viernes, 29 de marzo de 2013

La filmografía de Kim Jee-woon

El podio del mejor cine moderno coreano se lo pelea Kim Ki-duk, Park Chan –wook y Hong Sang-soo, como también Lee Chang-dong, con sus dramas sublimes; Bong Joon-ho, con su originalidad; y Kim Jee-woon con el atrevimiento de su abordaje cinematográfico dentro de distintos géneros y combinaciones bajo un estándar de alta calidad. Kim Jee-woon cuenta con siete películas y dos segmentos en colaboraciones grupales.

The Quiet Family (1998)



Su ópera prima es entretenida, de espíritu joven, francamente salvaje, cómica en un humor negro ácido pero fácil de asimilar; la cual le saca la vuelta al terror burlándose y rompiendo todo género (incluso el amor se presta para el juego como en un posible romance que se convierte en un intento de violación que desencadena risa y violencia), llegando a explotar un lado dramático pero siempre irreverente, con lo que se nos entrega el arranque y el descubrimiento de alguien audaz a quien seguir indefectiblemente. The Quiet Family es sobre una familia que tiene un albergue de campamento en las montañas y que tras la desesperación inicial de querer y no tener clientes finalmente los consigue pero implican suicidios y homicidios que deben ocultar perennemente. Cuenta con dos figuras muy importantes del cine coreano, Song Kang-ho y Choi Min-sik que por entonces andaban en el comienzo de sus carreras.

The Foul King (2000)


Su segundo filme no sería tan genial como el anterior pero sigue siendo entretenido. Sobre un tipo atormentado por su jefe que descubre el deporte de la lucha profesional, con la que remonta su cariz de perdedor ganándose la admiración del entorno, como de su padre que lo menosprecia, aspirando con mayor facilidad a una novia y sintiéndose personalmente mejor, en un motivo de vida que visto con gracia se disfruta con una cálida sencilla reflexión. Song Kang-ho yace en su natural simpatía, tontería y soltura. La película no se toma en serio y esa constante extravagancia y espontaneidad de su trama funcionan logrando cautivar sin pretensiones.

Three (2002)



Cuenta con tres segmentos sobre el género de terror. El más flojo aun en un contexto exótico y folclórico bastante atractivo, por culpa de darle un tono de telefilme con escenas sobreactuadas, insípidas y melifluas, es el del tailandés Nonzee Nimibutr. El de Peter Chan es el más ingenioso aunque tenga una que otra falla, como con el atropello, donde a leguas se ve que es un muñeco el cuerpo arrollado, o pensando que mantener un cadáver en buenas condiciones durante mucho tiempo suena imposible, sin embargo asumir desde un inicio un contexto de rapto, desaparición, necrofilia y resurrección paga y mucho el visionado. Nuestro director Kim Jee-woon trabaja sobre una historia bastante conocida que se engrandece con su arte y creatividad dándole un toque críptico, denso y complejo a una marcada ausencia, en que se crea un enigma continuo hasta un final redondo. Estéticamente tiene detalles terroríficos y un tono lúgubre, oscuro (tirando a un cromatismo verdoso/azulado a ratos) aunque manidos que se agregan a un centro como artificios que brindan sobresaltos que yacen bien ejecutados pero son algo arbitrarios (hermosamente macabra la caída de los dedos amputados en el lavabo). Se trata a todas luces de explotar algo pequeño, y el resultado aunque denota la intención artística de sus elementos complementarios, que no la trama en la que quiere confundirnos, está bastante bien.

A Tale of Two Sisters (2003)



Experimentado el género de terror en su participación anterior lo aborda ahora en solitario, con vasta solvencia, con su infaltable y a un grado inefable atrevimiento. Uno que se ajusta a lo psicológico y de una forma complicada, oscura, densa, nuevamente con algunos artificios muy propios del cine asiático y el horror en general que buscan inquietarnos en medio de una trama ardua e intrincada de definir en su argumento y que busca ser ambigua a propósito mostrando mucha inteligencia, y seguro aburriendo a algunos que sientan que se hace difícil entender sus vueltas de tuerca, el esquivar dar respuestas sino más bien buscar lo contrario, desconcertarnos, en un relato que se mueve en el odio de una madrastra hacia una niña que siente entre otros nebulosos sentimientos culpa por la pérdida de una hermana.

Descoloca en buena medida el tiempo de sus partes, no se percibe lineal, y es que es un recurso e intrepidez esencial de la obra, no quiere el director ser en ese sentido claro. Son como las piezas de un rompecabezas que no se limitan en la libertad visual de como contar una trama, rompiendo nuestra lógica de observación. Hay solo datos parciales en una aparente unidad que aun así no llegan a verse desordenados e insalvablemente incompleto como conjunto (yo diría que hay más de una historia posible), que frustra en buena parte, pero provoca resolverlo en la mente, abstraernos en una búsqueda interpretativa. Se juega con lo onírico, con la pesadilla y la “proyección” de asesinato aunque más con el recuerdo y la distorsión mental. La estética aparte de ingeniosa en su trama es sublime, como la escena del saco con el cadáver.

A Bittersweet Life (2005)



Una película en que predomina la adrenalina, la intensidad –los sentimientos que son parte de ello, al más puro estilo del mejor Hamlet- y la acción sin complejos pero aun así en la sabiduría de lo llano. Empieza suave con esa engañosa calma del mundo asiático o que solemos asumir como intrínseca a ellos, un lado clásico que domina nuestra impresión general, como la “falsa” tranquilidad que esconde al poderoso mar. Sin embargo pronto una deslealtad y un rasgo nuevo de humanidad en el trabajo de guardaespaldas y asesino de nuestro protagonista, Sun-woo (Lee Byung-hun, otro ícono del cine coreano), pondrá en movimiento toda la infernal matanza que tejen las mafias y los comercializadores de armas tras un individuo de hierro, un antihéroe silencioso y sumiso desprovisto de personalidad hasta el día en que se enamora y simplemente la belleza de una mujer le infringe piedad, un error que le costará caro en un mundo de fríos gángsters en donde el deber no se cuestiona, solo se obedece, sin pero que valga.

Nuestro personaje pregunta que ha hecho para merecer semejante humillación, menosprecio y sentencia a costa de olvidar todo el gran servicio casi ciego que ha tenido hacia su trabajo y su lugar en éste hasta el punto de levantar envidias, y aunque es en parte cínico y en otro momento se entiende su sorpresa ante la ingratitud despiadada, él sabe que sí es culpable, aunque fue por algo impoluto y platónico, que lo llevó a perdonar la infidelidad de una Elena de Troya en éste moderno drama griego.

A razón de un sentimiento exógeno a una acostumbrada esencia anulada éste ser invisible simplemente cambia de dueño, por él mismo, y pone la máquina de muerte en ejecución. Y con ello tenemos cuatro frentes implacables, en un tres contra uno que no merma un ápice de su intrépida actividad en el ecran, ya que el filme vive para la espectacularidad, desde ese ajuste de cuentas salvaje que trata de poner fin a Sun-woo quien es más peligroso y atómico que cualquier otro sujeto, como se espera y se le atribuye es más duro y temible que el peor de los hombres. El filme vive en el acribillamientos atroz, de un individuo contra el mundo, uno detrás de otro como en una épica de muerte, bajo la grandilocuencia del asesinato, rápido, fácil y directo, sin perturbación ni engolamiento. La historia de un outsider vengador que invoca dignidad haciendo pagar el mal a su enemigo y antiguo jefe, que se cree omnipotente, pero que desconoce la ira de la justicia en la propia ley. La trama es poética y rabiosa a más no poder. Su fuego a sangre fría es como un canto frenético en que nos sumimos en el entretenimiento, es lo básico del instinto que nos acerca y nos confabula con una historia muy simple, y que suma gracias a sus elementos estéticos dulces, sus detalles, en la musa de tantos, del asesino y del padrino, la que le da sentido y motivo al conjunto, como en el momento de la última memoria, del sueño, de creer en la vida paradójicamente ante la muerte.

Una obra de arte en el aspecto más embrionario de nuestra humanidad en medio de nuestra naturaleza violenta. Esa única chispa por la que constantemente creemos que el mundo es mucho mejor de lo que es, y eso en carne viva lo representa nuestro protagonista en toda magnitud, como una radiografía compacta y simbólica de la realidad, en el evocativo, emotivo y duro Lee Byung-hun. Y todo desde la claridad del mejor cine de acción que no se contiene en absoluto ni tergiversa su personalidad, tantas veces menospreciado y que a muchos les parece ya todo conocido. Por más increíble que suene.

El bueno, el malo y el raro (2008)



Un filme que es un homenaje al spaguetti western y en especial a Sergio Leone en un título y subgénero que alude claramente. Tiene bases muy atractivas, en donde yace como contexto Manchuria en la época del  dominio japonés, y eso pone sobre la mesa a chinos, japoneses y coreanos, lo cual enriquece la trama. Los tres personajes principales son jugosos, el bueno es el caza-recompensas (Jung Woo-sung, que ganó un premio por este papel), el malo el asesino a sueldo (Lee Byung-hun) y el raro un ladrón (Song Kang-ho).

La trama mezcla la tendencia de cómo se expresa el cine coreano moderno normalmente, con un toque personal de Kim Jee-woon aunque no es que sea tan creativa la película en realidad para lo que uno puede atribuirle en el papel o lo que podría esperarse, sin embargo es suficientemente entretenida para tenerla en cuenta, que es lo que quiere ser.

