domingo, 27 de octubre de 2013

Antes del anochecer

Muchos dicen que es la mejor de las tres, pero en mi humilde opinión creo que ya deja ver que el recurso ya cansa y lo sabe Richard Linklater, lo de ir por las calles conversando sobre temas trascendentales u ocurrencias divertidas que exploren las personalidades de ambos y distintas temáticas como dos personas cultas sin frivolidad o estupidez, pero relajadas capaces de divertirse mutuamente con sencillez e inteligencia.

Y se da un giro con peleas mundanas pero álgidas -su estabilidad y compromiso penden de estas "tonterías", centradas en el anhelo de mayor proximidad con el primer hijo de Jesse- sobre esa cápsula de conflicto en que se convierten la mayoría de relaciones con el tiempo justo cuando están en el cuarto con un topless muy moderno que quita todo atisbo del romanticismo de antaño por una naturalidad que trata de decirnos que ya ha pasado mucha agua bajo el río, y la relación necesita de mucho esfuerzo si bien hay rastros de amor, como la de cualquiera se supone y se cree, ya que la idea es verse identificado claro, y tiene varias virtudes y eso la hace una buena película, pero sigo creyendo que la magia de la primera es imperecedera y la segunda era como un pequeño colofón que sumaba al final esperanzador de la anterior, a todas luces finiquitado en Antes del Atardecer (2004), por más que haya quedado en parte abierto al punto y lo preciso (esa avión se perdió y el resto es formalizar ante cualquier limitación, ¿para qué más?).

Sin embargo, ya la edad se interpone en la tercera, lo digo lastimosamente aunque se le saque jugo elogiablemente en el filme, y haya buenas preguntas al respecto, pero ya queda como algo menos mágico, como han querido que sea, pegándose a la realidad, como rebatiendo la inocencia y fe de antaño del juntos por siempre y en intensidad, que es lógico que cambie pero a mi punto quiere borrar buena parte de lo pasado, que como uno sabe y aprecia, la ilusión vale millones. Es entonces que se da menos espontáneo, ya que la dureza y la madurez se interponen aun manteniendo la sinceridad y busque la fluidez de sus diálogos y de un paseo como en las precedentes. Se hace irrebatiblemente más ordinario, pero de ese lado que a uno le disgusta conocer me parece, porque la magia estaba en la pasión y la libertad de conocerse y sentirse compenetrado con el otro, de realizarse y nada más.

Ésta es una película notable como experiencia de una edad y sus sentimientos compartidos en el tiempo pero que me desilusiona un poco aunque me alegre intelectualmente como en el fondo se adjudicaba debajo de su sencillez argumental, y aquí tome una forma más práctica, auténtica y útil. Yo creo que es una muy buena película, no lo dudo, pero de igual manera creo que merece (nos merecemos) que se haga algo en el trayecto de las dos primeras partes en un futuro -ya en otra película y realizador- pero con ese tono pensante y profundo, porque aun así se les ha escapado la magia aunque ésta halla mutado hacia el aplauso racional, y lo sentimental siempre será algo tan fuerte y primario/principal, la esencia de las tramas de la trilogía. 

Ésta última película rompe con ese cuento romántico, disminuyendo el  encanto de la relación y la compenetración con el espectador en el ideal y la ilusión anclada de alguna forma a la realización mundana, en el buen sentido de la palabra, esperanzadora, bajo las relaciones fluidas y dulces en que uno podía verse reflejado y sentirse en el lugar cotidiano de nuestra juventud que como hombres nunca debe morir de espíritu, gastado en la trama del tiempo y la existencia de pareja que desde Antes del amanecer (1995) lo anticipan y quieren no llegar a ello, como el mismo recurso de agotamiento de hacerla una trilogía y con lo que no se puede evitar romper algo, no dejando ya otro camino como concepto sin desbaratar el esqueleto del formato de Linklater. No es para todos los días, pero debería yacer el romance imperecedero durmiendo y despertando bajo el fuego del fénix del impoluto recuerdo, 

Han dejado ir el pasado como si se remontaran a una fotografía en sepia, por algo más rotundo, y menos feliz, más fácil de concebir porque es mucho como la vida. No es que nos engañe o no siga ciertos parámetros anteriores debajo pero es el camino de la desilusión el que amarga y nos quita lo ganado, la fe, lo que nos ha entusiasmado hasta “creernos” el forever and ever por otro sentido que le minimiza. Caen ahora en el lugar común en donde terminan los viajes amorosos, ¿pero cómo hacerlo con algo tan hermoso?, cuando es la hora del trabajo y el sentido imperecedero de ese baile sensual y esa mirada contemplativa fascinada de Antes del atardecer, pero bueno mengua bastante pero hay y de eso trata a fin de cuentas, en otro tono, uno realista. Incluso la cena entre las parejas en Grecia está plagada de ironía y monotonía, cansancio, reproche y dureza, ¡una traición!, solo salvada a último minuto en el relato de la anciana viuda luego de golpearle repetidas veces al romance como si de una bobada se tratara propia de otra época distinta a la actual o una inocencia temprana. Aunque no tendría que guardarse de dicha revelación, debería abogar por la ilusión del resto que viene detrás, o invocar el aliento para vencer esas dificultades como en el mencionado Viaje a Italia (1954), que haciendo diferencias, en la de Roberto Rossellini se es más duro aún. Finalmente se articula en el último discurso en la terraza y la ingeniosa nota de una máquina del tiempo.

No obstante, ver a Jesse (Ethan Hawke) haciendo gala de su carisma pero fallando con una más intratable Céline (Julie Delpy) duele, molesta en cierto sentido, aunque es muy normal dentro de las vivencias del matrimonio avanzado en años, que es el escenario que se quiere lograr. Siguen juntos pero como quien ha olvidado parte de ese hermoso viaje por Viena, y creo que hay recuerdos que deben ser intachables. Así le pasa por ejemplo a Las Guerras de las Galaxias, tomando distancias, en que nos intriga saber más, nos genera curiosidad, pero los pelos y señales no hacen trabajar la siempre pertinente imaginación, esos lugares de misterio que enaltecen el pensamiento; se desvirtualiza esa capa de oscuridad que a las historias le caen tan bien en cierta medida. Y aquí el romanticismo, la ilusión, la fe, el optimismo, y todo eso se ha perdido un poco en este drama en que se ha convertido Antes del amanecer, por ello prefiero la primera, y creo que los más jóvenes deben verla y olvidarse de la última por un buen tiempo.

El evangelio de la carne

Que nuestro cine no sea muy bueno quizá sea verdad en general, somos un séptimo arte de obras contadas destacadas, de sólo algunas pequeñas joyas en medio de un conjunto fallido y aunque duela decirlo pobre, no tan rico, o que suele ser conformista, nos solemos quedar con simplemente dar algo para nosotros sin que trascienda a un nivel artístico, rescatando que sobresalen dentro de todo algunas muestras de audacia, curiosidad, particularidad y buen hacer indie de vez en cuando. Pero, ¿qué del entretenimiento?, creo que todavía estamos lejos de combinar buen hacer cinematográfico, algo de interés y profundidad con algo que atraiga mucho público, si bien hay dos ejemplos de éxito con Asu Mare (2013) y Cementerio general (2013) que han logrado recaudar sumas altas en cuanto a nuestra tradición de negatividad hacia nuestro cine. No obstante, bajo las características antes señaladas, el arte en medio del cine mainstream nacional todavía está lejos de ser lo que uno quisiera para nosotros, y viendo El Evangelio de la carne uno puede atisbar que es ahí donde puede estar la luz o el camino, poner como en el magma de esta película la fe sobre ella y similares, sobre lo que queremos que sea, porque la quinta película de Eduardo Mendoza cautiva dentro de una trama conocida, un lenguaje cinematográfico fácil de identificar con un cine de masas, pero otorgándose pinceladas y giros de autor, como debe ser este tipo de entretenimiento si tiene aspiraciones encomiables.

