David O. Russell regresa dos años después de The fighter
(2010) a competir en los Oscar, ostenta 8 nominaciones, 1 más que su
anterior participación en la que su película logró alzarse con 2 estatuillas,
una para Christian Bale y otra para Melissa Leo en actores de reparto. Esta vez
los 4 puestos a interpretaciones están convocados y es una hazaña que se repite
tras treinta años que no sucedía, desde Reds (1983) de Warren Beatty.
El filme es una comedia romántica que no evita serlo desde
luego, y sería una mala crítica decir que trate de no seducirnos con algo de
sencillez, buena onda, algo de comedia ligera y afecto que son los atributos
generales de este subgénero, sin embargo para hacer la diferencia logra no
regodearse en el lugar común mientras es efectiva en su idiosincrasia, es lo
que tiene que ser pero con más ingenio, cierta originalidad, buena estructura y
un valor rescatable de complejidad de lo que se acostumbra y por ello que la
tengamos postulando a los premios de la Academia. Su primera hora está bastante
creativa (desde lo identificable) y atractiva hacia un paso más allá de ser
solo para románticos y asiduos al actual entretenimiento light por antonomasia,
con un tipo al que conocemos como Pat (Bradley Cooper) que es bipolar y
atraviesa ciertos conflictos en su vida, es un perdedor que trata de resarcirse
y tomar camino (en lo más primario e indispensable, pareja, optimismo o amor
por existir y estabilidad emocional), estando desempleado (no es tampoco que
sea un tipo con muchas ambiciones), tratando de manejar problemas mentales de
adaptación social (a los que él mismo parecía no reconocer y estar en un estado
con algunos exabruptos y alteración, pero después vemos que sí, la carta que
escribe al final nos lo confiesa, sobre un tiempo que tiene pensando en su
estabilidad afectiva de la que parten todos sus problemas y desequilibrios, así
lo enfoca y resuelve el filme) y con una orden de restricción de no acercarse a
su esposa a la que hallo teniendo sexo en la ducha con otro hombre al que
golpeó naturalmente enardecido, y eso le llevó a ser recluido por 8 meses en
una institución mental por mandato de un juez.
El filme luego inevitablemente pierde fuelle, no se vuelve
insoportable pero pierde el encanto primigenio y ya no asume el estado bipolar,
lo simplifica bastante, y es que el filme lo ve de forma bastante superable y
es una opción que tampoco resulta desestimable (no es un filme trágico ni
dramático recordemos), al final es algo que se trata de que uno se recomponga
en una introspección personal y asumida, cambie dirección, encuentre nuevos motivos,
se calme y sea más pacífico y vea el lado bueno de las cosas como reza el
título en español. Los miedos psíquicos no son abordados con la profundidad
necesaria –aunque una canción alude idóneamente a ello, solo eso- y la medicación
es superflua –la toma cuando le da la gana-. La salida es el amor, en ello yace
el vínculo con una mujer, Tiffany (Jennifer Lawrence) que también tiene
problemas de sociabilización que la han llevado a recibir pastillas pero en
ella es algo menos conflictivo, muy cool como se luce en el diálogo en la mesa
(parecen dos freakys que se echan el chiste de su extravagancia), y se resuelve
también con bastante sencillez, una muerte muy íntima implica un pequeño
trauma, que le acarrea a ella volverse una
especie de adicta al sexo casual, se
acuesta con 11 hombres de su trabajo, y cuando ve a Pat no parece la excepción (qué
valiente él, resistirse a esta completa belleza, joven pero madura e
inteligente, sumamente guapa, de cuerpo atlético y segura de sí aunque eso no
lo vea aun al tener una obsesión –no tan
lógica vista con detenimiento y eso el filme permite verlo-). Y del rechazo nace
una secreta –y no tanto para el espectador- atracción y una personal reflexión
que también le redirige y le permite salir de su atolladero, una unión en que
se siente pronta a ser valorada (una constante en un mundo donde amplifica lo
sexual), algo que no halla con facilidad. Aparentemente ella parece ser una
mujer del montón, un buen polvo eso sí pero de una noche (o de un par), sin
embargo es su desequilibrio emocional el que oculta lo maravillosa que es como
persona, y en su compenetración y conocerse (tranquilos, mediante trotes
diarios, diálogos punzantes por ambos lados –el por enfermedad, sin la gracia y
el filo audaz de As good as it get (1997) dejemos en claro aunque se viene a
idea, y ella por inteligencia- y el
pretexto de un concurso de baile, no es que tampoco Russell reinvente la
comedia romántica debemos acotar pero pues juega bien sus fichas; junto con lo
importante de que hay química, nada complicado con Jennifer Lawrence que es
extremadamente espontánea y dotada para la película). Todo se va gestando
gracias al buen tacto y visión de Tiffany que sabe lo que quiere una vez que siente el flechazo (el que le digan que no), y es entendible,
la nueva mujer de siglo XXI -si me permiten la falta de pudor en el habla- son
más de acción y practicidad que de otra cosa. Y lo ve como el
príncipe que le va a llenar el vacío que siente, la va a complementar, sin
esfuerzo, muy natural aun no siendo del todo fácil lograrlo, es la otra mitad como espeta el
cliché, aunque no sean los típicos ejemplos al uso, y esa rotunda imperfección
fuera de que sean muy atractivos los dos es la que los acerca –aparte de
la ironía, que no es para tanto y creo que es flagrante en su inocencia, de que
él la ve más loca a ella- y los hace verse en el contrario, ella lo anticipa,
los defectos son como heridas de guerra. Tiffany lo busca pero parece que él la
necesita más, y realmente están a la par.
