Cuando vemos un filme muchos queremos que nos sorprendan,
que nos enseñen algo nuevo pero sin tomarnos el pelo, sin que nos vendan gato
por liebre o que terminemos aplaudiendo cuando honestamente queremos rascarnos
la cabeza, o sea no entendimos nada, en esa conjunción entre misterio y
claridad se encuentra la última película de Bruno Dumont.
Usando los momentos precisos y apoyando repetidas veces la
idea central, se mueve el filme por la visualidad del panorama que nos hace ver
pequeños, pedestres, el campo francés se hace prodigo en esa inmensidad y
desconocimiento en pugna, tan afín a los seres humanos desde que empezaron a
filosofar, a preguntar, a entender, desde que decidimos subsistir o buscar
soluciones. El que tiene la salvación en esta trama es un hombre con
habilidades paranormales que representa un cierto enigma para el espectador, un
ente inclasificable, no es un santo porque también hace el mal (el fuego sobre
el territorio agreste), ni tampoco parece un demonio porque a su vez ayuda a los
demás (la niña enferma) y reza a alguna deidad, pura, por el tipo de ritual;
sobre él hay ambigüedad, en su persona los actos también salvan a través de la
violencia y hasta del asesinato, como en el acto salvaje contra el
guardabosques con la justificación del miedo y resguardo que se puede entender
del contraste con el caso de la violación y muerte, protegiendo a quien quiere,
aun de sí mismo, bajo su inexplicable libertad. Lo que nos quiere decir el
relato es que nuestro personaje principal a pesar de ser especial no es más que
un hombre o se parece mucho a una parte de ellos, imperfecto en sus pasiones, inconsciente,
vacío, no siempre en control de la situación, a la riendas de un destino
vagabundo e impredecible, es en pocas palabras un ser salvaje aun en estado de
poder mediar con la muerte o la locura. ¿Tiene un fin? No, en absoluto, se
mueve en la simplicidad de la austeridad, en una perenne contradicción, en lo
indeterminable, como con la muchacha que cuida, que dice no tener sentimientos
pero lo ama o se conmueve y se enoja tras el disparo de un ciervo, la que
tampoco es proba. Nos movemos hacia la inexistencia de los valores
convencionales, de nuestra humanidad, ¿será ese el mensaje? No sabemos con
exactitud. Podemos identificar muchos de los actos como sensibles a nuestra esencia, aunque las
reglas están quebradas en pos de otra forma de justicia anómala, pero que está a razón de alguna causa de seguridad o de mejora. La atmósfera de limbo es la
tergiversación o manipulación de la religión o algo más fácil de ubicar en el
protagónico, puede tratarse de un brujo, sacándole la vuelta a una forma
desgastada y cotidianamente infantil, solamente que en la cinematografía de Dumont lo dibuja con rasgos serios, secos y
ordinarios.
El filme es austero, las vistas panorámicas son bellas y
apabullantes, el paisaje rustico remite al poder de la naturaleza, de lo primigenio,
los actores apenas hablan, manifiestan con el cuerpo en el gesto de apoyar la
cabeza en el hombro, en la rutina o en la larga caminata de retorno, se da
profundidad a las miradas, posan,
guardan silencio, dejan que la cámara los indague y los exhiba tranquilos, mientras
el ecran nos dice que hay un insondable misterio, que somos tan humanos, y
hasta perversos. Sin embargo la elipsis de quien es, de donde viene el ente
especial con poderes, no se resuelve, habiendo de fondo un reclamo de
involución, un hueco en el paradigma de la inteligencia, de una “superioridad” proclive
a la corrupción, en un colectivo tantas veces reprobable, y no se juzga a nadie
sino se actúa para subsistir, ese es el problema, cuando el orden se pervierte
aun bajo todas las ventajas posibles, aunque en la creatividad de una ficción se
enriquezca y entretenga más un producto cinematográfico.
Dumont es audaz sacando sustancia y juego intelectual a una
historia de estructura sencilla pero visualmente atractiva aun siendo intencionalmente
repetitiva, sosegada, minimalista, demorándose y auscultando el entorno como si
fuera un mapa el cual estamos delimitando. Se puede fijar con facilidad su
trama y al mismo tiempo el magma se mueve en vastedad, y es que economiza y
magnifica muy bien resaltando un objeto de estudio (gracias a la injerencia argumental imaginativa de una
variante que pone un contexto particular, el único verdadero aporte), nuestra
humanidad, filosofa sobre ella, de ahí se puede derivar a los vínculos
afectivos, a los rasgos sociales, a la decadencia. En la realización se puede
ver la calidad de esteta de Kubrick, la trasgresión de Pasolini, la reflexión
de Bergman o la austeridad de Kiarostami, que dice el galo son sus referentes
artísticos en el séptimo arte.