Convertir un libro que se basa mucho en la abstracción como
el de Don DeLillo en una película parece algo muy complejo, aún teniendo puntos
de encuentro con el cine de David Cronenberg, porque lo de los anarquistas con
las ratas en la mano o destruyendo una limusina con aerosol para graffiti en
medio de una turba incendiaria que carga un muñeco de un roedor gigante, un
protagonista disparándose en la mano sin aparente motivo o el abandonar en el
mismo sentido la peluquería con medio corte de cabello cortado, es sin duda
alguna muy propio del canadiense, esa transgresión que ha demostrado en su
séptimo arte y que le ha valido tantos seguidores incondicionales alrededor del
planeta, siendo ésta película fiel al texto, y a una línea que dirime la mayor
parte de la filmografía de Cronenberg, la imperfección es necesaria y esto se
puede justificar con muchas ideas, la que parece una excusa conmiserativa a esa
crítica tan fuerte hacia el capitalismo que ostenta el filme y su inminente cambio
ya que para construir hay que destruir, entendiendo que en toda creación yace
el horror y que hay una repetición menos trascendente de lo que se piensa en el
método que genera una transformación, algo que no se puede desligar incluso de
lo provechoso como la tecnología y la economía, muy unidas a la política, esa desnaturalización
del poder que llena a Eric Packer de un vacío existencial y de la inclinación a
la autodestrucción, estando bajo el ideal moderno, el éxito con las mujeres,
altos ingresos y la facultad de influir en la vida de las mayorías.
En resumen la cinta cae en el mismo lugar, ésta vez por
ambición cinematográfica más que por imponer nuestra audaz filosofía, sin
embargo será de harto interés en el espectador más paciente, indulgente con los
fallos y carencias, y curioso con lo novedoso. Algo a notar previamente es que
tenía a Robert Pattinson como eje y conducto de la historia y su
representación, teniendo que manejar escenas complicadas como mantener un
diálogo en cierto momento erótico con una sudorosa pero guapa trabajadora de su
empresa mientras un doctor revisa su próstata, es decir cuando siendo
heterosexual alguien tiene las manos dentro de su recto. Pattinson era
atracción para muchos y desconfianza para otros, y como resultado apunta que los
que se quedaran más contentos serán los seguidores de Cronenberg porque ha sido
aun a pesar del interés comercial algo atrevido en su elección, y fuera de un
arranque frío, en sí muchos personajes lo han sido, ha sabido sobreponerse y
sacar una actuación digna, lejos del lugar común que le ha dado fama y por
ende será un seguro rechazo en sus fanáticos. Se trata de poca expresividad aunque
logra solventar un cúmulo de emociones entorno al nihilismo, desilusionado de
la antigua brújula, el contexto de su fortuna, de su trabajo, y forma de vida a
raíz de ellos, que no cree ni en el anarquismo aunque admira la pasión de
quienes se desenvuelven en éste. Ha sido difícil, una verdadera prueba para
él, aún en un tono relajado en las formas del filme llevando a cabo el
concepto.
Acompañan al actor americano dos luminarias francesas, Mathieu
Amalric y Juliette Binoche, que con papeles muy cortos son los que más destacan
en cuanto a interpretación, la fogosidad de ésta mujer mayor en un encuentro
casual sexual convertido luego en disertación sobre el arte y la pertenencia –en
toda la película se da mucha conversación reflexiva compensada con eventos en
que Cronenberg puede perpetrar su visualidad creativa aunque en ésta realización yace en
esencia dócil- y la de éste contestatario activista que se graba tras arrojarle
una tarta en el rostro a algún personaje relevante socio-político o económico. Ambos
son intensos y sueltos, siendo “sorprendente” ver como el talento siempre
brilla aun cuando no sean los protagonistas; hay mucha potencia gracias a la
motricidad, sensualidad o vocalización en sus performances, específicamente cuando ella se
contorsiona en un aura desinhibida por la excitación y él se pone alterado
luego de su atrevimiento. Con ellos, otro actor reconocido aunque no tan
popular, Paul Giamatti, que suele verse cotidiano por costumbre. Aquí ayuda a
comprender las intenciones de Eric. Aparece al final para cerrar el conjunto en
un solo punto ideológico que queda abierto apostando por una esperanza, habiendo
mucho diálogo que con su fluidez no se hace pesado aunque da la sensación de
algo anodino en cuanto a la acción. Presenta un lado intelectual a pesar de que no suele dar la impresión de
grave trascendencia, escurriéndose de la solemnidad que de por sí en la realización
ya es suficiente con su quehacer natural y evitando esa reticencia a ponernos
muy pensativos, que de eso va en la película aunque hay repercusión física en una
tensión que tira y afloja discretamente.
Torval (Kevin Durand, de semblante duro pero cuerpo ordinario)
significa la línea de seguridad de esa dualidad, entre su contratante y el
capitalismo, por eso se rompe esa capa, en la necesidad de liberarse del peso
que agobia. Mientras Elise (Sara Gadon) es un personaje contenido pero
semejante a Eric, solo que ella cree en solo limpiar y seguir adelante. No se
imagina sin la “fortuna” que la describe. Aparece rodeada de una atmósfera de
calma melancólica y elegancia.
Éste entretenimiento en manos de Cronenberg se pone un
poco serio, debajo de la extravagancia, dos motores que ha solido perseguir, no
obstante aunque implica una exigencia en esas coordenadas es afable para digerirlo,
muy acorde con sí mismo. Deja la sensación de que tranquilamente ésta podría
ser una obra de teatro, con ese escenario regidor en el interior de la limusina, a donde entran y salen en un mundo alterno que es un microcosmos de lo que yace
afuera. Cuando nos dice que la rata se ha convertido en moneda común.