martes, 28 de febrero de 2017

Rester vertical

Competidora por la palma de oro del festival de Cannes 2016, la última película del francés Alain Guiraudie tiene más trama que su anterior película, El desconocido del lago (2013), y son las vicisitudes de un tipo, Leo (Damien Bonnard), un citadino que se siente atraído por el campo, por la naturaleza, como lo muestra su asistencia regular con una extraña terapeuta naturista, esa a la que visita sumergido de pronto dentro de una selva, como inmerso en un sueño, en un viaje surrealista en canoa. Son vicisitudes y ocurrencias, más que la construcción convencional de una historia, como se acostumbra en buena parte del cine arte. Leo, un guionista en busca de inspiración y dinero, decide ir al campo y tras discutir –tener opiniones encontradas- con una pastora de cabellos rubios tiene una aventura con ella, y termina teniendo un hijo. Ella cansada, ya tiene 2 niños y le aburre el campo, lo abandona, y es cuando Leo empieza a tratar de sobrevivir con el bebé y a conocer a un par de personajes, la pareja de un viejo renegón que vive encerrado en su casa y su muchacho novio al que suele maltratar verbalmente. 

No hay que olvidar cual es la tendencia sexual de Guiraudie y lo que le interesa mostrar, abunda la homosexualidad expuesta en total libertad, y quizá nos parezca irreverencia por una parte, aunque se trata más bien de su mundo. También suele ser muy explícito en sus escenas sexuales, a lo que incluye ésta vez mostrar un parto con pelos y señales. No soy muy entusiasta del cine de éste director francés, pero lo abordo en mi vocación ecléctica por el cine, además de que Guiraudie está muy bien catalogado por un pequeño sector de la crítica que lo cree de culto. Tampoco es poca cosa ser parte de la selección oficial del festival más importante del mundo, el festival de Cannes, es una buena carta de presentación. Su cine no es maravilloso, pero tiene su interés y curiosidad. Tiene sentido del humor y expone mucho sin rodeos su tendencia sexual, como pasaba en El desconocido del lago, lo que curiosamente le encanta a una parte de la crítica. No obstante, en absoluto niego que en general tenga su cuota de arte. 

El filme tiene una narrativa de esas que uno no sabe dónde va a acabar, tiene también una manera “particular” de ver el mundo. Vemos que el sexo y la liberalidad no es gran cosa para ninguno de sus personajes, saltan de la heterosexualidad a la homosexualidad sin que se les mueva un pelo de la cabeza. Leo llega a cumplirle el último deseo a un amigo, el de un suicidio asistido, donde se acuesta con él, tras que el hombre y anciano bebe algo para morir. La escena no presenta muchos adornos, pero yace dentro de una especie de celebración, con música rock y algunos pocos toques románticos. El filme implica una escena (semi)explicita al respecto. Aparte, en otra escena, se enseña la vulva de Marie (India Hair), la pastora, en primer plano.

En cuanto a la historia, se trata del vagabundeo de Leo con su recién nacido, como quien debe vencer las adversidades de la vida, que incluye la falta de dinero. Más tarde veremos lobos (de los que se habla mucho y producen odio como fascinación), y se oye la mención que para subsistir contra ellos deben mantenerse firmes, proponiendo una analogía bastante clara.

En otro momento Leo pasa por ser atacado por indigentes de la calle, quedando desnudo al aire libre. Guiraudie tiene estas ocurrencias, pero lo que me suena imperdonable es que Leo termine muy suelto de huesos con el abuelo de su hijo, adaptándose a su proposición sexual a cambio de un hogar, cuando antes éste granjero se presenta como abusador. El filme no es para cualquiera, a muchos yo diría que no, aunque hay quienes lo creen parte de un dotado cine arte y lo celebran. Ni una cosa ni otra, sólo un cine curioso, con altibajos, escenas secas explicitas sexuales, bajo una filosofía de vida distinta y una narrativa “impredecible”. 

Manchester by the Sea

Un conserje antisocial, hermético y dejado/agobiado del mundo recibe la noticia de que su hermano ha muerto finalmente (tenía el tiempo contado), y le deja a su cuidado a su sobrino adolescente, a Patrick (Lucas Hedges, que luce maravillosamente espontáneo), por lo que debe volver a su pueblo natal, Manchester by the Sea, donde le espera un profundo dolor -que prácticamente ha destruido su alma- y un traumático recuerdo, que unos potentes flashbacks nos revelara, desnudará todos sus vínculos afectivos, a través de flashbacks que por rara vez son más que decorativos o de mínima repercusión en la trama, sino que complejizan la narrativa dramática, funcionan al mismo nivel que la línea central del presente.

