domingo, 22 de febrero de 2015

Whiplash

La segunda película de Damien Chazelle, Whiplash, es un estado perenne de guerra en una escuela de jazz, donde no hay compañeros, sino que se compite sin remisión por un cupo con ellos; siendo tan igual a un deporte de alta competición con el que la música llega a compararse, donde incluso sangramos y sudamos por vehemencia, dentro de una intensidad que llega a la brutalidad, anclados a una obsesión, ser los mejores del planeta, pertenecer a los más grandes, convertirnos en artistas verdaderos, fuera de simplemente colocarnos en algún lugar; como el inspirador Charlie “Bird” Parker a quien le lanzaron un platillo de batería cuando tocaba mal y se rieron de él, y eso lo ayudó a esforzarse hasta quien llegó a ser, como nos lo cuenta como referente de vida y ejercicio de maestro quien sigue al pie de la letra esa ley, la de sangre, sudor y lágrimas, el maestro Terence Fletcher (J.K. Simmons) del conservatorio ficticio llamado Shaffer en New York, que mantiene un estado febril de fuerte tensión en su enseñanza, donde presiona con firmeza, hasta llegar a ser desalmado, humillar, y usar la violencia, no solo verbal sino literalmente, con sus supuestamente excepcionales alumnos, o alguno a punto de ser uno, en busca del próximo Charlie Parker, mientras ejerce una filosofía de vida de exigir hasta sobrepasar los límites, producto de querer explotar/crear algún talento especial.

Whiplash va de todo eso con suma fuerza, un desasosegante ritmo, un atrapante encanto cool y un subyugante entretenimiento (las baterías definitivamente son cautivantes para la mayoría de gente de espíritu joven, aunque nos digan, tengamos que tragarnos, que los malos artistas terminan en el rock, pero viendo que los potentes toques de tambor son como explosiones y fuegos artificiales en las canciones de jazz, como en “Whiplash” y “Caravan” que son las que se tocan), que solo queda celebrarla en el mismo contagioso entusiasmo rabioso que exhibe, haciéndonos  parte de ese juego extremo de la trama, donde vemos a Fletcher saltarse cierta ética profesional en la ostentación de una ideología particular de éxito máximo, en medio de un filme que para ello hace gala de logradas propias reglas internas formales, usando el artificio, la atracción descarada y la fantasía sin atenuantes (no intentes buscar realismo y verismo al 100% en ella, es cine en toda palabra, donde hay su propio código, ya que estamos ante una ficción, un hedonismo de cinéfilo puro y sin frenos), en un atrevimiento que se redime no solo al cautivar y apasionar al público, sino en la historia en sí cuando invoca la lógica terrenal de castigar la locura y el extremismo, uno que lleva a la extenuación tan alarmante que provoca tragedias.

Hay un desarrollo fluido e increíble aunque sea de narrativa directa, como en la escena de un impacto en la calle, un clímax al estilo de la percusión, habiendo varios en el filme, que es totalmente impredecible y crea uno de los momentos más poderosos que uno puede ver en el cine, y desde lo reconocible, haciendo uso de una pequeña extravagancia que yace descolocada de la realidad, pero no llegando hasta lo freak ni a salir de lo de a pie, a fin de cuentas. Que suma mucho como con esos exabruptos crueles del maestro que empiezan comunes y terminan exudando creatividad.

El filme nos ofrece tremendo tour de force que termina en una lucha surrealista, digna de su propio sistema, temática y mensaje (por su parte en discusión), uno que venera la seducción del espectador tras la osadía, el hacer algo extremo que revitalice al propio arte, jugársela toda por llevar la elucubración de ciertos clichés como también de verdades hasta quizá la deshonra, o el Olimpo de ese desenlace a prueba de balas, digno de película, donde ya nada importa, más que la liberación de cualquier atadura, como de la energía artística (donde el mensaje desaparece ante el entretenimiento), ya que Fletcher se ampara en aquella premisa del Cisne negro (2010), de empujar, apretar, pero en él llevándote a reventar o a crear (dice en una línea, los tipos como Bird nunca renuncian; aunque después expresa jamás haber conocido a uno, como revelando a un simple torturador, un J.K. Simmons que ríe, llora y atemoriza en un rotundo y perfecto monstruo, que aun así guarda complejidad y expresividad), y no por sacarnos un lado perverso que nos haga ser partícipes de lo excelso, sino que esa oscuridad yace en el maestro, detrás de la idea de transformar la arcilla en una obra de arte.

