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martes, 6 de abril de 2021

La revolución y la tierra


Para empezar éste escrito debo decir que soy apolítico por lo general, mi escrito es netamente cinematográfico, no muestra una tendencia política, ni de izquierda ni de derecha, es mi opinión honesta, transparente, siempre libre, de este documental de Gonzalo Benavente estrenado el 2019. Éste ha vuelto a la palestra de cierta manera cuando iba a ser proyectado éste domingo 4 por televisión nacional, el canal del estado, pero se le ha postergado para después de las elecciones para no influir en la votación de presidente del Perú, elecciones que serán éste domingo 11 de abril. Ciertamente sí luce como un filme de izquierda, un filme muy político; qué es bueno, ciertamente es más que decente, es entretenido hay que decir de paso. El filme habla de la reforma agraria ocurrida a fines de los 60s, por el general Juan Velasco Alvarado, quien gobernó de 1968 a 1975. Velasco dio un golpe de estado y ejerció una dictadura militar, lo curioso de ésta dictadura es que a diferencia de lo que suelen ser las dictaduras militares (de derecha), ésta fue una dictadura militar socialista, revolucionaria. Hay que decir que a los peruanos nunca nos ha faltado la creatividad, no iba a ser diferente en la política. Se debe mencionar que el filme es incompleto en su mirada del gobierno del general Velasco Alvarado. No pretende ahondar en que fue una dictadura y las dictaduras nunca son el ideal humano ni se les justifica (o habría que hacer más de una salvedad, la ruptura que abre la puerta). Pero este filme aunque es izquierdista, aunque hace ver al general Velasco como un héroe, tiene puntos que si se le pueden considerar que por una parte lo fue. El método, la expropiación de tierra de hacendados y empresarios, fue propio de una dictadura, por la fuerza bruta, aunque se dice no hubo muertos. Pero ciertamente había explotación del indio, del campesino, tratados como servidumbre, incluso se dice que mucho peor, como objetos de propiedad. Trabajaban prácticamente gratis para los hacendados y estos les daban una muy pequeña tierra para subsistir. Habían reivindicaciones que hacer, darles igualdad y derechos como ciudadanos peruanos a los indios o campesinos. Puede que el método no fue el más legal, pero sí se pedía a gritos, no escuchados por mucho tiempo. El fracaso de la reforma agraria tiene sus argumentos en el filme, pero ciertamente se oyen incompletos. Se dice que fue una reforma cultural exitosa, de justicia, una reforma laboral necesaria, y en mi opinión es verdad -aunque faltó mucha educación en varias formas-. Que fue un fracaso la reforma -como empresa o economía interna- en mayoría sí, hubo error del gobierno también, fue error del campesinado también, fue producto de hacerlo muy rápido y por poco tiempo sí también, ¿ameritaba hacerlo ya?, sí seguramente. En el filme se dice algo interesante, que el socialismo impuesto por el general Velasco Alvarado pudo concebir lo que sería más tarde el terrorismo de los 80s, y ciertamente suena muy lógico, aun cuando los 60s eran épocas de fuerte influencia socialista, de lucha ideológica. El filme argumenta que más bien Velasco y su reforma salvó al país de que el terrorismo triunfara o que empezara antes, se dice que el campesino o indio no apoyó al terrorismo al verse reivindicado por el gobierno, por la reforma agraria, y aquí entra a tallar algo que no se menciona de los 80s hasta el 93 del terrorismo, la violencia extrema como método recurrente de justicia y la brutalidad y facilidad de ejercer el asesinato (cosa que la gente humana no tiende a defender), incluyendo la muerte de campesinos, campesinos que mayormente han mostrado humanidad. El filme es muy cinéfilo al mismo tiempo que no abandona lo político, pasa revista a muchas películas peruanas que hablan del tema de la reforma agraria, vemos que las imágenes hacen de soporte, de archivo, de análisis, de perspectiva. Vemos películas de Federico García Hurtado, de Nora de Izcue, Bernardo Batievsky, Felipe Degregori, Armando Robles Godoy, Francisco Lombardi, Bernardo Arias, del Grupo Chaski, sale hasta Las Malas Intenciones, entre otras. Así mismo el filme hace entrevistas a destacados sociólogos, sindicalistas, comunicadores, historiadores, politólogos, incluso a un crítico de cine y a un guionista de telenovelas, la mayoría rostros fáciles de ubicar. El filme tiene poca intervención, casi nada -serán un par-, de gente que no gusta de Velasco Alvarado. La postura aquí es clara, puede que algo a razón de que Velasco públicamente es golpeado mayormente y muy poco reconocido en lo que tuvo de bueno. El filme intenta darle ese mérito, aunque lo suyo es convertirlo en un héroe en grande. Es un filme que da para hablar, Velasco fue un personaje como se dice complejo y lo suyo no fue menos. También sale quien lo derrocó entrevistado a puchitos, el general Morales Bermúdez, curiosa participación, de aporte sencillo, pero presencia muy curiosa. El filme utiliza 40 minutos antes de introducir a Velasco, en crear el background antes de la reforma. El filme utiliza elementos externos, pero coherentes. Gonzalo Benavente ha pegado el salto de un filme pituco con algunas bromas socialistas (Rocanrol 68) a un documental ultra político. Por lo general es al revés, lo light viene después de la trasgresión, una prueba más de nuestra originalidad nacional. 

