domingo, 30 de octubre de 2011

Melancholia

Si El árbol de la vida (2011) de Terrence Malick nos refería al hermoso comienzo del universo desarrollando la existencia en la tierra y el acercamiento a lo espiritual, el danés Lars von Trier nos habla del fin de la humanidad y de la ausencia de todo misticismo. Su mirada es descreída por completo cargando grandes dosis de pesimismo, un ir hacia la nada con estoica resignación.

Dos hermanas presentan la cara emocional de los seres humanos según la interpretación mental de éste cineasta. Una como remite el título yace en el dolor existencial, Justine (Kirsten Dunst, ganadora en el festival de Cannes del premio a mejor actriz por esta película) es autodestructiva y vive perturbada por su propia condición de mártir, siendo una desequilibrada que sufre frente a la desolación que representa el planeta para su persona. En medio de un matrimonio perfecto con un novio afectuoso y comprensivo surge su idiosincrasia que la mueve a tirar todo por la borda. Se acuesta de manera absurda con un joven casi desconocido y sufre un descontrol de cara a la felicidad que rehuye por culpa de sus inseguridades y carencias, de su enajenación que aspira al apocalipsis, la celebración silenciosa y soterradamente macabra del último día de nuestras vidas. Su sufrimiento lo empaña todo hasta engullirla salvajemente.

Claire (Charlotte Gainsbourg) es menos ególatra e individualista aún en su condición engañosa de total probidad ya que posee en su haber feroces sentimientos encontrados hacia Justine a la que ama y odia por igual ya que representa una confrontación de su propia debilidad. Caracteriza una mujer no menos endeble -aunque en otro sentido- que padece ante el horror de lo aparentemente inevitable, las circunstancias del destino, el choque de un astro denominado Melancholia que va a destruir la tierra. Sin embargo contiene una justificación tan fuerte como la de Justine y quizás mucho más valida, quiere que su hijo crezca y tenga un futuro, ese es su único motivo que nace en su estado de progenitora que se desespera viendo que no hay salida a la inminente muerte, porque nada importa más que la continuidad que invoca su vástago, siendo la otra cara de la historia, la que ansia subsistir, la esperanza en su peor momento, el temor a desaparecer aunque se mueve en la trasmutación hacia el indefenso e inocente pequeño.

Trier presenta un ambiente cargado de decepción en el primer capítulo del filme bajo el disfraz de la falsedad que produce las apariencias; ni el dinero, la buena educación o la posición de élite ni las convenciones sociales acallan un fondo ennegrecido y dañado. Gaby (Charlotte Rampling) la envejecida, egoísta y brutal madre que no guarda el rencor que siente de su propio devenir insatisfecho trata de maltratar constantemente a su hija como culpándola de su desventura o vislumbrando su triste desenlace aunque a fuerza de otra ruta. Dexter (John Hurt) el padre mujeriego, indiferente y frívolo que pervive ausente como motor de las desgracias de su esposa y de su prole. La ambigüedad del cariño fraterno. Jack (Stellan Skarsgard) el jefe déspota que ve como a un objeto mercantil a Justine y del que se intuye maltratos aunque adscrito a la hipocresía que entre otras reina en esa noche de fiesta que sirve como punto de quiebre y en parte fundamentan esa locura develada lentamente a medida que pasa el tiempo en aquella casa de campo señorial en la que continuamente el cuñado (Kiefer Sutherland) hace hincapié en que hay que guardar las formas producto de la fastuosidad que debería cumplir con todas nuestras expectativas, sólo que Justine decide hundir el barco y arrojarse al abismo sucumbiendo a la degradación psicológica, a la presión del entorno y de su parentela, en la aniquilación del espíritu, al estar forzada por la malsana convivencia, dejándola en la infranqueable soledad y el hermetismo emotivo, a pesar de que intenta dar algunos gritos de auxilio en ese día decisivo y especial, denotando su falta de compenetración con su pareja que no ayuda porque nunca ha sido parte de su verdad, de esa que mantiene al ser humano distante de las caricias, de la bondad, de la seguridad que pueden fomentar los sueños como en la fotografía de los viñedos.

