Perrone divide su película en 3 partes más un
colofón. La primera versa sobre la proclividad al crimen, a esa tentación y
seducción (al no estar consolidados), ese dejarse llevar más allá, no medir
consecuencias, seguir los impulsos primarios, ser emocional, como unas tomas en
collage nos lo muestran; esto, es a la vera de la duda y la inquietud de un chiquillo. Es el peligro y la preocupación/temor que puede regir sobre la demasiada libertad,
la anarquía juvenil, que se deduce de cuando un padre innominado y
representativo increpa a su hijo skater en un trayecto en auto. El chiquillo sólo
quiere hacer ocio, callejear, siendo un tiempo de inmadurez y de rebeldía, pero
también donde brilla la ilusión, el goce intenso y la ruptura de la inocencia, el
crecer. Se coloca de punto de inflexión al yo descubridor en el enamoramiento
–bajo la técnica del expresionismo y los primeros planos, que será algo
recurrente, como el amor como influencia, y que Perrone lo usa como fatalidad- y
la violencia –en un relato incompleto e indeterminado en una especie de neo-noir
-.
Apreciamos la línea, en buena parte tenue, de una decisión; simplemente yacer
en el entretenimiento extremo propio de una temprana edad atrevida, libre, o
traspasar a lo delincuencial, el salto a lo réprobo, el agravamiento; punto donde
ocurre el desarrollo del temple y la personalidad. Tenemos mucho campo
para la imaginación y la interpretación, si bien se puede percibir una narrativa,
aunque excesivamente corta y momentánea. El resto en ese capítulo, que tiene semejante dominación de
tiempo, igual formato en los otros, aunque más en los dos primeros
como si no existiera nada más, es ver sencillamente imágenes de prácticas de skateboard en la
natal Ituzaingó de Perrone, su recurrente perímetro, entendiendo que la propuesta es ante todo la exhibición de una cotidianidad, la construcción visual
del quehacer de personajes anclados a solo patinar y fraternizar a ese son, siendo
la filmación de una subcultura, acrobacias, saltos y relajo, mientras suenan principalmente
en la banda sonora unas cumbias en versión electrónica.
La segunda parte es muy similar a la primera, en un filme que en conjunto está hecho en imitación del cine mudo, sin diálogos, sino como exige el tipo de séptimo arte emulado, con inter-títulos y grabado en blanco y negro, pero dejando a ratos ciertos sonidos naturales o algunos en particular como la canción romántica angloparlante de una guitarra, un acordeón en medio de un concierto de garaje o la televisión con un videoclip de una banda argentina. Éste segundo capítulo nos describe el nihilismo y el vacío de la adolescencia, en que una chica joven también, sale con alguien menor, otro pendejo de protagonista siendo tres marcados en cada parte, a quien le pide que le acompañe en su suicidio. No hay más, se articula nuevamente la ambigüedad y se apela a los sentimientos en forma general y superficial tras una recreación sugestiva en donde se movilizan nuestros sentidos. Se ve en esencia y leitmotiv mucho skateboard como fuente de conocimiento de una edad.
La tercera parte es algo más narrativa, es más un cuento aunque
tiene su pequeño toque introspectivo sobre la etapa de la vida que se ha querido
manejar. Me recuerda a Gus Van Sant, a Paranoid Park (2007). Hay un crimen misterioso,
de donde pagan caro los sospechosos, siendo una poética de lo maldito como un
estamento de la obra de un outsider, como Raúl Perrone (1952, Buenos Aires).
Todo partiendo de la inestabilidad de un embarazo no deseado, la responsabilidad
luchando contra la inmadurez, el vagar sin rumbo, el enfrentarse a algo en que
no parecemos encajar, la tensión y un aura de melancolía ante verse como un especie de fracaso, de excluido, con un contexto con drogas y hasta donde asoma
la homosexualidad.
Otro referente, no solo la técnica del cine mudo de Carl
Theodor Dreyer, es la recreación bastante breve de la escena homenaje de Jean-Luc
Godard en Vivir su vida (1962) sobre La pasión de Juana de Arco (1928), una escena
hermosa del danés en un meta-cine glorioso del francés, metida en el filme de Perrone en cajas
chinas, aunque no lo profundiza, solo lo deja ver y pasar como una chispa de cinefilia, como pasa de la misma forma con la ensoñación que producen las nubes en lo existencial. Esa mirada de la cámara que se posa en el cielo inmediatamente
nos retrotrae a La ley de la calle (1983), cuando Rusty James desde su sencillez como ser humano quiere otra vida distinta a la pobre y encasillada que lleva.
P3nd3jo5 (2013) ganó el Premio a la Mejor Película en la
competencia internacional del festival de cine Lima independiente 2013, y mejor
director en la sección oficial argentina en el Bafici del mismo año, el
festival de cine independiente de Buenos Aires. Es una realización de la que no vamos a
mentir, sino más bien advertir y preparar al espectador que desconoce de ella, como
alentar a visionarla, es un filme arduo de ver, exigente, que implica paciencia y
apertura con un cine atípico al uso general, ya que sus imágenes en gran parte simplemente
yacen libres sin sentido mayor, tiene mucho de video-arte, en dos largas horas
y media de duración, en que sin embargo una vez sumergidos en su estilo y forma tan osada,
particular y despreocupada de cavilar y mostrarse sientes que te retribuye aunque
no sea su prioridad agradar porque pretende hacer arte a su modo, y hay que respetar
su honestidad y entrega.