miércoles, 13 de noviembre de 2013

Rocanrol 68

No soy de prestar demasiada atención a las bandas sonoras o acompañamientos musicales, soy un poco sordo con la música en el cine, se podría decir, salvo excepciones, y que los Saicos y los Yorks, dos bandas peruanas de rock de garaje, nacidas en los 60s, que predominan en Rocanrol 68 como parte del argumento además, ópera prima de Gonzalo Benavente, no los conozco en realidad. Sólo conocía la mítica precursora canción punk “Demolición” de Los Saicos en la performance de otro grupo nacional muy popular de onda subterránea, Leucemia, una banda que si he escuchado pero que no me genera pasión, y que Traffic Sound, The Pepper Smelter o Black Sugar son para mi absolutamente nuevos. Sin embargo, hay que decir que la idoneidad y carisma en el ecran de todas ellas es indudable, y puedo afirmar que a contracorriente de mi primera impresión sobre ellos que era de levedad e indiferencia, me han gustado lo suficiente como para sentir a esos grupos como una virtud del filme, y que su acompañamiento y fondo ha sido agradable dentro del paquete que es Rocanrol 68, ya que si te acercas a la realización por esas bandas tendrás tu pequeña gloria rocanrolera. No obstante si los vez únicamente como parte de un conjunto será también una agradable experiencia.

Rocanrol 68 (2013) revitaliza el séptimo arte peruano con un cine digamos que "nuevo", uno sin tantos traumas, propios de los tiempos más optimistas de hoy en día en Perú, siendo un filme ligero de lleno y con alevosía, sin agobiarnos como de costumbre con desgracias, sin la quincuagésima demostración de seriedad y trascendencia reflexiva nacional, que no debemos evitar tampoco aunque no debe atribuirse como regla indisoluble del cine peruano, y que si lo hace debe apostar por envolverse de arte. Rocanrol 68 casi carece de crítica social o eso estipula (ya que busca ser el reverso de todo ello), y si la tiene no se siente ni por asomo como antaño ni creo que sirva demasiado su contexto histórico o político –no hay rigor, o en cierto caso es solo un esbozo- que no sea el operativo ubicado en La Punta, Callao, y que llega a globalizarse. Copia fórmulas angloamericanas pero con su cuota de personalidad. Se adapta a nuestra idiosincrasia. Es una propuesta hecha por gente bien (¿por qué no decirlo?), para quien quiera sentirse bien, como las que exporta y domina nuestra cartelera el panorama hollywoodense. Tiene deficiencias es cierto, pero también resulta aire fresco (relax) en nuestro cine.

