lunes, 19 de agosto de 2013

El etnógrafo

Éste filme nos permite ver la labor desinteresada y comprometida del británico John Palmer, el etnógrafo del título que no solo practica la antropología, sino más bien se haya como parte de la comunidad que supuestamente estudia, y es que es más en él, convive con ellos, se ha casado con una indígena de la cultura que ha decidido investigar y tiene con ella cinco hijos pequeños.  

Palmer hace de guía para conocer esta comunidad aborigen ubicada en Lapacho Mocho, en el Chaco argentino, un asentamiento prehispánico ubicado en el norte de Argentina, en lo que parece un retrato casero, donde lo periodístico queda oculto, en segundo plano o da la impresión de que estuviera ausente por la contundente cotidianidad de los lugareños y del etnógrafo quienes se apoderan de la propuesta, que aunque es una historia no está sujeta a ninguna narración, es en sí más un contexto, una actualidad simple en un tono contemplativo que brilla en una breve biografía que genera una admiración natural, y luego algunas problemáticas, económicas, legales, que parecen menores por debajo de sus protagonistas que anidan en la paz espiritual o la sencillez existencial, incluido el etnógrafo. Es como si la cámara desapareciera o filmara recuerdos, momentos, como si el director Ulises Rosell fuera también un etnógrafo o permitiera que la presencia de John Palmer sea más que una descripción cautivante, algo más que una curiosidad en medio de su nobleza, familiarización y altruismo para con los Wichi, sino codirija junto con él la película donde fulgura como un protagonista extraordinario, pero con suma sencillez y simpatía, tanto de su personalidad relajada como de su “trabajo”.

Los Wichi son una cultura en vías de extinción, por la adaptación a lo criollo, como dicen los pobladores quejándose de la ruptura de una parte de su gente, que se refleja en el gusto por la comida de afuera de la comunidad, por los avances de los mismos criollos que vienen a asentarse con sus costumbres a la zona o por la violencia, paradójicamente, de la civilización. Son una cultura, según expresa Palmer, muy distinta a la occidental, a lo conocido, y requieren un puente, uno verdadero, y éste lo representa éste inglés, sin aspavientos, en lo llano.

Palmer al reunirse con ellos, en su atracción por lo nuevo, no anula su procedencia sino agrega la ajena a la suya, agrandando su mirada, y vaya que su integración es completa. Se ha casado con Tojweya (que traducido al castellano quiere decir “mujer distante”) y tiene una prole con ella, quien como Wichi hace sentir sus raíces. Palmer se comunica con su familia en tres idiomas, el lenguaje de su esposa (el que ha aprendido), el español y el inglés. Su familia comparte con su pueblo y esperan sigan su legado. Palmer llegó a mediados de los 70s  y su tesis de graduación de Oxford quedó de lado (la terminó diez años después rezagado por un bloqueo creativo, pero que conllevó una adaptación plena, una práctica por encima de la teoría), porque prefirió hacerse parte de ellos, uno más de la tribu aun siendo diferente, foráneo, convirtiéndose en defensor de sus derechos legales, ganándose su confianza absoluta. Se volvió su vocero, su representante, su amigo y eso capta la cámara, una fusión plena entre el cine de Rosell y Palmer.

El lente  “invisible” parece enseñarnos simplezas pero mediante ese trato cinematográfico se esconde la auscultación en estado natural y puede ser más potente que cualquier estudio estricto; la mejor oportunidad para contener esencias y entendimientos culturales. Ahí cobra vida su gestor, su relevancia. La vida familiar de John, las travesuras de los hijos, sus problemas económicos (porque quiere ayudar a los Wichi y eso le demanda mucho tiempo), su hogar sencillo, el amor incondicional de su mujer (aunque no sea tan sumisa, o vea y permita, y exhiba algunas quejas), datos generales de su pasado (porque de Inglaterra se habla poco y no se ve nada, pero articula la multiculturalidad y la devoción y el logro de su integración extranjera anclada al respeto, la solidaridad y la humildad tantas veces ajenas en occidente, y que representa un ideal de dignidad y convivencia), su carencia de vanidad, no gusta de complicaciones mentales, se percibe lento, es un tipo que se deja ver ordinario como el mismo pueblo pero quien ha concretado su amistad y necesidad, y eso lo hace más especial porque ha logrado trascender sus estudios etnográficos, realmente conocer a los indígenas, y eso es importante; el suyo es un método menos académico, pero que profundiza por su proximidad, asumiéndose dentro, donde esa comunidad es parte indisoluble de su existencia. Palmer está comprometido en todo sentido. A través de éste antropólogo, y en reflejo la película, podemos conocerlos y ver su mejor imagen, y a él en uno de los mejores ejemplos de llegada.

Vemos dos casos que retratan la dificultad del entendimiento cultural. Uno. Qa´Tu, un indígena Wichi, está acusado de violar a una menor y tiene 5 años en la cárcel; sin embargo, en su comunidad no entienden el proceder de la ley argentina porque hubo consentimiento de la unión carnal en su comunidad, la propia niña y la madre accedieron al vínculo, fueron las de la iniciativa; ahora se espera que se llegue a un arreglo judicial, posiblemente casándose. Dos. Una empresa china extrae petróleo de sus tierras y lo hacen sin el permiso de los pobladores Wichi, y en ese lugar entra Palmer a defenderlos, por su vocación de servicio más que su instrucción. La población yace indefensa en esas lides y su ayuda es de mucho valor; todos recurren siempre a él para entender a occidente. Todo ello se muestra con la misma calma general que ostenta el documental, ese que rompe los límites entre ser una historia y un documental, como arguye el autor en su búsqueda, una natural que no quiere ser ninguna investigación sino ser como el mismo Palmer, una ventana de integración, de un observador que no quiere ver algo exótico y distante, sino enseñar al otro como su igual, en sus diferencias, en su esencia, en su humanidad, en sus hábitos, en su forma de ver el mundo, que en realidad no se nos hacen tan arduos ni extraños de comprender aunque si apreciando una identidad propia y una cultura distinta y otras costumbres, y eso se debe a que él extrae su mejor faceta, su sinceridad y su paciencia.

El etnógrafo (2012) es un cine amable, entretenido, pero con cierto aire culto y bastante noble, sin demasiadas pretensiones como bien ha expresado Ulises Rosell, argumentalmente sencillo, muy lejos de lo académico y que se adscribe a lo común, ansiando sobre todo cautivar al espectador como dentro de nuestra contemporaneidad ligera, para que confabule con una persona por la que siente simpatía y cree se sentirá y se apreciará igual en los demás, que no le falta razón en general, y que no oculta su admiración, por una entrega que lo subyuga todo, que emociona, en una nobleza por la naturaleza, por el indefenso, por el “diferente”, en un protagonista que llega a atraparte en su cierta locura, en su notoria pasión, en su coherencia con sus principios y su extrema libertad atado al prójimo, mediante una humanidad elogiable para conocer otras detrás.