miércoles, 27 de febrero de 2013

Antiviral

Brandon Cronenberg lleva los genes de su padre, en cuanto a su primer estilo, pero teniendo mucho que aportar desde su mundo y propia arte. Su primera película es un portentoso debut. Vemos más que el apellido famoso del progenitor, aun con ciertos desequilibrios naturales de quien está lleno de aportes  y entusiasmos, no obstante destaca en su atrevimiento y extravagancia una muy buena estética que recoge el camino maduro de su antecesor. Es como si se alimentara de lo mejor de él para hacer algo novedoso. Entre ligeras comillas, porque parece seguir la ruta que iniciara en el pasado David Cronenberg, solo que más limpio, con buena asesoría y ya un legado familiar detrás, que por supuesto aún le queda grande, sin embargo vaya arranque.

El filme parte de una premisa muy original, la gente vive idolatrando a las celebridades y tan grande es su adoración que se venden los virus de las estrellas, para componer la búsqueda de la  compenetración con sus ídolos, de sentirlos cerca, o coger un poco de su luz especial. Cronenberg desarrolla muy hábilmente su guion. Una clínica en la que trabaja nuestro protagonista, Syd March (Caleb Landry Jones), se reviste de una impoluta blancura (una falsa calma), que contrasta con un lado oscuro de gozar con el dolor, con el padecimiento de la enfermedad. Sudores violentos, vómitos de sangre, ardores internos, manchas y marcas en la piel son la droga de estos fanáticos y clientes, y Syd aprovechando su empleo experimenta con todas ellas. Su exótica presencia, extrema palidez, cabello pelirrojo, delgadez y pecas sirven de fermento y reflejo idóneo del síntoma de la atracción por la superioridad de la fama, su sola presencia es como un espejo, su rostro parece el de un hombre que induce a creer que siente asco de su entorno, solitario y engullido en él, su admiración es ciega. El negocio de los virus lo tiene en la obsesión general solo que este “maneja” esos hilos, los prueba, los anticipa y los estudia. Vende al mercado negro, mientras consume para su propio beneficio.

El culto al placer en el acopio y apropiación del otro (mayor) no tiene discusión. Se quiere ser esa estrella pero ante la incompetencia y limitación del yo y del mundo se opta por la sumisión y el enaltecimiento ajeno (la pasividad del anonimato), que se ampara en la pseudo perfección. Hay que recordar que Hannah Geist (Sarah Gadon) de impresionante belleza, una canadiense escultural que invoca toda esa magnificencia (muy bien tratada en la publicidad que vemos en la trama), no tiene vulva, es en el fondo “secretamente” imperfecta. Y no se asume la realidad sobre ella que lo deja como un rumor que raya en la indiferencia frente al culto que se ciñe sobre esa rubia de labios encendidos escarlatas bajo su presencia totalizante que contiene la identidad de la ciudad. Nada importa más que ella, y su última enfermedad en venta. La trama se da entre la ambición y el hedonismo colindante en donde su existencia se une a la de Syd, que sufre todo tipo de golpes no siendo el héroe típico, ni por asomo.

Ciencia ficción inquietante que se convierte en un trepidante thriller donde se dan muchas persecuciones y casos algo intrincados en una atmósfera de rareza y normalizado exceso futurista. Medio freak e inusual como nos luce el personaje de Arvid (Joe Pingue, secundario de secundarios), un pirata de la comercialización de virus y células cultivadas de estrellas que sirven de alimento en su tienda para fanáticos. No hay que obviar que esta propuesta es atípica, solo que bastante coherente desde sus lineamientos. Para ello Brandon ha optado por un buen toque de transparencia, de buena explicación y sustento, sin embargo los giros son tan rocambolescos y tan impremeditados a ratos, terminan por ser demasiados, que uno puede perder ciertos datos, sin embargo el conjunto cumple con su cuota básica sin que uno sienta que ha entrado en un laberinto sin salida. Todo porque el concepto no cambia, se repite en varias oportunidades y yace bastante explotado. El leit motiv es seguir proveyendo el hedonismo sin juicios (no existe ninguno más allá de las reflexiones globales que podemos extraer de la trama, el culto vacío y desenfrenado al ídolo, la auto-invisibilidad y la carencia de la personalidad propia), el goce continuo e insaciable de poseer nuevas formas de robarle un poco el alma al objeto de placer. El artificio y la compra de un sentido superficial. La trama no es que pretenda más allá de algo claro y particular en el fondo sencillo, pero articula muy bien sus piezas, no deja de sobresaltarnos, de generar la misma tensión y padecimiento del protagonista. Si Michael Haneke te hace pensar el dolor como si fuera tuyo, los Cronenberg te hacen sentirlo físicamente logrando Brandon un quiebre audaz en subvertir la esencia de la salud viendo que la pasión convierte el sufrimiento en éxtasis.

Visualmente sea dicho la estética está en todas partes, teniendo control de la ambientación destinada a los inteligentes pocos detalles. Algunas tomas parecen de mural (la que abre sobre todo). Está el cuarto con los carteles de Hannah Geist en la clínica, más cerca del manicomio, son esa unión malsana de una nueva creación salida de la mente de nuestro director que se afianza a su innovación hasta componer mucha acción y sorpresa a manera de seguir el misterio sobre una muerte que nunca llega en realidad, que se da y se suspende eternamente, como quien no quiere perder su privilegio hedonista, y vive en el deseo inamovible de la comunidad. El ente de amor es en la mente ajena como el motor de sentido que no poseen naturalmente. Los personajes son funcionales, arquetípicos y desiertos en su biografía, no obstante son los correctos para la historia. Se mueven en el golpe de efecto. Como el profuso y hermoso desagradable rastro de sangre que va dejando Syd en lo blanco de la ambientación que permuta la historia hacia ratos de terror en el cuerpo martirizado, a puertas de una probable transformación (como desde la escena de la espalda del protagonista), que luce inminente y cae en las garras de la fijación del guion. La adquisición de los virus. A una hora cuatro minutos de metraje entra a tallar el antiviral, algo casi elíptico, como un thriller en toda carrera.

La muerte no se teme, solo se sufre y se alimenta en el organismo, como un juego. Una mirada bastante curiosa tratada muy levemente para beneficio de la trama. Y es que hay una aclimatación desde la juventud que elude el proceso final del hombre. Razonable viendo la edad del director, nacido en 1980. Y su vocación de entretenimiento, que lo es sobre todo. El cuerpo, bastión de transito pierde su espiritualidad por completo –incluso el Dr. Abendroth (Malcolm McDowell) implica el sobrenombre de Dios en el ser humano, una atribución que no podemos dejar de verla manida a falta de complejizarla aunque se trata con ello de justificar algo más que la arbitrariedad del lugar de privilegio. Se halla entre las pulsiones más pedestres, solo que acogida por la elegancia del autor que nunca cae en feísmos aun siendo explícito en el devenir de las dolencias auto-infligidas.  

