Una de las engreídas de un reconocido y popular cine independiente se llama Sofia Coppola, la directora que nos convoca en esta oportunidad, y que suele versar sobre una temática muy reconocible en su hacer cinematográfico, el vacío existencial en la opulencia, y hasta en la fama o en el atractivo físico, hablar de la superficialidad, de tenerlo todo en la vida y sin embargo no ser feliz; en ello se mueve con sumo conocimiento, nivel creativo y estilo, y eso se imprime en su nueva película, que trata de los chicos que sueñan con tener la riqueza y el despilfarro, la notoriedad egocéntrica pero banal, de socialités, modelos y hermosas estrellas de Hollywood como Paris Hilton, Miranda Kerr, Megan Fox o Lindsay Lohan, y no se les ocurre mejor forma, viviendo la facilidad de la ambición contemporánea, de entrar en sus desprotegidas casas y simplemente robar sus fastuosas prendas, zapatos, dinero y joyas, idolatrando la moda, la suntuosidad y a esas efigies famosas de la cultura americana que son la oda del capitalismo y el materialismo más vanidoso y exhibicionista del planeta.
Un artículo en la revista Vanity Fair, escrito por Nancy Jo
Sales titulado “The Suspects Wore Louboutins” (los sospechosos usaban
Louboutines), fue el material inspirador que emocionó a Coppola para llevar a cabo
su adaptación al cine, lo cual resulta bastante natural de imaginar ya que le
cae preciso en lo que suele ser su esencia en el séptimo arte, siendo una
recreación que brilla en la madurez de la directora, tomando mucha sobriedad en
como lo ha llevado a cabo, tanto que se le puede atribuir demasiada simpleza a
su filme, una obra sin demasiado riesgo y que más bien busca -digamos que en
parte fácilmente- la complicidad de la actual generación juvenil de las ubicuas
redes sociales, aunque dejando en el aire una crítica del mundo que los retrata
o al que aspiran llegar a tener en las celebridades pop de la juerga y lo mediático
exuberantemente visual, y eso denota una voluntad de trascender con el arte,
aunque sin caer en paternalismos ni en cátedras de comportamiento. No obstante,
su buena estructuración o su expansión en hora y media de metraje bien
dosificado y expuesto sin agobiar en la reiteración, indudablemente posee una
buena cuota de talento y experiencia consolidada. Los robos incluso varían en
la forma de filmarlos, como uno grabado en un zoom desde la distancia espiando el
movimiento de los asaltantes en las distintas habitaciones de una mansión
robada, o a través de una cámara supuestamente de vigilancia que imprime un
color verde en su formato o, también, claro, de forma común como cualquier película.
La historia explícitamente se trata, aunque suene inverosímil de creer, de abrir las puertas sin cerrojo, trepar las cercas de baja estatura o buscar de la manera más inocente las llaves debajo del felpudo. El filme nos muestra a cinco chiquillos, principalmente, de escuela secundaria y de buena condición social aunque no al mismo nivel económico de Paris Hilton y similares en donde el ingreso es ya astronómico y excepcional, hurtando una suma desorbitante en objetos adquiridos de finos diseñadores de moda; lo hacen sin armas ni violencia de por medio, esperando que la víctima esté fuera del hogar en alguna fiesta que era revisada por internet en los enlaces de chismes de la farándula de Los Ángeles. Sofía Coppola apuesta por rostros desconocidos, aunque tampoco es tonta y utiliza además pero en segundo plano en realidad, a una virtuosa e híper notoria Emma Watson que no solo sirve de gancho publicitario sino que ella misma da la talla y más, aprovechando la convocatoria en una imagen sensual y engreída creíble de una ninfa del clan de los Bling Ring, impresionando en los cortos ratos de provocación adolescente que estila en su deslumbrante belleza estilizada y que nos recuerda a Kirsten Dunst, en otros formatos interpretativos, en propuestas anteriores de la directora.
La historia explícitamente se trata, aunque suene inverosímil de creer, de abrir las puertas sin cerrojo, trepar las cercas de baja estatura o buscar de la manera más inocente las llaves debajo del felpudo. El filme nos muestra a cinco chiquillos, principalmente, de escuela secundaria y de buena condición social aunque no al mismo nivel económico de Paris Hilton y similares en donde el ingreso es ya astronómico y excepcional, hurtando una suma desorbitante en objetos adquiridos de finos diseñadores de moda; lo hacen sin armas ni violencia de por medio, esperando que la víctima esté fuera del hogar en alguna fiesta que era revisada por internet en los enlaces de chismes de la farándula de Los Ángeles. Sofía Coppola apuesta por rostros desconocidos, aunque tampoco es tonta y utiliza además pero en segundo plano en realidad, a una virtuosa e híper notoria Emma Watson que no solo sirve de gancho publicitario sino que ella misma da la talla y más, aprovechando la convocatoria en una imagen sensual y engreída creíble de una ninfa del clan de los Bling Ring, impresionando en los cortos ratos de provocación adolescente que estila en su deslumbrante belleza estilizada y que nos recuerda a Kirsten Dunst, en otros formatos interpretativos, en propuestas anteriores de la directora.
