jueves, 29 de enero de 2015

Todos están muertos

En el cine español, y en los espectadores por antonomasia de éste suponemos, se podría decir que les gusta perpetrar/observar la extravagancia sexual, diciéndolo de cara a la versatilidad del término, quizá como reflejo de su sociedad o de lo que se espera de ella (un grito, intenso o abrupto por lo general, de igualdad y derecho, si lo vemos dentro de todo en el buen sentido), por algo el máximo representante del cine ibérico es Pedro Almodóvar. Sin embargo hay que decir que dicha omnipresente particularidad muchas veces lastra la apreciación de su arte en general, y no porque no vayamos a tolerar -por dar un caso central- a homosexuales o travestis, adolescentes descubriendo que son gays o el asomo del incesto entre hermanos, aunque en una exhibición platónica, de un sentir de imposibilidad, éstos dos últimos presentes en el filme que nos aboca ahora, sino porque muchas veces yace fuera de lugar en la exploración de un tema, a menudo vulgariza o pauperiza contextos específicos, o los relega a cierto show, te saca de la auscultación o introducción de otras realidades, de cierta profundización, para hacer ver quizá sí un rasgo distintivo o anhelado de perenne factura, simbolización e identificación social, pero también refleja (otro tipo de) incongruencia, el sobresalto, la distracción y hasta empequeñece un sentido conjunto, su importancia, lo vuelve a un punto costumbrista e irreverente de por sí, y puede que esto no sea para nada extraño en España vista su potente liberalidad, pero si se siente mucho afuera, quizá por una parte por defecto de uno en cierta convencionalidad en cuanto a las formas de la narrativa que esperamos encontrar, no de la falta de apertura recalco. No obstante hay argumentos a sopesar, en que uno quiere ver mayor ecuanimidad con la seriedad de los temas, (sobre todo) coordinación, elegancia y estética. Y puede que esté tirando simplemente una piedra al mar, viendo en el horizonte un ruido zambulléndose, a continuación unas bellas ondas y más nada, la calma, el silencio, o siendo optimista una botella con un mensaje a cualquiera que lo recoja, al mundo; y seguramente es pedir mucho a éstas alturas de un reflejo/labor en el cine español, pedir romper con una esencia (sea ésta o no desfavorable), aunque siempre (cualquiera) habrá que adaptarse, total tiene hasta cierta gracia (por ser condescendiente), como señal de un tipo de cine que a pesar de toda su común imperfección es entretenido, e igual pensemos que podría ser mejor, atenderlo con más delicadeza, o más correlación con sus temas.

Hoy ha pasado justamente esto, el filme que nos compete tiene de costumbrista, pero ha sabido darle a ésta perenne extravagancia sexual del cine ibérico un lugar cuidado, a proporcionarle tino, y exponer dicho lugar común como parte de la historia en sí, sin por ello renunciar a abordarlo con fuerza. Invoca a un grupo musical denominado “Groenlandia”, en donde dos hermanos se quieren tanto que llegan hacia la barrera no solo de la dependencia emocional, la hermana con vida sufre de agorafobia producto de su ausencia (aunque no está determinado por completo), sino que asoma también el amor de pareja, que nos remite al rechazo o a la impotencia por cordura, que se pone en paralelo con el primer descubrimiento afectivo de quien uno es, del hijo de dicha protagonista, de Lupe (Elena Anaya).

Hay además un juego muy interesante en el filme, la superstición o la fantasía reinante amplificada por el sugerente día de los muertos, famosa celebración mexicana, habiendo una fuerte contextualización de éste país latinoamericano con el personaje de la madre y abuela en la actriz de carácter y simpatía Angélica Aragón, de esa ascendencia. Fecha que hace que Diego (Nahuel Pérez Biscayart, que es un contundente fluido complemento, imponiendo muy buena mítica en su soltura, y no es poca cosa que lo consiga siendo mayormente un desconocido/anónimo para el gran público), el cantante y hermano mayor muerto en un accidente de auto que le cerceno los pies (sus botas de punta plateada son como su esencia, símbolo sencillo de la vida y la muerte, como del logro, el optimismo, y lo fallido), regrese como fantasma tal cual le recuerdan sus días mozos musicales con esos distintivos grandes ojos saltones/despiertos, su marcada personalidad y su pasajera pero cautivante pequeña fama de pueblo chico, muy propia de la tocada de garaje, que recoge parte del alma de los 90s en la onda grunge que se puede vislumbrar en otra medida detrás de ese sótano ochentero con discos de vinilo viejos, el estilo discoteque con deslumbrantes luces y humo como en el recurrente videoclip de la banda, y melenas abundantes; o como en la bella y dulce Elena Anaya cubriendo medio rostro en medio de la introversión, el silencioso egocentrismo y el engreimiento. Diego nos revela no solo su rebeldía, su común indiferencia y relajo, típico del rock star, sino su oculto apasionamiento hacia la figura de su hermana, también desde lo sugerido y cuidado (la narrativa formal), teniendo muy en cuenta que tratamos con la idea de la excepción, del tipo especial, que incluye lo raro (hay diversificación al respecto, desde el ente popular e idolatrado, hasta el outsider, el que pelea su lugar; o el antisocial como enfermedad), que viene a la mente con la estructura del cantante de rock, pero desde el uso cotidiano, humano, familiar (disfuncional), social; quehacer que suele buscar el cine español, solo que por costumbre con un trabajo cinematográfico no muy trabajado, demasiado directo, y como vemos no se trata más que de un buen guion, sin exagerar con lo estrambótico, más bien hacer uso de discreto ingenio.

