viernes, 31 de agosto de 2012

Cielo oscuro

A nuestro cine parece que no puede faltarle el criollismo ya que de no ser así -se cree y tampoco suena ilógico- no nos reconocemos en nuestro séptimo arte, y parece una regla de la cinematografía peruana y ya saben lo que se dice de las reglas en el arte (hay que romperlas). Se trata de la picardía de la calle de la que todos nos vemos influenciados para bien o para mal, desde cualquier capa social; la adaptación al entorno de la jerga nacional, el lenguaje coloquial y la cotidianidad con que solemos resolvernos (los lugares comunes del imaginario patrio); además predomina el demostrar que somos despiertos, sencillos y “espontáneos”, dentro de la ciudad más moderna y sobrepoblada del país, la que lo absorbe todo, la capital, claro.

El filme sigue éstas coordenadas pero lo hace bien digamos, abordando una trama puntual, los celos infundados de un hombre. Puede ser un relato insípido a ratos, muy poco por resolver, sin embargo enfocado saca provecho de una temática universal. Los casos que prevén la inminente separación o quizá una tragedia resultan interesantes, son fáciles de identificar, pero eluden lo forzado, son creíbles y hasta algunos cómicos. Toño (Lucho Cáceres) en medio de una postura sexual que hace ver a la actriz Sofia Humala muy deseable, una flaquita de curvas medidas, grita de pronto: ¿en quién estás pensando?, y nos saca de cuadro produciéndonos una carcajada. Luego Toño argumenta: si no vas a llegar al orgasmo para que ponernos en esa pose, ¿a qué se debe?, y así, la "broma" continua.

Toño es un personaje implacable en tener desconfianza de la nada, pero en su mente está la sombra de una reciente ex pareja de su actual compañera, Natalia (Sofía Humala), y para peor de males para él está en el grupo teatral al que ella asiste. La idea está clara, el tipo tiene un problema pero la historia no hace hincapié más que en lo superficial, no obstante funciona, es solo la idiosincrasia de una persona torpemente celosa, no hay pretensiones y aunque la estructura hace posible una realización correcta, bien planificada y simpática, queda en lo que quiere, algo menor y seguro, lo cual para una ópera prima puede ser entendible, e igual espero que el director Joel Calero siga creciendo.

A los personajes y su realidad nos los muestra siempre con economía, con el justo necesario y tampoco falla, queriendo tener sumo control por donde se mueve, concentrándose en la interacción de sus actores, desarrollar eso que tan rápido se logra en nuestro cine, vernos ahí en pantalla, y si bien busca lo de siempre es una película entretenida y asimilable, aunque no demasiado sobresaliente. No obstante denota dominio explotando el background cinematográfico nacional, pero sin excesos, sin volverlo burdo, siendo simple pero no barato, estamos sin discusión ante una construcción artística, sabiendo lo que quiere y se conoce pero aun así en sus propios términos, retocando lo pasado, bailando una pieza conocida a un tono limpio y prominente en querer producir ante todo varios momentos pequeños –encuentros- que brinden naturalidad al desarrollo, que el tiempo y la evolución de la relación central tenga camino (en corto lapso debe crear la relación y luego agredirla in crescendo), y que las figuras humanas tengan materia (se enfoca en lo primario y está bien sin aspavientos), los dos principales si la tienen. Una con el vínculo con su grupo de teatro y el reencuentro con su padre (Roberto Moll, que habla raro y se ve descuidado, y al que le falta desarrollo), un personaje inocuo aunque se le entiende como propulsor del acercamiento hacia Toño. El otro con su familia rota y sus nexos afectivos, la crítica ex esposa (Norka Ramírez, convincente pero de poca aparición), su pequeño hijo, su madre, su mejor amigo Arturo (Paul Gastello, como el compañero medio tonto y gracioso) y sus compañeros de trabajo en el Centro Comercial de Gamarra, cuna textil popular contemporánea peruana. Mención aparte de la vedette Mariella Zanetti de prominentes tetas que hace de una trabajadora del puesto de Toño y que sorprende, se le pudo dar mayor espacio, y no solo es una –obvia- petición de acrecentar la injerencia sexual. 

