viernes, 6 de febrero de 2015

El Francotirador (American Sniper)


Antes de comenzar éste especie de reto que es concebir ardua, honesta y coherentemente (mucho, con uno mismo) una crítica independiente, debo empezar agradeciendo un filme como American sniper, por todo el debate y entusiasmo cinéfilo que me provoca, por lo que es indudable que produce en mí suma admiración su director, Clint Eastwood, no solo por la presente (aunque le halle pesados puntos en contra veo que es un hombre y cineasta honesto aun siendo cuadriculado, por una parte valiente siendo directo y claro, haciendo un cine de siempre, clásico como saben todos), sino también por el cariño a su legado cinematográfico como actor, en especial por íconos como Harry el sucio o del spaghetti western, tanto como por su performance en sus propias obras, y sobre todo por el talento que tiene como director, en películas que me parecen de lo mejor que puede ofrecer el séptimo arte, Unforgiven (1992), Un mundo perfecto (1993), Los puentes de Madison (1995), Mystic River (2003), Gran Torino (2008).

Pasado éste preámbulo, hay que decir que lo que inmediatamente llama la atención del filme entre manos es la ideología o política que maneja, de lo que al respecto muchos dicen que es imposible de abstenerse de dar alguna postura de algún tipo en un filme, viendo que toda propuesta tiene un mensaje en distinto grado, y lo pongo/dejo en cierta duda por una parte, ya que muchas veces uno entiende que perduran más otros elementos, que la supuesta ineludible ideología pasa a segundo plano, y hasta puede desaparecer, o en todo caso no se llega a sentir/percibir que uno lo toma como que no existiera (además está claro que no es necesario compartir el pensamiento de una película, uno puede ver algo "nocivo", recriminable, discutible, no se trata de lo intachable). Pero sí, todo filme requiere para concebir el arte más exigente, que halla complejidad argumental, en la puesta de escena, en el desarrollo conjunto, que exista equilibrio en sus postulados, apreciando que parte de la riqueza de un tema yace en lo polivante, en distintos estudios o posibilidades a contrastar, y ese es el máximo error de un Eastwood sumamente ideológico, obvio, remarcado, exacerbado, unilateral, hasta plano, arguyendo un nacionalismo patriotero, donde los más machos, bravos, cerrados y fanáticos soldados, los NAVYS, dan pie a que se diga claramente –encima en un tono autoritario, intimidante y rústico- que en el mundo existen las ovejas (los débiles y sumisos), los lobos (los abusivos, los réprobos) y los perros cuidadores (los que se encargan de contrarrestar a los lobos),  bajo un sentir conservador donde la religión, el nacionalismo y la familia, en un quehacer recalcitrante, encerrado en sí, son una fuente de pletórica condescendencia con los actos de las fuerzas armadas angloamericanas desplegadas en Irak.

En la propuesta también se evita asumir alguna autocrítica, o análisis con posturas en disputa, es siempre unidireccional, sobre el porqué de la invasión a Irak. Solo se adjudican razones por la influencia de Al Qaeda en la zona (recordando que el llamado de Kyle, al patriotismo de un cowboy, ¡qué más claro que eso!, fue el ataque desconocido a una embajada estadounidense) tras el horror de la caída de las torres gemelas. Esto puede tener de prevención, aunque sería ingenuo pensar que una guerra se hace de tan poco. También tratamos con una película de acción, de entretenimiento, donde a esa vera no le faltan los efectismos y la banalización. Tal es cuando la lacrimógena, primaria –salvo en el primer encuentro- y aguantadora Taya (Sienna Miller), la esposa embarazada de Chris Kyle, del francotirador protagonista interpretado por un solvente, de expresión mínima por lo rudo pero tratable y hasta inteligente, o de breve magia circunstancial, Bradley Cooper, llora en el teléfono encendido sin respuesta mientras su marido y compañeros son atacados; o cuando un terrorista de tipo caricaturesco –igual al cómic/leyenda que hacen ver del francotirador olímpico sirio, para antagonizar, dar juego, como a su vez no dar a entender que hay lobos con piel de oveja- tortura/agrede a un niño con un taladro frente a su padre soplón. No obstante hay asaltos militares de suma intensidad y cautivante belleza autoral, como uno oscuro, inquietante, caótico, indeterminado e impredecible que ocurre en medio de una tormenta de arena en el último viaje y campaña del protagonista, que recuerda a la hazaña del ataque nocturno final de Zero Dark Thirty (2012).