Antiviral es un contundente retrato que ostenta la intensidad y vigor de lo que se llamó la nueva carne, pero sin la capacidad de impacto de antaño ni el caparazón definitivo de marginal, aunque se deparará indudablemente para una minoría, si bien fue celebrada en el Festival de Cine de Toronto (TIFF) con el galardón de mejor opera prima canadiense. 

domingo, 17 de febrero de 2013

A royal affair


Muchos creían que la realeza aparte del privilegio que poseía se sostenía de un aura de divinidad, pero la realidad era que eran tan humanos como cualquiera, con la ventaja de poseer el poder y todo lo que conlleva ello, la inteligencia. Sin embargo para el siglo XVIII este emergía de una clase estudiosa e intelectual, profesional, que estaba inmersa en medio de las mayorías pobres y la alcurnia tratando de liderar el mundo. Pronto ellos desarrollarían sus ideas y las difundirían, sería la ilustración francesa, igualdad, libertad, reformas. Se estaba gestando la democracia como la concebimos actualmente, la separación de la injerencia política de la iglesia y la representación del derecho y voluntad del pueblo y ya no de la monarquía. Y en ese contexto y características se adscribe nuestra historia bajo el velo de una aventura, el amorío de la reina de Dinamarca con el doctor, consejero real y mano derecha del rey.

El director danés Nikolaj Arcel primero parece abrupto en su propuesta dándonos enseguida un quiebre que justifique una infidelidad. Nos pone en escena a un monarca joven bastante inmaduro, tosco, bobo, distraído y aficionado a las prostitutas (un desengaño de expectativas), aunque amante de la literatura y con la última palabra en la boca, que tuvo muy poco tiempo embelesada a su futura consorte que siente atracción por el arte (pasión dominante que la moviliza y que representa el germen de lo que se avecina y asimilará) y que la inclinaba al comienzo hacia su marido. Ilusión que desaparecerá como un soplo implacable en un grupo de actos exagerados del cónyuge. Pero pronto esa impresión del espectador sobre el accionar del director empieza  a cambiar al tomar forma la historia dándonos cuenta que se trata de un avistamiento descriptivo. Llega el rumor, el rey está loco, de donde poco a poco iremos entendiendo hasta solventar esa pequeña rendija de personalidad que parecía una falla, para pasar a tener entre manos a un personaje completo, definido, logrado, cuando recorramos todo el metraje. El filme se encargará de incrementar miles de detalles, provocar cada vez más el afinamiento de esa imagen hasta dejarla en la desnudez de su realidad. Y aunque definitivamente no se convertirá en quien más nos infunda admiración será el eje de todo lo que vendrá en la trama. Siendo un protagonista capital y una construcción que requería una importante aclimatación ya que da la argumentación de los hechos, los solventa. No obstante nuestro héroe político y romántico condenadamente seguro y atrevido capaz de aprovechar las deficiencias, errores y maleabilidad  del monarca Christian VII (Mikkel Boe Følsgaard, oso de plata por mejor actor en el Festival de cine de Berlín 2012, compartiendo la película el premio a mejor guion en la misma gala), a razón de seducir y conquistar el amor de su mujer, Caroline Matilda (Alicia Vikander) y controlar Dinamarca enfrentándose a la aristocracia clásica y convencional con ideas revolucionarias que transforman el mundo conocido, es Johann Friedrich Struensee (Mads Mikkelsen) quien por más fantástico que parezca realmente existió e hizo lo que se nos cuenta, lo que no suena descabellado decir de que hizo lo que le dio la gana por un buen tiempo remeciendo las bases de los privilegiados,  lo que le acarreó el odio de estos que propiciaron finalmente su caída. La gestión de Struensee decide eliminar la tortura, quitar las subvenciones a los patricios, permitir la libertad de expresión en medios escritos, invertir en los derechos de los campesinos que solían estar bajo la omnipotencia y abuso de los nobles, entre otros cambios liberales y visionarios para la época.

El arranque de la introducción de la vida de Struensee luce funcional –Arcel no se hace problemas con lo que cuenta teniendo la labor de llenar vacíos históricos y proporcionar interpretaciones imaginativas pero razonables en muchas partes de la historia en que se muestra en conjunto efectivo-, escogiendo ser simple, así como la ascensión al poder se da fácil en pantalla (que son lugares importantes en la trama), de donde se le derriba de la misma manera pero de forma amplia y desarrollada, bajo los mismos personajes. El doctor alemán que según vemos sirve humildemente al pueblo, con quien se identificaría siempre por la fascinación que sentía por la novedosa y tan evolucionada filosofía gala (más tarde pensador y ejecutor de esa práctica reformista), de ser un desconocido y un don nadie, por una intervención médica de un conocido suyo pasa a servir en la corte como doctor personal del rey. La recomendación de este descontento, ambicioso y arribista noble curtido en deudas y despilfarros le permite dar el primer paso a ese lugar en la historia universal como el máximo orden de poder del reino danés.  

El filme parece poseer dos caras, una simplista y violenta que en el caso del rey luego toma el lugar del detalle, y otra más lenta y extensa, el personaje de Mikkelsen se cose en ese estilo en su enamoramiento al igual que en su derrocamiento conspirativo. Su papel es el de un hombre inteligente, leído y valiente, pero también pasional e idealista al punto de no temer ganarse enemigos en sus políticas, estando encuadrado en marcar un hito de cambio por sí y esto lo ciega un poco, y lo encamina o le requiere la manipulación del rey. Su interpretación nos hace confirmar el premio del Festival de Cine de Cannes 2012 de donde mereció el galardón por mejor actor como uno de los más interesantes que tiene actualmente Europa. Le da un realce que solo el cine puede otorgar en el talento, le da porte y lo vuelve mayor en su figura exterior, en sus ademanes y expresiones que son dignas de crear un mito detrás, solemne y seguro. Y no deja de ser humano, pero con mucho mayor espectacularidad (seca y natural, normalizada) que los de su alrededor, ni la reina siquiera le hace competencia y está muy lejos de su presencia escénica (hay una porción de carencia de virtud visual en los actores que hacen de reyes pero se sobreponen a ello porque exigen defectos reconocibles que se derivan tranquilamente a sus figuras externas, la reina aunque inteligente los posee sutilmente, parece un poco perdida como dispuesta  a dejarse convencer por el ideario y la personalidad del tipo audaz, estando endeble ante la desilusión matrimonial, el rey llega hasta el ridículo, impagable la imagen de arriba para abajo agarrándole la mano al negrito), y es que a todos les cae el guante de una monarquía pedestre e imperfecta, pero no nos confundamos porque él se equivoca, se apasiona, se enceguece pero bajo una iluminación que lo realza, que lo hace denotar especial aun siendo llano, transparente. Y es un acierto del director porque lo que genera y en lo que se involucra implica necesariamente esa apariencia, no exagera sino justifica los hechos.  Y cuando lo vemos padecer nos brinda otra parte de su ser, que es muy verídica sin quitarle la otrora majestuosidad, aun destruyéndole el espíritu y viéndolo agachar la cabeza a algunas de sus ideas, aparte del golpe que genera el rechazo “traidor” de la gente.

