenas donde Mortensen hace dinámico lo que suele ser lento, tanto como luce una poderosa emocionalidad sin caer en lo planamente explicito. Gunnar va en busca de su hija, Ingeborg (Viilbjørk Malling Agger), que se ha escapado con un soldado. Pronto la sobreprotección de Dinesen hace pie y éste sale a recuperarla. Es una trama mínima como acostumbra Alonso, pero más amplia a lo que suele hacer, tiene un discurrir más claro, siendo una narrativa más convencional a su uso, pero no desprovista de su cualidad de autor que tanto lo precede y le predomina. El viaje es una aventura por el desierto donde indígenas llamados por los lugareños como cabezas de coco surgen como seres casi invisibles pero de perenne sentido de su presencia. El periplo llega a convertirse en una calma lucha donde el director argentino nos enseña como el capitán domina el territorio aun siendo extranjero, o se deja arrastrar por el anhelo que lo subyuga y lo hace subsistir y hacerse cargo de su ardua trayectoria. Alonso hace del background de su personaje un salvoconducto que lo dibuja como un ente conocedor dentro de esa dura faena que debe acometer. El viaje llega hasta el misticismo en un encuentro con una dama fantasmagórica o propia de la alucinación o epifanía que le habla del sentido de la vida, que haciendo paralelo con un retrato de la actualidad que asoma al final nos habla de nuestra independencia, de nuestro mirar el mundo en la propia contextualización y mente, aludiendo a nuestras motivaciones como respuesta.

El rótulo de Jauja viene de un lugar idílico donde los hombres quieren hallar el paraíso, y suelen perderse en dicha aventura, como ante un oasis que nunca llegaremos a tocar. No hace falta decir que no será una excepción la historia entre manos, pero eso nos remite a una especie de iluminación, como ver a Mortensen contemplando las estrellas, un aprendizaje tras una iniciación, nunca tarde. Se hace ver cómo podemos tener distintas vidas con una identidad maleable (la hija puede mutar en una especie de gurú salvaje tras el extravío) que puede que nos indique la reencarnación, y se apela a la imaginación como con ese perro guía del que se dice tiene una función más allá de la de simple mascota, y es que todo cobra significado desde la discreta argumentación. Es ver como se abren las puertas de la percepción desde lo común. Conoceremos a Dinesen por su entorno, acercándonos a palpar su humanización, observando que no todo en él es el ideal; así suelen ser los personajes de Alonso. Hay una imposibilidad que asoma en cada vida, a la que la propia ficción puede llevarnos a cambiar o solo ver en plano vivencial, en una realidad que Alonso prefiere dejar simplemente divisar a la distancia, haciendo hincapié en la ilusión, sin que sea facilista y proponer sin más vencer la intromisión de la derrota, una que termina siendo parcial en una existencia signada por lo contrapuesto y la limitación del mundo terrenal. En ello se parece a Liverpool, y ésta a Los Muertos, que va hacia atrás y retoma La libertad, en el camino de primero saber, luego ir, más tarde comprobar. Es como si el discurso de Alonso se hiciera más fuerte a medida que hace una nueva película, teniendo ramificaciones en su filmografía. Su arte es un cine que hay que mirar con ojo despierto, con paciencia, soportando ciertos lapsos muertos, tiempo real, y aprecio por lo minimalista. 

martes, 21 de octubre de 2014

Gente en sitios

Comienzo advirtiendo que el presente es un filme bastante sencillo, tanto como atípico, con una filosofía detrás, y si uno no tiene paciencia para descubrimientos y entender el sentido de ésta realización, que lo tiene, mejor siga viendo las películas de Hollywood y no se enfade con los críticos que la han defendido y hasta alabado, no se hagan problemas, busquen el cine que les gusta, pero si quieren experimentar algo nuevo y que no es caótico ni vacío como a primera vista uno puede creer, pues denle una oportunidad a ésta propuesta, la que implica varios sketches, alrededor de unos 30, que tienen la temática de conjunto de tratar sobre algo que se nos escapa de las manos, una reacción que nos saca de nuestro lugar consciente, maduro o de confort, en una actitud surrealista digamos, dejándonos ir. En ese trayecto narrativo prima la ironía, pero también hay reflexión, se dice que uno debe soltarse del palo que nos limita nuestra libertad de acción, o que el hombre ha conseguido hominizarce por completo (es decir, ser un homínido) pero no ha llegado a saber humanizarse. Partiendo de ahí queda sorprenderse solamente con cada pequeño relato, los que tienen la gracia o plus de contar con actores españoles famosos del cine, como Carlos Areces, Raúl Arévalo, Antonio de la Torre, Eduard Fernández, Alberto San Juan, Santiago Segura, Tristán Ulloa, Maribel Verdú (la que proporciona a mi ver la mejor ocurrencia, en la implacable manía), entre otros.

Como es normal la profusa variedad le induce a ser una obra irrefutablemente irregular, la calidad varía en la independencia de las piezas, por lo que habrá retratos que no nos gustaran, tanto que pueden hasta parecer idiotas o insulsas algunas de las tantas breves viñetas (lo cual acotamos es relativo y hay que rascar en la superficie muchas veces para ver la luz que esconde la simplicidad, no desestimando que hay un sentir ideológico y coherente que formalmente pretende cierta espontaneidad creativa también, no habiendo un cálculo absoluto, aunque hay claramente noción de sentido), y otros que saltaran a la vista empáticamente al apreciar que son tópicos de aire particular pero obviamente reconocibles, partiendo de momentos comunes, incomodos, raros, incluso inquietantes. Mezclando pequeños dramas con comedia.  

Revisando la filmografía del director de la película, Juan Cavestany, notamos que la obra que nos aboca ahora si bien es como un grito de completa libertad artística, continuando con una especie de transformación en su quehacer de director, siendo en su estructura y en su sentido del absurdo algo revolucionaria en el séptimo arte español, llevada a cabo con un presupuesto ínfimo, y una estética austera producto de un equipo básico donde incluso se hizo uso de la luz natural (como ha declarado el cineasta), y actores que han querido colaborar con él y su trabajo por encima del pago, recuerda características de sus primeras realizaciones, como de El asombroso mundo de Borjamari y Pocholo (2004) que es una comedia con el carismático Santiago Segura, donde hay cierto trazo grueso o bromas tontas de tipo comercial, sobre unos “perdedores” que no quieren madurar aun estando en los treinta, sin embargo hay un encanto que la hace sobrevivir más allá de lo primaria que es y se debe a cierto estilo seco que se da en medio de todo, o una contención de no llegar a exagerar y caer pesado, aparte de entender que se requiere de una trama y no solo de la ocurrencia (no es poca cosa, muchos lo olvidan, como se justifica en la crueldad de dejar que una chica tonta pero linda, protagonista, se acueste con un tipo aprovechado ante no tener sus lentes y creerlo otro), a un lado de su declaración de intenciones en aquella ironía del mundo interior por sobre la superficialidad. Como a su vez a Gente de mala calidad (2008) que es un costumbrismo de orden particular de la sociedad española urdido como entretenimiento cómico.  

