Venía tiempo que no hacia una crítica sobre una cinta surcoreana,
con lo mucho que me gustan y suelo estar atento a sus realizaciones (sea dicho,
es un cine muy prolífico), con la que estamos un poco retrasados, ya que muchos
ya la han comentado afuera, si bien es natural porque no vemos estrenos de este
país en la cartelera peruana, salvo alguna telenovela en la caja boba, pequeña
pantalla de la que suelo huir siempre, aun a costa de los salvadores canales
internacionales y las proclamadas magníficas actuales series de las que estoy
desligado. La presente es nada más y nada menos que la segunda película con
mayor recaudación en la historia de la taquilla coreana.
The Thieves (2012) es una película para un público amplio,
una cinta que se estila de entretenimiento puro y duro que muchos ven que emula
a Ocean's Eleven (2001) de Steven
Soderbergh, pero claro como la mayoría ve todo salido de Norteamérica, sobre
todo en el cine, no le faltan las comparaciones, además de que se da un caché pop
cinematográfico donde muchos entregan y obtienen un referente fácil de identificar,
que es el séptimo arte hollywoodense, más si tiene pretensiones comerciales. Sin
embargo, si nos quitamos nuestra alienación/aprendizaje normal, exceptuando
cierta lógica en ese aspecto, los thrillers y la acción que presenta Corea
tienen bastante personalidad propia, y lo suyo es algo espectacular que más bien
habría que copiar. Hace tiempo que lo suyo se ha ganado sus propios adeptos
incondicionales, y como es de esperar, The Thieves, con un quehacer sumamente
limpio que deja ver una arquitectura formal de primera categoría, presenta unas
escenas intensas y emocionantes, sublimes, cargadas de grandilocuencia, de
vasto artificio, al que no le importa el exceso, el que rompe reglas de
realismo pero ateniéndose a un hilo de personal verosimilitud, convirtiéndose
en algo fantástico pero bien tratado que
lo asumimos en toda su libertad y nuestro apasionamiento. Y no se da en el
lugar esperado o cotidiano, sino cuando el gancho está servido hace algo nuevo
y creemos un poco mayor, en pocas palabras, la locura visual y la adrenalina
llega cuando se articulan muchos bandos anhelantes de una joya especial de
valor astronómico, cuando hay división y traición, en medio del caos, en el
lapso en que ésta yace rodando entre manos, es decir, finiquitado el robo –uno
demasiado mecánico en su perfección y supuesta complejidad, de cariz complaciente,
pero que entendemos en ese aspecto deliberado ya que pretende generar sorpresa
e impremeditación inmediatamente tras cumplir con lo estipulado, generando un
orden atrevido a continuación, que es uno de los valores mayores del filme-.
Cambiar –o mejor dicho, repartir, más al lado del salto por
la ventana, el abrupto descenso y colgar por fuera del edificio- el espacio de la más ardua violencia representada,
le brinda un rato de originalidad y audacia directa a su trama aparte de su
gran manejo in situ con distintas líneas de argumento, uno fácil pero milimétrico
(su otra virtud), entre ambición, deber y emotividad, teniendo de fondo una
relación con un drama afectivo, sencillo al fin y al cabo, de un pasado que iremos
desentrañando y que incumbe a tres de los ladrones. Logrando alta calidad de ejecución
como nos tiene acostumbrado este séptimo arte, en donde nos invade la
acrobacia y la espontaneidad que nos hace vibrar en su fuerza escénica donde la
criminalidad presenta sus atributos de profesionalización y excepcionalidad, al
punto de superar o simular la de algún comando especial, tanto que se llega a
minimizar al escuadrón policial nacional de ese tipo.