Los roles modélicos, de los conservadores, bien reflejados en aquella biblia de ascendencia familiar que guarda Kyle, en lugar de vigilar el ideal humano, buscan la impunidad, la justificación de atrocidades, la libertad total, producto del miedo, las condiciones intrínsecas de la guerra de sublevación paramilitar y el defenestrar cualquier futuro ataque enemigo terrorista. Es así a tal punto que se habla de un heroísmo (casi) incuestionable, al menos en el protagonista, la esencia del filme, fuera de la sombra del agotamiento y el quiebre emocional, donde en Kyle hay represalias psicológicas en algunos pasajeros desequilibrios  –intenta agredir/estrangular a un perro que cree violento, ve la tv. apagada abstraído en sus memorias bélicas y sobredimensiona histéricamente la falta de ayuda a su bebé que llora en la maternidad- como a su vez se siente distanciado de su esposa –en un momento estando de regreso deja de ir a su hogar perdiéndose solitario y deprimido en un bar- que pone en segundo plano por su vocación absoluta hacia lo militar, la patria, implicándose en 160 muertes como francotirador, tanto que no se oye en absoluto de crímenes de guerra.

Kyle en ningún momento da su brazo a torcer en lo que considera irreprochable, legítimo, su deber, para con su país, Dios y sus compañeros, por encima de cualquier asunto moral o ético, como diciendo que en la guerra todo está permitido, hasta la crueldad de un lobo. Pero eso no lo vemos, porque no hay concesiones ni equilibrio, sino que en todo momento Kyle actúa como por necesidad, porque no hay salida, aun siendo un tipo tan rudo y lo que se espera de una leyenda construida con el fanatismo que alguien tildó de psicopático, como un peón del sistema, orgulloso de defender a su país, de lo que se le abre cualquier puerta, lo limpia de su consciencia, aunque tiemble a poco de cargarse a otro niño hijo de puta, como dice entre dientes, como enviando un mensaje al mundo, que los americanos han sabido entender en su abundante asistencia a las salas del cine, agradecidos lógicamente pero no del todo juiciosos por una parte, como diciendo que solo en Estados Unidos hay héroes de guerra y no corruptos en la lucha contra el terrorismo, en un alarde de americanización global y alienación perdona vidas, de excepción. 

El tipo de soldado que es Kyle, como lo expresa el filme, está por encima de a quienes se les llama sin asco de salvajes, fantasmas que no han aceptado evacuar la zona, o sea gente a tratar con toda mano dura y omnipotencia ante la desconfianza de cualquiera de ellos, que pueden invitar una cena amigable y luego ocultar un arsenal de armas y ser cómplices guerrilleros, o que se diga que su territorio huele a defecaciones, lenguaje real, pero que indica el sentir de quienes lo utilizan, como ven/fomentan el contexto. Eastwood pone un caso cliché sobre la amenaza del terrorismo, deshaciéndose de niños y mujeres que intentan matar SEALs, encubiertos en la sensibilidad de su naturaleza. Esto suena políticamente incorrecto, al mismo tiempo se siente realista, las consonancias verosímiles de yacer en una guerra, los mismos hechos, pero además osado, sincero y ruin (pensando en nuestra humanidad, en los derechos humanos). 

American Sniper es un llamado a enrolarse, y a venerar a sus héroes militares, el llamado patriotero puro y duro. No estamos frente a esa pequeña joya de la adrenalina bélica de The Hurt Locker (2008) que imponía un sentir extraño de existencialismo por encima de la especificación de una guerra. Todo en cambio en American sniper se mueve producto de un trauma angloamericano como lo es la caída de las torres gemelas, y el sentir de una inevitable reacción de retorno contra quienes han dejado de ser seres humanos, son sólo salvajes, aunque se pierdan en medio de la multitud indistinta, y es que a Eastwood le han tocado el corazón, es un tema que lo hace sentir demasiado norteamericano, como se puede apreciar claramente, y puede ser a un punto normal, pero el resultado es un filme medio propaganda, para rendir honores, como en aquellas finales imágenes de archivo, donde raya solo el respeto, el silencio, y queda fuera en conjunto lo complejo o equilibrado. La ideología se impone incluso por sobre los elementos, su cualidad de divertimento, pero sin rehuirle al recurso del convencimiento primario, en un filme lastrado por todo ello.