Estamos ante la historia de Andrew Neiman (Miles Teller, que está muy bien), un joven tranquilo y educado que sueña con ser un músico gigante, sacrificando incluso el amor, y en su mirada la posible restricción futura de una pareja hacia su anhelo obsesivo, en una línea narrativa que sirve como espejo de explicación de lo que acontece en Shaffer, la crueldad, el abuso, lo contradictorio, inesperado, arbitrario, caprichoso, de seguir a Fletcher, quien es como un dios, ya no un maestro, más bien un guía todopoderoso a quien entregarse en un delirio de grandeza. Esa chica del cine es la válvula de escape, en varios sentidos, pero una cotidianidad que rechazamos, un contraste anodino de aquella “fiesta” desmedida que es tocar Whiplash mientras el instructor exige impredecible que vayan a su ritmo escurridizo, hasta entrar en la oscuridad/desenfreno que imparte, como en esa salida del estudio tras la elección de un baterista de otros de pretexto, con un Neiman transformado en aquella iluminación en verde, pero solo realizado en el sonido de su propia retribución. Cuando algo pequeño se convierte en gigante, desde adentro, fuera del final que le toque vivir. 

viernes, 20 de febrero de 2015

Alma salvaje (Wild)

Cuenta la historia de Cheryl Strayed (Reese Witherspoon), actualmente reconocida como una novelista bestseller y una ensayista destacada, aparte de ser una activista feminista, cosas que vemos mencionar de refilón muy austeramente en el filme (irónicamente, cuando un periodista intenta usarla de ejemplo en uno de sus reportes sobre vagabundos), ya que la trama va mucho más atrás de su exitosa biografía, cuando era una simple mesera, y la muerte prematura de su madre de sólo 45 años de edad le asesta un gran golpe que la lleva hacia la depresión y la autodestrucción, en el consumo de drogas pesadas y una vida de promiscuidad, lo que le costaría su matrimonio de 7 años. Tenía un fuerte vínculo que explica plenamente su extrema reacción y la propuesta, siendo éste el eje de un existencialismo. 

Bobbi se encargó de sus 2 hijos pequeños, de Cheryl y su hermano, cuando abandonaron un hogar dejando atrás a un marido abusivo y alcohólico. Como se ve en la película era muy cariñosa y entregada a ellos, mostrando una alegría, sencillez y ejemplo que roza el ideal materno en la memoria, una plagada de simbólicas luces, ensueño afectivo y brillos, como de mensajes que motivaran a la protagonista a ser una persona especial –desde un punto de vista psicológico, en su liberación mental- al final del aprendizaje vivencial, tras el sufrimiento, hallando el camino de la belleza, como solía decir la progenitora.

La trama consiste en que Cheryl decide rehacerse, volver al camino correcto, y para ello tiene que purificar su alma, superar su dolor, y lo hace decidiendo seguir el Pacific Crest Trail (PCT), un trayecto de 4200 km. que va desde California hasta Washington a pie por bosques, el desierto y fuertes nevadas, y lo hace sola al peligro de la intemperie, de lo salvaje y de la posible violencia de algunos hombres de la ruta seducidos naturalmente por su belleza. Hay que acotar que Witherspoon no usa maquillaje ni mucho arreglo, y tiene una apariencia por una parte rustica, de mochilera, que hasta no puede bañarse a menudo, aunque aún luce agradable; ella yace dentro de una compenetración con el buen manejo de actores del director Jean-Marc Vallée, de quien recordamos que Dallas Buyers Club les dio el Oscar a Matthew McConaughey y a Jared Leto, y ahora Witherspoon está justamente nominada con una performance valiosa, de las que convencen hasta quienes no solemos quererle mucho.

Cheryl, Witherspoon, pequeña con una mochila a la que le llaman monstruo, un tremendo peso, metáfora de su propia lucha con su interior, va marcando los días hasta cumplir meses, mientras deja alguna línea memorable compartida con un autor consagrado en las bitácoras de la ruta, como a su propio modo lo hacia Into the wild (2007), con la que comparte semejanzas, al igual que con 127 horas (2010) en otro tipo de combate físico y espiritual.