El filme tiene un toque erótico, mesurado a fin de cuentas y que se acopla al conjunto, lo que nunca falta en nuestro cine, y que hizo correr de la sala a algunos viejitos, se fueron cuatro, puede ser eternamente incomodo pero así somos y en realidad la mayoría de cinematografías (Hollywood tampoco nos niega algunas anatomías, con tomas más cuidadas). El comienzo solamente me pareció vulgar con la masajista y la estimulación manual, no sé cuan necesario resultaba aunque no se ve directamente en pantalla.

Lucho Cáceres actuó bastante bien para su primera vez en el cine, estuvo sólo demasiado calmado, con ello evitó caer en la sobreactuación ya que tenía escenas violentas, de mucho enojo y discusión. Sin embargo se denotó algo antinatural, sus celos enfermizos no equivalían mucho a su expresividad corporal, que hay gente así se comprende, pero de esa forma se evitaba la intensidad y con ello había menos emoción para el público, pero la sobreactuación era un gran riesgo, aunque con lo hecho quedó más que decente, mucho si vemos que el peso estaba sobre él y el filme no reprueba. Sofia Humala, que viene de las tablas y que también debutaba en el cine, era más ávida en la manera de actuar, a ratos se hacía atropellada pero podías verla en el papel, una artista joven de teatro, fresca y a su vez indefensa ante ciertas circunstancias; no resultaba un estereotipo, se pudo pensar en hacerla bohemia y medio loca, no obstante se optó por algo más maduro, y se veía que tenía de dependiente emocional hasta económicamente, que hacía del personaje proclive a caer en las manos de Toño. Notabas esto en su construcción y no quitaba idoneidad e inteligencia a su práctica, como toda la obra que demuestra mucho oficio. Ahora Calero debe buscar atrevimiento y otro nivel de ingenio para que logre concebir ese cine que todos queremos, más internacional y complejo. 

domingo, 19 de agosto de 2012

Le Havre

Si alguien nos contara de que va ésta película seguramente no la veríamos, si estamos cansados de escuchar historias lacrimógenas de pobreza y superación, vasta repetir la sinopsis solamente para desencantarse y repeler esta propuesta, sin embargo la fábula de Aki Kaurismaki dista mucho de caer en melodramas insustanciales, sabiendo que su particular estilo lacónico y seco contrasta perfectamente con el aire combativo de supervivencia de los seres humanos, el resultado denota algo muy suave de digerir dentro del cine de autor sin que consienta efectismos emocionales tan fáciles de utilizar para llegar a un público menos exigente que no más sensible sino más momentáneamente sugestionable, no obstante hay material tópico en ello y se maneja con el estilo del finlandés que lo hace ver todo breve, natural, calmado y desprovisto de patetismo.

Podemos identificarnos y sufrir en cierto grado no tan crispado con ese niño inmigrante africano que no quiere ser deportado y que tiene la suerte de encontrarse con Marcel Marx (André Wilms), un viejo lustrabotas que tiene a su esposa sufriendo una enfermedad de pocas probabilidades de recuperación y que al considerarlo un niño grande no quiere revelarle la verdad; bajo la “frialdad” propia del cine de Kaurismaki que deja que cada quien procese la información que ve. Lo que no quiere decir indolencia sino es un tratamiento mucho más expositivo, más digno quizás, una aparente levedad disfrazada por una estética artística que sugiere bajo otra capa distinta, que no genera un ataque visual. Se evita que los actores sobredimensionen o expresen descarnadamente sus padecimientos, y aunque en toda la película vemos la precariedad de la situación económica de la pareja principal, o la dificultad para conseguir clientes a los cuales limpiarle los zapatos y hasta el no poder pagar comestibles básicos en una bodega, hurtar algún pan baguete para llenarse el estómago y pedir una copa gratis de vino a una amiga para paliar la dura jornada, se sobrelleva sin aspavientos situando un contexto realista, aunque por la invisibilidad y la indiferencia de la gente al lado del orgullo y la entereza individual hacen del filme un ineludible llamado a tocar el corazón frente a ese mundo que es muchas veces una desgracia.