Una raíz dañada que no puede escoger el camino correcto, semejante a Claire corriendo sin sentido alguno que la saque de la implacable tragedia. La impotencia que se percibe en la segunda parte reducida a pequeños movimientos que solo esperan que la ciencia no se equivoque e igual tampoco a ella se puede recurrir sino en la inmovilidad exceptuando el mínimo recurso de Justine en la dignidad de la aceptación, en la mentira para el sobrino, en las lágrimas de Claire como con la calma de los caballos que anticipan el deceso, o en el suicidio como escape inerme y frío. Eso es lo que nos proporciona Trier: un callejón sin salida, la derrota y la resignación, una obra de arte en la adjudicación de una variante del concepto de melancolía.

Una realización lúgubre aún en su sutileza encallada a una sola familia en alusión a toda la población humana, carente de grandilocuencia visual, mostrándose como una recreación de corte sencillo en la mayor cantidad del largometraje y que aún así guarda bastante complejidad intelectual en desarrollar una suerte de desastre contemporáneo interno y exógeno en notable fusión. Una amenaza observada desde unos alambres que miden el tamaño de la aproximación en un vaivén entre la inesperada salvación o a puertas del unísono fuego del impacto.

sábado, 22 de octubre de 2011

Las malas intenciones

El cine nacional debo admitir siempre produce una cierta emoción aún no siendo muy a menudo del todo elogiable y bien logrado; hay una complicidad que se forma alrededor de él, y es que nos vemos identificados como peruanos y eso también nos hace proclives tanto a amarlo a toda costa como a ser más exigentes; nos movemos por las pasiones de nuestro cine.

La ópera prima de Rosario García Montero se presenta como la película más destacada del año en el panorama nacional, y con el auge que muchos sienten que vive el cine peruano volvemos la vista con entusiasmo, pero aunque la obra no yace entre ese reducido grupo de máxima gloria que ostentan títulos como La Teta Asustada (2009) debo admitir que tiene cualidades que no la dejan mal sino en un lugar decente.

La trama nos remite a una niña de ocho años, Cayetana de lo Heros, que un día descubre que su madre está embarazada, eso le depara muchos sentimientos de consternación guardados que deparan la exteriorización de su enojo y su preocupación en su predisposición a ciertas malacrianzas –el robo del dinero, las manchas sobre los cuadros- y el aumento de sus ocurrencias –la medicina al canario, la leche a los gatos-, con lo que ella decide que el momento que nazca su hermano será el último en su vida. Cayetana de los Heros es interpretada por una talentosa y prometedora Fátima Buntinx que con mucha soltura y expresividad se apodera del personaje, salvando algunas deficiencias fuera de su actuación que yacen en el guión. La pequeña es de carácter complicado, no suele sonreír mucho y alberga un espíritu rebelde e independiente a la vez que una simpatía que irradia al espectador aún en su individualidad e intransigencia. Siente una admiración que la conduce a imaginarse junto a los héroes patrios en una audaz intervención que yace en el filo de lo aceptable y lo intragable, siempre al borde de caer pero sin hacerlo, en ello hay un buen manejo que sobrio escapa del desastre.

Un elemento a destacar es el contexto de la guerra interna y de la aparición del terrorismo, estamos en 1983 y las maniobras militantes de esa revolución popular fratricida son vistosamente colocadas en el filme, otro acierto de la creatividad de la novel directora.

La relación con la madre es tirante y tampoco alberga mucho afecto hacia su padrastro, un tipo tranquilo y flemático, que no se nos describe demasiado excepto por un pasatiempo y por su clase social privilegiada. En cambio, como no puede ser de otra forma, el padre es la luz de sus ojos, que hace el cantante Jean Paul Strauss, pero quien presenta una actuación ineficaz y junto con él la progenitora tampoco logra sobresalir, la actriz Katerina D'Onofrio como Inés, que a ratos parece querer reírse involuntariamente o esa es la sensación que deja, aunque mejora a la mitad en adelante. Por la pantalla atraviesan muchos familiares de la niña, cada uno leve, sin llegar a crearse mucha complejidad en sus imágenes, y en ese sentido se denota que sirven para ampliar el espacio de movilidad de Cayetana, que es la ama y señora de éste filme, tanto que su cotidianidad y visión infantil controlan el panorama que observamos, y es loable esa recreación; en ningún momento dejamos de creer en ésta.