Gente en sitios (2013) es un filme que no hay que sobrevalorarlo ni esperar de éste maravillas, pero tampoco despreciarlo, es una propuesta pequeña pero auténtica, que deja un pequeño pozo sobre la libertad y la condescendencia, tiene un mensaje, y es audaz en como lo sostiene, tantas veces. El cine tiene distintos mecanismos, y que mejor que tener algo que realmente se quiere decir, y hacer, siendo el arte un acto tan personal de desnudez y honestidad de un mundo interno o lo que lo contiene.

lunes, 20 de octubre de 2014

La imagen perdida

Ganadora del prestigioso Un Certain Regard en el festival de cine de Cannes 2013, y nominada a mejor película extranjera en los premios Oscars 2014. El director Rithy Panh ha tomado su infancia, cuando tenía 11 años de edad, y recordado a través del presente filme todo el dolor que escenifico su país desde su propia experiencia ante la ideología totalitaria de la famosa guerrilla camboyana conocida como los Jemeres rojos que gobernó con implacable mano dura durante casi cuatro años, de abril de 1975 a enero de 1979, dejando infinidad de muertos a su paso –se habla de un genocidio- y creando en su tiempo la conversión del pueblo en un ente parasitario producto del hambre y la total dependencia de sus destinos, en una filosofía de colectividad donde solo había derecho a una cuchara.

A esa vera el mundo escuchaba de una utopía comunista aparentemente lograda y celebrada infundiendo una falsa ilusión al extranjero, por medio de libros dogmáticos del régimen, frases célebres en la construcción de la mítica del líder Pol Pot y una campaña de publicidad estatal gracias a la revolución del cine, y como vemos en pantalla -y sabemos por la historia universal-  la realidad era otra, la gente vivía agotada por las continuas labores agrarias dadas incluso hasta en la noche iluminada con luces de neón, desprotegida ante la enfermedad o los partos ya que se extirpo toda medicina extranjera asociada al capitalismo y se hacía uso de hierbas, atrapada en la peor pobreza y la total desmaterialización (había dinero, uno con ideogramas muy bellos de la revolución, se nos dice, pero no era normal usarlo; y que llegaba hasta la prohibición de la pesca), y sobre todo temiendo por su vidas frente a los continuos arrebatos todopoderosos de los militares que ejercían el control férreo al punto de trasportar a la masa –que incluye a los niños- a campos especiales de trabajo donde regía la muerte, teniendo la consigna de que si los hombres no eran reeducados en su ideología –palabra que pesa tanto y lamenta la voz en off, la que nos narra de principio a fin con potente y tranquila vocalización profesional en un discreto tono de melancolía, en que a pesar de la seriedad de la pormenorizada cruel descripción subyace la poesía-  eran considerados enemigos, y eso significaba ser un cadáver más en una fosa que el mismo Panh recuerda haber cavado tantas veces.  

Bajo ese contexto el filme se hace del uso innegablemente creativo de figuras de arcilla artesanales con las que trata de rellenar la fotografía perdida, es decir las imágenes que sembró el totalitarismo y su implacable brutal abuso de poder, que durante su tiempo no dejaron que existiera y por lo tanto no quedó registro fotográfico alguno de importante legado documental (hay archivos vastamente incompletos, demasiado pobres, muy alejados de la verdad o de la prueba, que sin embargo sirven de recurso para la concreción de la propuesta, de la que hay que decir que nunca le hace falta la forma de exhibición vista su sagacidad estructural, en sentido de que propicia el entendimiento visual sin problemas), contándonos la historia por medio de estos muñequitos estáticos de suma acabada expresividad, especialización recreativa y escenarios detallistas, mientras la cámara crea la movilidad de las maquetas, en donde las figuritas llegan a volar simbolizando la trascendencia espiritual o se les imprime personalidad con la música típica del país que se hace muy melódica y sigue la esencia de ser narrativamente ágil, como fácil de digerir en su temática. Habiendo una introducción a estos hechos terribles como quien presencia una clase amable, audaz y entretenida, sin una carga de pesadez didáctica, o tradicional. Lo cual no merma el hecho de escuchar palabras muy duras, el quehacer de un pasado atroz de muerte, pobreza, explotación y sufrimiento (Panh perdió a sus padres y hermanos en el trayecto de ésta dominación política), habiendo que sensibilizar el oído, lo cual se logra sin  complicación conteniendo tan rápido nuestra atención.

Lo que se nos cuenta va de la mano de lo empático que es lo visual, tiene una narración que hace gala de lo que nos parecen extraños nombres más no los sucesos que calan en el cuerpo, por su forma tan diáfana, un valor en sí. Es notable lo que se ha escogido contar, no solo por los hechos, sino vista la elección de las palabras, habiendo bastante precisión, repaso de distintas aristas determinantes y todo con una increíble predominante llegada formal, para comprender esta niñez que no puede callar el autor, que la lleva tan fuerte, y es como su deber de comunicación, como expresa, ya que tiene un interior que es la verdadera imagen perdida que el filme quiere siempre buscar, y denunciar, el sentido del cine de Panh, como tan bien lo hizo en S-21:La máquina de matar de los jemeres rojos (2003) en que entrevista  a los verdugos y  a los sobrevivientes de una factoría de tortura muy conocida en Camboya.

Estamos ante un documental muy artístico, un concepto que en mi parecer es una buena alternativa de comprensión, en una manera más inteligente que la costumbre primaria, sin el facilismo del sensacionalismo o el golpe de lo salvaje o lo chocante. La consciencia despierta irremediablemente, porque el dolor late por todas partes, las palabras resuenan y las figuritas tienen un eco de impresión en un simbolismo que logra facilitar sentir el vacío que tanto marca al cineasta y a su obra, el cual no debe ser domesticado, viviendo en el alma, como si fuera imposible contenerle en toda su medida, lo que siempre implica poner de nuestra parte.

domingo, 19 de octubre de 2014

Bella addormentata

El veterano director de éste filme tiene una buena reputación; hace cine desde los años sesenta, aunque no es muy conocido en general, fuera de los círculos de los festivales. No es lo demasiado popular como prometía su primer largometraje, Las manos en los bolsillos (1965), que lo puso entre los más grandes de Italia en una época de portentosa gloria nacional. Sin embargo el tiempo más que todo le ha dado un toque y estilo de madurez, de seriedad tanto como de coherencia, que lo aleja de las banales posiciones de la esfera cinematográfica, y se gana tanto el respeto de los entendidos/amantes del séptimo arte. 