Lee Chandler (Casey Affleck), amaba a su hermano mayor (Kyle Chandler), con el que tenía un fuerte vínculo, que llegaba hasta su hijo Patrick, reflejado en el salir de pesca y disfrutar del mar en un barco familiar, y es cuando le avisan de él que no duda en correr a verlo a Manchester by the sea, a pesar de la triste historia que tiene en ese lugar y de la que quiere pero no puede escapar. El filme evita ser lacrimógeno por el tipo de protagonista que tiene, que expresa su dolor no relacionándose con mujeres (se queda mudo en su compañía), peleando en el bar por tonterías, viviendo austeramente y lejos de Manchester by the sea, y mediante una indiferencia del que solo rueda por el mundo, pero es con el retorno y su interrelación con la gente de su pueblo natal que conoceremos qué es lo que le mortifica, oíremos del pasado que lo tiene hundido. Hay que entender que tenemos entre manos una historia de esas que suelen buscar exprimirle el corazón al espectador, sin embargo, el director, dramaturgo y guionista Kenneth Lonergan se las arregla para bajarle, controlar, balancear, el nivel de sentimentalismo del filme, sólo perdonándole una recurrente música conmovedora de acompañamiento – en  manos de la compositora canadiense Lesley Barber, y de música clásica muy sugerente- y la recreación visual de los hechos que afligen a Lee, como también un reencuentro (magistral) con el personaje que hace la grandiosa Michelle Williams, y en el que Affleck, desde luego, está a la altura, aunque más impresionante de él sea la imagen del interrogatorio policial.

El filme tiene una narrativa que ahonda con fuerza en el conflicto y dolor de Lee, es explicativo hasta en lo más mínimo, todo queda plenamente claro en la película, y algunas veces incluso subrayado, no necesariamente de forma verbal, la mayor de la veces son las imágenes  las que redundan o sobreexponen que está sucediendo en el interior de Lee y con su  entorno, no es necesario lanzar una escena de llanto o de sufrimiento abierto, sencillamente se expone la actitud del protagonista, que deja ver más que claramente el meollo. Mientras tanto Casey Affleck a ratos se deja ver muy relajado, casi como que no estuviera ni actuando, sino comportándose como él mismo, e igualmente en el arranque  del filme da la sensación de que el guion lo ha coescrito Casey también, al menos hasta que vemos el punto de inflexión en la vida de Lee.

Patrick es un mujeriego, promiscuo y un éxito con las mujeres, sin remordimientos ni fastidios de por medio, con tremenda madurez/control. Patrick es la perfección andando, no importa que sea un muchacho flacucho y pelirrojo que puede pasar por nerd ante quien lo vea por primera vez. Lo suyo es ser el líder de una banda de rock y ser un as del deporte, es más, en más de un deporte, como él mismo llega a vociferar defendiéndose frente a tener que dejar Manchester by the sea, como para que nadie tenga dudas, es decir, es lo más cool que puede haber, en contraste con el perdedor de su tío Lee. Este contacto es parte importante y abundante de la trama, a través del decidir de la custodia de Lee, ver el mundo del que se está perdiendo (donde está parado), y conocer su pasado, por medio de esos magníficos flashbacks. No obstante tampoco hay que equivocarse con el muchacho, creerlo superficial, Patrick es la nobleza, la inteligencia y la profundidad además, y hasta tiene un resbalón psicológico –muestra híper sensibilidad, por ver el cadáver de su padre, cuando parecía muy tranquilo con esto- pero que solo le dura una noche, para volver a disfrutar de los favores de su amigas, con (casi) el permiso de los siempre actualizados padres, como no dejar perder sus paseos en barco y su afición al mar. 

El filme es complejo, pero entendible, en su auscultación del dolor, solo que tiene varios puntos discutibles y otros débiles, como la figura del cristianismo en la trama, que luce inteligente como argumento de desligamiento y da para pensar bastante, pero que se ve floja en la recreación en sí (no ayuda para nada la presencia del simpático Matthew Broderick, aunque sí la breve mirada a la escultural figura desnuda de Gretchen Mol como una alcohólica). Kenneth Lonergan tiene mucha capacidad argumental, es muy inteligente y puede trasmitirlo amablemente, sabe muy bien trabajar la diferencia entre teatro y cine recurriendo a ambos. Como en Margaret (2011), con esa muchacha apasionada que busca ser profunda y comprometida con el planeta (Anna Paquin), de muy bellas piernas, exhibidas en varias oportunidades cerca del fetiche, que se le presenta la gran oportunidad de ser trascendente con un accidente y negligencia que causa una muerte, explicada legalmente de forma increíble, comprensible, y que habla de su desconexión familiar y crisis personal. Margaret es una magnífica película, que no teme la antipatía de su protagonista. 

sábado, 25 de febrero de 2017

Luz de luna (Moonlight)

Dividida en tres etapas con tres subtítulos que representan a un hombre, el primero se llama Little, el segundo Chiron, y el tercero Black. Es el desarrollo de una persona que se descubre homosexual en un barrio difícil, donde los bullies lo acosan, no lo dejan respirar. Little (Alex R. Hibbert), que es débil, debe huir y de casualidad conoce a Juan (Mahershala Ali), un tipo que vende droga, pero que tiene un buen corazón, el que lo trata con respeto y cariño al niño, y le sirve de soporte al tiempo que el pequeño tiene una madre drogadicta que no cuida de él, llamada Paula (una realista, fuerte y natural Naomie Harris, potente, sin exagerar), cuando apenas está descubriéndose y haciendo preguntas duras para sí. Little tiene una profunda expresión en sus grandes ojos, trasmite inocencia, timidez, se guarda en los silencios.