Las personalidades de los tres principales están muy bien desplegadas. Es un filme arrolladoramente atrapante que con su sencillez hace de los acontecimientos muy procesables y emocionalmente identificadores. Y eso degenera paradójicamente en que el complot aunque luce representativo parece un poco insuficiente, no porque no se toma el tiempo de concretarlo sino porque parece muy cinematográfico en el sentido menos elogioso y más masivo, requiriendo de mayor profundidad, y se debe a ese espíritu general de llegar al espectador menos exigente. La ambición de la propuesta global es palpable, la recreación material y argumental no parece poca cosa pero le falta épica, un poco de grandilocuencia, de exaltación, no mucha que anule el realismo pero por lo mismo hechos como este parecen ser más complicados (y habrá quien diga que en la simplificación puede esconderse la autenticidad ya que la realidad puede ser menos de lo que uno imagina en cuanto a seriedad y actos notables en general pero mínimo un equilibrio o una dosis considerable de acercamiento en cuanto a lo que se consigue), y con ello habría que sacrificar la vocación de entretenimiento. No se consigue plasmar lo suficiente sobre la madre del rey Juliana Maria (Trine Dyrholm) y el futuro primer ministro de Dinamarca Ove Hoegh-Guldberg  (David Dencik) que cuando uno lee de ellos se imagina mucho más de lo que el filme refleja que parecen muy inferiores a su accionar conspirativo, personalidad y legado. El ingenio debe concebir una mezcla esencial de acuerdo al tipo de película, ambiciosa e históricamente relevante, se alaba la espontaneidad del filme (la irreverencia de las reuniones en el comedor del palacio o la desmelenada aventura carnal de la reina regresando a su “adolescencia”) pero ha optado por serlo demasiado requiriendo como en Struensee conciliar esos dos mundos, reconocernos y a la vez elevarlo a una posición de distinción. 

Nos ha acercado un monumental momento de la historia de Dinamarca y aunque no lo percibamos del todo es un hito de la humanidad, ya que paso a paso el mundo ha ido cambiando, y cada lugar ha ido entregando su vinculación a una nueva era y visión, que sin ello no se hubiera consolidado. Struensee fue el pensador que decidió seguir y poner en práctica a Rousseau, de quien se emociona con una carta suya mucho más que con cualquier acto que venga del trono o del consejo a quien no respeta, poniéndose por debajo de pensadores como Voltaire y a la realeza en ello. Esa sencillez brilla porque sabemos de sus actos (la figura no es tímida en cuanto a su distinción, y se le hace ver un tanto demasiado bonachón limando un lado lujurioso, egocéntrico y manipulador que se logra ver -aunque poco- o intuir, como cuando le quiere confesar al rey su infidelidad lo cual solo se puede permitir en la locura de este). No ha debido ser solo él aunque se entiende que la inteligencia ya no le pertenecía a la nobleza sino a los intelectuales de la ilustración, y ese es el sentido seguido.

La lectura tiene injerencia en la trama acarreando dos vertientes, una es la de la superficialidad y la vacuidad, el rey Christian VII sigue esa senda por sí mismo, mientras otra es de intelectualidad pero llevada a la práctica, y crea un ideario a seguir que se vincula con el mundo.

No se le va a quitar a lo exhibido que es una apuesta de buen cine, directo, claro y trascendente aunque pecando de muy humilde en ciertas características (los escenarios o el vestuario no lo son por supuesto),  que remonta algunos errores en un satisfactorio conjunto, ya que se goza en muy buena medida y es digna competidora del Premio Oscar a película en habla no inglesa que pone a Arcel como un competente y por elección exquisito y valioso director de cara al aplauso internacional y multitudinario.

jueves, 14 de febrero de 2013

5 broken cameras


Documental competidor en los Premios Oscars 2013 y que al igual que Searching for sugar man es pequeño pero de espíritu gigante, con un dominante, auténtico y subyugante toque artesanal, casero, hecho por los propios protagonistas, arreglado apenas, levemente solamente para darle un obligado tono unificador, selecto (por los años de filmación más que por crear alguna falsa subjetividad, que tiene una personalidad pero se ampara en la denuncia justificada de un pueblo) y supone de mayor calidad visual que enrumbe una historia conjunta –que la hay intrínseca- que está guiada por una gran naturalidad que va de la mano en el tiempo con el crecimiento de los hijos de uno de los directores en recuerdo de una lamentación o mal sabor en la memoria que aqueja al territorio, a la patria y su más desnuda cotidianidad, y como expresa el título, en relación de cinco cámaras de video que han servido para la documentación (y sigue con la sexta en proceso), nacida de la práctica más simple y directa, y que toma el riesgo en pleno conflicto, en medio de la turba de la lucha pacífica de lugareños, vecinos y compatriotas.

Es un filme que a pesar de la precariedad de las herramientas, sencillas cámaras de video, no llega a tener una estética conjunta paupérrima –loable lograrlo a través de una transparencia ejecutora viendo que cierto cine profesional no puede evitarlo, aunque no rehuye exhibir algunas fallas que son como heridas de guerra y forman parte de la estructura e historia que narra-  pero que se adscribe al realismo de las tomas que compenetran al espectador y le otorgan un sentido poderoso bajo los hechos en cuestión que expresan casi sin necesidad de artificialidad o elaboración un mensaje, anclado a la base de la defensa natural del hombre, su tierra y su vida. Recordando que la mejor arma del documental, su esencia misma, es la veracidad y el alcance reflexivo tal cual de sus imágenes.

Se trata de la grabación de un poblador de una zona limítrofe con Israel en la villa de Bil'in ante la expansión ilegal de un muro foráneo sobre tierras palestinas de cultivo de aceitunas, y que yace en litigio en la corte suprema de Jerusalem, solo resuelto hasta el desenlace del documental. El camarógrafo y gestor del filme se llama Emad Burnat, que lo co-dirige con un israelí de nombre Guy Davidi. Y es un hombre común que siente que la cámara le protege y le vincula en favor de una lucha justa por los derechos de su gente ante la invasión judía que ostenta el poder militar por sobre simples agricultores musulmanes como él. Padre de  4 hijos que vive humildemente de sus siembras, y que expone a su más pequeño vástago –a Gibreel de unos 5 años de edad por el final del visionado- a observar el abuso y enseñarle que la piel debe ser fuerte, aunque de esa forma le quite la inocencia viendo violencia sobre sus seres queridos.

