lunes, 23 de mayo de 2016

Entertainment

Estamos ante la vista de un tipo ilustrado en la derrota, un perdedor más dentro de una sociedad que fustiga a los perdedores y celebra la popularidad y lo que aquello significa, por lo que no suena extraño ver que nuestro protagonista es un comediante, pero no cualquier comediante, uno que se retrata en lo opuesto a lo carismático, un sujeto desagradable que se hace preguntas que llevan respuestas crueles, ofensivas, al ejemplo usado, o vulgares. Lo interpreta Gregg Turkington, un comediante real, en su alter ego de trabajo, Neil Hamburger, aunque no se menciona en el filme. Un tipo despreciable que acomoda en su axila dos o tres vasos de cóctel, mientras pierde la endeble paciencia y empieza a insultar a los clientes que no le prestan atención o yacen disgustados con su performance, todo cuando va haciendo su seco y áspero show de auto-preguntas, que intensifican la sensación de abismo que reina en su vida como persona, de la mano de esas llamadas telefónicas a la hija que no ve y que no responde.

El filme llega a exhibirlo en comienzos de enloquecimiento, en visiones surrealistas que desdibujan la línea entre realidad y pesadilla, de lo que muchos lo pueden ver como un seguidor del cine de David Lynch, viendo a una mujer dar a luz sin ayuda en un baño o hallarse dentro de un juego infantil en medio de una atmósfera dudosa u oscura, de sospecha de algún acecho. De lo que el sujeto en cuestión parece estar algo al tanto, cuando vemos que lleva sesiones de cromoterapia, o que llega a tirarse de pronto a una piscina de la supuesta desesperación y crisis que mantiene, y que alarma a los presentes, en un estado de soledad marcado, no obstante también parece ser todo parte de un sentido del humor perverso y raro (la verdadera distinción de la propuesta, a partir de una lógica entendible que gira alrededor de ser un perdedor  y, en grado secundario, un enemistado con el mundo), uno que revela una pequeña crítica contra el entretenimiento del statu quo, en varios sentidos.

La figura se mueve hacia el perder la cabeza, en un mundo alterno inmerso literalmente en la idea de una telenovela o serie cómica latina de la televisión americana, propia del desierto de Mojave, California, por donde se mueve el extravagante cómico. En ello hay hasta una broma de humor negro en que se puede anticipar esos ataques de furia de francotiradores salidos del pueblo americano, producto de algún marginamiento o sentirse uno humillado de alguna manera, incluyendo la sola propia percepción, bajo la mirada de la derrota.

El cómico tiene algunas proximidades, como un primo tipo hacendado (el siempre apreciable John C. Reilly) que trabaja en el show business y se da cuenta que el cómico no tiene futuro o no mucho si sigue con su estilo bruto, duro, o llámese difícil, de espectáculo, léase la doble lectura de su propia vida y el negocio del entretenimiento, que yacen emparejados, habiendo una clara ironía hacia el mundo del cine independiente o el cine del director de la película, Rick Alverson, lo cual, desde luego, es como un estado de orgullo, finalmente, la lucha de una vocación amante del arte, por lo que el sentido del humor con temáticas sensibles resulta central en el filme. Además, hay que hacer buena mención del compañero del cómico que hace Turkington, una cierta copia menor, más cool y consciente, de una exhibición de humor absurdo, en el payaso cowboy que hace el talentoso Tye Sheridan. 

Peace to Us in Our Dreams

El último filme del respetado cineasta lituano Sarunas Bartas puede leerse como dos propuestas en un mismo lugar, aunque interconectadas, una más narrativa y convencional, poco original y básica, la de un chiquillo de un hogar conflictivo jugando con un arma robada de unos cazadores, la otra sobre el dolor existencial, en un sentir poco claro, ambiguo o medio silencioso, a la vera de la búsqueda de la coherencia del mundo (incluyendo lo ficticio, preguntas filosóficas y también tan cotidianas, ya que conciernen nuestra paz), partiendo de nuestra realización emocional, para lo que el sufrimiento se divide en tres casos, que son fatalidad, nostalgia y depresión. 

Bartas interpreta a un padre y amante, haciendo de guía espiritual y psicólogo, de su hija y de su pareja, la hija es la propia en la vida real, debut de Ina Marija Bartaité, que recuerda la belleza física de su verdadera madre, Yekaterina Golubeva,  musa de las primeras películas de Bartas, a quien trataba en sus obras con delicadeza, pero de a pie, en las peores condiciones contextuales de una trama realista y social, extrayendo a la mejor actriz de ella, como ahora lo intenta pacíficamente con Ina. 

Peace to us in our dreams (2015) es en buena parte autobiográfica, dedicada a la figura de Yekaterina Golubeva, a la que vemos en archivo brevemente y queda en el ambiente, en el que es un trabajo con los lugares típicos de estudio de Sarunas Bartas, un mundo humilde, solitario, melancólico, pero  aun así con belleza, por lo menos en alguna expresión (acotando que a Golubeva solía extraerle grandes momentos), en el campo o en el lugar más frío del planeta. Bartas captura y trasmite sensaciones, tanto como estados de ánimo, destellos, teniendo un manejo hermoso de lo femenino en estado puro, y con ello nuestra humanidad general, como en aquel desnudo de esa violinista sufrida que interpreta otra debutante, Lora Kmieliauskaite.