Parte importante del concepto y estética del filme son los flashbacks, que no son precisos, juegan con los tiempos, mezclan recuerdos, que muchas veces sólo son como destellos, y arman sentidos artísticos, tanto como de reflexión. Los flashbacks van a distintas etapas del crecimiento de la protagonista; sobre todo sintiendo esa poderosa empatía con su madre, interpretada por la actriz Laura Dern, que hace un papel maravilloso donde creemos en toda potencia todo ese amor inconmensurable que siente ésta hija, en donde Dern hace muy nítido y real el sentimiento, uno tan importante para la historia y la credibilidad de la película, en lo que trasmite bondad, comprensión, simpatía, una sonrisa diáfana, pasión por la vida y por su vástagos, paz y calor humano, y todo desde una esencia primaria, siendo profesora de letras, camarera y ama de casa.

En los tantos flashbacks, de ésta fusión mental conjunta que es el filme del bien referido anochecer/amanecer de la filosofía materna, con el andar sanador y duro del PCT, también veremos, desde luego, la oscuridad de Cheryl que se inyecta heroína, una de las peores generadoras de adicción y caída al submundo; tiene sexo casual y es infiel burdamente, para lo que Witherspoon deja de lado su natural seriedad y carisma, ese que sobrevuela efectivamente sus tantas expresiones de emoción en el presente, sus elocuentes gritos de desfogue, su osadía y sus temores; ella presenta proximidad con el público, en humanidad, igualdad y particularidad, al contrario de aquel póster de la inmensidad del cosmos y la pequeñez humana. Witherspoon se dibuja vuelta pútrida piel, y es verosímil. 

Tenemos en el filme un balanceo de luz y pasado, en medio de una búsqueda de epifanía, como los avistamientos de un zorro y la canción folk llamada Red River Valley que canta tiernamente un niño, al igual que lo es en otra forma con la naturaleza la composición peruana de El Cóndor pasa, en las voces de Simon y Garfunkel. Nos vemos primero observadores de sus faltas, luego cómplices de ella (en una road movie, aventura, que comunica muy bien el dolor), en su deseo de enmendarse (aunque en un sentir menos caritativo que el de la liberalidad americana, si bien Witherspoon tiene un aura). El ex esposo atraviesa la humillación por las circunstancias, pero a pesar de todo le llega a apoyar en su “loca” disposición de hacer tremenda caminata, la que muchos no culminan, y que ella a cada paso se enfrenta con tirar la toalla, superando reto tras otro del sendero, como serpientes, falta de agua, hambre, cansancio, heridas, soledad o miedo. Éste es el quehacer de hallarse a sí misma.

sábado, 14 de febrero de 2015

Foxcatcher

El director de ésta película, Bennett Miller, es un habitual de las nominaciones a los Oscars, con lo que ello significa, un arte destacado en el cine americano, y el de un entretenimiento con suma autoría y arte, ese que deja ver una dirección compleja, llena de incómodos silencios y personajes observadores, algunos meditativos, provocando que una reacción, un gesto o un exabrupto emocional sea el que desnude la personalidad velada de las formas, por el respeto que otorga el dinero, o nuestro comportamiento anclado a lo primario, a lo infantil, como le pasa al impetuoso, básico y juvenil Mark Schultz (Channing Tatum) que se mueve como un gorila, siendo un hombre de acción, de un razonamiento precario, pero con un anhelo muy fuerte, excepcional y harto loable, que cunde en el patriotismo y la gloria máxima en el deporte, el ser el mejor atleta del mundo, el mejor exponente de la lucha amateur, y eso implica su independencia, desprenderse de la sombra de su hermano mayor, que lo ha criado y guiado, ha sido siempre su mentor, David Schultz (Mark Ruffalo), que en su sentir competitivo percibe que le opaca, aunque realmente mínimamente (¿no hablamos de dos medallista de oro?), siendo más un sentimiento y un mundo ejercido y sobredimensionado en su mente.

Toda la interacción entre los hermanos Schultz  yace acompañada de pequeños gestos donde se ve que David lo supera, es más hábil y “frío” en todos los aspectos (priorizando a su familia y el cariño a su hermano, tanto como a su conocimiento profesional, no nos equivoquemos), por ser más calculador, más racional, y no del tipo salvaje, muy emotivo, como Mark, al que bien se le define como al hermano pequeño, más allá de lo evidente, y el que requiere de asesoría, a un grado sutil, psicológica, para proyectar esa intensidad, talento y poder que tiene en la lucha (de lo que el alejamiento del dueño de los Foxcatcher resulte lógico, por ser nocivo, como se ve en el uso de drogas, alcohol o perder el tiempo muchas veces; de lo que también esconde la película sentimientos ambiguos de decepción y traición, ya que hay un vínculo real y honesto entre ellos al fin y al cabo, no solo es interés mutuo, como bien resume ese documental de du Pont, aunque sea una falsa glorificación, a diferencia de esa transmutación de la progenitora en el rechazo, simple acomodo e insinceridad de David), bajo algo más metódico y científico, más disciplinado, todo lo que Bennett Miller deja ver discretamente, con delicadeza, argucia e inteligencia, con mucha elipsis, en un entretenimiento –no lo olvidemos- que deja trabajo al público, aunque da buenos indicios y es a gusto de uno.

