Fango tiene dos historias principales, que aunque forman un
conjunto, más parecen paralelas, siendo en parte polos opuestos, teniendo su propia independencia, o se pueden leer bajo distintos anhelos de
expresión, si se ve con sutileza, dentro de una obra que quiere contar mucho en poco espacio, sea
dicho estando bien dosificada y finalmente fusionada, en que comparten su
idiosincrasia urbana, su gente y sus particulares frustraciones existenciales,
en una por medio de peligros, asesinatos, en otra no poder desarrollar nuestra vocación, no cumplir con nuestros sueños (que no es poca cosa), en un aire más
común, a diferencia del otro mucho más libre y en calidad mayor de cuento.
Una de ellas es de superación, hallar el éxito en nuestra
pasión (en la música), mediante la formación del camino de un grupo innovador
que quiere mezclar el heavy metal con el tango, y construir algo que llaman tango
trash, lugar donde converge la melancolía con la rabia, creando un sonido
intenso, desenfrenado. Para ello el brujo y el indio, dos mejores amigos y
músicos con trayectoria subte salen en busca de integrantes, encontrándose con
genios de barrio, que aún no yacen reconocidos fuera de sus calles, no son
populares a escala nacional o por requerimientos personales han tenido que
abandonar la música, pero son la esencia del arte que los motiva. Su grupo se
llamará como indica el título, Fango.
La otra versa sobre una infidelidad que trae mucha cola,
fatalidad, muerte, entre gente como dice el filme, difícil, de temer, entre
pandilleros con poder y abuso en la cuadra que tienen un líder lleno de
cicatrices, culturistas intimidadores de estilo punk paramilitar o ex
delincuentes y compinches homosexuales y ahombradas. Todo parte desde que una
robusta joven y lesbiana que estuvo en prisión, prima de una esposa y también
muchacha a la que le engañan descaradamente, quiere alejar, luego darle una
lección, y hasta secuestrar, siendo proclive a matar, a la tercera parte en discordia que aunque está también casada
se da sus escapadas. Nada saldría de lo común si no fuera que ésta relación
extramatrimonial se desproporciona por el tiempo y la frecuencia, el desinterés
y la frescura conyugal por la contraparte desleal, y por la suya la convivencia
liberal. Entonces, cuando se le pide ayuda a Nadia, ella se lo toma muy
personal, no solo por el parentesco sanguíneo, sino por la pérdida del
nacimiento del hijo de su familiar que la llama para que intervenga, y que es
algo que la trastorna, le nubla y le hace hacer cualquier cosa en consecuencia.
En adelante es como una bola de nieve, revanchas y contraataques, y es algo
rocambolesco.
Ésta propuesta es un cuento brutal donde brilla el uso de las armas caseras
hechas en la zona, como se podía ver en algunas escenas de Vil Romance
(2008); también los enfrentamientos con cuchillo de carnicero, las palizas o combates a
puño limpio, y los ajusticiamientos. Tiene un tono que da a entender el uso de mucha ficción, donde se crean matones particulares, como
Nadia, que es la protagonista y gestora de tanta violencia, el as de la
película, que como se dice, no puede controlarse, aunque el brujo sería el héroe, solo que yace más implicado en la historia de la banda Fango. Pero terminará asumiendo muchas pérdidas/derrotas en general. A la vera de Nadia se provee el filme de emoción, audacia,
entretenimiento superfluo que atrapa, el que te saca una sonrisa cómplice,
porque la historia no te la tomas en serio, si bien es un buen contexto -con su propia imagen- dentro del extrarradio de Buenos Aires.
El llamado conurbano
bonaerense es importante en la presente película, es el reflejo de lo underground en Argentina (la limitación junto
con la dificultad de sobrevivir, diría; y de ahí que se justifique la cierta
precariedad formal del filme, no total porque está bien grabada a fin de
cuentas). El legado artístico y cultural de Campusano incluye el no hacer uso de actores profesionales, aunque repite con Oscar
Génova, el que hace del brujo, quien nos remite a la edad y
la cercanía de la vejez, en la
que está el director también. Campusano a sus 49 años lo sabe y lo
hace bien, a su modo, mientras la historia es por su lado una decadencia/derrota
abrumadora, pero un goce que da la gran pantalla ante todo. Campusano suele decir que sus "actores" se copian a sí mismos, y eso es algo que suena -si le
tomamos la palabra- bastante curioso viendo la violencia y criminalidad que
entendemos no literal pero representa lo que son sus no-actores. Sin embargo, como además suele decir el director argentino, no está para juzgar, sino para
mostrar todas las caras humanas, hasta lo deplorable, siendo si se viera así una
autocrítica de la ciudad y la esencia de la realidad misma, y hay una necesidad
satisfecha. Las actuaciones tienen sus ratos deficientes, siendo por momentos
vistosamente unidimensionales en su expresividad o que dejan ver asomo de risas
involuntarias o hasta parecen estar haciendo memoria robóticamente. No obstante
terminan funcionando en conjunto. Campusano tiene un estilo visual y una narrativa sencilla agradable, que seduce
con su trama bien hilvanada, que hacen de sus formas
poco agraciadas un arma de identidad.