La obra de Víctor Hugo es monumental, una de las mayores
creaciones de la literatura universal, y como no podía faltar el cine la ha
adaptado en varias oportunidades. El teatro hizo lo propio en un musical, en la
letra escrita por Alain Boublil y Jean-Marc Natel, mientras la música estuvo a
cargo de Claude-Michel Schonberg. Herbert Kretzmer la convertiría al inglés. Y
es como nos llega al séptimo arte, en las manos de Tom Hooper, ganador del
Oscar por mejor director y película el 2010 por El discurso del rey, que le
valió además una estatuilla a Colin Firth, que hacemos mención ya que Hugh
Jackman, actor que poco lo tenemos en mente para dicha nominación, a actor
principal, opta por lo mismo.
Lo más resaltante que se siente mirando esta propuesta es
que es algo igual de potente y grande, hay una aura de espectáculo muy
subyugante, además tiene la particularidad de ser un drama en donde el musical
no suele serlo por lo general. La historia nos remite a un hombre de esos
únicos, paradójicamente no tratados como tales sino tergiversados ante lo
público en su esencia, Jean Valjean (Hugh Jackman) que por quebrar su libertad
condicionada tras 19 años de prisión por robar un pan es perseguido como un
fugitivo, éste se esconde y rehace su vida con una nueva identidad, logra
amasar una cuantiosa fortuna, y aun así nunca pierde su humanidad y
generosidad, es un hombre que siempre está ayudando al prójimo más necesitado,
y por ello adopta a un niña huérfana, criándola como a una hija. El gran
problema de Valjean lo representa Javert (Russell Crowe), un inspector de
policía tenaz y muy pegado a la ley, tanto que es un ser obsesivo sin la más mínima
cuota de permisividad ni indulgencia, el que ve a nuestro héroe solamente como el
preso Nº 24601. Luego dentro de lo resaltante hay un cantico de reivindicación,
derecho y justa rebeldía en donde nos acercamos a una pequeña revolución de
estudiantes en 1832 ante la mala situación de la clase baja.
El filme dura 2 horas 38 minutos y no escatima esfuerzos por
rodearnos de esa majestuosidad de la canciones (muy poco diálogo en realidad
habiendo una concatenación muy próxima entre ellas), en medio de la fuga, persecución
y combate, el buen quehacer humanitario de Valjean, el sufrimiento de Fantine (Anne
Hathaway), el amor de Marius (Eddie Redmayne) y Cosette (Amanda Seyfried) entre
muchos pasajes que enarbolan entusiasmo, pasión por la libertad y el ideal
humano, los valores éticos, morales y la igualdad. Valjean no se cansa de ser
intachable, un hombre probo ante el sacrificio de su tranquilidad, a costa de
su felicidad, responsable siempre por otros.
La parte cómica proviene de dos personajes traviesos,
ladinos, desharrapados, desenfadados en dos actores de esos que uno encuentra difíciles
de ignorar u olvidar, una es Helena Bonham Carter, musa artística, fetiche y
esposa de Tim Burton, que le cae como anillo al dedo el papel de Madame
Thénardier, siendo siempre una outsider por naturaleza en donde la personalidad
es de esas apabullantes, hace un papel secundario que da vida al conjunto y que
no pasa desapercibido. Lo mismo con Sacha Baron Cohen, alguien a quien
personalmente detesto por Borat (2006) en una comedia personal que es demasiado
vulgar y agresiva al punto de ser insoportable, pero que reivindico en un papel
totalmente distinto, muy cuidado, muy de cuento de niños, en La invención de
Hugo (2011), y que aquí se hace admirar con esa desfachatez de noble comedia,
está a la altura de la seriedad de esta propuesta, con mucho profesionalismo.
En ello se imprime mucho color, alegría dentro del hurto y el engaño, dos
tramposos a quienes votar de la fiesta pero que no llegan a extremos de
detestarles gracias a su ridiculez.
Puede ser muy repetido pero se hace muy gracioso verle olvidar el nombre
de Cosette cuando están vendiéndola. Sus
gestos se adaptan y son muy expresivos.
Otro papel importante, siendo secundario, es el de Anne
Hathaway, nominada al Oscar 2013 como mejor actriz de reparto, lo suyo es algo muy
dramático, sumamente gestual y físico, desde un corte de cabello descuidadamente
cortado y la extracción violenta de un diente que la muestra en la pobreza al
punto de prostituirse para pagar deudas y subsistir, poder alimentar a su hija.
