Que nuestro cine no sea muy bueno quizá sea verdad en
general, somos un séptimo arte de obras contadas destacadas, de sólo algunas
pequeñas joyas en medio de un conjunto fallido y aunque duela decirlo pobre, no tan rico, o que suele ser conformista, nos solemos quedar con simplemente dar algo para nosotros sin que trascienda a un nivel artístico,
rescatando que sobresalen dentro de todo algunas muestras de audacia,
curiosidad, particularidad y buen hacer indie de vez en cuando. Pero, ¿qué del
entretenimiento?, creo que todavía estamos lejos de combinar buen hacer cinematográfico,
algo de interés y profundidad con algo que atraiga mucho público, si bien hay
dos ejemplos de éxito con Asu Mare (2013) y Cementerio general (2013) que han logrado
recaudar sumas altas en cuanto a nuestra tradición de negatividad hacia nuestro
cine. No obstante, bajo las características antes señaladas, el arte en medio
del cine mainstream nacional todavía está lejos de ser lo que uno quisiera para
nosotros, y viendo El Evangelio de la carne uno puede atisbar que es ahí donde
puede estar la luz o el camino, poner como en el magma de esta película la fe sobre
ella y similares, sobre lo que queremos que sea, porque la quinta película de Eduardo
Mendoza cautiva dentro de una trama conocida, un lenguaje cinematográfico fácil
de identificar con un cine de masas, pero otorgándose pinceladas y giros de
autor, como debe ser este tipo de entretenimiento si tiene aspiraciones encomiables.
La trama se centra en tres historias entrecruzadas. Una es la del
fanático de Universitario de Deportes, líder de la barra conocida como los Húsares,
Narciso (Sebastián Monteghirfo), que tras un accidente grave con un atropello
tiene a su hermano menor a punto de ir a
Lurigancho y quiere ayudarle a afrontar el juicio. Otra es la de Félix (Ismael
Contreras) que ha estado en la cárcel y su mujer con sus hijos lo han abandonado,
mientras actualmente es un estafador en busca de redención y que tras un
intento de suicidio lo halla en la Procesión del Señor de los Milagros. Y la tercera es la de
Gamarra (Giovanni Ciccia), un policía que tiene a su esposa muy enferma y que
lo mantiene en estado de alerta y preocupación. Los tres verán sus
conflictos confundidos entre sí en medio del mes morado donde la fe será lo
último que les quede, la cual puede ser vista no sólo a través de la religión
sino como con Narciso con su amado equipo, donde se
siembra la ambigüedad, un acto ciego, un recurso o una forma de vida, una que
puede degenerar en pandillaje como las tragedias que se ciernen sobre las
barras u otra donde un hombre encuentra la salvación.
Entre lo mejor de El Evangelio de la carne (2013) está el buen
manejo de las historias que salvando algunos acontecimientos vistos con
facilidad se hace impredecible a un punto elogiable en medio de su capacidad
de empatía general, provocando que brille el drama, junto con la intensidad de
una ciudad caótica que tiene sus personajes melancólicos y trágicos, de donde
vemos a un Félix constantemente compungido, asumido desde ese buen tatuaje que
hace de señal de santidad o de perdón. Junto a él está un policía al que todo le sale
mal, y un barrista que por vivir en medio de la violencia ésta le cobra la
factura una y otra vez. Se impone la lógica de la vida
en donde no siempre hay finales felices,
y la gente no es ni mala ni buena, sino tiene de ambos mundos, tanto pecados,
defectos, como virtudes; y se mueve en decisiones e imprevistos que le acarrean
consecuencias y un azar, una desventura o alguna esperanza. En ello yace el
toque de autor, en convertir el relato en un melodrama llegados los desenlaces,
en sucumbir al orden de la “derrota”, que nunca es definitiva si estamos vivos
y eso queda en el aire aun vislumbrando el final o el devenir futuro, y lo hace
con buen pulso y sin regodearse en la vaciedad de un artificio, tiene credibilidad.
Está muy bien ser detallista y preocuparse de líneas menores,
en ello el filme abre puertas a la complejidad de su entramado, como con el policía
que hace Lucho Cáceres (un actor que sorprendentemente, siendo honesto, quien lo
diría, tiene talento para el cine o promete y espero que cumpla, que siga
creciendo), que es la esencia de lo que se maneja, alguien con matices y que
puede ser simpático y luego alguien terrible. Con él las peleas de mma en la
clandestinidad y las apuestas enriquecen el submundo de Lima y lo hacen sin ser
risible y con apenas presencia, con breves momentos, que incluso funcionan con
el mafioso que representa Aristóteles Picho, en un papel temerario, un lugar
que suele siempre fallar y no lo hace. Es un logro imprimirle a la historia un
lado autóctono sin hundirse en el lugar común, la pollada o la piratería
funcionan; y en especial ese baile provocativo de la chica de 17 que sigue al policía y que suma (más su concepción) ya que las recreaciones escapan al recurso fácil y se pegan a cierta originalidad sin alejarse de
la realidad. Los cambistas, la procesión, las comidas ambulantes, algún cerro sobrepoblado
que vigila lo urbano o los Húsares logran existir en la ficción.
