El principal problema de ella es que no tiene una trama que
se explique bien, que sea fácil unir cabos y entenderla completamente, y es
porque usa pocos recursos en su elaboración, y a uno solo le queda conjeturar
soluciones y ser analítico e imaginativo, coger cada línea y momento clave para
salir airoso, que como sea, siempre habrá que poner mucho de nuestra parte, a menos
que nos quedemos con nuestras dudas y pues nos dejemos llevar por el trazo
grueso, la sacada de vuelta de un transporte de drogas en que la maldad y el
ingenio milimétrico de una femme fatal llamada Malkina (Cameron Diaz) le roba a
su propia pareja y a sus amigos y compinches, el resto son pormenores, y tampoco
estaría mal, porque nos queda aparte de la adrenalina de su relato, la
ambientación y los personajes, unos con ligeros toques creativos, en que se
opta por algo que los haga rápidos, para marcar un entusiasmo primario. Así mismo tenemos una
temática contundente en el conflicto del narcotráfico con la legendaria
contemporaneidad del desierto de Texas y su límite con México, sus historias de
mujeres desaparecidas y las decapitaciones.
Su historia versa sobre alguien conocido únicamente como el
consejero al que no se le identifica por nombre (Michael Fassbender), quien cae
en el pecado álgido/decisivo de su existencia, por soñar realidad una cuantiosa
suma de dinero sucio, y pasar de servir de abogado de criminales a ser uno, al
ser amigo de un narco “pintoresco”, en su apariencia y su irreverente
extroversión visual y frontalidad verbal, llamado Reiner (Javier Bardem). Con éste se prepara
para un negocio ilegal de drogas,
queriendo ampliar su opulenta felicidad y su aclamada seguridad. El consejero le propondrá matrimonio a Laura (Penélope Cruz),
su novia latina, le regala un diamante como aro de nupcias. Ella ofrece dar más de sí ante el futuro en ciernes
(tomándose como principal la noción de mayor atrevimiento y perversidad sexual,
algo muy americano), ante la cierta mojigatería de su catolicismo. Entonces para
hacer el trabajo se ve con un mensajero o intermediario, el vaquero moderno Westray
(Brad Pitt).
Westray le advierte que una vez dentro ya no hay vuelta atrás. Más
tarde llegará la explicación de la consecuencia de los actos irreflexivos. Le
dice que debería pensárselo mejor antes de participar porque es un juego
temerario en que asoma mucho la derrota y donde pocos como él saben escapar. Éste consejo no es oído desde luego por el supuesto tipo listo, culpa de ser un constante
ganador. El llamado (paradójicamente) consejero es más un inexperto y el
sobrenombre le viene gigante o, más claro, por ironía del guion, aunque se
entiende que es porque suele ser el que administra la sabiduría legal para que
sorteen la cárcel sus delincuenciales clientes, sólo que en ésta nueva lid
ponerse del otro lado le hace ser carne en el asador para gente más ducha y
oscura. Justo ahí es donde brilla Malkina, con una Cameron Diaz en un papel jugoso dentro
de su carrera y esencial en la propuesta, pero adscrita a un registro conocido,
sencillo a fin de cuentas. Malkina yace bajo tres parámetros, uno es su desbordante belleza y
sensualidad provocadora, como su lascivia sugerida a la par de su impune
misteriosa crueldad en su anhelo caprichoso de confesión; ésta lascivia es asumida desde una copula con un vehículo último
modelo, gracias a su flexibilidad y al voyerismo de su entrepierna; otro parámetro es su
inteligencia para ejercer un plan maestro, que de la mano de la tentación, la ambición
y el haber pensado mejor el cruzar la línea de la criminalidad son la película; y tercero es su calidad de cazadora, gracias a su frialdad, que arguye una dimensión
unilateral: la de un demonio.
Otra característica que agiganta la realización, a mi ver,
pero que muchos críticos han hallado de insufrible regodeo y hasta ha habido
sorna con esto tildándolos de momentos ridículos o confusos es el continuo estado de trascendencia, típico de la literatura de Cormac McCarthy y que quizá pueda
enloquecer a algunos espectadores que por norma general son indiferentes a
cierto esfuerzo, como a otros serles objeto de decepción al estar en
el limbo, en la experiencia a través del
arte. La violencia también tiene momentos gloriosos en el filme, con la
planificación del homicidio del motociclista y negociador, o tras la
liquidación que prepara una conversación casual acerca de un dispositivo de
decapitación que más adelante lo veamos en acción con pelos y señales. Los
diálogos que propone el guion son metafísicos, se denota que Ridley Scott ha seguido fielmente a McCarthy, como el que se da con el joyero que articula el actor alemán
Bruno Ganz; vienen a ser explicaciones profundas sobre el mundo del crimen,
de la droga y la fatalidad que envuelve a todo ello. El momento que frontalmente muestra lo que las palabras argumentan, cuando un camión de basura echa un
cadáver sobre una montaña de desperdicio, es vastamente impactante, aparece como una
bofetada existencial, tal cual lo sopesaba Westray, conocedor de su ámbito. Finalmente se trata de proporcionar sentido a una forma de vida que
muchos no “entenderán” ni deben tomar a la ligera si bien como se dice, la
muerte puede ser algo banal e influir la seducción de la suntuosidad y la vida
fácil, que parece algo siempre tan intrascendente e inconsciente.
Queda el mensaje de las decisiones que tomamos, y creo que
se hace sublime, aunque algún monologo como el que proporciona Malkina, a puertas de un nuevo negocio, sea tan propio
del estereotipo que representa, mediante su expresión de autosuficiencia y estar por
encima del resto, algo logrado pero unidimensional. La vemos con unos ágiles y bellos
largos felinos iluminados por el inclemente sol, como metáfora a un punto manida, la que aun con crítica cae en
gracia como una potente presentación, en sus fieras corriendo tras un conejo en
medio de un paseo exótico/erótico a la vera de unos cocteles que permiten
entablar una de tantas revelaciones verbales sobre la ausencia de dependencia
emocional con gente allegada que desaparece de nuestras vidas (la declaración
de una filosofía). De la misma manera está en el peinado exaltado de Bardem y su naturalidad física
y su personalidad al estilo de la serie Miami Vice. También resalta la
escena de cama y sabanas etéreas que yace en la apertura de la película, que
sería el mayor aporte de Cruz, teniendo uno de los cuerpos más esculturales de Hollywood
y del que hubiéramos querido ver más.
Fassbender está memorable, como cuando se quiebra con el CD
enviado por el cartel en la ley de su justicia, y es que cada personaje es
importante aunque a los actores les hayan sacado poco jugo en realidad, fuera
de sus imponentes presencias y como saben utilizarlas, siendo el uso de ellos en parte más
aspaviento que otra cosa o, para ser condescendientes, un engrandecimiento y la ardua
proyección de lo mínimo, al igual que con el conjunto del relato. Celebro la película en buena medida, no es como para despreciarla, aun no siendo todo
lo grande que alumbraba seguramente en el inicio. Es un filme que esconde más de una vuelta de
tuerca y presenta varios ángulos. Ridley y McCarthy han actuado con entera libertad, y ese entusiasmo debe primar por honesto y esencial, desde el día en que el escritor americano decidió hacer un guion de cine y plasmar sus constantes. Ésta es una obra que debería de tener una segunda
oportunidad. The
Counselor posee alma en su calidad de entretenimiento sofisticado.