sábado, 25 de julio de 2015

Ant-Man

Ant-Man es un superhéroe que valga la redundancia es muy pequeño, no tan popular como otros de la Marvel, no es The Avengers, los X-Men ni Spiderman, y en ello se ha creado una pequeña diferencia en su narrativa, viéndose que las luchas son menos aparatosas y grandilocuentes que lo que se acostumbra hoy en día, en un tiempo donde se le da demasiada importancia a los efectos especiales y, claro, Ant-Man los tiene en gran nivel, véase cuando se encoge y se mueve entre las hormigas (sus aliadas) o cuando lucha con su némesis “semejante” donde crece y se reduce al chasquido de unos dedos mientras reparte golpes, a la par que se agigantan los objetos, como un pequeño tren de juguete (que valga la curiosidad puede ser amenazante) o algún insecto que luego permite la broma. Sin embargo hay mucha argumentación que hace cierta diferencia, se concibe una historia en que un padre quiere ser apto para su hija, cuando lo absorbe un pasado de robos finos (repeliendo cualquier tipo de implicancia mortal) y una temporada en la cárcel. Nuestro protagonista es Scott Lang, el carismático Paul Rudd.

Es de resaltar que el personaje de Michael Douglas brinda mucha profundidad, sin salirse de un personaje serio y creíble en una de superhéroes, en que anida mucha comedia, no por poco iba a terminar dirigida por Edgar Wright (que hizo uno de sus primeros guionistas, junto a Joe Cornish, director de Attack the block, 2011), artífice de la trilogía del cornetto, con lo que han quedado muchos rezagos de su audacia en el competente pero más simple director Peyton Reed, que deja fluir la comedia ya que si vemos su filmografía también va por ese camino, por lo que el no tomarse demasiado en serio y reírse de la solemnidad ayuda a caer más simpático, aunque no sea una película especialmente taquillera, lo cual hay que decir que es irrelevante porque escoger rehuirle a los efectos e impresiones cada vez más grandes, a lo superficial de un anhelo de sobrecarga de sorpresa visual, como se recita elocuentemente en Jurassic World (2015) es saludable cuando se quiere contar algo entrañable y divertido primero, a la vieja usanza digamos, y en ese lugar Ant-Man hace gala de modestia, como que la graduación de superhéroe sea vencer a un Avenger en una confrontación con el tamaño de una hormiga, en lo que pudo sumirse en el ridículo y no lo fue, además de que se hizo de buenas risas con el rol de Michael Peña como el compinche de Scott, el de los trabalenguas, y de suficiente seriedad para creernos algo que poca lógica imprime, aunque se hable demasiado, salvando que eso agota un poco, pero no malogra un filme que cuando llega el momento se llena de espectacularidad en sus encogimientos y convence en su mayoría.

Paul Rudd no es el típico actor que hace de superhéroe y eso es una apuesta por algo distinto, aparte del cosmopolitismo de sus amigos, latinos, europeos del este y afroamericanos, ya no se trata sólo de gringos musculosos o angloamericanos blancos, además de que siendo conocida la vena cómica de Rudd aportó en el guion y da también mucha personalidad a su rol, aparte de conmover en su mayor motivación, el amor por su hija, como en la línea paralela con Michael Douglas, como el científico creador y su prole, en la guerrera marcial e intelectual de Hope van Dyne, en la piel de Evangeline Lilly. En ese aspecto el reparto lo contienen actores que nos son celebridades (exceptuando a Michael Douglas, aunque es de otra generación), pero que hacen bien su trabajo, como el del en buena parte desconocido Corey Stoll como otro científico que tiene desequilibrios mentales producto de su fijación con crear soldados diminutos y venderlo al mundo, y de paso ponerlo en peligro al no medir consecuencias. Stoll será Yellowjacket.