No se puede negar tampoco que hay momentos en los que se remarcan mucho las ideas, o se abre toda la ventana para que divisemos ángulos de como se mueven sus tres figuras protagónicas. Véase un acercamiento ya no solo paternal, sino a un punto homoerótico (leve, breve, pero sugerente, que deja libre el germen de la imaginación con dicha jugada, en que se manipula cierto prejuicio o sensacionalismo del que no conoce el deporte, que es como echarle carne a los perros; sin embargo es solo un juego de la ambigüedad, ya que hay mucho trato de los hermanos que se le parece, dando a proponer, que hay un acercamiento similar con du Pont, es decir, fraternal, de mucha confianza y cariño, de acciones justificadas, lo que se interpreta que es como un enfrentamiento silente por ganarse a Mark, por varios motivos. Y ese punto es la habilidad de la dirección de Bennett Miller que nunca deja de jugar con nuestra mente, no da una sola lectura, más bien se trata de distintas posibilidades, y de muy buenas combinaciones), en aquel encuentro nocturno de wrestling entre entrenador y pupilo, o cuando John du Pont (Steve Carell), autodenominado el águila dorada (sobrenombre al que muy bien le ayuda la nariz aguileña, o que sea ornitólogo, más no como se da a entender claramente, su cualidad de instructor), realiza un match de lucha y se ve que gana pero por detrás pagan a su contendor, pequeños deslices de autor, quizá hasta subterfugios bajos, como por su lado requerimientos para formar un cuadro general, ya que hay que reconocer que la mayor parte del conjunto trabaja con puntos a completar por el espectador, o en el coger de algún detalle preciso al vuelo, como el manejo deportivo, el entrenamiento olímpico que se requiere y que es de un nivel que pocos pueden proveer/sostener, de du Pont sobre su protegido, a quien lo ilumina con su generosidad; o con el mismo desencadénate de la historia, donde por cultura general se conoce la reacción mortal de una paranoia, pero el filme trabaja con otra cosa, con el sentir del respeto y la admiración, el menosprecio, el reconocimiento obsesivo de la gloria, y cierta obstrucción que significa uno de los puntales protagónicos para los otros dos que comparten necesidades mutuas, un intercambio de dinero por satisfacción e identidad propia, pero también una personalidad y un anhelo igualitario, frente a la soledad y la superación de un escollo mayúsculo en nuestra psiquis, representado en David Schultz, ser un mentor, o proveernos de un camino, el más grande por uno mismo.

En ese hueco/disposición de introspección entra a tañer la madre humilladora, castradora, omnipotente en la oscuridad de la memoria, como una imagen subyugadora que nos persigue (y uno quiere superar, dejar ir, como con aquellos caballos de raza, una reacción entre el dolor, la dependencia y una pequeña liberación), la que nos infantiliza, y nos demoniza o nos vuelve perversos con el resto, con el mundo, aunque nos sobreproteja en su caudal económico y una descendencia noble (viendo que más que actos contra uno, se implora respeto de ese pilar mental en nuestra vidas, ese que no nos tienen, y nos quita el lugar de soporte formal emocional y como seres humanos, lo que hace ver a un du Pont vacío, ridículo, aniñado, débil, poca cosa, y por último peligroso, aun intentando con ahínco ser algo importante, trascendental, con actos intelectuales, filantropía, o nacionalismos de orgullo familiar), y es que du Pont se esfuerza, como en aquella reunión con los atletas para darles instrucciones y darse principalmente a notar, orquestada ante la mirada y juicio de la madre curiosa pero minimizadora, pasivamente destructiva y desconfiada (hacia lo que llama un deporte inferior, que trae trofeos que ella hace espacio como por caridad, sin creer en ello, porque se trata de su hijo, lo que retrata una cruel lucha perdida, desde el inicio, por una actitud firme de desprecio hacia éste como hombre, donde la redención no parece existir, provocando entonces solamente patear el tablero, la tragedia y la autodestrucción del juego de la derrota interior, como un grito frente a lo patético, que bien dibuja un previo silencio melancólico, y la frase de “hemos terminado”, que complejiza lo que muchos llaman simple locura), en la poderosa imagen de la breve aparición de Vanessa Redgrave.