Desde el comienzo es notorio que prima una vocación relajada, de tomárselo muy a lo ligero, en asumir como se va a desenvolver toda la historia, que estilo va a recorrer, y no le va a faltar acción ni aventura. Hay buenas luchas, escapes, tiroteos, persecuciones, asaltos a un tren y ansiados enfrentamientos, habiendo tomas mayores al respecto, estados de mucha combatividad y explosividad. Es un filme que lleva bastante comedia, y es que al cine de Corea nunca le falta, pero en esta en particular lo lleva de forma constante y en ello Song Kang-ho cuando se le requiere es un especialista, quien colinda con la simpatía y cualidad de guapo literal y metafórico de su compañero momentáneo, Park Do-won, el bueno, que sin querer pasa a ser bastante inocuo en su alcance formal como personaje fuera de que sea heroico, como que demasiado sano que cae en lo plano. Y tercero está el malo que es el más elaborado del grupo, porque está como quien sobreactúa a propósito, que no se cree la interpretación del todo seriamente, pareciendo un personaje propio del cómic. Lee Byung-hun demuestra sutilmente que puede ser gracioso o jugar con el estándar de su figura. Estamos ante un filme de los buenos para pasar el rato, que era la esencia y voluntad del western mediterráneo, y que Kim Jee- woon asume en emulación, continuidad y vocación de buen anfitrión, no tan gloriosa sea dicho, pero sin duda siendo curiosa.




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Doomsday Book (2012)



Vi algunos fotogramas del filme y me llene de mucha expectativa, pero una vez que lo he visto no ha sido lo que esperaba, sin embargo entendiendo que subyace la libertad creativa, el amor al cine y el juego en las secciones del director Yim Pil-Sung se hace más que aceptable, mientras Kim Jee-woon tiene la mejor participación.

Yim Pil-Sung. Es un nombre interesante a descubrir en el séptimo arte coreano, tiene sus atributos, especialmente en su primer filme Antarctic Journal (2005) que para quien escribe le parece una obra maestra, pero de esas al estilo de A Tale of Two Sisters (2003), de las que podemos no entender buena parte, que resultan a un punto engañosas (en el buen sentido), que imprimen un personal estilo con historias muy libres y hasta arbitrarias tanto que rompen la lógica del entendimiento normal, del ser siempre lógico y querer saberlo todo, que buscan la ambigüedad y se saltan las explicaciones. Juegan con el artificio imprimiendo tensión y atención. En dicho filme siempre subyace la inminencia de algún peligro pero la realidad es que más es la psicología del hombre, de una manera de pensar. El filme recarga muchas ideas y las deja en el aire, hay mucha elipsis. Se trata del transcurrir de una expedición coreana a la Antártida en que la voluntad férrea se distorsionará negativamente. El espíritu conlleva la muerte de la mano de un capitán llamado Choi Do-hyung (Song Kang-ho) que quiere romper una marca.

El segundo filme de Yim Pil-Sung, Hansel and Gretel (2007), es una buena idea, muy poderosa y sugerente, la que te atrapa inmediatamente. Más que todo cuando guarda el misterio, cuando no vemos nada claro aún ni sabemos de qué se trata en realidad, en ello hay tensión y curiosidad, y es al inicio que maneja muy bien sus fichas. Cada extrañeza y acto fantástico alimenta nuestra expectativa y por buen rato no decae aun siendo difícil de sobrellevar el argumento, el no poder salir de la zona sin perder lógica. Y es que en ningún momento quiere tener sentido normal, eso lo notamos una vez que yace palpable que se pretende irreal y que sus personajes ya lo saben. Pero luego peca de demasiado alucinante, se vuelve empalagosa en varios sentidos, su reflexión pesa y fastidia, no conmueve como quiere hacerlo y la resolución que encaramos disuelve y mata la buena predisposición, después se llena de un toque de melodrama vacío que quiere justificarse demasiado mientras los actos fantásticos en toda presencia no llevan la fuerza de lo oculto, de lo sugerido o enigmático, como el de la mujer convertida en muñeca. Y no toda explicación es mala (la del cuento de hadas sobre la vida del protagonista y toda la escena en el jardín es bastante exitosa porque mezcla fantasía y realidad), pero el desenlace es poco ingenioso, autodestructivo, y el filme decae, se hunde. A partir de la puerta en el bosque, otra gran idea desperdiciada, se da mayormente un tropiezo tras otro hasta el final. Aparte presenta cierta arbitrariedad con respecto al título –aunque no sea tan importante- que parece otra promesa incumplida una vez que se halla la casa de colores. Y no es una película desechable porque se agradece parte del metraje pero está bastante lejos de su antecesora.

Doomsday Book. Antología cinematográfica que sigue el patrón del fin del mundo.

El primer segmento se llama “Un mundo feliz”, perteneciente a Yim Pil-Sung. Éste no está mal aunque versa sobre un lugar medio gastado, pero no menos divertido, la epidemia de zombies. El amor y re-encuentro de dos de ellos de los que parte el filme luce como una escena que vale bien toda la propuesta. A su vez como otra en la hermana sentada ocupada en el baño teniendo encima una muerte segura con el zombie empujando la puerta, ensangrentado mientras ella se defiende y a la vez se deja llevar por sus necesidades. Y es ahí que uno refrenda que el autor tiene una valiosa imaginación muy a pesar del alcance conjunto, que se ampara en los detalles, unos más acertados que otros. La trama viene a ser el desarrollo de una transformación que concibe una película sin pena ni gloria, pero lo de los vómitos, lo de la cámara próxima, la erección o el escupitajo están bastante demás, son molestos más que un aporte realmente valioso, aunque aunando que toda la trama se da con bastante soltura y resulta entretenida.

El segundo segmento tiene el rótulo de “Criaturas celestiales” y es de Kim Jee-woon, es el mejor del grupo. Es bastante claro pero no rehuye literalmente algo de filosofía sosteniéndose además de un existencialismo muy seductor, la destrucción del mundo pasa por el nirvana de los “autómatas”. Un robot que parece la reencarnación de Buda dispersa el pánico por la empresa que los construye y quieren destruirlo, pero la comunidad budista pide clemencia por él mientras un técnico descubre mucho de sí a través de éste. Una película que permite muchas lecturas de forma diáfana, que como buen arte es un cántico de reflexión. Es el lado inteligente del autor puesto al servicio del entretenimiento con mensaje. Se deja ver muy bien, es una historia ágil y sencilla y si uno es observador su temática intrínsecamente da para mucho jugo, y es que la elección de un relato también importa y mucho.   

El tercer segmento es de Yim Pil-Sung denominado “Feliz cumpleaños” y aunque uno se lo pasa bastante bien debo confesar que sentí vergüenza ajena contándoselo a un ser querido. Y lo dejo a la libre interpretación. Se trata de una niña que asustada por defraudar a su padre al malograrle una bola de billar solicita un reemplazo en internet y ese mensaje desata que un meteorito vaya a impactar contra la tierra, ¿saben que es? La bola Nro. 8 gigante enviada por extraterrestres. El filme es estoico y afronta toda la payasada con un aire de comedia (las peleas en el noticiero) pero "creyéndolo". La famosa actriz coreana Doona Bae participa en el desenlace. Estamos ante una tontería con algo de gracia, pero nada más. 

El último desafío (2013)




Debo decir a boca de jarro que me gustó este filme y eso que esperaba lo peor. Alguna cantidad considerable de extranjeros se han adaptado a Hollywood y hasta se han quedado en USA pero demasiados también –más yo diría- lo han hecho pésimo. Y no es que tampoco no haya disfrutado con Arnold Schwarzenegger, porque tenemos a Terminator (1984), Depredador (1987), Total Recall (1990) y Terminator 2: el juicio final (1991) que digan lo que digan con imperfecciones o siendo sumamente comerciales son grandes obras del séptimo arte. Total Recall también aun en sus efectos especiales y maquillaje tan primitivos, clásicos de serie B. Pero claro Arnold ya está viejo para hacer de héroe y cada nueva participación de los antiguos ídolos del género son como estados de anacronismo. Sin embargo el filme está consciente de ello que prepara todo para la gran intervención del austriaco nacionalizado americano, que yace en medio de la modernidad que imprime este as del cine coreano actual.

Si notamos, su momento se reduce al desenlace (con algo de presencia breve anterior), a los últimos cuarenta minutos. Después es mostrarnos cuan terrible puede ser este capo del narcotráfico Gabriel Cortez (bien Eduardo Noriega), lo cual juega a favor de este sheriff testarudo que lo espera en la frontera. Él hará lo imposible, y se debe al trabajo de grupo en una atmósfera de ligereza, no yendo con la solemnidad de antaño, tanto que incluso una anciana se deshace de un asesino, y es que la broma, la sencillez y la frescura permiten la acción del otrora Terminator.

Haciendo un descargo habría que pedir que no le den cameos tan feos a Harry Dean Stanton, primero mismo abuelo tierno en un desconcertante basurero en The Avengers (2012) y ahora de campesino obstinado que al no tranzar lo aniquilan salvajemente. Rescato la ocurrencia de poner a pelear a Arnold y a Noriega muy contemporáneos, aunque uno sienta que yacen fuera de su elemento. También la persecución de astucia en el maizal, o las tomas aéreas del veloz auto deportivo en la carretera. Sin embargo hay muchos aspectos que no salen de lo común y no seducen tanto (no se llega a poner toda la magia del cine coreano y con ello el filme se haga especial), como el caso de no ser fácil dominar la comedia absurda y la acción trepidante en un solo personaje sin descreer de su papel como hacen tantas veces los coreanos por lo que no se le exige nada a Arnold (aunque se le explota un lado activo no tan intenso pero decente para el tipo) como debiera ser, sino Johnny Knoxville y Luis Guzmán asumen esa ausencia, relajando directamente el ambiente pero sin que sea nada del otro mundo. Al final estamos ante una película para comer popcorn, abrazar a la pareja y entretenerse sin complicaciones.

miércoles, 27 de marzo de 2013

El limpiador

Aunque estaba cansado, con sueño, antes de ver el filme en cuestión en una de las tres o cuatro únicas salas donde se exhibía, había que verla a toda costa antes de que la saquen de cartelera y se vuelva (por costumbre) luego cerca de lo inhallable, aun con toda la parafernalia en favor de ella, ya que en las empresas de cine no se andan más que con la realidad y la aceptación general. A lo que se espera alguna excepción, y desde este pequeño lugar no lo vemos tan claro. Y es que esta era -o parece será- la mejor película peruana de este año, si es que Chicama de Omar Forero no llega a competir en la salas comerciales. Espero se pueda ver y muchos podamos dar nuestro veredicto personal.