Destacan muchos actos que se mueven en base a nuestra realidad, que llevan un aire calmo de creatividad que elevan el nivel del filme. Vemos a un pescador invitar un trago de aguardiente a una menor; a la empleada amenazando a su pequeña patrona con ese latiguillo autóctono de “te fregaste, niña”, pero sin llegar a más; o a los empleados mostrándose irónicos frente al incumplimiento inmediato de su pago a puertas de navidad. Sin embargo, hay lugares comunes en detrimento de la sorpresa, el seguridad cuidando la garita en el cerro no es algo ingenioso, y en ello hay que criticar que mucha de la gracia del filme es bastante predecible y hasta de aspecto seco en un ambiente que a instantes se hace un poco pesado; lastre de nuestra idiosincrasia cinematográfica el buscar la fácil comicidad a falta de mejor drama, aunque hay algunos momentos lucidos y originales. La película al manejar tantas circunstancias menores tiene de donde escoger, el momento con los cuyes cae simpático, aún siendo manido; o los monólogos de Cayetana suenan a veces extraños al decirse en voz alta hacia su propia consciencia, siendo un vaivén de asertividad y de fuera de lugar; son aciertos y defectos de una cineasta que gana por conjunto.

Se agradece que no se busque el efectismo y la arbitrariedad de algún drama, pero también es notorio que falta algo de fuerza en lo que postula si bien el filme termina siendo una contención de las emociones que siente fluir en su interior la niña, que despertará en su pecho la muerte, otro sub-tema que circunda en el filme, en la mejor amiga, la protagonista o el futuro bebe.

Hay que recalcar que la interacción con el entorno tiene sus gratos resultados a pesar de algunos clichés en los que a futuro tiene que trabajar más García Montero. En general es un mosaico de pequeñas aventuras intrascendentes para un adulto, pero vitales para un chiquillo y en ello se irgue en un triunfo en lo que es la esencia de la película. La anciana sirvienta queriendo darle un vaso de leche a paso de tortuga es impagable; el viejo barquero explicando sobre la ceguera de los peces de un río de la selva; o el chofer de color rechazando un chicle proporcionan una rutina con datos adicionales que dibujan la procedencia social y su convivencia; sin romanticismos y sin crítica social; cada uno ejecuta su rol y tienen sus perspectivas, como cuando lo deja saber el conductor que transporta a Cayetana al colegio, en su intensión de poner una renovadora de zapatos. Éste es el sendero que asume el filme. Está la presencia del conflicto armado, pero sólo su subsistencia distante; no hay mayor mensaje ni reflexión, aunque más que seguro corre por cuenta personal alguna conclusión.

Las particularidades de la niña, los héroes, el terrorismo, la invisibilidad, dan material para otorgarle profundidad a la trama indirectamente. Hay una calma que implica una evolución emotiva y mental en Cayetana, que busca ser el centro de atención, no perder su sitio ante el fracaso del matrimonio de sus padres o por la llegada de un recién nacido. A través de Cayetana se encumbra la importancia de nuestra humanidad, desde sus ojos que nos hacen de prisma para ver el mundo con su inocencia, sus sueños y problemas, tan importantes como los de cualquiera, por lo que la elección de la niña y la dirección de la cinta merecen nuestro respaldo.

