Documental competidor en los Premios Oscars 2013 y que al
igual que Searching for sugar man es pequeño pero de espíritu gigante, con un dominante,
auténtico y subyugante toque artesanal, casero, hecho por los propios
protagonistas, apenas arreglado, levemente solamente para darle un obligado tono
unificador, selecto (por los años de filmación más que por crear alguna falsa subjetividad,
que tiene una personalidad pero se ampara en la denuncia justificada de un
pueblo) y supone de mayor calidad visual que enrumbe una historia conjunta –que
la hay intrínseca- que está guiada por una gran naturalidad que va de la mano en
el tiempo con el crecimiento de los hijos de uno de los directores en recuerdo
de una lamentación o mal sabor en la memoria que aqueja al territorio, a la
patria y su más desnuda cotidianidad, y como expresa el título, en relación de
cinco cámaras de video que han servido para la documentación (y sigue con la
sexta en proceso), nacida de la práctica más simple y directa, y que toma el
riesgo en pleno conflicto, en medio de la turba de la lucha pacífica de lugareños,
vecinos y compatriotas.
Es un filme que a pesar de la precariedad de las
herramientas, sencillas cámaras de video, no llega a tener una estética conjunta
paupérrima. Loable lograrlo a través de una transparencia ejecutora viendo que
cierto cine profesional no puede evitarlo, aunque no rehúye exhibir algunas
fallas que son como heridas de guerra y forman parte de la estructura e
historia que narra. Pero que se adscribe
al realismo de las tomas que compenetran al espectador y le otorgan un sentido
poderoso bajo los hechos en cuestión que expresan un mensaje, casi sin necesidad de artificialidad
o elaboración, anclado a la base de la defensa natural del hombre,
su tierra y su vida. Recordando que la mejor arma del documental, su esencia
misma, es la veracidad y el alcance reflexivo tal cual de sus imágenes.
Se trata de la grabación de un poblador de una zona limítrofe
con Israel en la villa de Bil'in ante la expansión ilegal de un muro foráneo sobre
tierras palestinas de cultivo de aceitunas, y que yace en litigio en la corte suprema
de Jerusalem, sólo resuelto hasta el desenlace del documental. El camarógrafo y
gestor del filme se llama Emad Burnat, que lo co-dirige con un israelí de
nombre Guy Davidi. Y es un hombre común que siente que la cámara le protege y
le vincula en favor de una lucha justa por los derechos de su gente ante la
invasión judía que ostenta el poder militar por sobre simples agricultores musulmanes
como él. Padre de 4 hijos que vive
humildemente de sus siembras, y que expone a su más pequeño vástago –a Gibreel de
unos 5 años de edad por el final del visionado- a observar el abuso y enseñarle
que la piel debe ser fuerte, aunque de esa forma le quite la inocencia viendo
violencia sobre sus seres queridos.
Los soldados lanzan bombas de gas, rompen a veces las cámaras,
arrestan a familiares, a los que ellos creen sospechosos o porque protestan (incluso
a menores de edad que lanzan piedras), evitan las marchas, controlan el pase de
los cercos limítrofes, imponen el control, y aunque hay muchos civilizados hay
algunos agresivos y hasta producen fallecimientos. En el filme muere Bassem
Abu-Rahma conocido como Phil, el elefante, amigo entrañable de Emad, de un
disparo fortuito y anónimo que viene al parecer del ejército judío (ya que son
los únicos con armas de fuego), y se debe decir que ante el homicidio la inactividad
y resistencia pasiva luce inaudita y se ve proclive a que la rompan con una
respuesta igual de atroz ya que no es cuestión de valentía, aunque existe superioridad
bélica del contrario y una parte de cansancio crónico alrededor de éste hecho y
de tantos (pensando que han habido dos intifadas, rebeliones armadas, llamados
al pueblo palestino a la ofensiva).
La
emotividad e indignación salta a la vista, al punto que lo que vemos en
reacción no parece suficiente realmente. Si de esa forma continúan es muy natural
que ocurran represalias musulmanas del tipo que el mundo cree ver sólo en ellos
como si fuera una nación de salvajes y enajenados radicales, como si sólo
fueran terroristas, cuando se debe en parte a un deterioro de su dignidad y al
maltrato, como mucho a sentirse sojuzgados y abusados, y pasa de una generación
a otra, como Emad inculcándole a su hijo lo que sucede quien tan pequeño con
ojos abiertos y sorprendidos se implica en un odio visceral entre dos naciones
que desde la antigüedad han compartido el territorio y que hoy en día deben
definir una convivencia razonable que desarrolle paz y tranquilidad para
alcanzar la ya de por si inefable y escurridiza felicidad.
El filme muestra orgullo, no busca ser sentimental, hay un
estoicismo muy potente en el ambiente, pero ineludiblemente despierta
sentimientos. Le pasa hasta a Emad que como sus hermanos y amigos es arrestado
en protestas “inservibles” pero tenaces y continuas, y en una oportunidad llega
a cometer una enorme locura. Choca bajo una dudosa accidentalidad su vehículo
contra un cerco, y tiene que ser auxiliado de emergencia clínica a Tel Aviv
donde solo podían salvarle dado la austeridad de su villa. El enardecimiento
logra manejarle y casi le cuesta la existencia. Esto le acarreara una deuda económica
grande. No se le reconoce como un acto de sacrificio revolucionario ni nada por
el estilo, y por ende no hay autoridades buscando votos o aclamaciones que por
ello quieran solventar su intervención. Hay cierta indiferencia de ellas hacia
casos como Bil'in. También seguramente porque son muchos los acontecimientos de
queja, e inefectividad, y hay temor a ese enemigo adjunto con el que deben
compartir el espacio geográfico pero además porque hay una burocracia,
diplomacia y política detrás que inhibe mayores movilizaciones. Y es por eso
que son los pobres pobladores, los hombres de a pie los que se levantan, tratan
de defenderse aunque con tretas, como edificar en zonas ajenas a ellos para
contrarrestar las invasiones (es contra la ley israelí destruir el cemento,
entonces se amparan en lo mismo y se improvisan construcciones). Hacen
reuniones públicas, buscan sensibilizar a los soldados con diálogos humanitarios,
llevan y exponen a su hijos (algo trágico). Es una propuesta cinematográfica tan diáfana que
duele pero a su vez crea consciencia. Permite ver que del lado palestino
también se padece. No únicamente son ataques terroristas u hombres bomba y merecen nuestra
atención. Esperemos que un día llegue la solución salomónica y definitiva.