La presente propuesta recorre 4 líneas narrativas, que operan entre aceptar o no la eutanasia dentro del círculo familiar y, a su vera, la sociedad y la cultura, tomando de centro el caso real de Eluana Englaro que pasó 17 años en estado vegetativo antes de que se decidiera apagar la máquina que la mantenía con vida. El director Marco Bellocchio propone auscultar ésta temática poniéndose en distintos puntos de vista encontrados, mediante el uso de historias que van haciendo la lucha de definir una opción, con lo cual denota equilibrio, sin imponer una apreciación demasiado marcada. Esto permite ver el panorama con la complejidad que se merece, y un respeto por argumentar sin dar ninguna cátedra, no promulgar lo supuestamente correcto, habiendo ejemplos atinados, de suma proximidad, a través de lo simbólico o en su mayoría de forma muy directa, en el fomento de la libre elección.

Revisando la filmografía de Bellocchio observamos experiencia y muy buen manejo con los retratos históricos; ahí tenemos Buenos días, noche (2003) sobre el rapto del político Aldo Moro por una guerrilla que quería ambiciosas reivindicaciones sociales a cambio de su libertad; o Vincere (2009), sobre una primera mujer de El Duce Benito Mussolini llamada Ida Dalser que tuvo un hijo no reconocido con él, y que éste la confino a un manicomio para callarla, mientras el niño fue a una refinada institución de corte castrense. En éstas obras brilla la tragedia, esa misma que se transporta a Bella addormentata (2012) que cavila reflexiva en un tono a un punto sutil de melancolía como parte de la terrible idiosincrasia de tener a un ser querido sin respuesta alguna, como un muerto en vida.   

Las cuatro historias noveladas parten de la trama llana, poco dada a lo extraordinario, pero ostentan elegancia en las formas. Los que lo componen son, uno una madre y actriz de hogar acomodado interpretada por la gran Isabelle Huppert que expresiva es la que tiene a la bella durmiente del título italiano en su bella hija vegetativa, lo que la mantiene encerrada en un claustro mental de pesar y fijación, que no deja espacio para nada fuera de ello. En su núcleo familiar el hijo quiere que la hermana descanse para que la progenitora aun joven y talentosa sea libre y comparta el amor con los demás. Otro es el del esposo de Eluana Englaro dibujado por el también prodigioso actor Toni Servillo, que es un político que debe lidiar con hacerse cargo de su consciencia de liberar a su esposa o asumirse como parte de su partido – en la línea de Silvio Berlusconi- que sigue la ideología de una ley que contradice sus pretensiones de proponer la eutanasia a la mujer amada. Se trata de escoger entre tener éxito en la carrera o el ideal personal; uno opaca al otro. Como tercera línea está la postura de la hija de la misma Englaro (Alba Rohrwacher, con un cariz en todo sentido meditativo, a flor de su sexualidad/cotidianidad y el don de servicio), que promueve la fe católica a favor de la vida y se enfrenta a un muchacho irascible en particular que piensa lo contrario a ella. En el camino se enamorará de quien no debiera y viceversa, proponiendo la empatía con la experiencia que presenta su padre, la de pareja, superando su condición de hija. En estos tres interviene mucho la religión mientras se contrapone al otro en afirmarnos o en cambiar de parecer. Por último el cuarto relato es sobre una reincidente drogadicta y suicida que nos entrega la atractiva actriz Maya Sansa que encuentra una razón de superación en la potente ayuda de un médico; lo que la hace como una representación de equivalentes. Parece algo menor en el conjunto, pero comparte un intercambio verbal apasionado como clímax que le da mucho sentido a su inclusión. Estamos ante un filme que pretende exponer y alimentar el diálogo, para que saquemos propias conclusiones, en la que es una obra humanista.

miércoles, 15 de octubre de 2014

Perdida

David Fincher es uno de los directores americanos más respetados y admirados del orbe y EE.UU, con una filmografía envidiable, y una disposición a ganar el Oscar a mejor director que muchos creen injusto no haberlo merecido aún, teniendo películas del calibre de Seven (1995), El club de la lucha (1999) y Zodiac (2007), como a su vez propuestas entretenidas en La habitación del pánico (2002) y la adaptación de The Girl with the Dragon Tattoo (2011); o mencionando otra muy respetada La Red Social (2010) que dividió las aguas y muchos la postulaban mejor que la ganadora de su año, El discurso del rey (2010). En mi personal gusto destaco The Game (1997), una pequeña maravilla. Pero también tiene desaciertos como un poco lo es El curioso caso de Benjamin Button (2008), y en cierta medida Perdida (2014) pasa por lo mismo, es un discreto bajón en su obra. No obstante el estilo en la primera parte de la película es de los que han llevado a la fama a éste gran director. El arranque tiene muy buen suspenso, sobre que le pudo haber pasado a una mujer excepcional llamada Amy Dunne (Rosamund Pike, muy entregada a su papel), escritora, querida persona y miembro relevante de su comunidad, pero que vive en una vida aunque acomodada un poco deslucida por el marido promedio con el que se casó (interpretado por Ben Affleck), de quien se desconfía pudo haberla matado.

En la primera parte de la película, ésta dura 2 horas y media, que hay que reconocer que entretienen y se van rápido, se ve toda la intriga del misterio de ésta desaparición, donde se dan pistas de lo que pudo suceder, como pensar en un marido deseoso de deshacerse de ella, que no quería tener hijos y que estaba a punto de divorciarse, que además tenía una amante joven y algunas jugadas económicas que podrían ser causantes, como el seguro de vida tras su cónyuge. Todo el ambiente que crea Fincher parecía dar a comprender que estábamos ante la película definitiva sobre asesinatos perfectos, con una emoción, aparato mediático y tensión prodigiosa, mientras se iban dando pautas que iban rellenando un background de secretos ocultos, dados desde la mujer perdida, que es el punto de predominancia del filme, a través de su diario y rastros en la supuesta escena del crimen que van revelando el comportamiento amenazador de su esposo, que como es habitual en Affleck pasa como tipo parco, seguro, tranquilo y poco expresivo, un sujeto de lo más ordinario que hay que decir intimida poco, pero que iba creando la noción de poco probable culpable, que justamente todo eso favorecía a encubrirlo de la mejor manera y generar la ansiada curiosidad. En sí estábamos ante el asesino idóneo y avanzado el metraje había que darle el toque final, el gran hallazgo o cierta novedad creativa en dicha línea. Y quizá ese fue el talón de Aquiles del filme, encaminar la historia hacia un clímax/desenlace acorde con la extraordinaria labor precedente. Pudo ser una cinta más corta pero más redonda, y sin embargo Fincher que adapta la novela de Gillian Flynn no puede más que respetarla y es ahí donde se va por una parte al agua.