Ant-Man reduce todo a lo esencial, siendo ligera, y gana con esa elección. Se ampara en la comedia, que quién esperaría que la introducción de los títulos sea nada más y nada menos que con una salsa, y una despedida de prisión particular, de un preso enorme golpeándonos por diversión para poco después abrazarnos. En ese relajo conjunto yace una base potente de empatía. El resto es hacer de un hombre “común” (sus robos son muy complejos) un superhéroe cautivante, mediante un traje especial y no poderes sobrehumanos propios, con un background que cambiar (el mensaje altruista de corregirnos, aunque haya peros realistas a la hora de aquello, como salir de la cárcel y no hallar trabajo por antecedentes) y una pequeña a quien cumplirle (la tierna Abby Ryder Fortson). En ese trayecto se nos habla de padres separados y nuevos compromisos, un lugar común de la Norteamérica indie, real, en un secundario siempre competente, Bobby Cannavale, como el padrastro de la hija de Scott y además policía, que haciendo su deber lo persigue. Tantos ingredientes positivos dan una buena película en su tipo, sin que tampoco sea demasiado innovadora, porque tampoco es que se salga de cierta expectación de lo que hoy nos gobierna salido de Hollywood y por éstas épocas, pero sí que es entretenida, eficaz y por su lado medianamente original, con lo que me quedo satisfecho. 

sábado, 18 de julio de 2015

Mommy

Xavier Dolan con esta película ha ganado el premio del jurado en el festival de Cannes 2014, ha demostrado que está en toda boga una vez más, aparte de que su filmografía es sumamente apreciable, entretenida  e interesante, asumiendo temáticas gay, que se hacen muy llevaderas, y que van más allá de su orientación sexual, hacen arte en toda palabra. Desde Yo maté a mi madre (2009), la que se parece a la presente, donde madre e hijo no se soportan, en un trato por ratos histérico de parte de la performance del propio Dolan, que hace de su relación maternal un campo de batalla donde salen continuamente heridos mutuamente, a pesar de tener instantes y búsquedas de compartir alegrías y un poco de paz, sin embargo hay una gran dificultad que parece rebasarlos (como se intensifica en Mommy en todos los aspectos hasta tener una Canadá ficticia con una ley especial en que los hijos inadaptados y peligrosos van recluidos a un hospital estatal sin juicios de por medio), como siendo mandado a un internado, y revelar una historia de contrastes en un tira y afloja de afectos y no saber manejarse, el no poder sobrellevar un amor dado por hecho, frente  a una madre que no sabe cómo hacer feliz a su hijo gay, y más bien lo contraria todo el tiempo, en el que es un grito de tremenda incompatibilidad, una que con Mommy llegará a la violencia casi incontrolable propia de la enfermedad mental de su protagonista, Steve (un gran Antoine-Olivier Pilon).

Otra películas suya es Los amores imaginarios (2010) que yo más que otra cosa la emparento con la comedia sutil, y es un gigantesco divertimento de esa forma, exuda mucha gracia y simpatía, la de dos mejores amigos, Francis (Xavier Dolan) y Marie (Monia Chokri) que son muy cool y particulares, ella viste algo fuera de lugar a la refinada moda clásica o afrancesada en medio de la vulgaridad sensual natural de la juventud femenina, mientras él demuestra pequeños detalles inocentes gays, afinidades intimas, como toda la obra de Dolan los exhibe, ambos son dos chicos muy pop a su estilo, relajados, pero todo se pone complejo cuando se enamoran de la misma persona, de un amor imaginario, que les pone impetuosos y competitivos por ganarse a Nicolas (Niels Schneider) que yace en su propia burbuja de belleza, en un comportamiento narcisista o indiferente en su mundo, aunque jugando con la coquetería y la amistad, pero dejando fuera de combate a estos viejos amigos que llegan a apuñalarse por la espalda, a humillarse tras declararse por medio de poemas dramáticos, a dar presentes como regalar afiches de ídolos y sobre todo a verse atractivos en una lucha que llega a lo infantil, luce caprichosa, tanto que ante un nuevo blanco, alguien guapo, se revitalizan sus anhelos carnales, de la mano de aquella magnifica música de bang bang, de Dalida, que anuncia los ataques e ingenios sensuales de estos dos engreídos enamoradizos.

Laurence Anyways (2012) es el lado romántico y harto sensible de Dolan, de lo que más que una película de un hombre que quiere ser una mujer, que descubre su transexualidad, se trata de alguien que es muy diferente, inclasificable, que quiere vestirse femeninamente pero aun amar a su novia, lo que presenta una grave contradicción, que más brilla en el amor platónico, impoluto, imposible. Donde hay tiempo para el escape, pero más para el desconcierto y el dolor, como en aquel final que es el inicio de la relación entre Laurence Alia (Melvil Poupaud) y Fred Belair (Suzanne Clément), armándose una hermosa poética en esta adaptación social y amatoria tan complicada, que no solo tiene a los familiares y a la sociedad por enfrentar, sino a ellos mismos, no obstante es mucho una decisión de superación, de valor, de quien uno es en realidad, y ahí Dolan muestra su poderosa inteligencia para profundizar en una temática gay de (auto)aceptación, siendo más cautivante por mayores profundizaciones o escapes de atención, como en este amor tan bello dentro de su tragedia y honestidad.

