Mui es el personaje eje de la historia, una niña pobre, silenciosa, acomedida, feliz y tranquila que pasa a ser sirvienta a la edad de 10 años a una casa acomodada, en la que hay cierto constante conflicto, el padre suele ausentarse del hogar escapando para darse al abandono, la madre padece la falta de una hija mientras los tres vástagos sobre todo los pequeños sufren psicológicamente de esa inestabilidad familiar reaccionando negativamente.
La niña comparte su día a día con ésta parentela y con otra empleada más vieja que le va enseñando los quehaceres laborales. En su deambular cotidiano suele maravillarse con la naturaleza como con en el aprecio por el corazón de la papaya verde y con los animales entre sapos, grillos u hormigas a los que les brinda amplias sonrisas y cuidados. Las tomas de detalle amplifican su fascinación visual, hay un enriquecimiento sentimental trasmitido con su detenimiento. En ese aspecto la cámara ayuda a compenetrarnos con la pequeña que despierta nuestra complicidad con tiernas actitudes, con su obediencia y recato, a través de su desborde de humildad. Ella es un ente observador y lateral de lo que sucede entre las cuatro paredes en las que trabaja que es el escenario de un microcosmos lleno de matices vivenciales. La problemática acaece sobre sus patrones y descendientes. Vemos sin mucha rimbombancia el acontecer común de estos, su apego por la música en sus instrumentos tradicionales, su preocupación por mantenerse tras los escapes del marido, el rezo perpetuo de la abuela, las malacrianzas del más chico, las explicaciones de la criada antigua y un sinfín de momentos discretos que hacen de la trama un discurrir cambiante pero sin atribuirse efectismos sino creando un contexto de auscultación emocional calmo y sugerente que busca la recreación promedio de una morada vietnamita pero compartiendo esa lucha natural frente a las tragedias que a todos los seres humanos les sucede.
Uno de los beneficios de ver cine es poder conocer otras culturas y en éste filme la ambientación identificativa no falta con la religión, la gastronomía, la educación o el arte. Algo a rescatar es la interacción que tienen con la naturaleza, no hay mucha tecnología y se vive con mayor aproximación a lo rural. El discurrir es poco artificial o quizás hasta nulo en ese sentido, donde brilla la lectura, la música, la meditación, la limpieza y la cocina casera. Los diálogos son los justos, tanto que nuestro personaje principal indaga con los ojos y sólo bajo pocas preguntas. La motricidad humana impera en la película, los gestos tratan de ser completos sin necesidad de palabras pero estos movimientos no albergan mucha complejidad porque la cinta finalmente no dramatiza con fervor sino mantiene un aire algo indolente y contenido aún en su transparencia que parece ser propio de ver al mundo desde la perspectiva oriental con una mayor contemplación y reflexión que una poderosa materialización del dolor existencial. Se siente que tiende a eludir el sufrimiento, a sobrellevarlo con dignidad o a ocultarlo mucho más que en occidente aunque frente a la muerte todos caigamos rendidos por igual.
En la segunda parte de la realización nos transportamos una década después y nos abocamos al romance. Mui yace enamorada de un amigo del hijo mayor de la casa en que siempre ha servido, pero debido a su timidez y a su condición social solo puede aspirar a atenderlo hacendosa a la distancia, observando que nuevamente la música predomina. El joven pianista y compañero cercano del más adulto de la prole de la que fuera como una segunda madre para Mui está prometido con una dama moderna y más sofisticada pero en la típica representación del amor seremos participes del intento de lo aparentemente imposible, de lo romántico y de lo inocente, de la demostración del sentimiento más abierto, carente de prejuicio, del sueño que rompe los límites impuestos por la sociedad.
Éste filme posee una belleza artística que realza la simpleza de sus postulados, no posee una carga fuerte de dificultad en su trama, no prolonga ningún acontecimiento por más grave que parezca ni alborota el relato sino se dedica a proyectar un momento y huir hacia otro campo, y aunque tiene muchas ideas debido a variedad de desgracias e inconvenientes no pretende exagerar o ser persistente sino más parece decir que los obstáculos se dan y que la vida continua, como cuando falta dinero, se venden unos jarrones caros y se compra arroz, la suegra culpa a su nuera de las fugas de su “santo" retoño y ésta en lugar de amargarse o resentirse mantiene su bondad, un viejo se conforma con averiguar por la salud de la abuela y observarla a los lejos aún habiendo sido rechazado toda su existencia. Hay mucha exhibición de afecto, acariciando el cabello o lo pies, regalando un vestido, viendo dormir a Mui, es una cinta que no aspira a las pasiones sino a los sentimientos sencillos de los que estamos rodeados y que nos dibujan de cuerpo entero, quizás por eso sea un estupendo filme sin que medie nada realmente espectacular más allá de la personal idiosincrasia que por pedestre no menos trascendente como refleja la magia de éste cineasta vietnamita. Es en su roce que vislumbramos la esencia de nuestra humanidad, del corazón y sus dosificadas tribulaciones, de sus dulces y dóciles apetencias, de su diario vivir, del inevitable transcurrir.