Presentada en el Festival de Cine de Cannes 2013 donde
compitió por la palma de oro y se hizo con el premio a mejor director, para
Amat Escalante, al igual que su compatriota Carlos Reygadas el año pasado por
la polémica Post Tenebras Lux. Este es un cine a tener mucho en cuenta. En la competencia
oficial de ficción del presente 17 Festival de Cine de Lima tiene muy altas
posibilidades de ganar algún galardón, y es que de arranque sus primeras escenas
de como transportan un cuerpo fuertemente golpeado que tiene una bota sobre la
cabeza mientras lleva pegado el rostro al suelo de la parte de atrás de una
camioneta, para luego descubrir que esa persona tratada como un animal tiene
los ojos abiertos, está viva y es un muchacho que mira perplejo, sangrante, adolorido
y temeroso, nos pone bastante inquietos y alertas con lo que observaremos, pero
si al poco rato arrojan un cuerpo en calzoncillo y pantalón abajo, ahorcado,
desde la caída de un puente dejando que penda salvajemente ya entramos en
cierto shock de expectativas. Y no falla, porque la historia que está tras esa
introducción cumple con justificar plenamente esa violencia, no escatimando ninguna brutalidad, siendo muy
clara y coherente, aunque bastante explicita.
Si las letras mexicanas han inventado un subgénero literario
nacional conocido como la narcoliteratura, su cine tampoco se queda atrás y Amat
Escalante aporta lo suyo en una perspectiva que se amolda perfectamente al
ideario de esa idiosincrasia, lo que hará muy fácil entender y temer esa
realidad que azota duramente su país y es inevitable notar y enseñar, analizar
y hacerla parte del arte, y lo hace en grande con una trama atrapante que nos
pone el contexto de gente humilde y corriente que hacen la mala jugada de
meterse con algunos elementos de las fuerzas especiales corruptos entrelazados
con narcotraficantes, al robarles 2 paquetes de cocaína, a raíz de lo que
empieza como una relación de pareja de campechanía y modestia típica entre un
cadete del ejército o la policía y una niña de unos doce años.
Estela (Andrea Vergara) complacida con casarse con su novio de 17 años sin querer
involucrará a Heli (Armando Espitia), su hermano mayor de la misma edad, y
juntos los tres emprenderán un viaje traumático donde la violencia y la muerte
es el pan de cada día. La primera parte tras presentarnos el escenario de la historia
y a sus protagonistas nos llevará hacia esa pesadilla en que los malos elementos
irán tras los jóvenes, hasta recrear y completar la odisea que no termina en
ese momento en el puente. La trama sigue para mostrar las secuelas de ese rapto y llega a un clímax impresionante, lo que tiene su notorio punto de interés, lo propio, donde la intensidad y la conmoción surge de lo bárbaro e inhumano, ese cuarto con chiquillos y rústicos tatuados que juegan con la vida como si se tratara de trozos de carne sin humanidad ni alma, mostrando que el dolor solo importa para regocijarse con la tortura y la venganza. Los efectos especiales del filme son bastante buenos, salvo el de
las cabezas decapitadas.
Volver a la cotidianidad, a la austeridad y la monotonía de
la existencia no es nada sencillo, lugares descampados, objetos viejos, cachivaches, mucha pobreza, llaneza general, lo que parece un pueblo o el campo, donde la cámara tiene enfrente elementos mínimos visuales, que es
el escenario que se escoge recrear, bastante apropiado y logrado, a la par que el
estilo del autor llega a amplificar y endurecer aún más esos elementos, los
hace punzantes hasta romper la resistencia de sus personajes pasivos y del
observador que vive a través del ecran; no es solo algo que está tal cual sino
confabula con sugerir y empoderar el retrato con un notable rasgo de autor, que
yace además en sus particularidades como con la tanqueta que llega a la casa de
Heli o el novio de Estela haciendo pesas con ella, de la mano de la
originalidad de poner la canción "No sé qué tienen tus ojos" del grupo chileno
Los Ángeles Negros en un tramo del filme.