La segunda parte es un giro increíble, en el mal sentido, en buena parte, tomando una nueva dirección en manos de la perversidad, en donde el desengaño del matrimonio en muchos casos es menos romántico y más duro de sobrellevar de lo que uno cree (tampoco exageremos en cebarnos con la crítica al matrimonio; que aguante el optimismo y la lucha). En ese lugar es donde Fincher hace gala de un buen discurso, que salva de la quema la propuesta ya que realza el conjunto como si estuviéramos frente a una tesis, aunque no converja el placer de la narrativa en sí de su segunda mitad, a poco de “desperdiciar” su cualidad de thriller, atacando las falsas apariencias y las convenciones que tapan la desilusión.  

En adelante el filme se aboca a culpar a Nick Dunne (Ben Affleck) dejándolo en una maraña, bajo una manera fantasiosa, diría yo, viéndose como si de matemática se hablara, aunque se trate como anuncia un álter ego de la maniobra de un ser privilegiado, que bien escenifica el famoso abogado Tanner Bolt riéndose sin contención del asunto, y que parece tener a Fincher en la noción de la extravagancia del material entre manos (al filme no le falta la ironía debajo de su capa dramática y macabra). Lo que viene después es hacer de la oscuridad del retrato algo cada vez mayor, más despiadado, ruin y enfermo. Es ahí donde el filme simplemente queda en mí parecer desfavorecido, perdiendo toda su seriedad primigenia, más no su profundización, acoto. Juega a ser más una lucha por demostrar que el marido debe pagar sus culpas, hasta el girar de la rueda en una entrevista que muestra tal cual la ilusión prefiere al ideal, en que es como no aceptar que la vida es menos gloriosa e insulsa que lo que anhelan nuestras expectativas emocionales, para ello Affleck es el tipo capital, una buena elección de pies a cabeza, si bien tiene buena presencia física, y es un hombre con dinero. Poco que decir a continuación para no malograr el filme (todo está sugerido/oculto en la crítica, solamente), pero a fin de cuentas lo que queda no perdona del todo que estemos ante una trama que pierde el sentido del misterio, de repente por estar agotado, y se transforma en otra aventura que es como un resbalón (habrán seguro quienes hasta lo disfruten, no está tampoco mal expuesto), pero es ciertamente a partir de entonces que la película se muestra en parte sosa, desmejorada, aunque vista la estrategia es asumir lo extraordinario, ante lo pedestre: el desencanto, y al final toma vuelo. Su base formal, como relato, no imprime tanto entusiasmo, aunque queda un sustancioso discurso. 

domingo, 12 de octubre de 2014

El niño y el mundo (O Menino e o Mundo)

La VII semana del cine brasileño que va del 9 al 18 de octubre en el CCPUCP me permitió ver la ganadora del festival internacional de cine de animación de Annecy 2014. Y hay que decir que la película de Alê Abreu es una obra de corte “infantil” muy hermosa, basada en la fuerza de las imágenes y la música (destacando el compositor y percusionista Naná Vasconcelos, hasta la inclusión de un rapero conocido con el nombre artístico de Emicida), donde los diálogos son irrelevantes, ni siquiera inteligibles verbalmente más si por contexto, en el retrato de la mirada de un niño en busca de su padre, un campesino que decide irse del hogar tras la necesidad de un mejor remunerado trabajo, como le pasa a todos en su comunidad, camino que seguirá un apenado muchachito acongojado por el recuerdo del querido progenitor, pero en ello se abrirá paso la memoria y el crecimiento del pequeño una vez entendido el metraje, como reza el título, dentro del mundo, lo que significa atravesarlo, conociendo la explotación laboral en la lejana ciudad, con su continua apabullante publicidad, la vida ajetreada y las necesidades materiales, visitando las favelas, las calles y sus luces, las playas, el estadio (el deporte), las imponentes fábricas que terminan votando al hombre producto de la deshumanización y el avance mecánico, o los embarcaderos con gigantescos contenedores de metal que van llevando la carga hacia un futurismo de maquinismo y apuro dejando de lado lo más importante, la vida y esa felicidad que implica el carnaval –como con esa música extradiegética que intenta predominar como mensaje- de gozar simplemente de la existencia, como con esas águilas, una negra y otra como el arco iris peleando mitológicamente en el cielo por un porvenir y optimismo muchas veces negado por la impiedad de cierta naturaleza humana, mientras el hombre común trata de lograr la realización y la satisfacción de la (supuesta) libertad, de cara a la constante invasiva melancolía de la dureza de la economía y el sobrevivir con duros terratenientes, árboles talados inmisericordes, patrones que hacen la vida proclive a lo miserable y un habitad que empuja a la diáspora, a coger ese mismo tren de generación en generación, ya lejos de esos sueños de infancia, ya no en un cálido y festivo viaje mental, sino como en esas enormes y cansadas simbólicas escaleras surrealistas, propias de la pesadilla.

Las ilustraciones a ratos parecen engañosamente como que fueran hechas por la mano de algún niño, dando la sensación de acercamiento a la mirada de nuestro protagonista, a su visión del mundo en lo que fuera en un papel y a esa vera en el dibujo que nos presenta la gran pantalla, siendo en realidad muy elaboradas desde lo aparentemente sencillo; diríamos que bajo lo libremente artístico en medio del trazo austero, aunque con respectivos detalles puntuales, trazos y color -como no puede faltar- con suma personalidad y laboriosidad, muchas veces minimalista, o de composición/yuxtaposición sugerente, con personajes esbozados, sin demasiado definir, delgados, patilargos, ojos brillosos o algún espolvoreo de color, mucho blanco y negro, o rayas tristes por facciones. Junto a paisajes que mayormente se hacen de solo el cromatismo multicolor, dándose forma con únicamente ello, en una especie de collage pictórico, como con acuarelas o con crayón, por una parte tipo los rectángulos de las obras de Mark Rothko o esas ilustraciones a medio -o apenas- dibujar, de trazo invocador de uno completo en unas pocas líneas y círculos, solo lo indispensable para visualizar la imagen representada. En si lleva el sentimiento de hacer pensar en ese tipo de arte, la pintura, en armar un espacio de efervescencia visual, sin seguir la ilustración convencional, o de realismo, sino más de soltura, de ilusión, de fantasía, de miedo, de misterio, de goce, de sorpresa, de curiosidad, de inseguridad, de confianza, de sombra de tristeza, es decir, un sinfín de emociones, que es parte indisoluble de ésta propuesta, que es como el retrato íntimo de un ser humano en como descubre la verdad del entorno que nos absorbe, que pretende dominarle, tirarle abajo, por una parte, pero habiendo una posibilidad en el amor, en la música, en el baile, en la reunión, en la esperanza y en el compañerismo, que se ve amenazado por  el militarismo o la globalización por mencionar dos de los grandes dilemas y escollos vivenciales de tantos que abundan, comunitarios, universales, que nos hacen pensar en la dictadura y en la ley del más fuerte (en el mal sentido). Desde la individualidad de un inocente y aprehensivo observador infante (por algo tiene unos grandes e iluminados ojos con chapas de color), que mira en pos de lo colectivo.

