El último filme del respetado cineasta lituano Sarunas
Bartas puede leerse como dos propuestas en un mismo lugar, aunque interconectadas,
una más narrativa y convencional, poco original y básica, la de un chiquillo de
un hogar conflictivo jugando con un arma robada de unos cazadores, la otra
sobre el dolor existencial, en un sentir poco claro, ambiguo o medio
silencioso, a la vera de la búsqueda de la coherencia del mundo (incluyendo lo
ficticio, preguntas filosóficas y también tan cotidianas, ya que conciernen
nuestra paz), partiendo de nuestra realización emocional, para lo que el
sufrimiento se divide en tres casos, que son fatalidad, nostalgia y depresión.
Bartas interpreta a un padre y amante, haciendo de guía espiritual
y psicólogo, de su hija y de su pareja, la hija es la propia en la vida real,
debut de Ina Marija Bartaité, que recuerda la belleza física de su verdadera madre,
Yekaterina Golubeva, musa de las primeras
películas de Bartas, a quien trataba en sus obras con delicadeza, pero de a pie,
en las peores condiciones contextuales de una trama realista y social,
extrayendo a la mejor actriz de ella, como ahora lo intenta pacíficamente con
Ina.
Peace to us in our dreams (2015) es en buena parte autobiográfica,
dedicada a la figura de Yekaterina Golubeva, a la que vemos en archivo
brevemente y queda en el ambiente, en el que es un trabajo con los lugares
típicos de estudio de Sarunas Bartas, un mundo humilde, solitario, melancólico,
pero aun así con belleza, por lo menos
en alguna expresión (acotando que a Golubeva solía extraerle grandes momentos),
en el campo o en el lugar más frío del planeta. Bartas captura y trasmite
sensaciones, tanto como estados de ánimo, destellos, teniendo un manejo hermoso
de lo femenino en estado puro, y con ello nuestra humanidad general, como en
aquel desnudo de esa violinista sufrida que interpreta otra debutante, Lora
Kmieliauskaite.