viernes, 9 de agosto de 2013

Heli

Presentada en el Festival de Cine de Cannes 2013 donde compitió por la palma de oro y se hizo con el premio a mejor director, para Amat Escalante, al igual que su compatriota Carlos Reygadas el año pasado por la polémica Post Tenebras Lux. Este es un cine a tener mucho en cuenta. En la competencia oficial de ficción del presente 17 Festival de Cine de Lima tiene muy altas posibilidades de ganar algún galardón, y es que de arranque sus primeras escenas de como transportan un cuerpo fuertemente golpeado que tiene una bota sobre la cabeza mientras lleva pegado el rostro al suelo de la parte de atrás de una camioneta, para luego descubrir que esa persona tratada como un animal tiene los ojos abiertos, está viva y es un muchacho que mira perplejo, sangrante, adolorido y temeroso, nos pone bastante inquietos y alertas con lo que observaremos, pero si al poco rato arrojan un cuerpo en calzoncillo y pantalón abajo, ahorcado, desde la caída de un puente dejando que penda salvajemente ya entramos en cierto shock de expectativas. Y no falla, porque la historia que está tras esa introducción cumple con justificar plenamente esa violencia,  no escatimando ninguna brutalidad, siendo muy clara y coherente, aunque bastante explicita.

Si las letras mexicanas han inventado un subgénero literario nacional conocido como la narcoliteratura, su cine tampoco se queda atrás y Amat Escalante aporta lo suyo en una perspectiva que se amolda perfectamente al ideario de esa idiosincrasia, lo que hará muy fácil entender y temer esa realidad que azota duramente su país y es inevitable notar y enseñar, analizar y hacerla parte del arte, y lo hace en grande con una trama atrapante que nos pone el contexto de gente humilde y corriente que hacen la mala jugada de meterse con algunos elementos de las fuerzas especiales corruptos entrelazados con narcotraficantes, al robarles 2 paquetes de cocaína, a raíz de lo que empieza como una relación de pareja de campechanía y modestia típica entre un cadete del ejército o la policía y una niña de unos doce años.

Estela (Andrea Vergara) complacida con casarse con su novio de 17 años sin querer involucrará a Heli (Armando Espitia), su hermano mayor de la misma edad, y juntos los tres emprenderán un viaje traumático donde la violencia y la muerte es el pan de cada día. La primera parte tras presentarnos el escenario de la historia y a sus protagonistas nos llevará hacia esa pesadilla en que los malos elementos irán tras los jóvenes, hasta recrear y completar la odisea que no termina en ese momento en el puente. La trama sigue para mostrar las secuelas de ese rapto y llega a un clímax impresionante, lo que tiene su notorio punto de interés, lo propio, donde la intensidad y la conmoción surge de lo bárbaro e inhumano, ese cuarto con chiquillos y rústicos tatuados que juegan con la vida como si se tratara de trozos de carne sin humanidad ni alma, mostrando que el dolor solo importa para regocijarse con la tortura y la venganza. Los efectos especiales del filme son bastante buenos, salvo el de las cabezas decapitadas.

Volver a la cotidianidad, a la austeridad y la monotonía de la existencia no es nada sencillo, lugares descampados, objetos viejos, cachivaches, mucha pobreza, llaneza general, lo que parece un pueblo o el campo, donde la cámara tiene enfrente elementos mínimos visuales, que es el escenario que se escoge recrear, bastante apropiado y logrado, a la par que el estilo del autor llega a amplificar y endurecer aún más esos elementos, los hace punzantes hasta romper la resistencia de sus personajes pasivos y del observador que vive a través del ecran; no es solo algo que está tal cual sino confabula con sugerir y empoderar el retrato con un notable rasgo de autor, que yace además en sus particularidades como con la tanqueta que llega a la casa de Heli o el novio de Estela haciendo pesas con ella, de la mano de la originalidad de poner la canción "No sé qué tienen tus ojos" del grupo chileno Los Ángeles Negros en un tramo del filme.

El lugar se torna amenazante, deja de ser un hogar, lo que conocemos y nos es natural cambia rotundamente, y se convierte en una especie de monstruo. Les toma por asalto algo que está en el territorio y no lo veían aun estando ahí tan cerca, y eso influye también en nosotros por medio del imaginario artístico y el poder de los hechos concretados, en una transposición. Es inevitable sentir el peso de los acontecimientos y el cine de Amat Escalante a este punto lo sabe reflejar y hacerlo percibir tan fehaciente; la mirada se vuelve lenta, abstraída, en hacer que nos invada -y quiera conquistar- la tragedia, mientras la familia tambalea y las ausencias duelen. El miedo se apodera de uno, si bien hay que seguir viviendo y peor aún en el mismo lugar, sin embargo la denuncia social de esta realidad, que existe intrínsecamente en la historia, ya que Amat no considera el filme de tal manera sino a querido valerse más del sentimiento, queda en el espectador, el cine tiene esa fuerza, y como lo ha dirigido el director mexicano lo ha sabido conseguir. La primera impresión de que veremos algo gratuito se esfuma por completo y queda la noción de la idoneidad y la inteligencia concebida, aparte de los efectos de realismo, que hacen de esta historia algo contundente, en una redondez de forma y fondo.

Los actores no serán tremendas luminarias pero están considerablemente bien en la mayoría del metraje, además, sus presencias físicas aportan en su sencillez, pero presentando rasgos sutilmente particulares para hacer cierta aunque mínima y necesaria diferencia que hace de rebote en la memoria. Se da alguna condición de torpeza, quizá intencional, unos (pocos) ratos planos o que no fluyen en Armando Espitia, puede que también adrede pero que saltan a la vista algo contraproducentes, pero en sí su figura sin ningún embellecimiento es bastante laudable, como su comportamiento ordinario que lleva complejidad existencial se amalgama atractivamente. A su vez Andrea Vergara no es todo lo convincente que debiera con asumirse traumatizada y vejada; el recurso del baño, la mirada perdida y no hablar suena mucho mejor en el papel que en la práctica realmente aun siendo algo en buena parte ya tópico. Gusta eso sí, su naturalidad y cierta fricción espontanea. También habría que mencionar a Juan Eduardo Palacios, que hace del novio de Estela, que es preciso, su papel aunque más chico luce como el más competente, con una rusticidad, gesto duro e inocencia más que notable, como un ser demasiado externo con un austero o casi inexistente mundo interior.

Lo post traumático se rinde a la adaptación, así somos los seres humanos, y esa escena en que Heli tiene un coito con su mujer mientras Estela ida está adormecida en el sillón abrazada al hijo de su hermano es la idiosincrasia de vivir una violencia a la que no nos queda más que olvidar e ignorar, porque todavía no se hace mucho por erradicarla y el hombre común metido en ese conflicto no tiene otra salida. Esa imagen de la investigadora de la policía pidiéndole que le lama los abundantes senos, habla de la impotencia y la inutilidad que se cierne sobre el tema. El narcotráfico, sus pandillas y gremios, está fuertes en México y el hombre humilde no le queda otra que convivir con ello, y me recuerda al terrorismo de los 80s y primeros años de los 90s en Perú o a la guerrilla de la FARC en Colombia. La vida continua, pero se debería hacer algo, no ser indiferentes, ponernos en su lugar como con esta propuesta, sentir a través del cine para entender y comprometerse, más que observarlo como una noticia distante. Veremos sexo, drogas y salvajismo en su cara más dura y transparente. Ese es el cine de Amat Escalante, que es el de la realidad misma.