Una propuesta que debajo de su sencillez infantil visual y narrativa, mira con solvencia los grandes problemas del mundo moderno, de la gente de a pie, tanto del campo como de lo urbano, industrialismo explotador, desempleo, pobreza o consumismo despiadado, a la par que a la distancia y a la pérdida bajo la necesidad de sobrevivir, y el dolor que acarrea esa trascendental ida en nuestras existencias (no solo de una presencia definitoria humana en cada desarrollo, la de un padre o una madre, sino la del entusiasmo, algo que pasa por la indiferencia, pero que es sumamente esencial), ese ir hacia la dureza del mundo. Que recoge la memoria y el crecimiento, que no quiere perder la festividad interior –como manifiesta aquella omnipotente música de carnaval e instrumental, los ponchos coloridos que quedan del trabajo o la misma aventura a pesar de los tiempos, ciertas experiencias y álgidas búsquedas- y la alegría que significa compartir de la ilusión, como con esa vivaz semilla que pide y repite su cultivo (un empuje hacia seguir creyendo en irradiar pasión), o esos copos de luz que atrapa el pequeño, o afianza en una vieja fotografía familiar. En el recuerdo vivo de lo bueno que debiera quedar intacto a pesar de todo. En una lección de perpetuidad en la fe, en el optimismo. Para derrotar una putrefacción “elíptica”, un desgano, una desesperanza. Un envejecimiento prematuro, que con una obra como ésta se reanima el espíritu. Porque la vida, al fin y al cabo, tiene que ser una fiesta. Y que mejor desde los ojos de los niños.

viernes, 10 de octubre de 2014

El elefante desaparecido

La segunda película del director peruano Javier Fuentes-León, después de una de las mejores películas nacionales de los últimos tiempos, Contracorriente (2009), es un buen rompecabezas, como la imagen que debe reconstruir nuestro protagonista, Edo Celeste (Salvador del Solar), en sus pesquisas tras la desaparición del amor de su vida perdida hace 7 años. El filme salvando ciertas distancias recuerda a Mulholland Drive (2001), en la mezcla de realidad con ficción, a la vera del surrealismo, siendo un filme de meta-ficción, donde en constante circulo se fusionan las identidades de un escritor y el personaje de su libro (hasta lo inimaginable y sorpresivo), al compartir la pérdida de una mujer importante en sus vidas, en donde la línea divisora se llega a aclarar coherentemente pasado el metraje, siendo todo entendible, en qué pertenece a la novela del detective Felipe Aranda y lo que aguanta la narrativa literaria de su relato de fantasía, a su vez independiente y vivo en sí mismo, y lo que consume de la vida personal de su autor, en donde el juego de espejos permite el misterio e intrincamiento que presenta ésta honesta propuesta, que posee una saludable manipulación de sus piezas. Da forma a dos historias paralelas unidas por un mismo sentimiento de abandono, o de proceso inacabado, en que una alimenta a la otra. Parte por igual de la imaginación de unas letras como de un deseo de superación; el personaje del libro no sólo es un álter ego, o un doble, sino el retrato tanto de alguien querido, como el que expurga la oscuridad de un causante, y viceversa. No deja de ser una eterna combinación y sólo si unimos unos pedazos hacia un lado y los otros en su complemento, coloquemos un soporte externo a las leyes naturales, en una repuesta ficcional ante el dolor, que entenderemos el conjunto.

Es una propuesta que tiene una filmación austera pero de buena calidad, con técnicas puntuales y actuaciones efectivas, como las del dúo Salvador del Solar y Lucho Cáceres, éste último como Rafael Pineda, dos buenos actores nacionales, teniendo Cáceres potencial para seguir superándose (en mi caso no deja de sorprenderme), y un Salvador del Solar cuajado y cómodo. Con ellos la bella Angie Cepeda, que hace un papel chico, en todo sentido, pero cumplidor; Vanessa Saba, que sirve de musa, cumple igualmente; Tatiana Astengo, que es una fiscal y el supuesto enemigo, implica mesura en la apariencia, pero al mismo tiempo es incisiva y con carácter en la profesión judicial, exhibiendo además una breve, intima, fresca y típica sensualidad, en una actriz que no es todo lo imponente como se pudiera creer pero logra hacer un trabajo decente; Magdyel Ugaz, como una amante, papel minúsculo, casi invisible aunque bueno (de quien recordarla del arranque de Mariposa negra, 2006, en un auto teniendo sexo con dos tipos dentro de una puesta artística más no vulgar, uno diría que impactaba muchísimo, pero el tiempo se llevó en cierta forma esa ilusión); Toño Vega, que ha sido popular en el cine y en la televisión peruana y no lo hace mal, esperaba menos de él, la verdad, o nos tenía acostumbrados a un estilo y lugar de confort, ni terrible ni luminaria, en la presente luce suficientemente creíble en el rol de agente literario; y Carlos Carlín, que como sabemos no siempre es un tipo cómico, puede ser serio también en pantalla, demostrando que con él hacer reír es un acto de elegir el momento, y qué bien por ello.

Javier Fuentes-León además escribe el guion, uno que debería de fomentar más que una rascada de cabeza. Éste tiene su ingenio y personalidad, como en las viñetas del detective. Se ve alguna escena de la magnifica El tercer hombre (1949), un pequeño homenaje al cine negro, género que se esconde detrás de un thriller pensante y un poco más reposado de lo habitual. Éste filme bien se define en su metalenguaje, en una alusión a un lugar en la playa Mendieta, en Paracas, sobre un gigantesco elefante de roca que implica al arte natural y luego al contemporáneo. También está presente la simbolización de los perdidos en Ica en el terremoto del 2007. 

miércoles, 8 de octubre de 2014

Relatos salvajes

Parecía que no la iba a ver nunca, en la gran pantalla, estando bien avanzada en la cartelera, luego de presentarse en el 18 festival de cine de Lima, pero finalmente lo he hecho. He podido apreciar una de las películas más taquilleras de la historia del cine argentino. Y se trata sobre todo de una comedia, con tintes sociales y hasta políticos, pero que se acoplan a la predominancia de hacer reír, y disfrutar del contundente entretenimiento que nos ofrece, uno que no es realmente demasiado original, es cierto, pero sí suficientemente creativo, audaz, elocuente –a pesar de ciertos bajones narrativos, aunque breves- y coherente consigo mismo. Se trata de 6 episodios de justamente violencia, lo salvaje, en que alguien se harta de alguna fuerte presión, sea emocional, vivencial, accidental, psicológica, social, económica, de poder, o del futuro que se nos viene, y reacciona de manera radical. 