Otro destaque de la obra es el aspecto melómano conjunto de la propuesta que va más allá de alguna referencia concebible en la mente, que no faltaran si uno sabe de grupos y su tendencia a la poética (maldita) de leyenda, habiendo no solo un sentir muy cool en el ambiente, sino en el hacerlo desde lo sumamente íntimo, a todas luce personal, bajo el placer más cercano del que ama simplemente la música. Muy bien tratado con el amigo fanático y guitarrista en la performance de Patrick Criado, quien está creíble y agradable en quien no teme la espontaneidad más inocentemente despreocupada, a lo Kurt Cobain en varios sentidos, y que recuerda a un sucedáneo de esa indisoluble dupla de Diego y Lupe que es el leitmotiv del filme; que de ser los Goya lo hubiera nominado como actor, en el abrigo del verdadero arte, del que no espera nada, viendo que es una revelación aun en su brevedad y sencillez que implica cautivante naturalidad actoral, aunque teniendo en cuenta que todo el reparto interactúa y produce un sobresaliente feedback, brillan virtudes en cada papel, mientras se observa una merecida nominación de su rol en conjunto a Elena Anaya –perdonando algunos balbuceos y escapes en su primera parte, que tienen lógica pero remiten a algo primerizo, aunque evoluciona rápido; aquello está bien y mal, pudo ser más fino-. No se ve a la música como algo harto procesado o portentoso, no implica una maquinaria internacional pero si una devoción y entrega anímica/espiritual más valiosa, tocándose canciones a esa vera como con “Corazón automático”, en toda onda ochentera que da verosimilitud y mucha forma a Groenlandia (todos los nombres se pasan de simples, en su notoria proximidad con el relato y el espectador), siendo un grupo ficticio, que trasciende y se pega a un sentir, como a la historia (que puede que sea fácil de describir en unas pocas líneas pero no deja de ser una pequeña gran obra, sin sobredimensionarla), remitir al cariño, a lo que perdura y nos une, en un entendimiento aunque “incestuoso”, muy complejo por cómo se le maneja, y desde la claridad, que no de lo vulgar, simplista o efectista, y esto habla de una sutilidad, pero a su vez de una franqueza muy encomiable para su directora, Beatriz Sanchís, nominada a los premios Goya a dirección novel.

martes, 27 de enero de 2015

La isla mínima

Cuenta con 17 nominaciones en los premios Goya, y hay que decir que la última película de Alberto Rodríguez está muy bien hecha, da siempre en el blanco, superando a la sobrevalorada, redundante, condescendiente consigo misma y básica pero aun así decente Grupo 7 (2012). Ha sido de mucho agrado hallarme con ésta película, que encabeza muy bien los posibles merecimientos de la Academia española. Se trata de dos policías, Juan (Javier Gutiérrez) y Pedro (Raúl Arévalo) que van a un pueblito en las marismas del Guadalquivir a resolver un caso de un asesino serial, tras la muerte de bellas jovencitas que terminan descuartizadas siendo antes violadas y torturadas.