Mucho sufrimiento nos refleja, es la parte más explícita, que reúne el mensaje
del filme, el hambre, la necesidad económica, el tan difícil hecho de
sobrevivencia en medio de la desidia de clases pudientes y dirigentes, de un
gobierno opresor y maltratador. Su participación es muy corta pero visceral y
emotiva. Colinda mucho con la
exageración – o mejor dicho, la concreción de un mundo en poco espacio- del
fondo más que de la forma.
Después Valjean, Hugh Jackman, está muy bien, sobre todo al
ser un actor de cierta forma menospreciado o reducido a papeles superficiales, muy
poco complejos, es visto como un actor de entretenimiento intrascendente –aun siendo
ya el Wolverine por excelencia, casi por antonomasia- aunque tiene algunas
actuaciones bastante decentes como The Prestige (2006) de Christopher Nolan y La
fuente de la vida (2006) de Darren Aronofsky. Su elección es arriesgada pero
logra sobresalir. El peso del filme yace en él que es el que está en todas
partes pero se trata de un conjunto, de una historia muy bien pensada en que resulta
una pieza de una realidad y una atmósfera que lo pone a prueba, es eje de su
destino pero se remite a lo que tiene
que enfrentar, tanto que yo diría que ante todo es el contexto, uno que se
puede transformar que ese es el motivo y alcance de la filosofía de Víctor Hugo
como intelectual. Logra adoptar las distintas etapas del personaje, en cuanto a
su apariencia a la vez de los hechos, también puede ser emotivo, como en sus
dudas éticas o en su última etapa en la iglesia. A diferencia de Hathaway su papel
no exige tanto dolor visual, se debe en parte uno hacer la idea aunque su vida
está plagada de reveses implacables, ya que es un hombre fuerte, literal y en
abstracto. Valjean desde que un sacerdote cree en él se convierte en un
luchador, decide cambiar y nunca falta a su palabra. Canta –hay que decirlo- bastante
bien, y eso lo hace todo terreno, un actor completo como se decía de obras maestras
como Cantando bajo la lluvia (1952); en sí no hay ningún quiebre o bajón en el
grupo.
Bella la estética de las escenas en la galeras, otro punto
marcado del filme, sus ambientaciones, muchas minimalistas y evocativas, pero aun
en ello fastuosas, completas, y no son menos ante escenas mayores en el
artificio, el bar de los esposos Thénardier, las calles por donde se prostituye
Fantine o la fábrica de Montreuil en donde hay abundancia, detallismo. En
cierto modo parece respetar el precedente físico y sugerente del teatro como
una opción del director aunque siendo cine propone utilizar también sus ventajas.
Y llegamos al que es pieza clave en la historia, el que representa el estatus quo aunque sin darse más que en su deber y siendo solo un sirviente ciego en realidad, esa fuerza represora que no ve la desgracia, que es fría, que representa una clara crítica frente a la rigidez del orden y esa hoy natural defensa contemporánea a la maleabilidad, a la continua readaptación y al juzgar bajo la práctica más que desde la teoría en sentido de sopesar características desde afuera. Se trata de Javert, Russell Crowe, que tiene una voz que es muy particular, un tono que se hace muy regular tanto que parece que estuviera cantando la misma canción y no es desmerecimiento tampoco, que lo hace soberbio dentro de su característico registro y se impregna una sensación de recuerdo. Buen papel de Crowe, pegándose a su calidad de enemigo intencionalmente cuadriculado, una constante que quiere que se entienda y que contrasta con la pobreza, colaborando por ausencia a llevar el mensaje de necesidad de compasión, de perdón, de sensibilidad, de ayuda, de humanidad. Por el tipo de personaje no logra mayor alcance y quizá haga falta un toque de ingenio tanto en su representación como en la personalidad del tipo que interpreta aun habiendo muchos así y siendo coherente. De todas formas creo que es el que más se recuerda aun estando muy por debajo de lo que significa y aparece Valjean. Fabulosa su última escena, no por el desenlace literal en pantalla sino por el sentimiento que desborda alguien que no suele tenerlo, y que en sus dudas ya no se reconoce, una alusión a esa maleabilidad que un visionario como Víctor Hugo logra atisbar, y es que el ser humano es un ente de evolución, ahí radica toda su esencia.