martes, 18 de octubre de 2011

Sospecha

Un director que supo hacer continuamente una obra maestra tras otra fue Alfred Hitchcock y ésta no es la excepción aún con algunas pocas imperfecciones y un aire a ratos naif que es parte de ese pasado glorioso. En ésta oportunidad gracias a ésta película y a su actuación la actriz principal Joan Fontaine ganó el único Oscar de su carrera. Entre las filas de los protagónicos está el carismático Cary Grant que hace un papel destacado como un seductor y vago oportunista que enamora a una mujer esperando arreglar su existencia –o será que el afecto cura todas las limitaciones personales- debido quizás a una herencia y a su buena condición social, lo cual está por verse. Ella, Lina, a quien cariñosamente le llama carita de mono, se debate entre la desconfianza y el amor que le provoca su pareja, siendo una dama de poco mundo, una solterona bien educada e intelectual con dotes de amazona que producto de un menosprecio y por la atracción física que siente se envuelve con un caballero que parece siempre estar al acecho de la trampa y del engaño para su beneficio, un pillo capaz de cegar a una señorita sin que ésta pueda advertir su verdadera jugada o que la conmueve a últimas instancias ante el inminente peligro. Sin embargo Lina vive en completa tensión imaginando no solo a un embaucador sino hasta a un asesino aficionado a las novelas de criminales, y continuamente se debate entre confiar o no.

Es una cinta que nos moviliza constantemente en el suspenso de manos de uno de sus mejores artífices. Lina se enfrenta a una verdadera prueba de supervivencia creyendo que su marido quiere eliminarla para cobrar un cuantioso y suculento seguro; sus emociones se mezclan y no sabe si huir o seguir al lado del hombre que ama perdidamente aunque otorgándole el sentimiento de duda sobre su comportamiento.

Cary Grant no sólo es guapo sino despliega un encanto y una verborrea prodigiosa, es en su personalidad que logra cautivar al espectador sosteniendo un personaje muy simpático tanto que esa característica suya tan propia y bien ganada nos confabula con él para presenciar por ratos momentos muy graciosos producto del temor que genera en su esposa que trata de descubrir su esencia, su auténtico yo. Eso no significa que todo sea leve sino es una mirada fresca de una posibilidad que guarda el misterio de quien es realmente Johnnie, hasta qué punto puede llegar su ambición y su falta de escrúpulos, ¿es todo una invención o existen pruebas que indican un futuro homicidio?

La sonrisa acompaña ésta película y la curiosidad, Hitchcock nos involucra con su magia y nos brinda la tensión que nos mueve a pensar que algo grave va a suceder y luego nos tranquiliza ante la resolución de ese clímax momentáneo, es un ir hacia adelante pensando en hallar la carta que esconde el encantador de serpientes. El misterio es el plato fuerte del maestro y de ésta realización que discurre en el romance y en su compenetración o en su falsedad, con una ambientación bien dispuesta, metódica y acompasada como ya es marca de la casa, con un reparto de secundarios idóneos como el gracioso, inocente y chismoso Beaky, compañero alcohólico que pretende invertir su dinero en una empresa con Johnny, otra circunstancia que desencadena los temores de Lina.

Joan Fontaine no sólo es pequeña, delgada, rubia y bonita sino una actriz histriónica muy verosímil que se hace querer tanto como Grant, el galán que mantiene el equilibrio en la ambigüedad que ha de proveer su presencia. Ella en un alarde de dominio escénico se desmaya, se enferma, se enturbia, vigila y produce inquietud con respecto a un calmado, ladino y escurridizo Johnny que cambia de piel y se guarda de ser hallado culpable de la pesquisas que va montando Lina, una Fontanie que hay que decir que cuando sonríe ilumina el cielo y cuando se ensombrece nos hace temblar, con su habilidad nos tiene al borde del infarto, de la locura. No escatima esfuerzos para hacernos creer que Johnny, un agraciado, distinguido y amable aunque ocioso Cary Grant, ese amigo entrañable, ese ser humano listo que supo atrapar al ratón y conquistar su corazón, es un temible homicida.

Hitchcock es un despliegue completo de asertividad, de un derroche de proyección creativa que se impregna en el público bajo la dócil empatía, como con la escena de una entristecida Lina escuchando a su padre hablar a sus espaldas en la mesa junto con su madre y luego voltear en toma abierta con un rápido galán a la mano para acallar aquellas críticas. En otro de esos ratos destacables de la cámara los forcejeos en la cima nos sobresaltan del asiento mientras la frase precisa es la dirección que toma la realización en toda la trama, el amor y la contracara de si existe o solo es un pretexto para otros intereses menos encomiables.