Tom en la Granja (2013) es una adaptación de la obra teatral de su compatriota Michel Marc Bouchard que mereció el fipresci en el festival de Venecia del mismo año. Un nuevo cambio de registro para el audaz Xavier Dolan, un thriller con grandes momentos de suspenso, en que se trabaja el erotismo gay y la homofobia, juntas en el hermano matón e impredecible del novio muerto del protagonista, un espectacular aunque desconocido Pierre-Yves Cardinal, del que se da a entender que solitario y antisocial puede resbalar en su inclinación sexual, siendo un tipo pueblerino, rustico, agresivo, pero que con el desenlace y aquel encuentro revelador de una leyenda de bar se verá el verdadero rumbo de su psiquis, hacia las tinieblas de una mente desequilibrada, a razón de una psicótica relación, revelada con ese baile de tango. Todo a partir de querer ocultar la homosexualidad del hermano pequeño a la madre, en un secreto que se siente amenazado por la visita de Tom (Xavier Dolan) a la granja familiar, quien no sabe con lo que se encontrará, llegando a perderse por una oscura atracción.

Mommy (2014) ya no articula ninguna temática gay, aunque vuelve a reinterpretarse en otra versión la ópera prima del director canadiense, contando con la misma madre, con la actriz Anne Dorval, ésta vez aunque mayor más juvenil y sexy, con el valor de un tercer puntal que también aparecía en Yo maté a mi madre, debut de Dolan a los tempranos 20 años, en otra actriz fetiche, Suzanne Clément, como la vecina, amiga y maestra con problemas de tartamudeo, una falta de seguridad que parece implicar la distancia con su familia. En dos mujeres que trataran de domar y no tirar la toalla por más que la exigencia sea enorme con el intenso Steve, un  muchacho de 15 años que sufre de trastorno por déficit de atención con hiperactividad, y que puede ser tierno y radiante, pero también un loco incontrolable, que llega a los golpes y a acciones muy brutas, quien tiene la fijación con la madre, hasta lo sensual más que en lo incestuoso, notando que él es un chico muy sexual, un rasgo de álter ego.

Dolan juega con el muchacho, el que muestra mucha fuerza y vitalidad que se mueve en lo positivo y lo negativo, porque no todo es daño y errores de carácter, aunque la carga es pesada, y parece una tara indestructible, no obstante el tono de la propuesta no es en absoluto oscuro, y llega a haber mucha alegría desbordada a la vista, compartida con sus bellas cómplices, como en la ejemplar apertura del formato cuadrado 1:1 de la pantalla, apuntando que atrapado en éste es la representación del dolor, de los problemas, de una inadaptación mental y social, del que pretende ser un outsider (le dice a la madre, somos tú y yo contra el mundo), pero termina saboteándose por su comportamiento apasionado e inestable, en una libertad que termina acogotándole.

Es un filme en que nunca asoma el agotamiento, aun volviendo al mismo punto en incontables ocasiones, la de la sempiterna rebeldía de la desbocada espontaneidad (aunque haya una filosofía de amor y respaldo incansable por no corromper, como Steve teme se termine, y lo lleva hasta las últimas consecuencias, exigiendo una fidelidad que es el motivo central del filme, y es un bello pero difícil nexo materno), porque la trama es monotemática, pero ingeniosa en bascular los cambios de humor, de la alegría al conflicto y viceversa, donde yace su máximo valor, muy bien trabajado, teniendo además a un trio efectivo y con suma gracia que mueve a la emoción, la busca sin parpadeos, habiendo su toque infaltable de poética y complicidad conmovedora de la que se agarra con fuerza, y se sale con la suya.   

jueves, 9 de julio de 2015

La Trilogía de Texas: The Passage, Low Tide y Stop the Pounding Heart

El italiano Roberto Minervini realiza una trilogía de películas ubicadas en Texas, EE.UU, una etnografía del interior de Norteamérica precisa e iluminadora, habiendo además una crítica respetuosa, pero sutil, sobre la realidad nativa del sur, en una mezcla de documental y ficción, más, o menos, pronunciado, en el aspecto real, digamos que periodístico, dependiendo el filme, aunque todos bajo una gran carga emotiva y vivencial, teniendo muy a flor de piel su cualidad existencial y humanista, con aspectos muy cercanos a la vida misma, desde lo bastante cotidiano, de ahí su lado documental, en el retrato de la acciones verdaderas de los llamados “actores” que en muchos casos es como que se interpretaran a sí mismos, son ellos, sobre todo en las dos últimas películas.

