El italiano Roberto Minervini realiza una trilogía de películas
ubicadas en Texas, EE.UU, una etnografía del interior de Norteamérica precisa e
iluminadora, habiendo además una crítica respetuosa, pero sutil, sobre la
realidad nativa del sur, en una mezcla de documental y ficción, más, o menos, pronunciado,
en el aspecto real, digamos que periodístico, dependiendo el filme, aunque
todos bajo una gran carga emotiva y vivencial, teniendo muy a flor de piel su
cualidad existencial y humanista, con aspectos muy cercanos a la vida misma,
desde lo bastante cotidiano, de ahí su lado documental, en el retrato de la acciones
verdaderas de los llamados “actores” que en muchos casos es como que se
interpretaran a sí mismos, son ellos, sobre todo en las dos últimas películas.
En The passage (2011) hay mucha más ficción de por medio, pero no la hace menos interesante, en la relación de un ex convicto recién salido de la cárcel y una mujer mayor de ascendencia latina que sufre de cáncer terminal, ambos seres solitarios. Ellos hacen un trato de viajar juntos en el carro de él a cambio de dinero, sustento, viendo que al comienzo el hombre busca sólo sacar provecho del asunto, incluso le roba en cuanto puede. Sin embargo más adelante nacerá una amistad genuina en su rumbo hacia la última esperanza (palabra clave, como en aquel cartel simbólico y coyuntural de Obama), un lugar de sanación popular de tipo cristiano, de lo que en el camino encontraran a un tercer personaje, un artista británico, que es flojo en su intromisión narrativa, pero que de todas formas los convierte en una pequeña banda de seres sufridos y marginales, quienes mejoran mutuamente, con su interrelación común, provocando un vínculo fresco de reflexión y humanización.
En The passage (2011) hay mucha más ficción de por medio, pero no la hace menos interesante, en la relación de un ex convicto recién salido de la cárcel y una mujer mayor de ascendencia latina que sufre de cáncer terminal, ambos seres solitarios. Ellos hacen un trato de viajar juntos en el carro de él a cambio de dinero, sustento, viendo que al comienzo el hombre busca sólo sacar provecho del asunto, incluso le roba en cuanto puede. Sin embargo más adelante nacerá una amistad genuina en su rumbo hacia la última esperanza (palabra clave, como en aquel cartel simbólico y coyuntural de Obama), un lugar de sanación popular de tipo cristiano, de lo que en el camino encontraran a un tercer personaje, un artista británico, que es flojo en su intromisión narrativa, pero que de todas formas los convierte en una pequeña banda de seres sufridos y marginales, quienes mejoran mutuamente, con su interrelación común, provocando un vínculo fresco de reflexión y humanización.
Minervini utiliza actores no
profesionales, una grave fuente de virtud, un soporte indispensable, observando su predominancia
natural de aire espontáneo en escena. Son harto talentosos en su realismo, ya
que deben cumplir con interpretar fuertes conflictos emocionales, como el desamparo
y la soledad, la necesidad de una madre, tras el desorden, la fiesta, el
alcohol, el sexo y su aspecto hippie (termina muchas veces desnuda inconsciente
por el piso), del espléndido niño de Low Tide (Marea baja, 2012) con su distraída progenitora,
una persona que es más mujer que madre y debe aprender su lugar y obligación
afectiva, habiendo gran énfasis y ternura en una repentina pero justificada crisis
interior a ese respecto, un trabajo complejo que hay que decir que resulta muy
solvente, sobre todo viendo que parte de hasta el acto más mínimo del
chiquillo, como cuando carga una bolsa de hielo hasta el hogar, recicla latas
para venderlas, juega con una serpiente o unos sapos, o sólo echa a saltar en
el colchón o a bañarse en una piscina inflable con unos diminutos peces, viendo que luce autosuficiente cocinándose, lavando la ropa o hasta cuidando de su madre. Pero la
verdad es otra y llegará intempestivamente, faltándole algunos pequeños nexos
para hacer limpia y más correlativa la narrativa, y es que no únicamente yace abandonado,
sino bastante necesitado de afecto.
Al mismo nivel destacable está la fluidez y sentido de
verosimilitud –sopesando que tiene de mucha verdad en contexto general- de la sencilla muchacha llamada Sara, de Stop
the pounding heart (2013), que analiza su tímido punto de vista y lo contrasta con el entorno dominante, en el enfrentamiento con una sociedad machista y patriarcal, con un feminismo que nace curiosamente de su temple y entrega laboral
familiar, cuidando cabras y de una granja con 11 hermanos, y me recuerda a Luz
silenciosa (2007), o a cierta pureza, austeridad y naturalidad del cine de Robert
Bresson, aunque su prominente lado documental consigue ser más vivo, realista y
efervescente. Sara proviene además de
una madre modélica y curtida siempre discursiva y aleccionadora que le impulsa como
ser humano, de que todo lo puede, diciéndole que le esperan grandes cosas,
aunque lo diga como un cliché o superficialmente, pero que sin embargo se
contradice ofreciéndole la palabra omnipresente de la biblia, y un lugar
relegado a sus anhelos juveniles como simple esposa rural tras un marido cowboy
o granjero, que se ve dibujado en un chico, un macho cabal texano, que monta
toros.
En Stop the pounding heart, ante el poderoso dilema de la
libertad y el enamoramiento que vislumbra el futuro, ella responde de que rehusará
casarse, hablando de manera infantil, de forma inocente, transparente, producto
del corazón palpitante, de su vitalidad e intensidad íntima, que encima sufre
por un amor que es su lucha silenciosa, esa que sutilmente vemos detrás de los quehaceres
y la calidad de hacendosa que la tiene sumisa, pero dispuesta a ser esa
princesa de la misteriosa conclusión, en la ilusión pura, fuera del final que
le toque vivir, casada y domada, o libre en otra parte, o quizá sí (ella misma)
dentro de su idiosincrasia, cosa que queda oculto para la imaginación, fuera del
sentir de un desenlace optimista, como la mayoría de los que articula Minervini
en sus películas, excepto el triste final (inevitable) de The passage en el
retorno de aquella peregrinación de tres especie de hermanos, unos compañeros espirituales,
en dicha road movie, unidos por unas cuentas individuales que saldar, la
familia, la realización personal, la vida misma, la reconciliación con el
mundo y darse una nueva oportunidad, así sea simplemente dentro de la
simbología de la fraternidad, la alegría circunstancial y la paz de sumergirnos
en un río frente a las montañas, o en Low tide con el mar y un abrazo intenso entre lágrimas.