La historia se sostiene de una novata, Katie Chang, que interpreta a Rebecca, la que
lidera, promueve, imagina y articula los robos, lo hace con una actuación
natural y de suma sencillez, con dominio y tranquilidad que puede engañar al
espectador en su calidad de principal frente a Watson que inmediatamente se
deja ver, aparte de que a la otrora Hermione el papel que le toca es más
rabioso en su vacuidad y estupidez, de la que se deja una línea tenue sin
convertirla en caricatura pero haciendo escarnio sutil de a quien representa (el
final con la web es como una bofetada a su estulticia). Chang luce humilde en
su perfomance; sin embargo logra manejar muy bien la exuberancia de los deseos
y la parafernalia del líder juvenil, ya que en el meollo del asunto son chicos “que
quieren ser” más que “ya hechos” como diríamos, y son pedestres aunque
ambiciosos, e inútiles como la mayoría en el mundo. Queremos muchas cosas pero
no sabemos cómo obtenerlas, sobre todo las de tamaño desmedido y costosas; no
es tan fácil adquirir un estatus de privilegio, y es que a gente como Paris
Hilton le viene de gratis, y solo saben explotarlo con desparpajo y loca irreverencia
y confianza.
Dentro del grupo de los Bling Ring pasan distintas resaltantes
y determinantes características de la actual juventud, la angloamericana, que
se emula o nace con similitudes humanas también en el mundo, siendo una sólida
carta de presentación o radiografía de ellos y el tiempo en que vivimos, como
imitar y admirar por cool la música hip hop, sucedánea de lo más atrevido que
es como una búsqueda constante de la edad y rebeldía que se admira, de los “pandilleros”
afroamericanos, y toda su cultura de extravagancia, mal gusto e insolencia, en
su vestimenta y forma de hablar, con monosílabos, faltas de respeto aclimatadas
al léxico, malas palabras, jergas y una simplificación verbal y mental en el
comportamiento, y es vistoso en la guapa rubia Chloe (Claire Julien, primer
papel mayor en el cine luego de ser extra en otra película). Así mismo es la impulsividad
e inconsciencia de Sam (Taissa Farmiga, la hermana más pequeña de Vera Farmiga,
y que yace en su segundo papel), que es como una rémora autómata de su hueca
hermana de cariño, de Nicki, Watson. Y hay que mirar con detenimiento a Israel
Broussard como Marc, el único hombre del grupo de ladrones, que se ve muy
prometedor como actor a sus 19 años de edad y es la verdadera sorpresa de la
película (en su tercer largometraje de cine). Él, como protagonista, alberga más
complejidad de entre el conjunto, describe de que trata la película,
el mensaje y la esencia del filme; es en quien se solventa la fuerza del argumento,
aunque sea pupilo y cómplice, y no la cabeza. Es el que despierta sentimientos
en el público, y al que Coppola también le tira algún dardo envenenado o
apropiado dado el caso, como a todos sin distinción, porque la directora no se
amilana y como buena artista expone todas las aristas existentes en su
propuesta, lo negativo, lo positivo, lo feo y lo bonito, que tiene de todo en
su imparcialidad de cuentista y retratista en profundidad. En él hay
humanidad aunque error y un deslumbramiento que le genera un autoengaño que no
solo es suyo sino general, de muchos, aunque en distinta medida y necesidad, y
a donde Sofia apunta suponemos en su altruismo escénico e ideológico, si bien
parece ser mucho su punto de identidad y tiene seguramente parte de su
negatividad/“descredito” y conformismo y hasta su banalidad (¿no lee Vanity Fair?). Le dice un periodista, ¿Marc, que se siente ser un soplón?, pero
también vemos que la policía lo engaña diciéndole que su mejor amiga ha huido y
no es del todo así, aunque a la hora de los castigos se ve que el gallinero se
alborota y corre cada uno por su cuenta, aunque Nikki es la más traidora,
mientras Marc lamenta la lejanía con Rebecca, en su silencio y rechazo en el
juicio o en su amistad rota –valga la ironía involuntaria- en facebook. Ha
habido buena creatividad con su ilustración, notorio al dejar ver su homosexualidad
pero con tino e imprecisión, como parte de esa admiración al lujo y la moda.