Es un filme muy simplificador, muy alegre a fin de cuentas,
sí, la bipolaridad ya está presentada y adaptada al contexto (ya es una rasgo
de esa personalidad que relacionamos con el protagonista), que recurrir a ella
continuamente o sobreexplotarla
explícitamente cambiaría el sentido del filme, recordemos siempre el título que
es muy determinante en lo que encontraremos, y se busca movilidad, pero eso de
todas formas hace que pierda el poder de su trama para ir a otra parte (que hay
que decir que yace dentro de su propia coherencia). De llegar a ser golpeado
por su padre tras derribar accidentalmente por una mala reacción a su madre o
de gritar alterado en medio de la madrugada por una nimiedad –que comparto sin
enardecimiento por supuesto, el desenlace de Adiós a las armas de Ernest
Hemingway es lo más ilógico que uno puede imaginar, léase la metáfora del
filme, no estamos para ese tipo de desasosegantes e inesperadas tragedias- pasa
a ser casi invisible a comparación de su primera mala e imprevisible conducta,
a verse como un sujeto bastante estable, capaz de pensar dos veces sobre las
consecuencias de su conducta (algo en
cierta medida razonable pero claramente insuficiente, aunque la existencia es impredecible
por lo que démosle el beneficio de la duda, porque es un caso especial y
ha pasado por mucho, viniendo de un procesamiento mental), y bueno el filme
termina usando momentos menos impresionantes en su segunda parte, el hermano llamándole
perdedor en contraposición de sí como triunfador no es del todo inverosímil
pero parece una carta demasiado abierta, la apuesta que luego se normaliza (y
resulta mejor así) está bien pero va sobre agua muy conocida (pero es tan
perspicaz el director que echa a bromear con el resultado de la calificación, de ese penoso
5, y ahí uno recuerda Pequeña Miss Sunshine (2006), no tan loser y desenfadada en su escena de baile pero igual de limitada en cuanto a sus
cambios de ritmo musical). Russell en algunos momentos claves trata de zafarse de ello y resulta innecesario en parte,
naciendo la pregunta, ¿hasta qué punto la originalidad ataca la naturalidad? y
esa será siempre una lucha eterna, un requerimiento del éxito de que una
película sea vista como obra maestra, y habrá cosas que no se puedan evitar
como otras que transformar. El padre explicando que debe ir por ella o él
diciendo que su amor no es de golpe sino ya lo sentía y lo veía de un tiempo
atrás, como sería en la realidad.
En el filme hay tres tipos de locura, la de Pat que hay que
curar, desde enfocar la vida más que observarla como una enfermedad, que es lo que hace el relato, la de
Tiffany desde la que todos aceptan y quieren hasta emular, y la del personaje de
Robert De Niro, que es la que a él mismo no le importa, que es tal cual, que ni
le pasa por la cabeza algún arreglo, y parece más común de lo que creemos, sus
supersticiones y sus arrebatos de violencia los siente muy justificados, pero el
fanatismo por su equipo es bastante irracional. La escena en que Tiffany
explica con estadísticas que estar en compañía suya es algo que brinda suerte
más que lo contrario es de las más curiosas y audaces que alguien puede darle a
un tipo raro, como jugar con sus propias reglas. Para ello Lawrence es lo mejor
del filme, ella se empapa en su interpretación, resulta fuerte, atrevida y
debajo destila sensibilidad y carisma; lo contiene en repetidas oportunidades. Vuelve
a lograr el mismo nivel superior de actuación precedente en cada
intervención de ésta trama, como si fuera un alarde de contundencia, de asimilación, nada de
migajas ni de contados estados sublimes, ella es fehaciente, y sin duda esa persona de la que se reviste no sería ni
la mitad de encantadora en la vida real sino fuera por su compenetración y su
participación. Su enojo y reacción en el café, otro punto potente del filme, memorable, la colocan como una de las
mejores actrices que Hollywood tiene para ofrecer.
Chris Tucker siempre me ha parecido insoportable, su voz
chillona y su comedia me hacían creer que su mejor actuación era la de Jackie
Brown (1997) donde solo sirve para que
lo metan en la cajuela de un carro y le metan dos tiros, sin embargo parece
reivindicarse con un papel simpático en este filme, y sin dejar de ser
afroamericano pero uno mejorado. En cambio Jacki Weaver a la que como no adorar en Animal
Kingdom (2010), que para quien escribe entregó la mejor actuación de las nominadas en su categoría ese
año, está muy endeble. No entiendo que le ha hecho yacer nuevamente nominada.
No ha hecho nada. De Niro está bastante bien pero mucho menor de lo que se
suele mencionar, tiene un papel secundario peculiar y visible pero nada del
otro mundo en realidad. Y Bradley Cooper está cada vez mejor, más que
cumplidor y si sigue en esa forma se convertirá en un estupendo actor, que
todavía se siente que le falta, aunque definitivamente ya es una estrella.
El filme es típico americano, pero enarbola una cotidianidad
gringa de la que suele convertirnos en cómplices, casi sin darnos cuenta (incluso
habiendo football americano, algo que no ha calado en el mundo, que no se suele
practicar como deporte en general pero que es muy nacionalista). Arte del que
solemos alimentarnos en una cultura universal aprendida desde sus canteras
cinematográficas, porque suele entretenernos ya que lleva todo lo que suele
tocarnos como seres humanos, romance, felicidad, superar problemas, vivir la
familia (algo más latino) y no preocuparnos tanto, y poder ver el lado positivo
de las cosas, ya que ciertamente para males la vida misma.