Los filmes de Quentin Tarantino, por quienes le adoran, que
son legiones, son esperados con mucha expectación, cada propuesta suya busca
propagar el aprecio personal de su director por algún género o subgénero del
cine, siendo un hombre que suele buscar disfrutar y trasmitir su pasión por el
séptimo arte. Reservoir dogs (1992) es su
visión de unos asaltantes a bancos en una cinta de crimen en donde mucho se da
en solo cuatro paredes al mejor estilo del misterio. Pulp Fiction (1994), su
obra magna, es un neo noir que nos remite a tres historias concatenadas por
algunos personajes en que se da tributo a las historias pop de las pulp, novelitas
baratas dispuestas para el entretenimiento. Jackie Brown (1997) es su blaxploitation
en una nueva historia de crimen, con la participación de una famosa musa del
subgénero, Pam Grier. Kill Bill volumen I y volumen II (2003, 2004) es su versión
de las cintas de artes marciales, acción al más puro vistoso estilo sangriento oriental.
Death proof (2007), su grindhouse, es un explotation en toda regla, otra muestra de
su amor por la cultura cinematográfica popular américa, un slasher y acción sobre
autos musculosos. Malditos bastardos (2009) es su cinta de guerra en una revisión histórica
muy libre y extravagante en que los judíos logran tener participación activa
frente a los nazis cambiando el devenir natural de la historia, donde ni Hitler se
salva de la fantasía redentora. Y llegamos hasta su última realización, Django
Unchained (2012), su spaghetti western que toma de homenaje uno de los más
famosos que se han hecho, el Django (1966) de Sergio Corbucci, imitado hasta el
cansancio y con incontables secuelas, un filme rabiosamente disfrutable que ha
logrado calar en la cultura de todo el mundo, en Perú también como concederle
un sobrenombre a un asaltante peruano de bancos.
Los que no quieren a Tarantino suelen desmerecerle diciendo
que suele plagiar obras míticas descaradamente, y pues la realidad es que el
autor americano es un tipo cool que suele admirar y abordar algunas ramas y
derivaciones del cine teniendo de base ciertos referentes e influencias
concretas, y simplemente buscar hacer su propia versión, su reinterpretación, y
darles su particular estilo, nada malo, ya que nos ha entregado maravillas que
se desprenden de ese malicioso descrédito (véase un halo de ironía en el
mencionar del parecido de la trama con una leyenda alemana, del héroe germano Sigfrido,
el rescate de la amada del mismo nombre en manos de una amenaza que librar valientemente).
Django desencadenado toma ideas del original, como suele ser la costumbre de éste reciclador americano, el racismo de los gringos del sur por lo mexicanos,
los encapuchados y su persecución masiva (transportado luego a las raíces en el Ku Klux Klan) o el azote de una mujer comprada que es importante en la historia.
La primera hora empieza con la presentación tomada del Django
primigenio en su banda sonora compuesta por Rocky Roberts y en la misma
tipografía de los créditos y presentaciones. En esa primera parte se liga en
buena porción al original, pero luego en la segunda hora se desprende de ello
totalmente y más se parece a la forma de Jackie Brown, con una calma
inteligente en que se despliega una argumentación contextual en un aura en gran
parte realista e identificable, a diferencia de tener una base histórica central
tergiversada como en Malditos bastardos o Bastardos sin gloria (en Latinoamérica),
que suena mejor, en el ex esclavo negro que es cazador de recompensas y asesino
de blancos, muy en la línea del blaxploitation en que se sobredimensiona, se
fantasea y se vuelve un epicentro al hombre de color. Los últimos cuarenta y
cinco minutos de éstas casi tres horas de película se da el esperado combate en
donde se aniquila salvajemente a los enemigos y vuelve de cierta forma al
primer Django, como en el original en que apenas con 10 o 15 minutos restantes
se define y concluye la historia con muertes determinantes. Tarantino en las muertes recurre al gore, a la
explicites pero propia de un espectáculo, exagerado, aparatoso, irreal, más
cerca del entretenimiento y del relajo.
Sobre los personajes el más destacable, imposible de no
notarlo y darle su lugar, es Samuel L. Jackson, que le debe dos de sus más
celebres premios a la obra de Tarantino, el Bafta de 1995 a actor secundario por Pulp Fiction y el oso de plata a mejor actor en la Berlinale de 1998 por Jackie
Brown. Su performance de un esclavo
servil y perverso es sumamente loable. Encorvado, cojeando y envejecido lo suyo
es pura máscara, compenetración con el papel y transformación en el sentido más
elogioso. Si alguien tenía dudas con él o no lo conoce en toda su medida ya
debe ponerlo en su lista más próxima de élite interpretativa. A continuación le
sigue, el que ha sido unánime, Christoph Waltz, ganador del Oscar 2010 por
Bastardos sin gloria y nominado por la presente película, aporta sarcasmo,
coherencia, carisma e intrepidez. Sobre Jamie Foxx hay que decir que está bastante
correcto pero no logra impresionar, que tampoco significa que no convenza o que
falle. Sin embargo no es que Django o el spaghetti western en general sea un
lugar para la celebración histriónica del héroe o antihéroe ya que suelen ser
secos, fríos, de poca expresión física y de palabra y no resulta demasiado exigente
en cuanto a dramaturgia, aunque Foxx se da en una soltura muy típica de la
imagen del afroamericano a la par del estilo de Tarantino en que se habla mucho
y se da una personalidad fluida. Y
llegamos a Leonardo DiCaprio, como el antagonista principal, y es una elección
de un papel valiente, bien asumido, y sabemos que al director americano no le
tiembla la mano para despachar a figuras famosas como Robert de Niro, Harvey Keitel
o Kurt Russell, por lo que es la crónica de una muerte anunciada. El villano es
un reto para el actor aunque en el espectador más sencillo sea un motivo subyugante
de enojo y desprecio que remite a un lugar menor que al del héroe. DiCaprio
como Don Johnson (un rescate al igual que con John Travolta y Daryl Hannah, o
en otra medida, siendo más exacto decir una elevación de rol en Robert Forster
o Michael Madsen) se enfundan en personajes malvados que son racistas, pedantes
y hasta insufribles. Un logro, algo muy bien tratado, con fuerza y credibilidad.