Kaurismaki impregna sus filmes de un aura de personalidad propia, con las miradas perdidas de sus personajes, aquí más convencionales y menos raros, teatralidad (menos obvia), música que acompaña como imitando pases de tango (marcados cambios), comedia simplona, dolorosa e imprevista, una ambientación de pocos objetos emulando una puesta de teatro, un minimalismo representativo, caracteres definidos pero vivos, una tragedia griega parca que logra torcerse en el último suspiro, ante la imposibilidad y reticencia de la felicidad, una de las más injustas que se nos pueda imaginar.

La sensibilidad se palpa en hechos, como el “sorpresivo” acto del inspector, el ahínco de ayuda de Marcel, la confabulación de los vecinos aun habiendo punto discordante o algún enemigo, tampoco falta crítica. Culpan a la sociedad pero la subvierten con sus actos para bien del prójimo (el niño que es como ellos, sólo frente a la peor adversidad, como si no hubiera lugar seguro más que en el afecto de los demás). Se recrimina la idiosincrasia de la pobreza y la dureza con la que se trata a los inmigrantes, el que sobrevive en otro país pidiendo poco, a costa de perder su identidad, cuando en el microcosmos de un bar yacen personas de varias partes del mundo.

Kaurismaki ubica su película en Francia, en el puerto que inmortalizó Claude Monet y al que vemos en la fotografía rebozar en sosiego como detrás de la turbulencia, pero es como si aun estuviéramos en su tierra natal. La casita de Marcel, sus dos mudas de ropa en el armario o el preciado cotidiano vestido amarillo de Arletty (Kati Outinen, musa del finlandés) son ubicuos, des-territorializados, unánimes, y ese es el sentimentalismo más elogiable, no necesariamente el incandescente, como lo ha demostrado el autor con esta nueva obra que termina con unas plantas en flor, arguyendo un final de “cambio”, y no lo ha sido en realidad, las características esenciales de Kaurismaki están ahí aunque en partes contenida, el fondo de la trama se debe a sus constantes (la bondad y el amor), como con la infaltable irreverencia en la presencia de Little Bob (¿o no lo es?), un viejo rockero de la ciudad que nos hace recordar la vena musical que impartió con los Leningrado Cowboys, cantante que si no amista con su pareja no canta (reiteración contundente).Y cuando creemos que ya no hay solidaridad, no hay humanidad, la soñamos en la gran pantalla con un tipo llamado Marcel, notando que si uno disfruta viendo éste filme es porque cree en ello, a sabiendas que ya no nos pueden engañar, salvo si estamos ante un maestro como Kaurismaki.

miércoles, 8 de agosto de 2012

La Pivellina


La italiana Tizza Covi y el austriaco Rainer Frimmel compiten en el Festival de Cine de Locarno 2012 con el filme Der glanz des tages, que traducido sería “El brillo del día” o “El glamour de la jornada”. Revisando dentro de sus filmografías me topo con éste su único largometraje de ficción en que comparten autoría (Frimmel tienen uno más), además de dos documentales. La Pivellina fue propuesta por Austria como posible nominada al Oscar 2011 aunque no lo consiguió. La Pivellina ha tenido amplia difusión en festivales y salas de cine del mundo.

Con un estilo próximo al naturalismo nos retrata el día a día de una pareja de artistas de circo, de Patti y Walter, quienes llevan sus propios nombres y están realmente involucrados con ese espectáculo. Junto a ellos yace un vecino, de unos 14 años de edad, que es parte de la caravana circense, a la que remite su unión, y base de fondo del relato, el que se aboca al hallazgo de Patti de una niña de 3 años abandonada en un parque, la pivellina, que quiere decir la pequeñita.