En el subtítulo “Chiron” está la etapa que lo definirá, la adolescencia, de ahí que el subtítulo lleve su nombre real. En ésta etapa compartirá un momento especial de su sexualidad que siempre le acompañará. Chiron (Ashton Sanders) dará más de un paso hacia su libertad, pero pasará a ser Black (Trevante Rhodes). Ashton Sanders trasmitirá lo mismo que el pequeño Alex R. Hibbert, pero agregando desilusión y agotamiento. En las tres etapas hay similitud –y predominancia- en la expresividad del rostro. En la personalidad (encerrada y vigilante), en las pocas palabras.

Hasta una llamada. La reunión será larga, una parte adrede muy lenta, llena de suspenso, mientras hay un buen manejo de diálogo. El filme de Barry Jenkins se torna romántico, y tiene una parte de confrontaciones que otorgan interés –especial sensibilidad- a la historia, al cerrar capítulos trascendentes. El filme tiene un infaltable realismo acerca de la vida de los afroamericanos pobres, de esa vida que te lleva a terminar convirtiéndote en el estereotipo, por ello Black es un (sobre)nombre bastante lógico para el subtítulo, no obstante hay una profundidad secreta, nos dice el filme, yendo a lo general.

La trama tiene una lucha más grande que lo común dentro de la comunidad afroamericana, producto de la soledad que le aqueja al protagonista y por su identidad sexual y la represión del entorno representado por los bullies, de esto que su familia postiza sirva de respiro y seguridad emocional ante tanto embate de violencia. Los tres Chiron están perfectos, los dos últimos Kevin también (Jharrel Jerome y André Holland). El momento de la visita, la comida y la rockola en el restaurante tiene una tensión, una atracción y un combate silencioso –con una sugerente mirada a la puerta de salida- que está satisfactoriamente trabajado. El conjunto suma momentos muy estilizados y artísticos que buscan embellecer el filme, plasmarle una poética. 

viernes, 24 de febrero de 2017

Hasta el último hombre (Hacksaw Ridge)

La vuelta de Mel Gibson al perdón y aceptación de Hollywood es una película que defiende la guerra, que proclama la necesidad de ir a luchar a una, para salvar a los niños y a las mujeres de nuestro país, nos dice un diálogo, que completo, de la opresión y el abuso del enemigo dominador, que uno puede substituir pensando en American Sniper (2014), viendo como niños y mujeres son empujados a acciones de defensa contra los invasores y caen muertos por el francotirador. El filme es una apología a la guerra y un tributo al soldado americano, específicamente al de La Segunda Guerra Mundial, y más a fondo, en la escalada de Hacksaw Ridge, en la batalla de Okinawa. Todo apuntaría a una película bélica más, enarbolando lo habitual, nacionalismo y justificación, no obstante el ingenio de la película de Mel Gibson se basa en unificar la guerra con la religión, con el humanismo, con la sensibilidad por no matar. Es decir, hacerlos compatibles, y justificar doblemente las acciones bélicas, y esa forma terrible de asesinar, que Gibson sabe muy bien retratar de forma brutal, sin dejar nada a la imaginación.

La guerra, lo horrible de morir y matar queda retratado fielmente –con su toque de humor, otro de exageración y un potente anhelo de entretenimiento- en la película, habiendo largas y variadas exhibiciones de combate (como media película son las recreaciones pormenorizadas de los combates), asumidos en el gore y en la explicites más liberal, viendo cómo se salen las vísceras, surgen incansables mutilaciones, sangre por doquier, escenas de todo tipo de destrozo sobre el cuerpo humano. Por ese lado sabe uno a lo que va y el patriotismo y el heroísmo queda fehaciente, al mismo tiempo que el miedo queda relegado en la obra de Gibson.

Lo inteligente de la propuesta es justificarlo del lado de lo humano, del miedo a ir contra Dios, y quedar bien con matar al prójimo, como versan las religiones y el ideal, y la que más se adapta al lugar es la religión de nuestro protagonista, el médico y primer objetor de consciencia medalla de honor en combate Desmond Doss (Andrew Garfield), quien en realidad existió y es un héroe total, que en el filme llegan hasta santificarlo –hay una escena de elevación muy clara al respecto- y a convertirlo en el guía espiritual de la guerra para sus compañeros americanos, que sí usan las armas convencionalmente, mientras él simplemente salva a los heridos, no solo como médico, sino en una acción especial, algo sobrehumana, que puede sonarnos fantástica e irreal. De hecho hay su buen toque de maquillaje y cine, pero eso no le quita un ápice histórico a la valentía y excepcionalidad de Doss. La religión que sirve para adecuarse a la guerra es la Iglesia adventista del séptimo día. Doss va a la guerra sin usar armas, ni matar a nadie, cuando los japoneses son retratados como militares radicales, casi locos, no tienen humanidad, son simples entes para reflejar al enemigo que había que combatir y destruir, otro punto de concordancia con la idea clásica de retratar la guerra en el cine americano (al otro lado están los salvajes), que la notable Cartas desde Iwo Jima (2006) no acataba y se mostraba generosa, real y más humana.  