Hay que agradecer la pulida destreza de aquellos planos tan llenos de estética y provistos de giros imprevistos que no hacen más que enriquecer el filme. Es el favor de una estructura que nos ha brindando una inolvidable satisfacción que en ningún instante decae, aunque disculpando una efectiva conclusión aunque algo precipitada que ya no daba para más porque ha sido demasiado explotada. Ésta es otra incursión cinematográfica de la cual hay que puntualizar que es un clásico de aquellos que no se puede dejar pasar.

miércoles, 12 de octubre de 2011

Serpico

El director americano Sidney Lumet nos dejó hace tan solo 6 meses atrás, en su filmografía yace ésta película que se adscribe al cine comprometido, con un personaje que realmente existió, Frank Serpico, interpretado por el célebre Al Pacino.

Serpico ingresa al hospital por un disparo en la cabeza y desde ese momento volvemos atrás en busca de su pasado, ¿qué de especial tiene éste detective de investigaciones policiales como para hacer una cinta en su honor?, y al indagar en ésta pregunta descubrimos que se lo merece y que llena los zapatos de semejante distinción, siendo un héroe de nuestra contemporaneidad. ¿Pero qué es lo que hace? Serpico descubre que hay corrupción en la policía, no solo en mandos menores sino hasta los altos líderes y que esa mafia se extiende por toda la ciudad de New York, se recibe dinero tanto de las apuestas como del narcotráfico, no hay oficial que no acceda a una suma de dinero y que incluso los moviliza a actuar como verdaderos criminales yendo a cobrar por la fuerza su porción de los negocios ilícitos. Al toparse con esa realidad tan escalofriante para un idealista como él enseguida se encuentra con que se le quiere obligar a ser parte de esa suciedad moral, sin embargo no acepta ser sobornado y no solo se contenta con rechazar ese sistema deleznable sino que decide tomar cartas en el asunto y denunciar los hechos. Lo sorprendente del caso es que nadie parece hacer nada para remediar ese caos, siendo ignorado por cuanta autoridad solicita. Sobre éste argumento gira todo el filme, somos participes de la lucha por sobrevivir en esa jungla de cemento, en medio de una profesión que albergaba las mayores ilusiones, Serpico ansia tener una placa de oro pero rápidamente ve que sus sueños son usurpados por una carencia de escrúpulos que lo mortifican.

Dentro de la película vemos que Serpico es un policía encubierto que está en las calles vistiendo de hippie mezclado con gente ordinaria tratando de entender la modernidad que distancia a la fuerza de seguridad de la población. Descendiente de italianos sus días vagan entre su honestidad y su aire fresco que no discuten entre sí, se ve como se enamora de su vecina y como a su vez se derrumba su vida por la idiosincrasia que envuelve su vocación. Tiene un amigo de nombre Bob Blair que relacionado con políticos quiere ver un cambio en la cochinada que asoma en el departamento de policía, no obstante también yace a merced de la incapacidad de acción que rodea la falta de integridad del cuerpo efectivo público.

El valor de Serpico se sustenta en su filosofía existencial que podemos denominar Kamikaze al poner en peligro su propia integridad física al no sucumbir ante ninguna tentación económica y discutir abiertamente la ausencia de ética de sus compañeros. La escena en el parque incrementa la tensión gracias a su convicción, para lo que Lumet muy diestro nos va dando elementos que colocan a Serpico en un pedestal aunque sin desproporcionar hasta lo inverosímil su imagen, empero estamos hablando de un sujeto excepcional si nos atenemos a la historia que se nos cuenta. ¿Es creíble o no? Es una pregunta respetable y me parece que sí lo es a un punto de compenetrarnos con el personaje, solo que finalmente hay una cierta carencia de sentir más que valor y rabia por parte de quien escarba en toda esa calamidad, a ratos parece la actitud de un demente que no teme morir, que no exuda miedo y que se manifiesta solo contra el mundo caminando sin graves repercusiones aún con tanta muestra de coraje y control de cara con su entorno.

