Ant-Man es un superhéroe que valga la redundancia
es muy pequeño, no tan popular como otros de la Marvel, no es The Avengers, los
X-Men ni Spiderman, y en ello se ha creado una pequeña diferencia en su
narrativa, viéndose que las luchas son menos aparatosas y grandilocuentes que
lo que se acostumbra hoy en día, en un tiempo donde se le da demasiada importancia a los efectos especiales y, claro, Ant-Man los tiene en gran nivel, véase cuando
se encoge y se mueve entre las hormigas (sus aliadas) o cuando lucha con
su némesis “semejante” donde crece y se reduce al chasquido de unos dedos
mientras reparte golpes, a la par que se agigantan los objetos, como un pequeño tren
de juguete (que valga la curiosidad puede ser amenazante) o algún insecto que
luego permite la broma. Sin embargo hay mucha argumentación que hace cierta
diferencia, se concibe una historia en que un padre quiere ser apto para su
hija, cuando lo absorbe un pasado de robos finos (repeliendo cualquier tipo de
implicancia mortal) y una temporada en la cárcel. Nuestro protagonista es Scott
Lang, el carismático Paul Rudd.
Es de resaltar que el personaje de Michael Douglas brinda
mucha profundidad, sin salirse de un personaje serio y creíble en una de
superhéroes, en que anida mucha comedia, no por poco iba a terminar dirigida
por Edgar Wright (que hizo uno de sus primeros guionistas, junto a Joe
Cornish, director de Attack the block, 2011), artífice de la trilogía del
cornetto, con lo que han quedado muchos rezagos de su audacia en el competente pero más simple director Peyton Reed, que deja fluir la comedia ya que si vemos su
filmografía también va por ese camino, por lo que el no tomarse demasiado en
serio y reírse de la solemnidad ayuda a caer más simpático, aunque
no sea una película especialmente taquillera, lo cual hay que decir que es
irrelevante porque escoger rehuirle a los efectos e impresiones cada vez más
grandes, a lo superficial de un anhelo de sobrecarga de sorpresa visual, como se
recita elocuentemente en Jurassic World (2015) es saludable cuando se quiere
contar algo entrañable y divertido primero, a la vieja usanza digamos, y en ese lugar Ant-Man
hace gala de modestia, como que la graduación de superhéroe sea vencer a
un Avenger en una confrontación con el tamaño de una hormiga, en lo que pudo
sumirse en el ridículo y no lo fue, además de que se hizo de buenas risas con el rol de Michael
Peña como el compinche de Scott, el de los trabalenguas, y de suficiente
seriedad para creernos algo que poca lógica imprime, aunque se hable demasiado,
salvando que eso agota un poco, pero no malogra un filme que cuando llega el
momento se llena de espectacularidad en sus encogimientos y convence en su mayoría.
Paul Rudd no es el típico
actor que hace de superhéroe y eso es una apuesta por algo distinto, aparte
del cosmopolitismo de sus amigos, latinos, europeos del este y afroamericanos,
ya no se trata sólo de gringos musculosos o angloamericanos blancos, además de
que siendo conocida la vena cómica de Rudd aportó en el guion y da también mucha
personalidad a su rol, aparte de conmover en su mayor motivación, el amor
por su hija, como en la línea paralela con Michael Douglas, como el científico
creador y su prole, en la guerrera marcial e intelectual de Hope van Dyne, en la
piel de Evangeline Lilly. En ese aspecto el reparto lo contienen actores que
nos son celebridades (exceptuando a Michael Douglas, aunque es de otra
generación), pero que hacen bien su trabajo, como el del en buena parte desconocido
Corey Stoll como otro científico que tiene desequilibrios mentales producto de
su fijación con crear soldados diminutos y venderlo al mundo, y de paso ponerlo
en peligro al no medir consecuencias. Stoll será Yellowjacket.
Ant-Man reduce todo a lo esencial, siendo ligera, y gana con
esa elección. Se ampara en la comedia, que quién esperaría que la introducción
de los títulos sea nada más y nada menos que con una salsa, y una despedida de
prisión particular, de un preso enorme golpeándonos por diversión para poco después
abrazarnos. En ese relajo conjunto yace una base potente de empatía.
El resto es hacer de un hombre “común” (sus robos son muy complejos) un
superhéroe cautivante, mediante un traje especial y no poderes sobrehumanos propios,
con un background que cambiar (el mensaje altruista de corregirnos, aunque haya
peros realistas a la hora de aquello, como salir de la cárcel y no hallar
trabajo por antecedentes) y una pequeña a quien cumplirle (la tierna Abby Ryder
Fortson). En ese trayecto se nos habla de padres separados y nuevos compromisos,
un lugar común de la Norteamérica indie, real, en un secundario siempre competente,
Bobby Cannavale, como el padrastro de la hija de Scott y además policía, que
haciendo su deber lo persigue. Tantos ingredientes positivos dan una
buena película en su tipo, sin que tampoco sea demasiado innovadora, porque
tampoco es que se salga de cierta expectación de lo que hoy nos gobierna salido
de Hollywood y por éstas épocas, pero sí que es entretenida, eficaz y por su
lado medianamente original, con lo que me quedo satisfecho.