El que falla un poco dado un aire de levedad que juega a favor como en contra es Giovanni Ciccia, luce flojo recreando la profesión de policía al no haber casi elementos identificadores, y a su vez no llega a ser contundente con la seguridad y
fuerza que suelen desplegar, Ciccia muestra un rostro hierático o siendo indulgente de recurso mínimo, le falta una pizca
de mayor variedad expresiva, aun logrando parecer alguien ordinario, que se
puede decir natural, pero que lo lleva a cierto extremo que debería sugerir más. Vemos a la actriz Jimena Lindo como su pareja, la que enseña
sensualidad y belleza atípica a su imagen cotidiana, y tiene algún clímax que
no está nada mal y que pudo explotarse más, quedándose en un personaje
secundario o más un motor que un rol, pero suficientemente llamativo para aplaudirle;
puede que darle sólo el rato justo haya ayudado en buena medida para no caer en
el error.
Este es un filme entretenido que va más allá de revestirse de lo efímero, y lo hace anhelando la capacidad de atracción colectiva; está bien hilvanado, con algunas escenas ingeniosas como la revelación del tatuaje cuando se van a extraer ilegalmente unos órganos (otro momento en donde se aprovecha la realidad con creatividad y sin complicaciones) o el lapso en la cornisa y el encuentro de la fe; la trama ofrece sorpresas como con el disparo ante el vómito (economiza visualidad y es un tipo de cine que en su registro funciona, es un recurso de un cine de autor que prefiere no complicarse e impregna al conjunto de naturalidad, brevedad e imaginación); tiene giros atrevidos que atinan, es ambiciosa en una medida, aun siendo muy clara y proyectando que tiene mucho control de su trama, se explica bien, no se enreda ni es compleja de seguir. Los personajes tienen sustancia, el filme destaca como un trabajo coral, aun teniendo un centro marcado en tres protagonistas, como con la devota que encarna Ebelin Ortiz, una voz de consciencia, un ángel de la guarda, pero humana en sus inquietudes y reproches, o el barrista del mismo equipo que juega a amigo y enemigo, a tramposo y a soporte en la (absurda) batalla callejera. Enriquecen el panorama y aunque parece esto normal en una película, se suele descuidar muy seguido en nuestro cine y Mendoza sin crearles un mundo demasiado exigente les da forma, lo suficiente para no ser planos y aportar al conjunto desde sus ubicaciones secundarias. Definitivamente es una buena película, aunque no revolucione nuestro cine, salvo que le pone nivel al entretenimiento y es inteligente sacando provecho a un cine amplio, al que le reviste de personalidad, sin álgidas particularidades pero con su propia imaginación dentro de coordenadas aplicables a la recepción amable, valga la paradoja de una Lima trágica a fin de cuentas, aunque la ciudad yace incólume e intacta, los que se mueven son sus microcosmos, sus historias, unos ciudadanos de tantos, que brillan en la supervivencia, dentro de la intensidad de estar vivos; y se sufre pero se sigue con fe, mientras somos carne.
Este es un filme entretenido que va más allá de revestirse de lo efímero, y lo hace anhelando la capacidad de atracción colectiva; está bien hilvanado, con algunas escenas ingeniosas como la revelación del tatuaje cuando se van a extraer ilegalmente unos órganos (otro momento en donde se aprovecha la realidad con creatividad y sin complicaciones) o el lapso en la cornisa y el encuentro de la fe; la trama ofrece sorpresas como con el disparo ante el vómito (economiza visualidad y es un tipo de cine que en su registro funciona, es un recurso de un cine de autor que prefiere no complicarse e impregna al conjunto de naturalidad, brevedad e imaginación); tiene giros atrevidos que atinan, es ambiciosa en una medida, aun siendo muy clara y proyectando que tiene mucho control de su trama, se explica bien, no se enreda ni es compleja de seguir. Los personajes tienen sustancia, el filme destaca como un trabajo coral, aun teniendo un centro marcado en tres protagonistas, como con la devota que encarna Ebelin Ortiz, una voz de consciencia, un ángel de la guarda, pero humana en sus inquietudes y reproches, o el barrista del mismo equipo que juega a amigo y enemigo, a tramposo y a soporte en la (absurda) batalla callejera. Enriquecen el panorama y aunque parece esto normal en una película, se suele descuidar muy seguido en nuestro cine y Mendoza sin crearles un mundo demasiado exigente les da forma, lo suficiente para no ser planos y aportar al conjunto desde sus ubicaciones secundarias. Definitivamente es una buena película, aunque no revolucione nuestro cine, salvo que le pone nivel al entretenimiento y es inteligente sacando provecho a un cine amplio, al que le reviste de personalidad, sin álgidas particularidades pero con su propia imaginación dentro de coordenadas aplicables a la recepción amable, valga la paradoja de una Lima trágica a fin de cuentas, aunque la ciudad yace incólume e intacta, los que se mueven son sus microcosmos, sus historias, unos ciudadanos de tantos, que brillan en la supervivencia, dentro de la intensidad de estar vivos; y se sufre pero se sigue con fe, mientras somos carne.