Los soldados lanzan bombas de gas, rompen a veces las cámaras, arrestan a familiares, a los que ellos creen por sospechosos o porque protestan (incluso a menores de edad que lanzan piedras), evitan las marchas, controlan el pase de los cercos limítrofes, imponen el control, y aunque hay muchos civilizados hay algunos agresivos y hasta producen fallecimientos. En el filme muere Bassem Abu-Rahma conocido como Phil, el elefante, amigo entrañable de Emad, de un disparo fortuito y anónimo que viene al parecer del ejército judío (ya que son los únicos con armas de fuego), y se debe decir que ante el homicidio la inactividad y resistencia pasiva luce inaudita y se ve proclive a que la rompan con una respuesta igual de atroz ya que no es cuestión de valentía, aunque existe superioridad bélica del contrario y una parte de cansancio crónico alrededor de este hecho y de tantos (pensando que han habido dos intifadas, rebeliones armadas, llamados al pueblo palestino a la ofensiva).  La emotividad e indignación salta a la vista, al punto que lo que vemos en reacción no parece suficiente realmente. Si de esa forma continúan es muy natural que ocurran represalias musulmanas del tipo que el mundo cree ver solo en ellos como si fuera una nación de salvajes y enajenados radicales, como si solo fueran terroristas, cuando se debe en parte a un deterioro de su dignidad y al maltrato, como mucho a sentirse sojuzgados y abusados, y pasa de una generación a otra, como Emad inculcándole a su hijo lo que sucede quien tan pequeño con ojos abiertos y sorprendidos se implica en un odio visceral entre dos naciones que desde la antigüedad han compartido el territorio y que hoy en día deben definir una convivencia razonable que desarrolle paz y tranquilidad para alcanzar la ya de por si inefable y escurridiza felicidad.

El filme es orgulloso, no busca ser sentimental, hay un estoicismo muy potente en el ambiente, pero ineludiblemente despierta sentimientos. Le pasa hasta a Emad que como sus hermanos y amigos es arrestado en protestas “inservibles” pero tenaces y continuas, y en una oportunidad llega a cometer una enorme locura, choca bajo una dudosa accidentalidad su vehículo contra un cerco, y tiene que ser auxiliado de emergencia clínica a Tel Aviv donde solo podían salvarle dado la austeridad de su villa. El enardecimiento logra manejarle y casi le cuesta la existencia. Esto le acarreara una deuda económica grande. No se le reconoce como un acto de sacrificio revolucionario ni nada por el estilo, y por ende no hay autoridades buscando votos o aclamaciones que por ello quieran solventar su intervención, hay cierta indiferencia de ellas hacia casos como Bil'in, también seguramente porque son muchos los acontecimientos de queja, e inefectividad, y hay temor a ese enemigo adjunto con el que deben compartir el espacio geográfico pero además porque hay una burocracia, diplomacia y política detrás que inhibe mayores movilizaciones. Y es por eso que son los pobres pobladores, los hombres de a pie los que se levantan, tratan de defenderse aunque con tretas, como edificar en zonas ajenas a ellos para contrarrestar las invasiones (es contra la ley israelí destruir el cemento, entonces se amparan en lo mismo y se improvisan construcciones), hacen reuniones públicas, buscan sensibilizar a los soldados con diálogos humanitarios, llevan y exponen a su hijos (algo trágico).  Una propuesta cinematográfica tan diáfana que duele pero a su vez crea consciencia, y permite ver que del lado palestino también se padece – no solo son ataques terroristas u hombres bomba- y merecen nuestra atención. Esperemos que un día llegue la solución salomónica y definitiva.

lunes, 11 de febrero de 2013

The master

Ésta película fue alabada hasta la extenuación en el Festival de Cine de Venecia 2012. Ganó dos de los premios más importantes, la copa Volpi compartida entre sus dos protagonistas y el león de plata a su director. No obstante se hizo un embrollo en su jurado, liderado por Michael Mann (Heat, 1995) y en donde participaban reconocidos directores como Matteo Garrone, Ari Folman, Pablo Trapero y Ursula Meier entre otros bajo su presidencia, que le dieron el león de oro y luego por una regla en el certamen que impedía que una sola película albergue todos los galardones, se volvió a deliberar y dieron a Pieta de Kim Ki-duk como vencedora. El Oscar no le ha dado la nominación a director a Paul Thomas Anderson ni a mejor película por su obra como debió ocurrir y se ha quedado con 3 para sus actores, Joaquín Phoenix, Philip Seymour Hoffman y Amy Adams. La crítica en general la ha alabado aunque tuvo un revés en Estados Unidos donde se impusieron Argo y Zero Dark Thirty en las premiaciones.

Paul Thomas Anderson es uno de los más atractivos directores que posee Norteamérica. Nos presenta una película sobre la pertenecía a una secta místico filosófica que utiliza la regresión de vidas en el tiempo mediante lo que parece la hipnosis buscando domesticar las emociones y desarrollar un orden científico. Muchos creen ver que alude a la Cienciología pero la historia busca más que la especificidad, el análisis de lo que es vivir a través de una ¿secta?. Para eso, coloca a un acólito y paciente muy reacio a las normas e ideas en general pero dispuesto a encontrar su camino, por la presente historia por medio de la Causa, como se hace llamar la organización de su orador, difusor, argumentador y líder Lancaster Dodd (Philip Seymour Hoffman). El hombre escogido para demostrar las leyes de ese nuevo sistema que cree ser la verdad a difundir y que quiere colonizar a la sociedad es un oficial de la naval que tiene varias condecoraciones (para él intrascendentes ya que su comportamiento lo rige y no es el más apto), pero también tiene problemas psicológicos, producto de secuelas de su participación en la segunda guerra mundial. Posee una proclividad hacia la violencia, una furia muy similar al impulso sexual, por eso se busca entre los métodos el re-ordenamiento de su conducta mediante esa característica, muy dominante en la cultura angloamericana. El marino Freddie Quell (Joaquin Phoenix) es el contrapeso de lo que se intenta, una práctica que se quiere imponer como una de tantas opciones que creen ser la mejor vía. El resultado argumental del filme puede entenderse como el del nihilismo que se ampara en la libertad total como decisión. He ahí la metáfora de la moto en el desierto, uno va hacia un punto, toma la velocidad que desea, es libre como el viento mientras vive la aventura de la existencia, y en ese lugar puede escapar o continuar una senda.