El lugar se torna amenazante, deja de ser un hogar, lo que
conocemos y nos es natural cambia rotundamente, y se convierte en una especie
de monstruo. Les toma por asalto algo que está en el territorio y no lo veían aun
estando ahí tan cerca, y eso influye también en nosotros por medio del
imaginario artístico y el poder de los hechos concretados, en una transposición.
Es inevitable sentir el peso de los acontecimientos y el cine de Amat Escalante
a este punto lo sabe reflejar y hacerlo percibir tan fehaciente; la mirada se
vuelve lenta, abstraída, en hacer que nos invada -y quiera conquistar- la
tragedia, mientras la familia tambalea y las ausencias duelen. El miedo se
apodera de uno, si bien hay que seguir viviendo y peor aún en el mismo lugar, sin
embargo la denuncia social de esta realidad, que existe intrínsecamente en la
historia, ya que Amat no considera el filme de tal manera sino a querido
valerse más del sentimiento, queda en el espectador, el cine
tiene esa fuerza, y como lo ha dirigido el director mexicano lo ha sabido
conseguir. La primera impresión de que veremos algo gratuito se esfuma por
completo y queda la noción de la idoneidad y la inteligencia concebida, aparte
de los efectos de realismo, que hacen de esta historia algo contundente, en una
redondez de forma y fondo.
Los actores no serán tremendas luminarias pero están considerablemente
bien en la mayoría del metraje, además, sus presencias físicas aportan en su
sencillez, pero presentando rasgos sutilmente particulares para hacer cierta aunque
mínima y necesaria diferencia que hace de rebote en la memoria. Se da alguna
condición de torpeza, quizá intencional, unos (pocos) ratos planos o que no
fluyen en Armando Espitia, puede que también adrede pero que saltan a la vista algo
contraproducentes, pero en sí su figura sin ningún embellecimiento es bastante laudable,
como su comportamiento ordinario que lleva complejidad existencial se amalgama
atractivamente. A su vez Andrea Vergara no es todo lo convincente que debiera
con asumirse traumatizada y vejada; el recurso del baño, la mirada perdida y no
hablar suena mucho mejor en el papel que en la práctica realmente aun siendo
algo en buena parte ya tópico. Gusta eso sí, su naturalidad y cierta fricción
espontanea. También habría que mencionar a Juan Eduardo Palacios, que hace del
novio de Estela, que es preciso, su papel aunque más chico luce como el más
competente, con una rusticidad, gesto duro e inocencia más que notable, como un ser demasiado
externo con un austero o casi inexistente mundo interior.
Lo post traumático se rinde a la adaptación, así somos los
seres humanos, y esa escena en que Heli tiene un coito con su mujer mientras
Estela ida está adormecida en el sillón abrazada al hijo de su hermano es la
idiosincrasia de vivir una violencia a la que no nos queda más que olvidar e
ignorar, porque todavía no se hace mucho por erradicarla y el hombre común
metido en ese conflicto no tiene otra salida. Esa imagen de la investigadora de
la policía pidiéndole que le lama los abundantes senos, habla de la impotencia
y la inutilidad que se cierne sobre el tema. El narcotráfico, sus
pandillas y gremios, está fuertes en México y el hombre humilde no le queda otra que convivir con ello, y me recuerda al terrorismo de los 80s y primeros años de los 90s en Perú o a la guerrilla de la FARC en Colombia. La vida continua, pero se debería hacer algo, no ser indiferentes, ponernos en su lugar como con esta propuesta, sentir a través del cine para entender y comprometerse, más que observarlo como una noticia
distante. Veremos sexo, drogas y salvajismo en su cara más dura y transparente.
Ese es el cine de Amat Escalante, que es el de la realidad misma.