Pequeña Miss Sunshine (2006), ganadora de dos Oscars, uno
por guion y otro por actor secundario para Alan Arkin, es un estupendo debut de
Jonathan Dayton y Valerie Faris, la historia de una linda niña un poco gordita
y de grandes gafas que quiere ganar un concurso de belleza, y mueve a su
extravagante familia que colinda con la imagen del perdedor, el suicida, el
drogadicto o el antisocial, a llevarla al evento en un largo viaje por
carretera en una van la cual no arranca más que en tercera. Esta gran ópera prima no podía más que
augurar un segundo filme igual de potente, sobre todo teniendo tanta destreza
en el desarrollo del guion y en la dirección que compone ese marco a seguir, no
obstante ésta vez el ingenioso guion ha sido obra de la actriz y protagonista
Zoe Kazan, y en ellos ha quedado la otra importante labor que tan bien han
demostrado llevar. Pequeña Miss Sunshine tenía unos pocos defectos, alguno que
otro exceso de entusiasmo, pero era una historia muy noble y tierna sobre la
liberación de esa continua lucha por ser un tipo in y cool en medio de una
vorágine despiadada que margina a muchos por su apariencia física o alguna
particularidad de adaptación. Esta vez el nuevo filme, que cuenta como
protagonista principal a Paul Dano, joven promesa del cine indie, que a su vez ha
participado en grandes películas como Pozos de ambición (2007) y que repite
trabajo con Dayton y Faris, es más ambicioso, mucho más complejo, y es una de
las propuestas más originales que se pueden ver sobre una temática universal,
el aceptar a los demás tal cual ellos son, y sí repiten esencia pero esta vez
anclados al amor de pareja.
La historia se adscribe a la fantasía y al romance, con su
toque dramático y hasta existencial, un día un exitoso joven escritor que no es
muy sociable, quien en buena parte se mueve en la timidez, la soledad y lo
anticuado, pensando en una nueva novela tiene la gran idea de recurrir a un
sueño suyo que lo tiene embobado, en donde aparece la mujer perfecta en su
opinión, una complicada, fresca y bella pintora que suele salir con hombres
mayores y está buscando un cambio en su vida, un novio distinto, y la que suele
tener la particularidad de usar unas medias vistosas de luminosos colores, no
saber quién es Francis S. Fiztgerald y ser muy sagaz en la réplica y en su
comportamiento. Todo sería muy normal si es que no fuera que dicha dama ideal
se materializa en su vida cotidiana y real siendo entera creación de su
imaginación en un reflejo de su propia personalidad, ego y deseo.
Calvin (Paul Dano), que suele asistir al psiquiatra siente
que está volviéndose loco pero luego entiende que es participe de un milagro, y
el sueño de todos los hombres, concebir a la mujer de sus sueños, con tan solo
redactar en su vieja máquina de escribir como debe ser Ruby (Zoe Kazan, The
Exploding Girl, 2009, mejor actriz en Tribeca). Sin embargo ese trayecto de
felicidad, de previsión y fácil conformidad, docilidad, pronto se quebrará o se
disolverá en esos naturales conflictos que empiezan a surgir en las parejas (ni
siquiera Ruby es indemne a esto), y que son los que deciden si realmente una
relación va a ser duradera. Como lo demuestran los diálogos con el hermano,
quien nos cuenta una cierta desilusión con la ligera pero visible
transformación de su mujer a lo que experimentan todos en los primeros
momentos de amor, y de la cual en una oportunidad se ha separado. Es inevitable
una adaptación, un acto de superación, de aceptación y de convivencia en un
tira y afloja conveniente que pone a prueba a cualquier pareja.
En un inicio parece que el filme va a ser convencional con
la ligera audacia de crear a alguien desde la mente de un escritor pero aunque
los directores no tienen problemas en mostramos una “normal” realización
afectiva en que se flirtea día y noche con la espontaneidad y la constante
aventura en la difícil edad madura (el caso del eterno sensual marido en
Antonio Banderas, en su enésima vez en que recurren a su carisma e imagen de
latin lover, al cual le deseamos que se canse algún día cuando todavía le quede
posibilidad, y en mención admirativa de una muy bella Annette Bening a los 54 años de edad), optan por darnos algo
mejor, especial e inteligente que como la vida misma nunca viene por el camino
fácil. Y Ruby Sparks se convierte en esa maravilla de película que es,
proponiendo mucho conflicto desde la claridad y elementos identificables, aun
apelando a su lado fantástico que poco importa porque más parece una metáfora
de la realidad, una excusa y una libertad para llegar más lejos, y como sabemos
el arte busca sus propios medios para ser mucho más profundo.
El filme no opta por romper con su apariencia de ficción,
sino se justifica en sus propios medios. Es o no realidad ese vínculo afectivo
“irreal” poco importa sino su magma de donde emerge la historia. Así vernos una
vez más retratados con tanta fuerza nos hace aplaudir el ingenio que le robamos
desde la pantalla al amado séptimo arte.
Si algo raudos hay que elogiar es que sea tan contundente su
retrato, que lleve mensaje casi sin proponérselo aunque en plena facultad y
control. Y no falta un tono ligero, entretenido, audaz, su lado de comedia
relajada pero aferrándose en verdad a un drama central y mayor, la dificultad
de conocer y ponerse serio con el ser que amamos, verlo en toda transparencia,
y es que los seres humanos, incluso lo menos originales y más simpáticos,
conllevan algo de complicación, además de que este filme recurre a unos
protagonistas bastante particulares pero sin ser para nada lejanos, Ruby, Zoe
Kazan no implica belleza como prioridad sino se muestra como alguien elaborada siendo una más de nosotros en el anonimato, compleja no por culta sino por
personalidad, que puede ser alocada o irreflexiva, al sacarse la ropa interior en
una discoteca, al meterse a la piscina en una fiesta con un extraño, o cocinar muy bien y hablar francés,
e igual luchará por esa felicidad recurrentemente esquiva y ardua aun en su
cotidianidad , y en que importa mucho el amor y lo que hacemos por mantenerlo
ya que esa es la elipsis y leit motiv del filme. Uno que destila un aire
indudablemente trascendental desde la calidez estructural y que nos hace pensar
en el mejor cine americano.