Como reflejo deportivo de la lucha tiene una gran seducción extra, se visualiza muy bien la técnica y los encuentros son en un tiempo justo, no dilatado, fluido, y son instantes emocionantes, indicativos, sin darles ningún efectismo especial, brindando naturalidad, convenciendo y proveyéndose de una cuota de impacto y confabulación. En ello hay que decir que Bennett Miller supera mucha predictibilidad, en que el meollo del asunto se rige a ciertas cautivantes condiciones, a una explicación tras la gloria, una que puede que se alcance e igual escapa a lo esperado, se convierte en secundaria frente a una (otra) prioridad psicológica; y una que se frustra de alguna forma o se nos revela y duele, y se convierte en una consecuencia. Tanto así que el deporte es en realidad –como toda buena película lo aspira- un pretexto para analizar nuestra “sencilla” pero definitoria humanidad, a priori de, factor de o por sobre cualquier excepcionalidad. En donde Miller genera un drama universal de suma profundidad con material deportivo destinado por lo general a la superficialidad y la fácil empatía. Un logro. Tras una cierta engañosa sencillez y austeridad en buena parte del conjunto (la suntuosidad se deja  muy en claro, el poder del dinero, si bien la “necesidad” flirtea con otros ámbitos, como en aquella elipsis o medio punto negro de ¿qué convence a David Schultz de pertenecer al grupo Foxcatcher si Mark dice que no se le puede comprar?, el miedo, la obligación, la lealtad, o, solo es un simple engaño, retórica, recurso de la lograda amable ambigüedad del filme), dentro de una calma (de “temer”) que enseña de forma  no demasiado convencional, pero aun así piensa/llega sin ningún problema hacia muchos, con lo que al desenlace más que esperarlo, vislumbrarlo, o yacer uno impaciente o inquieto por tanta observación, mutismo y escape en medio de circunstancias de tensión (yo creo que hasta lo reduces al punto de partida de una tesis), se deja entender argumentalmente de forma prominente, como todo objeto de arte; por encima de cierta parte de la ilustración, como el cariz de neanderthal de Mark Schultz, logrado cuando golpea furioso su cabeza contra un espejo, o yace impotente ante la técnica superior y quiere agredir a su hermano en el entrenamiento, y en la escena podemos ver hasta su sudor. Pero que no tiene solo una performance realista convincente en una marcada expresión de brutalidad, sino tiene de lugar común, de quehacer simplista, que en algunos casos es muy obvio manteniendo la rudeza, lo primitivo y lo típico que se cree del luchador, aunque en general se llega a conseguir y a suavizar con el pasar del tiempo, lo mismo que pasa con la cualidad visual gestual de raro o lento de du Pont, en dos performances que a pesar de cierta dosis de crítica son de lo mejor de la película, lo que provee una gran loa a Channing Tatum y Steve Carell, actores muchas veces infravalorados –yo mismo lo he hecho, y hago un mea culpa- o encasillados que demuestran mucho talento y entusiasman con su esfuerzo y entrega, al igual que bien aunque menos, se espera eso de él, y creo que es porque más se rige al desarrollo de los otros dos aun siendo el talón de Aquiles de ambos, Mark Ruffalo. Como curiosidad apunto que nunca reconozco a Sienna Miller, que ya creo que habría de respetarla más, en su cualidad de camaleón, antes estilizada pero de a pie en American sniper (2014), y ahora de apariencia más ordinaria, desapercibida. Frente a una obra que no invoca el reduccionismo, porque fuera del mundo de machos que se cursa en la dura lucha libre olímpica, se trata del ser humano en toda esencia, a través de la complicada radiografía psicológica de un desenlace desconcertante. 

viernes, 6 de febrero de 2015

El Francotirador (American Sniper)


Antes de comenzar éste especie de reto que es concebir ardua, honesta y coherentemente (mucho, con uno mismo) una crítica independiente, debo empezar agradeciendo un filme como American sniper, por todo el debate y entusiasmo cinéfilo que me provoca, por lo que es indudable que produce en mí suma admiración su director, Clint Eastwood, no solo por la presente (aunque le halle pesados puntos en contra veo que es un hombre y cineasta honesto aun siendo cuadriculado, por una parte valiente siendo directo y claro, haciendo un cine de siempre, clásico como saben todos), sino también por el cariño a su legado cinematográfico como actor, en especial por íconos como Harry el sucio o del spaghetti western, tanto como por su performance en sus propias obras, y sobre todo por el talento que tiene como director, en películas que me parecen de lo mejor que puede ofrecer el séptimo arte, Unforgiven (1992), Un mundo perfecto (1993), Los puentes de Madison (1995), Mystic River (2003), Gran Torino (2008).