En The passage (2011) hay mucha más ficción de por medio, pero no la hace menos interesante, en la relación de un ex convicto recién salido de la cárcel y una mujer mayor de ascendencia latina que sufre de cáncer terminal, ambos seres solitarios. Ellos hacen un trato de viajar juntos en el carro de él a cambio de dinero, sustento, viendo que al comienzo el hombre busca sólo sacar provecho del asunto, incluso le roba en cuanto puede. Sin embargo más adelante nacerá una amistad genuina en su rumbo hacia la última esperanza (palabra clave, como en aquel cartel simbólico y coyuntural de Obama), un lugar de sanación popular de tipo cristiano, de lo que en el camino encontraran a un tercer personaje, un artista británico, que es flojo en su intromisión narrativa, pero que de todas formas los convierte en una pequeña banda de seres sufridos y marginales, quienes mejoran mutuamente, con su interrelación común, provocando un vínculo fresco de reflexión y humanización.

Minervini utiliza actores no profesionales, una grave fuente de virtud, un soporte indispensable, observando su predominancia natural de aire espontáneo en escena. Son harto talentosos en su realismo, ya que deben cumplir con interpretar fuertes conflictos emocionales, como el desamparo y la soledad, la necesidad de una madre, tras el desorden, la fiesta, el alcohol, el sexo y su aspecto hippie (termina muchas veces desnuda inconsciente por el piso), del espléndido niño de Low Tide (Marea baja, 2012) con su distraída progenitora, una persona que es más mujer que madre y debe aprender su lugar y obligación afectiva, habiendo gran énfasis y ternura en una repentina pero justificada crisis interior a ese respecto, un trabajo complejo que hay que decir que resulta muy solvente, sobre todo viendo que parte de hasta el acto más mínimo del chiquillo, como cuando carga una bolsa de hielo hasta el hogar, recicla latas para venderlas, juega con una serpiente o unos sapos, o sólo echa a saltar en el colchón o a bañarse en una piscina inflable con unos diminutos peces, viendo que luce autosuficiente cocinándose, lavando la ropa o hasta cuidando de su madre. Pero la verdad es otra y llegará intempestivamente, faltándole algunos pequeños nexos para hacer limpia y más correlativa la narrativa, y es que no únicamente yace abandonado, sino bastante necesitado de afecto.

Al mismo nivel destacable está la fluidez y sentido de verosimilitud –sopesando que tiene de mucha verdad en contexto general- de la sencilla muchacha llamada Sara, de Stop the pounding heart (2013), que analiza su tímido punto de vista y lo contrasta con el entorno dominante, en el enfrentamiento con una sociedad machista y patriarcal, con un feminismo que nace curiosamente de su temple y entrega laboral familiar, cuidando cabras y de una granja con 11 hermanos, y me recuerda a Luz silenciosa (2007), o a cierta pureza, austeridad y naturalidad del cine de Robert Bresson, aunque su prominente lado documental consigue ser más vivo, realista y efervescente. Sara proviene además de una madre modélica y curtida siempre discursiva y aleccionadora que le impulsa como ser humano, de que todo lo puede, diciéndole que le esperan grandes cosas, aunque lo diga como un cliché o superficialmente, pero que sin embargo se contradice ofreciéndole la palabra omnipresente de la biblia, y un lugar relegado a sus anhelos juveniles como simple esposa rural tras un marido cowboy o granjero, que se ve dibujado en un chico, un macho cabal texano, que monta toros.