Lo primero es auscultar a esa curiosa dupla de detectives protagonistas, lo que es todo un mérito verlos en papeles tan serios, rudos, ásperos, dentro del (por una parte) género de acción, aunque ésta se supedita más a una labor de resolución mental en su persecución del misterio, de seguir pesquisas, toparse con sospechosos, donde cualquiera lo es; y a distintas revelaciones a puertas del diálogo intenso, aunque al final el caso sea más sencillo de lo que aparenta y maneja, y es cosa del ingenio puesto en el suspenso, en los distintos enigmas y en un buen contexto que va alimentando la curiosidad, engrosando detalles, de los que tiene muchos; mientras va desorientándonos un poco como juego. Viendo que destaca la introspección en su investigación, recordando que es fácil asociarlos a ambos con un quehacer cómico, sumamente contrario a lo que nos compete hoy, por lo general polos opuestos tan marcados, y hay que decir que logran superar cualquier prejuicio al respecto, y les creemos, al punto de que Javier Gutiérrez vence su corto tamaño y se muestra bastante agresivo e impredecible a ratos, siempre al borde de la golpiza extrajudicial a sus interrogados, ocultando además un pasado oscuro en el gobierno de Franco, viendo que nos ubicamos en 1980, poco después de la dictadura.

En la presente película lo que abunda es el detallismo, y no sólo en los crímenes, lo cual siempre es algo agradable cuando tiene estilo, como con los pájaros agoreros de la muerte en la enfermedad de uno de los protagonistas al poco de quedar hipnotizado por un halo de superstición (como con la tosca mujer vidente que corta el pescado), o las mismas, una nutrida bandada, despegando del paraje rural del particular espacio geográfico, uno que incrementa la virtud de la obra, que aporta y mucho, viendo que el filme tiene una bella y harto útil fotografía, observando que los lugares utilizados están plagados de estética, más logradas en su naturalidad y agilidad que aquellas panorámicas -obvias en sus intenciones- de la cámara aérea; en un filme que muchas veces resulta eficazmente minimalista. Esto se siente en muchas ocasiones, el proyectarse sustancial y abundantemente con aparentemente poco, pero como una elección más que una imposición o castigo, a diferencia de otra competidora del Goya, El Niño (2014), que siempre da a entender que le suele faltar algo, como que hay poco presupuesto y yace continuamente bajo la sensación de lo trunco por sobre lo literal. Decisiones formales que tienen éxito a un lado y en otro no. Donde La isla mínima siempre demuestra contundencia.

La lluvia, el versátil potente campo, la misma oscuridad, las casas macizas aisladas, rodeadas por la árida naturaleza, lo desértico, lo fluvial, lo boscoso, hay una riqueza visual en el paisaje que se trabaja y se asume como parte del movimiento de los personajes, deja de ser costumbristamente gratuito, se brinda más allá de lo elemental, está bastante bien  explotado, no solo es atractivo a la vista o por cierta extravagancia de nomenclatura, no se trata de un simple adorno, sino que realmente interactúa con la historia provocando un plus de emoción, de verdadera subyugación en los sentidos y la percepción reflexiva.  

La isla mínima recuerda inmediatamente a Memories of murder (2003), tiene muchos puntos en común o huele por instantes a ciertas transformaciones, pero lo hecho es algo con personalidad una vez entrados en el metraje, con esencia ibérica, pero bajo una labor refinada, de excepción, con un toque acabado, que no solo materializa una estética propia, sino que –nunca esta demás decirlo- entretiene, es interesante, sabe generarse giros, atención, mover hilos históricos, atribuirse background biográfico, más allá de la obligación de complejidad. Sorprende y cautiva a partes iguales, y se reviste de un intrincamiento sólido aunque por debajo implique algo “superfluo” a fin de cuentas. Se resuelve con ritmo, y no peca del exceso de lugares comunes, mal de muchos, a menudo ineludible. Por todo es una propuesta muy recomendable, y aunque muchos digan que es la versión de España de alguna obra extranjera, ésta vez hay que decir que le sale perfecta la jugada, y se “apropia” –es un tema, y a todos les pertenece como intento de arte- de las historias del policial de asesinos seriales. 