Otro papel que no se puede obviar y que nos descubre una
nueva actriz, es el de Samantha Barks como Epónime, la hija de los Thénardier que
se enamora del revolucionario Marius pero que es capaz al amarlo tanto de dejarse
de lado y buscar la felicidad de él (algo bastante atípico la verdad); sale
bastante como para no notarla y es una cara desconocida, no lo hace mal pero
carece aún de la magia de la presencia del actor consumado, parece increíble
decirlo ya que no es que un actor famoso sea sinónimo de una buena actuación o
peor que termine siendo más importante que la historia que eso es muy ajeno a
lo que uno busca del cine como prioridad pero que tampoco se puede negar que
uno se acerca a ciertos filmes por alguien a quien ya le hemos tomado cariño
aun siendo irregular o caer en etapas menguantes, me pasa con Bruce Willis,
Charlize Theron o Edward Norton por mencionar alguno, o en el caso (y de cierta
forma unánime) de pensarlo dos veces cuando veo a Nicolas Cage o Meg Ryan, por
decir dos más. Y pasa eso con ella, no lo hace tan sobresaliente para alabarla
en toda palabra, que dicho antes cumple poco más que bien, ni es una presencia
dominante o fascinante, otro alegato discutible pero no es tampoco una rareza
atípica de especial normalidad como Kevin Spacey o Paul Giamatti. Lo que sí es
concreto, es que ahora sabemos quién es.
Otros actores, Eddie Redmayne y Amanda Seyfried lo hacen
bien pero de todas formas dan muy poco en cuanto a destacar, son el otro lado
del filme, el romance pero en la historia en sí provoca poco entusiasmo, más
emociona la bandera agitada en el canto revolucionario, o el llanto y la
desesperación de Fantine, o incluso la chispa de dos locos sueltos en sus trucos
de los Thénardier. La pareja de la propuesta son sin duda Javert y Valjean más
que Marius y Cosette y hasta el lazo entre Fantine y Valjean es más potente (y
es creíble solo por la honestidad idealista del protagónico que termina siendo
un símbolo de una ideología), más honesto, más tierno, indudablemente más
trascendente, no sé si de forma intencional en Víctor Hugo pero la complejidad
es mayor fuera del típico romance. Redmayne (My Week with Marilyn, 2011) ya va
siendo más reconocible y va camino a serlo
más seguramente. Seyfried (Chloe, 2009) es una promesa jugando con tenacidad,
buscando su lugar y ya es una figura famosa, pero todavía no logra convertirse
en una gran actriz como Carey Mulligan o Jennifer Lawrence.
En los musicales predominan las canciones y esta no es la
diferencia pero es una historia tan atractiva que eso favorece la compenetración
con ellas, escuchas las letras y te dejas llevar por la melodía ya que tu
atención está en la trama que yace dentro, la historia se vive con las
canciones, y esto no es tan sencillo, merito especial a esos compositores y
letristas, siendo un punto interesante de fusión, que recalco porque muchos
somos sordos, y aquí es maravillosa esa unificación, tanto que no molesta que todo
sea cantado, un punto muy favorable para quienes no quieren a los musicales y a
su vez a los que sí, le da a todos algo por su lado, ayuda a aprender de ese
otro lugar que no es atractivo naturalmente para uno. Ciertos musicales pueden
apabullar en una modernidad que enseguida le llama pedante, anacrónico o inauténtico
a toda ambición totalitaria como si los nuevos tiempos se rindieran a un
facilismo y un cansancio crónico (no hay que mentir, somos parte de ello), y
más siendo una obra magna de la literatura como Los Miserables, pero hay que decir
que se presenta muy sencillo para asimilar (aun siendo un drama que no se hace
pesado porque hay momentos de efervescencia como los estudiantes reunidos o en
acción en su lucha colectiva o en Valjean en la suya individual pero despierta
hacia el beneficio ajeno que asume como suyo desde su probidad más que en algo
encaminado, el falso detenido, el hombre
debajo de la carreta, la hija o el amor
de ella), es un entretenimiento en donde uno se deja llevar, y ni siquiera hay
que amar los musicales e igual recordaremos el sentido de las canciones. Muy digerible, en donde el uso de tomas
próximas se nos hacen costumbre a un rato y pierde importancia tanto para bien
como para mal (realzar el dramatismo, crear vínculos con el espectador, o incomodarle
la vista también), y eso es ver que un musical y una obra mayor pueden
compartir juntos -sin darnos cuenta- como este cine lo puede hacer en el
presente con mucho éxito cuando ya casi nadie apuesta por ellos, solo los más clásicos
en pos del ingenio del amor colectivo.