En Stop the pounding heart, ante el poderoso dilema de la libertad y el enamoramiento que vislumbra el futuro, ella responde de que rehusará casarse, hablando de manera infantil, de forma inocente, transparente, producto del corazón palpitante, de su vitalidad e intensidad íntima, que encima sufre por un amor que es su lucha silenciosa, esa que sutilmente vemos detrás de los quehaceres y la calidad de hacendosa que la tiene sumisa, pero dispuesta a ser esa princesa de la misteriosa conclusión, en la ilusión pura, fuera del final que le toque vivir, casada y domada, o libre en otra parte, o quizá sí (ella misma) dentro de su idiosincrasia, cosa que queda oculto para la imaginación, fuera del sentir de un desenlace optimista, como la mayoría de los que articula Minervini en sus películas, excepto el triste final (inevitable) de The passage en el retorno de aquella peregrinación de tres especie de hermanos, unos compañeros espirituales, en dicha road movie, unidos por unas cuentas individuales que saldar, la familia, la realización personal, la vida misma, la reconciliación con el mundo y darse una nueva oportunidad, así sea simplemente dentro de la simbología de la fraternidad, la alegría circunstancial y la paz de sumergirnos en un río frente a las montañas, o en Low tide con el mar y un abrazo intenso entre lágrimas. 

domingo, 5 de julio de 2015

La filmografía de Abderrahmane Sissako


El director mauritano Abderrahmane Sissako es uno de los nombres más famosos e internacionales del cine africano, que con Timbuktu ganó mucha más notoriedad en el mundo. Timbuktu compitió por la palma de oro en el festival de Cannes 2014, fue nominada a mejor película extranjera en los Oscars 2015 y se alzó éste último año con 7 premios César, el galardón de la Academia del Cine Francés.


Vida en la tierra/Life on earth (La vie sur terre, 1998) 
Éste es un filme de apenas una hora, que trata sobre la cotidianidad de la villa de Sokolo, una comuna rural en Mali, donde la gente pasea en bicicleta, usa ropas coloridas, hay mujeres con cantaros en la cabeza, niños jugando al fútbol, y hombres reunidos sentados a la puerta de sus casas de adobe escuchando la radio, una que informa sobre el año nuevo, el comienzo del nuevo milenio, el 2000, y, sobre todo, lo que ocurre en Europa. Todo muy austero, pero en feliz comunidad, aunque con el anhelo de cosas materiales. En Sokolo vemos pequeños lugares de encuentro, como tomarse una fotografía profesional en la calle por un humilde poblador o el uso de un único teléfono público que es el punto de apoyo, junto a la radio, de la modernidad que asoma en sus vidas sencillas y precarias. Sissako como en toda su filmografía rehúye en buena parte las formas y estructuras narrativas convencionales. Da la sensación de que no pretende la linealidad, sino más bien exhibe pequeños retratos unidos por algún punto en común, en éste caso, como reza el título, la vida de ésta pequeña villa, la humanidad africana en el planeta. Queda secundaria la actuación del propio Sissako, como quien retorna a su patria de Francia, y flirtea con una bella mujer negra que estimula las emociones, mientras se amolda sin problemas a la docilidad, simplicidad y suma sobriedad que reina en el lugar, a través de la belleza de lo autóctono, a pesar de las tantas carencias, de la austeridad rural, símbolo de todo el territorio.  


Esperando la felicidad (Heremakono, 2002) 
Es la ganadora del fipresci en el festival de Cannes 2002. Es una película muy libre de ataduras formales ortodoxas, con historias tenues, pero cargadas de juego, poética y simbolismo. Hay dos líneas narrativas principales, una en la relación de un carismático niño y su protector, un viejo maestro electricista, la voz humilde, pero sabia del pueblo, que implica con la luz muchas ideas, donde un foco sirve de vasto simbolismo, nos habla de la vida, la muerte, el relevo generacional, la modernidad, el simple placer lúdico, el futuro, la esperanza. En ésta relación brilla la ternura y la madurez, dentro de un canto como de padre a hijo que trasciende a todo poblador joven de África. En la otra vía yace la soledad y la interculturalidad personal, donde Sissako parece hablar más de sí mismo, habiendo él estudiado cine en Rusia y tener gran influencia europea, lo cual jamás le quita la noción de crítica, como hacia el colonialismo, por mencionar algo. No me parece lo más logrado/original, pero sí que es interesante, porque es un tema que toca a muchos países multiculturales o con atracción hacia lo occidental desde rasgos culturales distintos. Abdallah es un joven guapo con una pequeña crisis de identidad, padece la dificultad de adaptación a su zona, Nouhadhibou, Mauritania, como en la (simbólica) subida de una loma de arena en que tira la toalla, y al rato un poblador la sube sin ningún problema. No obstante también baila en plena noche al son del ritmo nativo (la música autóctona e instrumental hace su presencia con una niña, además), le llama la sangre. Es un álter ego que gana finalmente hacia su país, aunque le espera un viaje a Europa y no habla el idioma local. Por último es curioso que en la escena final se vea una duna con un brote de hierba circular que parece el cuerpo desnudo, el pubis, de una mujer, en donde el niño protagonista parece introducirse, en la madre patria. Éste filme, en lo personal, me parece el mejor que ha hecho.