martes, 20 de enero de 2015

Naomi Campbel

El documental y debut de los chilenos Camila José Donoso y  Nicolas Videla trata de un travesti que quiere cambiarse el sexo para sentirse mejor consigo mismo(a), ser más completa, hacerse un regalo, como suele decir, y ampliar esa idea de que hay rarezas pero muchas no son malas que es como un pequeño lema que maneja la protagonista (ya que se siente mujer), y el filme. Paula Dinamarca, o como se le conoce Yermén, trabaja leyendo las cartas del tarot por teléfono, suele ser muy mística en su vida –como con el tronco milenario al que rinde culto de forma solitaria y personal; u atendiendo su hogar lleno de figuras divinas, altares, velas u objetos de buena suerte y superstición- mientras la contemporaneidad descree de todo, es básica (otros convencionales) en su fe o sólo juega con ello; aparte de exhibirse como alguien inteligente, ecuánime, de personalidad dócil/tranquila y sensibilidad, sin embargo se deja ver que tiene varias “naturales” dificultades y sufrimientos internos en su vida diaria producto del ser complejo que es, un transexual mestizo y esotérico (se llega a catalogar a veces negativamente cuando habla con alguna Vírgen o Santa), como denota cuando hace un símil con los perros de la calle y cómo se comportan muchos a su alrededor, hombres a los que alude principalmente, que es de forma agresiva, rechazándole con violencia, imponiéndose como animales temerosos y enfurecidos, aunque ella indica al respecto simple estupidez, puede que hasta ignorancia, que desde luego va más allá con los prejuicios y como se ve al mundo en un orden común, que ataca al que es diferente de alguna forma, y esa será su lucha, la que nos muestre la película de Naomi Campbel, un sueño de cirugía en un reality show, de transformación, de cierta plenitud, que directamente es la ilusión de una prostituta de color que quiere parecerse a la famosa top model del mismo nombre (con una “l” menos; que yace mal escrito como símbolo de la propia identidad, de lo irrepetible, de lo auténtico), que como se entenderá será un quehacer trunco e improductivo en realidad, porque el cambio debe ser interior, es una esencia, una aceptación, tan romántico, preciso y claro como eso.

El filme plantea literalmente caminando detrás de Yermén un juego dialéctico, un orden o reordenamiento de su mundo, la búsqueda de un nuevo eslabón, a partir de ahí conoceremos su existencia en varios niveles, destacando ésta simple forma de filmar que se repite en su discurrir verbal y descriptivo, tanto como con la grabación amateur que la protagonista suele hacer, que toca fibras ocultas, intimas, desde la austeridad y lo aparentemente banal o recreativo, y valga la sencillez permite vislumbrar el síntoma del arte, sabiendo que hay que aguzar el ojo para ver lo que la expresión adusta y dura oculta, ver más allá del enojo. El filme induce a pensar en una subjetividad en acción, donde ella da la espalda, es como que en parte discretamente se escondiera, aunque ponderando que Yermén es un ser fuerte a fin de cuentas, de otra forma no podría ser quien quiere ser, aunque algo le falta, lo de siempre digamos, un aspecto mental y no físico. Más tarde encontraremos que el lente se posa frontal sobre ella, desde su andar hacia adelante de la cámara por los pasajes humildes de La Victoria, que es donde reside, en la periferia de la capital; es un despertar, una invocación trascendental de su yo, como ella misma dice en un descargo parecido.  

En la cotidianidad que desnuda el alma los hechos en sí están exhibidos poco iluminados, no atrevidos o exuberantes, sino de forma muy discreta, sobria se podría decir (partiendo de que de manera innata la vida retratada es por un lado de excepción, de la que se suele esperar mucha bulla, ruido, y hasta precariedad, aspectos que yacen muy sutiles), en que sobresalen las relaciones afectivas/amatorias y la soledad, así ambas de la mano, por un lado se refleja en la amiga anciana que gusta de bailar sola para sentirse bien, de forma más subrayada aunque esté solo de paso; pero sobre todo con aquella pareja del tipo de peinado a lo Menudo o punk si se quiere, con quien se besa o están casi desnudos (no que sea muy expresivo ni dilatado, pero suficiente para que el espectador atienda la realidad en la que Yermén se define, es), viendo que hay una potente escena que destripa toda convención clásica, las apariencias, hay un vínculo carnal intenso y desenfadado, y punto, más que un manejo sentimental que yo diría que es un artificio del documental, y el mismo comportamiento superficial e indiferente de la protagonista apunta hacia ese lugar, porque se nota de lejos, lo que puede dar la imagen de cierta ficción en la obra, no obstante más es recrear, coger un magma, tratar de tocar una verdad, y esa esencia subyace fuera del acomodo, y la (ligera) sensación contextual de emulación. Al final todo documental tiene una subjetividad, y se nota en mayor o menor medida, pero aquí es de exaltar que guarda veracidad, recoge un sentir, y eso se debe mucho a una protagonista que tiene mucha personalidad y magnetismo como narrativa natural. Puede que haya unos (pocos) efectismos, o asome alguna costura a la vista, pero el conjunto está por encima de ello, los vence. Aflora un trabajo artístico que saca lo mejor de Yermén como ser humano, desde el encanto y reto que proporciona lo marginal, tras la necesidad de aceptación, en el descubrimiento de aquella imposibilidad de ser la “perfecta” Naomi Campbell, porque mejor ser uno mismo, desde adentro, y eso hay que recalcar toca nuestra (de cualquiera) fibra sensible.