El director Adrián Saba ha ganado una mención especial en el apartado de Nuevos directores en el Festival de Cine de San Sebastián 2012 por ésta su ópera prima y ya está buscando luz para su segundo largometraje “Donde sueñan los salvajes”.

El limpiador tiene un tempo lento que pues me lo hizo complicado de cara al ecran ante mi agotamiento, no obstante me despertó el interés como obra conjunta y entre un ojo que se cerraba y otro que se abría fui entendiendo y apreciando lo que veía. Su minimalismo y su precisión en sugerir fueron dos puntos clave que podemos atribuirlo como de más que decente solvencia creativa. El asumir a Lima como una ciudad pos-apocalíptica a la vera de una misteriosa  e incurable epidemia que ha aniquilado a la mayoría de la población y sigue destruyéndola hasta comulgar con el vacío, ese que lleva nuestra protagonista, Eusebio (Víctor Prada) y que cambia con la llegada de un niño huérfano, conmueve, te deja en buena parte perplejo y a la vez antecede muy buena habilidad, y es que no es necesario más que ubicar la cámara en sitios de realce masivo como estadios, playas o algunas calles de tránsito común despoblados para dar la sensación de ausencia aunando una panorámica estática y mínima en todo sentido, algo tan fácil en realidad pero que no a muchos se les ocurre (y nuevamente viene a colación que más que grandes cantidades de  dinero se trata de ser más ingeniosos aunque suene a cliché de libro de autoayuda).

La perspicacia de Saba es notoria y constante en el metraje recurriendo a  utilizar el artificio de la forma más clara y práctica pero efectiva y no menos audaz. Estamos inmersos de lleno en ese clima de soledad que juega un doble papel en la trama, el físico y el espiritual. Removido con la esperanza y la humanidad interior de un solo hombre, porque es uno pero todos dentro. La bondad y la fe por medio del amor enfrentados a un descreimiento que refleja el de toda negatividad frente al optimismo y la buena voluntad intrínseca (el instinto en un inicio evita la responsabilidad en la cotidianidad de su derrotismo, intenta Eusebio huir como si de un fantasma se tratara). Léanse la infinidad de valores que se desprenden de alrededor gracias a querer ayudar a un niño. El que lo adopta en poco tiempo –en un lapso y transición vital- como un padre, como alguien que debe pensar más que en sí mismo, lo cual podemos visionarlo como un proyecto de grupo sin siquiera anunciarlo que yace y punto, ajeno a nuestro egoísmo y a nuestra decadencia. El fin altruista permite alentar el esfuerzo aun a costa de la derrota y la muerte. Nada importa más que el ente de afecto, el motor que articula esa globalidad humana (aunque de antemano Eusebio ejerce la limpieza pública no es hasta que cree realmente en lo que hace –para el caso cuidar del niño- que remedia algo en sí y en su entorno), de ese otro ajeno a mí, sin vínculos de sangre, una representación, que mueve la inanidad, monotonía y vacío del protagonista, ese en que no cree más que en un trabajo muerto. El limpiador simplemente recoge y continua detrás de la muerte, pero ese pequeño implica un cambio, un reto contra esa voluntad externa, una evolución anímica que lo enfrenta contra el destino observable, base de toda fuerza humana,  en que se da nuestro libre albedrio aun en la penuria y el abandono que se logra vencer en una acción específica que ya relata un movimiento, que yace en la frase del “dame un punto de apoyo y moveré el mundo”.

Instalado el motivo, todo funciona alrededor de detalles. Darle seguridad a quien no la tiene con algo íntimo y significativo más que funcional (una caja de cartón o un casco de motocicleta, como con la cabaña de esos cuatro palos ante el fin de los días en Melancholia, pero en esta oportunidad como un punto de partida y no como última opción calmante ante lo inevitable), brindar cariño a quien se le ha arrebatado su cobijo afectivo y prodigar un mañana aun cuando no sé ve ninguno como población, y hay que poner énfasis en la expectativa del todavía porque se llena la historia de un aura que contrarresta la frialdad adyacente del mundo. La simple presencia de buscar al familiar del chiquillo es la necesidad que saca de lo pasivo  al personaje principal y hallarlo fabrica un camino en medio de la nada. Algo básico que se mueve como un sencillo cuento, el niño o símbolo perdido que es salvado y entregado a una continuidad, que choca con esa otra de la epidemia.

El relato es muy chiquito, directo y transparente, sin dificultad de asimilar, fácil en toda voluntad sino fuera por su ritmo. Existe una ausencia de clímax o intensidad, a pesar de tener siempre en contexto a la epidemia, de tenerla perenne en la mente que esa es el agua por la que se mueve el nexo paterno-filial de resonancia existencial. En medio hay una estética y atmosfera que imprime mucha soledad (centro del filme y que remite a un espíritu a rebatir, una esencia que derrumbar, que es universal y sumamente manida hay que decir, tergiversando desde la propuesta la energía de la grandes capitales absorbidas por su vida caótica, como si le sacáramos la piel y la dejáramos en sus vísceras, en lo que esconde), pero que no exuda melancolía y que subyace en una sensación de neutralidad en la tragedia, de estar tan sumido en el asunto que caes en la inconsciencia y aceptas a ciegas lo que sucede, de ser parte “inamovible” de todo ello. Se llega a pecar de demasiada sequedad en ese aspecto.

Víctor Prada que aun a pesar de sí mismo o mejor dicho a razón de sí logra imprimir personalidad a su papel, el de la calma, el de la inexpresión (mejor porque no es que sea un camaleón emotivo), no llega a familiarizarse por fuera con la tristeza aunque sin duda vive en ella. Esto genera un contraste ante su relación con el niño que cae en lo abrupto aunque no del todo, sus diálogos austeros confabulan con lo que se quiere de él y su acercamiento denota algo de trabajo pero poco, sin embargo resulta extraño, un poco improbable. Y esa transformación suya es algo endeble. O es que él es como una hoja que la lleva el viento, sin ninguna consistencia, lo cual no parece si se quiere dar forma a su vínculo y es que hasta el final su preocupación es casi la de un santo a partir de alguien robotizado y, por lo que podemos injerir, vacío. Debió reforzarse un poco su pasado  de alguna forma – aunque entendemos que no se quiera dar ningún referente precedente de la realidad que se vive- y su atribución emotiva, para hacerlo más coherente en su adaptación o entenderlo mucho más ya que casi no se llega a tener rasgos formales de él. Infringe un poco de incongruencia esa devoción total muy prodiga en una anulación individual (que solo es en parte convincente ante la desproporción de la muerte que lleva un sentido de proyección), y seguir creyendo que su personalidad es la de los gestos mínimos, las conversaciones apenas balbuceos o la rigidez de sus acciones. No pega del todo esa fusión en su persona, el gran corazón en una apariencia supuestamente dura, y es que en lo que vemos se vuelve como de gelatina el concepto. Pero bueno, puede ser una persona a fin de cuentas débil en una labor implacable, y lo dejo a medias ya que todo el filme recurre a evitar afirmarse en la tragedia que es elíptica en varios niveles, en darnos información y en el dolor. Se entiende que se llena del niño, pero requiere más que lo implícito sino de alguna elaboración y eso resulta muy lógico como de autor, pero también requiere ese otro atrevimiento, el de poner sustancia a varios objetos de identificación, y no dejar tanto velado a la imaginación.

Me dirán que el filme no quiere ser demasiado positivo o sentimental, pero lo segundo está demasiado presente aun notando algo de evasión, el tipo no puede ser más amoroso dentro de sus posibilidades, aun siendo supuestamente rígido por su verbo y su inexpresividad, y son sus fichas, no es que el director no quiera mostrarlo de esa manera sino dónde lo hace y eso es relativo si convence o no. Y positivo ¿qué más lo puede movilizar?, salvo que sea algo mecánico o más simple de lo que se puede creer, la llana indefensión de una criatura, y tampoco es una opción desechable, pero en mi atribución sería mejor el filme si el sujeto en cuestión tuviera mayor fondo en su accionar y tanto compromiso nos hace pensar ello, aunque hay oscuridad, pero quiera o no, implica un movimiento y de éste la salvación de la humanidad. Y en su humildad el mensaje es poderoso y la película atractiva aun en su carestía –indiscutiblemente talentosa en la forma sin que se ampare en nada impresionante- y su clasificación indisoluble de cine de autor en que hay aciertos y otros pocos no, porque se mueve en cortos y ajustados recursos en su desarrollo argumental, en una claridad parcial en lo que ha querido dar que colinda con la elipsis y la conjetura del espectador. Con un fácil de estimar y dulce Adrián Du Bois como el niño indefenso que puede cambiar la visión del mundo, a través de un limpiador que llega para el espectador a limpiar el alma de los hombres en medio del abismo.

martes, 19 de marzo de 2013

La filmografía de Cristian Mungiu

Uno de los cines más atractivos del planeta y al que hay que tener en la mira es el séptimo arte de Rumania, que está pasando por una nueva ola o un auge que provoca entusiasmos. De los creadores más reconocidos yace Cristian Mungiu que con Beyond the hills (Dupa dealuri, 2012), su última película, se alzó con mejor guion y mejores actrices (Cristina Flutur y Cosmina Stratan) en el Festival de Cine de Cannes 2012. Mungiu tiene 4 filmes.