La trama se centra en tres historias entrecruzadas. Una es la del fanático de Universitario de Deportes, líder de la barra conocida como los Húsares, Narciso (Sebastián Monteghirfo), que tras un accidente grave con un atropello tiene a su hermano menor a punto de ir a Lurigancho y quiere ayudarle a afrontar el juicio. Otra es la de Félix (Ismael Contreras) que ha estado en la cárcel y su mujer con sus hijos lo han abandonado, mientras actualmente es un estafador en busca de redención y que tras un intento de suicidio lo halla en la Procesión del Señor de los Milagros. Y la tercera es la de Gamarra (Giovanni Ciccia), un policía que tiene a su esposa muy enferma y que lo mantiene en estado de alerta y preocupación. Los tres verán sus conflictos confundidos entre sí en medio del mes morado donde la fe será lo último que les quede, la cual puede ser vista no sólo a través de la religión sino como con Narciso con su amado equipo, donde se siembra la ambigüedad, un acto ciego, un recurso o una forma de vida, una que puede degenerar en pandillaje como las tragedias que se ciernen sobre las barras u otra donde un hombre encuentra la salvación.

Entre lo mejor de El Evangelio de la carne (2013) está el buen manejo de las historias que salvando algunos acontecimientos vistos con facilidad se hace impredecible a un punto elogiable en medio de su capacidad de empatía general, provocando que brille el drama, junto con la intensidad de una ciudad caótica que tiene sus personajes melancólicos y trágicos, de donde vemos a un Félix constantemente compungido, asumido desde ese buen tatuaje que hace de señal de santidad o de perdón. Junto a él está un policía al que todo le sale mal, y un barrista que por vivir en medio de la violencia ésta le cobra la factura una y otra vez. Se impone la lógica de la vida en donde no siempre hay finales felices, y la gente no es ni mala ni buena, sino tiene de ambos mundos, tanto pecados, defectos, como virtudes; y se mueve en decisiones e imprevistos que le acarrean consecuencias y un azar, una desventura o alguna esperanza. En ello yace el toque de autor, en convertir el relato en un melodrama llegados los desenlaces, en sucumbir al orden de la “derrota”, que nunca es definitiva si estamos vivos y eso queda en el aire aun vislumbrando el final o el devenir futuro, y lo hace con buen pulso y sin regodearse en la vaciedad de un artificio, tiene credibilidad.

Está muy bien ser detallista y preocuparse de líneas menores, en ello el filme abre puertas a la complejidad de su entramado, como con el policía que hace Lucho Cáceres (un actor que sorprendentemente, siendo honesto, quien lo diría, tiene talento para el cine o promete y espero que cumpla, que siga creciendo), que es la esencia de lo que se maneja, alguien con matices y que puede ser simpático y luego alguien terrible. Con él las peleas de mma en la clandestinidad y las apuestas enriquecen el submundo de Lima y lo hacen sin ser risible y con apenas presencia, con breves momentos, que incluso funcionan con el mafioso que representa Aristóteles Picho, en un papel temerario, un lugar que suele siempre fallar y no lo hace. Es un logro imprimirle a la historia un lado autóctono sin hundirse en el lugar común, la pollada o la piratería funcionan; y en especial ese baile provocativo de la chica de 17 que sigue al policía y que suma (más su concepción) ya que las recreaciones escapan al recurso fácil y se pegan a cierta originalidad sin alejarse de la realidad. Los cambistas, la procesión, las comidas ambulantes, algún cerro sobrepoblado que vigila lo urbano o los Húsares logran existir en la ficción. El que falla un poco dado un aire de levedad que juega a favor como en contra es Giovanni Ciccia, luce flojo recreando la profesión de policía al no haber casi elementos identificadores, y a su vez no llega a ser contundente con la seguridad y fuerza que suelen desplegar, Ciccia muestra un rostro hierático o siendo indulgente de recurso mínimo, le falta una pizca de mayor variedad expresiva, aun logrando parecer alguien ordinario, que se puede decir natural, pero que lo lleva a cierto extremo que debería sugerir más. Vemos a la actriz Jimena Lindo como su pareja, la que enseña sensualidad y belleza atípica a su imagen cotidiana, y tiene algún clímax que no está nada mal y que pudo explotarse más, quedándose en un personaje secundario o más un motor que un rol, pero suficientemente llamativo para aplaudirle; puede que darle sólo el rato justo haya ayudado en buena medida para no caer en el error.

Este es un filme entretenido que va más allá de revestirse de lo efímero, y lo hace anhelando la capacidad de atracción colectiva; está bien hilvanado, con algunas escenas ingeniosas como la revelación del tatuaje cuando se van a extraer ilegalmente unos órganos (otro momento en donde se aprovecha la realidad con creatividad y sin complicaciones) o el lapso en la cornisa y el encuentro de la fe; la trama ofrece sorpresas como con el disparo ante el vómito (economiza visualidad y es un tipo de cine que en su registro funciona, es un recurso de un cine de autor que prefiere no complicarse e impregna al conjunto de naturalidad, brevedad e imaginación); tiene giros atrevidos que atinan, es ambiciosa en una medida, aun siendo muy clara y proyectando que tiene mucho control de su trama, se explica bien, no se enreda ni es compleja de seguir. Los personajes tienen sustancia, el filme destaca como un trabajo coral, aun teniendo un centro marcado en tres protagonistas, como con la devota que encarna Ebelin Ortiz, una voz de consciencia, un ángel de la guarda, pero humana en sus inquietudes y reproches, o el barrista del mismo equipo que juega a amigo y enemigo, a tramposo y a soporte en la (absurda) batalla callejera. Enriquecen el panorama y aunque parece esto normal en una película, se suele descuidar muy seguido en nuestro cine y Mendoza sin crearles un mundo demasiado exigente les da forma, lo suficiente para no ser planos y aportar al conjunto desde sus ubicaciones secundarias. Definitivamente es una buena película, aunque no revolucione nuestro cine, salvo que le pone nivel al entretenimiento y es inteligente sacando provecho a un cine amplio, al que le reviste de personalidad, sin álgidas particularidades pero con su propia imaginación dentro de coordenadas aplicables a la recepción amable, valga la paradoja de una Lima trágica a fin de cuentas, aunque la ciudad yace incólume e intacta, los que se mueven son sus microcosmos, sus historias, unos ciudadanos de tantos, que brillan en la supervivencia, dentro de la intensidad de estar vivos; y se sufre pero se sigue con fe, mientras somos carne. 

sábado, 19 de octubre de 2013

Magic Magic

La Nana (2009) lo dio a conocer internacionalmente tras ganar el Grand Jury Prize en la sección World Cinema en el festival de Sundance 2009. El chileno Sebastián Silva vuelve con dos películas estrenadas juntas en el lugar que lo ha catapultado a la notoriedad, una es Crystal Fairy (2013) que le ha otorgado el premio de mejor director en el mismo Sundance y la otra que nos compete estuvo además en la Quincena de realizadores en Cannes de este año.