No se puede evitar notar la relación del filme con el neorrealismo italiano, se muestra tal cual es la existencia de la gente que nos pone en pantalla, de una economía bastante rudimentaria pero que no les impide exhibir felicidad, tranquilidad y buenos sentimientos; se trata de esas personas que luchan por sobrevivir sin pedir ayuda a nadie y que no se quejan de lo que tienen que hacer, sino todo lo contrario. Entienden que la temporada del circo es corta y difícil, cuatro meses al año nomás. Sienten afecto por ello. Su espectáculo con cuchillos, los platos girando en el malabarismo, las ovejas funámbulas, los leones entrando a la carpa o el payaso practicando gags de comedia bastan para incorporarnos a una cosmovisión con apenas unos pocos minutos.

Se puede ver que son ellos mismos interpretándose, solo que con una naturalidad y realismo que se parece a la de cualquier actor experimentado, algo notable ya que están dentro de una película y se rigen a un guion, a una elaboración creativa, y es que también son artistas. Sin embargo no se puede evitar la sorpresa que engendra la niña Asia, la que titula el filme, ya que demuestra una fabulosa disposición a convencernos de su papel, aunque claro se dedica únicamente a ser ella; llora por un chupón, se ríe radiante y simpática pisando el agua de la lluvia, come ávida su leche con galletas de vainilla, se concentra con la amplitud de una deliciosa pizza, desconfía de su nueva familia y tiene la entereza para no extrañar a su madre como se articula en algún diálogo.

Todo el filme es exhibirnos la cotidianidad de su mundo, el entorno, sus juegos, sus tareas, su compartir diario, y aun así no cansa ni se vuelve tan simple como para descalificarse en la ausencia de una historia. Es la curiosidad de la intrascendencia, bajo un nuevo elemento importante en función, el cuidar de la chiquita y asumir el rol familiar pero que refleja una composición artística, dentro de un contexto especial como el circo, junto con el vinculo en que se ve a la periferia de Roma en sus población más popular. La sencillez es notoria e incluso el trato escénico es consciente del tiempo, los momentos están dosificados y distribuidos de forma que generan atención y entretienen, hay mucha dulzura; un pero sería que por el desenlace anticipan acciones, se vuelve el filme menos espontaneo, pero se agradecen las explicaciones base -algunas visuales- sobre los personajes, los amigos, su quehacer laboral o sobre su vivienda.

Nos hace pensar y compararlo con el séptimo arte que hacen los hermanos Dardenne, exponentes de un cine social multi- premiado en festivales como con la impresionante suma de dos palmas de oro en Cannes. Se puede intuir su influencia en alguna cámara temblorosa o coincidir en el reflejo desfavorecido de una parte menos conocida y poco tratada de la sociedad actual europea, pero son distintos, aquí no hay un “indispensable” pesimismo ni un gran conflicto. El trato con la niña siempre es positivo y plagado de amor, de paciencia, de un deseo gigante de adoptarla. Las personas son bondadosas, salvo en algún pequeño maltrato a un perro. Tampoco sabemos del abandono de la madre de la niña ni si volverá. No deja de ser solo una circunstancia que no se aborda directamente como estado de reflexión, quizás esto puede desalentar un poco, pero queda un estado de poca intromisión que también se valora. Trataremos de imaginar, disfrutaremos simplemente del relato, siendo fácil de digerir y aunque puede ser visto como menor no deja de ser una buena opción.

Odete

Estamos en la última semana del Festival de Cine de Locarno (Suiza), exactamente hasta éste sábado 11 de agosto, por lo que revisaré algunos directores que postulan al leopardo de oro, la más alta presea que corona la pugna del encuentro. Éste año son 19 los participantes. Así vivo un poco a la distancia dicha fiesta cinematográfica. El evento que nos convoca se da como un escaparate para el cine de autor e independiente, se presentan pequeños cineastas de distintas partes del mundo incluyendo -y mucho- al cine indie norteamericano o algunos directores con trayecto pero poco conocidos fuera de un círculo, aunque no estamos hablando de Cannes, máximo cine de autor con nombres consolidados, ni del Oscar, la gala de premiación del mejor cine masivo de entretenimiento. Sin embargo imita al primero y a la vez hace la diferencia por apostar por autores más rebuscados –generalizando son los de segunda plana- o también recién iniciados. Locarno tiene la particularidad de no distinguir entre documental y largometraje de ficción en su galardón oficial del pardo d´oro y de atreverse a un séptimo arte raro y audaz como el que tenemos enfrente que visto bien es más extraño que otra denominación.