En tres de los relatos se retrata lo político. En uno invoca la corrupción del sistema judicial y penal ante un atropello que se lleva dos vidas humanas, con la muerte de una mujer embarazada, en el padre –interpretado por Oscar Martínez- de un muchacho que debe lidiar con negociar pagarles exorbitantes sumas de dinero a abogados, peritos, intermediarios, falsos acusados y fiscales que quieren desfalcarlo y aprovechar el pánico a las represalias del accidente, para que su imberbe y lacrimógeno vástago salga indemne de ir a la cárcel. Lo mejor, que es la base, de este episodio es como se van articulando las salidas y los consiguientes conflictos dramáticos que avanzan y retiran la antiética salida producto de la desmedida ambición y la desesperada necesidad. Puede ser éste relato producto de un argumento bastante sencillo, pero la disposición de cómo se nos cuenta, cómo lo vemos, lo engrandece. Tiene un especie de despliegue matemático, calculado. Yace en un espacio reducido tanto como simbólico, en medio de lo claustrofóbico pero secamente refinado. A esto se suma la constante de la vitalidad y espontaneidad latina (marca y plus del conjunto, de la mano de la violencia), propias de nuestras tierras cargadas de intensidad, frescura y soltura, que generan en la estrategia de la historia un continuo toque de interrupción a razón del vulgar criollismo, que no solo es peruano. Éste hace lugar en varias oportunidades sin ser dominante u omnipotente, ya que los protagonistas no saben cómo manejar ciertos asuntos peliagudos, de hartazgo y abuso, y sus elecciones son más bien dadas en un fuera de sí.  Vemos por ello que el filme puede ser a ratos grotesco e impiadoso con las formas de la civilidad y la educación. A la vera de poder sacar más de la cuenta hacen que termine siendo una opción envolvente y cautivante que sitúo al medio de los logros conjuntos, en el tercer lugar de una supuesta clasificación y nota, en el equilibrio. No obstante el final aunque no falla es abrupto, siendo una puerta a una continuidad elíptica de la esencia corrupta y negativa que se esconde a flor de la inconciencia y que tan bien está descrita. En ello no le falta lo salvaje como anuncia el idóneo y precio título del filme, bajo un colofón formal, más que todo, que expresa la representación de lo sugerentemente caótico e imprevisto en nuestras vidas, el límite (si bien todo está diáfana, fácil y espléndidamente narrado), como suele ser el meollo del asunto que implica una solución potente, extrema y exagerada, siendo en general un roce con la caída secuencial de cada trama, del que sale indemne y muestra su audacia e inteligencia como propuesta, redituada en el éxito de su totalidad episódica.

Otro relato, a un punto político, enfatizando que lo importante es gozar de una comedia que destila ciertas verdades o las toca con desparpajo pero sin evitar la lógica, es el de una joven mesera, interpretada por Julieta Zylberberg, con la predominancia de un rostro compungido, uno que acierta plenamente, siendo empujada al descarrilamiento. Ella se encuentra, en el restaurante en que trabaja, con un tipo que hizo que su progenitor se suicide. Esto sucede a razón del abuso absoluto y una dureza implacable. El hombre despreciable yace sentado a la mesa de un lugar como perdido en algún episodio de The Twilight zone, esto porque como que no hay nadie más que ese espacio mental y posible mortal ajuste de cuentas, tal como en un desierto. Mientras suena un especie de ubicuo western de fondo, tanto como el uso de melodías sarcásticas a la hora de la verdad o la explosión interna. Es un aspirante a un hueco en un cargo público, símbolo de la idea común de que el mundo está gobernado por estos hijos de puta, como dice la cocinera –interpretada por Rita Cortese en una representación muy bien lograda de lo ordinario y lo fríamente bestia-. Ella expresa además que quiere hacerle un favor a la sociedad.  Si bien no es el episodio más destacado, yo lo sitúo al final de los 6, funciona y entretiene lo suyo, se pliega al resto, aunque chirria un poco en el trayecto. De todas formas, recalco que ninguno es despreciable, y suma alguna novedad o afirmación del argumento conjunto.

El tercero y último de orden político lo actúa el reconocido, onmipresente en el séptimo arte de su país, y hasta internacionalmente, merecido ante su talento como aquí lo demuestra, y muy popular Ricardo Darín, viendo que en los episodios siempre está algún famoso actor argentino. Deja un relato salvaje que se acomoda a él, en algo más pensante que visualmente imponente en su crudeza (que los hay, si bien a su vez el tono escogido aplaca la brutalidad y lo explicito que se desarrolla, véase las múltiples cuchilladas en una espalda y un charco feroz de sangre, bajo lo estético; o una incineración que deja dos cadáveres abrazados en una ironía final). De todas formas igual su intervención es un ajuste de cuentas y un despliegue de furia, que deja en el recuerdo uno de los sobrenombres que el cine argentino seguro recordará, “Bombita”. En éste episodio la crítica es hacia el sistema y los cobros desorbitados, como en una bola de nieve, tantas veces injustificados, o no del todo justos; es la dificultad de sobrevivir en una economía capitalista o taxativa. Ésta vez se defiende el derecho de la persona de a pie, aunque se indique a un ingeniero demoledor de edificios como protagonista, a diferencia de que antes “sutilmente” se hablaba del hombre adinerado puesto a manos de unos buitres que quieren saquear una condición social de alta burguesía para sacar un provecho de clase media ramplona. Darín no se exalta demasiado como para apabullar, pero se enoja. No obstante muestra un gran cálculo y premeditación que genera hilaridad y aplausos, literalmente, y a través de la pantalla. Es un buen episodio, pero la promoción de éste es un poco desmedida. Puesto 4.