Crystal Fairy relata el viaje de cuatro amigos y una chica loca llamada Crystal Fairy (Gaby Hoffmann) a una playa en el desierto, al norte de Chile, y ahí beber una droga producida por el cactus San Pedro, que se convierte en la fijación de Jaime (Michael Cera), un muchacho que es muy abierto con sus pensamientos y no teme herir susceptibilidades. Es una road movie que trata de una experiencia lisérgica y una aventura de compañeros que tiene la particularidad de llevar con ellos a una chica mística, hippy y freaky que traerá más de una extrañeza y ocurrencia, haciendo el periplo uno más extravagante y especial. Es una cinta intima, discreta, con toques de humor leve que más es un rato de chicos pasándola bien un fin de semana con tonterías, diversión superflua y acampando. No es que sea nada sublime pero se deja ver con tranquilidad, tanto que no ostenta ningún tipo de malicia salvo por algunos desnudos y unas fotos de dominación sexual subidas de tono siendo un cine sobre la intrascendencia juvenil en medio de su capacidad de sorpresa en cuanto a carácter.

Magic Magic (2013) se trata de un relato que brilla en su ambiente malsano producto del temor irracional de Alicia (Juno Temple) que pierde su estabilidad emocional y psíquica de un modo intempestivo al viajar al sur de Chile con amigos de su prima Sara (Emily Browning); el novio de ella, Agustín (Agustín Silva), su hermana Bárbara (Catalina Sandino Moreno) y un amigo americano, Brink (Michael Cera). Lentamente asistimos a su descenso a la locura dentro de un realismo abrumador, ya que el filme no quiere ser fantástico ni exuberante pero pone gran habilidad para recrear ese estado mental enajenado.

La película mantiene un estado de tensión en el rostro de Temple quien no puede adaptarse al medio ni a sus compañeros de viaje por más contentos y abiertos que estén ellos, y tergiversa los contextos a su estado mental.  Sebastián Silva se las ingenia para generar extrañeza en la atmósfera y trastocar un cotidiano vieja de diversión, jugando a dos espacios, el de la inestabilidad de Alicia y el del entorno ordinario.  Toda la película vale por la perspectiva que proviene de su protagonista, y puede cansar tanta reiteración, ya que se mueve sobre un único punto, pero también puede ser visto como con Crystal Fairy, un espacio de entretenimiento de unos amigos, pero que tiene la particularidad de caer en algo inusual, de la misma forma con alguien fuera de lo común, que aunque no por disposición propia produce momentos extraños.

Silva amplifica los ratos de temor, véase el salto de un montículo al mar que se convierte en un drama de la nada o con algo tan simple como un perro excitado o un ave muerta por un perdigón, y genera acontecimientos sutiles de esquizofrenia como con el fuego, un baile sensual y el hipnotismo. Toda la película recurre a pequeños momentos, que pueden desesperar a quien quiera ver algo extraordinario, y es que la locura en sí lo es sin que afuera suceda algo excepcional, y pegarse a esas coordenadas de realidad en donde todo cambia desde una mirada distinta e irracional personal es un acto de madurez y de cine de autor discreto, porque el filme se deja ver muy fácilmente aunque con una impronta, recordando que también es un viaje de diversión y es identificable sin problemas, y así se digiere el trastorno a nuestra cotidianidad.

Es un buen ejercicio de conocimiento del tema, en una historia sencilla pero bien dirigida con un final en medio de lo autóctono como bien ha sabido Silva combinar su lado chileno con el universal en su séptimo arte. No es una cinta que entusiasme demasiado pero es muy saludable y plausible, no creo que nadie la vaya a creer una obra maestra porque todo es muy visto, son pocos los elementos que tiene para ello y se pega fielmente a esto (y es encomiable por su sinceridad y autocontrol en su dirección), pero en su manera de contarlo hace una cierta diferencia porque no quiere hacer falsos ruidos, ni hacer gala de oportunismo o efectismo, sino contar algo desde lo pequeño que es importante como tal, en su esencia humana, y es una buena historia que recurre valga la paradoja a la normalidad de su creación, sin aspavientos pero que con esa jungla de árboles o esos chamanes haciendo un rito extraño para nosotros en medio de una tragedia se esconde el terror, uno psicológico que bien ha tenido el pulso de amoldarlo a su obra el director chileno que en Estados Unidos está catalogado como uno de los más prometedores cineastas independientes, y lo vemos así, aunque aún en el proceso de llegar más lejos, si bien lo suyo son relatos de autor, y pequeños ejemplos de grandeza, adaptaciones y retos humanos.  

jueves, 17 de octubre de 2013

Páginas del diario de Satán

De la época silente del admirado director danés Carl Theodor  Dreyer, uno de sus primeros filmes que cuenta con cuatro historias repartidas en 167 minutos de metraje. Todas con la relación de tener al demonio como tentador del hombre en una penitencia que mengue su juicio divino; colocándonos dentro de cuatro hechos históricos que son la revolución francesa, la inquisición española, la entrega de Jesucristo y la guerra civil finlandesa.

Con la expresividad a flor del gesto sugerente de sus actores y una música suave recurrente que no aturde ni molesta se dan relatos en base a acontecimientos reales bajo pequeñas historias de tentación, en donde Helge Nissen como Satán se disfrazará de alguien que buscará que peque algún hombre, traicionando al amor, al maestro redentor o a la patria.

Brilla la notoria capacidad de Dreyer para adaptarse a cada lugar y fecha, con todo el contexto adquirido plenamente, y hacer de cada cuento algo familiar, próximo al espectador, humanizando la pantalla y los hechos, sin perder la facultad de realismo general.

Se dan muchas emociones gracias a la plasticidad y el histrionismo de cada actor, sabiendo contener el momento indicado de la duda que es punto principal en cada acto de pecado o salvación. Algo que vale mucho en este cine mudo, porque todo es visual, creando facilidad de conmover e identificarse con lo visto, sentir el momento y sublimar cada escena. Es un canto de teatralidad y pasión, de ponerse como en medio del alma de sus personajes, base del concepto del filme y lo más importante del conjunto.

En la primera historia vemos la interpretación casi al pie de la letra del gran hecho bíblico de la delación del hijo de Dios en manos de Judas, con un magistral Jacob Texiere como tal personaje, encogido temeroso más tarde como una cucaracha yendo más por insistencia del diablo (claro trasunto metafórico de su consciencia pecadora; que sirve de explicación psíquica) y un entorno celoso y hasta un estado de envidia y crítica personal que por maldad a dar el beso traidor. Tiene un halo poético como con el agua sobre los pies para que una devota limpie con su cabellos a Jesús, quien yace como en la iluminación sin conflicto, en un estado aparte, incólume, siendo más el camino de Judas el presentado a sazón de Satán. Hermoso retrato que nos hará sentirnos casi en el lugar del acontecimiento, aunque lo que aporte sea un estado de emulación preciso, muy conocido, pero sin sobrantes, y con un aura emotiva contundente en medio de la gracia divina y lo fidedigno como lo ideal.