El realizador portugués Joao Pedro Rodrigues, reunido por primera vez en un largometraje con Joao Rui Guerra de Mata compite con La última Vez que vi a Macau. Viendo dentro de su filmografía me tope con Odete (2005), la segunda dentro de 4 largos de ficción, que con 2 documentales y 6 cortos completan su hoja de vida cinematográfica. Nos remite al encuentro de la chica del título, una mujer con problemas psiquiátricos que quiere tener un bebé, y Rui, un homosexual que acaba de perder al amor de su vida, Pedro, al que ve transpolado a la obsesiva Odete, la que intempestivamente en el funeral de él confiesa haber sido su pareja secreta y llevar su hijo en el vientre, para luego volver su excesiva motivación hacia Rui, el que sufre la pérdida de forma devastadora. Ese será el panorama general del filme que depende de un tratamiento lleno de elipsis -la relación entre Pedro y Odete, su vecina, no se esclarece en ningún momento aunque observando llegamos a algunas ideas- y un discurrir lento escurridizo en las explicaciones que llegan tras bastante metraje.

El filme tiene la habilidad de lucir misterioso y parece un drama serio pero termina siendo harto inusual, difícil de digerir en cuanto a la sustancia de fondo y en gran parte decepcionante si vamos por la ruta antes dispuesta de “sobriedad”. Sin embargo si caemos en la cuenta de que es una historia nueva para uno nos convencerá mucho más, entre comillas porque tampoco ya hoy en día es del todo original viéndolo bien, con respecto a los cambios de sexo y la aparente bisexualidad, además de tener recurrentes escenas sexuales fuertemente sugerentes de índole homosexual que pueden incomodar a quienes no lo ven erótico, algo gratuitas por más que se comprenda como parte de la depresión de Rui, y hasta alguna peculiar al uso, un poco irónica a mi ver, que resulta extrañamente cursi además, de mal gusto (todavía en el desenlace), perdonable si notamos que Pedro Almodóvar también es proclive a estos ataques de genialidad y ya siendo condescendientes por muchos cineastas que quieren rematar su película con un supuesto cierre creativo, si bien lo que hace Rodrigues lleva la esencia de un cine extravagante que se luce articulado en darlo por natural o entendible en lo real, otra característica del manchego.

Ésta es una propuesta que en su trama se queda en lo superficial pero que como relato resulta curioso, Odete es una de esas personas que han enriquecido con un matiz más el ecran con su particularidad, un nombre digno de esos personajes distintos que provoca escuchar y del que se reviste el mundo en su variedad, de alguien cualquiera pero especial a su misma vez, que no ha hecho nada importante pero que lleva una vida extraordinaria, sin fingir sino porque lo es y en eso ha valido la pena la película.

viernes, 3 de agosto de 2012

The dark knight rises


Recuerdo con mucho cariño la primera película de la que tengo memoria haber disfrutado en una sala de cine, yo contaba con 9 o 10 años de edad, se trataba de Batman (1989), de Tim Burton, y fue algo impresionante para el tiempo, para muchos ostentaba esa oscuridad que hoy en día se le atribuye a Christopher Nolan. Sentado en una butaca de un viejo cine de Sullana, Piura, pude ver a un superhéroe en carne y hueso con la majestuosidad que el séptimo arte reviste al personaje (el de la tv., el Batman de Adam West, estaba muy cerca de la comedia, voluntaria e involuntaria, de ambas, aunque era entretenido, pero no para tomarlo muy en serio). La escena en el callejón con un joven Joker sonriente preguntando: ¿alguna vez has bailado con el diablo bajo la pálida luz de la luna? me tenía embobado. Más tarde la burla y la fantochada de Jack Nicholson invadirían la pantalla, para luego llegar el esperado protagonista enfrentándose al guasón que quería gasear la ciudad y dar muerte con una sonrisa a la población de Gótica.

