Algo que se nota instantáneamente, y las películas escogidas
de este país para el 17 Festival de Cine de Lima lo denotan, es que el cine
argentino tiene una calidad bárbara en sus mejores películas, siendo muy clara
esta percepción al ver Tesis sobre un homicidio (2013) de Hernán Goldfrid, que
es una propuesta comercial (a la que no vemos con otras posibilidades dentro de los galardones que la del premio del público y encima esta peleado habiendo muchas propuestas para ganarlo), un noir de
estética a ratos notoriamente preciosista protagonizada por el astro
argentino e internacional Ricardo Darín,
acompañado de Alberto Ammann, joven actor bastante talentoso y actualmente
prolífico que saltó a la fama por Celda 2011 (2009). Y que aunque está dirigida al
amplio público será para muchos una grata sorpresa ya que posee notables rasgos
de thriller psicológico, siendo una
realización intensa, entretenida y cautivante, y aunque entendible contiene
toques de complejidad en la ambigüedad de hallar a un asesino, aparte de hacer
un retrato convincente y simpático aunque en una figura fácil y estereotipo de su
personaje principal, representado por un actor que por lo general es una
apuesta segura de éxito de taquilla, que en este filme lo logra al punto de
posicionarse históricamente como el segundo de mayor recaudación de Argentina.
En este nos relata la historia de Roberto Bermúdez (Ricardo
Darín), un abogado, escritor y académico soltero que en sus ratos libres asiste
investigaciones criminales, llegando a tener una obsesión en un caso convertido
en algo personal, al sentirse atraído por la hermana de la víctima, alumna de
su facultad que se le halló muerta frente a su aula en plena cátedra. De ello
crea varias hipótesis -en un juego de espejos- que apuntan como un psicópata
homicida al hijo de un antiguo compañero de labores con quien solía competir
profesionalmente y ahora es más importante que él. Señala a Gonzalo Ruiz
Cordera (Alberto Ammann), un muchacho universitario perspicaz y vanidoso de
aire intelectual, donde se hace uso de diálogos planos aunque aparentemente
trascendentes, aunque prevén, hilan, crean lógica y acondicionan el
filme, dando códigos además; juntas van exhibiciones eruditas que se ven
efectistas y metidas con calzador en cuanto a naturalidad aunque congruentes. Ruiz Cordera acaba de volver al país y siente admiración por su maestro, Bermúdez, a quien
dentro de su condición de policial el filme lo presenta como practicante de
boxeo, seductor y mujeriego (tiene la línea de decir que vale más una aventura
amorosa que cualquier arte o sabiduría), intrépido e ingenioso, pero también egomaniático
y en parte paranoico.
El filme es sumamente
amable, recogiendo y asumiendo las características y lugares comunes del cine
negro, ambientado perfectamente en la Argentina pero con ese toque en que poco
importa el lugar en que se contextualiza, su universalidad es flagrante y lograda.
Y como no podía ser de otra forma tiene la tensión y el análisis de una
investigación como central atracción, sin embargo estos se basan en conjeturas
y especulaciones que aunque nos hablan de un juego de ingenios, del gato y el
ratón entre Bermúdez, el mentor, y el asesino, que parece querer impresionarlo,
se mezcla mucho la imaginación anclada a una desconfianza en buena parte
arbitraria, distante y poco concreta en los práctico aunque emocionalmente
próxima, proponiendo una audaz critica a cuando el detective trata de entender
el caso y se cree casi un ser omnipotente sobre los pormenores.
La línea entre lo que uno cree y es se presenta únicamente como
un ejercicio más, típico de la cátedra de Bermúdez, pero como bien dice el
pupilo, hay muchas tesis en la vida, en todo sentido, y es difícil decidirse rotundamente
por una sola, verlo con claridad. No estamos frente a una propuesta que
vaya a marcar un hito argumental en el
cine, es solo un entretenimiento, pero su estética no es vacía, cumple con dar
lo que pretende. Sustancialmente tiene lo suyo en lo que es, abocándose a sus
cuatro paredes, de donde nos entrega dos sospechosos, aunando la imposibilidad
de resolver las pesquisas y de no tener ningún
culpable, siendo inteligente la obra al darle una carga psicológica a la
investigación, un matiz o capa que pelea entre la locura e idiotez, el error, y
la audacia y sapiencia, el adelantarse a todos, y es que plantea mucho el eje
de la subjetividad, siempre con una carga de autosuficiencia y ambición en sus personajes que tambalea como en la reacción de la amiga psiquiatra que
figura nuestra posición de incredulidad, y que parece una buena puñalada hacia
el éxito -ya que somos Bermúdez-, lográndolo éste filme, y quizá siguiendo las reglas completamente, ya
que el fogón o asador enseña que en efecto hay un hurto, pero también puede ser que sea parte de un desdoblamiento
de personalidad para justificar los auto-inventos, aunque la repetición del tic
con la moneda sea un dato culposo pero igual indefinido. Como Bermúdez nos puede ser esquivo el triunfo aun teniendo la razón o haciendo algo
destacable (la imprevisibilidad de la vida, y que es idónea porque una existencia
autómata no nos enriquecería en nuestra variedad y complejidad); o de repente
somos el antihéroe de la hipótesis de éste, y en el pequeño puede hallarse la
gloria aunque silenciosa. Una metáfora del cine mismo y a lo que se adscribe
dentro de él en una elección distinta, “paradójicamente” prefiriendo la
claridad y lo masivo/receptivo, pero haciendo uso de cierta arte, que hay que
reconocer, la ambigüedad, dentro de la lógica conocida, típica, del noir, en
una humilde conjunción.