En la segunda historia nos ubicamos en Sevilla del siglo XVI, y asistimos a la Inquisición, que más tarde Dreyer abordaría en Dies Irae (1943), y que trata sobre el deber creado y la decepción de los impulsos afectivos, que se parece al siguiente relato, el de la Francia de 1793 y la reina gala María Antonieta que como personaje interviene independientemente en su espacio. La tercera historia es la más larga, interpretada por Tenna Kraft, que sale de lo común con su cuerpo grueso para interpretar el papel o la imagen que uno tiene de la reina decapitada, y que Dreyer la reviste del aura de redención como se puede ver con la protagonista de su obra maestra La pasión de Juana de Arco (1928). Aunque ligeramente distintos, en ambos yace el rechazo y hay ambiciones políticas o religiosas como un reenfoque de una vida que luego se llenará de culpa, tanto que el demonio impreca a un pecador en su desmedida ruindad que cobra tres vidas y tres deslealtades pero que él ladino ha empujado hacia ello en su disfraz de menesteroso y su carta delatora, mientras en otra cara Don Fernández llora perdido movido por una levedad de acciones propias que son catastróficas por cierta inconsciencia.

En el último cuento brilla el sacrificio, y la brutalidad de los anhelos. Dos bandos e intereses propios, en la lucha del yo contra el colectivo, la mezquindad individual frente a la esencia de un bien supremo, mayor, por encima de uno mismo.

La novedad se presenta con la época finlandesa pero más solvente resulta el de la revolución y los jacobinos, más amplio e intrincado y menos predecible. Sobresale mucho de la Inquisición Johannes Meyer, mientras Elith Pio como Joseph lo hace en la tercera secuencia. En tres de cuatro relatos es extraordinaria alguna actuación, pero el nivel general es equilibrado, plausible.  

Es un filme algo lento que requiere un poco de paciencia, se toma su tiempo pero no le sobra nada, todo aporta y engrandece al cuadro presenciado; tiene escenas de acción solventes como con los caballos en la Finlandia de 1918 (incentiva con poco, pero en gran medida la imaginación del contexto de la guerra en Hirola). Muestra la elegancia francesa de la nobleza en los Condes Chambord, en apenas un retazo musical; y la vulgaridad con la prisión de la reina teniendo a los soldados fumando y jugando, que hacen contrastes valiosos adelantándose a las letras que anuncian el cambio de aspecto de María Antonieta. La imagen de Don Fernández auto-flagelándose es de una estética y escenificación sublime (y el conjunto tiene varias). El retrato bíblico pasea por momentos casi pictóricos como el de la última cena. Carl Theodor  Dreyer hace un cine memorable, y cualquier esfuerzo es más que bien pagado. 

miércoles, 16 de octubre de 2013

Los amantes pasajeros

Éste es un claro divertimento menor de Pedro Almodóvar, con su cotidiana extravagancia y locura, que pone a un grupo de personas en un avión que no pueden llegar a su destino tras una avería en una de las llantas en que la máquina debe dar vueltas en el aire haciendo tiempo por una pista de aterrizaje de emergencia, y con ello concibe poner sus pequeñas historias en ruedo, sobre sus acostumbrados melodramas que se mezclan con su comedia y sus bromas de sexo, habiendo mucho libertinaje como acostumbra y ninguna inhibición de tipo carnal sea bisexual, heterosexual u homosexual.

Abundan como se ha dicho las mamadas o aventuras sexuales u otras con algunos tintes amorosos, directa o indirectamente (el tono político que algunos pueden ver me parece mero accesorio aunque se puede leer una discreta crítica al mal uso e ineptitud del poder, como es costumbre de los tiempos y la realidad española), que no escandalizan para nada ni molestan como puede suceder con La mala educación (2004) por mencionar una película bastante agresiva, pero tampoco se trata ni de cerca de una cinta como Mujeres al borde de un ataque de nervios (1988), una de sus mejores películas y comedias,  sino parece a un punto ya normal para quien sepa de como se mueve el manchego. Y en sí es un filme sin mucho bombo y aplauso en pantalla, nada extraordinario bajo la manga, en verdad, salvo algo de entretenimiento superfluo y ya, pero al que hay que agradecerle un poco de placer. 

Es cierto que existe mucho amaneramiento, hay mucho Almodóvar aquí, y su típica risa, insolencia y hasta extraña “sabiduría” popular, su visión personal, sobre las relaciones humanas, especialmente sobre los vínculos carnales, pero sin desmerecer lo hecho en exceso, sabe a poco para reconocer al mejor Almodóvar, el que tanta publicidad y reconocimiento atrae. Las historias parecen breves destellos de conflictos que no llegan a trascender en absoluto aun teniendo magmas de cierto interés que llevan el atrapante gen de este autor, salvo como parte de un paquete de las que parecen ser finalmente ocurrencias, aunque bien armadas y entendibles como parte del género al que se adscribe, que incluye mucho la chispa del personal del avión donde hay rostros populares de España como Javier Cámara –que sobresale pero dentro de un trabajo de equipo, como con los demás- o Antonio de la Torre que son amantes en la trama. Con ellos yacen otros rostros fácilmente reconocibles como Lola Dueñas o Cecilia Roth, ambas esplendidas, una chica virgen con poderes de vidente ansiosa de copular y un personaje famoso de farándula venida a menos que tiene carácter arisco, respectivamente, junto con Carlos Areces, Carmen Machi y Hugo Silva, y casi cameos con Antonio Banderas, Penélope Cruz (estos dos como pareja solo sirven para generar el defecto en el avión) y Paz Vega, la que vemos algo desmejorada de su belleza, no sabemos si por el papel de desequilibrada o por otros motivos. En sí, es un reparto sólido, que aportan gran solvencia al conjunto, y aunque los relatos que les acompañan son sencillos con alguna enredes habitual de Almodóvar en su guion como con un cóctel de vídeos eróticos, trabajadoras del sexo o sadomasoquistas, un asesino a sueldo y un estafador, todo queda plenamente ligado como siempre.

Es una obra muy bien intercomunicada entre sus partes pero sin llevarlo a un estado de dificultad que uno quiera recordar mucho, y su comedia es muy leve aun siendo como suele ser irreverente, que no impresiona mucho porque es agua conocida, pero no le quitamos mérito ya que el tiempo vuela y uno encuentra cierta gracia, aparte de pasar un rato agradable aunque efímero como bien puede argüir el título sin querer.

El trio de azafatos formado por los actores Carlos Areces, Javier Cámara y Raúl Arévalo son de lo más gracioso con su mariconeo constante, al que se prestan casi todos los personajes, y cumplen al pie de la letra como cuando cantan la anunciada canción I´m so excited! que mejor describe el filme como tal, ya que hay un contubernio y una irreflexión propia de quien está excitado y no quiere más que sostener un clímax. Para ello no falta el trago ni las drogas, pero todo en tono despreocupado, banal, alegre, es decir no hay ninguna motivación mayor que hacer pasar el rato, y pues eso es, y está bien, ya que tampoco es que Almodóvar busque ser Haneke o Lynch, pero sí que hay mucho de simple y rápido aunque en el lugar correcto del género, la comedia, y solo quedan algunas risas y un poco de mambo como diríamos.