lunes, 5 de enero de 2015

Enemy

En nuestra alicaída cartelera del 2014, lo de siempre, donde es como estar a cuentagotas en el infierno, buscando a ver si algo notable cae, lo cual sucede una vez cada tiempo, aparece ésta película, la que por su cualidad de críptica y surrealista es todo un logro que se haya encontrado en nuestras salas de exhibición, siendo un simpático “descubrimiento”, al ponerme al día con las que se me pasaron o se postergaron demasiado, pero que llamaban mucho la atención, sorprenden y valen harto la pena. Y es que el director canadiense Denis Villeneuve no es una novedad en cuanto a seguirle el paso, como a su talento y al interés que provoca, ya que Incendies (2010), que fue nominada al Oscar, lo dio a conocer al mundo con una excelente película. 

Así vemos que en su filmografía estila la autoría irreverente. En Maelström (2000), con la historia de una joven, bella y fresca mujer caótica, tras la extrema lucha existencial. La cual se hallará a sí misma en el amor, no sin antes enfrentarse a sus trágicos errores. Y la profundidad, seriedad y reflexión de la fragilidad de la condición humana en Polytechnique (2009), sobre la Masacre de la Escuela Politécnica de Montreal a manos de un desquiciado que asesina a más de una docena de compañeras de estudio arguyendo odio al feminismo como causante de injustas ventajas, disparidad aprovechada y muchos daños sociales que lo incluyen. Éstas películas son menores a un punto pero valiosas, como para echarles una satisfactoria mirada.

Habrían que pasar 3 años para que vuelva, no con una sino con dos propuestas muy atractivas que nos lo pone muy claro, Denis Villeneuve es un estupendo director. Una de ellas es Prisioneros (2013) donde la perversión, la sombra de la contaminación de un pueblo –por medio del abuso y el miedo- y la deformación moral o esencial, y las salidas anti-éticas por presión, frustración o desesperación son el camino común a seguir en medio de una lucha por subsistir bajo éste tipo de impiadosas -hasta sucias y deplorables- reglas, en un contexto muy duro en que se da pie a la tortura de un retardado, rol del eficiente y exigente actor Paul Dano, tras ser un posible pedófilo, o cómplice de secuestro, habiendo un manejo delicado pero seguro e incluso osado que sortea temas espinosos con el ánimo de implicar una rabiosa intensidad y el mejor suspenso, que el canadiense consigue en muy buena medida en sus propios términos, a la par de un sencillo pero contundente estudio en lo que invoca el título. Con esto hay razones para odiar tanto como para amar el filme en su libertad funcional. 

Posee gran ritmo, varios giros, dos grandes protagonistas. Uno, el infravalorado pero bastante mejor de lo que se le concede, Hugh Jackman, con una interpretación de sumo carácter, y el otro, Jake Gyllenhaal, con una prominente sugerencia expresiva y un quehacer fuerte y gravedad, sin forzarse como policía de acción. Con ellos muy bien la irreconocible Melissa Leo y el convincente, fuera del estereotipo, Terrence Howard. Muchas audacias y una elogiosa imprevisibilidad hacen que caiga preciso en su categorización de thriller criminal, asegurando un gran momento de entretenimiento, mientras trabaja mucho el misterio y cierto intrincamiento, aunque lleva de trampa en el proceso, que en ese sentido vemos que Villeneuve toca el límite de lo arbitrario o inverosímil, pero sabe ser finalmente coherente, como con la otra película que nos llega de él, y es la que tratamos, Enemy (2013), que se basa en una obra de José Saramago.

En Enemy se sirve el misterio desde el arranque con ese cuarto de libertinaje y perversión que recuerda a Requiem for a Dream (2000). Con ello el plato está servido. Son las reglas del juego que seguirá y desilusionarse es culpa de uno, porque cumple lo que promete, siendo un cine que en lo personal confieso que me cautiva, filmes que son un especie de laberinto que nos dejan mucho que pensar, en cuanto a armar un rompecabezas. Y no se trata de dejarse llevar, asunto al que suelo oponerme por lo general, sino prestar atención y entender cada pieza.  