El mes de julio nos ha deparado la última película de Batman de la trilogía de Christopher Nolan, finalmente ha llegado y ha sido algo épico como se esperaba, casi tres horas de acción. Nuevamente el sentimiento de la primera vez ha regresado para dar rienda a poder concretar la imagen global que la obra de Nolan ha plasmado desde hace 8 años. La experiencia ha sido distinta pero la magia perdura en otro tipo de producto, Batman sigue imponiendo su magnetismo en aquellos que aun guardamos estima por el superhéroe de nuestra infancia.

Ésta vez tras su retiro el hombre murciélago descansa en el recuerdo como el asesino de Harvey Dent; a los ojos de la gente fue el probo fiscal de distrito que representaba la esperanza de la justicia en la ciudad caótica y siempre proclive a la anarquía de Gotham city. Sin embargo la verdad es que en la oscuridad se corrompió como Dos Caras, gracias al plan macabro del Joker quien aplica la idea de que nada es impoluto de acuerdo a ciertas condiciones, por ello la imagen de Dent debe ser salvada para crear esos ideales que mueven a los seres humanos, algo muy claro en el contexto americano donde sin bases no hay unidad ni destino en común.

Surge un nuevo enemigo para Gótica, que puede ser visto como un sobrenombre para New York o alguna ciudad cosmopolita de Estados Unidos, ya que Nolan aplica a su obra abundante realismo que le da verosimilitud y sustancia a esta ficción que proviene de la –en general- superficialidad de un cómic, incluso se hace alguna broma sobre el disfraz de Batman que luego se justifica con que es una forma de crear miedo y misterio, a lo que el superhéroe desprovisto de máscara revela que se trata de encubrir su relación con sus seres queridos y crear la sensación de que cualquiera puede ser el protector de la libertad y la tranquilidad de la sociedad, para el caso vencer la criminalidad que gobierna alrededor y hace peligrar esa condición.

Surge un nuevo componente que hace retornar la propia fe en ser un vigilante nocturno, repudiado en un inicio por la policía salvo por el comisionado James Gordon (Gary Oldman) que conoce del esfuerzo de ese entregado salvador, de ese envejecido, desilusionado, oculto y renco Bruce Wayne (Christian Bale). Éste componente se llama Bane, un mercenario que sigue el camino que fue impartido por la locura y maldad del Joker (inconmensurable Heath Ledger en el papel que dio el fruto de un merecido Oscar póstumo por actor secundario). Se trata de imponer la anarquía, ésta vez de toda la población inducida a la rebelión al aprovechar la debilidad de los agentes de ley ante una bomba de grandes dimensiones. Sin embargo Batman desliga de las mayorías la teoría de esa aproximación natural humana a la supuesta libertad absoluta engendrada en la utópica anarquía diciendo que la responsabilidad y el deber son inamovibles del compromiso con la sociedad (ante el reino del caos la ausencia de figuras también depara silencio, espera e inmovilidad de las masas). Esto último es algo aceptado que demuestra una necesidad que hay que adoptar sin fantasías, para ello en este caso la paradoja resulta en que el motor de ello es la intromisión de un superhéroe imaginario, ajustado a un especial contexto pero que puesto a cumplir con el realismo del que se adhiere constantemente se defiende arguyendo que el orden es intrínseco a nuestra evolución y convivencia, una segunda piel que nos realiza, por ende la lucha es de todos, para lo que se sostiene no solo de sí mismo sino de un colectivo. Batman es uno más, aún no siéndolo definitivamente, al igual que Bane. Sin embargo son solo líderes y símbolos de algo más grande y masivo, la perenne lucha entre el bien y el mal ajustado a la estructura de la sociedad, lo prodigo y lo destructivo. Por eso ahí vemos a los agentes policiales chocando frontalmente contra los terroristas o al joven oficial John Blake (Joseph Gordon-Levitt), Robin, que lleva una audaz argumentación sobre su persona, en un magma que surge de la relación de admiración que le produce la figura de Batman, el que se convierte en propulsor de heroísmo, de identificación. Wayne representa además un huérfano inspirador, su sufrimiento ampara su lucha y su lugar tiene solidez en clave de epifanía, un llamado para el compañero que ve en el mentor y superhéroe su camino, esa voluntad de paz contundente que quiere prodigar. Gordon sigue siendo indispensable para no salirnos de cánones normales, de no perder la fe en el orden público que es complementario, recordemos que es la historia de Batman pero que Nolan quiere veracidad, por lo que Batman desaparece y se entiende en ese final pausado, no sobre-exaltado aunque valiente y sobre todo afín.