Al final se cierra perfectamente cada problema abierto con un aire de haber hallado la felicidad eterna tras un susto que más ha sido una aventura de como pasar un percance que nos haga despertar o buscar salidas a la idiosincrasia personal. Mientras tanto para el espectador es un pretexto para conocer dilemas pasajeros en medio de una buena juerga donde mejor escoger pasarlo excitado, intensamente, con un desborde anímico positivo aun frente a la desgracia. Es una mirada optimista en una forma algo radical pero fresca. Hablamos de un Almodóvar de goce momentáneo, que no es tan terrible como anuncian, se lleva bien, está más que decente, y es él en toda esencia, con sus virtudes aunque leves, sin demasiadas ambiciones, solo haciendo que lo amemos pasajeramente y pasar la página, y esperar la próxima película de él.

domingo, 13 de octubre de 2013

Drug war y Blind detective

Johnnie To es un maestro del cine de acción exportado de Hong Kong, que no es poca cosa para los fanáticos, y más, ya que tiene una maestría que trasciende el género muchas veces minimizado como simple, porque su arte es de un nivel no solo estético mayúsculo sino que brinda argumentaciones sólidas, complicadas de seguir a un punto, pero también se mueve en la comedia y en el romance aunque su fama se debe a su cine noir o de gangsters, y todos estos elementos que lo definen pueden observarlo a gusto en la espectacular Drug War (2012).

Drug war se mueve en un cine contenido, al aplazar la acción por una trama milimétrica que apunta a preparar y dirigirse a una elevación mayor en sus anhelados clímax, que llegan y rompen toda espera y nos llenan de goce intenso, de esa adrenalina que te inquieta en el asiento y que es sumamente libre, impredecible, donde nadie resulta indispensable a la hora de la verdad. Mientras sus conflictos e historia están rodeados del sentir de la latente violencia, pero que puede jugar con la gracia y el nervio o la calma a puertas de la tormenta y hacer brillar la astucia y la tecnología para tratar de ganar en la batalla criminal contra el narcotráfico en China, que yace penado con la muerte capital si excede una cantidad de venta, y eso atemoriza a Timmy Choi (Louis Koo) y lo hace traicionar a su gente, que es un velado antagonista, ambiguo en sus lealtades, que tiene como co-protagonista al Captain Zhang Lei (Sun Honglei) que juega a dos roles o a una máscara, el tipo serio y entregado a su labor policial, y a disfrazarse de un ridículo capo que no para de reír, al que quieren atrapar junto a otros para desbaratar un gran negocio de drogas. Un rasgo relevante es que los secundarios de ambos bandos dan mayor compromiso al espectador con la puesta y generan una empatía con la acción principalmente, gracias a la abundancia de caracteres más que a un protagonismo subyugador que se coma todo, aunque sea fácil identificar mejor ciertos papeles.

Drug war es un filme potente cargado de vueltas de tuerca, que juega a ponernos a pensar ahora sí tocan los disparos sin causar cansancio y nos mantiene expectantes y atentos a conocer sus pormenores donde se agradece la mítica que impone como con los dos delgados mudos que traen la sorpresa cuando dejan la broma y son máquinas de matar. Algo característico de Johnnie To, el crear personajes que parecen ordinarios y que terminan siendo feroces asesinos; y lo hace en distintas formas como con el Captain Zhang Lei que pasa de la intimidación a realizar un rol de aire cómico sin perder luego su aura de tipo rudo y decidido, porque aquí nadie teme hacer lo que deben hacer, el miedo no existe. Drug war tiene un comienzo directo al grano que cambia, ya que empieza a gestarse en el ingenio de su intrincada historia, por los múltiples vínculos que ostenta pero que no es difícil de entender porque no pierde el control de lo que quiere y es. No solo eso, sabe y busca aportar más al género.

Si no conocen a Johnnie To, lo cual sería extraño, hay que decir que To es muy popular en oriente y de ahí ha rebotado internacionalmente, ya que se ha paseado por los grandes festivales del orbe y vende en el mundo sobre todo thrillers aclamados. También que es un gran director, que merece el reconocimiento que tiene, por ser una apuesta segura al entretenimiento de nivel, y al que hay que seguir de cerca, fielmente.

En cuanto a Blind detective (2013) es otra joya del maestro, pero diferente a la anterior, aquí puede ser algo esperpéntico, usar una broma más alocada, más naif y exagerada, pero que no llega a opacar lo que tiene entre manos, sino aporta un matiz al conjunto; también tiene un halo fantástico pero leve, discreto, mermado por la noción de la naturaleza de esa sabiduría del investigador capaz de hallar una aguja en un pajar, y es que Johnston (un rostro conocido y alguien talentoso que puede mostrar múltiples registros dentro de una obra, Andy Lau) un detective que se retira de la policía al quedarse ciego y se encarga de seguir la pista a posibles crímenes sin solución imagina y recrea casi de manera surrealista el caso que quiere resolver, descubriendo sus asuntos de forma particular como si se metiera en esos momentos claves y los viviera in situ; no obstante lo que quiere llevar a puerto se le escurre, y en este se dan muchas hipótesis en medio de su carácter en parte irreal pero que visualmente aportan magia.

Al conocer Johnston a Ho Ka Tung (Sammi Cheng) oficial de policía de gran habilidad física que lo admira, lo llama un dios de los detectives, se hacen compañeros en una misión muy personal, querer hallar a una amiga de la infancia de ella que desapareció y de la que no se sabe nada de su paradero, pero que terminara con una trama rocambolesca, novedosa e impredecible pero lógica a un grado que no desmorone la ilusión de cierta realidad, porque el filme se mueve en ser verosímil pero con la libertad de lo extravagante y hasta a ratos bajo la hilaridad que despreocupa del realismo.

Posee un toque romántico relajado ya que Johnston cree que Ho Ka Tung es tan fea que parece hombre y la llama como una vieja amiga con esos rasgos, y aunque está engañado y es a veces tosco, es muy bella solo que hace el papel de chica alocada y risueña que no mantiene complejos para hacer lo que le da la gana dejando de lado su atractivo sin pudor, la oficial lo idolatra que no deja duda de su enamoramiento temprano. Pero no son los únicos momentos de pasión afectiva, habiendo uno tradicional que se presta a la risa, y además es un leitmotiv importante en la trama, la mayoría de casos se  dan producto de algún deseo sexual o de un anhelo amoroso sumado o presentando otras razones.

La broma se cuela muchas veces pero no molesta, existe mucho desenfado e irreverencia pero natural a las convenciones de cierto cine oriental aun en su efusividad, sin embargo habrá a quienes les parezca que surge alguna incompatibilidad en cuanto a locura o fantasía con acción y crimen, pero es de una efervescencia tan grande en tantos cambios de estado de ánimo y atención que es difícil no entretenerse, ya que a su vez no pierde su seriedad, no es en absoluto una comedia, y es bastante atrapante, con grata química y simpatía de parte de sus protagonistas, que incluyen a Szeto Fat-bo (Tao Guo), el mejor y único amigo y ex compañero de Johnston que es un traidor nato pero que se deja querer aun así, como con el trato en el dúo de investigadores que por momentos es como el gordo y el flaco, pero sin caer en la barbarie de perder el hilo general, un aura de cierto respeto y nivel, pero que deja colar maltrato del personaje de Andy Lau sobre su compañera.