Una mañana simplemente no le alumbra la suerte y en eso hay una sensación extraña de calma temeraria, un acierto del cine de Lumet, fuera de pedir quizás mayor adrenalina en las consecuencias el filme sigue su ruta indetenible en el heroísmo y en sus enemigos observándole al acecho pero sin dar pie a ningún ataque decisivo, los datos biográficos proporcionados por el libro de Peter Mass en que se basa la trama parece delimitar la intensidad, agregando robos, violaciones y criminalidad que describen la esencia de nuestro arriesgado protagonista.

Lumet juega bien sus piezas y no se entusiasma como para tergiversar el relato, parece ser fiel a los hechos aunque claro que al enfocarse en Serpico se le erige como símbolo de admiración conllevando algo de segura fantasía y méritos propios combinados. Busca más bien generar inquietud con pequeñas agresiones, comunicaciones y roces. Es un ambiente de presión cuando no perdemos la perspectiva de lo que tenemos entre manos y de notoria ambigüedad, en eso tenemos que poner de nuestra parte ya que de no hacerlo se puede sentir algo de vacío. En conclusión no sabemos por donde van a salir los tiros ya que la narración afloja a ratos y luego aprieta la cuerda, mientras Serpico implacable sigue acusando y haciéndose notar. Las representaciones y diálogos con los entes estatales o policiales son cortos y fluidos ya que de no darse de esa manera sería pesado de digerir para el espectador, y por más que se repiten se compensan audazmente con variedad de secuencias, en saltos de un momento a otro distinto que van regresando al tema de la corrupción sin agotar.

Lumet fabrica un filme completo destacando la hazaña de Serpico, el propulsor de una transformación que nos abre la esperanza en el mañana, el mensaje está servido para la sociedad, para los individuos que a fe de la verdad aspiran a remecer lo que parece inamovible de nuestra proclividad a la degeneración, al menoscabo de los valores, prodigándose la luz cuando se está en la oscuridad.

lunes, 10 de octubre de 2011

El olor de la papaya verde

El vietnamita Tran Anh Hung con ésta cinta ganó la cámara de oro del Festival de Cine de Cannes, un Premio Cesar a la ópera prima y fue nominado en 1994 al Oscar a mejor película en lengua no inglesa, con lo que su inmersión en el séptimo arte empezó muy bien. En su estructura nos presenta tres líneas argumentales en dos tiempos distintos.

Mui es el personaje eje de la historia, una niña pobre, silenciosa, acomedida, feliz y tranquila que pasa a ser sirvienta a la edad de 10 años a una casa acomodada, en la que hay cierto constante conflicto, el padre suele ausentarse del hogar escapando para darse al abandono, la madre padece la falta de una hija mientras los tres vástagos sobre todo los pequeños sufren psicológicamente de esa inestabilidad familiar reaccionando negativamente.

La niña comparte su día a día con ésta parentela y con otra empleada más vieja que le va enseñando los quehaceres laborales. En su deambular cotidiano suele maravillarse con la naturaleza como con en el aprecio por el corazón de la papaya verde y con los animales entre sapos, grillos u hormigas a los que les brinda amplias sonrisas y cuidados. Las tomas de detalle amplifican su fascinación visual, hay un enriquecimiento sentimental trasmitido con su detenimiento. En ese aspecto la cámara ayuda a compenetrarnos con la pequeña que despierta nuestra complicidad con tiernas actitudes, con su obediencia y recato, a través de su desborde de humildad. Ella es un ente observador y lateral de lo que sucede entre las cuatro paredes en las que trabaja que es el escenario de un microcosmos lleno de matices vivenciales. La problemática acaece sobre sus patrones y descendientes. Vemos sin mucha rimbombancia el acontecer común de estos, su apego por la música en sus instrumentos tradicionales, su preocupación por mantenerse tras los escapes del marido, el rezo perpetuo de la abuela, las malacrianzas del más chico, las explicaciones de la criada antigua y un sinfín de momentos discretos que hacen de la trama un discurrir cambiante pero sin atribuirse efectismos sino creando un contexto de auscultación emocional calmo y sugerente que busca la recreación promedio de una morada vietnamita pero compartiendo esa lucha natural frente a las tragedias que a todos los seres humanos les sucede.

