De la época silente del admirado director danés Carl
Theodor Dreyer, uno de sus primeros
filmes que cuenta con cuatro historias repartidas en 167 minutos de metraje.
Todas con la relación de tener al demonio como tentador del hombre en una
penitencia que mengue su juicio divino; colocándonos dentro de cuatro hechos
históricos que son la revolución francesa, la inquisición española, la entrega de
Jesucristo y la guerra civil finlandesa.
Con la expresividad a flor del gesto sugerente de sus actores
y una música suave recurrente que no aturde ni molesta se dan relatos en base a
acontecimientos reales bajo pequeñas historias de tentación, en donde Helge
Nissen como Satán se disfrazará de alguien que buscará que peque algún hombre, traicionando
al amor, al maestro redentor o a la patria.
Brilla la notoria capacidad de Dreyer para adaptarse a cada
lugar y fecha, con todo el contexto adquirido plenamente, y hacer de cada
cuento algo familiar, próximo al espectador, humanizando la pantalla y los
hechos, sin perder la facultad de realismo general.
Se dan muchas emociones gracias a la plasticidad y el histrionismo
de cada actor, sabiendo contener el momento indicado de la duda que es punto principal
en cada acto de pecado o salvación. Algo que vale mucho en este cine mudo,
porque todo es visual, creando facilidad de conmover e identificarse con lo
visto, sentir el momento y sublimar cada escena. Es un canto de teatralidad y
pasión, de ponerse como en medio del alma de sus personajes, base del concepto
del filme y lo más importante del conjunto.
En la primera historia vemos la interpretación casi al pie de
la letra del gran hecho bíblico de la delación del hijo de Dios en manos de
Judas, con un magistral Jacob Texiere como tal personaje, encogido temeroso más
tarde como una cucaracha yendo más por insistencia del diablo (claro trasunto metafórico
de su consciencia pecadora; que sirve de explicación psíquica) y un entorno
celoso y hasta un estado de envidia y crítica personal que por maldad a dar el
beso traidor. Tiene un halo poético como con el agua sobre los pies para que
una devota limpie con su cabellos a Jesús, quien yace como en la iluminación
sin conflicto, en un estado aparte, incólume, siendo más el camino de Judas el
presentado a sazón de Satán. Hermoso retrato que nos hará sentirnos casi en el
lugar del acontecimiento, aunque lo que aporte sea un estado de emulación
preciso, muy conocido, pero sin sobrantes, y con un aura emotiva contundente en
medio de la gracia divina y lo fidedigno como lo ideal.
En la segunda historia nos ubicamos en Sevilla del siglo
XVI, y asistimos a la Inquisición, que más tarde Dreyer abordaría en Dies Irae (1943),
y que trata sobre el deber creado y la decepción de los impulsos afectivos, que
se parece al siguiente relato, el de la Francia de 1793 y la reina gala María Antonieta
que como personaje interviene independientemente en su espacio. La tercera historia es la más larga, interpretada por Tenna Kraft, que sale de lo común con su cuerpo grueso para interpretar el papel o
la imagen que uno tiene de la reina decapitada, y que Dreyer la reviste del
aura de redención como se puede ver con la protagonista de su obra maestra La pasión de Juana de Arco (1928). Aunque ligeramente distintos, en ambos yace el rechazo y hay
ambiciones políticas o religiosas como un reenfoque de una vida que luego se
llenará de culpa, tanto que el demonio impreca a un pecador en su desmedida
ruindad que cobra tres vidas y tres deslealtades pero que él ladino ha empujado
hacia ello en su disfraz de menesteroso y su carta delatora, mientras en otra
cara Don Fernández llora perdido movido por una levedad de acciones propias que
son catastróficas por cierta inconsciencia.
En el último cuento brilla el sacrificio, y la brutalidad de
los anhelos. Dos bandos e intereses propios, en la lucha del yo contra el colectivo, la mezquindad individual
frente a la esencia de un bien supremo, mayor, por encima de uno mismo.
La novedad se presenta con la época finlandesa pero más
solvente resulta el de la revolución y los jacobinos, más amplio e intrincado y
menos predecible. Sobresale mucho de la Inquisición Johannes Meyer, mientras Elith
Pio como Joseph lo hace en la tercera secuencia. En tres de cuatro relatos es extraordinaria alguna actuación, pero el nivel general es equilibrado, plausible.
Es un filme algo lento que requiere un poco de paciencia, se
toma su tiempo pero no le sobra nada, todo aporta y engrandece al cuadro
presenciado; tiene escenas de acción solventes como con los caballos en la
Finlandia de 1918 (incentiva con poco, pero en gran medida la imaginación del
contexto de la guerra en Hirola). Muestra la elegancia francesa de la nobleza en los
Condes Chambord, en apenas un retazo musical; y la vulgaridad con la prisión de la
reina teniendo a los soldados fumando y jugando, que hacen contrastes valiosos adelantándose
a las letras que anuncian el cambio de aspecto de María Antonieta. La imagen de
Don Fernández auto-flagelándose es de una estética y escenificación sublime (y el
conjunto tiene varias). El retrato bíblico pasea por momentos casi pictóricos como
el de la última cena. Carl Theodor
Dreyer hace un cine memorable, y cualquier esfuerzo es más que bien
pagado.