Occidente (2002)


Éste, su debut, fue uno muy auspicioso y exitoso, siendo una comedia con tintes melodramáticos sobre la difícil vida en Rumania, donde algunos personajes esperan huir hacia lo que ellos llaman occidente, Holanda, Italia, Francia, entendiendo que no se consideran como tales, no en el tiempo en que se contextualizan. Gente en condiciones precarias, mujeres sin oportunidad de casarse con alguien con dinero o simples e inocentes huérfanos sueñan con una mejor vida afuera. Algo muy natural en cualquier lugar al que uno sienta vetada la oportunidad de llevar una vida complaciente. Sin embargo a muchos el fin les da por aceptar “sacrificios”, y es cuando entra a tallar nuestro protagonista, Luci, que desprovisto de suerte y sin ningún trabajo decente se le escapan de las manos los amores. No es que no haya querido irse sino que le ha tocado quedarse y perder, arrimado a una vieja tía de la que espera le deje su apartamento cuando muera (el amigo le da azúcar o dulces tratando de acelerar el proceso) y subsistiendo con el disfraz de botella publicitaria (un gag muy manido pero efectivo, directo al punto, y es que es parte de cualquier realidad. Una virtud del filme es su fácil identificación universal). Lo suyo es ser un loser en una tierra sin facilidades. Todo visto desde la ligera crítica, más al pie de la sonrisa, de la cara de tonto pasivo de Luci abocado a aceptar lo que se le viene. Ésta es una buena forma de ver la realidad sin amargarse aunque sufriéndola discretamente en medio de una trama que se divide en tres partes y que en cada una va uniendo cabos, repitiendo algunas partes y agregando hasta consolidar una imagen completa, técnica que implica ángulos tanto cinematográficos como dentro de su historia. Posee la audacia de ser impredecible yendo al cambio de sus desenlaces, sobre las damas, Sorina (Anca-Ioana Androne) y Mihaela (Tania Popa), que remiten al pobre y bonachón Luci. Tiene una buena estética en una alturada comedia a la que no le faltan las simplezas tampoco pero con tino y buena onda, los niños escupiéndose todo el tiempo en la impresión de un salvajismo nacional a rebatir o la muñeca inflable usada como flotador en el cruce hacia otro país. Entre ello no faltan verdades o razonamientos culturales. Hay que decir que no parece la película de un novato, es una muy buena película, muy cuajada y clara, con un toque reflexivo tranquilo.

4 meses, 3 semanas, 2 días (2007)


Como se podía anticipar con su ópera prima Mungiu era un aventajado en el arte y pronto lo demostraría contundentemente. Su segunda película tras su segmento “the turkey girl” (2005) ganaría la palma de oro en Cannes ese mismo año, junto con el fipresci. Éste filme brilla por una trama muy sencilla pero desplegada con notoria y envidiable habilidad. La estética, la estructura, el tiempo y el desarrollo todo confabulan y nos van mostrando desde la cotidianidad de sus protagonistas la Rumania del dictador Nicolae Ceausescu y su gobierno comunista, recordando que ejerció el poder durante más de 20 años y que marcó a su país, a muchos rumanos. El tema es sobre una chiquilla universitaria, Gavita, que desea practicarse un aborto. Con la ayuda de su mejor amiga, Otilia (Anamaria Marinca), lo llevan a cabo con el riesgo que implica al ser ilegal en las condiciones que enlazan el contexto histórico y práctico. El filme gira completamente sobre ello y se ampara principalmente en sus dos actrices, mucho más en Marinca que es el ente activo/fuerte del asunto con una Gavita temerosa y débil. El cariño, la lealtad de Otilia no tiene precio, se las juega absolutamente por ella. Es una gran persona que se pone a discusión implícitamente en la mesa de la familia de su novio; todo desde lo sugerente ya que el tema central plantea más la observación y a un grado razonable la neutralidad. No hay nada que te esté tratando de decir flagrantemente. Sin embargo deja un panorama muy rico en diálogo, que propone un escenario complejo y desprovisto de sentimentalismos o posiciones dogmáticas de cualquier índole. Al final uno sacará sus conclusiones. El filme opta por una sensibilidad estable, espontánea y más discreta. Un nombre afectivo como Gavita, las acciones valientes, el soporte y no las palabras, todo ello nos hace pensar en generosidad y preocupación, atributos de lo que implica amar o apreciar a alguien más que cualquier forma superficial. El tema es polémico pero la ejecución en la dirección es limpia, impecable, una lección de cine de pies a cabeza. Uno vive la tensión del ambiente a cada segundo. Te atrapa y luego te abstraes indiscutiblemente con la historia.

Historias de la edad de oro (2009) 


Ésta es una película ómnibus que Mungiu dirigió junto con 4 compatriotas. Ésta vez involucra sus dos precedentes, la comedia y la historia. El filme gira alrededor de seis leyendas “urbanas” rumanas (los guiones son todos de Mungiu) en la etapa llamada en derredor del gobierno de Ceausescu, como éste influye en la vida de sus habitantes. Es todo lo que conlleva el comunismo y la figura del líder en cuestión. Todas siempre ligeras, sencillas pero desarrollando pensamientos, mientras yacen cargadas algunas de drama y de ironía dependiendo cual. La más reveladora en nuestra composición humana es la del camionero que transporta pollos, que tiene mucha inteligencia en su diafanidad. La de los fotógrafos es hasta cuan ridículo –en lo que confabula el miedo- puede llegar a ser la manipulación y la ostentación del poder absoluto. La de la visita del representante público en la comunidad que agasaja al “emperador” es bastante risible, cómo aprovechan algunos debajo de las filas de una ideología. Nuevamente induce la conveniencia o el temor, el no quedar otra que acatar y ser hasta diligente. Su final es el mejor de todo el filme, que aunque puede ser cantado es perfecto. Hay que agarrar la metáfora y que bella fotografía en dicha alusión. No falta la inocente comicidad, se juntan sutilmente tragedia y sonrisas. La leyenda del policía tacaño se intuye enseguida aunque no en el instante exacto y es de risa bastante fácil; igual se asume como complementario a la esencia general y es que hay una buena paradoja, ¿no se trata el comunismo de compartir? Luego está la del profesor que cree tiene una misión dentro de la ideología comunista y es que huele a frustración desde el inicio. La tontería intensifica la crítica. Está bastante comprensible en alguna simbología, en la de los regalos en lugar de alfabetización. Por último la leyenda de los vendedores de aire que es la que abre el conjunto. Muy jugosa si cogemos el punto, entre el romance y la necesidad económica que hay que decir que es algo muy propio de toda sociedad en sus desigualdades y materialismos, solo que aquí la mayoría es pobre y debe ingeniárselas aun a costa de ir a la cárcel. En ella sobrevuela la sombra del filme Occidente como en la historia del conductor y los pollos.

Más allá de las colinas (2012)


Éste filme, como antecede, es muy comprensible; juega sobre una premisa y una lucha muy común y no menos atractiva, la religión y la vida laica enfrentadas en lo correcto o en lo mejor para nosotros, Dios en lugar del pecado del lesbianismo, que se puede desprender en la realización o inclinación sexual de una vida moderna sin espiritualidad, a un dogma algo arcaico. Sin embargo la protagonista que se asume en su esencia carnal y en su enamoramiento llega hasta la obsesión, la locura, es decir la creencia que suele rebatir clásicamente el derecho a la homosexualidad, a partir del rechazo, de la ausencia del objeto amado, de la falta de concretar sus afectos, habiendo una proximidad hacia esa postura y una cierta tergiversación o excepcionalidad de la esencia de la pasión gay, que no es muy común en el concepto general o que se moviliza dentro de un excesivo romanticismo. Como siempre éste cine yace en estado de sutilidad, aunque podemos inclinarnos a ver una parte de barbarie mística. Se capta una postura aun concediendo o siendo algo (poco en realidad) indulgente el director con la iglesia ortodoxa rumana en sus buenas intenciones, sus donaciones, su asilo o su amable convivencia que termina rota por la injerencia de un outsider, cuando alguien pone en tela de juicio lo que ellos viven.

Otra característica que rehúye audazmente la figura de lugar común aun abordando un tema muy conocido es que a lo ojos ajenos está velada la atracción de Alina (Cristina Flutur, de ahora en adelante se espera sea un referente del cine rumano) y la fuerza de las convicciones de Voichita (Cosmina Stratan, el otro referente gracias a Cannes) que quiere creer, cree, escucha, repite y admira al sacerdote. Eso lo apreciamos y se hace un juego único para el espectador, es como quería Hitchcock, que uno vea y entienda más allá de los personajes y disfrute de una compenetración mayor, ponerse en el lugar de los principales actores, convertirse en sus cómplices o refutar sus ideas, lo cual implica a  su vez complejidad, ya que nadie se salva de caer en el exceso. Ésta es otra hábil creación que supura vacíos interiores (la intrínseca soledad, pensando que nacemos solos, morimos solos, pero vivimos buscando algún tipo de compañía; y la inclemencia del mundo que nos induce a buscar cobijo, sea en la religión o en el amor); así también participamos de un toque existencial que nos hace dependientes de otros, siendo ingenioso poner al amor como ente de destrucción, lo cual es patear toda idea preconcebida o menos buscada en nuestra imaginación. 