Darle protagonismo a un ciego no es tan fácil, pero aunque toma muchas licencias para generar la astucia y el heroísmo juega a crear algo digamos que equilibrado, tanto mostrando la limitación como viéndose excepcional, aunque lo sobrenatural en su imaginación casi de vidente se pega también a esa creencia del desarrollo de otros sentidos ante alguna carencia física. El personaje logra reírse de sí mismo y exhibir talento en su trabajo, enfrentando hasta algunos criminales zafados o atípicos. La película sabe manejarse muy bien en distintos campos, el romance, la comedia, la acción y la fantasía. Y eso no suele ser común ya que arriesga mucho, pone mucha personalidad, no quiere ser complaciente aunque si se nota que quiere divertir y sorprender, y lo logra, rescatando que su lado noir puede ser brutal dentro de un conjunto suelto y alegre, y que recalco no desfallece en sus dramas y conflictos, se sostiene, y es que el envase no destruye el contenido. Hay varios casos y son escabrosos, hay asesinos en serie, estrangulamientos o martillazos en la cabeza. Estamos ante una cena polifacética y surtida como con sus grandes actores que brillan en la complejidad de sus formas, sin encasillarse, lo que notoriamente presenciamos en el papel de Andy Lau, además de que tiene lo suyo por su lado Sammi Cheng en un registro más sencillo pero que tiene ternura, más su innata belleza física y gracia exacerbada, dentro de una historia que a su modo es trepidante siendo ligera, muy bien matizada. Una bocanada de aire fresco para To y para nosotros, donde nos enseña recursos, sale del lugar seguro pero mostrando que sabe, y destaca aun no presentándose como lo que uno suele buscar como prioridad en su cine. 

martes, 8 de octubre de 2013

Only god forgives

La película de Nicolas Winding Refn fue abucheada, no gustó en el Festival de Cannes de este año, y la prensa en mayoría informó negativamente hacia ella, exceso de violencia hasta lo innecesario clamaban sobre todo, pero era a priori una cinta muy llamativa, creaba muchas expectativas y creo que las mantiene aún para todos los que no la han visto, y es que Refn con Drive (2011) ha saltado a convertirse en un director tipo Quentin Tarantino al que uno está atento a lo que hace, siendo un goce rabioso y natural, un entretenimiento de alto nivel, con intensidad y originalidad, y eso nuevamente está presente, bajo un rasgo notorio, Refn se divierte con lo que hace y es muy honesto con su arte, no trata más que propiciar su esencia y una cinefilia incurable, porque quien haya visto Bronson (2008) y Valhala Rising (2009) se dará cuenta que no sólo cunde cierta extravagancia o brutalidad respectivamente sino que Winding Refn es un cineasta de corazón, por más cliché que suene, y entrega lo que le sale del alma, quien luce querer otorgar la misma creatividad y pasión que lo seduce, y esa fidelidad a las propias creencias de un hedonismo cinematográfico, que enaltecen toda creación, propia tanto de quien se siente espectador como autor, tienen retribución, siempre, aún en ciertos casos a costa de la calidad y estética, que no es el caso, porque la estilización del danés en la presente es notoria, con esas bellas luces de neón rosas o celestes, al puro estilo del genio artístico fino de Wong Kar Wai, combinados con pasadizos oscuros y visiones de la imaginación o la mente, que también lo sabe hacer muy bien como con Fear X (2003), aunque en otras propuestas pueda brillar un aire de cine B o el más salvaje, al que enaltece.

En ésta oportunidad es como claman los thrillers coreanos, una poética del crimen y de la violencia, solo que más discreta. Es cruel y arduo con respecto a brindar concesiones con el propio arte, y de ahí que sea difícil agarrar el romanticismo del que hablamos, que brilla al son de alguna suave canción en tailandés en un ambiente cotidiano o una ceremonia de clásico combate a puño limpio. El filme es una pugna tanto en su trama como en su forma, porque quiere ser contundente en su salvajismo, revelarse al estándar conocido, el que subyace más conforme en general, y puede no gustar pero su transparencia es elogiable.

El filme no quiere mermar su capacidad de realismo, sin que tampoco se vuelva como dictan los detractores, algo vacío y carente de sentido, cuando olvidamos que la vida misma clama cierto sinsentido e injusticia, que no es totalmente el caso ya que Only god forgives (2013) tiene al deber como motor, a la idiosincrasia del asesino, la fuerza del más bestia en aniquilar a sus contrincantes, así sea con una placa policial. Se trata de tipos duros e inmisericordes, trazados con maestría e indudable credibilidad, de lo que proviene de no dar esas criticadas concesiones y triunfar en la maldad, como la espada del jefe de policía Chang (Vithaya Pansringarm), quien es uno de nuestros dos antihéroes de la historia, aunque no lo notemos creyendo que Refn se coloca solo del lado de Julian (Ryan Gosling), un delincuente que trafica con droga dentro de una familia de gánsteres liderada por su madre, por Crystal (Kristin Scott Thomas).

Julian duda del orden que le ha tocado vivir, de ser un animal de caza, no un luchador que lo es de cierto modo pero de otro tiempo o uno que está desapareciendo, sino que no puede ser una máquina eficiente de matar, y como dice la progenitora, es débil, es decir tiene consciencia, y se debate entre vengar a su perverso hermano, acabar con su ejecutor, el que lo tiene perdido en un laberinto mental, en la omnipotencia de su indestructibilidad, o mantener una vida más sana, la que representa esa mujer misteriosa que lo acompaña, Mai (en la deslumbrante belleza de Yayaying Rhatha Phongam), un símbolo de sus anhelos de rehacerse en la tranquilidad. Quizá ella sea una prostituta o una simple fachada, pero sirve para ver que él quiera decirle a la autoritaria y manipuladora madre que ya basta, y no puede, y sufre en silencio en ese encierro, como el que presenciamos alrededor de él, tanto que para Crystal su gimnasio de muay thai es algo de maricones, arguyendo que la verdadera fuerza yace en el dinero, en la droga y en la potencia y convicción de liquidar a los enemigos, ya no de forma clásica y honorable, o deportiva, sino con todo lo que esté al alcance, y en ese lugar está Chang, con su frialdad e impunidad, con su imparable sed de venganza.

Una característica del cineasta danés es que no suele poner muchos diálogos o hace de sus personajes seres mudos, silenciosos en su seriedad y fiereza, porque viven en los actos y no en las palabras de intimidación (además de que Refn suele ser torpe con lo que les hace hablar, vulgarizando el escenario, y para qué arriesgar la mítica donde no somos buenos), y es por eso que el rol de Scott Thomas es efusivo, verbal, histriónico, ya que ella es solo una figura que ordena, que distribuye, que genera, vista como la esencia misma de lo diabólico, la verdadera presencia rival, pero que necesita de intermediarios, y la película se rige al devenir de uno en especial entre otros como es normal. Es otra buena imaginación, romper con lo ya visto, sin perder coordenadas. Estamos ante un filme de acción, solo que las líneas convencionales, entre el héroe, el malo y la dama en peligro, están todos rotos, mezclados o difuminados, no habiendo ninguno que ostente un aura impoluta, todos son corruptos o se mueven en la criminalidad, es como si la obra fuera un juego de ajedrez, entre dos bandos con los mismos derechos y trapos sucios, no obviando su estela de fantasía donde la policía se sitúa en el máximo libre albedrio y en su férrea destructividad.