El filme es muy claro, P.T. Anderson no ha dejado hueco suelto y nos ha permitido reflexionar sobre ese buscar en lo exógeno, en el mundo, a través de un amo como dice el maestro refiriendo que nadie puede evitar no tener uno, el hombre se inclina necesariamente hacia una filosofía de vida, tiene un anhelo innato de dirección, de sentido, de esa eterna pregunta ancestral y central, y ésta no la tenemos y por ende salimos a encontrarla con nuestra percepción y aceptación de lo que nos rodea. Es por eso que Quell, un tipo a todas luces primario, salvaje, sexual, indómito, pero perdido, caótico, voluble, limitado de cierta forma, cae como inevitable ejemplo. Sin embargo sí que es audaz su elección (el temor familiar y verlo como un borracho, un incapaz de entender o alguien agresivo carnalmente es algo vastamente a la vista, parece un caso perdido). Quell no es dócil aunque representa el futuro logro de la concepción del ideal (hombres como él son los que yacen afuera en gran proporción y en el fondo gritan por rumbo). Quell parece capaz  de ser domesticado por cierta simpleza y agradecimiento que se intuye en él. Sin embargo no deja de ver desnudas a sus compañeras en las celebraciones caseras y convencionales, no puede contener su enfado llevado a los golpes, ni eludir beber bebidas alcohólicas exóticas, y esto puede ser el sentido anárquico del hombre, su rebeldía invendible, un alegato abierto de ese amparo por la absoluta libertad, por la incapacidad de la búsqueda (queremos y a su vez no podemos obtener la verdad aunque irremediablemente escogeremos a donde ir; en el personaje es la playa, el cuerpo, las sensaciones, el regocijo de la “nada”, algo pequeño por contraposición a esas grandes revelaciones). Quell aunque entiende, llora en un momento cuando se le promete la enemistad si se retira del grupo, no puede dejar de ser él, ese tipo derrotado pero aun así feliz (deja escapar a la mujer que ama, y sigue sonriendo en otras experiencias casuales).

El filme posee muchos simbolismos; evita también el vacío y la precariedad de los elementos en discusión, porque donde hay una elipsis temporal, luego aparece una explicación. Nuestro eje es Quell, dentro de un cuadro que permiten bastante introspección, uno suficientemente enriquecido para proveer distintas ideas. Puede ser algo muy simple o, visto con detenimiento, algo en que complicarse (mucho menos potente en su literalidad). P.T. Anderson resulta honesto, directo y también profundo, complejo. Estamos ante una obra maestra. No es gratuita en ningún momento, uno la siente muy consciente de lo que narra, es rotundamente inteligente, sin alardes, y a su vez no se presenta acérrima en su postura, pero la tiene, y está en la resolución de su protagonista.

Joaquin Phoenix nos recuerda a Daniel Day Lewis, le impone gestos y estética a su papel, lo reviste de una figura, y le imprime emociones constantes, llora y ríe con una facilidad pasmosa, envidiable; posee una naturalidad a ratos insolente, palpable, que puede ser hasta estúpida y no deja de crear esa indispensable seriedad que requiere. Sí que se ciñe a una apariencia marcada pero lo hace desde lo que significa de forma no solo potente, sino valiosa, en una idiosincrasia que interactúa con la dificultad temática, figurativa y argumental. Es un actor terriblemente talentoso que sabe ser efectivamente el centro de atención. Así también Philip Seymour Hoffman, que ha estado en cinco de las 6 películas de P.T. Anderson, y todas demostrando ser un camaleón, un ser de barro que toma la fisonomía que busca el artesano, desde un homosexual de aspecto medio adolescente, a un tipo insoportable en el juego a un matón furibundo. Esta vez es la coherencia, la iluminación, pero con un aire relajado, normal, el tipo bromea, se identifica con el marino, lo cual no es tan típico, bebe también, se excita. Su concepción en su personaje es uno muy humano, más que el de Phoenix que recurre a cierta restricción de forma. Está bastante enriquecido, y sirve mucho porque su papel debe ser el de alguien especial sin que deje de ser reconocible o humilde como les gusta a los norteamericanos, ambos en realidad lo son (excepcionales) pero desde distintas coordenadas. Hay un trabajo notable en la fusión de lo que debió explicarle el director del argumento y lo que es en pantalla, ambos indisolubles. La trama gana con sus actores y ellos con lo que dice el relato. Amy Adams también cae en ese ángulo, esquivando una mirada pobre aun en un estado bastante identificable, la del fanático y compañera activa del guía; ella es fuerte, de convicciones y su determinación se sobrepone a su belleza y por ende fragilidad y superficialidad. Cuando lo masturba es algo sugerente y sin ver nada algo muy concreto en nuestra mente.

Retoma y da una predominancia a lo que ya vio en Pozos de ambición (2007), genera otro desarrollo bajo el mismo pensamiento detrás, mientras demuestra mayor madurez. P. T. Anderson es una apuesta segura de estupendo séptimo arte. Ya desde Hard Eight, Sidney (1996), su debut, una pequeña cinta que aunque aún tímida y en parte predecible yace muy bien articulada, con diálogos bastante naturales y atractivos (por su identificación), los que no buscan ninguna anormalidad, sacando lo mejor de sus actores. También, qué mejor que ver la cinta por antonomasia de Philip Baker Hall. Boogie Nights (1997) y Magnolia (1999) son cintas ambiciosas, corales, entretenidas, referenciales. Su marca en el cine, el talento y la fama. Punch-Drunk Love (2002) es su visión de la comedia (le gusta el humor y prueba de ello es que está casado con la comediante Maya Rudolph con la que tiene tres hijos), que lleva un toque atípico y particular en la broma (inteligente), nadando en lo romántico y en lo que no deja de ser ligero, con un Adam Sandler plasmando su impronta, su extravagante violencia y su ausencia de histrionismo en la comedia, su contradicción visual-verbal. P.T. Anderson recurre a cierta brutalidad y sexo pero le otorga sentido, lo contextualiza, crea una lectura, de ahí su ingenio, le saca la vuelta a su banalización, y la mejor prueba está en The Master, que lleva un contundente filtro de la naturaleza humana, y valga la redundancia ya sabemos cómo llamarle.

miércoles, 6 de febrero de 2013

Silver Linings Playbook


David O. Russell regresa dos años después de The fighter (2010) a competir en los Oscar, ostenta 8 nominaciones, 1 más que su anterior participación en la que su película logró alzarse con 2 estatuillas, una para Christian Bale y otra para Melissa Leo en actores de reparto. Esta vez los 4 puestos a interpretaciones están convocados y es una hazaña que se repite tras treinta años que no sucedía, desde Reds (1983) de Warren Beatty.