El presente filme refuta esa definición en parte absurda de que todo yace escrito, que todo ya está hecho, y no, vemos que se enaltece la aun todavía viva libertad y la creatividad en el filme de Mungiu y como él “tantos” otros que también ostentan alguna obra maestra, porque ésta lo es en una transparencia que articula muchas ideas partiendo de un inteligente y claro panorama, sin la necesidad de simbolismos como creía Tarkovsky. Tiene una honestidad y sencillez digna de elogio aun componiendo sobre un orden eclesiástico que se le representa para no confiar en este (y se dice de boca directa en el personaje de una doctora), que ante todo rescato debe ser discutible, y es que tenemos que verlo como una reforma, como un medio de elucubración y reflexión, no algo inamovible ni definitivo ni ninguna muerte sino paradójicamente como en el desenlace en el vehículo de la policía ¿y ahora qué viene?, ¿dónde está la culpa?, la vida continua y seguiremos solos. Tenemos una historia, una dramatización y una específica contextualización, pero de ahí hay que dialogar con las imágenes y sacar propias conclusiones. Se nos dice que uno es quien decide, pensando que la pasividad no ayuda ni tampoco apasionarse o embrutecerse de ninguna forma; se debe buscar el equilibrio, no hay a fin de cuentas unanimidad en el camino. Más allá de las colinas, dice el título, del original Dupa dealuri, es decidir salir de ese cuadrante (como con el tipo que pregunta a Voichita por un lugar y ella refrenda el rótulo), ver lo que se oculta, crecer, enfrentar al mundo, dejar de ser tan básicos y sobre todo congeniar con nuestra libertad.

domingo, 17 de marzo de 2013

Alita, ángel de combate

Hay animes muy populares y excelentes a los que les guardo mucho cariño. Estos son Los Caballeros del Zodiaco, Super Agente Cobra, Astroboy, Super campeones, Mazinger Z, Meteoro, Robotech, Los gatos samurái y Lady Oscar. Pero a su vez recuerdo mucho el primer anime de "cine" que pude ver (en realidad es un OVA, un vídeo destinado a la casa), Alita, ángel de combate, o Gunnm (1993) en el original, dirigida por Hiroshi Fukutomi. Lo vi en 1996, el último año de colegio, por un compañero de clases que era fanático del anime. Lo vi y fue amor a primera vista, me encantó, aunque yo era todo un neófito en el asunto, sin embargo no incidí en querer conocer más animes, si llegaron fue de manera natural, por la tv. Lo dejé como una efervescente sensación aislada y personal, digamos que especial. No empecé a buscar animes hasta más de una década después. Esto se debe a sus atributos propios, sino no sería lo mismo. Lo acabo de ver nuevamente. La sensación sigue intacta, me ha vuelto a fascinar, aunque seguro de otra manera.

Se trata de un filme de tan solo 52 minutos, basado en el manga de Yukito Kishiro, refutando todo aire arcaico en una apuesta impecable. Tiene una estética de un cromatismo colorido, a veces de morados o azulados y otros más mesurados con blancos y grises, es decir que el color es una fuente de plasticidad y vida en la propuesta, aunque se perciban algunos ratos opacos. Hay que acotar que aunque hay sangre (el descuartizamiento del perro es atroz), desnudos en escenas sexuales y explosiones lleva en lo visual un aire calmo aunque aún así atrevido por su propia naturaleza y menos exhibicionista para lo que se suele ver actualmente, lo que le proporciona un poco de toque clásico, sin que llegue a desplazar su vanguardia, lujuria o salvajismo, obteniendo personalidad e identidad. Para la época es bastante irreverente, qué duda cabe, si bien el dibujo japonés no se hace demasiados problemas con el realismo y la hipérbole. Sin embargo recalco que se presenta con justificación (sea en la mujer capaz de todo por su sueño o el asesino demostrando su inclemencia y amenaza), aunque resulta implacable, no teme ser crudo, como con los órganos en la promesa.

Lo que le sobra al filme es personalidad, formada desde sus propios cimientos a través del uso de las mejores características que reinan en el anime, explotar un lugar común para hacer algo nuevo y original. Fluye, y es que en menos de una hora tenemos una trama llena de vaivenes y dramas. Posee una trama solvente llena de sustancia, alrededor del sueño de ir a un satélite o ciudad unida a la tierra por cables -a Zalem- en donde viven los privilegiados y los indispensables, mientras el planeta está contaminado y sirve de vertedero de basura o suministra lo que necesitan los de arriba.

Este relato cyberpunk y en un mundo post-apocalíptico empieza raudo, cae de lleno en el descubrimiento de un cyborg, en manos del Doctor Daisuke Ido, el más destacado reparador electrónico de la tierra, que pone su sensibilidad, convicción y sus valores en éste organismo y máquina, le da nombre y la cría como un padre. Sin embargo en el camino se descubren novedades, el cuerpo menudo de esa bella niña esconde a una guerrera y asesina, lo que ella pronto adoptará, en el segundo -y secreto- trabajo de Ido.

La trama proporciona además una simpática y melancólica historia de amor (o mejor dicho dos, pero una es muy sórdida), lo que le da esa amplitud y cuasi perfección a este relato, potente desde una estructura fuerte y un desarrollo con un despliegue de acción que entretiene mucho. Las acrobacias de Alita le dan rasgos de autenticidad y presencia, incrementa el efecto de la destrucción que provoca. Conjuga muy bien apariencia y acción (violencia y dulzura), dualidad que la hace ver audaz, un ente particular que amparado en la ciencia ficción obtiene un papel contundente en el quiebre de su físico gracias a que es en buena cantidad mecánica, mientras el ingenio de su construcción original repercute, lo cual obra diciéndonos que ha debido provenir de un gran propósito, junto con un combate trascendental que la lleva al vertedero (léase la oportunidad futura de ver un gran capítulo). El misterio de quien es realmente le da a su vez esa capa de absoluta libertad que podemos ver en su forma de combatir, que se entiende en la base de algún programa y que oculta una gran curiosidad, la cual se suele revelar en el cine, pero aquí es una elipsis importante que termina insólitamente aportando (funcionando) pero dejando muchas conjeturas y una cierta aura de vacío pendiente por revertir. Alita sufre de amnesia, que en una frase se entiende que es por el bien de olvidar sucesos demasiado dolorosos, y es que quien lo dice lo lleva fijo en sí, otra de las pequeñas sub-tramas muy bien coladas en el conjunto. Esta ausencia tampoco tiene de demasiado desconcierto porque el filme no se ampara en reglas convencionales sino juega con la creatividad, lo improbable y lo excesivo.

El filme suele buscar ser completo, los cabos los maneja bastante bien y los une aportando en el momento indicado, exceptuando el background de Alita, la que deja saber que ante cada reto -el aniquilamiento de cyborgs crueles, de asesinos bárbaros- se posa su espíritu y entusiasmo. Y nos trasmite este fondo sin obviar que el verdadero atractivo de la propuesta proviene de los contornos de cómo llega a esa situación.

jueves, 14 de marzo de 2013

Después de Lucía


Uno de los directores que con tan solo 2 películas ha cimentado una buena reputación es quien nos compete, el director mexicano Michel Franco, el que ha sabido sacarle mucha virtud a su protagonista, a la actriz novel Tessa Ia, una chiquilla muy guapa y decentemente natural, junto con el que hace de su padre, el actor Hernán Mendoza, y el resto de niños que torturan a Lucía.

El filme se centra en el bullying, un tema que no debe pasar desapercibido –especialmente para las autoridades y los padres, con la ayuda del entorno directo, los adolescentes o niños- ya que siempre está presente en el colegio y puede significar la destrucción de la psicología de un ser humano. La humillación, el menosprecio y el deterioro emocional están en juego, hasta la agresión y la proclividad hacia el homicidio o el suicidio, un sufrimiento innecesario que nace de la naturaleza pervertida de la dominación del más débil. En el filme es a causa de perderle el respeto a la niña en cuestión, tachada de puta en una doble moral, además de producto de intereses personales (el desearla o el sentir celos de ella), a razón de los que se aferran a la coerción del grupo, que produce la fuerza en acción en una justificación engañosa y vacía que conlleva sentir que el blanco escogido lo merece o no tiene derecho a defenderse.

Expuesto el tema, estamos ante una argumentación reflexiva en toda realidad. Que no queramos verla o disminuyamos su repercusión es otro asunto. En el filme se llega a límites escalofriantes. No es uno sino todo el salón y ex -grupo de amigos los que ejecutan el abuso. El desarrollo empieza con la tranquila contextualización de quien es Lucía y su padre, de donde vienen, quienes son, cuáles son sus personalidades y sufrimientos (esa debilidad infunde atrevimiento en la jovencita, aunque sólo momentáneamente). Se hace énfasis en que están bastante unidos y aunque sea él muy moderno (permisivo) representa su responsabilidad velar por la chiquilla, aparte del cariño y los sentimientos que llegan a esconderle la verdad del martirio mientras éste mentalmente está en otra parte, dos razones exigentes –pena y vergüenza principalmente- que se ciñen a la indispensable distancia en la trama. El daño psicológico es algo perpetuo en el padre y en la hija, la pasividad engendra diferentes resonancias, en distintos ratos, recordando que existe más de una tragedia en la película.

La víctima no es ninguna boba ni alguien superficial, que tampoco es ninguna excusa. Nada lo es para el maltrato y no trato de pretender que un chiquillo sea un santo, pero lo que vemos es inaudito y con una frialdad implacable, que no se puede ser indiferente. Conociendo a Lucía, su sensibilidad, coherencia, normalidad e inteligencia se nos dibujan las circunstancias mucho más especiales aún. El eje se convierte en uno mayor. Ella comete errores (recordemos su edad), por la proclividad de la juventud a las drogas, el alcohol y un despertar sexual cada vez más agresivo en esta etapa. Pero su proceder no sale de ningún orden general y lo podemos constatar más adelante en el filme, ya que sus compañeras hacen lo mismo y a vista de todos.