El filme es vistosamente amoral y eso va a molestar en algún grado, tanto como entusiasma a quienes quieren sensaciones nuevas, lo impredecible, de lo que sorprende que Only god forgives no cuente ya con una buena legión de fanáticos, aunque seguro los tendrá. Refn suele moverse en esas aguas, retratar al delincuente que aunque al fin y al cabo tiene un espíritu de redención no deja de ser reprochable. Como en ese ascensor ya legendario de su anterior película conviven con una brutalidad que debería inquietarnos. No obstante esto se agrava más en la presente porque ya no hay de por medio como en Drive una luz, una mujer inocente metida en un ajusticiamiento de negocios criminales, sino todo está vastamente podrido.

Se quiere vengar a alguien que no vale la pena, a un violador y un homicida. Del otro lado yace el que cree está haciendo cumplir la ley, aunque sea su ley, por lo que el padre vividor o incompetente que en su negligencia permite o procrea la prostitución es castigado aunque en buena parte no lo entendamos y enseguida tachemos al tipo y su justicia, y así se da con todo aquel que quiera quebrar el orden que representa en sí, siendo en adelante como actos reflejos de una mal llamada supervivencia, además. La óptica del filme nos engaña en distintas formas, creemos que Chang está en desventaja frente a una gran banda criminal que lo quiere muerto, pero a su vez intuimos que va a pagar sus crueldades y que es un hombre muy peligroso. Chang es nuestro inclasificable protagonista, junto con Julian, las dos piezas en igual batalla, algo que no suele suceder.  

El tablero gira constantemente, se va al otro extremo y así sucesivamente, confunde lealtades para con el espectador, lo desconcierta a partir de que Julian hace un gesto humano en la casa de Chang (a continuación vienen 20 últimos minutos chocantes). Y uno seguro se disgusta porque siente que la injusticia y sinsentido no puede vivir en el ecran, y olvidamos la cualidad de autor del director danés, que hace del cine de acción un lugar para el drama, el drama existencial de Julian. Las varias aristas del crimen se consumen en la lentitud artística de su metraje, como con fragmentos interpuestos entre sueño y realidad, entre impotencia y destino, en lo correcto y lo que se nos ordena. Chang es el hijo que Crystal quisiera tener, y vaya la ironía de su mundo es a quien debe eliminar para sobrevivir y con el vástago que le queda, pero fallándole porque no le importa en absoluto. Billy es el único atisbo de amor en sus venas, corrompido también como una posible relación incestuosa.  

Only god forgives puede tener pegas en contra, pero aun así sabe generar mucho interés, impresiona aun a costa de la empatía o de algunos pesados espacios muertos, porque de la violencia no seamos demasiado sensibles sino nos perderemos de un goce, con sacrificios que tuercen lo convencional por otro tipo de entretenimiento mayor, menos facilista, pegándose a la injusta verdad de la vida.  

martes, 1 de octubre de 2013

La filmografía de Makoto Shinkai

En mi vocación de llegar a conocer y compartir todo séptimo arte, me aboco ésta vez a la animación japonesa, al anime, que es muy amplio y autosuficiente, con quien consideran muchos como el sucesor de Hayao Miyazaki, más aun cuando parece que el popular animador de la multipremiada El viaje de Chihiro (2001) ha dicho que se retira, ésta vez parece que definitivamente. Makoto Shinkai cuenta aparte de algunos cortos con 4 películas.

The place promised in our early days (2004)


Ésta luce como su película más compleja, que se reviste de ciencia ficción y es la parte “complicada” del relato, que tampoco es que uno deba tenerle por un argumento intelectual, de seria profundización, sino es más un pretexto para llevar acabo el verdadero magma del asunto, en un centro de mucha facilidad y sensibilidad en tres mejores amigos –dos varones y una dama- que se conocen del colegio y que quieren hacer volar una nave diseñada por ellos hacia una torre en Hokkaido y descubrir que secreto guarda ese lugar.

En la película se vive una historia alternativa de postguerra en donde Japón está dividido en dos partes, a una se le llama La Unión en el norte, y la otra yace en el sur regida por Estados Unidos. Sin embargo, el misterio se acrecienta cuando Sayuri Sawatari, la chica del grupo de amigos, se enferma, desaparece por 3 años y al hallarla en coma parece tener un fuerte nexo con la torre, mientras yace en unos sueños que la vinculan con sus queridos compañeros que buscan rescatarla de un especie de limbo que requiere cumplir con la promesa de sus tempranos días, como nos invoca el título.

Makoto Shinkai mezcla la conmovedora y romántica aventura, el fuerte del conjunto, de mayor recepción, con mundos paralelos, surrealismo y una posible guerra apocalíptica a raíz de la torre ubicada en La Unión. Si no nos distraemos y preocupamos de la parte sci fi el relato surge muy amable como una relación infantil con algunos tintes adultos, pseudo científicos. No es propiamente un relato de amor de pareja sino algo más abstracto y general, que es bastante puro y conmovedor, recurriendo a la ilusión que es su letimotiv, sólo que exagerado al punto de la idealización y la tragedia, un rasgo de Shinkai que recurre a su calmo cosmopolitismo en que su obra suele ser una nueva reinterpretación libresca, histórica o ideológica, aunada a su creatividad, en la que es una cierta ucronía con el apego a la tecnología, fantaseando con una alegoría que se da con la torre.

Estamos ante una propuesta poética, llena de carisma y de infaltable inocencia, revestida por el control de fronteras y la acción bélica que le da el toque serio al filme al inutilizar la esencia humana, la de la comunión y los afectos humanos que más nos enorgullece y buscamos, que es lo que clama la trama y por ello su mensaje desentraña una nobleza y ternura que no teme explotar éste dibujo japonés, como lo ha hecho Disney a su estilo, pero llevada -debido a nuestra contemporaneidad- sin que nos ahoguemos en dulce o demasiada ñoñería. Es un filme para almas sensibles, que es el cine que hace Makoto Shinkai, de esto que sea tan comparado con el maestro Hayao Miyazaki y el estudio Ghibli, y en sí sea un anime importante.

A 5 Centímetros por Segundo (2007)


En la presente yace el mejor cine de Shinkai, aun siendo el más común dentro de su filmografía, de un realismo abrumador, pero que nada en la sensibilidad, la prefiere, la sostiene sin complejos, proporcionando un romanticismo clásico y especial, pero sin pelear con las nuevas exigencias ya que es esencial, atemporal aun con su clara recreación actual, que rompe con cualquier reticencia a buscar la lágrima y el desazón sentimental, que gustará a muchos y enervará a otros tantos, que quiere conmover y no se amilana en el trayecto ni en su anhelo.

Recurre a su buena disposición, pero usando su creatividad para generar algo que conocido no deja de ser novedoso en su forma, que es preciosista, detallista, y que parece copiar en su animación lo que fuera un filme con gente de verdad; parece ser la mirada de una hábil cámara la que nos enseña la historia, los ángulos y las perspectivas, y más aún la vida misma, en alguna época de nuestra existencia, que como es natural en el autor lo asume desde la inocencia, efusividad y transparencia de la juventud o de la niñez; se ampara en ella para ir más allá, invocando una eternidad.