El querido mayordomo Alfred (Michael Caine) temiendo por la vida de su señor al que ha criado desea un devenir ordinario para él y sueña con encontrarlo con la mirada sentado en un café en Florencia con una pareja. Wayne en su condición de soltero y solitario no posee el afecto estable de ninguna mujer, encima vive con el recuerdo de la que perdió, pero nunca le faltan parejas. En el filme tiene dos relaciones. Alfred tiene en la historia una participación bastante menor, muy parecida a la de Lucius Fox, Morgan Freeman, aunque son básicos en el relato. Yace en una sub-trama poco engordada pero que da algo de matiz a la carencia de mundo del personaje de Wayne, poco desarrollado realmente. Caine da realce a un personaje muy pequeño aunque reconocible, en contraste a otro secundario que más bien no funciona tan bien, se trata de Marion Cotillard como la magnate filántropa Miranda Tate, y a pesar de que toma importancia y resulta coherente parece algo muy hollywoodense, que hay que anotar que es muy parte del universo Nolan que mezcla el aparato comercial con ese cariz profundo que emerge de su imaginación y la de su hermano Jonathan Nolan que participa en el guion de éste definido como entretenimiento inteligente.

Un detalle a recalcar son las vueltas y resonancias que toma aquel niño que logra escapar de una prisión inexpugnable a la que hay que salir por arriba escalando sin arneses, se hace alusión de que la desesperanza llama a la fe, y para ello huir parece posible si bien la muerte siempre se manifiesta ante la tentativa. Ésta es una atractiva incorporación, parte del entretenimiento y que reporta un reto para el hombre detrás de la máscara, el que tendrá la oportunidad de intentarlo poco después de la derrota tras un combate a puño limpio muy bien articulado, espectacular, que despliega una simpática coreografía de artes marciales.

Se unen cabos, no solo dentro de ésta realización sino con las anteriores; las tres representan un tríptico, una continuación que puede ser vista independientemente pero que son más que un rótulo de unidad. Resurge la presencia de Ra´s Al Ghul (Liam Neeson) y la liga de las sombras, Bane hace hincapié en que es su sucesor, aunque hijo "ilegitimo", una vez que se descubre mucho más que un peón de causas ajenas al servicio de un inescrupuloso empresario John Daggett (Ben Meldensohn, el recordado Pope de Animal Kingdom) y que termina teniendo una causa afectiva -que tiene mucho de literal- a la cual seguir, el reverso/reflejo de Batman. La oscuridad que ha mantenido toda su existencia lo ha construido, lo ha vuelto cruel y lleno de venganza, algo superficial que recalca su fortaleza y su característica de rival difícil de vencer, y es que la historia requiere un poco de resonancia y simple vitalidad.

Se puede ver a Jonathan Crane (Cillian Murphy), El Espantapájaros, como juez de los ciudadanos a los que se quiere despachar; muerte o exilio clama y obliga a cruzar el hielo quebradizo. Toda la obra y creatividad de Nolan retorna, se asimila como una cosmovisión que predomina como una singular propuesta de un nuevo Batman, único y a la vez verificable en la esencia de su padre Bob Kane que estaría orgulloso de la transformación a la que al día de hoy asistimos. Distinta a lo que hizo Tim Burton, pero que vivirán paralelas como dos opciones destacables. Una más pegada al carnaval, a la extravagancia, a lo puramente fantástico y a lo freak y gótico -valga la redundancia- del estilo Burtoniano; y otra a una resolución mucho más verificable, que admite menos la inocencia y la dramatización de corte infantil, una más adulta, pero ambas divertidas a su modo. El comienzo no tiene nada que envidiar a una cinta del género de acción, en cualquier circunstancia impresionante y trepidante donde la precisión, los adelantos científicos, la CIA y terroristas se dan espacio, y eso gobierna la película, combinando la fantasía y lo que hay en el mundo actual, mercenarios escondidos en lo desagües o un táctico robo armado a la bolsa de valores.  