Uno de los beneficios de ver cine es poder conocer otras culturas y en éste filme la ambientación identificativa no falta con la religión, la gastronomía, la educación o el arte. Algo a rescatar es la interacción que tienen con la naturaleza, no hay mucha tecnología y se vive con mayor aproximación a lo rural. El discurrir es poco artificial o quizás hasta nulo en ese sentido, donde brilla la lectura, la música, la meditación, la limpieza y la cocina casera. Los diálogos son los justos, tanto que nuestro personaje principal indaga con los ojos y sólo bajo pocas preguntas. La motricidad humana impera en la película, los gestos tratan de ser completos sin necesidad de palabras pero estos movimientos no albergan mucha complejidad porque la cinta finalmente no dramatiza con fervor sino mantiene un aire algo indolente y contenido aún en su transparencia que parece ser propio de ver al mundo desde la perspectiva oriental con una mayor contemplación y reflexión que una poderosa materialización del dolor existencial. Se siente que tiende a eludir el sufrimiento, a sobrellevarlo con dignidad o a ocultarlo mucho más que en occidente aunque frente a la muerte todos caigamos rendidos por igual.

En la segunda parte de la realización nos transportamos una década después y nos abocamos al romance. Mui yace enamorada de un amigo del hijo mayor de la casa en que siempre ha servido, pero debido a su timidez y a su condición social solo puede aspirar a atenderlo hacendosa a la distancia, observando que nuevamente la música predomina. El joven pianista y compañero cercano del más adulto de la prole de la que fuera como una segunda madre para Mui está prometido con una dama moderna y más sofisticada pero en la típica representación del amor seremos participes del intento de lo aparentemente imposible, de lo romántico y de lo inocente, de la demostración del sentimiento más abierto, carente de prejuicio, del sueño que rompe los límites impuestos por la sociedad.

Éste filme posee una belleza artística que realza la simpleza de sus postulados, no posee una carga fuerte de dificultad en su trama, no prolonga ningún acontecimiento por más grave que parezca ni alborota el relato sino se dedica a proyectar un momento y huir hacia otro campo, y aunque tiene muchas ideas debido a variedad de desgracias e inconvenientes no pretende exagerar o ser persistente sino más parece decir que los obstáculos se dan y que la vida continua, como cuando falta dinero, se venden unos jarrones caros y se compra arroz, la suegra culpa a su nuera de las fugas de su “santo" retoño y ésta en lugar de amargarse o resentirse mantiene su bondad, un viejo se conforma con averiguar por la salud de la abuela y observarla a los lejos aún habiendo sido rechazado toda su existencia. Hay mucha exhibición de afecto, acariciando el cabello o lo pies, regalando un vestido, viendo dormir a Mui, es una cinta que no aspira a las pasiones sino a los sentimientos sencillos de los que estamos rodeados y que nos dibujan de cuerpo entero, quizás por eso sea un estupendo filme sin que medie nada realmente espectacular más allá de la personal idiosincrasia que por pedestre no menos trascendente como refleja la magia de éste cineasta vietnamita. Es en su roce que vislumbramos la esencia de nuestra humanidad, del corazón y sus dosificadas tribulaciones, de sus dulces y dóciles apetencias, de su diario vivir, del inevitable transcurrir.

jueves, 6 de octubre de 2011

La tierra tiembla (La terra trema)


A sólo tres años del hito central de una nueva corriente cinematográfica llamada Neorrealismo Italiano, la aparición de Roma Ciudad Abierta (1945), de Roberto Rossellini, y a cinco años de la primera película del neorrealismo italiano, Obsesión (1943), del mismo Luchino Visconti, uno de los más grandes directores que ha dado el séptimo arte, logró un nuevo hito con su segunda película, La Tierra tiembla (1948), consagrarse como una de las obras más alabadas del neorrealismo italiano. Contiene una mirada social hacia el contexto de su país, que empezó a ser hegemónica tras la segunda guerra mundial. El cineasta nacido en Milán nos sensibiliza con las desventuras, la pobreza y los sueños de una familia de pescadores apellidada Valastros.