El filme en un inicio va muy lento, hace que aguardemos bastante por el enmadejado y la esencia de la propuesta, hasta la gran explosión, y eso lo hace más hondo, le otorga individuos a su historia. Gana muchos puntos si tenemos paciencia, si nos comprometemos, y realmente no es difícil porque la cotidianidad lleva personalidad, ya lleva drama; y para cuando llega el conflicto central todo surge muy natural. Se juntan cuatro estallidos de un meollo (los papelitos, los chicos obscenos en el pasadizo, los muchachos en el baño yendo al acto violento sexual, las chicas y el vestido transparente en la consolidación de la soledad). Cobran importancia los detalles y hace del motivo algo potente desde ese ambiente calmado que es parte del conjunto. Luego ya está hecho el precedente, cada quien ha tomado participación, el estado es crítico, fluye y se afianza la idea, el resto llega sin más. Toma volumen y lo creemos. Aceptamos el descontrol y el notorio exceso. Pero llevando en el devenir la mesura y consistencia necesaria para no desvirtuar el poder compararla con la vida misma, aun siendo algo a todas luces muy trágico, rotundo y demasiado grave, para más tarde finalizar volviendo a su característica de cuento, sin desmentir lo anterior ni mucho menos perder su reflexión. Sólo que asume un estado de creatividad cinematográfica, de ejemplo y representación artística en la ficción, y hay que decir que lo hace bastante bien. Seguimos creyendo en la trama, aun cuando se suma algo “espectacular”, que se debe al manejo del específico aglutinamiento (el ensañamiento indolente) y a un acto excepcional expresado con suma sencillez, aunque queda la elipsis de ¿qué viene después?, y esa ya es otra historia. 

domingo, 10 de marzo de 2013

Yaaba y Tilai

El cine netamente africano –con perdón de las producciones europeas en el continente negro, ayuda que nunca esta demás y no falta, o cierta predominancia de Sudáfrica- no suele conocerse, es casi invisible, salvo para la gente que se esfuerza en buscarlo o por medio de lo poco que llega a descubrirse gracias a la luz de algunos festivales internacionales (el último que se pudo ver fue del egipcio Yousry Nasrallah, After the battle, en Cannes 2012), siendo un séptimo arte poco difundido pero que como todos tiene mucho para aportar. Viendo el que tenemos presente, el cine de Idrissa Ouedraogo, uno de los más famosos directores de África, nacido en Burkina Faso, uno puede decir que su obra tiene carisma, identidad, historias propias, interesantes dramas, y, por supuesto, profundidad.

No voy a mentir tampoco y decir que el cine que tenemos entre manos es de suma complejidad o posee las actuaciones más verídicas, justamente no es así, son relatos bastante sencillos y los actores ostentan muchos defectos. Sin embargo estamos ante una idiosincrasia muy definida y propia, antropológica y culturalmente atractiva, especial y bastante digna de llevarse a la gran pantalla y poder conocerla y alimentar al espectador con un arte particular que a la vez remite a nuestra innegable e ineludible universalidad, y es que toda arte la busca, la procesa, la exhibe y la analiza. En ambos filmes tratados vemos la esencia primigenia de nuestra humanidad, nuestro acercamiento con la naturaleza y el lado primario de poder vernos reflejados. Destila inocencia, transparencia en una forma clara y directa, y como en toda nuestra estructura humana no le faltan estados de conflicto, despertando la instintiva crueldad, como también no se exime naturalmente del amor. En esas coordenadas se mueven los pobladores africanos bajo su territorio, sus costumbres y su diario vivir. Estamos ante una aclimatación total, fiel a lo que se puede denotar la existencia rural africana, las casas de esteras o adobe, los burros como transporte, la artesanía de uso personal, el tejer con métodos oriundos al país, los curanderos y las creencias supersticiosas, los torsos femeninos descubiertos, la precariedad, los pies descalzos, usualmente en túnicas o a veces en simples calzoncillos, el baile autóctono bajo el toque de la flauta, o los enormes cantaros de barro llevados sobre las cabezas. Se mueven en un terreno árido y con escasa vegetación, bañándose en ríos. Todo encantadoramente típico sin explotar ninguna artificialidad o efectismo de cara a la cámara. No se trata más que de reflejar la realidad, lo muy propio de un pueblito tradicional perdido en el tiempo (Yaaba es de 1989 y Tilai de 1990), lejos de las necesidades de la modernidad tecnológica y urbana de las grandes capitales, un canto de simplicidad en la felicidad de su idiosincrasia y su cosmovisión aborigen; claro, con su personal problemática (la anciana marginada y tildada de bruja en Yaaba o el padre casado con la prometida de su hijo en Tilai), por lo que ostentan sus pasiones, predominando el sexo (aunque no hay nada explicito ni por asomo, todo muy limpio y extremadamente sano en pantalla), el amor, los celos, la infidelidad, el alcoholismo, la violencia, las venganzas, el honor mancillado, un sinfín de motivos compartidos por todo ser humano en el planeta.  

Yaaba y Tilai no es que quieran mostrar el espacio envuelto en ignorancia, sino son propuestas desde dentro hay que recalcar y eso las provee de una autenticidad envidiable aun dentro de alcances discretos; es más bien adaptarse al contexto de su sencillez interpretativa y de pretensión acerca del mundo y sus extraños designios, como la enfermedad. También influye viendo Tilai (La ley), y al notar lo que el título define, las reglas tradicionales que derivan en acontecimientos negativos tales como el fratricidio o el suicidio a razón del honor perdido, en un contexto que permite la poligamia o el forzar el casamiento por medio de los padres. De ello que Saga (Rasmane Ouedraogo) decida robar y huir con Nogma, enfureciendo al padre de él y esposo de ella, con la consabida venganza y confabulación del pueblo, ya que las represalias ante la falta hacia un integrante de la comunidad se dan en colectividad. Hay un sentido de reunirse y ejercer el castigo en forma grupal, hasta el punto de permitir el ajusticiamiento o en el caso de Yaba el exilio.

Yaaba (Abuela) es como llama el pequeño Bila (Noufou Ouédraogo) de diez años de edad a una anciana de nombre Sana, una mujer que es repudiada por el pueblo al ser tildada de bruja, por justificaciones de su nacimiento y su temprana orfandad. En ésta película, una niña, Nopoko (Roukietou Barry), cae presa del tétano, por un corte en una pelea, pendiendo su vida de un hilo. Éste suceso se ve desde la superstición de su gente que cree es un maleficio. Sin embargo tras la comprensión del travieso y alegre chiquillo que termina en la consiguiente unión con Yaaba, pronto la cura llegara de quien menos se cree. Pero no antes de haber actos enajenados contra la indefensa y pacifica mujer. Como se ve en la película,  resumir la trama es muy fácil, todo fluye con solidez y en la llaneza más flagrante, pero yacen ambas propuestas bajo la sensación de estar muy despiertas, con una amplia carga de simpatía de la que se revisten de pies a cabeza. Se capta en esas actuaciones, aunque con diálogos apresurados, escupidos o declamados como quien cree que solo basta decirlo, mucha alegría detrás de sus roles. Las sonrisas y bromas naif llegan a punto. Hay una buena distribución del drama y del optimismo, está a partes iguales, aun sin apostar necesariamente por el final feliz.

Tilai y Yaaba difunden su geografía en estado puro, su forma de existir a flor de piel con miles de detalles y presencias que nos dan rasgos de su africanidad (de una parte, como la tienen todos los países en zonas primigenias o de campo, desde su cultura), su cotidianidad más desnuda y sin ningún complejo, orgullosas de su entorno, de su quehacer y discurrir normal, con una honestidad y tranquilidad que el neorrealismo italiano tendría que admirar. Ambas poseen pequeñas sub-tramas independientes. Saga, celoso de un errante hombre subido en un burro cree ver algún enamoramiento de su pareja. Esto pasaría desapercibido y hasta se vería mal resuelto – de manera rauda y tal como llega superficial- sino fuera que en Yaaba, un año atrás, se exhibe una infidelidad con notorias semejanzas, y valga la acotación el personaje engañado lo interpreta el mismo actor, Rasmane Ouedraogo, que en su papel de Noaga sufre de impotencia por alcohólico teniendo a su esposa descontenta, la que siente tiene una razón para dejarlo y lo grita a los cuatro vientos bajo el apoyo de las féminas de su entorno. El filme lo deja claro en su mensaje, incluso por boca de algunos personajes que lo dicen con toda convicción. Eso remite a la importancia del sexo en éste ambiente, no muy distinto a otros más próximos. Hay comedia al respecto, en sí ésta subyace muy ligera en las dos, sutilmente, siempre rozando la ñoñez o, siendo indulgentes, lo buena onda.