Pasado éste preámbulo, hay que decir que lo que inmediatamente llama la atención del filme entre manos es la ideología o política que maneja, de lo que al respecto muchos dicen que es imposible de abstenerse de dar alguna postura de algún tipo en un filme, viendo que toda propuesta tiene un mensaje en distinto grado, y lo pongo/dejo en cierta duda por una parte, ya que muchas veces uno entiende que perduran más otros elementos, que la supuesta ineludible ideología pasa a segundo plano, y hasta puede desaparecer, o en todo caso no se llega a sentir/percibir que uno lo toma como que no existiera (además está claro que no es necesario compartir el pensamiento de una película, uno puede ver algo "nocivo", recriminable, discutible, no se trata de lo intachable). Pero sí, todo filme requiere para concebir el arte más exigente, que halla complejidad argumental, en la puesta de escena, en el desarrollo conjunto, que exista equilibrio en sus postulados, apreciando que parte de la riqueza de un tema yace en lo polivante, en distintos estudios o posibilidades a contrastar, y ese es el máximo error de un Eastwood sumamente ideológico, obvio, remarcado, exacerbado, unilateral, hasta plano, arguyendo un nacionalismo patriotero, donde los más machos, bravos, cerrados y fanáticos soldados, los NAVYS, dan pie a que se diga claramente –encima en un tono autoritario, intimidante y rústico- que en el mundo existen las ovejas (los débiles y sumisos), los lobos (los abusivos, los réprobos) y los perros cuidadores (los que se encargan de contrarrestar a los lobos),  bajo un sentir conservador donde la religión, el nacionalismo y la familia, en un quehacer recalcitrante, encerrado en sí, son una fuente de pletórica condescendencia con los actos de las fuerzas armadas angloamericanas desplegadas en Irak.

En la propuesta también se evita asumir alguna autocrítica, o análisis con posturas en disputa, es siempre unidireccional, sobre el porqué de la invasión a Irak. Solo se adjudican razones por la influencia de Al Qaeda en la zona (recordando que el llamado de Kyle, al patriotismo de un cowboy, ¡qué más claro que eso!, fue el ataque desconocido a una embajada estadounidense) tras el horror de la caída de las torres gemelas. Esto puede tener de prevención, aunque sería ingenuo pensar que una guerra se hace de tan poco. También tratamos con una película de acción, de entretenimiento, donde a esa vera no le faltan los efectismos y la banalización. Tal es cuando la lacrimógena, primaria –salvo en el primer encuentro- y aguantadora Taya (Sienna Miller), la esposa embarazada de Chris Kyle, del francotirador protagonista interpretado por un solvente, de expresión mínima por lo rudo pero tratable y hasta inteligente, o de breve magia circunstancial, Bradley Cooper, llora en el teléfono encendido sin respuesta mientras su marido y compañeros son atacados; o cuando un terrorista de tipo caricaturesco –igual al cómic/leyenda que hacen ver del francotirador olímpico sirio, para antagonizar, dar juego, como a su vez no dar a entender que hay lobos con piel de oveja- tortura/agrede a un niño con un taladro frente a su padre soplón. No obstante hay asaltos militares de suma intensidad y cautivante belleza autoral, como uno oscuro, inquietante, caótico, indeterminado e impredecible que ocurre en medio de una tormenta de arena en el último viaje y campaña del protagonista, que recuerda a la hazaña del ataque nocturno final de Zero Dark Thirty (2012).