La atmósfera es vital, gana puntos el filme con ello tanto como “molesta”, para entrar en las coordenadas del asunto. Busca no solo inquietarnos, también desconcertarnos. Predomina un aire de anormalidad, de suspenso, da la impresión de que algo malo va a pasar, asoma la sensación de una ruptura perenne. Nos ponen en un espacio geográfico lúgubre, apagado, desértico, de cierto mal estado, indeterminado a un punto. Entonces aparece un descubrimiento, el punto que nos define y nos confronta, por “accidente” vemos que alguien se nos parece físicamente al punto de lo idéntico, tenemos un doble, para lo que surge la inevitable figura ¿qué si mi vida fuera otra?, palpando la noción de un desdoble mental, la proyección de una fuerte necesidad reprimida, una potente carencia, que yace en lo prohibido, en lo vulgar, en la simplificación del yo, en el dejarse ir, a la vez que en el alejamiento de las responsabilidades que es uno de los elementos que une a Adam y Anthony (tremendo Jake Gyllenhaal, por partida doble), y a todo ser humano, tanto como las convenciones, el orden, la ética y lo moral, el hastío, el rechazo a lo que tenemos, el desencanto, la frustración. Empieza o, mejor dicho, retorna el sueño, mientras sopesamos los pormenores del contexto (hay que recordar que el espectador vive al personaje a través del misterio y el juego, hay una fusión), una mujer embarazada –también un ideal de paz que no se tiene; otra proyección mental en disputa, o una posible salida, de lo que se espera del protagonista y quizá de sí mismo en una autocensura- y una novia conflictiva que nos rechaza sexualmente, a nuestro hedonismo descarnado. Atendemos que más que algo literal, el thriller, la aventura y la historia de los hombres iguales y como chocan entre sí frente a verse en el mundo reconocidos por el otro, se trata en realidad de un simbolismo, un mundo mental en medio de un llamado a cierta corrupción, un especie de limbo psicológico.

La llave es el recordatorio de la tentación que vuelve, como la carta que “usurpamos” al "doble", si bien es más que compartir la semejanza física, tienen una conexión psicológica, habiendo una preocupación constantemente oculta, que sería el leitmotiv en las arañas como demonización o estado de locura, que remite indefectiblemente al mundo surreal de David Lynch. Pero aunque a todas luces es un conflicto, nos atrae indeteniblemente en todo sentido de manera subyugadora y determinante, como justifica que sea como una investigación anónima al comienzo y no algo simple en un encuentro. Hay algo oscuro detrás, siempre latente, que invita a pensar en Eyes Wide Shut (1999), un tema sexual que invoca el poder y la libertad, que como vemos puede ser principal y más complejo de lo que creemos. 

Son distintos en lo literal, uno es un profesor académico, racional, convencional; el otro, un actor de tercera, aventurero e irresponsable, mujeriego, libre de alguna forma para dar rienda suelta al instinto y a la infidelidad, viendo a la promiscuidad y la perversión como camino o meta. Me viene a la mente Dead ringers (1988), en el anhelo de libertad en pos del amor/liberalidad y extremismo sexual, un punto de partida que puede indicar más, de secreta búsqueda, de cambio, tras una dependencia de imposible desunión, que puede indicar la vida misma, y que se contrapone con lo autodestructivo como en ese accidente en auto que significa el rechazo en varios niveles, como en lo femenino, lo sexual tanto como la desconfianza de la deslealtad, en un difícil y hasta imposible anhelo de complementariedad, en ambos filmes, dadas las circunstancias. 

No obstante son un único cerebro en pugna, ya que el otro aunque más mundano es parte de su interior, en un sentir que agrede al protagonista que es el catedrático, viendo que la película es más una representación de la psiquis en conflicto, enfrentándose a lo contenido y continuamente trunco, tratándose de un opuesto a nosotros y a nuestras creencias o a las de la mayoría de la sociedad. Puede que esté hasta enfermo (que sería lo secundario o irrelevante frente a las ideas y el manejo que destila, cómo se asume), o mejor dicho, sea el encuentro audaz con los recovecos mentales dispuestos para su entendimiento visual. Nos hace apreciar una profundidad que aunque en el ecran sencilla al fin y al cabo, permite volar mucho la imaginación tanto como entretener en su juego críptico y su cualidad de thriller. Proporciona una pequeña gran oportunidad de reflexión por su lado, y el final nos lo pone claro. No es en absoluto gratuito. Representa un callejón sin salida en nuestro laberinto conceptual y existencial. La hipnótica (terrorífica y deliciosa) tendencia o llamado a la perdición, como en The Wrestler (2008).