En el filme hay una jugada maestra, se habla de tolerancia, hacia este soldado que no quiere matar, que se niega a usar un arma, pero siente una necesidad de participar en la guerra, pero, claro está, sirve también para esa otra tolerancia a perpetrar y defender la guerra. Lo cual es la audacia del filme, esta conjunción y convivencia. El resto es entretenerse con la visualidad de Gibson, que es todo un showman con el gore de los combates.

El filme empieza enseñando el hábitat de Doss, con un Andrew Garfield haciendo de joven maduro y bondadoso con cara de niño bueno y tonto perpetuo, sumándose un enamoramiento tierno, pero con menciones al divertimento de la sangre, el que tanto gusta al hijo prodigo Mel Gibson. Muy bien la guapa y dulce Teresa Palmer como la novia de Doss. También decir que Garfield proyecta más cuando ya queda involucrado en la guerra. Vince Vaughn como el sargento Howell, el entrenador del ejército, cumple, no lo hace mal, pensando que total nunca nadie superará la figura y recuerdo del Sargento e instructor Hartman (R. Lee Ermey) en el cine. El que sí merece mucho más respeto y luz es Hugo Weaving que hace del alcohólico, abusador familiar y ex –militar con trauma y dolor existencial Tom Doss que termina comportándose decentemente más tarde. Lo que uno puede notar del filme de Mel Gibson es que utiliza las ideas manejables y aceptables de la guerra, y arregla los errores de una película como American Sniper (2014). Gibson es entretenido, pero nunca barato.

viernes, 17 de febrero de 2017

The Alchemist Cookbook

Una película que luce de muy bajo presupuesto sobre un tipo que vive en un remolque en el bosque en el oeste de Michigan, con su gato Kaspar, y que es visitado por un amigo que le trae víveres y cosas que necesita, aparte de su necesidad de gatorade y doritos, de su medicina para mantenerse estable y coherente, lo que le faltará y se perderá en la locura.

La película del americano Joel Potrykus puede leerse como el viaje de un hombre hacia la insania, el que parece estar fabricando droga, lógicamente a escondidas, que en el filme se dice que yace practicando la alquimia, de la que pronto se aburre y pasa a otro nivel. Lo cierto es que éste joven se siente perseguido y pretende hacer dinero rápido y fácil. En este lugar se pueden observar dos lecturas, una más inocente, y una típica del mundo lumpen de los afroamericanos, habiendo drogas, robo, huida, que compagina con ese mundo alterno en que vive Sean (Ty Hickson), uno más de ficción, que realista. Se describe a Sean como un ermitaño en busca de producir oro. Pero lo que enseguida nos trae al realismo es la presencia y diálogo con el amigo que habla de pandillas, de compartir este lugar secreto y que recrimina constantemente a Sean la forma en que vive, abandonado, sucio y a puertas de la locura.

El amigo, o quizá hasta un primo, Cortez (Amari Cheatom), no le da el interés debido al medicamento que urgentemente le hace recordar Sean que quiere que le traiga. Esto habla de desconocer una posible enfermedad mental. Este punto más que un error de la trama es producto de la ambigüedad que practica Potrykus con su filme, acerca de si en verdad se trata de un tema de locura; o se trata de una historia de terror, donde la práctica de sacrificios de animales y lecturas en latín invocando al demonio han degenerado en una situación extraordinaria. En esto llegamos incluso a presenciar al demonio, pero más bien todo apunta al delirio y la alucinación, presenciando que Sean va degenerando como si fuera un esquizofrénico que llega a volverse muy peligroso para su entorno.

El filme tiene un toque de impresentable, de fealdad y suciedad, de una estética rustica, propia del cine independiente marginal, cuando vemos la trasformación del protagonista, no obstante La Mosca (1986) le queda muy grande. Ya lo decía de otra forma el arranque del filme con el vagabundeo del protagonista y la música clásica de fondo. El filme también tiene humor negro, y hay diálogos dichos en lenguaje de barrio negro, es decir, quiere ser cool, juvenil. El filme tiene tan solo a 2 personajes, a dos afroamericanos. El deterioro de Sean puede verse interpretado a razón de la perversión del ambiente, tras la invocación del demonio. El filme también es una película de terror psicológico, como a su vez pretende ser tipo The Blair Witch Project (1999). 