Los roles modélicos, de los conservadores, bien reflejados en aquella biblia de ascendencia familiar que guarda Kyle, en lugar de vigilar el ideal humano, buscan la impunidad, la justificación de atrocidades, la libertad total, producto del miedo, las condiciones intrínsecas de la guerra de sublevación paramilitar y el defenestrar cualquier futuro ataque enemigo terrorista. Es así a tal punto que se habla de un heroísmo (casi) incuestionable, al menos en el protagonista, la esencia del filme, fuera de la sombra del agotamiento y el quiebre emocional, donde en Kyle hay represalias psicológicas en algunos pasajeros desequilibrios  –intenta agredir/estrangular a un perro que cree violento, ve la tv. apagada abstraído en sus memorias bélicas y sobredimensiona histéricamente la falta de ayuda a su bebé que llora en la maternidad- como a su vez se siente distanciado de su esposa –en un momento estando de regreso deja de ir a su hogar perdiéndose solitario y deprimido en un bar- que pone en segundo plano por su vocación absoluta hacia lo militar, la patria, implicándose en 160 muertes como francotirador, tanto que no se oye en absoluto de crímenes de guerra.

Kyle en ningún momento da su brazo a torcer en lo que considera irreprochable, legítimo, su deber, para con su país, Dios y sus compañeros, por encima de cualquier asunto moral o ético, como diciendo que en la guerra todo está permitido, hasta la crueldad de un lobo. Pero eso no lo vemos, porque no hay concesiones ni equilibrio, sino que en todo momento Kyle actúa como por necesidad, porque no hay salida, aun siendo un tipo tan rudo y lo que se espera de una leyenda construida con el fanatismo que alguien tildó de psicopático, como un peón del sistema, orgulloso de defender a su país, de lo que se le abre cualquier puerta, lo limpia de su consciencia, aunque tiemble a poco de cargarse a otro niño hijo de puta, como dice entre dientes, como enviando un mensaje al mundo, que los americanos han sabido entender en su abundante asistencia a las salas del cine, agradecidos lógicamente pero no del todo juiciosos por una parte, como diciendo que solo en Estados Unidos hay héroes de guerra y no corruptos en la lucha contra el terrorismo, en un alarde de americanización global y alienación perdona vidas, de excepción. 

El tipo de soldado que es Kyle, como lo expresa el filme, está por encima de a quienes se les llama sin asco de salvajes, fantasmas que no han aceptado evacuar la zona, o sea gente a tratar con toda mano dura y omnipotencia ante la desconfianza de cualquiera de ellos, que pueden invitar una cena amigable y luego ocultar un arsenal de armas y ser cómplices guerrilleros, o que se diga que su territorio huele a defecaciones, lenguaje real, pero que indica el sentir de quienes lo utilizan, como ven/fomentan el contexto. Eastwood pone un caso cliché sobre la amenaza del terrorismo, deshaciéndose de niños y mujeres que intentan matar SEALs, encubiertos en la sensibilidad de su naturaleza. Esto suena políticamente incorrecto, al mismo tiempo se siente realista, las consonancias verosímiles de yacer en una guerra, los mismos hechos, pero además osado, sincero y ruin (pensando en nuestra humanidad, en los derechos humanos). 

American Sniper es un llamado a enrolarse, y a venerar a sus héroes militares, el llamado patriotero puro y duro. No estamos frente a esa pequeña joya de la adrenalina bélica de The Hurt Locker (2008) que imponía un sentir extraño de existencialismo por encima de la especificación de una guerra. Todo en cambio en American sniper se mueve producto de un trauma angloamericano como lo es la caída de las torres gemelas, y el sentir de una inevitable reacción de retorno contra quienes han dejado de ser seres humanos, son sólo salvajes, aunque se pierdan en medio de la multitud indistinta, y es que a Eastwood le han tocado el corazón, es un tema que lo hace sentir demasiado norteamericano, como se puede apreciar claramente, y puede ser a un punto normal, pero el resultado es un filme medio propaganda, para rendir honores, como en aquellas finales imágenes de archivo, donde raya solo el respeto, el silencio, y queda fuera en conjunto lo complejo o equilibrado. La ideología se impone incluso por sobre los elementos, su cualidad de divertimento, pero sin rehuirle al recurso del convencimiento primario, en un filme lastrado por todo ello.

lunes, 2 de febrero de 2015

El Código Enigma (The Imitation Game)

Lo más rescatable de éste filme destinado a la supuesta complacencia general, sopesando cierta calidad merecedora de la nominación a mejor película en los Oscars, y lo que hace que uno en lo personal lo salve de la quema, haga un balance “perdonándole” sus incontables errores, es que tiene un pequeño tono cosmopolita dentro de sus parámetros narrativos hollywoodenses de buen ritmo, mucha corrección política y hasta naturalmente simplista, aunque tiene algunos conocimientos complejos entre manos, pues tratamos con un matemático, científico y padre/precursor de las computadoras.