Bamako (2006) 
El título del filme es la capital de Mali. Ésta propuesta conjuga cotidianidad nativa, como que no pasa nada espectacular, con un juicio contra el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional. Tiene jueces, defensores y acusadores, en especial varios activistas africanos, que lo son en la vida real, por lo que los discursos recriminadores son bastante elocuentes, en lo que a uno le deja pensando que éste es un filme ideal en la auscultación de la idiosincrasia trascendental del territorio, como que también pudo adaptarse fácilmente a Latinoamérica, hubiera sido una gran idea, aunque ya corre mucho cine social y comprometido por nuestras venas. Todo en medio de un espacio precario y natural, en un patio, a puertas de la casa de una hermosa cantante de color y su marido desempleado. Vemos gente recogiendo agua de un caño público y colectivo, recién casados haciendo marcha alegre en la calle, conversaciones caseras, ocio distraído, algún enfermo necesitado, simple deambular, todos circunscritos a la radio y los altavoces que van comunicando el acalorado intercambio, el diálogo y juicio, a unos pobladores que hacen su vida llana, entre tranquilos y atentos, a una intelectualidad del pueblo que sufre los conflictos internos del país y de la realidad africana, la que revisita los abusos y la corrupción cometida contra ellos. Es un filme abiertamente político, honesto, combativo, valiente, pero a su vez entretenido, curioso, relajado, como con aquel western autóctono que se ve en el televisor, llamado Muerte en Timbuktu, que cuenta con la participación del actor afroamericano y productor del filme Danny Glover, y el director israelí Elia Suleiman.  


Timbuktu (2014)
Ésta es una propuesta que a diferencia de sus anteriores filmes no se muestra optimista ni vital predominantemente, en que se hace una crítica contundente al fundamentalismo islámico en África, que le sirve a todo el mundo que sufre su fanatismo y hasta violencia, como lo hace ver esa gran recepción en Francia, contándonos sobre un grupo musulmán radical, político y armado que quiere imponer su teología castrense a los pobladores de Timbuktu, Mali, de lo que observamos algunos terribles casos, siendo el principal el de un padre amoroso con su esposa y única hija, que viven libres y tranquilos al estilo natural, medio hippie, con música, mucho amor, con vacas y en un campamento en el desierto, cuando la zona se ha visto afectada por muertes y exilios, y ellos aún creen en sus país y se mantienen valientes en el territorio, pero por un accidente tienen que pagar con la ley tiránica que gobierna y sólo vela por sus intereses. Ésta culpa la vemos en todo apogeo, con castigos, abusos y prohibiciones (palabra favorita de éste régimen que se escuda contradictoriamente en Dios), en ello Sissako es bastante claro. Hay mucha dramatización y actualidad, habiendo un choque entre la vida feliz con el canto y lo familiar, y la demencial dictadura islámica radical que todo lo encuentra pecaminoso y restrictivo, en una ubicua y omnipotente Jihad, que se dedica a matar pobladores sin ningún cargo de consciencia, justificándose en sus propios términos. Vemos a una mujer siendo azotada públicamente y ella empieza a cantar su tristeza, en un bastión de libertad y de lucha pasiva, porque la comunidad simplemente sufre, padece de aquella fuerza brutal, una que en especial rebaja el derecho de la mujer. En otro momento se ve el apedreamiento y muerte de dos cuerpos enterrados en la arena con solo las cabezas descubiertas. Sissako es muy enfático en su mensaje, de lo que lo aleja de la obra de arte y lo pone más cerca de la denuncia, aunque logrando ser un filme competente, desde su estilo y temática, como en su desenlace, en el correr, gritar, llorar, querer huir del mal, acabar con el dolor, la locura y el maltrato. Es una propuesta que emociona porque toca una realidad muy reconocible, en la crueldad reinante de una implacable ideología, invocando poética.  

