miércoles, 4 de abril de 2012

Love exposure


El japonés Sion Sono es un cineasta de culto, con un cine muy personal por irreverente, exótico, extrovertido, agregándole cierta especificidad visual y una expresión de perversión. Uno de esos nombres claves para quienes quieran conocer el cine asiático moderno, que en ésta oportunidad está repleto de ironía con respecto a la religión en la pasión de Yu por Yoko, a la que considera su virgen María.

Como si viéramos una película para adolescentes hecha por uno de ellos, muy creativa en cuanto a familiarizarnos con una especie de telenovela oriental de corte ligero muy actual y fresca hasta el desparpajo ignominioso, al estilo de ésta pero con otras formas menos sutiles y más sensuales/sexuales donde un joven pecador natural como se le denomina a alguien propenso a trasgredir las normas eclesiásticas queda perdidamente enamorado de una chica a la que por desaciertos del destino la confunde en su orientación sexual cuando disfrazado de mujer, su álter ego Miss Scorpion, la defiende de unos atacantes. Sion Sono juega a no tomar muy en serio a la religión usándola de telón de fondo, incluso maneja abiertamente su iconografía como iglesias, cruces y estatuas pero con un aire pseudo verídico, como si no estuviéramos frente a la broma que representa.

Yu tiene erecciones constantes frente a Yoko, incontrolables, que se asocian con el amor desmedido que siente por ella; viene de desbordarse en un vicio y luego una carrera fotografiando calzones o ropa interior femenina mediante su despliegue de artes marciales, apoyado de tres secuaces torpes que suelen robar prendas de vestir o comestibles. Sin embargo todo no hace más que empeorar su situación con su amada que lo rechaza fuertemente aún siendo su “hermana” (nótese que aquí no hay incesto ya que no hay relación alguna sanguínea sino más bien se usa como que deberían de compartir mayor cariño al vivir juntos) tras la unión de su despierta madre adoptiva con el padre de Yu, un cura católico que pierde la cabeza por dicha mujer avispada que lo trastorna para volverlo un flagelador de su propio vástago hasta llevarlo al pecado como redención y acercamiento afectivo. En el trayecto se inmiscuye una secta religiosa, la iglesia Zero, que tiene una discípula que atraída por Yu y prodiga en un pasado oscuro que cuenta con la aniquilación de su propio abusivo progenitor al que le corta el miembro trata de convertir a nuevos fieles a su congregación en que se hallan los personajes principales, además de querer separar a la idílica pareja formada por Yu y Yoko a los que pretende conquistar.

El filme presenta las relaciones sentimentales con total libertad, hay lesbianismo muy explícito y natural, no se teme hacer triángulos amorosos, también lo heterosexual se muestra sin tapujos con el fetichismo detrás de incontables bellas muchachas asiáticas (extras muy bien dotadas) y la atracción física primordial de la excitación masculina. Yu incluye el travestismo, también a veces luce algo amanerado, muy dúctil en la estética de Sono, al igual que la actriz que hace de Yoko, una dupla bastante expresiva, y como todos los que trabajan con el nipón están dispuestos a no limitar su interpretación en absoluto, mutando y presentando diversas facetas.

Hay una insolencia palpable de parte de Sono en cuanto a su relato, que hasta hace mención de la pornografía y aunque no se pasa de la raya con el realismo práctico de orden sexual lo utiliza en muchas otras distintas formas ya que la perversión es una temática de la película, en esencia una aceptación al verse diferente y una regular presencia que se muestra sin demasiadas reticencias como es signo característico de los filmes de éste autor.

Sono suele ir más allá de las convenciones en las relaciones humanas emocionales y sexuales, también exhibe la violencia de forma brutal en un orden insoportable para la media, siendo explicito hasta extremos salvajes, explotando (sin complicarse) flirtear con esa corrupción a todas luces encendida en su total apogeo y visión dentro de su filmografía, no exento de comedia y de una línea general de fehaciente transformación en sus principales protagonistas que van a existir hacia otras naturalezas radicales, un despertar a un mundo más podrido soportando nuevos retos que adaptan al reciente ser en una realidad más verdadera desde el punto de vista del creador japonés, una apertura a un submundo que se hace el original y que recrea sin ambages toda su putrefacción, sin que haya de por medio lo moral.

Yace carente de visión valorativa de orden social o superior a la usanza y es por eso que en ésta cinta, la religión se presta tranquilamente a la mente de Sono para hacer su jugada maestra ya que le sirve para plantearse su personal cosmovisión y de la modernidad mediante una amplia gama de factores que le permiten ser trascendente sin casi quererlo, bajo las incontables críticas menores que se amoldan a su perspectiva intima aunque con un claro aire ligero que es lo que lo define en cuanto a su trama fuera de esa visualidad enfermiza que lo caracteriza, siendo un esteta del cine sucio, un hombre de las formas, que lleva inventiva en medio de una fijación con la descomposición humana que aquí es menos grandilocuente si bien como en otros motivos de películas suyas más complejas se llega a matar en el alcance de las metas o a exhibirse en lo inmoral con plena solvencia aunque no siempre habiendo un final feliz.

La religión es como un juguete predilecto en las manos de un infante dispuesto a jugar con éste hasta despedazarlo, a usarlo en toda generosidad, no obstante hay mucha libertad pero se queda a fin de cuentas en mero divertimento, fuera de la indisoluble temática que despierta ideas no hay predominancia de grave intelectualidad en el material de Sono, que además escribe el guión de ésta película, mostrándonos una blasfemia menor, que vista bien no es nada destructiva porque parece algo muy juvenil e irrisorio, pero usando motivos carnales y algunas muertes que elevan el nivel de la edad pedida para la audiencia. En realidad es solo un mero pasatiempo recreativo que casi no se hace sentir en su manipulación de los símbolos dogmáticos a pesar de la completa apertura de su filosofía, ya que se plantea como una película de amor fuera de tanta locura, pero notando que lo religioso inflige originalidad a la realización como contexto, como cuando Yoko aparece como la virgen María o cuando los protagonistas de la familia disfuncional y arbitraria cargan una pesada cruz, sin embargo es como un recurso más de tantos otros, como un disfraz o una atmósfera, en una película sencilla debajo de todo, alegre y desenfrenada, como un adolescente que se ríe de las reglas, de lo sacro y articula un libre artilugio que busca tocar cuanto le apetece. Una libertad que el cine agradece, en 4 horas de inquietudes, traspiés y giros en pos del sentido total de todo cuanto se mueve en el planeta y ahí yace una unión entre crítica y fe: el amor, que a prueba en tantos vaivenes cuando es verdadero está por encima de la locura o la perversión, que se hacen parte de ello, como le pasa a Sono en sus filmes en alusión al séptimo arte, un discípulo más de su reino y de su aura; no será la mejor propuesta que tenga el cine pero está llena de esa fe que critica aunque en otra manifestación más pedestre, menos solemne y más desaforada, audaz y recomendable para los atrevidos que no se sientan aludidos estando en semana santa.