Ntoni es un joven que harto de la explotación de los comerciantes quiere buscar la prosperidad mediante la independencia, para ello hipoteca su casa y compra un barco, con lo que se enfrenta al grupo dominante de su región en un pequeño pueblo denominado Aci Trezza, en la costa de Sicilia, pero en su periplo no es visto como un visionario sino como un enemigo, incluso por sus compañeros. Ntoni ha ido en contra de esa sumisión y pasividad que los trabajadores poseen bajo el pensamiento de una virtud que pasa a través de generaciones, confunden esfuerzo con conformismo. Mientras los Valastros arriesgan su buen nombre, su poca economía y sus relaciones sociales liderados por el vástago mayor, el pueblo espera su caída, su humillación y su retorno como en la parábola del hijo pródigo, creyéndolo semejante a una oveja descarriada y no como el hombre que quiere mostrarle a los demás un futuro mejor.

La tierra tiembla inicialmente parece una propaganda para luego girar un poco su rumbo transformándose en el canto de la melancolía cayendo en lo sutil sin llegar al melodrama. Los actores no son profesionales sino son la auto representación de sí mismos, quienes carentes de mucha expresividad optan por la naturalidad, con esa virtud uno puede identificarse sin dificultad haciendo el intento de ponerse en su lugar, porque la trama si bien cada vez se hunde más en la desgracia no llega a ser sentimentalmente empalagosa sino tenue en sus efectos a contraposición de una cierta carencia artística asumiendo el realismo que caracterizaba al movimiento cinematográfico.

Los actores para ser novatos capturan la esencia de la tragedia, sus sonrisas y sus tristezas no enarbolan la precisión sino la imperfección de la postura pero es en su inocencia, su frescura y su falta de pretensión que se nos hacen entrañables, porque lo que se rescata es una simpatía para con los personajes desprovistos de rudeza y más cerca de lo afable si bien simples. Los paisajes y las tomas panorámicas en paneo son bellas, aproximándonos la naturaleza de la que se respira incólume alejada de las penas y dificultades propias de cada ser humano, igual a la sombra de una madre.

Se vive una italianización del séptimo arte. Nos asomamos a esta cultura desde sus más humildes y no menos importantes representantes, el corazón de la patria. La música, la voz y el instrumento se nos hacen románticos y prodigos en filiaciones emocionales. La tierra cobra vida, los pobladores pasean descalzos y su ruralismo se vislumbra bajo la proyección del respeto. Nos vemos inmersos en aquel ambiente que aún siendo particular se extrapola hacia lo universal por su cariz existencial, la lucha contra el devenir y por la evolución desde su idiosincrasia.

Hay ternura y afecto, lujuria e interés, desilusión, en las relaciones amorosas que nos presenta el relato. Mara ama al albañil Nicola que tiene un alma elemental y arraigada a lo social; Lucía ambiciona suntuosidades de las manos del materialismo que representa Don Salvatore, un Don Juan en pleno ejercicio de su figura, jugando con las damas incautas y reprochables; Ntoni quiere a una mujer que no le corresponde sin ciertos factores lo que denota un condicionamiento que no es sinónimo de la palabra amor en su verdadera acepción.

Un defecto es la voz en off que todo lo explica y que trata de infringir zozobra, la cual termina molestando, se percibe como manipuladora y dando apariencia de ineptitud con respecto a la recreación visual de los hechos. Por ratos hace notar carencias interpretativas y estructurales al significar una escena que no alcanza a ser auto-suficiente. Vista la locución como un objeto secundario más no complementario no desmerece el producto, hay que darle predominancia a las imágenes y en ese sentido logran cumplir aún con algunas limitaciones.

Surge un escape hacia el contrabando y en otro caso un rechazo fraternal que señala la inmoralidad, el descalificable escape ante las circunstancias que empujan y que no se justifican sino se asumen como parte de la decadencia, una desintegración y varios conflictos. La familia, ese núcleo vital tan latino, sufre ante el fracaso e igual se mantiene estoica ya que no queda otra salida, y aunque hay un aire de fe en la niña que se encuentra con Ntoni en la bahía o el previsible matrimonio de Nedda, la existencia golpea como en los versos de Vallejo, similar a los Heraldos negros, mientras el planeta sigue girando.