La Nana (2009) lo dio a conocer internacionalmente tras
ganar el Grand Jury Prize en la sección World Cinema en el festival de Sundance
2009. El chileno Sebastián Silva vuelve con dos películas estrenadas juntas en
el lugar que lo ha catapultado a la notoriedad, una es Crystal Fairy (2013) que
le ha otorgado el premio de mejor director en el mismo Sundance y la otra que
nos compete estuvo además en la Quincena de realizadores en Cannes de este año.
Crystal Fairy relata el viaje de cuatro amigos y una chica
loca llamada Crystal Fairy (Gaby Hoffmann) a una playa en el desierto, al norte
de Chile, y ahí beber una droga producida por el cactus San Pedro, que se convierte
en la fijación de Jaime (Michael Cera), un muchacho que es muy abierto con sus
pensamientos y no teme herir susceptibilidades. Es una road movie que trata de
una experiencia lisérgica y una aventura de compañeros que tiene la
particularidad de llevar con ellos a una chica mística, hippy y freaky que
traerá más de una extrañeza y ocurrencia, haciendo el periplo uno más
extravagante y especial. Es una cinta intima, discreta, con toques de humor leve
que más es un rato de chicos pasándola bien un fin de semana con tonterías,
diversión superflua y acampando. No es que sea nada sublime pero se deja ver
con tranquilidad, tanto que no ostenta ningún tipo de malicia salvo por algunos
desnudos y unas fotos de dominación sexual subidas de tono siendo un cine sobre
la intrascendencia juvenil en medio de su capacidad de sorpresa en cuanto a carácter.
Magic Magic (2013) se trata de un relato que brilla en su ambiente
malsano producto del temor irracional de Alicia (Juno Temple) que pierde su
estabilidad emocional y psíquica de un modo intempestivo al viajar al sur de
Chile con amigos de su prima Sara (Emily Browning); el novio de ella, Agustín (Agustín
Silva), su hermana Bárbara (Catalina Sandino Moreno) y un amigo americano,
Brink (Michael Cera). Lentamente asistimos a su descenso a la locura dentro de
un realismo abrumador, ya que el filme no quiere ser fantástico ni exuberante pero
pone gran habilidad para recrear ese estado mental enajenado.
La película mantiene un estado de tensión en el rostro de
Temple quien no puede adaptarse al medio ni a sus compañeros de viaje por más
contentos y abiertos que estén ellos, y tergiversa los contextos a su estado
mental. Sebastián Silva se las ingenia
para generar extrañeza en la atmósfera y trastocar un cotidiano vieja de
diversión, jugando a dos espacios, el de la inestabilidad de Alicia y el del
entorno ordinario. Toda la película vale
por la perspectiva que proviene de su protagonista, y puede cansar tanta
reiteración, ya que se mueve sobre un único punto, pero también puede ser visto
como con Crystal Fairy, un espacio de entretenimiento de unos amigos, pero que
tiene la particularidad de caer en algo inusual, de la misma forma con alguien
fuera de lo común, que aunque no por disposición propia produce momentos
extraños.
Silva amplifica los ratos de temor, véase el salto de un montículo
al mar que se convierte en un drama de la nada o con algo tan simple como un
perro excitado o un ave muerta por un perdigón, y genera acontecimientos sutiles
de esquizofrenia como con el fuego, un baile sensual y el hipnotismo. Toda la
película recurre a pequeños momentos, que pueden desesperar a quien quiera ver
algo extraordinario, y es que la locura en sí lo es sin que afuera suceda algo
excepcional, y pegarse a esas coordenadas de realidad en donde todo cambia
desde una mirada distinta e irracional personal es un acto de madurez y de cine
de autor discreto, porque el filme se deja ver muy fácilmente aunque con una
impronta, recordando que también es un viaje de diversión y es identificable
sin problemas, y así se digiere el trastorno a nuestra cotidianidad.
Es un buen ejercicio de conocimiento del tema, en una
historia sencilla pero bien dirigida con un final en medio de lo autóctono como
bien ha sabido Silva combinar su lado chileno con el universal en su séptimo arte. No es una cinta que entusiasme demasiado pero es muy
saludable y plausible, no creo que nadie la vaya a creer una obra maestra
porque todo es muy visto, son pocos los elementos que tiene para ello y se pega
fielmente a esto (y es encomiable por su sinceridad y autocontrol en su
dirección), pero en su manera de contarlo hace una cierta diferencia porque no
quiere hacer falsos ruidos, ni hacer gala de oportunismo o efectismo, sino
contar algo desde lo pequeño que es importante como tal, en su esencia humana,
y es una buena historia que recurre valga la paradoja a la normalidad de su
creación, sin aspavientos pero que con esa jungla de árboles o esos chamanes haciendo un rito extraño para nosotros en medio de una tragedia se esconde el
terror, uno psicológico que bien ha tenido el pulso de amoldarlo a su obra el
director chileno que en Estados Unidos está catalogado como uno de los más
prometedores cineastas independientes, y lo vemos así, aunque aún en el proceso
de llegar más lejos, si bien lo suyo son relatos de autor, y pequeños ejemplos
de grandeza, adaptaciones y retos humanos.