Esos son los cuatro más resaltantes, viéndose a Kerry Washington en la dama que hay que salvar
con un actuación con altibajos, a ratos bien y a otros no, muy desapercibida sino fuera que es un importante motivo de
la película. Mención especial de una actriz secundaria Laura Cayouette que es
deliciosamente despreciable en su engreimiento, refinamiento, sentido del humor
y vanidad. Luego hace un cameo muy
insignificante realmente Franco Nero, pero que nos dice irónicamente que se ignora
al Django original, cosa que por supuesto no se hace para nada sino que es un
homenaje y un goce hacia ese precedente de éste nuevo filme. Tarantino también actúa
y solo se divierte, se le antoja, como en Pulp Fiction en que de entrometido le
mandan a preparar café, mientras en la presente lo despachan a lo grande.
Otro inconfundible rasgo de Quentin son sus diálogos o monólogos
en sus personajes, que se humanizan por su sociabilización verbal y no se toman
tan en serio pero no se anula su esencia, esquivando el estereotipo y el ser
cuadriculado, mostrando la cotidiana e inevitable superficialidad e
intrascendencia de las personas. Estos son extravagantes y ridículos algunas
veces, otros a su vez memorables, y hasta reflexivos como en Pulp Fiction y la
explicación de la lectura de un evangelio en la vida de un asesino. Resaltan
algunos en Django, absurdos como en los encapuchados y los huecos de sus cubiertas,
en una incursión de un guion ingenioso, irreverente y saludablemente divertido
(Tarantino es guionista en sus filmes, ha ganado un Oscar por su trabajo en
Pulp Fiction, y está en su tercera nominación en el rubro a la estatuilla dorada
este 2013), donde vemos que sale Jonah Hill como cereza de pastel dando el
toque en toda regla. Otros como el de porque perdonar a Django en la justificación
de Stephen, en Samuel L. Jackson; y el de los tres puntos del servilismo de un
negro enmarcado en la prueba de un cráneo, en Calvin Candie, Leonardo DiCaprio, son interesantes pero funcionales, más cerca de la trama, pero
a su vez con la infaltable audacia argumental que suele usar Tarantino para definir a alguien. En esa misma línea se rescata otro indispensable, en
el momento en que se entiende el ser un asesino caza-recompensas al dudar Django de matar a un hombre buscado
que está arando tranquilamente la tierra con su hijo, habiendo una lógica que
trata con algunas imágenes reprobables, que se desligan del bien y el mal y se
asoman a dar un razonamiento del otro, normalmente relegado a su anulación. Hay
un enriquecimiento general muy propio de esa libertad y complejidad humana que
por supuesto no equivale a ser aceptada. Django no es un héroe al uso, desde el
principio sabemos que crea sorpresa verle libre montando en un caballo como un
blanco a dos años antes de la guerra civil americana, y su moral y personalidad
tampoco lo es, tiene rasgos negativos y una necesidad de impureza, como en el
caso del negro asesinado por los perros mientras él decide no salvarlo.
Y aunque suelo ser sordo con las bandas sonoras ésta vez no
he podido abstenerme y he compartido y me
he sido cómplice de ellas, y no podía ser de otra forma ya que está el
legendario Ennio Morricone en la labor, que ha trabajado en el mejor spaghetti
western de la historia, el bueno, el feo y el malo (1966) de Sergio Leone. Su canción Ancora Qui, cantada por la italiana
Elisa Toffoli en la muestra del interior de Candyland se hace muy idónea y
bella, inconfundible, no pasa desapercibida de ninguna manera. Con él hay bandas sonoras del compositor Luis
Bacalov que tiene amplia experiencia en el subgénero. En la primera hora hay una
repetición del estilo en los soundtracks que equivalen a un estribillo representativo
en ciertas escenas. Después hay música moderna de onda afroamericana, hasta
un rap, o en otro registro una canción de música folk, hecha por autores contemporáneos americanos. Esto afirma que Tarantino
más que emular un spaghetti western característico
hace una versión muy personal, muy libre y desenfadada, además de muy actual y
renovada, como un Scarface (1983) reinterpretando a las mafias desde hoy en
día, hace lo mismo. La temporalidad se quiebra bajo nuevas reglas, están porque
son históricas y contextuales pero el estilo lo invade y domina todo como en
Kill Bill y Malditos bastardos (Death Proof si es más respetuosa y es
porque lo oficial no le queda lejos a la
personalidad de Tarantino).
Es un filme imperfecto como la mayoría de los suyos que
recriminarle una disminución de ingenio en sus últimas propuestas luce injusto,
porque sigue siendo fiel a sí mismo, sigue siendo él mismo, sigue siendo
atrevido, sigue bebiendo de la cultura pop, de
subgéneros en buena parte menospreciados, haciendo algo grande y sin perder su
esencia de entretenimiento, que de eso trata, de sentir satisfacción con el
séptimo arte, siempre entusiasta, en un tema visceral (el racismo) aunque relajado y aun así no
menos importante como cine.