Bajo la premisa de un monstruo engendra otro monstruo el filme busca la redención del dolor infringiendo el mismo método, cuando un agente decide cobrar venganza ante un asesinato que marca su existencia; pero es cuando el juego de atrapar y soltar a la presa cobra una mayor dimensión y el desenlace parece no augurar ninguna retribución, que finalmente no falla logrando triunfar el conjunto que genera unos vaivenes que ponen a prueba al espectador y le brindan la satisfacción de un constante imprevisto y una sensación de callejón sin salida, cerrando una realización que desde el inicio juega limpio, coherente, y nos enseña de que va la propuesta.
No bien iniciada la película parece todo acabar con velocidad ante un desarrollo precoz cuando nos damos cuenta que nos espera un contexto de sadismo en el ojo por ojo y diente por diente, un alargamiento que se torna pleno en la trama, incluso con explicación de por medio, y no queda ahí nada más sino que se vincula la violencia con el castigo con múltiples ejemplos que desfiguran la línea de lo correcto y lo malvado sin que quede duda de que nada detiene a ninguno de los dos demonios protagonistas, intercalados uno con el otro en esa aparición que delinea y titula la cinta, ante el no entender la dimensión de maldad que se propicia y que no tiene donde acabar siendo la acción próxima mayor a la anterior en una inquietante subida de adrenalina constante, hacia un nivel superior de recurso, para lo que el ingenio último propone una salida que inutiliza el no temer, el resistir a la brutalidad y a la falta de remordimiento que es como la cereza del pastel de cara a venir de otros finales, de los que llegan y se estiran en nuevo reto.
La intensidad es palabra digna en la obra cinematográfica presente, un cuento fantástico de depredadores humanos donde la ira y el sufrimiento se mezclan bajo la frialdad de los actos, acabando donde inicia, en un espejo donde el policía Kim soo-hyeon (Lee Byung-hun) y el criminal Kyung-chul (Choi Min-sik) juegan a destruirse moralmente, uno por naturaleza y el otro por el contexto que inflige el primero para luego en retribución fabricar otros similares en el deambular por la cotidianidad de un asesino pagando sus culpas con la propia sangre.
Lleva actuaciones de lo más destacables de los dos intérpretes principales que se ciñen a la incapacidad de compasión sea por goce o por condena correlativa, sin que medie la constricción en sus semblantes implacablemente herméticos a la debilidad en lo que ejecutan, a la burla en la iniquidad mostrando vehemencia, sinrazón o la justicia por propia mano que se amolda a la convicción de una ley anormal. Un discurrir de dos bestias muy bien dibujadas, una con algún matiz sensible, serio y algo entendible aunque semejante al otro descabellado.
El presionarse para generar sufrimiento en el enemigo es algo que llena la pantalla en cada gesto facial o ademán, hay fuertes emociones que se pueden sentir con ambos, indisolubles para entender la furia interior logradas en la lucha que pone a Choi Min- sik en situaciones límites pasiva o activamente, como el destemple que genera el ya no tener corazón en la dureza que impregna la caracterización de Lee Byung-hun.
Un rito de violencia que implica canibalismo, secuestros, violaciones, mutilación o inmisericordes múltiples apuñalamientos en un auto sin control en lo que puede ser una road movie de castigo mutuo de dos imbatibles adversarios.