Pasamos a los tres restantes, que son más de orden social. Uno es cómo nos ven los clichés de la sociedad en la infidelidad masculina y el machismo; otro es cómo se fomenta nuestra personalidad de cara al resto, que nos vean como perdedores o nos hagan la vida miserable con la falta de consideración; y el tercero es el segundo mejor de todos los 6, el de la lucha de clases y la supuesta diferencia cultural. Éste tercer relato es un despliegue fenómeno que no mide consecuencias, en dos hombres, entre un bruto y poco agraciado pobretón –no digo, respetuosamente, humilde porque no tiene nada de ello en su comportamiento- dentro de un carro viejo que no quiere que lo rebasen en la carretera, contra un guapo y elegante acomodado respingado profesional en un vehículo último modelo. En dicha viñeta, se enfrentaran estos dos personajes en una guerra campal de suma violencia, siendo de los más intensos y descarnados del grupo. Se harán daño hasta lo criminal, mismos gladiadores en la arena, y como acontece todo, a partir de algo que parece minúsculo, casual o cotidiano. Habrá mal gusto y extremismo de por medio, como ver al tipo corpulento haciendo deposiciones sobre el auto del enemigo eterno. Se hace gala de los lugares comunes (en sí todo el trabajo total se mueve en ello, pero provocando su toque novedoso en su narración), pero luego se rompen, y se humanizan ambos, como si en realidad la clase fuera más un lugar ilusorio, es decir, son dos locos sin pedigrí, dos seres humanos demostrando lo bestias que pueden ser, llevados por la revancha y la supremacía de la ley de la selva. Éste episodio es harto cómico y audazmente corrosivo en su sarcasmo, siendo zafio, pero al fin y al cabo digno por su calidad de cuenta cuentos, aunque suene increíble decirlo. Tenemos al actor Leonardo Sbaraglia como el tipo privilegiado, que con su performance brilla entre los primeros de todos, junto a Érica Rivas, superando a sus compañeros de reparto, incluyendo a Darín. Sbaraglia tiene una transformación verosímil, del miedo a no soportar la humillación dibujada en el cuerpo de nuestro peor monstruo. Puesto 2.

El mejor sketch llega al final del grupo, con la actriz Érica Rivas como una novia engañada que se vuelve loca, pierde los papeles, al saberlo en plena celebración del agasajo de su boda. Ésta mujer decide destruir, castigar, amenazar e intimidar a su marido tras la infidelidad, el dolor y la vergüenza de ver a la amante invitada y notar que se está burlando de su persona. Éste supera al de Sbaraglia, es más rocambolesco, apreciando como en pocos minutos todo resulta un desenfreno tras otro (preciso en el baile, a poco de tocar el punto de partida al copular con un cocinero). Pudo irse el relato a pique –se vislumbra solamente- pero no lo hace, tomando coherencia, en un clímax perfecto, valorando a nuestra pareja en toda magnitud. Tenemos un lugar común que triunfa, como toda la obra presente del director Damián Szifrón, que ya con El fondo del mar (2003), demostraba su cualidad y talento de autor (mezclado con la amabilidad y simpatía de Tiempo de valientes, 2005), sacando mucha ventaja a pequeñas anécdotas, que desproporciona hasta lo descabellado, lo obsesivo y la redención a prueba de todo, venciendo cualquier limitación clásica.

Por su lado la viñeta con el actor Darío Grandinetti es como la entrada al gran espectáculo que es ésta película. Simple, pero contundente, una vez exhibida la sorpresa macabra del avión y la risa “fácil” pero agradecida. Y ese es el modelo del filme, reírse, pasarla bien, con buenas historias, en medio de la enajenación de la violencia y su acidez social/política. Estuvo en el festival de cine de Cannes 2014 compitiendo por la afamada palma de oro (fue premio del público en el festival de San Sebastián del mismo año), y aunque no es de las que ganan serios premios artísticos si son de las que alimentan la cinefilia pura y dura con sostenimiento, en su rotura de prejuicios, su humanidad primaria y la libertad revolucionaria creativa eficiente que mira al espectador con ojos enamorados. 

miércoles, 1 de octubre de 2014

Boyhood

Como cada año el séptimo arte ofrece algunos encuentros o entusiasmos bastante especiales que nos unen sentimentalmente con el cine, y en ello está escoger la película del año. Fipresci, el premio de la crítica internacional, escogió a Boyhood como la mejor del 2014. Y he de decir desde mi criterio que es una merecida competidora del primer lugar, siendo un trabajo de 12 increíbles largos años –un hito del esfuerzo y la visión personal dentro del arte- donde se filmó el crecimiento de nuestro protagonista en particular, de Ellar Coltrane como Mason, desde los 5 hasta los 18, en que vemos cómo se desarrolla, yace en pos de la madurez, y se va a la universidad y contempla el anhelo del verdadero amor.

Sin embargo, hay que recalcar que si bien es más su historia, una del tiempo, como lo han enfatizado todos, es a su vez la de su familia. Tiene un espacio su padre, interpretado por Ethan Hawke, que no es ningún tipo insulso ni avejentado y se resarcirá formando un sólido nuevo núcleo familiar, mientras ve por sus 2 primeros hijos y enseña el hogar de sus progenitores, típicos ciudadanos del sur americano, viendo que el relato se contextualiza en Houston, Texas, pero no se absorbe en clichés al respecto, sin tampoco faltar a su idiosincrasia como con la exhibición de un lado campechano rural, las armas, la fe cristiana o la música country (y ésta música suena tan bien, incluso mejor que algunas de las canciones escogidas de la OST). En sí hay una banda sonora harto interesante, aunque más hacia lo sensible, donde sobresale el rock de grupos como Arcade Fire, con “Deep Blue”; The hives, con “Hate to Say I Told You So”; Gnarls Barkley con “Crazy”; Gotye, con “Somebody That I Used To Know”; Paul Mccartney, con “Band On The Run”; Coldplay, con “Yellow”; The Black Keys, con “She's long gone”; y sobre todo, Family Of The Year, con “Hero”. Éste padre tiene de inmaduro, de niño viejo, de estar discretamente como perdido,  que aun “caótico” y juvenil a un punto, resulta cálido e inteligente. El director Richard Linklater suele exprimirle mucho talento, sacar lo mejor de él como actor. Lo vemos normal y al mismo tiempo un hombre particular, con sus pequeñas cotidianas grandezas, lleno de aristas, de carisma, nobleza, humanidad y legado.

