Hay pequeños filmes que con su llaneza pero solidez atrapan
la emotividad del espectador, un poco de
calidez y reflexión bien encaminada pueden ganarse el aplauso general, incluso
de la exigente y atrevida crítica. Kauwboy es esa clase de filme. La trama la
podemos resumir en un tronar de dedos, un niño que vive solo con su padre, un
guardia de seguridad algo duro, encuentra un grajo (un ave negra de especie
europea) y al adoptarla arma un vínculo con ella ante la dificultad de tenerla
en su hogar por la negativa del
progenitor, la vida de los animales está afuera le dice, en clara metáfora de
los seres humanos que yacen en su interior. Además comparte atracción con una vecina y
compañerita espigada, rubia y sencilla del equipo de waterpolo que tiene la
característica de hacer globos gigantes de chicle de color azul. Todo debajo
del meollo del asunto en la ausencia de la madre.
No es un filme complicado pero maneja sutil sustancia, hay
una unidad que relaciona el cuidado del ave con la falta que le hace al niño la
madre, supuestamente de gira musical en Estados Unidos, y a la que el pequeño
Jojo (Rick Lens) de 10 años de edad llama repetidas veces para contarle sus
fantasías y diario vivir, en el teléfono solo deja mensajes, nadie le responde.
Es entonces que el cariño volcado hacia el ave hace aparición, su trato
ordinario propio de un niño curioso con una mascota atípica a la cual aun a
toda prueba sabe cuidar oculta sentimientos interiores no procesados, hirientes
o complicados en la mente de un chiquillo. Esa introspección se presenta de
manera muy idónea con el razonamiento infantil, vista desde un aire
psicoanalítico.
La propuesta del holandés Boudewijn Koole que apenas dura
hora y veinte minutos es un filme pausado pero no lento, con aire simpático
pero con pequeños conflictos, algunos roces en el colegio o el trato a veces
rudo con su padre, uno que no es un ogro ni una mala persona pero que tiene
arrebatos desagradables. El niño es muy activo, muy seguro e independiente que
exuda alegría e intensidad. También destila en su discreta historia la ternura
de su entusiasmo por aquella niña con la que comparte su pasión por su ave, que
se le da cabida como si fuera un personaje más, a la que estudia en sus
características, es un niño despierto.
En la pantalla vemos la cotidianidad del jovencito, su
mundo, su nuevo compañero y mascota, su cierta soledad, ya que hay una
distancia con su padre y en la casa él debe hacer los quehaceres, ser diligente,
aunque todavía se le escapan naturalmente algunas tonterías. No es un filme de
grandes acontecimientos ni siquiera de contundentes verdades sino de un ser
humano en crecimiento que enfrenta su existencia ya con varios retos y actos de
superación, de cierta forma se debe hacer un hombre a temprana edad, asumiendo
algunas responsabilidades y actitudes (positivas) dentro de su espacio, como en
ese acto simbólico transportado del ser padre hacia él en su grajo, es un
reflejo de lo que necesita y a falta de tenerlo lo da, lo busca. Sin embargo
necesita comprensión ya que esta en edad de descarriarse, de perderse (la ira
con la piedra sobre el puente), de resentirse con la vida. El filme gira
entorno a él, es la historia de Jojo y no hay más. Lo que hace la propuesta
algo que visto sin ojos sensibles puede pasar desapercibida, minimizada, ser
poca cosa ya que el filme se afianza a una estructura que lo hace una
realización ante todo intima.
Debemos ponernos en su lugar, para eso Koole nos hace
reaccionar con algunos efectos pero en sí no se luce intensión de efectismos
gratuitos. El padre no es una caricatura aunque es un personaje con no
demasiadas aristas desarrolladas, no obstante hubiera sido fácil provocarla, ni
el niño representa la indefensión absoluta (aunque claro es un menor), sino es
a un punto autosuficiente y hasta atrevido. Reacciona como con los golpes de
enojo que les da a los casilleros insistentemente, la huida de casa, su
reiteración de tener el ave (más fuerte que todo porque representa su solidez
emocional) o la mordedura a su tramposo compañero en la piscina.
Es grato hallarse con un filme tan diáfano, tan humilde pero
bien hecho, con un mensaje claro, una mirada a la infancia, tan importante por
la pureza y el arco iris que se merecen en un mundo que lastimosamente les toca
a muchos ser duro desde antes de lo previsto. Se trata de calidez de principio
a fin. Y eso irradia al observador.