Encabeza las nominaciones al Oscar 2013 con 12 estatuillas, Steven Spielberg vuelve a la carga con una propuesta de peso. Si el año pasado tenía 6 y realmente no parecía tan competitivo (tampoco se alzó con ningún premio de la Academia), en esta oportunidad sus cartas han cambiado y se presenta con sólidas posibilidades de triunfo. Su filme que se titula como el decimosexto presidente de Estados Unidos el cual cumplió con la hazaña de abolir la esclavitud, Abraham Lincoln, es una mirada política de la gestión que llevo a cabo la consolidación de la decimotercera enmienda, mandato que legalizó bajo la constitución estadounidense la libertad de los negros a la par de una sangrienta guerra civil que sirvió para sostener y concluir el ideal de igualdad que anheló este gran hombre desde que pequeño en una granja por medio de su padre y del entorno percibió el sufrimiento de otros seres humanos.
Decidido por todos los medios a llegar hacia su meta, el
filme nos muestra como lo logró, y no es una biografía al uso sino que se aboca
a un contexto determinado poco antes de concluir la guerra –que ya no tenía
sentido una vez que se alcanzó la abolición esclavista, sostén económico,
social y político del sur americano que se vislumbraba dividido antes del
llamado oficial separatista-, pero dejando ver quien es, parte de su pasado y
decisiones, a sus seres queridos, sus leales seguidores y compañeros, su
personalidad, su pensamiento.
En el filme se da todo el manejo político que tuvo que
movilizar Lincoln y su grupo de allegados y entendidos en la materia a sus órdenes,
su inteligencia para el derecho y sus mecanismos, el lado sucio de la
negociación y las respectivas aprobaciones, su cariz y seguridad de líder,
entendiendo el poder que emanaba y que buscaba, que impuso, mediante su
participación activa, su quehacer comprometido y regente. En todo momento aunque
luce campechano, simpático, calmado, hasta gracioso con la narración de anécdotas,
pero también en parte cansado y envejecido, se da como el ejecutor supremo, el artífice
general que dirime y delega, que está en la cancha, como en una misión personal,
en donde se recalca su predominancia, consciente de lo que se necesita, de
hasta dónde puede y debe llegar, y no se trata de un símbolo –fuera de su
naturaleza intrínsecamente legendaria- sino en lo que se ha plasmado en algo
práctico, fehaciente. Y que va en la dirección de lo que conocemos popularmente
como la política (su verdadera cara), ese lugar donde se trabaja bajo cierta
corrupción, audacia, perspicacia, trampa, mentira, control, compra de votos, y
todo lo que conlleve el éxito de lo que se pretende, sin tapujos, de una
impudicia tras bambalinas, que en la trama histórica el fin (vastamente loable)
justifica los medios. Y es que en la actualidad hay una vocación de realismo,
neutralidad y naturalidad para exhibir algunas faltas al ideal humano –así como
suena- o la probidad de la teoría, de la ilusión, del ejemplo, del valor
máximo. La transparencia se difunde como síntoma de una contemporaneidad menos
inocente, y muchos verán una trasgresión imperdonable, un alegato de cierta pobreza
representativa, pero también que el cine es una auscultación que trata de ser
veraz, y en realidad hay que asumir los hechos, que no es una apología sino el
reflejo de un mundo tal cual, sin hipocresía, y cada quien es libre de juzgarlo
(no obliga ninguna complicidad temática ni ideológica, y puede haber naturalmente
una reprobación), tan válido como ponerse a fabular, a aparentar o a pontificar
si lo vemos por otro lado despectivamente.
El filme deja en claro que a veces no hay otra salida (Lincoln
debe cargar con cierta contradicción, explicada literalmente por boca suya),
como en el caso del congresista Thaddeus Stevens (Tommy Lee Jones) que tiene
que negar –al callar, en medio de un truco de ironizar audazmente sobre un
congresista contrario- que cree en la igualdad primigenia y divina de todos los
hombres para solo verlo como un orden
legal que refrenda el pensamiento hegemónico de la época de que los
afroamericanos son inferiores como raza, pero que cumple con lo que se ansía,
que gente de color como su secreta pareja amorosa, su ama de llaves, puedan
yacer lejos de la esclavitud como ciudadanos jurídicos. Incluso Lincoln sabe
que la guerra, el sacrificio y el fratricidio resulta irremediable e
indispensable, la muerte de miles de hombres –que lo impresionan, y le pesan, en
su cabalgata donde hay multitud de cadáveres regados o en sus visitas a lo
amputados soldados- son necesarios por la causa que enarbolan, y de eso que muchos
ven a un hombre cruel que se impone por la fuerza (el filme juega a no
encasillarnos en una sola postura o nos da la posibilidad de intuir o de crear
ideas, mientras quiebra, refuta o muestra complejidad, pudiendo llegarse a entender
a los distintos bandos o al asesinato del propio Lincoln, como con su mujer Mary
Todd –Sally Field- que se apena por el limitado
recuerdo que cree quedará de su persona en una cierta perspectiva que la tacha
de demente y de carga –ante un hijo muerto y uno por cuidar, dos posturas-, o en
otro momento en que se recrimina su estancia en el manicomio dispuesta por
Lincoln, con lo que se dan en la trama variedad de alegatos distintos, en que
la figura del presidente siempre está por encima del resto en cuanto a
aceptación pero que luce en cierta parte discutible).