No podemos subestimar el cine de Idrissa Ouedraogo, no sólo porque Yaaba obtuvo el fipresci y la especial mención del premio ecuménico del jurado en el Festival de Cine de Cannes de 1989, mientras Tilai ganó el Grand Prize of the Jury en el mismo festival en 1990, o porque son dos de los mayores referentes de Burkina Faso y del séptimo arte africano, sino porque su frescura, sencillez argumental y robusta gracia suman –se pliegan- a un escenario único, distinto, que nos permite observarnos. Esencialmente estamos inmersos, en una geografía y costumbre no tanto exótica –aunque algo leve en realidad tiene de eso- sino con una personalidad detrás que apreciar, que no nos será indiferente, ni vacía o repetitiva si bien es lo más sencilla a fin de cuentas, tal que nos llega en la forma de Ouedraogo, que nos acostumbra a la identidad de su gente, de sus actores y representantes naturalistas, creíbles aun en sus carencias. Es un metraje donde al rato de que nos comprometa como espectadores (pasará, ténganlo por seguro) uno ya ni nota la rapidez de las voces, alguna involuntaria sonrisa en medio de un parlamento serio, una mirada perdida al despedirse o uno que otro grito con atisbo de falsedad, sino la luz de la cara de la talentosa niña Roukietou Barry jugando a las apuestas con el protagonismo de Bila, los reproches de ésta hacia Nogma (ensoñada en un aluvión de absoluto romanticismo), la lograda escena del sudor de la muerte en Yaaba, el cariño que articula en su rol Noufou Ouédraogo hacia su abuela ficticia y su mejor amiga (actores de pocas películas), y toda la maravillosa espontaneidad de la que exuda la comunidad entera en ambos filmes, aun recriminándoles algo de su performance.

sábado, 9 de marzo de 2013

Le tableau


Jean-Francois Laguionie tiene 4 largometrajes de animación y varios cortos. Su primer filme, Gwen, le livre de sable (Gwen, o el libro de arena, 1985), es una aventura sobre un mundo post apocalíptico. Para ser exacto el planeta es ahora un gran desierto donde de lo que queda de la humanidad se han vuelto tribales y nómades, a excepción de una ciudad por descubrir, hasta que un día nuestra protagonista Gewn y su compañera, una anciana bruja, deciden rescatar a un jovencito medio salvaje y misterioso que ha sido secuestrado por una entidad indefinida, la que tiene que ver con unos enormes objetos caseros de la vida pasada que aparecen intempestivamente por arte del sueño.  Es una historia surrealista, extravagante, pero con un toque de identidad comunitaria tradicional. Hay una noción de administrar tan solo algunos detalles que bastan y sobran para generar un clima de incertidumbre y extrañeza pero en un espacio consolidado, de propia autonomía sin que por ello pierda sentido. La ilustración tiene la particularidad de usar el pintado por medio del Gouache, muy similar a la acuarela pero más opaca. La imaginación de la historia la hace muy atrapante con un relato sugerente, de poca argumentación pero inteligentemente desplegado para generar un estado de sorpresa y concatenación en donde la atención de cada pieza separada nos dará un mosaico redondo.  

Su segundo y tercer filme, Le chateau des singes (una historia de monos, 1999) y L'ile de Black Mór (la isla de Black Mor, 2004) son películas más convencionales, con historias que son fáciles de comprender, identificar y recordar, o comparar con antecesoras. Una sobre un mono salvaje (uno típico, aunque puede hablar con sus congéneres que son los habitantes del planeta) que al no creer en supersticiones cae en un bosque prohibido. Y por esa valiente casual intromisión conoce un castillo gobernando por simios más avanzados que visten con ropa, bailan, tienen una corte, estudian y ocultan sus orejas por educación. Éste los liberará de algunos tabúes enviándolos paradójicamente hacia la evolución; regresa además la paz que necesita el trono. El otro es sobre piratas y tesoros.

El cuarto filme es el que más nos compete. El cuadro (le tableau). Y nuevamente se trata de algún héroe visionario que se enfrenta a lo impuesto que es retrograda o limitador por culpa de la pasividad o la ignorancia, evitando temer a lo desconocido y siendo progresista como en la mejor esencia francesa. La aventura versa sobre el reto de conquistar lo inhóspito y nuevo. Nuestra protagonista en realidad es Lola, una morocha, aunque pueda parecer que es la historia de Ramo y su amada, o la de Plume y Gom, y se trata de los tres relatos interconectados en un mismo contexto con la noción de que la curiosidad es la principal ventaja por sobre el resto, agregando una sub-trama más que se rige al concepto general o que repite el axioma, la del soldado infeliz con su idiosincrasia.

La trama es la de figuras de pinturas que se dividen en tres clases sociales diferenciadas y rivales desde la desigualdad de la “arbitraria” superioridad que se atañe al color, al que unos sean bocetos (Plume y Gom), otros falten por terminar el pintado (Lola) y los poderosos porque traslucen esa perfección que atribuyen  a la concreción pictórica, el estar completamente coloreados (Ramo).  Éste último enamorado irá contra las convenciones de su gente guiado en su ruta por el atrevimiento de nuestra heroína. Junto a sus distintos amigos saltará de cuadro en cuadro, incluyendo al mundo real, en busca del pintor que ha abandonado algunas obras que aguardan por él. Ese pintor, creador más que artista, parece un sucedáneo de Dios, articulando una simbología apegada a leerse o no como tal (de ahí que se desprendan ideas muy cautivantes y reflexivas), ya que puede verse solo como un mundo alterno imaginario donde objetos inanimados cobran vida y se rigen a sus leyes naturales, bajo su leitmotiv, el quedar pintados o no y vivir en derredor de ello.

La lucha de clases es la clave del asunto. Generador de egoísmo, soberbia, marginación o guerra (léase a su vez la precisa simplificación en el cuadro con los ejércitos rojo y verde que una vez pintados del mismo color no saben ya a quien enfrentarse). En cambio la simbología nos combina a pensar en el apocalipsis, en la sutil frustración de Dios, en la humanidad imperfecta, en el libre albedrio o en la sencillez y heterogeneidad del mundo. Yo apostaría por ambos, aunque al final, el desenlace se “desliga” de las complicaciones, se vuelve literal en lo fantástico, o mejor, compañero en lo parcial de otras lecturas, en un estado tranquilo. En ese lugar yacen los dos Laguionie pero que subsisten próximos, separados por matices, ya que parten de la misma unidad que es el autor. El que es más complejo e intrincado, con un aire hasta filosófico o místico, y el que tergiversa o crea la realidad en un mundo nuevo tras alguna conquista trascendental o existencial. Sin embargo el autor juega con sus motivaciones y constantes, no es que se auto-limite en absoluto y eso habla de una coherencia refractaria.

En Gwen, le livre de sable podemos ver que los gemelos “sacerdotes” que leen a los seguidores de su ciudad una especie de biblia que en verdad es entre una enciclopedia y un catálogo de artefactos muestran un camino de la trascendencia equivocado o inmanejable, en que más importa la sencillez argumental del rescate y vivir en el amor más llano, mientras en Le chateau des singes hay un terrible fracaso en la ruta de vencer las supersticiones. O en Le tableau simplemente el mundo no deja de girar. Las preguntas no se agotan aunque toma noción el espectador de que la razón de cierta rebeldía progresista nunca debe faltar en la humanidad, para crear un planeta más justo y más próspero. La civilización puede ser (irónicamente) el hacer algo que no resulta útil pero que produce goce personal como se desprende del diálogo con el maestro en Le chateau des singes con respecto al deporte y al laberinto de hierba. Sin embargo vale más por su reinterpretación de la vida para hacerla más hermosa en sus aspectos más indispensables, igualdad, humanidad, respeto, libertad; en su capacidad de introspección para resolverse mucho mejor, en dar un paso hacia adelante. Y en la convivencia del mandato del pueblo (Kom, el mono salvaje es un claro representante) con su representación gubernamental, en la asertividad de sus líderes, y en la apología de la individualidad en una colectividad horizontal aun con un orden de poder encima.

Notable el manejar varios caminos en tan corto tiempo (1 hora y 16 minutos de película), con tanto control. Se debe también a que muchas ideas son compactas y completas. Hay nociones centrales, inconformismo, la búsqueda del cambio e ideales humanistas a poner en práctica. También se debe a su toque de rareza, le tableau lo tiene en justa medida. Entre otros pensamientos, la copia resulta efectiva, es decir el mensaje se puede distribuir si sigue el patrón (el pintor y su autoretrato). O el caos que genera en primera instancia tener algo selecto al alcance de todos, para luego verlo como una promesa cumplida. El filme sigue al expresionismo, se destaca visualmente -aparte de la profundidad ideológica de su historia bajo dicha exhibición- en el color que remite a Henri Matisse, André Derain o Paul Gauguin. Le tableau es una animación madura que no perjudica la esencia de su género. Está destinado a quienes amamos el dibujo animado inscrito en el más audaz, claro e inteligente séptimo arte.

miércoles, 6 de marzo de 2013

Nameless Gangster


El anterior y segundo filme del director coreano Yun Jong-bin, Beastie Boys o también llamado The Moonlight of Seoul (2008), versaba sobre los anfitriones sexuales en su país, que son buscados por damas jóvenes, guapas, algunas salvajes, adineradas y no siempre solteras emocionadas por su belleza y galantería, viniendo a cuento la notoria broma de los filmes coreanos de que un tipo es o no guapo (es que el pobre es tan feo dicen antes de pasar a mencionar algunas virtudes). La película aborda el tema seriamente y de forma directa, mostrando dos casos interconectados, uno de un puto y vividor endeudado que se aprovecha de las parejas que tiene y otro del dueño de un lugar de este tipo de servicios que se enamora -como atrapado por el karma- de una atractiva y discreta prostituta de alto vuelo. Un filme que en su conjunto resulta un poco apagado, demasiado calmo y seco en ciertas partes, pero con algunos giros y problemáticas muy bien desarrolladas a pesar de ello, predominando mucho el drama personal.

Lo mismo pasa con su última película, que no llega a ser redonda pero sigue siendo suficientemente valiosa para tenerla en cuenta. Se trata de la relación de un peligroso y violento joven gángster, Choi Hyung-bae (Ha Jung-woo) y un familiar lejano al que llama padrino, Choi Ik-hyun (Choi Min-sik), tras encontrar el segundo un fuerte cargamento de heroína por lo que entablan negocios y desarrollan un vínculo afectivo que los lleva a trabajar juntos. El más viejo quiere las gollerías y ventajas de los mafiosos, pero aparte de producir dinero no tiene esa sordidez e inmisericordia que se necesita, aun con los grandes contactos en las altas esferas ministeriales y policiales. De fondo yace la lucha contra la criminalidad desde un fiscal en particular que mediante flashforwards interroga a Choi Ik-hyun como principal acusado o delator.