El filme es una comedia romántica que no evita serlo desde luego, y sería una mala crítica decir que trate de no seducirnos con algo de sencillez, buena onda, algo de comedia ligera y afecto que son los atributos generales de este subgénero, sin embargo para hacer la diferencia logra no regodearse en el lugar común mientras es efectiva en su idiosincrasia, es lo que tiene que ser pero con más ingenio, cierta originalidad, buena estructura y un valor rescatable de complejidad de lo que se acostumbra y por ello que la tengamos postulando a los premios de la Academia. Su primera hora está bastante creativa (desde lo identificable) y atractiva hacia un paso más allá de ser solo para románticos y asiduos al actual entretenimiento light por antonomasia, con un tipo al que conocemos como Pat (Bradley Cooper) que es bipolar y atraviesa ciertos conflictos en su vida, es un perdedor que trata de resarcirse y tomar camino (en lo más primario e indispensable, pareja, optimismo o amor por existir y estabilidad emocional), estando desempleado (no es tampoco que sea un tipo con muchas ambiciones), tratando de manejar problemas mentales de adaptación social (a los que él mismo parecía no reconocer y estar en un estado con algunos exabruptos y alteración, pero después vemos que sí, la carta que escribe al final nos lo confiesa, sobre un tiempo que tiene pensando en su estabilidad afectiva de la que parten todos sus problemas y desequilibrios, así lo enfoca y resuelve el filme) y con una orden de restricción de no acercarse a su esposa a la que hallo teniendo sexo en la ducha con otro hombre al que golpeó naturalmente enardecido, y eso le llevó a ser recluido por 8 meses en una institución mental por mandato de un juez.

El filme luego inevitablemente pierde fuelle, no se vuelve insoportable pero pierde el encanto primigenio y ya no asume el estado bipolar, lo simplifica bastante, y es que el filme lo ve de forma bastante superable y es una opción que tampoco resulta desestimable (no es un filme trágico ni dramático recordemos), al final es algo que se trata de que uno se recomponga en una introspección personal y asumida, cambie dirección, encuentre nuevos motivos, se calme y sea más pacífico y vea el lado bueno de las cosas como reza el título en español. Los miedos psíquicos no son abordados con la profundidad necesaria –aunque una canción alude idóneamente a ello, solo eso- y la medicación es superflua –la toma cuando le da la gana-. La salida es el amor, en ello yace el vínculo con una mujer, Tiffany (Jennifer Lawrence) que también tiene problemas de sociabilización que la han llevado a recibir pastillas pero en ella es algo menos conflictivo, muy cool como se luce en el diálogo en la mesa (parecen dos freakys que se echan el chiste de su extravagancia), y se resuelve también con bastante sencillez, una muerte muy íntima implica un pequeño trauma, que le acarrea  a ella volverse una especie  de adicta al sexo casual, se acuesta con 11 hombres de su trabajo, y cuando ve a Pat no parece la excepción (qué valiente él, resistirse a esta completa belleza, joven pero madura e inteligente, sumamente guapa, de cuerpo atlético y segura de sí aunque eso no lo vea aun al tener una obsesión  –no tan lógica vista con detenimiento y eso el filme permite verlo-). Y del rechazo nace una secreta –y no tanto para el espectador- atracción y una personal reflexión que también le redirige y le permite salir de su atolladero, una unión en que se siente pronta a ser valorada (una constante en un mundo donde amplifica lo sexual), algo que no halla con facilidad. Aparentemente ella parece ser una mujer del montón, un buen polvo eso sí pero de una noche (o de un par), sin embargo es su desequilibrio emocional el que oculta lo maravillosa que es como persona, y en su compenetración y conocerse (tranquilos, mediante trotes diarios, diálogos punzantes por ambos lados –el por enfermedad, sin la gracia y el filo audaz de As good as it get (1997) dejemos en claro aunque se viene a idea, y ella por inteligencia-  y el pretexto de un concurso de baile, no es que tampoco Russell reinvente la comedia romántica debemos acotar pero pues juega bien sus fichas; junto con lo importante de que hay química, nada complicado con Jennifer Lawrence que es extremadamente espontánea y dotada para la película). Todo se va gestando gracias al buen tacto y visión de Tiffany que sabe lo que quiere una vez que siente el flechazo (el que le digan que no), y es entendible, la nueva mujer de siglo XXI -si me permiten la falta de pudor en el habla- son más de acción y practicidad que de otra cosa. Y lo ve como el príncipe que le va a llenar el vacío que siente, la va a complementar, sin esfuerzo, muy natural aun no siendo del todo fácil lograrlo, es la otra mitad como espeta el cliché, aunque no sean los típicos ejemplos al uso, y esa rotunda imperfección fuera de que sean muy atractivos los dos es la que los acerca –aparte de la ironía, que no es para tanto y creo que es flagrante en su inocencia, de que él la ve más loca a ella- y los hace verse en el contrario, ella lo anticipa, los defectos son como heridas de guerra. Tiffany lo busca pero parece que él la necesita más, y realmente están a la par.

Es un filme muy simplificador, muy alegre a fin de cuentas, sí, la bipolaridad ya está presentada y adaptada al contexto (ya es una rasgo de esa personalidad que relacionamos con el protagonista), que recurrir a ella continuamente  o sobreexplotarla explícitamente cambiaría el sentido del filme, recordemos siempre el título que es muy determinante en lo que encontraremos, y se busca movilidad, pero eso de todas formas hace que pierda el poder de su trama para ir a otra parte (que hay que decir que yace dentro de su propia coherencia). De llegar a ser golpeado por su padre tras derribar accidentalmente por una mala reacción a su madre o de gritar alterado en medio de la madrugada por una nimiedad –que comparto sin enardecimiento por supuesto, el desenlace de Adiós a las armas de Ernest Hemingway es lo más ilógico que uno puede imaginar, léase la metáfora del filme, no estamos para ese tipo de desasosegantes e inesperadas tragedias- pasa a ser casi invisible a comparación de su primera mala e imprevisible conducta, a verse como un sujeto bastante estable, capaz de pensar dos veces sobre las consecuencias  de su conducta (algo en cierta medida razonable pero claramente insuficiente, aunque la existencia es impredecible por lo que démosle el beneficio de la duda, porque es un caso especial y ha pasado por mucho, viniendo de un procesamiento mental), y bueno el filme termina usando momentos menos impresionantes en su segunda parte, el hermano llamándole perdedor en contraposición de sí como triunfador no es del todo inverosímil pero parece una carta demasiado abierta, la apuesta que luego se normaliza (y resulta mejor así) está bien pero va sobre agua muy conocida (pero es tan perspicaz el director que echa a bromear con el resultado de la calificación, de ese penoso 5, y ahí uno recuerda Pequeña Miss Sunshine (2006), no tan loser y desenfadada en su escena de baile pero igual de limitada en cuanto a sus cambios de ritmo musical). Russell en algunos momentos claves trata de zafarse  de ello y resulta innecesario en parte, naciendo la pregunta, ¿hasta qué punto la originalidad ataca la naturalidad? y esa será siempre una lucha eterna, un requerimiento del éxito de que una película sea vista como obra maestra, y habrá cosas que no se puedan evitar como otras que transformar. El padre explicando que debe ir por ella o él diciendo que su amor no es de golpe sino ya lo sentía y lo veía de un tiempo atrás, como sería en la realidad.