Talentos Ocultos (Hidden Figures)

Basado en hechos reales sobre tres afroamericanas que trabajaban en la NASA como matemáticas, ingenieras o científicas que en los comienzos de los 60s sufrían de discriminación racial y en segundo grado del machismo. Es una película que hay quienes tildan de televisiva y sentimental, para agradar a la gente apelando a lo sensible y altruista. La lucha y la superación de la segregación racial. Sin embargo, no la encuentro una mala película. Tiene sus momentos de fácil empatía sí, pero la hallo ligera y distinta a cierto cine, donde existe mucho sentir del sufrimiento, hay un radical reflejo de la crueldad, el dolor y la humillación. Puede que como ya se trata de los 60s y que estas mujeres entregaron un enorme trabajo al desarrollo aeronáutico y del espacio de su país en un lapso clave el trato que vemos no deja de ser duro, pero se da menor a antaño. Lo cual la hacen una película menos efectista, y algo más graciosa, más entretenida, vista bajo una óptica algo diferente, sin por ello obviar la lucha por los derechos igualitarios.

Entra a tallar que las reacciones contra la discriminación y los logros se exponen de manera más relajada. Como ver que Katherine G. Johnson (Taraji P. Henson), la líder del grupo, la que más logros tiene en la historia americana de las tres, suele caer en gestos corporales de apuro y contención para llegar a tiempo al baño que han colocado lejos de su escritorio de trabajo.

Desaparece el quehacer melodramático, de debilidad y melancolía, de extremismo, y se vuelve algo más propio del carácter, donde tanto  Octavia Spencer, Taraji P. Henson y Janelle Monáe muestran atrevimiento, propio de los nuevos tiempos, pero sin que acompañe lo violento, soberbio o hipersensible, cuando éstas afroamericanas no pueden aun integrarse por completo a la sociedad, que separa a las minorías y privilegia a los blancos, como crear el uso de baños, espacios y utensilios para gente de color, no poder ejercer cargos muy altos que dominen personal caucásico o no permitirles el ingreso a muchas universidades, todo lo cual éstas tres mujeres logran superar, ser las primeras y dejar una marca histórica y abrir una puerta para el resto de los afroamericanos, aparte de perpetrar grandes logros en el progreso de la NASA y la lucha de la carrera espacial contra la URSS, tal es poder hacer que el astronauta americano John Glenn pueda orbitar alrededor de la tierra y regresar a salvo.

El filme se muestra agradable sin mucho embrollo, uno acompaña cada gesto de progreso (sea con la habilidad matemática o alguna intelectual, cierto, expuesto como aperitivo de McDonalds), en un ahínco que queda explicado por su lado mediante sus relaciones afectivas/familiares. El filme permite que las respuestas sean audaces cuando cuestionan a los blancos. Frente al compañero antipático (Jim Parsons) o el rol de jefe de Kirsten Dunst que guardan prejuicios, pero estos se manejan con más respeto hacia los afroamericanos que lo que se acostumbra en la temática, están dispuestos a escuchar, a comprender y a soltar. Se siente más sencilla la exposición de las desigualdades y se resuelve de la misma manera.

Un discurso naif puede ser determinante, como frente al juez. El jefe ejemplar de mente abierta que hace Kevin Costner rompe un cartel de segregación frente a todos, hay sus momentos de aplausos empáticos corrientes. El filme no es particularmente especial, no hay complejidad en la labor del director Theodore Melfi (la parte científica y matemática se reduce en que son genias y resuelven problemas), pero tiene su gracia como película familiar.

jueves, 16 de febrero de 2017

El soñador

El cine peruano va evolucionando, ya hay mayores ofertas, todavía nos falta, pero se ve que vamos cogiendo consistencia. El filme presente, el segundo del joven Adrián Saba, tras El Limpiador (2012), en la mayoría de la trama uno piensa, esto ya lo he visto mil veces, y aun así es una película simpática, aunque no tanto, le queda muy lejos a una que inmediatamente me viene a la mente, Romeo + Juliet (1996).

El filme luego bien avanzando trata de crear novedad, agregar momentos particulares, como ir a un recinto de acogimiento de menores en busca de papeles que pueden servir para algo futurista o cuando la madre de los amigos asaltantes sale de la cárcel y prodiga un código de lealtad familiar, pero no aportan demasiado al final. No es mucho pero el filme da unos pequeños pasos de mejoría en cuanto a tener una historia propia entre manos. En todo caso el filme es como la adaptación de Saba de lo que existe y se conoce, se reconoce fácilmente y se ha vivido mucho en el cine, aunque no necesariamente peruanizando el background, ya que el filme posee una cierta ambigüedad espacial y temporal, la que se maneja con la idea de combinar el límite entre el sueño y la realidad, cosa que tampoco es un aporte que se llegue a argumentar mucho, juega a dejar la idea de la ilusión bastante en libertad.

