La ganadora del Oso de Oro de la Berlinale 2013 ha recaído en una
propuesta rumana, perteneciente a Calin
Peter Netzer, la que inmediatamente me recuerda a otra vencedora de la misma presea, Nader y Simin, una separación (2011), con la que comparte similitudes. Ambas se
contextualizan de cara a un juicio tras un accidente que puede recaer en la posible
pérdida de la libertad de alguien perteneciente a la clase alta o acomodada de
su país frente a demandantes o victimas acusadoras de la clase opuesta de la
cadena económica, gente humilde. En la presente ante la muerte del hijo atropellado y la confrontación que versa sobre el
perdón.
El filme se centra en el proceso que atraviesa Barbu que se
halla ante la posibilidad de ir a prisión por rebasar el límite de velocidad permitido
–su error y culpabilidad- por querer superar a un auto que lo demoraba y no ver a
alguien delante suyo, quitándole la vida a un niño de 14 años que cruzó
imprudentemente la carretera. Pero también trata del vínculo entre Barbu y su
madre, Cornelia (Luminita Gheorghiu), la que es sobreprotectora, naturalmente resuelta,
absorbente y dominante, que debo decir honestamente no la encuentro demasiado
molesta como si la cree su hijo quien quiere pedirle una especie de tregua
donde sea él quien la busque y no al contrario, lo que implica a pesar de la
generosidad, los nexos e intervenciones
y su preocupación -aunque excesiva- de ella que le dé un tiempo de distancia
donde cada uno este por su lado. El pedido puede ser muy maduro, pero al mismo
tiempo suena cruel, ya que éste es su único hijo, el niño mimado, la luz de sus
ojos, y Cornelia siente como bien dice que a sus más de 60 años es momento de
sentirse realizada compartiendo espacio a su lado, solo que Barbu siente su
yugo y quiere la total independencia, lejos de su entrometido cariño; ella le
dice que solo espera su respeto pero es el recurso de su orgullo y astucia, siendo
notorio que se desvive por su hijo y quiere su aprecio sentimental. Dado ese
escenario, lo del vehículo y la cárcel es el tema de la superficie y el de lo
filio-parental va por debajo, creando un entramado con bastantes relaciones humanas,
distintos frentes de auscultación que presentan su solidez general, ya que la
película es una sencilla exposición que se fundamenta en ellas, es su máximo
valor.
La propuesta es convencional, y se agradece que no haya un
halo de extravagancia obligatorio en su historia, como suele abundar hoy en día
en el séptimo arte más personal (en que se suele creer que si no te descoloco de
forma abrupta no funciona, y no es así), pero no puedo evitar decir que
aunque es fiel a lo que es el cine rumano, el que retrata con realismo su
idiosincrasia, y tiene además un toque preciso
de originalidad, se hace un poco menos cautivante que de costumbre (la sutilidad y la mesura tampoco es un comodín que aplaudir ciegamente, si bien
tiene honradez y son elogiables estas virtudes en la película por una parte).
Sí, gana nuestra atención porque pormenoriza el proceso del
accidente, el estado de tensión a la vera de las consecuencias y la culpa, el
drama que ocasiona una pérdida fatal e irrecuperable de suma importancia, una
vida humana y más de un menor inocente en pleno desarrollo, que se asume desde
distintas aristas, pero hubiera querido algo más en el abordaje de todo ello,
sin que por ello forcemos momentos o requiera de incongruencias, efectismos o
rarezas. Lo dicho es que se hace demasiado típico e incluso predecible, en una
medida que no engaña y es una buena auscultación del tema, pero sigo creyendo que se pasa de muy normal, tanto que los lloros no aportan
creatividad, sino una cierta inocencia formal. Sin embargo, no cabe duda que perdonándole
momentos bastante obvios y el alargarse con las caras compungidas y los sollozos subyace
una emotividad creíble que es importante, como decía Tarkovsky de que el cine
es ante todo ello, aunque seguro aquí hubiera renegado de la forma de sobrellevarlo.
Es una buena propuesta, no lo voy a negar, es un premio que
es tal cual lo que representa al festival de cine de Berlín y al cine rumano, qué cómo no me va a agradar, aun poniéndole ciertos peros; no obstante creo que es un poco menor –para qué mentir- de lo que nos puede ofrecer éste séptimo arte tan atractivo en
la actualidad. Resalto que a pesar de
carencias y defectos logra entretener inteligentemente, y es sumamente
ágil e interesante, pero espero poniéndome exigente (un algo) más. Le
falta en varios lugares, como con la sobredimensión del tema de Barbu y su madre aunque suene todo el asunto como verídico y cotidiano (que
tiene hasta de involuntaria ironía, o quizá adrede, en un momento no falta el
calificativo de junior, un clásico).
Hay que hacer un merecido reconocimiento a la actuación entregada
de Luminita Gheorghiu que del conjunto sostiene el filme, el resto
está por debajo de ella (Carmen, la esposa, parece un mueble como actriz y su cara no da muchos registros, es un puño, yace arrugada en único gesto, le falta mucha más vida y naturalidad), exceptuando la breve performance del personaje de Dinu Laurentiu (Vlad Ivanov), que es un tipo muy del siglo XXI, alguien despierto hasta lo tranquilamente perverso en lo ladino, alguien desagradable ante nuestra ética, quien se pinta perfecto en solo dos trazos. Es de notarse que sabe explotarse como personaje secundario. Otro punto resaltante es la suntuosidad y la modernidad rumana, y el cariz contemporáneo, una Coca-Cola en la mesa o la mención de Herta Muller u Orhan Pamuk, pequeñeces que dan mucha normalidad, época y cosmopolitismo, sumando a lo propio y la personalidad, como con el canto de cumpleaños, los atuendos rurales o un baile de viejos con movimientos bien pop.