En el filme hay tres tipos de locura, la de Pat que hay que curar, desde enfocar la vida más que observarla como una enfermedad, que es lo que hace el relato, la de Tiffany desde la que todos aceptan y quieren hasta emular, y la del personaje de Robert De Niro, que es la que a él mismo no le importa, que es tal cual, que ni le pasa por la cabeza algún arreglo, y parece más común de lo que creemos, sus supersticiones y sus arrebatos de violencia los siente muy justificados, pero el fanatismo por su equipo es bastante irracional. La escena en que Tiffany explica con estadísticas que estar en compañía suya es algo que brinda suerte más que lo contrario es de las más curiosas y audaces que alguien puede darle a un tipo raro, como jugar con sus propias reglas. Para ello Lawrence es lo mejor del filme, ella se empapa en su interpretación, resulta fuerte, atrevida y debajo destila sensibilidad y carisma; lo contiene en repetidas oportunidades. Vuelve a lograr el mismo nivel superior de actuación precedente en cada intervención de ésta trama, como si fuera un alarde de contundencia, de asimilación, nada de migajas ni de contados estados sublimes, ella es fehaciente, y sin duda  esa persona de la que se reviste no sería ni la mitad de encantadora en la vida real sino fuera por su compenetración y su participación. Su enojo y reacción en el café, otro punto potente del filme, memorable,  la colocan como una de las mejores actrices que Hollywood tiene para ofrecer. 

Chris Tucker siempre me ha parecido insoportable, su voz chillona y su comedia me hacían creer que su mejor actuación era la de Jackie Brown (1997) donde  solo sirve para que lo metan en la cajuela de un carro y le metan dos tiros, sin embargo parece reivindicarse con un papel simpático en este filme, y sin dejar de ser afroamericano pero uno mejorado. En cambio Jacki Weaver a la que como no adorar en Animal Kingdom (2010), que para quien escribe entregó la mejor actuación de las nominadas en su categoría ese año, está muy endeble. No entiendo que le ha hecho yacer nuevamente nominada. No ha hecho nada. De Niro está bastante bien pero mucho menor de lo que se suele mencionar, tiene un papel secundario peculiar y visible pero nada del otro mundo en realidad. Y Bradley Cooper está cada vez mejor, más que cumplidor y si sigue en esa forma se convertirá en un estupendo actor, que todavía se siente que le falta, aunque definitivamente ya es una estrella.

El filme es típico americano, pero enarbola una cotidianidad gringa de la que suele convertirnos en cómplices, casi sin darnos cuenta (incluso habiendo football americano, algo que no ha calado en el mundo, que no se suele practicar como deporte en general pero que es muy nacionalista). Arte del que solemos alimentarnos en una cultura universal aprendida desde sus canteras cinematográficas, porque suele entretenernos ya que lleva todo lo que suele tocarnos como seres humanos, romance, felicidad, superar problemas, vivir la familia (algo más latino) y no preocuparnos tanto, y poder ver el lado positivo de las cosas, ya que ciertamente para males la vida misma.

lunes, 4 de febrero de 2013

Lincoln



Encabeza las nominaciones al Oscar 2013 con 12 estatuillas, Steven Spielberg vuelve a la carga con una propuesta de peso. Si el año pasado tenía 6 y realmente no parecía tan competitivo (tampoco se alzó con ningún premio de la Academia), en esta oportunidad sus cartas han cambiado y se presenta con sólidas posibilidades de triunfo. Su filme que se titula como el decimosexto presidente de Estados Unidos el cual cumplió con la hazaña de abolir la esclavitud, Abraham Lincoln, es una mirada política de la gestión que llevo a cabo la consolidación de la decimotercera enmienda, mandato que legalizó bajo la constitución estadounidense la libertad de los negros a la par de una sangrienta guerra civil que sirvió para sostener y concluir el ideal de igualdad que anheló este gran hombre desde que pequeño en una granja por medio de su padre y del entorno percibió el sufrimiento de otros seres humanos.

Decidido por todos los medios a llegar hacia su meta, el filme nos muestra como lo logró, y no es una biografía al uso sino que se aboca a un contexto determinado poco antes de concluir la guerra –que ya no tenía sentido una vez que se alcanzó la abolición esclavista, sostén económico, social y político del sur americano que se vislumbraba dividido antes del llamado oficial separatista-, pero dejando ver quien es, parte de su pasado y decisiones, a sus seres queridos, sus leales seguidores y compañeros, su personalidad, su pensamiento.

En el filme se da todo el manejo político que tuvo que movilizar Lincoln y su grupo de allegados y entendidos en la materia a sus órdenes, su inteligencia para el derecho y sus mecanismos, el lado sucio de la negociación y las respectivas aprobaciones, su cariz y seguridad de líder, entendiendo el poder que emanaba y que buscaba, que impuso, mediante su participación activa, su quehacer comprometido y regente. En todo momento aunque luce campechano, simpático, calmado, hasta gracioso con la narración de anécdotas, pero también en parte cansado y envejecido, se da como el ejecutor supremo, el artífice general que dirime y delega, que está en la cancha, como en una misión personal, en donde se recalca su predominancia, consciente de lo que se necesita, de hasta dónde puede y debe llegar, y no se trata de un símbolo –fuera de su naturaleza intrínsecamente legendaria- sino en lo que se ha plasmado en algo práctico, fehaciente. Y que va en la dirección de lo que conocemos popularmente como la política (su verdadera cara), ese lugar donde se trabaja bajo cierta corrupción, audacia, perspicacia, trampa, mentira, control, compra de votos, y todo lo que conlleve el éxito de lo que se pretende, sin tapujos, de una impudicia tras bambalinas, que en la trama histórica el fin (vastamente loable) justifica los medios. Y es que en la actualidad hay una vocación de realismo, neutralidad y naturalidad para exhibir algunas faltas al ideal humano –así como suena- o la probidad de la teoría, de la ilusión, del ejemplo, del valor máximo. La transparencia se difunde como síntoma de una contemporaneidad menos inocente, y muchos verán una trasgresión imperdonable, un alegato de cierta pobreza representativa, pero también que el cine es una auscultación que trata de ser veraz, y en realidad hay que asumir los hechos, que no es una apología sino el reflejo de un mundo tal cual, sin hipocresía, y cada quien es libre de juzgarlo (no obliga ninguna complicidad temática ni ideológica, y puede haber naturalmente una reprobación), tan válido como ponerse a fabular, a aparentar o a pontificar si lo vemos por otro lado despectivamente.