Queda claro que el que sueña es Chaplin (Gustavo Borjas), su meditación en el transporte con la mirada típica perdida en el vidrio, la mezcla de lo urbano y el desierto en la golpiza, la botella con el papel, así lo demuestran. Se entiende que es Perú –no solo Lima- por los lugares, pero a la vez se maneja un aporte de artificio y un cierto –elogiable- encubrimiento de donde -y cuando- nos encontramos. El filme trata de la historia de un muchacho conocido como Chaplin que yace en una banda de ladrones, dos hermanos pertenecientes a la banda tienen una bella hermana, llamada Emilia (Elisa Tenaud), de la cual Chaplin se enamora, y esto le trae problemas.

Al filme le ha faltado imaginación, casi todo empieza bien y luego carece de materia. Teta (Manuel Gold) es un personaje curioso en un inicio, ayuda una estética de la que se rodea, pero termina como un simple joven consumidor de marihuana, ofreciendo snacks, hablando tonterías mal disfrazadas, teniendo un dinero que ni presta atención (con lo que pudo crearse algo más). La propuesta tiene un trabajo visual más que decente y un reparto que se distingue, también tiene ideas, lastima que quedan muy flacas. El filme entretiene y tiene su curiosidad, pero finalmente resulta efímero, más allá de las apariencias y de los antecedentes nacionales.

viernes, 10 de febrero de 2017

Fences

Lo primero que denota el filme es que es una adaptación de una obra de teatro (la del dramaturgo August Wilson con la que ganó el Pulitzer y el premio Tony en 1987), lo cual se siente mucho, aunque no invalida el producto. Lo que significa que hay muy pocos lugares como escenarios, el filme yace dominado por la casa en los suburbios de Pittsburgh Pennsylvania de una familia afroamericana, los Maxson; que se habla mucho, yo diría que harto; que hay una exhibición austera en cuanto a elementos visuales (hay unos pocos intersticios de ubicación y estética). Es la interactuación de unos pocos personajes en un espacio reducido y recurrente. El patio donde el protagonista, Troy Maxson, construye una cerca para su hogar. 

Troy, Denzel Washington, director además de la película, es el amo y señor de la historia. Un hombre de mediana edad común y corriente, promedio, pero aun así especial y muy interesante, el que nos cuenta en largos monólogos sobre qué ha vivido, cómo se ha hecho quien es y hasta hacia dónde se dirige, qué es lo que espera de la vida que le falta (viviendo en la rutina familiar y la de la carga laboral). Escuchamos de sus hazañas (como retar constantemente a la muerte), sus pequeñas luchas, su manera de ver y ser en el mundo. También entendemos de sus carencias, defectos, errores, crueldades y abusos.

Troy reniega de los blancos que no lo dejan/dejaron ascender en la vida, desde que fue un deportista prometedor (sobre todo a su ver), aunque más tarde se sabrá que presentaba propios puntos en contra. Troy está cansado de cargar y recoger pesados tachos de basura en su barrio, quiere ser chofer del camión de la basura, un trabajo que está destinado a los blancos, y el que le representa más dinero, tranquilidad, un ascenso. Pero el filme que se ubica en los 50s permite ver que los tiempos están cambiando en cuanto a los derechos civiles y oportunidades de los afroamericanos. El hijo de Troy, Cory (Jovan Adepo), puede desarrollar una carrera profesional en el futbol americano, pero su padre -producto de cómo ve el mundo- lo restringe, lo obstaculiza. Lo que pasa es que Troy es un hombre egocéntrico, todo cree que gira -y debe girar- a su alrededor, y su familia y amigos son como su pequeño reino dictatorial.

Lo mejor de Fences es Troy, por supuesto; el retrato de este sujeto es bastante rico, no obstante teniendo en cuenta que es una persona detestable, en buena parte una mala persona, pero a la vez un sobreviviente. Los desaciertos, fracasos y tantos golpes de su crecimiento lo constituyen y lo persiguen (de esto que el béisbol se vive siempre en la trama). No podemos obviar que es tal cual los hombres que se dejan llevar por sus frustraciones y malas experiencias, y siembran a su paso daño, dolor, cargas, humillaciones y conflictos. Sin embargo el filme quiere por una parte congraciarse con la figura de Troy. Quiere que uno le comprenda, que incluso llegue a admirarle de alguna forma, como un hombre complejo, y para el caso vemos a su esposa, la muy talentosa Viola Davis como Rose Maxson, mujer de carácter, intensa, pero una simple ama de casa dócil ante Troy, defenderlo y dirigirlo a la gloria, a razón de una “extraña” nostalgia. La película es la convivencia de este hombre con su esposa, sus dos hijos (uno de un previo matrimonio, un músico pobre y lambiscón), su hermano mayor discapacitado, y su mejor amigo y compañero de trabajo, Jim Bono (Stephen Henderson), que está espléndido en cada intervención.  

El hermano discapacitado mental (Mykelti Williamson, Bubba, de Forrest Gump, 1994) no está mal en su hechura y performance, que va y viene vagabundeando en la trama, pero resulta efectista en gran parte, algo visto –no llega a impresionar ni proporcionar novedad en realidad- pretendiendo ser la audacia/extravagancia del filme. El que apunta a describir otra mala jugada de parte de Troy que presenta ambigüedad en el amor hacia su hermano.