El conjunto se divide en 3 capítulos partiendo de lo que parecen dos primeros cortos independientes con un protagonista en común, Takaki Toono, para luego reunirse en el último tercer tramo -un tercer cortometraje- que básicamente reúne el sentir de la propuesta en un tren que cubre una presencia. Tenemos un triángulo amoroso más platónico que cualquier otro pensamiento; la idealización propia del idilio que es efímero en los hechos pero eterno en su romanticismo y sueño, la de la perfecta conjunción, y la del secreto afecto, de esto que la melancolía revista de gloria su ilusión.

Una historia hermosa, una obra maestra, contada con esa magia que no abruma ni molesta, que encanta, que seduce, que te arrastra a ese tren con dos horas de retraso ante un esperado encuentro o a esa confesión prolongada a la salida del colegio. Exhibe unas formas sublimes, no solo estéticamente, sino creando aristas de un mismo momento; avanzando, volviendo atrás y luego alineando su narrativa, repitiendo escenas sin que en ningún rato genere cansancio. Extiende lo que podría contarse en un chasquido de dedos, pero sin generar la sensación de deficiencia, todo lo contrario, para lo que luce la maestría que vive en la imagen brillando en su empatía y emotividad. Dura apenas una hora y unos minutos, pero son imprescindibles.

Children Who Chase Lost Voices (Viaje a Agartha, 2011)



Su obra más larga, de casi dos horas, y que versa sobre algo fantástico, pero bien conocido, el ir al inframundo, llamado Agartha, y como en tantas historias mitológicas traer a alguien de la muerte. La trama anhela enseñarnos a aceptar ese trance tan doloroso e indisoluble de nuestra humanidad, que cuando se pierde a un ser tan querido puede agobiarnos tanto hasta convertirse en una obsesión y un vacío infranqueable como le pasa al profesor Ryuji Morisaki que persigue el lugar de los muertos para traer a su esposa a la vida, mientras Asuna, una chiquilla, de forma más casual pero con un destino detrás –tiene una llave estelar en la radio que le dejó su difunto padre- al conocer a un chico de Agartha de quien se enamora es arrastrada hacia el deseo de su maestro. Ambos pasaran por una aventura en un mundo irreal donde hay “otra” gente; y están los Izokus, monstruos que parecen vampiros y se alimentan de impuros, de las llamadas personas exteriores; o los Quetzalcoatls, gigantes o animales míticos que cuidan del más allá.

Esta película épica se parece a las de Miyazaki y aunque no tiene tantos entes extraordinarios como en los mundos que pueblan los de Hayao se hace muy solvente, sabe economizar su creatividad, y hasta tiene un ligero rasgo oscuro en algunas escenas como en la pesadilla del brazo que se descuelga de Shun, o los mismos Izokus hambrientos temiendo a la luz y el agua. El periplo es lo que más cautiva por encima de una empatía más endeble en cuanto a los sentimientos de sus personajes. Sin embargo crea una fuerte introspección en relación a su tema sin perder su aura de entretenimiento que es lo que prima.

A Morisaki y Asuna se agrega una tercera sub-trama con Shin, que como gemelo repite la explicación del sentido que tomó su hermano, un paréntesis entre no saber a dónde pertenecemos, una humanidad general o alma, que puede referir a un limbo o al cielo en referencia a los muertos. La historia en parte queda inconclusa, y es que el tema amerita cierto entendimiento de decepción, de incógnita, que ilustra la complejidad de lo que ha tratado.

Como historia y aventura atrapa, cumple su cometido sin impresionar demasiado, y sin ser difícil deja un pozo intelectual; a ratos no queriendo ser injusto ni restar mérito general parece que le pedimos un poco de más imaginación en sus personajes y entes sobrenaturales, aunque tiene momentos gloriosos como el gigante sin brazo cayendo al agua especial tras “comerse” a Shin y Asuna y llegar al puente de la vida y la muerte, o el sacrificio de un ojo que se da en la resurrección e invasión de un cuerpo. Es una historia que maneja muy bien una cierta grandilocuencia argumental, como se aprecia en los paisajes de Agartha, y lo hace con recursos mínimos o a un modo reconocibles, en ello se parece a The place promised in our early days.

El fondo minimalista sobresale por encima de una forma que es eficiente pero menor a su vera, no apabulla ni deslumbra visualmente en cuanto a audacia, pero se debe mucho al ingenio de cómo se explica, se expande y se maneja desde el artificio. También es loable que sepa crear tantos conflictos y abundantes sorpresas con pocos o “comunes” recursos. Shinkai definitivamente sabe posicionarse en diferentes lugares del anime, mostrar distintas virtudes, en ésta oportunidad demuestra que es un gran fabulador, tanto que poco importa si no es un genio en creatividad visual (una paradoja, porque sabe mucho de estética), brillando en la dirección y el desarrollo de su trama.

El jardín de las palabras (2013)


Su última película hasta la fecha es un mediometraje de 46 minutos que retorna a su mayor maestría, la de A 5 Centímetros por Segundo, y nuevamente logra conmover y sensibilizar, con una historia platónica entre el enamoramiento de un chiquillo de 15 años de una maestra de 27, cuando se la encuentra a menudo en un sitio de descanso de un jardín, sólo cuando hay lluvia, y ambos faltan a sus labores, a la pesadez de unas obligaciones con problemas de adaptación, sólo que ninguno se conoce, pero se sienten unidos en el afecto más puro; por supuesto, sin concebirlo en una relación, que el relato brilla en la hermosa inocencia que acostumbra Shinkai.

Ambos tienen su pequeña biografía, donde lo mínimo y sano vuelve a ser más solvente que lo espectacular (o lo burdo e irreverente gratuito), y es que la llegada puede ser la misma con distinta búsqueda. Takao quiere hacer zapatos profesionalmente, y todavía no tiene mucha seguridad debido a su condición de colegial solitario, extraño, aunque aplicado, que no tiene mundo, pero conociendo a Yukino crecerá y aprenderá sobre el amor y el sufrimiento, la ilusión y la memoria, cuando ella tiene su conflicto existencial, de donde a su vez sacará felicidad del jovencito. Se trata de una parada emotiva, un tránsito, un coger impulso ante ciertos escollos.

Que bien se maneja Shinkai en la lágrima, en aquella empatía romántica, tanto que poco importa que sea algo notoriamente conocido, la majestuosidad está en cómo se explaya y forma una historia que respira calor humano; en los múltiples detalles, en la estética deslumbrante, en su contemporaneidad puesta a prueba con lo esencial, en formar vínculos tan sólidos en su relatos, en explotar el lugar común con elocuencia y robar muchas sonrisas.

Puede que muchos vean más de lo mismo, algo pequeño, pero no se puede negar que cala, que se siente una profundización emotiva, y que uno se olvida de que está ante dibujitos, con ese realismo perfecto sin extraviarse de su condición de anime, mediante la imparable simpatía que desborda su auscultación. La nobleza llama, y manda; un goce primario y al mismo tiempo de los más grandes, que invoca a todo cinéfilo.