Sumado a que el gran robo es codirigido con asaltantes
chinos, en donde sobresale el rostro popular de un actor del cine de acción
hongkonés, el de Simon Yam como Chen, que no falla con las expectativas que
representa para el espectador y fanático en el rubro, porque tiene su momento
donde luce sus habilidades de sobrevivencia y criminalidad, con una potente
escena de persecución de autos que posee unos efectos especiales fantásticos
que dan una credibilidad inaudita en su realismo. Y no solo por ese lado hay un plus en una
imagen reconocida en el género, sino que Corea tiene lo suyo, con Kim Yun-seok
como Macao Park, uno de los grandes intérpretes de este cine, de los más
importantes, y con él toda la magia del thriller surcoreano, poniendo sus
fichas en un personaje que quieren que sea de los más memorables, como se suele
buscar en todo séptimo arte, apostar por sus estrellas. Con ellos hay muchas bellas damas asiáticas,
pero la que nos parece la top del grupo es la actriz Gianna Jun que es una delicia
de beldad, en su delineada y estética delgada figura y su rostro de muñeca en
sus propias características orientales, sumamente hermosa y cuando quiere
sensual como no va a faltar y a explotarse como arma, pero que no solo se queda
en ello sino que se presta para el humor, y las duras recreaciones.
Ese es un punto más, común en el cine coreano, proveerse de
un aura de humor, de relajo, y cierto
absurdo, aquí más recatado en su locura cotidiana, pero dispuestos a no tomarse
demasiado en serio, ya siendo suficiente con tanta precisión, talento y
fisicidad hiperbólica de la historia y sus personajes, pero que no se hace abrumadoramente
perceptible en conjunto como para dañar la seriedad y la atención de lo que se
trama y ejecuta.
Es un filme que no será una de las obras maestras del cine
coreano, porque le falta un toque de perversidad y muchísima más originalidad; de
esta última tiene pero muy poco, no la ostenta en la medida de lo memorable. En
una propuesta que opta técnicamente por el refinamiento –en lo estructural
intachable- y por aferrarse a un orden que hace añorar intrepidez argumental, pero
sí que saciará emoción, vitalidad y ritmo, siendo bastante rápida de deglutir, aparte
de ser algo vistoso aclamando belleza como con los paisajes; tiene un aura
afrodisiaca en el ambiente y hasta exótica en su haber de lujo, que combina con
una simpatía natural propia de la amabilidad del cine comercial y de su
naturaleza de yacer pedestre debajo de todo. Hay una ilusión de complejidad en
su interior pero que afinando la vista no lo es, pero se debe a una buena artimaña; tampoco el robo termina siéndolo,
da la sensación de más falsa parafernalia que otra cosa –y todos lo son pero a
este se le notan parte de las costuras del engaño-, el que se percibe así
cuando se ve el movimiento del plan que a ratos luce demasiado simple como en
la parte del casino y la labor del chino –coreano Andrew que es bufonesco, culpa
parcial de querer darse mucho en sí un tono despreocupado (desde el inicio en
un primer robo), en que incluso se echa en falta cierta tensión en el proceso.
Pero como decimos el clímax real no es este, sino que se deja ver tras lo imprevisto para luego volver en el apartamento de Macao Park en toda gloria, y cuando realmente
ocurre el asunto queda en su punto idóneo, nada está afuera, y se provee de
muchos giros, combates y escapes sabrosos.
El director Choi Dong-hoon se nota a leguas que es un tipo
al que hay que darle trabajos complicados, aunque sean solo en las formas
principalmente, como se viera en su anterior película Woochi, el cazador de
demonios (2009), que subyace –ésta sí, sin duda- claramente en toda onda de Underworld
(2003) y Van Helsing (2004) aunque como es obvio bajo un contexto oriental, uno
pseudo histórico, de aire legendario, luego adaptado a la modernidad (en que un
personaje trascendental lo interpreta Kim Yun-seok). Pero que si no eres asiduo
a las mencionadas aconsejamos ni ojearla ya que tiene un tempo que se llega a sentir,
harto, si no eres afín a estos relatos con monstruos y abundante fantasía. Por lo
que mejor optar dentro de su filmografía, de lejos, por Tazza (2006), quizá su
mejor película, una que vale recomendar; y lo mismo hacemos con The Thieves, un
estupendo pasatiempo, mírese por donde se mire.