Ver cómo llegan hasta celebrar la existencia de éste hombre terrible vale muy bien ver el filme, perdonando la verborrea, sobre todo del comienzo, y escuchar como Troy abundante nos cuenta hasta lo más mínimo de su pasado y lo que pasa por su cabeza. Este hombre dará una sorpresa tras otra. Es un retrato popular –no solo afroamericano- de un tipo de ser humano que podemos constatar fácilmente que existe. Denzel Washington lo interpreta con gran solvencia, provocando varias escenas memorables, y otras disque memorables, hay para todos los gustos. La interactuación de idas y venidas con el protagonista es intensa y prolífica, a ratos toma mucha velocidad y luego como que explota, para, y vuelve a la carga. Troy Maxson es como decía Forrest Gump, a colación de que Bubba está en el reparto, es tal cual una caja de bombones. 

Jackie

El 22 de noviembre de 1963 es asesinado  el presidente americano John F. Kennedy, y el filme se enfoca mayormente  a partir de ese momento, en la reacción de su esposa, Jacqueline Kennedy (Natalie Portman), en cómo afronta la situación Jackie. Pablo Larraín pega el salto a Hollywood, pero aunque es un filme destinado a mucho público, Larraín sorprende haciendo un filme harto personal, con un estilo de cine arte exigente que se deja apreciar en considerable medida.  La propuesta del director chileno ralentiza el tiempo y vemos como Jackie-Portman pasea por los cuartos de la casa blanca, con una lentitud que hace pensar en su sufrimiento y constante meditación. Jackie aparece como una mujer culta y más sofisticada de lo que uno cree. No solo la esposa florero, refinada, bella, familiar, la esposa ideal para complementar al presidente exitoso, idolatrado, comprometido y capaz.

La esposa de JFK aparece -en su elemento- el 14 de febrero de 1962 enseñándole a la cadena de tv CBS la renovación exquisita de su casa, la casa presidencial, en un especial llamado “Tour of the White House”. Es otro espacio que se conjuga con el asesinato de JFK y los momentos a continuación de ese lamentable hecho histórico donde llegamos incluso a ver como Jacqueline se limpia la sangre del rostro que le ha salpicado la muerte de su marido (en un lapso incómodo e intrépido). El filme de Larraín trabaja con unos cuantos momentos históricos importantes a los que vuelve, fragmenta, repite, fusiona y luego desarrolla.

Jackie, la mujer del momento, como ella misma expresa que le atribuyen, afronta todo con memorable disposición, bajo una honda tristeza que nunca desaparece, quedando como un tono general, construyendo con su maestra y dedicada intervención la leyenda de su marido, eso que llamaba, a su círculo y a su gobierno, Camelot, una idea que se cimentaría y perduraría. Otro momento clave y que es la línea narrativa central de interrelación del filme es una entrevista que daría una semana después de la muerte de JFK, al querido periodista, amigo de su familia, Theodore H. White, para la revista Life, que lo publicó el 6 de diciembre de 1963, en una entrevista que llevó el título de “President Kennedy: An Epilogue”. Ésta labor periodística marcaría cómo quedaría en la memoria ella y su marido. Jackie, además, propuso un cortejo fúnebre célebre y muy emotivo, el 25 de noviembre de 1963, caminando al aire libre al lado de un féretro tirado por caballos detrás de un velo negro que dejaba ver su dolida expresión, poniéndose en peligro –por un posible nuevo tiroteo- para mostrar llaneza, entrega y valentía a la población americana y a la leyenda de JFK. Estos cuatro momentos históricos son los pilares del filme.

En la película queda de lado la parte libertina, débil y ambigua del presidente, mostrando la visión de Jackie, la “fantasía” que fomentó -de felicidad e idealismo- de Camelot.  A su vez es un filme que es mucho un tono, un estado de ánimo, el de un dolor tremendo, que incita a lo trunco, a la derrota y a la frustración, quizá incluso al suicidio. Sin embargo, nuevamente Larraín pone temple, confrontación y reflexión en ver como Jackie va rearmando los pedazos que la conforman. En esto entra a tallar los diálogos que tiene con un cura católico irlandés interpretado por John Hurt. Este cura presenta mucha libertad filosófica –mientras trata de encantar a cierto público- y es un punto medio endeble del filme, salido de la imaginación y de la búsqueda de estilo. No todo es perfecto, y en sí el filme tiene de difícil; muchas veces se permite ser contemplativo, y es irregular. Hurt, desde luego, actúa muy bien, pese a todo ayuda a consolidar el estado existencial de Jackie, de melancolía y caída, el del camino a la reposición. Ellos se preguntan por las mismas preguntas que nos hacemos todos cuando el mundo resulta tan incomprensible y violento.