Decir que algo quiere sólo entretener, con convicción, no es malo, lo sabemos aunque lo olvidamos a veces, porque lo que busca el filme es decirnos que no todo va a ser rollo como diríamos directamente. Lo dice el filme en incontables ocasiones, tanto que entendemos al vuelo que el Perú se jodió por el terrorismo, pero se permite bromear con la idea del socialismo, sin tampoco anularle porque tiene su rato de funcionamiento cuando se recuperan las llantas robadas en una escena importante, además de que Pablo Saldarriaga es divertido en su eterno cliché como actor (igualmente Manuel Gold, de tonto seductor, que es parte de su personalidad de trabajo). Roncarol 68 tiene clichés por montón pero es más que viñetas cómicas, se muestra solvente en su claridad y en su simpleza, llena de gracia, y no es que obvie la realidad, ostenta lo ordinario y popular aunque lo explota al gusto, con lo que se puede jugar nuevamente con lo eternamente cómico e identificador si sabes ponerle una pizca de estilo al asunto, y eso logra Gonzalo Benavente, sacarle algo a lo de siempre, aun haciendo notar lo que quiere y usa, que puede ser un sucedáneo menor de la conmovedora serie Los años maravillosos, al lado de mucha cinefilia e inocencia, porque se trata de una comedia sana, de aire algo bobalicón. 

La historia es muy conocida, el querer enamorarnos de alguien especial –cosmopolita, nómade, con experiencia, cultura, sentido de lo que está en boga, atributos físicos, como bonitas piernas aunque se diga sutilmente que son los pies pequeños, extrovertida, algo exótica- siendo nosotros lentos –la evocación de Spider-Man puede ser boba pero da un contexto rápido; muestra nuestro lado sensible, torpe y latente primario, gancho natural, lastre y virtud por igual-. Trata de que es importante compartir con una banda de amigos, y a través de ellos disfrutar de un verano de promesas y aventuras; una de ellas es reencontrarse en la misma playa dentro de unos 10 años igual de frescos; y la otra inmediata, tener una pareja antes del fin de la temporada. Manolo (Sergio Gjurinovic), el narrador y esencia del filme; Bobby (Manuel Gold), el seductor mitómano; y Guille (Jesús Alzamora), el melómano que no gusta de The Beatles, arman el relato. Manolo queda anonadado con la guapa y cool (y ella misma se lo atribuye) Emma (Mariananda Schempp, bastante creíble como la fantasía amorosa, gracias a su notoria belleza y a la riqueza como ser humano que brinda el relato) que versa en la inteligencia, la seducción, la personalidad desbordante y la modernidad sin salir del cuadrante de cierta frescura naif, como la de quien le enternece y le llega a enojar su timidez cuando la toma por rechazo (estupenda la declaración indirecta de amor de ella). 

Rocanrol 68 tiene personajes bastante prácticos pero acertados, breves pero efectivos, como el marino autoritario y de derecha que dibuja Javier Valdés (más preciso nadie), la voz susurrante de la empleada (irónico el decirle que se haga escuchar estando en una mesa familiar de clase media alta; puede leerse como una broma políticamente incorrecta para todos los que ven en todas partes injusticia y revolución si no apelamos a lo más simple y literal), el guapo que hace Joaquín de Orbegoso (lugar común), lo que hace Aldo Miyashiro (lo que le gusta interpretar o producir, como un tipo que suele siempre estar orgulloso de su criollismo, siendo un especie de gurú de la existencia en el guitarrista de los Saicos, pero que dice no ser él), Leslie Shaw como Male (que se auto-retrata por enésima vez dentro de la sensación que suele dar, como lo hiciera salvando las distancias Marilyn Monroe; pero aparte de ser un bombón desborda ternura, contemporaneidad y en la trama calma ilusiones como despierta fantasías) y una nunca mejor Norma Martínez como la mamá de Manolo que versa en la opulencia pero sin caer en la caricatura sino más bien tiene inteligencia, ironía y pervive en la buena onda bajo el refinamiento relajado y una “falsa” modernidad.

