La película de Nicolas Winding Refn fue abucheada, no gustó
en el Festival de Cannes de este año, y la prensa en mayoría informó
negativamente hacia ella, exceso de violencia hasta lo innecesario clamaban
sobre todo, pero era a priori una cinta muy llamativa, creaba muchas expectativas
y creo que las mantiene aún para todos los que no la han visto, y es que Refn
con Drive (2011) ha saltado a convertirse en un director tipo Quentin Tarantino
al que uno está atento a lo que hace, siendo un goce rabioso y natural, un
entretenimiento de alto nivel, con intensidad y originalidad, y eso nuevamente
está presente, bajo un rasgo notorio, Refn se divierte con lo que hace y es
muy honesto con su arte, no trata más que propiciar su esencia y una cinefilia
incurable, porque quien haya visto Bronson (2008) y Valhala Rising (2009) se
dará cuenta que no sólo cunde cierta extravagancia o brutalidad respectivamente
sino que Winding Refn es un cineasta de corazón, por más cliché que suene, y
entrega lo que le sale del alma, quien luce querer otorgar la misma creatividad
y pasión que lo seduce, y esa fidelidad a las propias creencias de un hedonismo
cinematográfico, que enaltecen toda creación, propia tanto de quien se siente espectador como autor, tienen retribución, siempre, aún en
ciertos casos a costa de la calidad y estética, que no es el caso, porque la
estilización del danés en la presente es notoria, con esas bellas luces de neón
rosas o celestes, al puro estilo del genio artístico fino de Wong Kar Wai,
combinados con pasadizos oscuros y visiones de la imaginación o la mente, que
también lo sabe hacer muy bien como con Fear X (2003), aunque en otras propuestas pueda
brillar un aire de cine B o el más salvaje, al que enaltece.
En ésta oportunidad es como claman los thrillers coreanos,
una poética del crimen y de la violencia, solo que más discreta. Es cruel y arduo
con respecto a brindar concesiones con el propio arte, y de ahí que sea difícil
agarrar el romanticismo del que hablamos, que brilla al son de alguna suave canción
en tailandés en un ambiente cotidiano o una ceremonia de clásico combate a puño
limpio. El filme es una pugna tanto en su trama como en su forma, porque quiere
ser contundente en su salvajismo, revelarse al estándar conocido, el que subyace más
conforme en general, y puede no gustar pero su transparencia es elogiable.
El filme no quiere mermar su capacidad de realismo, sin que
tampoco se vuelva como dictan los detractores, algo vacío y carente de sentido,
cuando olvidamos que la vida misma clama cierto sinsentido e injusticia, que no
es totalmente el caso ya que Only god forgives (2013) tiene al deber como
motor, a la idiosincrasia del asesino, la fuerza del más bestia en aniquilar a
sus contrincantes, así sea con una placa policial. Se trata de tipos duros e
inmisericordes, trazados con maestría e indudable credibilidad, de lo que
proviene de no dar esas criticadas concesiones y triunfar en la maldad, como la
espada del jefe de policía Chang (Vithaya Pansringarm), quien es uno de nuestros
dos antihéroes de la historia, aunque no lo notemos creyendo que Refn se coloca
solo del lado de Julian (Ryan Gosling), un delincuente que trafica con droga
dentro de una familia de gánsteres liderada por su madre, por Crystal (Kristin Scott Thomas).
Julian duda del orden que le ha tocado vivir, de ser un animal de caza, no un luchador que lo es de cierto modo pero de otro tiempo o uno que está desapareciendo, sino que no puede ser una máquina eficiente de matar, y como dice la progenitora, es débil, es decir tiene consciencia, y se debate entre vengar a su perverso hermano, acabar con su ejecutor, el que lo tiene perdido en un laberinto mental, en la omnipotencia de su indestructibilidad, o mantener una vida más sana, la que representa esa mujer misteriosa que lo acompaña, Mai (en la deslumbrante belleza de Yayaying Rhatha Phongam), un símbolo de sus anhelos de rehacerse en la tranquilidad. Quizá ella sea una prostituta o una simple fachada, pero sirve para ver que él quiera decirle a la autoritaria y manipuladora madre que ya basta, y no puede, y sufre en silencio en ese encierro, como el que presenciamos alrededor de él, tanto que para Crystal su gimnasio de muay thai es algo de maricones, arguyendo que la verdadera fuerza yace en el dinero, en la droga y en la potencia y convicción de liquidar a los enemigos, ya no de forma clásica y honorable, o deportiva, sino con todo lo que esté al alcance, y en ese lugar está Chang, con su frialdad e impunidad, con su imparable sed de venganza.