viernes, 3 de julio de 2015

Primicia mortal (Nightcrawler)

Ópera prima de Dan Gilroy (coguionista de El legado de Bourne, 2012) que cuenta con una nominación al Oscar 2015 por guion original que él sólo escribe, y 2 premios en los Independent Spirit Awards del mismo año por guion y debut cinematográfico por esta película. Tiene la fenomenal actuación de un enflaquecido Jake Gyllenhaal como Louis Bloom, un tipo que no tiene rumbo, que se dedica a robar, mientras tiene una personalidad rara, habla mucho, miente, regatea todo el tiempo, hasta formar un lugar tenebroso de sí mismo, mostrándose medio antisocial, sociópata y solitario, estando anhelante de un lugar en el mundo, poder triunfar, para lo que –a través de una epifanía muy bien dibujada en el rostro de Gyllenhaal- descubre casualmente el periodismo freelance, con la grabación de violencia explícita, especialmente en accidentes de auto o balaceras, que sigue interceptando la radio de la policía, para venderlo a las noticias, para lo que sus antecedentes menores criminales sin castigo le sirven para buscar lo gráfico, los peores casos, incluso planear escenas sangrientas sin ningún tipo de ética, trasgrediendo la ley, de lo que es un protagonista oscuro capaz de todo por ganar mucho dinero, prestigio y llegar a crear una compañía. Primicia Mortal tiene una premisa chica, pero muy bien enfatizada, trabajada, sobre la vulgaridad y ausencia de valores por conseguir el sueño americano en nada menos que lo mediático, como un merodeador nocturno (un Nightcrawler), en la exhibición de otro especie de Travis Bickle.

Es un thriller intenso, inteligente y cautivante, uno que no baja la guardia nunca, el cual se enfoca en las noches criminales y peligrosas de Los Angeles, como lo hacía Drive (2011), viendo cómo el protagonista se moviliza a temeraria velocidad en su auto deportivo, con un joven empleado, un tipo pobre como Bloom que se acopla y busca sobrevivir, pero termina tan ambicioso como su patrón. Toda la información se la entrega a una directora veterana de un programa de noticias, Nina Romina (gran rol de Rene Russo), quien lo apoya para sacar también provecho y que bascula entre el carácter de lo que quiere, el poder que maneja, y la sumisión frente a las exigencias y justificaciones de cuando se hace tan necesario Bloom que va creciendo y creando repercusión, imponiéndose, cuando inicialmente era constantemente maltratado, menospreciado, concibiéndose como un ser calculador y temiblemente audaz al fin.

Con Nina a su vez existe una relación sexual, aunque como ella dice le dobla la edad, estipulada como una transacción, una más en la escalera del ascenso, pero dejada como una prominente elipsis, ya que en pantalla no vemos ningún roce físico, que sorpresivamente no se hace extrañar, el meollo del asunto es la brutalidad, la violencia (más allá de lo literal de la idea, porque no se trata de un gancho visual, y es que no todo efecto impacta primariamente, sino es lo que proyecta con ello), su compra y su demanda, y no el sexo, solo bajo (hermosas) palabras, muy bien creadas/ubicadas, que engrandecen el conjunto, de lo que hay que acotar que no le falta nunca la acción como soporte argumental. La propuesta tiene una interacción verbal que es de lo mejor del filme, como lo es igual con el ayudante, y con la competencia en las calles en el papel del actor Bill Paxton. Los diálogos son demasiado buenos, mayúsculos, su fuerte, perfectamente combinados con lo trepidante, bello e impredecible del mundo nocturno de L.A. que como vemos se presta para muchas historias.

En el deseo de seguir escalando, y proponiendo mayor sensacionalismo, Bloom cada vez se supera, en donde implica un antihéroe en toda cabalidad, que exuda algo de simpatía o atracción en sus discursos analíticos, informados, motivadores, pero obsequia más repulsión en realidad, en quien es, que hace y como lo aplica, en una propuesta que no va con la corrección política que suele plasmar cierto cine complaciente de Hollywood, como lo hiciera en su tiempo Taxi Driver (1976), habiendo una crítica corrosiva al periodismo y hacia la sociedad consumista.