Como es costumbre no falta la comedia ni una cierta frescura para narrar la historia, y en ese trayecto el famoso actor Choi Min-sik es objeto de cuanto vejamen y golpes se le ocurre al director, no falta el maltrato ni el compromiso con el papel. Más que respetar su intocable aura de superioridad artística, parece empujado a hacer mayores méritos para sostener su notoriedad. No luce como un tipo serio sino medio bobo y padece bajo esa imagen, solo que enfrentado a un contexto temible donde acuchillarse, enterrar vivos a los que nos descontentan o masacrar a botellazos a algún rival es muy propio del mundo al que se adscribe. Mientras en la otra orilla, el actor Ha Jung-woo invoca el poder de la fuerza, con ese aspecto de estar por encima del resto, ostentando seguridad y maldad a partes iguales pero sin caer en el estereotipo. No le faltan a estos personajes humanidad y sencillez cotidiana, no es que no caigan en alguna broma o relajo. Como el que proporciona en su abuso de confianza su contraparte sobre él. Sin embargo hay una característica principal en cada cual, y uno juega con el ridículo y el otro con lo temible.  

Un problema del filme es la larga duración de su metraje, más de dos horas en que parece sobre-explotarse la trama, inflarla sobre algunas circunstancias manidas solo que descritas al son del cine coreano, más libre, espontaneo  y atrevido que lo antes visto, junto con la buena actuación de sus protagonistas en un tono en parte de farsa, exagerado y a la vez irrespetuoso. No podemos desestimar la imaginación que da un toque de atractivo en éste séptimo arte, pudiendo ser al mismo tiempo convencional con la ambientación del mundo del hampa que tenemos en mente. Y es que juega con esas dos caras. Como de los tiempos, a través de los años, la delincuencia y los arrestos, en un proceso de la destrucción de las mafias por el quehacer policial, el que queda en segundo plano aunque simbólicamente termina siendo el ejecutor y el que se lleva la gloria.

Pesa mucho la contextualización en la trama, a favor está que hay su infaltable originalidad en la forma pero a su vez es como si la temática, los gángsters (como antes la prostitución masculina) predominara por encima de la historia en sí, en su particularidad, no siendo en ello algo verdaderamente especial. No en su trama especifica. Y eso suena a un gancho, a ampararse en algo que suele seducir al público y que uno lo identifica con el nuevo cine de Corea, salvando que resulta todavía novedoso, a diferencia de las mafias americanas que yacen muy bien popularizadas y son sumamente conocidas, pero que por ser parte de un género cinematográfico nunca dejara de verse en pantalla ni de buscarse la excelencia.

La propuesta peca de abundancia reiterativa aunque se mueve en la sugerencia de los elementos y no termina en su abarrotamiento. Tanto alrededor de un eje que cae en la disminución de su potencial, por culpa de su falta de atractivo argumental. Lo mejor, los dos monstruos de actores que se amoldan a sus personajes. Choi Min-sik da más de lo que uno  espera, afín a su buena fama y talento en donde su solo nombre nos crea expectación, junto con Ha Jung-woo que lo secunda magistral y le da el vínculo necesario para fomentar el relato. El que aprovecha y predomina en Min-sik.

Filme que entretiene pero que le falta sustancia, aun siendo aparatoso o aparentemente profundo o intrincado, y que pierde por ello, sin embargo sobrevive por otras cualidades, actores, temática o por seguir las características del típico cine moderno de su país. Irreverencia, soltura, sorpresa, en una “re-invención” de lo que conocemos por gángsters. Y por lo tanto, habrá valido la pena.

martes, 5 de marzo de 2013

“1”


Aunque en el Perú llamar a un cine en particular como independiente como se le suele atribuir al presente suena algo extraño ya que aquí los realizadores todos lo son en realidad ya que se buscan sus propios recursos, no habiendo ayuda de ninguna industria, esta denominación viene más por formar parte de una filosofía que se lleva detrás, la que se aleja de lo comercial o de lo establecido –intuyo más que refiere a lo foráneo siendo exacto de Hollywood ya que nuestro cine, el que sea, siempre está sufriendo por atraer a los espectadores- por un mensaje personal y más artístico, buscando ser un trabajo de autor y por amor al séptimo arte como fuente de conceptos e identificación de trascendencia intelectual o sensorial.  

Ante la pregunta de si cumple con tener voz propia, la tiene, pero de ahí a ser el camino a la transformación que pide el público nacional -y la mejor llegada de los cineastas- definitivamente no lo es, pero como fuente de variedad en nuestra cultura cinematográfica, como algún alterego del director Eduardo Quispe suele decir, está bien y es su elemento, ser un cine minoritario, un complemento a nuestra cinefilia, de la que notablemente exuda nuestro compatriota. Y que yace en su criatura, en su yo cinematográfico, vinculada con las relaciones amorosas, el meollo del asunto, tratada incluso como discusión entre los protagonistas que a la vez viven la práctica de su teoría en un fondo apretado y dócil que adolece de mayor recurso visual para incrementar la potencia de algunos pensamientos entre manos.

"1" (2009) no es para despreciarle o no tenerle en cuenta aunque a muchos les parezca (y en buena parte ese rechazo es bastante entendible), porque derrocha honestidad y tiene sentido, en ese interior que pervive aún bajo una estética tan pobre, poseedora de tantas fallas técnicas, cortes abruptos, sonidos dispares, algunas voces ininteligibles, movimientos de cámara que denotan una insípida espontaneidad que molesta y luce artificial, encuadres que no se funden por completo o no realzan sino simplifican la intervención de los personajes viéndose muy novato el filme, intromisión de ruido ambiental en los diálogos o mala iluminación (salvando algunas buenas ideas con algunas tomas de detalle, el reflejo en el espejo del bar entre feo, simpático y curioso, o la mano jugando con la cucharita de la taza de café). Y todo porque esos defectos son constantes y flagrantes, se ven a simple vista.

No obstante una vez acostumbrados a la estética podemos decir que resulta una fuente de identidad de ese cine llamado independiente, como si el feísmo fuera una declaración de guerra, de principios, como si siendo más llanos y más austeros estuviéramos diciendo que lo importante es el mensaje.  ¿Y qué de éste? "1" retrata tres encuentros, tres citas de una posible futura pareja. Vemos desde que se levantan en su habitad natural hasta que deciden encontrarse. En adelante se trata de sus conversaciones. El director Eduardo Quispe es el chico que demuestra mucha soltura escénica, mucha naturalidad, y sus explicaciones y conversaciones son fluidas, “cotidianas”, pero inteligentes. Propone varias ideas en éstas. Son puntos de vista desde una persona cualquiera pero bastante bien educada, que no contradice la atmósfera de clase media baja en la que se mueve sino la hace ver atractiva intelectualmente.

Escuchamos, dentro de la variedad de comentarios en la charla de pareja, que él entiende el machismo (uno de sus floridos y exóticos devaneos, siempre puesto en contexto pero libre como quien trata de atrapar la atención del receptor, ella y nosotros), y lo fundamenta audazmente sin quitarle su carácter negativo. Se explaya en observarlo más detenidamente, bajo una capa de relajo y sorpresiva comprensión. Y es que tampoco nos engañemos, somos una sociedad con muchos rezagos machistas. Esto es bueno, porque toma riesgos y logra caer de pie aun no teniendo todo nuestro respaldo en su opinión. Sus conversaciones son el alma del filme y nos brindan ese rescatable sabor de no estar ante algo desechable, sino por ello a darle valor como séptimo arte. Uno artesanal y en la posibilidad de muchos. No ha de extrañar que surjan otros autores parecidos, aunque su exhibición sea una quimera en salas comerciales.

Es loable que los diálogos aun siendo algo complejos pero claros se vean sin esfuerzo o eviten caer en lo falso. Ayuda que la locuacidad de Quispe duda sin que se vea un vacío, espera la interacción (aunque a su lado la dama sea mucho más pasiva), usa palabras neutras o simplemente no se da tanta importancia. Trata de entretener, de contagiar a la chica y crear un ambiente acogedor aun no pudiendo contener su exuberancia verbal. Ella mientars tanto es puro detalle corporal, cierto toque de nervio, inspirando inquietud aunque controlada. Parece llevar dentro intensidad, y si bien no pierde su seguridad ostenta mucho movimiento esquivo a la cámara. Hay en ella una cierta anti-naturalidad soportable, digamos que baila en medio de la credibilidad y la sensación de ocultar la molestia de ser filmada. Quizá, pienso, es un tipo de personalidad, y facilita esa opción su simpatía. Ambos son carismáticos, la muchacha denota ser una buena persona, alguien muy común que suaviza el ambiente. Disminuye la carga de Quispe haciendo un contrapeso que flirtea con el diario vivir, con el romance; si no de ellos, de sus palabras. Él roza la carga del que se complica y aunque en la vida real puede ser un poco pesado, alimenta el filme, lo sostiene, es lo mejor de éste; también gracias a su buen complemento, a su contraparte. Logra salir a flote, no perece en el asunto, ni se convierte en el cliché que tanto rehúye el cine al que se ampara.

Quispe lleva cuatro filmes, todos denominados por orden numérico, del 1 al 4, y ha dicho que le gustaría llegar a hacer 33. La meta no suena difícil. Solo esperemos que siga poseyendo ese magma rescatable del que hablo, suficiente como para atreverse uno a seguir ojeando su arte, y quien sabe, algún día pueda hacer una obra de arte como el mejor cine independiente.