Otro espacio es el de la madre que justamente debe lidiar con serlo y a conciliarlo con su rol de mujer, de amante, lo que será su talón de Aquiles, desde que se percibe elípticamente porqué falla con el personaje de su primera pareja importante, el de Hawke –conociéndose y embarazándose a los 23- y luego con un novio que le reclama atención, aun siendo responsable. Su aporte también es el de la sabiduría, en múltiples ocasiones. En el filme hay un enriquecimiento de la sociedad, de la gente en general, no se minusvalora el entorno secundario ni se aplica la invisibilidad o se coge y se votan papeles, no solo es funcionalidad, más bien se brindan atributos y experiencias desde afuera, de los demás, existiendo un equilibrio, poniendo en práctica el dicho de que todo ser humano es especial, o puede serlo, habiendo sutiles consejos como que hay que preguntar y escuchar a los demás, conversar los diferentes puntos de vista de una temática respetando al ajeno o que no debemos vivir demasiado de los avances electrónicos, aun con tantos embrollos, malas influencias, limitaciones y conflictos en el trato directo, de ahí que el maestro de fotografía, personas que simplemente parecen pasar, tíos, abuelos –algunos que abruman, en una noción de respeto a evitar caer ser pesado/fastidioso en lo verbal, reto al que se enfrenta la obra-, amigos o incluso un jefe en un trabajo esclavo como atender mesas en un restaurante den señales de consciencia y complicidad vivencial desde sus roles. Ésta madre pasa a ser “distintas” personas, alguien simple que acompaña, o una figura imponente, no solo como catedrática de psicología de esas a lo John Keating, sino véase su consejo determinante a un trabajador manual de ascendencia latina (en la obviedad, y es que Linklater muchas veces acierta girar dicho timón, y en otras inevitablemente se le escapa de las manos o lo deja correr). Un rasgo continuo en ella y el conjunto retratado es la imperfección, pero de la mano de salir de ese escollo, sin subrayar en el trayecto o haciéndolo menos convencional al uso hollywoodense, y sin ser complicado. Se es muy emocional, y con ello en tantas partes visceral, como le pasa a todo ser humano, y de ahí las malas elecciones, pero que luego se resuelven con solvente y juiciosa contundencia, y por supuesto no faltan tampoco los triunfos desde esa apertura interior.

Un tercer puntal familiar es la hermana, en los zapatos de la hija del director, Lorelei Linklater, de niña mucho más lograda que de grande, más rica en performance. Por ese tiempo se roba el show, entre comillas, es decir, es mejor su actuación, aun en su brevedad, mientras en Mason resulta al revés, sin desmerecer la niñez, más predeciblemente inocente, episódica y de trama escueta, pero que como referentes de identificación universal valen los lapsos que se presentan su peso en oro tal cual, que además implican a la historia cultural. Tal es ir a esperar la salida de un nuevo libro de Harry Potter. Por esa época resulta notable la breve conversación sobre Bush, luego balanceada tras el apoyo a Obama con la opinión de la intervención de Irak por el último marido ex militar de la madre protagonista. La hermana de niña es una pequeña antipática de carácter invasivo y posesivo, que no obstante tiene algo de iluminación más tarde, menor, ya que se apaga la luz en ella en buena medida (mientras a la hora y media de metraje, más o menos, brilla bastante Mason, ingresando su rol en una “complejidad” argumental). Ella pasa por la etapa rebelde de querer sentirse in/dentro socialmente, recalcado y argumentado de forma audaz y precisa –hay sitios donde los discursos son de una coherencia, tino, noción colectiva y sabiduría de a pie de muy grata impresión- a través del reproche de su madre de que escoja entre ser una buena persona, sensible y firme o una narcisista egoísta (idea que se repite como búsqueda artística, profesional, e ideal, en el caso de la fotografía, símbolo del cine, que sigue y ama nuestro personaje principal), traducido en ser una chiquilla de cabello rojo desesperada por yacer cool en la temprana edad (para después pasar a aparecer como una chica universitaria liberal y poco más, y esfumarse su protagonismo). En cambio, en Mason lo es sin demasiados esfuerzos, logro que siempre se suele buscar en el cine americano, y no resulta siempre tan natural. Aquí digamos que lo tiene en un porcentaje bastante decente, pero sobre todo eficiente porque es parte de uno de los retratos estudiados en la propuesta, acentuando de que el filme entre manos se trata de los lugares básicos y afines a todo ser humano durante su desarrollo emocional y físico, Se trata de los pilares de la personalidad y la definición del yo en el mundo, puestos por un lado también desde otras edades, pero de forma complementaria, en los padres. El muchacho tiene de freak, como se dice en una conversación, “tolerado” con aretes, cortes de pelo a lo marginal, al estilo de Jimbo de The Simpsons, uñas pintadas de colores oscuros y diálogos existenciales (típicos del autor si recordamos su memorable trilogía, Antes del amanecer, 1995, Antes del atardecer, 2004, y Antes del anochecer, 2013), luego dilucidados con ese tino/encanto que Linklater tiene muy presente y lo deja correr con sus elecciones narrativas.

¿Cuál es el punto de cada alegría y percance de la vida?, inquiere Mason a su padre (y con él el sentido de la película); es la eterna pregunta de la dualidad por excelencia, y se responde bajo el tono amable y contemporáneo dominante del filme, yo qué sé, bajo una zafada y descargo irónico, de frescura. No obstante enseguida se retoma y se arguye una inaguantable respuesta. Éstas siempre están, si bien no pretende ser definitiva ni trascendental para no errar ni molestar a un grueso al que se dirige, viendo que el tema es importante por sí mismo (como el del desencanto, la grandeza de la realidad y la imaginación con los elfos y las ballenas). Es ahí que escuchamos que lo que debería interesarnos entender es sencilla y únicamente que hay que valorar el poder sentir, porque vivir es simbólicamente tener el corazón ilusionado; y no debe haber decepción que nos gane, aprendiendo a amarnos mediante, y junto a ello al mundo, para lo que debemos proclamar nuestras pasiones.

Linklater es todo un libro de sensibilidades, alegrías -que nos hacen sólidos- y optimismos. Pero hay espacio para los lugares dramáticos, los abusos de carácter y el alcoholismo, estos detrás de dos conflictos de la madre, personaje que yace más incluida que el padre que es esporádico, en la piel de Patricia Arquette. Cae en la sensual atracción de lo culto y de lo humanitario, pero aquello no nos impide que seamos seres por naturaleza imperfectos. En medio yace el recurso formal, de una mirada sugerente u otra hipnotizada como seducida, que hace de eslabón en los distintos momentos. Al comienzo nos pone en formación, a acostumbrarnos, para más tarde implicar una naturalidad que coloca lo imperceptible como logro de transición y esquema, y crea una narrativa fluida. 

Las llamadas de atención sobre el exceso de poesía en nuestras vidas o la ruptura con una chica inteligente pero que se deja llevar por el instinto pueril y salvaje, por cierta contradicción (no del todo negativa), son más que efectismos o la necesidad de balance en la trama, sino lecciones de vida que se acoplan a la estructura y sentido de la ideología que enarbola el trabajo y la esencia de Linklater, en que predomina lo simpático, solo que –y es mucho-  con suma sustancia,  mediante la empatía e identificación en cada trance coyuntural, tanto como conceptual, desde lo aparentemente sencillo y universal. De esto que nos convenza, nos atrape, y nos haga sentir los “Momentos de una vida” (como se le ha llamado en español) a través de la gran pantalla.