El filme deja en claro que a veces no hay otra salida (Lincoln debe cargar con cierta contradicción, explicada literalmente por boca suya), como en el caso del congresista Thaddeus Stevens (Tommy Lee Jones) que tiene que negar –al callar, en medio de un truco de ironizar audazmente sobre un congresista contrario- que cree en la igualdad primigenia y divina de todos los hombres  para solo verlo como un orden legal que refrenda el pensamiento hegemónico de la época de que los afroamericanos son inferiores como raza, pero que cumple con lo que se ansía, que gente de color como su secreta pareja amorosa, su ama de llaves, puedan yacer lejos de la esclavitud como ciudadanos jurídicos. Incluso Lincoln sabe que la guerra, el sacrificio y el fratricidio resulta irremediable e indispensable, la muerte de miles de hombres –que lo impresionan, y le pesan, en su cabalgata donde hay multitud de cadáveres regados o en sus visitas a lo amputados soldados- son necesarios por la causa que enarbolan, y de eso que muchos ven a un hombre cruel que se impone por la fuerza (el filme juega a no encasillarnos en una sola postura o nos da la posibilidad de intuir o de crear ideas, mientras quiebra, refuta o muestra complejidad, pudiendo llegarse a entender a los distintos bandos o al asesinato del propio Lincoln, como con su mujer Mary Todd –Sally Field- que se apena por el  limitado recuerdo que cree quedará de su persona en una cierta perspectiva que la tacha de demente y de carga –ante un hijo muerto y uno por cuidar, dos posturas-, o en otro momento en que se recrimina su estancia en el manicomio dispuesta por Lincoln, con lo que se dan en la trama variedad de alegatos distintos, en que la figura del presidente siempre está por encima del resto en cuanto a aceptación pero que luce en cierta parte discutible).

El filme nos remite a una honestidad e historicidad mucho más contundente de la que creemos, sí siendo proclives a entender que la historia es menos bella por naturaleza. Lincoln es grande por su entrega a su meta, y en él sabemos que su fortaleza no venía de regalo ni en lo fácil, se debía a romper huevos en el camino, y con ello el filme logra credibilidad, argumenta con solidez en dicha veracidad, desmitifica y a la vez -aunque suene paradójico- engrandece al líder, porque lo muestra como un hombre, viendo qué debió hacer, como se concibió algo concreto, algo tan memorable y admirable que dejo huella en la trasformación de su país.

El filme es atrevido a un punto pero cálido en su forma, en su estructuración, lleva toda la mano de Spieberg que hace el relato muy sencillo de ver y de entender, todo el proceso está simplificado y se hace ameno en lo posible, ya que lo que cuenta remite a cierta lentitud y agotamiento, un filme que se aboca a lo político cansa y molesta pero en éste director se hace mucho más manejable (maestro de lo masivo, cuando quiere con sustancia, y siempre con diafanidad), pero claro es algo pesado y largo por esencia lo que se nos narra.  Sin embargo no faltan los ratos de entusiasmo, los relajos (las historias de Lincoln, las visitas a los compinches a su mando, los toques de sensibilidad al personal con algún toque en la espalda o en el rostro), los espacios ligeros cómicos (uno que recuerde es el del emisario escapando bobamente de un votante armado en el mismo sur o el irónico con el hijo menor de 15 años vestido de militar), los ineludibles dramatismos (en el conteo y el conocimiento oficial del voto, una hazaña ya que se esperaba todo un alarde de efectismos en este lugar y se contuvo) y excitaciones (bien diseñadas, sobre todo en esa riqueza del intercambio verbal de los parlamentarios, una de las recreaciones más vivas, importantes y logradas). Es un filme visceral y emotivo como suele ser característica de Spielberg pero mucho más contenido por temática, aunque nunca llega a ser frío ni por asomo y esto pudo serlo tranquilamente.  Un filme que queriendo ser político – lo es y de esto que a muchos no les guste- logra ser afable y tener un ritmo decente (Argo es una maravilla pero no tiene el encandilamiento político de Spielberg –y lo digo como descripción, no que una sea mejor, que ya depende del espectador-  que se mete de lleno), y si se supera la predisposición inicial, y se tiene paciencia con su historia de congresos, enmiendas y votaciones logra verse que también puede ser entretenido, que en ello hay una lucha que no deja de plantear una trama seria pero pegada a ser recibida por un público amplio.

El personaje que construye Daniel Day-Lewis tiene carne, tiene sangre, es real, lo puedes asimilar, lo puedes concebir, no es una figurita mítica e intocable, está humanizado,  está vivo, y sin duda ahí hay mucho ingenio detrás, se le da forma con detalles en su personalidad, físicamente también se luce muy bien, y no llega a ser ningún maniquí tampoco, lo vemos en todo momento suelto, yace para que lo veamos bajo toda luz, aunque se esconde un poco en ciertos gestos. Day Lewis le da coherencia y solvencia, mantiene rasgos gestuales y típicos muy recurrentes, su andar, su curvatura, su delgadez, a ratos cierra mucho los ojos, parece meditabundo, cabizbajo, tiene un aire de fisonomía tímida o algo débil pero que ostenta un corazón fogoso y un carácter muy seguro y poderoso, sus diálogos exhiben un acondicionamiento que crean un contraste de ambición, locuacidad y determinación, se percibe una construcción tanto interior como externa parejas en su logro pero de forma disímil (un viejo de espíritu ganador), no parece alguien común pero está fijo desde la realidad, no llega nunca a la sobreactuación porque su calma es rotunda (y llega a expresar alguna efusividad, como la cachetada al hijo o algún discurso intenso), hay mucho dominio escénico, pero se ve que hay marcas en su apariencia que se exaltan a la vista y en su recuerdo puede afectar como una manipulación de cariz de cierto exceso. Loable Day-Lewis, que grande su responsabilidad, y sabe hacerlo como los grandes, como uno de los mejores actores de la actualidad. El resto brilla también con luz natural, Tommy Lee Jones siempre dotado como un gran argumentador, un tipo de palabras, su físico no siempre se ajusta pero su rasgo comunicativo tan fresco lo elevan y nos induce a la concentración, a adoptarlo enseguida. Sally Field no siempre me impresiona, aunque es una buena actriz, un poco menospreciada, en dicha representación logra darle vitalidad a un físico que la hacen ver mayor –aquí a la inversa, hay que robarle años y no hacerla incompatible al marido, siendo bien planteada la atracción sensual y afectiva con sutilidad y con pinceladas, pegándose a un cierto respeto que se articula en un arcaísmo temporal- pero que vuelve en el tiempo con su espontaneidad, su naturalidad, presentando emotividad, gracia y una preocupación en el lugar justo, muy bien reflejado. Y hay más, los irreconocibles James Spader y Bruce McGill, los talentosos Jackie Earle Haley y John Hawkes, junto con secundarios de lujo con Hal Holbroo y David Strathairn, y un poco desapercibido pero correcto, con un rato de repunte cuando quiere unirse al ejército en el hospital, en Joseph Gordon-Levitt.

El desenlace es un toque de arte y de autoría, el teatro que no es, el que evita la cámara, semejante a aquel deseo de Lincoln de ir a la tierra prometida, como si se nos revelara algo que no sabíamos y así ha sido con esta historia conocida.