El filme nos remite a una honestidad e historicidad mucho
más contundente de la que creemos, sí siendo proclives a entender que la historia
es menos bella por naturaleza. Lincoln es grande por su entrega a su meta, y en
él sabemos que su fortaleza no venía de regalo ni en lo fácil, se debía a romper
huevos en el camino, y con ello el filme logra credibilidad, argumenta con
solidez en dicha veracidad, desmitifica y a la vez -aunque suene paradójico- engrandece
al líder, porque lo muestra como un hombre, viendo qué debió hacer, como se
concibió algo concreto, algo tan memorable y admirable que dejo huella en la trasformación
de su país.
El filme es atrevido a un punto pero cálido en su forma, en
su estructuración, lleva toda la mano de Spieberg que hace el relato muy
sencillo de ver y de entender, todo el proceso está simplificado y se hace
ameno en lo posible, ya que lo que cuenta remite a cierta lentitud y
agotamiento, un filme que se aboca a lo político cansa y molesta pero en éste
director se hace mucho más manejable (maestro de lo masivo, cuando quiere con
sustancia, y siempre con diafanidad), pero claro es algo pesado y largo por
esencia lo que se nos narra. Sin embargo
no faltan los ratos de entusiasmo, los relajos (las historias de Lincoln, las
visitas a los compinches a su mando, los toques de sensibilidad al personal con
algún toque en la espalda o en el rostro), los espacios ligeros cómicos (uno
que recuerde es el del emisario escapando bobamente de un votante armado en el
mismo sur o el irónico con el hijo menor de 15 años vestido de militar), los ineludibles
dramatismos (en el conteo y el conocimiento oficial del voto, una hazaña ya que
se esperaba todo un alarde de efectismos en este lugar y se contuvo) y
excitaciones (bien diseñadas, sobre todo en esa riqueza del intercambio verbal
de los parlamentarios, una de las recreaciones más vivas, importantes y
logradas). Es un filme visceral y emotivo como suele ser característica de
Spielberg pero mucho más contenido por temática, aunque nunca llega a ser frío ni
por asomo y esto pudo serlo tranquilamente. Un filme que queriendo ser político – lo es y
de esto que a muchos no les guste- logra ser afable y tener un ritmo decente (Argo
es una maravilla pero no tiene el encandilamiento político de Spielberg –y lo
digo como descripción, no que una sea mejor, que ya depende del espectador- que se mete de lleno), y si se supera la predisposición
inicial, y se tiene paciencia con su historia de congresos, enmiendas y
votaciones logra verse que también puede ser entretenido, que en ello hay una
lucha que no deja de plantear una trama seria pero pegada a ser recibida por un
público amplio.
El personaje que construye Daniel Day-Lewis tiene carne,
tiene sangre, es real, lo puedes asimilar, lo puedes concebir, no es una figurita
mítica e intocable, está humanizado, está vivo, y sin duda ahí hay mucho ingenio
detrás, se le da forma con detalles en su personalidad, físicamente también se
luce muy bien, y no llega a ser ningún maniquí tampoco, lo vemos en todo
momento suelto, yace para que lo veamos bajo toda luz, aunque se esconde un
poco en ciertos gestos. Day Lewis le da coherencia y solvencia, mantiene rasgos
gestuales y típicos muy recurrentes, su andar, su curvatura, su delgadez, a
ratos cierra mucho los ojos, parece meditabundo, cabizbajo, tiene un aire de fisonomía
tímida o algo débil pero que ostenta un corazón fogoso y un carácter muy seguro
y poderoso, sus diálogos exhiben un acondicionamiento que crean un contraste de
ambición, locuacidad y determinación, se percibe una construcción tanto
interior como externa parejas en su logro pero de forma disímil (un viejo de espíritu
ganador), no parece alguien común pero está fijo desde la realidad, no llega
nunca a la sobreactuación porque su calma es rotunda (y llega a expresar alguna
efusividad, como la cachetada al hijo o algún discurso intenso), hay mucho
dominio escénico, pero se ve que hay marcas en su apariencia que se exaltan a
la vista y en su recuerdo puede afectar como una manipulación de cariz de
cierto exceso. Loable Day-Lewis, que grande su responsabilidad, y sabe hacerlo
como los grandes, como uno de los mejores actores de la actualidad. El resto
brilla también con luz natural, Tommy Lee Jones siempre dotado como un gran
argumentador, un tipo de palabras, su físico no siempre se ajusta pero su rasgo
comunicativo tan fresco lo elevan y nos induce a la concentración, a adoptarlo
enseguida. Sally Field no siempre me impresiona, aunque es una buena actriz, un
poco menospreciada, en dicha representación logra darle vitalidad a un físico
que la hacen ver mayor –aquí a la inversa, hay que robarle años y no hacerla
incompatible al marido, siendo bien planteada la atracción sensual y afectiva
con sutilidad y con pinceladas, pegándose a un cierto respeto que se articula
en un arcaísmo temporal- pero que vuelve en el tiempo con su espontaneidad, su naturalidad,
presentando emotividad, gracia y una preocupación en el lugar justo, muy bien
reflejado. Y hay más, los irreconocibles James Spader y Bruce McGill, los
talentosos Jackie Earle Haley y John Hawkes, junto con secundarios de lujo con Hal
Holbroo y David Strathairn, y un poco desapercibido pero correcto, con un rato
de repunte cuando quiere unirse al ejército en el hospital, en Joseph
Gordon-Levitt.
El desenlace es un toque de arte y de autoría, el teatro que
no es, el que evita la cámara, semejante a aquel deseo de Lincoln de ir a la tierra
prometida, como si se nos revelara algo que no sabíamos y así ha sido con esta
historia conocida.