El filme viene a lucir frio por un lado –valga la inmediata relación, como el propio país del que viene el director, el noruego Morten Tyldum- y  del tipo británico al otro –por la ambientación, el origen de los actores, y de los personajes; sobre todo siendo el biopic de un inglés emblemático como Alan Turing-, es decir, parece desapasionado, seco, pero también asoma lo contenido, el guardar las formas, la buena educación, esconder la intimidad, imponer el recato, la elegancia común y la discreción, cosa muy de acuerdo con el tipo de hombre que se retrata (más allá de obviedades o recursos planos del guion, tanto como para dar giros), al que vemos más tarde abrirse como una flor en toda primavera sólo en el desenlace en que resulta muy emotivo, realmente conmovedor, hilando bastante fino, pero contundente en nuestra reacción, perpetrando realismo con un toque artístico, lo que reflota cualquier antecedente negativo, en un clímax perfecto, hablándonos de un estilo deliberado en toda la propuesta, el de escoger no mostrarse sentimental en su mayor parte, mientras recordamos atentamente ese epilogo tan pletórico de sensibilidad, que remite indisoluble e inmediatamente a  la noción de una vida muy triste que a un punto se nos estaba velada. Se suma además que se trata de la complicada personalidad de un hombre raro, no porque sea homosexual, sino alguien que tiene la dificultad de interrelacionarse socialmente, un solitario, que yace como  atrapado en una “única” expresión que parece albergar un rostro medio tonto en quien fue un genio, en la performance del querido por el gran público Benedict Cumberbatch.

Enumerando los tantos defectos del filme, véase el verbalizar mucho y no saber enseñar con imágenes –que no se trata de sensacionalismo ni de bajos refugios-  su tendencia sexual, su señalada soberbia o su clamada crueldad, emparentada con su excesivo racionalismo, salvo en un momento en que la película se salta la norma, sin ser audaz, ni darlo todo, cuando el código Enigma se descifra y hay que sacrificar muchas vidas, incluyendo a un familiar directo, por una táctica vencedora en la guerra, que recuerda la argucia militar de Winston Churchill.

A la película le falta perversión, padece de mucha asepsia, falta ensuciarse, adolece de mucho atrevimiento, aun con su cierto cariz de indefinición, su sentir nórdico (que también por un lado parece un defecto), su extraña algo esquiva empatía primaria, su mínimo de cine arte europeo oculto tras el cine de gran envergadura comercial que es la presente. Es la historia del hombre atípico o inesperado al éxito o a la grandeza (visto desde su adolescencia), a quien se le atribuye anormalidad, al final el germen del prodigio, como se arguye, otra excepcionalidad (en esos flashbacks de chiquillo secretamente enamorado de un compañero e influencia, por ser él compasivo, noble), que enfatiza el filme infantilmente, aunque de manera llamativa, para tener al espectador atento, pero ligero, implicando en realidad un lugar de confort, uno que vive de las apariencias –que la trama igual maneja de manera esquemática, o no lo explota como es debido- pero que resulta vacuo en buena parte. 

En lugar de repetir el incansable estribillo de que la crueldad otorga satisfacción, que en primera instancia funciona, para luego perder la atención por no hallar gran sustento (un quehacer didáctico básico, que no llega a proyectarse más allá de lo inmediato en los acontecimientos), hubiera cogido esas líneas efímeras o algún pasaje breve que parecen escaparse del conjunto formal y era la oscuridad que le ha faltado cuando el personaje de Keira Knightley sostiene que requiere de su casamiento porque no quiere irse con sus padres, anhela un beneficio o salvoconducto, y se vislumbra de ella cierto aprovechamiento, y obligación, tras un pacto; o se diga una realidad madura de que el trabajo de “oficina”, monótono, apagado, tiene mucho mérito, aunque suene un poco a manual de autoayuda (conmiseración social); o se haga ver que la guerra es menos romántica de lo que la historia pretende. Puede que sea duro con el filme, y es que tiene plaga de defectos, dando por descontado la buena factura, la verosimilitud de la recreación y contar una historia de forma amena, que por ello va a gustar a muchos. Sin embargo, es más atizar la vista, son los pequeños atributos los que hacen la gloria, o mejor dicho, le dan una cierta redención, con esa mirada a la resolución de los códigos nazis, la genialidad, en aquel invento de nombre familiar, entrando hacia la oscuridad, emparejado el discreto héroe, Alan Turing, con su humanidad/sufrimiento.