Junto a Bane, un musculoso y calvo Tom Hardy escondido detrás de lo que parece un bozal y con la voz distorsionada, magnifico en lo que será un escalón más al estrellato en Hollywood, está Catwoman, Selina Kyle (Anne Hathaway). Se veía complicado que superara la actuación de Michell Pfeiffer y no lo ha hecho. Sin embargo ha dejado una buena sensación, mucho pensando que ella se suele presentar algo cómica e intrascendente y requería de sensualidad y algo de oscuridad; en el filme de Nolan levanta las piernas en incontables situaciones misma danzarina de ballet o animadora en un partido de básquetbol, usa ropa apretada, se reviste de seducción, lo que aunado a su rostro hermoso puesto a la seriedad toma razonable contundencia. Se ha hecho loable su interpretación como una ladrona de guante blanco; su disfraz parecía innecesario ya que se podía deducir quien era por lo que más ha sido lucirla lo más apetitosa posible como asumir el personaje, poco ha sido el esfuerzo de no dar a conocer su identidad. Pero el guion justifica esa elección, ella busca limpiarse de un historial delictivo y esa es su motivación principal, y ya que se sabe que es una delincuente menor conocida dentro de los archivos policiales poco implica saber o no quien es a vista de los demás. Otro punto es su ambigüedad en cuanto a sus acciones, termina jugando en ambos bandos pero algo reparable es que Wayne desde siempre le brinda el beneficio de la duda al extremo de caer en desgracia, interesante ya que de arranque ella muestra su verdadera inclinación robándole un collar familiar, comprensible solo porque Wayne descubre que ella quiere algo más, tiene alguna secreta intención que la mueve a tratar con criminales, agregando la atracción que ella despierta y como se sabe el amor perdona hasta lo imposible. Nunca antes Hathaway ha estado más hermosa y eso se aprecia porque asume un papel menos cotidiano a su frescura y ligereza, un acierto de un “osado” Nolan que ha confiado en la que parecía su carta más ardua de superar en cuanto a elegancia y complejidad; con ésta actriz se da otra de su marcas de autor, articular componentes de lo minoritario con figuras populares (la trama tiene cierta dosis de intrincamiento y veracidad, pero visto bien tampoco es demasiado, nunca pierde de vista al público).

Sobre el mismo Batman hay que aplaudir que no cae en lo ridículo esperando de él una versión madura, asunto peliagudo sabiendo de que va el cómic, usar el calzoncillo encima de una malla es algo que puede ser muy risible si aspiramos a la credibilidad o estamos acostumbrados a los dramas relevantes, pero el hombre murciélago revestido de su aura todo el tiempo es rudo, parco, activo y oscuro. Se moviliza bajo el uso de la alta tecnología, usa motos modernas que sirven para posturas sensuales, como las fantasías de Joel Schumacher, si me permiten la ironía, pero respaldadas por el público; un aparato de vuelo impresionante y un vehículo de guerra que parece un tanque, prototipos que se ven bajo la lupa de la ingeniería militar de avanzada. Puesto en el traje, la voz cambiada de Bale y su semblante se imponen haciendo que esta película vibre en la pantalla, se sienta consistente y no nos hace creer en algo kitsch. Estamos ante un filme mayor salido de un cómic y que no deja de serlo, teniendo una perspectiva elogiable que alimenta nuestro lado más efímero con algo mejor y aun así seguirá siendo solo una opción a escoger, notando que no es la banalización de la complejidad sino la complicación de lo menor sin que tampoco lo sobredimensionemos y salga de su lugar de entretenimiento, además de fabricar sustancia en arquetipos con aire de outsiders y con ello estamos ante una gran parte de lo que significa hacer cine, un buen séptimo arte masivo.