La película que nos compete está dirigida por el taiwanés
Ang Lee, merecedor del premio de la Academia del 2006, por Brokeback Mountain.
Pi, un joven indio naufraga en el océano pacífico y sólo en una balsa adaptada
por él queda a su supervivencia, conviviendo
con un tigre de bengala llamado Richard Parker. Todo ello contado por el propio
Pi a un novelista que cree que su historia será un éxito de ventas. Sin
embargo, sería muy frío el filme si sólo fuera esto, y éste propone calidez,
identificación, y se afianza a una reflexión sobre Dios y, además, la
trascendencia de los animales, por lo que tenemos una propuesta muy solvente.
El filme arranca como un cuento, pero primero somos
participes del exotismo y belleza salvaje de una gama de bestias del reino animal,
para luego ya entrar a rememorar el particular nombre de nuestro héroe en la
denominación de una famosa piscina francesa, Molitor, y así queda, en recuerdo
del mejor momento de la vida del amigo entrañable de su padre, Piscina Molitor
Pate; lo que será motivo de burla en el colegio, pero llegará el audaz rescate de su orgullo con un nuevo sobrenombre, únicamente –y bastante- Pi, como el esencial número irracional infinito.
A continuación se brinda el contexto del protagonista, el zoológico, el primer
encuentro con el tigre, el amor, las múltiples religiones y el viaje familiar a
Canadá; mediante buen ritmo, carisma y
soltura, mientras volvemos momentáneamente al presente, donde yace el actor
indio -conocido en América- Irrfan Khan en el papel del personaje ya adulto.
Una notoriedad del filme es que aparte de una breve
intervención del francés Gerard Depardieu no hay figuras que reconozcamos con
facilidad en el mundo occidental, aunque en adelante estoy seguro que muchos
recordaran la belleza de la actriz india
Tabu, y al joven actor Suraj Sharma del cual el filme se apoya en lo que en
realidad es, los días de abandono y resistencia de Pi en medio del océano, tras
un comienzo atroz, el hambre y la depredación, entre una hiena, un orangután, una
cebra y un tigre. Escena metafórica que nos reta a creer en algo increíble al
servir de contraste y que pone en juego el reto de la fantasía para sustentar
la creencia en Dios. Una hipótesis que busca “convencer” o conciliar con el no
creyente, brindándole lo que espera escuchar aunque creando complicidad. Ya
antecedido por el diálogo con el padre de Pi en la mesa familiar en donde
invoca la racionalidad como centro de la mejor forma de creer. Audaz pero muy
lejos de complacer a todo el mundo, pero, claro, busca hablarnos de religión de
forma amable en un mundo que empieza a no creer más que en lo terrenal, sin
embargo es de destacar que la habilidad de la historia logra colocarse de tal
forma que la que parece fantasía resulta la mejor opción; otro homenaje, aunque discreto y parcial, al
género al que se adscribe para algunos, mientras que para otros se trata de
aventura. Y esto es definitorio para ponernos en el lugar al que llama nuestra
consciencia religiosa o nuestro agnosticismo, e incluso el filme va más allá, propone que hay alma en los animales. Richard Parker puede ser un ángel, la
última escena nos deja esa sensación. Lo que sí es que éste es un tipo de
reto espiritual; es lo que entiende Pi sea o no verdad; un reto de fortaleza, como el
mismo personaje lo dice.
El relato tiene un cariz fantasioso,
propio de un cuento de las mil y una noches y se nota desde el comienzo por la
forma de la narración, siendo además literalmente un recuerdo a puertas de ser una
obra literaria. La condición del joven en la intemperie inclemente atrapado con un animal
indomesticable no es algo muy realista. Aprender
a sobrevivir sin ninguna experiencia, con manuales, con un bote
que parece salido de un milagro, estando impávido, y encima afrontar una
responsabilidad ajena y especial, no alcanza como historia verídica, pero como
ese es el leit motiv del filme, estamos ante una propuesta redonda en lo
argumental.
Al naufragio se le dan algunos matices. Pi sueña, desvaría, ve en los ojos del tigre, y esto inteligentemente se ajusta nuevamente al fondo de la trama, a la creencia de Pi en algo distinto a su padre, como en el lado cristiano del protagonista. No obstante, esto hace de espejismo, de treta al fin y al cabo, ya que Pi recurre a la lógica paterna para proclamar su ideología. El asunto de creer se vuelve más alucinante, recordemos que ya sabe el director que eso le sirve -gracias al guion de David Magee, basado en la obra del canadiense Yann Martel-, y cae en lo que se puede ver como otra metáfora, el mundo tiene una noche y un día, dolor y esperanza, mientras en la vivencia más práctica la isla yace desierta por su capacidad de muerte que la cobija y eso impulsa a que nuestro héroe emprenda la retirada.
Al naufragio se le dan algunos matices. Pi sueña, desvaría, ve en los ojos del tigre, y esto inteligentemente se ajusta nuevamente al fondo de la trama, a la creencia de Pi en algo distinto a su padre, como en el lado cristiano del protagonista. No obstante, esto hace de espejismo, de treta al fin y al cabo, ya que Pi recurre a la lógica paterna para proclamar su ideología. El asunto de creer se vuelve más alucinante, recordemos que ya sabe el director que eso le sirve -gracias al guion de David Magee, basado en la obra del canadiense Yann Martel-, y cae en lo que se puede ver como otra metáfora, el mundo tiene una noche y un día, dolor y esperanza, mientras en la vivencia más práctica la isla yace desierta por su capacidad de muerte que la cobija y eso impulsa a que nuestro héroe emprenda la retirada.
Estamos ante un canto de optimismo, muy fiel a lo que vemos
en el protagonista, si no tampoco hubiera sobrevivido. Por ahí un grito de
increpación al Todopoderoso, mismo Teniente Dan Taylor en Forrest Gump (1994), poco
antes de entender el designio divino; sólo un momento pasajero y
natural. Fácil sí, aunque tiene siempre la intención de dejar para la
imaginación cierto dolor, ya que en esencia el naufragio
representa algo dramático, pero razonablemente no en el quehacer
cinematográfico de Ang Lee. Pero es que el filme no busca salirse de ser una obra que desea entretener, hacerte sentir bien, siendo en efecto bastante sencilla aunque con su toque inteligente
que la haga mayor de lo que es y que lo consigue, y eso que falta mencionar que es trepidante, tiene una buena promesa de violencia (proclamada en las
agresiones carnívoras de la hiena), es satisfactoriamente deliciosa visualmente,
tiene buena estética (como lucir algunas mezclas de colores atractivos), sabe mantener la
expectativa en el ambiente, dosificar la tensión y manejar una coherencia
notable, que genera una falsa sensación de realismo. Un filme notable, que sabe
llegar al público, que es reflexivo en dosis respetable, que
quiere presentarnos una aventura extraordinaria, como la vida misma, en que lo
mejor nos dice es creer, pensar el mundo con ilusión y fantasía, con fe.