jueves, 14 de marzo de 2013

Después de Lucía


Uno de los directores que con tan solo 2 películas ha cimentado una buena reputación es quien nos compete, el director mexicano Michel Franco, el que ha sabido sacarle mucha virtud a su protagonista, a la actriz novel Tessa Ia, una chiquilla muy guapa y decentemente natural, junto con el que hace de su padre, el actor Hernán Mendoza, y el resto de niños que torturan a Lucía.

El filme se centra en el bullying, un tema que no debe pasar desapercibido –especialmente para las autoridades y los padres, con la ayuda del entorno directo, los adolescentes o niños- ya que siempre está presente en el colegio y puede significar la destrucción de la psicología de un ser humano. La humillación, el menosprecio y el deterioro emocional están en juego, hasta la agresión y la proclividad hacia el homicidio o el suicidio, un sufrimiento innecesario que nace de la naturaleza pervertida de la dominación del más débil. En el filme es a causa de perderle el respeto a la niña en cuestión, tachada de puta en una doble moral, además de producto de intereses personales (el desearla o el sentir celos de ella), a razón de los que se aferran a la coerción del grupo, que produce la fuerza en acción en una justificación engañosa y vacía que conlleva sentir que el blanco escogido lo merece o no tiene derecho a defenderse.

Expuesto el tema, estamos ante una argumentación reflexiva en toda realidad. Que no queramos verla o disminuyamos su repercusión es otro asunto. En el filme se llega a límites escalofriantes. No es uno sino todo el salón y ex -grupo de amigos los que ejecutan el abuso. El desarrollo empieza con la tranquila contextualización de quien es Lucía y su padre, de donde vienen, quienes son, cuáles son sus personalidades y sufrimientos (esa debilidad infunde atrevimiento en la jovencita, aunque sólo momentáneamente). Se hace énfasis en que están bastante unidos y aunque sea él muy moderno (permisivo) representa su responsabilidad velar por la chiquilla, aparte del cariño y los sentimientos que llegan a esconderle la verdad del martirio mientras éste mentalmente está en otra parte, dos razones exigentes –pena y vergüenza principalmente- que se ciñen a la indispensable distancia en la trama. El daño psicológico es algo perpetuo en el padre y en la hija, la pasividad engendra diferentes resonancias, en distintos ratos, recordando que existe más de una tragedia en la película.

La víctima no es ninguna boba ni alguien superficial, que tampoco es ninguna excusa. Nada lo es para el maltrato y no trato de pretender que un chiquillo sea un santo, pero lo que vemos es inaudito y con una frialdad implacable, que no se puede ser indiferente. Conociendo a Lucía, su sensibilidad, coherencia, normalidad e inteligencia se nos dibujan las circunstancias mucho más especiales aún. El eje se convierte en uno mayor. Ella comete errores (recordemos su edad), por la proclividad de la juventud a las drogas, el alcohol y un despertar sexual cada vez más agresivo en esta etapa. Pero su proceder no sale de ningún orden general y lo podemos constatar más adelante en el filme, ya que sus compañeras hacen lo mismo y a vista de todos.

El filme en un inicio va muy lento, hace que aguardemos bastante por el enmadejado y la esencia de la propuesta, hasta la gran explosión, y eso lo hace más hondo, le otorga individuos a su historia. Gana muchos puntos si tenemos paciencia, si nos comprometemos, y realmente no es difícil porque la cotidianidad lleva personalidad, ya lleva drama; y para cuando llega el conflicto central todo surge muy natural. Se juntan cuatro estallidos de un meollo (los papelitos, los chicos obscenos en el pasadizo, los muchachos en el baño yendo al acto violento sexual, las chicas y el vestido transparente en la consolidación de la soledad). Cobran importancia los detalles y hace del motivo algo potente desde ese ambiente calmado que es parte del conjunto. Luego ya está hecho el precedente, cada quien ha tomado participación, el estado es crítico, fluye y se afianza la idea, el resto llega sin más. Toma volumen y lo creemos. Aceptamos el descontrol y el notorio exceso. Pero llevando en el devenir la mesura y consistencia necesaria para no desvirtuar el poder compararla con la vida misma, aun siendo algo a todas luces muy trágico, rotundo y demasiado grave, para más tarde finalizar volviendo a su característica de cuento, sin desmentir lo anterior ni mucho menos perder su reflexión. Sólo que asume un estado de creatividad cinematográfica, de ejemplo y representación artística en la ficción, y hay que decir que lo hace bastante bien. Seguimos creyendo en la trama, aun cuando se suma algo “espectacular”, que se debe al manejo del específico aglutinamiento (el ensañamiento indolente) y a un acto excepcional expresado con suma sencillez, aunque queda la elipsis de ¿qué viene después?, y esa ya es otra historia.