En la propuesta se presentan ratos donde se ve la intromisión en la figura histórica, en la mente de los personajes, en manos del guionista -y productor de tv- Noah Oppenheim y del director Pablo Larraín, donde hay algunos diálogos vergonzosos e imposibles donde Jackie o Bobby Kennedy (Peter Sarsgaard) se juzgan a sí mismos de manera poco natural, y denotan inverosimilitud y una notoria intromisión, se peca de ligereza. Son libertades que se justifican en varios otros momentos, porque tratan de completar las imágenes, lo que pasó  y sintió Jackie, pero un deseo de trascendencia fácil circunda de igual modo en algunos casos. Jackie está muy al tanto de cierta superficialidad que se le achaca y del lugar en la historia al que quiere pertenecer, y tiene de cierto más que seguramente, pero también de exageración, en un cálculo expuesto poco complejo. El filme ensalza el mito, no discute, es complaciente.

Las dudas de Jackie nadan en el dolor, pero como esa actitud que vemos –muy cinematográfica- frente al dibujo antipático que hacen de Theodore H. White muestra como quien está en una misión con el legado familiar. El contraste se presenta interesante, a un lado debilidad emocional en la intimidad frente al dolor intenso de la pérdida, que pregunta (duda, experimenta vacío) hasta por su fe; en otro temple frente a la obligación pública como primera dama en relación al amor a su marido. Todos sabemos que Jackie es una celebridad, pero pocos saben de la dimensión de inteligencia que presenta el filme. Por una parte es creíble e interesante, en otra se siente sobredimensionada. El filme es algo redundante. La actuación de Portman es sobresaliente. Larraín es un director ambicioso, un talento, y eso se deja ver a pesar de lo negativo. Se nota que está buscando, experimentando, y eso hace de Jackie una propuesta valiosa aun más. 

sábado, 4 de febrero de 2017

Aquarius

En un edificio denominado Aquarius vive una mujer sesentona aún muy guapa y sobre todo libre en todo sentido, de espíritu rebelde pero bien definido. Se llama Clara (Sonia Braga). Ella lucha contra una empresa constructora que quiere comprarle su apartamento y construir un edificio mucho más moderno en el lugar. Clara que ha desarrollado muchos recuerdos en esta zona de Recife, como vemos en el inicio, no quiere irse ni vender por nada del mundo, quedando como único obstáculo para la empresa y su proyecto económico. Pronto la empresa empieza a molestarla cuando no pueden convencerla y el filme proyecta de contexto esa lucha, la de una empresa con harto poder adquisitivo contra una mujer de buena sociedad pero “ordinaria” (su belleza a su edad y súper temple no lo es tanto), una ex crítica de música de gusto juvenil, viuda, madre de tres hijos ya adultos e independientes, salvo por una hija (la prometedora Maeve Jinkings) que pasa problemas económicos y se comporta medio traidora por la necesidad.

El segundo filme del brasileño Kleber Mendonça Filho es como si se tratara de una lucha socialista, donde el pequeño ciudadano se enfrenta al poder o statu quo, aunque Clara es una mujer bien relacionada, como veremos más adelante. El filme no se queda en solo la lucha entre David y Goliat, se enfoca en quien es, como se comporta y vive esta mujer mayor. Doña Clara es una mujer que ha sufrido un cáncer, y le falta una mama, se mantiene tal cual se la sacaron, mostrando un estado de fuerza expresiva poco común, el que no la inhibe de tener relaciones sexuales casuales, como vemos que tiene con un gigoló, al poco de excitarse con una orgía que se presenta como método de disuasión, sólo que no conocen a Doña Clara y su modernidad.

Doña Clara, en la impresionantemente natural Sonia Braga, quizá en el papel de su vida, aunque en un filme no del todo glorioso, es el intermedio. Por una parte trata con mucha dignidad y respeto a la gente humilde, como cuando va a una fiesta de su empleada doméstica y cruza a pie la playa a la zona donde esta vive. Y por el otro tiene una idea y sueño recurrente de que una criada negra le roba por lo bajo, cosa que lo ve muy normal. Lo curioso es que aquella pesadilla le hace pensar en otro posible atraco, mucho más peligroso.

En cuanto a la línea general del filme decae por el final. Se maneja decentemente –a ratos de forma intrépida- aunque con cierto toque infantil –tanto como vulgar y efectivo- de parte de la empresa que trata de molestar horriblemente a Clara para que se vaya. Sin embargo la trama llega hasta el cuento, y esto tiene su originalidad y también su tontería. En ese momento Sonia Braga trata de ser creíble, pero resulta algo ridícula. Lo mejor del filme es ver al personaje de Clara en su rutina diaria, dentro de una construcción sencilla, pero interesante y con encanto. A ese respecto Mendonça Filho ha fabricado cierto paradigma de la mujer mayor, de la mano de una actriz precisa en el papel. Doña Clara contiene muchos atributos y todos los sobrelleva con frescura, como cuando escucha música, duerme en su hamaca o decide ir a bañarse a la playa. El personaje compagina lo bueno de distintos mundos, uno joven y otro viejo, con un 1980 de introducción que se mantiene incólume.