El filme dentro de su actualidad juega con las ideologías, vemos al outsider, a la feminista (bien la ubicua Gisela Ponce de León, muy expresiva, como en la mejor serie cómica, y la que diríamos en jerga que es otro calzoncillo en la historia), al marxista o al cineasta bajo la frustración de la dura realidad (de convertirse en uno en nuestra idiosincrasia), y se apela hasta a la ciencia ficción (escape moral de Manolo), como se articula el ser uno mismo, notorio en Gille, y respetar hasta el anhelo del derecho a la tontería y a la despreocupación de buscarla y propagarla, que parece el verdadero himno de libertad del filme. Tiene escenas que funcionan igual que en series como That '70s Show a la que parece copiar en su idea creativa, con coreografías llenas de sentimiento de alegría y simpatía, con homenajes y menciones cinéfilas a Banda Aparte, Casablanca, Viaje a la luna, Pulp Fiction, Tiempos modernos, 25 Watts, Dr. Strangelove (1964), entre otras. Parece llevar a On the road, de Jack Kerouac, en el fondo, pero dentro de unas coordenadas mucho menos sensuales, menos atrevidas, sin tanta locura, pero emulando su canto de pasión, de hallarle emoción y felicidad a la vida. Escenas como la del Tip top, la de fumar marihuana y la del encuentro y acercamiento en la playa entre Emma y el trío –a nosotros nos quedaran las papas fritas dice una línea- brillan por audaces sin ser estrambóticas, siendo afines a todos dentro de la transparencia alejada de la grandilocuencia rebelde. 

Surge el himno nacional cantado en la debacle, como el espíritu guerrero que siempre nos ha acompañado en la desgracia, en el Dios ahorca pero no mata (o mejor, no remata), y que tiene la esencia de salir adelante finalmente, ya no prima el pesimismo lujurioso de siempre, de regodeo, que se busca -sin ser artístico, además- como si fuera la única salida para recrear la verdad. Y sí, en efecto, tiene también muchos puntos que uno critica al cine mainstream de EE.UU., como el final feliz tras un meollo facilón y un contexto juvenil de amores e ilusiones tempranas simples aun intactas dentro de una banda de colleras y mataperreo intrascendente, pero funciona en general tomado desde tres muchachos que tienen de pavos, como Bobby que lucha por no serlo y más lo parece, aunque tiernamente y de forma cómplice, desde la broma llana que no quiere más que reírse de uno abierta y directamente, sin vergüenza ni lapidariamente, del que quiere hacer algo sin sentido mayor pero necesario en nuestra adolescencia y lo dice incontables veces (el simbolismo de romper un teléfono público, ir a un concierto memorable de rock, pintar la calle con grafiti, beber hasta desmayarse –con pisco puro- o tener muchas relaciones sexuales).

El filme se autocritica irónicamente como quien sabe que así salta la valla y se autoproclama con el cine que a uno le gusta o propone, quiere retratar y parodiar en parte (como pasa cuando algo yace gastado, y a muchos molesta). Ésta película no funcionaría así se dice en repetidas ocasiones, y lo hace con seguridad, hace todo lo que no debe hacer, entre comillas, porque yace consciente, salvo no reducirlo todo a las calatas que critica burlón Bobby en su necesidad de atención, o al terrorismo que también tiene su réplica y carcajada, y hasta recurre a la boca de Miyashiro que intimida a Manolo, y ahí además está Saldarriaga y su maoísmo superficial, o la repetida “originalidad” que siempre triunfa (hablar a través de letreros), y es que lo sano y simpático sin más también tiene cabida en el corazón contemporáneo de todo cinéfilo, no muere, y puede colarse una y otra vez si toca la pieza correcta (cuando está en buena forma, en lo que puedo ver a Wes Anderson en su cariz de celebrada inocencia, aunque no desde los outsiders). El minimalismo y la calma anteceden la broma fácil y discreta, pasa y se queda un rato tranquila al pendiente, sin ser rimbombante, sin tensión de recepción ni de ningún tipo.

Tiene un contexto que repite constantemente fórmulas, pero en alguna caes fijo y redondo, aun sabiendo de lo que va. Es una buena oportunidad para demostrar que podemos ser también despreocupados y buscar el entretenimiento más terrenal, sin perder la educación. Es un disfrute muy relajado, pero con su gracia, que tiene sus semejanzas con Los Cinéfilos (una micro-comedia de la web) y, valga la obviedad, con Polizontes (programa de cable que sigue la movida artística y nocturna de lo más agradable de Lima, quitándole el engolamiento de sus especiales contextos). Tiene un aire fresco a la mano, y se siente real la imperfección a la adaptación social. Rocanrol 68 es cine amable que busca hacernos el día (alegre), no estar pegado a las preocupaciones.