El filme tiene su propia intensidad aunque se trate de niños
mimados y al fin y al cabo inofensivos en cuanto a peligrosidad (pero que
obviamente merecen contenerse en la sociedad sino eso crece y empeora, o da señal
de impunidad como comunidad y orden regente), más que de fieros e intimidantes criminales. Ésta no es la típica historia de violencia, sexo y drogas que solemos perseguir
en el ecran para que nos transporten a la sensación de vivir a través de unos
verdaderos hijos de puta que nos llenen de adrenalina y
fuerza emotiva sin sentirnos directamente involucrados, de la ilusión de lo
genial en lo delictivo. Lo dice todo una frase, idónea y contundente ante la
absurda notoriedad aplaudida de sus contemporáneos, EE.UU tiene fascinación por
Bonnie y Clyde, suele rendirles culto, mezclándose con el deseo de darle cierta cabida
al outsider, una añoranza del que yace abajo aunque no se
acepte uno así. Pero tiene de todos esos elementos en audacia como su
propia historia en sí lo es, en un cariz como el del contexto idolatrado, muy
suave y conforme, refinado, paradójicamente -para lo que quiere representar- de
corte amanerado de cierta forma, donde obnubila el placer, el ego inflado, la fiesta, el derroche, el ser aparentemente el mejor, el más
atrevido y el éxito del lugar; de ahí que se vanaglorien con sus delitos, con
haberse metido en casas de famosos y llevarse sus pertenencias, y luego tomarse
torpemente fotos con todo lo extraído y colocarlas orgullosos y heroicos,
especiales como sueñan ser, en la red. Olvidan la pena que
tarde o temprano caerá al dejar pruebas y estar fácilmente expuestos a ser descubiertos por la policía. Pero, la superficialidad
implica reflectores, fotos, gente observando, glorificando y gritando nombres,
fanáticos, en otras palabras zombies, y de ello su auto-publicidad criminal, que
articula una (a veces muy cotidiana) inocencia al no ver la gravedad en toda
medida de lo que están haciendo, sino disfrutar desenfrenadamente de lo que
obtienen, momentáneamente.
Estamos ante un relato controlado pero dinámico, sin
sobresaltos efectistas tanto que su sensualidad –una importante estética del
filme- es elegante, pero con los pies sobre la tierra, muy atractiva y
espontanea dentro de la inmadurez de sus personajes, en que se extiende sobre lo necesario y gusta de sugerir pero dejar ver
aun así más que suficiente; se explaya mucho desde lo intrínseco, y tiene ritmo
como el que describe, que vibra en la particularidad de su historia, respetando lo que cuenta y lógicamente apostando
por esto (como se diría, allá quien no sepa valorarlo), solo que tal cual. Cumple con todo, es inteligente, rehuyendo (como proyecto) no ampararse formalmente
en la banalidad, solo contando la historia de ésta, sin que sea demasiado arduo
tampoco, sino equilibrado. La propuesta se convierte en un observador total de cada recoveco juvenil, a la luz de la grandilocuencia
contextual; presenta una lectura nueva y eficaz, con bastante cercanía pero menor a su vera a una de las
mejores películas de Sofia Coppola, Las vírgenes suicidas (1999). No será la
película que emule el máximo estado de gloria de su filmografía, Lost in
Translation (2003), gracias a la hondura existencial de esa obra y su franqueza,
modernidad y transparencia en su forma de mostrarla, pero es una realización
con personalidad, vasto control, buena factura y una trama solvente bien
concebida, que tiene ratos decisivos como con esa música tan pegajosa, que la puedes llegar a odiar eso sí, “Crown on the
Ground” de Sleigh Bells que abre el filme en los robos. No cansa sino más bien agrada y rápido, y eso de un artículo convertido en filme elogia mucho
la dirección de Coppola, que sea dicho de paso aquí nos convence sin que
tampoco haya que reventarle demasiados cohetes, dado cierto grado de austeridad que le ha
jugado un poco en contra en una medida. Encumbrar indirectamente a Paris
Hilton, más sus símiles, observándolo a través del rastro de anhelar robarles un poco a su
germen inicialmente no parece un motor tan cautivante
para muchos espectadores (tanto como otros caerán rendidos como abejas a la
miel), pero si como complemento de sus perpetradores, sus actos punibles y lo que representan al generar una buena auscultación juvenil tratada con noción, buen gusto y
técnica.