Julian duda del orden que le ha tocado vivir, de ser un animal de caza, no un luchador que lo es de cierto modo pero de otro tiempo o uno que está desapareciendo, sino que no puede ser una máquina eficiente de matar, y como dice la progenitora, es débil, es decir tiene consciencia, y se debate entre vengar a su perverso hermano, acabar con su ejecutor, el que lo tiene perdido en un laberinto mental, en la omnipotencia de su indestructibilidad, o mantener una vida más sana, la que representa esa mujer misteriosa que lo acompaña, Mai (en la deslumbrante belleza de Yayaying Rhatha Phongam), un símbolo de sus anhelos de rehacerse en la tranquilidad. Quizá ella sea una prostituta o una simple fachada, pero sirve para ver que él quiera decirle a la autoritaria y manipuladora madre que ya basta, y no puede, y sufre en silencio en ese encierro, como el que presenciamos alrededor de él, tanto que para Crystal su gimnasio de muay thai es algo de maricones, arguyendo que la verdadera fuerza yace en el dinero, en la droga y en la potencia y convicción de liquidar a los enemigos, ya no de forma clásica y honorable, o deportiva, sino con todo lo que esté al alcance, y en ese lugar está Chang, con su frialdad e impunidad, con su imparable sed de venganza.
Una característica del cineasta danés es que no suele poner
muchos diálogos o hace de sus personajes seres mudos, silenciosos en su
seriedad y fiereza, porque viven en los actos y no en las palabras de
intimidación (además de que Refn suele ser torpe con lo que les hace hablar, vulgarizando el escenario, y para qué arriesgar la mítica donde no
somos buenos), y es por eso que el rol de Scott Thomas es efusivo, verbal, histriónico,
ya que ella es solo una figura que ordena, que distribuye, que genera, vista
como la esencia misma de lo diabólico, la verdadera presencia rival, pero que necesita
de intermediarios, y la película se rige al devenir de uno en especial entre
otros como es normal. Es otra buena imaginación, romper con lo ya visto, sin
perder coordenadas. Estamos ante un filme de acción, solo que las líneas
convencionales, entre el héroe, el malo y la dama en peligro, están todos rotos,
mezclados o difuminados, no habiendo ninguno que ostente un aura impoluta,
todos son corruptos o se mueven en la criminalidad, es como si la obra fuera un
juego de ajedrez, entre dos bandos con los mismos derechos y trapos sucios, no
obviando su estela de fantasía donde la policía se sitúa en el máximo libre
albedrio y en su férrea destructividad.
El filme es vistosamente amoral y eso va a molestar en algún
grado, tanto como entusiasma a quienes quieren sensaciones nuevas, lo
impredecible, de lo que sorprende que Only god forgives no cuente ya con una
buena legión de fanáticos, aunque seguro los tendrá. Refn suele moverse en esas aguas, retratar al delincuente que aunque al fin y
al cabo tiene un espíritu de redención no deja de ser reprochable. Como en ese ascensor ya
legendario de su anterior película conviven con una brutalidad que debería
inquietarnos. No obstante esto se agrava más en la presente porque ya no hay de
por medio como en Drive una luz, una mujer inocente metida en un
ajusticiamiento de negocios criminales, sino todo está vastamente podrido.
Se quiere vengar a alguien que no vale la pena, a un violador y un homicida. Del otro lado yace el que cree está haciendo cumplir la ley, aunque sea su ley, por lo que el padre vividor o incompetente que en su negligencia permite o procrea la prostitución es castigado aunque en buena parte no lo entendamos y enseguida tachemos al tipo y su justicia, y así se da con todo aquel que quiera quebrar el orden que representa en sí, siendo en adelante como actos reflejos de una mal llamada supervivencia, además. La óptica del filme nos engaña en distintas formas, creemos que Chang está en desventaja frente a una gran banda criminal que lo quiere muerto, pero a su vez intuimos que va a pagar sus crueldades y que es un hombre muy peligroso. Chang es nuestro inclasificable protagonista, junto con Julian, las dos piezas en igual batalla, algo que no suele suceder.
El tablero gira constantemente, se va al otro extremo y así
sucesivamente, confunde lealtades para con el espectador, lo desconcierta a partir de que Julian hace un gesto humano en la casa de Chang (a continuación vienen 20 últimos minutos chocantes). Y uno seguro se disgusta porque siente
que la injusticia y sinsentido no puede vivir en el ecran, y olvidamos la
cualidad de autor del director danés, que hace del cine de acción un lugar para el drama,
el drama existencial de Julian. Las varias aristas del crimen se consumen en la lentitud artística de su metraje, como
con fragmentos interpuestos entre sueño y realidad, entre impotencia y destino,
en lo correcto y lo que se nos ordena. Chang es el hijo que Crystal quisiera tener, y vaya la ironía de su mundo es a quien debe eliminar para
sobrevivir y con el vástago que le queda, pero fallándole porque no le importa
en absoluto. Billy es el único atisbo de amor en sus venas, corrompido
también como una posible relación incestuosa.
Only god forgives puede tener pegas en contra, pero aun así sabe generar mucho interés, impresiona aun a costa de la empatía o de algunos pesados espacios
muertos, porque de la violencia no seamos demasiado sensibles sino nos perderemos
de un goce, con sacrificios que tuercen lo convencional por
otro tipo de entretenimiento mayor, menos facilista, pegándose a la injusta verdad de la vida.