Éste filme nos permite ver la labor desinteresada y
comprometida del británico John Palmer, el etnógrafo del título que no solo
practica la antropología, sino más bien se haya como parte de la comunidad que
supuestamente estudia, y es que es más en él, convive con ellos, se ha casado
con una indígena de la cultura que ha decidido investigar y tiene con ella
cinco hijos pequeños.
Palmer hace de guía para conocer esta comunidad aborigen ubicada
en Lapacho Mocho, en el Chaco argentino, un asentamiento prehispánico ubicado
en el norte de Argentina, en lo que parece un retrato casero, donde lo periodístico
queda oculto, en segundo plano o da la impresión de que estuviera ausente por
la contundente cotidianidad de los lugareños y del etnógrafo quienes se apoderan
de la propuesta, que aunque es una historia no está sujeta a ninguna narración,
es en sí más un contexto, una actualidad simple en un tono contemplativo que
brilla en una breve biografía que genera una admiración natural, y luego algunas
problemáticas, económicas, legales, que parecen menores por debajo de sus
protagonistas que anidan en la paz espiritual o la sencillez existencial,
incluido el etnógrafo. Es como si la cámara desapareciera o filmara recuerdos,
momentos, como si el director Ulises Rosell fuera también un etnógrafo o
permitiera que la presencia de John Palmer sea más que una descripción
cautivante, algo más que una curiosidad en medio de su nobleza, familiarización
y altruismo para con los Wichi, sino codirija junto con él la película donde
fulgura como un protagonista extraordinario, pero con suma
sencillez y simpatía, tanto de su personalidad relajada como de su “trabajo”.
Los Wichi son una cultura en vías de
extinción, por la adaptación a lo criollo, como dicen los
pobladores quejándose de la ruptura de una parte de su
gente, que se refleja en el gusto por la comida de afuera de la comunidad, por los
avances de los mismos criollos que vienen a asentarse con sus costumbres a la
zona o por la violencia, paradójicamente, de la civilización. Son una cultura, según expresa Palmer, muy distinta a la occidental, a lo conocido, y requieren un
puente, uno verdadero, y éste lo representa éste inglés, sin aspavientos, en lo
llano.
Palmer al reunirse con ellos, en su atracción por lo nuevo, no anula su procedencia sino agrega la ajena a la suya, agrandando su mirada, y vaya que su integración es completa. Se ha casado con Tojweya (que traducido al castellano quiere decir “mujer distante”) y tiene una prole con ella, quien como Wichi hace sentir sus raíces. Palmer se comunica con su familia en tres idiomas, el lenguaje de su esposa (el que ha aprendido), el español y el inglés. Su familia comparte con su pueblo y esperan sigan su legado. Palmer llegó a mediados de los 70s y su tesis de graduación de Oxford quedó de lado (la terminó diez años después rezagado por un bloqueo creativo, pero que conllevó una adaptación plena, una práctica por encima de la teoría), porque prefirió hacerse parte de ellos, uno más de la tribu aun siendo diferente, foráneo, convirtiéndose en defensor de sus derechos legales, ganándose su confianza absoluta. Se volvió su vocero, su representante, su amigo y eso capta la cámara, una fusión plena entre el cine de Rosell y Palmer.
El lente “invisible”
parece enseñarnos simplezas pero mediante ese trato cinematográfico se esconde
la auscultación en estado natural y puede ser más potente que cualquier estudio
estricto; la mejor oportunidad para contener esencias y entendimientos
culturales. Ahí cobra vida su gestor, su relevancia. La vida familiar de John,
las travesuras de los hijos, sus problemas económicos (porque quiere ayudar a
los Wichi y eso le demanda mucho tiempo), su hogar sencillo, el amor
incondicional de su mujer (aunque no sea tan sumisa, o vea y permita, y exhiba
algunas quejas), datos generales de su pasado (porque de Inglaterra se habla poco y no se ve nada, pero articula la
multiculturalidad y la devoción y el logro de su integración extranjera anclada
al respeto, la solidaridad y la humildad tantas veces ajenas en occidente, y
que representa un ideal de dignidad y convivencia), su carencia de vanidad, no gusta de complicaciones mentales, se percibe lento,
es un tipo que se deja ver ordinario como el mismo pueblo pero quien ha
concretado su amistad y necesidad, y eso lo hace más especial porque ha logrado
trascender sus estudios etnográficos, realmente conocer a los indígenas, y eso
es importante; el suyo es un método menos académico, pero que
profundiza por su proximidad, asumiéndose dentro, donde esa comunidad
es parte indisoluble de su existencia. Palmer está comprometido en todo sentido. A través de éste antropólogo, y en reflejo la película, podemos conocerlos y ver su mejor imagen, y a él en uno de los mejores ejemplos de llegada.
Vemos dos casos que retratan la dificultad del entendimiento
cultural. Uno. Qa´Tu, un indígena Wichi, está acusado de violar a una menor y tiene 5
años en la cárcel; sin embargo, en su comunidad no entienden el proceder de la
ley argentina porque hubo consentimiento de la unión carnal en su comunidad, la
propia niña y la madre accedieron al vínculo, fueron las de la iniciativa;
ahora se espera que se llegue a un arreglo judicial, posiblemente casándose. Dos. Una empresa china extrae petróleo de sus tierras y lo hacen sin el
permiso de los pobladores Wichi, y en ese lugar entra Palmer a defenderlos, por
su vocación de servicio más que su instrucción. La población yace
indefensa en esas lides y su ayuda es de mucho valor; todos recurren siempre a
él para entender a occidente. Todo ello se muestra con la misma calma general
que ostenta el documental, ese que rompe los límites entre ser una historia y
un documental, como arguye el autor en su búsqueda, una natural que no quiere
ser ninguna investigación sino ser como el mismo Palmer, una ventana de
integración, de un observador que no quiere ver algo exótico y distante, sino
enseñar al otro como su igual, en sus diferencias, en su esencia, en su
humanidad, en sus hábitos, en su forma de ver el mundo, que en realidad no se
nos hacen tan arduos ni extraños de comprender aunque si apreciando una
identidad propia y una cultura distinta y otras costumbres, y eso se debe a que
él extrae su mejor faceta, su sinceridad y su paciencia.
El etnógrafo (2012) es un cine amable, entretenido, pero con cierto
aire culto y bastante noble, sin demasiadas pretensiones como bien ha expresado
Ulises Rosell, argumentalmente sencillo, muy lejos de lo académico y que se
adscribe a lo común, ansiando sobre todo cautivar
al espectador como dentro de nuestra
contemporaneidad ligera, para que confabule con una persona por la que siente
simpatía y cree se sentirá y se apreciará igual en los demás, que no le falta
razón en general, y que no oculta su admiración, por una entrega que lo subyuga
todo, que emociona, en una nobleza por la naturaleza, por el indefenso, por el “diferente”,
en un protagonista que llega a atraparte en su cierta locura, en su notoria pasión, en su coherencia con sus principios y su extrema libertad atado al prójimo, mediante una humanidad elogiable para conocer otras detrás.